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La canción del pecado. por YoloSwag

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En Jamir, la densidad del aire es tan baja, que cuesta respirar y las piernas parecen convertirse en plomo. Cada paso en esta "tierra del diablo" resulta una tortura—al menos para los extranjeros—para él, éstas condiciones son normales.

     Son éstas mismas, por las que Jamir es un paraje desolado, dónde las flores o cualquier tipo de vegetación no tienen lugar para existir. Aún así, no son para él desconocidas. Ha visto infinidad de ellas a través de recuerdos, pero nunca unas que le arrebataran la respiración con su belleza.

    Rojo. Sus gráciles pétalos teñidos de un profundo rojo, que danzan con el viento tan elegantes y orgullosas. Siente la necesidad de acercarse, como si le tiraran con una fuerte cuerda. Peligro. Le grita su instinto, sin embargo cede a su embrujo, al dulce y embriagador aroma de su esencia. No llega a tocarlas, cada vez que lo intenta lo evaden entre risas.

    —¿Acaso están jugando conmigo? —dice entre divertido y asombrado, provocando una nueva oleada de risas.

    —¡Shion!

    Voltea hacia la voz, y ve a su maestro con el rostro desencajado por el terror. Esta acompañado por un caballero dorado cuyo rostro de terror es aún peor que la de su maestro.

    —Shion escúchame, tienes que salir de ahí pero debes usar la técnica que te enseñé —dijo Hakurei con una angustia que solo le ha escuchado aquella vez en que lo salvó de morir desangrado.

    No sabe el por qué de su comportamiento pero obedece. Su cuerpo se desvanece para unos instantes después aparecer frente a su maestro, que lo abraza con tanta fuerza que no lo deja respirar. Entonces, el caballero de piscis se acerca y las rosas se inclinan hacia él buscando su contacto.  "Lo siento", murmura al tiempo que las envuelve con una neblina roja; las rosas se marchitan, sus pétalos caen, siendo arrastrados por el viento.

    —¡¿Por qué ha hecho eso?! —grita Shion sintiendo que se ahoga en lágrimas.

    —No eran rosas comunes, sino demoníacas. Su simple aroma es suficiente para matar a cualquier ser vivo —interviene Hakurei.

    —Pero yo sigo vivo...

    —Tu cosmo es fuerte y eso te protegió, pero si las hubieras tocado otro sería el resultado —dijo Lugonis seriamente, y agregó—. Ahora Hakurei, si no te importa ya puedes seguir con la reparación de la armadura de Leo.

 

***

 

    Deja la armadura de Aries en el suelo, y comienza a explorar el templo que a partir de ahora protegerá con su vida. En pocos minutos comprueba que es tal como en los recuerdos de Avenir. Aprieta los puños en un intento de reducir la ansiedad que atenaza su cuerpo. Ahora es el caballero dorado de Aries, el guardián del primer templo, y por lo tanto el primer escudo del santuario.

    Inhala profundamente y deja escapar el aire lentamente junto con sus inseguridades. Es cierto que le falta experiencia, y sus habilidades aún no están a la altura del resto de—sus ahora compañeros— santos dorados, pero va a esforzarse al máximo para ser un digno caballero de Aries. Dará todo para evitar el futuro desolador de Avenir.

    Sale a la entrada del templo con esa firme resolución, aunque ahora debe esperar a que Manigoldo regrese, para presentarse ante el patriarca y la diosa Atenea. Sin embargo, ya ha caído la tarde y no hay señal de Manigoldo. Debería ir a buscarlo, no conoce los alrededores del santuario pero es bueno orientándose... no, no puede, Manigoldo ha sido categórico en eso; "No te muevas del templo, aunque el mismo Hades se aparezca en el santuario".

