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Physical por jotaceh

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Enrique X:

 

Por mi culpa se suicidó. Esa idea no me la puedo sacar de la cabeza desde aquella noche en que descubrimos que Tomás se había lanzado al río. Todo lo que hice fue horrible, tanto que no tuvo otra opción más que acabar con su propia vida.

No soy el hombre más sensible del mundo, pero es imposible que no me pueda conmover por lo que mis propias manos hicieron. Me siento rastrero, un asco de ser humano, algo más parecido a una bestia que a una persona. ¿Cómo pude estar tanto tiempo cegado por alguien que no lo merece?

Estuve años enamorado de Patricia, tanto que fui capaz de fingir amor por su hijo. Incluso después que el gordito casi perdiera la vida por salvarme y a ella no le importara, después de darme cuenta que era un monstruo con aquel chico que salió de sus propias entrañas, incluso luego de comprobar lo espantosa que es, seguía enamorado, como si poseyera una maldición inquebrantable.

No puedo decir ahora mismo que no la amo, ya ni siquiera sé si soy capaz de sentir algo. Sin embargo, ya no puedo ser manipulado como antes, ya no me interesa agradarle, y eso debe significar algo importante.

El cuerpo de Tomás no fue encontrado jamás, según los investigadores es normal que debido al caudal del río cualquier persona que cayera en él no fuera encontrado, incluso podría ser arrastrado hasta llegar al mar, donde sería casi imposible ubicarlo. Sin embargo, lo que sí pudieron encontrar fueron grabaciones de seguridad.

-Hasta el momento solo han encontrado videos que muestran que él entró a ese lugar, pero no concluyen nada. Puede ser que se haya arrepentido –le insistí a Patricia cuando me enteré que había decidido declarar a su hijo como fallecido.

Estaba desesperado, quería creer en las teorías rebuscadas de Celeste, imaginar que el muchacho no había muerto, y por eso me pareció repugnante el hecho que su madre quisiera deshacerse de él. Como intentó hacerlo toda su vida. ¿Ni siquiera era capaz de respetarle luego de una tragedia tan grande?

-A ver Enrique, está bien que creas que soy un monstruo, porque probablemente así sea, pero no soy estúpida. No declararía a Tomás muerto si no hubiera pruebas irrefutables. Acabo de llegar del cuartel de policías. Ellos consiguieron una nueva grabación de un edificio frente al puente, y la imagen que vi es clara. Él sí se lanzó al río, lo vi con mis propios ojos –

Y con esa noticia perdí toda ilusión. No porque siguiera creyendo en ella, sino porque fui directamente al cuartel a preguntarle a los policías. No me dieron una respuesta a buenas y primeras, pero finalmente aceptaron que era verdad, que tenían un video donde se mostraba claramente lo sucedido.

-Sigue siendo mentira. Patricia tiene el dinero suficiente como para sobornar a la policía –fue la respuesta de Celeste. Marcelo solo se quedó callado.

Ya a esas alturas, el profesor de judo no parecía el mismo de siempre. No es que me importara el desgraciado, pero debo reconocer que de todos quienes conocimos a Tomás, él fue el más afectado. Dejó de comer, bajó muchos kilos y finalmente no lo soportó más. Tomó sus cosas y se largó lo más lejos posible de este país de mierda.

Así acabó la incertidumbre para mí, aunque no la culpa. Esa la llevo a cuesta hasta el día de hoy, como la cruz más pesada que he llevado jamás.

Ya han pasado dos años y siento que no he avanzado nada. Sigo viviendo en el mismo departamento, trabajando en Physical, con la misma rutina todos los días, y con la misma depresión. Quizás he estado un poco mejor desde que decidí asistir al psiquiatra. Me recetó un ansiolítico y un antidepresivo. Es complicado expresar los altos y bajos que he experimentado, cómo a veces estoy tan bien que pienso que saldré adelante, pero todo vuelve a caer y pasos días encerrados en mi cuarto, sin querer ver a nadie. Antes era sociable, todo un donjuán y ahora me cuesta hasta para hacerme una paja. Mi terapeuta dice que es un efecto secundario de las pastillas, yo no lo creo. Prefiero imaginar que es el castigo del cielo que me envió por haber abusado de Tomás.

