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Physical por jotaceh

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Tomás II

 

Dicen que la gente en el campo es simpática, y aunque no vivía en un sector rural, sino que, en una ciudad pequeña, concuerdo con la frase. En realidad, en la capital las personas son malhumoradas y muy superficiales, ¿o habrá sido que yo tuve mala suerte?

Está bien, tampoco soy estúpido e imaginaba que una madre que no se ha contactado con su hijo por ocho años podría ser poco cariñosa, pero de ahí a cómo es Patricia, creo que jamás imaginé un escenario peor.

-Entonces, ¿todo el mundo te dice que eres feo? ¿Y por qué no les respondes? –me dijo enfadada Celeste al otro lado del celular.

-Porque... todos ellos son guapos, pero guapos de verdad. ¿Y qué les voy a decir? Si a su lado soy horrendo –

-Eres mucho más bello que ellos... por dentro y es eso lo que cuenta –

-Ok, todos nos sabemos esa frase que se les dice a los feos. En fin, te cuelgo porque a mi mamá no le gusta que la moleste mientras hace yoga, y parece que hablo muy fuerte –tuve que colgarle a mi mejor amiga, porque la señora ésa estaba en cuatro patas en el suelo haciendo una pose de qué sé yo y me miraba feo porque conversaba.

Desde que llegué a su departamento (un loft enorme ubicado en el último piso de un edificio enorme en la zona más cara de la ciudad) no he podido estar tranquilo. Es obvio que le molesta cada cosa que hago.

-Lo siento, es que estoy acostumbrada a vivir sola –es la excusa que siempre da.

Y un bebé como yo no puede coexistir con alguien así, después se me quita el apetito y caigo en desnutrición. Y ese es otro asunto que me tiene de malas. ¡No me deja comer cereal! ¿Pueden creer que existe alguien en este mundo que no le guste el Choco Krispis? Es terrible convivir con un monstruo como Patricia. Y es que me puede rechazar por ser feo, pero que rechace al elefante Melvin es imperdonable.

Lo bueno, el único refugio que tengo en esta nueva vida que estoy llevando, es que me he hecho amigo de dos hombres preciosos, y por sobre todo muy simpáticos. ¡Y es que me tratan genial!

Uno es Enrique Lira, uno de los mejores entrenadores físicos del centro de mi mamá. Es sumamente sexy, tiene una cabellera rubia adorable, unos profundos ojos azules y un cuerpo de ensueño. Unos pectorales que hacen competencia con las tetas de mi amiga Celeste, pero mucho más duras y levantadas. Y su trasero. ¡Oh my god! Que creo que hasta tiene más nalgas que yo, y eso que este bebote es big size.

Él me hace clases por la mañana, me enseña a utilizar las máquinas, a durar en la trotadora, a hacer abdominales, aunque apenas y puedo levantar la cabeza del suelo. Y muchas otras cosas más que ni me acuerdo porque no me salen y yo estoy todo el rato mirándole el paquete.... el paquete de maní que tiene en la mano cuando me enseña. Bueno, y el otro paquete también porque parece que no usa calzoncillos y se le mueve todo lo que tiene ahí. Y sí, los bebés también somos mirones, ¿algún problema?

-Tienes que colocar tus manos acá y con los pies...-me dice cuando se coloca detrás de mí y me demuestra la mejor manera para hacer pesas, pero dejo de oír lo que pronuncian sus labios, porque me muero al tenerle tan cerca. Si hasta llego a sentir su respiración en mi nuca.

¿Se imaginan me estuviera follando en ese momento? ¿Con su anaconda enorme atravesándome entero mientras me golpea las nalgas?

-Oh sí, papi... dame duro...-susurro sin querer.

-¿Dijiste algo, Tomasito? –pregunta sorprendido el rubio.

-Oh sí, padre nuestro... dame el don... el don de la perseverancia... Es que soy muy católico ¿sabías? – Espero que no me haya escuchado.

Y si estoy en el infierno carnal y sexual en la mañana, por la tarde subo hasta el cielo y es que las clases de judo son como estar en el paraíso, siendo instruido por un ángel.

Marcelo Bontempi es un hombre de verdad. No es que Enrique no lo sea, tan solo que es demasiado bromista y risueño, en cambio el profesor de artes marciales es serio, tiene una voz demasiado profunda como si fuera locutor de radio y sus ademanes son masculinos, como de hombre experimentado, y eso que tan solo tiene veinticuatro años. Me encantan sus ojos verdes y esa piel tan pálida que le hace relucir cual porcelana. Sus hombros. ¡Ay Dios, sus hombros! Son tan anchos y fuertes, y ni hablar de sus piernas, es que me derriba de un solo golpe. ¡A mí! Que peso más de cien kilos... O ciento diez, depende si me peso antes de una crisis existencial o después.

-Tienes que ser flexible. No importa que seas grande, lo relevante es que sepas usar tu fuerza y, sobre todo, utilizar la fuerza de tu contrincante a tu favor. Moldearte como una rama de bambú. Como yo... puedo... hacer contigo –mencionó justo en el momento en que rodeó con sus piernas y me derribó.

No sé si me dolió o no, yo estaba disfrutando el roce de su paquetón en mi muslo. Y cómo me hablaba cuando ya estaba cerca de mi oreja.

Y en eso paso mis días últimamente, experimentando mi sexualidad como nunca antes había podido hacer. Y es que en clases de educación física siempre me eximía por mi asma... Ok, me canso luego porque estoy rechonchito. Tal vez hubiera sido mejor que fuera delgado y así meterme a las duchas con los demás chicos en clases. Lástima que ya salí del colegio y ya no puedo hacer eso realidad. 

Al principio no quería hacer ejercicio porque estaba en la oficina de mi mamá cuando se le ocurrió que debía "mejorarme", porque claro, una mujer como ella no puede tener un hijo tan feo como yo. Por eso, a todos me presentaron como Tomás el sobrino de Berna. No tengo ningún parentezco con la dueña, ni siquiera la conozco. 

-Entiende, eso sería una pésima publicidad para mi centro, y no puedo permitirlo. Te prometo que cuando estés más delgado, te voy a presentar como mi hijo, pero por mientras... Sigue todas las instrucciones de Enrique y Marcelo, ¿de acuerdo? –

Y ese fue el trato que hice con Patricia. Al principio lo sentía humillante, andar escondiendo que soy el hijo de la dueña de Physical, pero tras darme cuenta de lo gratificante que es pasar tiempo con esos dos hombres hermosos, ya no me importa ni me parece nada malo.

-Yo no era así cuando vivía en el sur, ¿por qué ahora ando tan... acalorado? –le pregunto a Celeste a través del celular.

-Pero si siempre te encontraba mirándole el paquete a Ricardo, y a Héctor, y a Mauricio, y a Octavio... y a Luciano, y a René...- y mejor le corté porque no paraba de crear chismes sobre mí, un bebé recatado.

Ay Ricardo, ¿seguirá teniendo la nalga derecha más paradita que la izquierda?

 


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