    Solo espera que la tardanza de Manigoldo, no sea por recuperar "el tiempo perdido" con mujeres y alcohol. Suspira resignado y toma asiento en las escalinatas. Dirige la vista hacia el cielo que se ha vuelto rojizo y se pregunta, "¿Qué estará haciendo su maestro en estos momentos? ¿se sentirá solo?"

    Se levanta de golpe, al notar en el viento aquel olor familiar, tan dulce y embriagador. Ignorando la orden de Manigoldo baja, siguiendo el rastro de aquel aroma que lo lleva a las afueras del santuario. Siente que su corazón da un vuelco cuando las ve, tan hermosas y elegantes como en sus recuerdos. Se acerca, pero es detenido por una cerca cuyo mensaje es claro; "prohibido el paso". Es cierto, no debe tocarlas ni respirar su aroma, pero nadie dijo que no podía admirar su belleza desde una distancia prudente.

    —Hola —dice en un susurro y agrega con cierta esperanza—. Soy el chico de Jamir, ¿me recuerdan?

    Su rostro se ilumina al escuchar de nuevo esas risas acompañadas de un "acércate". Shion cruza la cerca ignorando las advertencias e inconsciente de la presencia dentro del jardín.

 

 

    Albafica siente que un cosmo se encuentra en su jardín. "No es posible", se dice mientras corre en busca del invasor.

   Sus ojos se abrieron de par en par al verlo, sentado sobre una roca, con las rodillas encogidas y el mentón sobre una de ellas con todo la calma del mundo.

    —Tan hermoso...

    Albafica tomó aire para gritarle, pero lo dejó escapar al notar que sus ojos estaban fijos en sus rosas y no en él. Ni si quiera parecía darse cuenta de su presencia, tan embelesado estaba con las rosas.

    —No debes estar aquí.

    Shion se levantó de golpe, se hizo un poco hacia atrás e iba a disculparse, pero se quedó sin habla ante la belleza de su interlocutor. Aún que no era solo belleza lo que proyectaba, sino también un aire letal.

    —Este lugar está prohibido. Solo yo como caballero dorado de piscis puedo entrar, ¿qué haces tú aquí?

     —Entonces, ¿eres tú quien las cuida? —dice Shion ignorando la pregunta con esa alegría contagiosa que lograba animar a casi cualquiera.

       —Sí, este es mi jardín —su mirada se vuelve distante, sus rasgos finos y bellos se tiñen de melancolía—, pero eso no...

     —Es usted sorprendente —no hay una pizca de burla en sus palabras ni tampoco en sus ojos. Albafica siente calor en las mejillas, y solo atina a murmurar de forma casi inaudible:

    —Gracias...

    —Mi nombre es Shion, soy el nuevo santo de Aries —dice extendiéndole la mano, Albafica no la acepta.

    —Al igual que éstas rosas mi sangre contienen un veneno mortal. Así que no te acerques a mí.

    Shion baja la mano, que se balancea un momento junto a su costado antes de quedar inmóvil.

     —Sal de aquí, Shion de aries —le ordena, pero Shion no se mueve, su mirada está fija en él. Albafica se queda impresionado por la serenidad y madurez de aquellos ojos. No sabe que hacer, nunca se había encontrado en una situación semejante. Generalmente la palabra "veneno" era suficiente para ahuyentar a casi todos.

    —Por favor, consérvala como muestra de mi buena voluntad —dijo finalmente Shion extendiéndole su estola* con una ligera inclinación. Albafica dudó unos instantes pero finalmente la tomó.

    Se instaló un cómodo silencio entre ellos, hasta que fue dispersado por los gritos angustiados de Manigoldo:

    —¡Shion! ¡¿Dónde te has metido maldito mocoso?!

    —Debo irme, perdón por las molestias —dice Shion con una amplia sonrisa antes de teletransportarse.

     Albafica lo ve desparecer y él también sonríe; Shion es el tipo de hombre por quién se puede llegar a sentir un razonable afecto, pensó sintiendo una inexplicable calidez.

 

 

 


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