-Mierda, cada vez estás más gordo. Te pareces a mi profesor de educación física en el colegio –me comentó el otro día Celeste.

Para ser sincero, me gustaría ser su amigo, redimirme, aunque sea con ella, tan solo que siento el rechazo. Se le nota que no puede olvidar lo ocurrido. Y no la culpo, ni siquiera yo he podido perdonarme. ¿Cómo se lo voy a pedir a otro?

Sin embargo, un secreto nos ha unido un poco más estos últimos días.

Iba camino al baño, luego de una clase en la tarde, cuando escuché unos sonidos extraños. Me acerqué a la pequeña sala de aseo, agudicé el oído y distinguí claramente unos gemidos. Alguien estaba teniendo sexo en ese lugar. Quizás en otra oportunidad hubiera abierto la puerta para husmear, pero no tenía ganas.

Fui al baño y cuando acabé, volví al pasillo justo en el momento en que Berna salía de la sala de aseo. Me quedé sorprendido porque la secretaria siempre fue muy recatada y correcta, casi había imaginado que no tenía vagina. Aunque lo que más me sorprendió fue que después salió Celeste, con el pelo más desaliñado que de costumbre. No lo podía creer, ambas tenían una relación.

Me quedé congelado en medio del pasillo. Berna no me vio porque se fue en la dirección contraria, pero fue la chica la que se dio cuenta que las había descubierto. Me tomó del brazo y me llevó contra la pared.

-Esto no se lo puedes decir a nadie. Berna se moriría de la vergüenza si alguien se entera –me susurró.

-¿Y eso por qué? ¿No quiere que se entere Patricia? –

-Eso es evidente… Si me llevo mal con esa vieja puta. Hará todo lo posible por separarnos –

-Pensé que era porque Berna ha estado enamorada de ella todo este tiempo –

-¿Qué insinúas? ¿Que me está ocultando adrede? –Celeste parecía apenada con la idea.

-No, yo no he dicho eso… tan solo que me parece sospechoso –

-¡Lo sé! ¿Crees que no me doy cuenta de lo hija de puta que es la mujer a quien amo? Siempre será una esclava de esa malparida de Patricia, siempre la amará a ella y a mí me tendrá de amante, pero ¿qué más puedo hacer? No puedo dejarla…-olvidó el secreto y gritó como condenada.

-Vale, vale… te comprendo, he vivido lo mismo, pero no te alteres –

-Tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie. Por favor, ayúdame, no sé qué haría si Berna termina conmigo –

-Lo prometo –no tenía otra opción, la muchacha estaba desesperada. Además, ¿a quién se lo iba a contar? Si no hablo con nadie.

Celeste se relajó al escuchar mis palabras, se arregló un poco el cabello y cuando estaba a punto de marcharse, fue llamada por uno de sus colegas.

-¿Ya terminaste los baños de este piso? ¿Te ayudo en algo? –un chico de mediana estatura, un poco gordo y con el rostro lleno de marcas de acné tratado, se le acercó con gentileza.

-No… todavía no termino…-

-¿Y qué has hecho toda esta hora? –

-¿Una hora? ¿Tanto estuvieron ahí? –no pude contenerme y es que me quedé impactado.

-Sí, estuve una hora hablando con mi abuelita por teléfono… -fue la excusa que dio, mirándome con odio por estar a punto de romper la promesa que hace segundos había hecho.

-No hay problema, yo te ayudo –

-Sí, gracias… Mira, éste es un entrenador veterano, no sé si lo conoces, se llama Enrique Lira –

-Un… un gusto… Soy Miguel Tronco… Miguel Troncodo… Troncoso –el chico se puso nervioso al darme la mano.

Luego se marcharon para seguir con su trabajo, pero yo me quedé con una sensación extraña. Algo en mí se revolvió al ver a ese sujeto. Nunca antes le había visto, tan solo que me pareció conocerle, como si fuera un fantasma de mi pasado.

Hablando con Celeste al día siguiente, me dijo que ella había sentido lo mismo, que algo le había atraído hacia ese tal Miguel sin poder comprenderlo.

-Se parece a Tomás, quizás inconscientemente lo estamos buscando en él –fue mi conclusión.

-Eso debe ser…-mencionó no muy convencida.

 

 

 


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