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Sucede a Media Noche por Kikyo_Takarai

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Notas del fanfic:

Esta historia fue una petición de mis Patreons, entre las peticiones que pueden hacer al ames se hizo la sugerencia de un Omegaverse Victoriano Hannigram. Al final me gustó tanto la idea que terminó siendo mucho más largo que el tamaño que tendría como beneficio de Patreon...

El Dr. Hannibal Lecter llegaba a casa de la clínica casi a diario a las 7 de la noche. Aquella era una regla autoimpuesta, había mucha menos gente enferma en Londres desde la última epidemia de cólera unos años antes pero eso no hacía que su día fuera menos agitado. Así que salir a las 6:30 era algo que había determinado pasaría siempre o terminaría atrapado en el flujo de pacientes que trataba de curar.

Muchos casos eran una pérdida de tiempo, pero a Hannibal le gustaba intentar.  Entre la clase baja, artesanos, mineros y obreros en general, la expectativa de vida no era de más de 40 años y si bien Hannibal, con su título nobiliario y su enorme fortuna, podía esperar una larga y amena vida, quería darle a otros esa posibilidad. Al menos a aquellos que lo merecían.

Hannibal también era excepcionalmente quisquilloso, especialmente con los modales. No soportaba a la gente grosera o vulgar, por lo cual a pesar de ser un alfa adinerado, apuesto y con capital no se le solía ver en la mayoría de los establecimientos de ocio que frecuentaban otros hombres como burdeles, bares o en las calles donde la prostitución parecía reinar sobre todas las cosas. Hannibal no tendría problema buscando compañía si eso quisiera, pero prefería pasar su tiempo en el ballet, en la ópera, en el teatro o bien en su propio hogar leyendo lo último que tenía para ofrecerle la escena literaria.

Dejó su maletín en la puerta y se quitó el  abrigo apenas entrar a su casa. Las luces estaban encendidas y lo agradecía, pagar el precio de instalar en su hogar lámparas de gas hace tantos años había sido una de sus mejores inversiones al patrimonio familiar.

No hubo dejado el recibidor de la casa cuando escuchó los apresurados pasos de su joven criada. Abigail no debía tener más de 17 años, pero ya trabajaba como sirvienta en una casa de la magnitud de la suya y se sentía afortunada. El amo Lecter era amable, generoso y sobre todo un hombre decente que no azotaba a sus empleados. Hannibal sabía que el padre de la chica era obrero y su madre se dedicaba a la costura, estadísticamente Abigail tenía dos opciones en la vida. Encontrar una buena casa para servir, con la esperanza de casarse con algún otro miembro de la servidumbre, o terminar en las calles. Estaba más que dispuesto a darle una oportunidad de mejorar su situación, con un trabajo que incluía alojamiento y comida que nadie rechazaría, y ella no lo hizo.

Entendía que la sociedad reprimida en la que vivían no dejaba espacio para una sexualidad plena como la que se le había inculcado hace muchos años en los viajes con su tía Murasaki, pero encontraba fascinante el hecho de que un reino que hace los manteles del largo suficiente para que un hombre no pueda ver los tobillos de una mujer tenga tanta demanda por sexo en sus barrios bajos y entre la alta burguesía y la nobleza por igual. Para Hannibal aquella discreta búsqueda de placeres licenciosos no le era atractiva, encontraba el desarrollo de la mente mucho más atractivo.

Quizás por eso a sus 34 años no se había casado. Sin duda no era por su posición, su título, su fortuna, su carrera o su apariencia. Era extremadamente pulcro, con el cabello siempre perfectamente peinado, la ropa bien cortada y sin un hilo fuera de lugar, siempre en color negro, camisas blancas con el cuello alto y la corbata ajustada, el único toque de color en su atuendo. 

Estaba tan orgulloso de su acicalamiento que no usaba colonia, sabía que incluso sin ella su aroma era agradable, una mezcla de sus jabones de baño y su natural aroma a alfa de sangre pura.

La vocecita de Abigail lo regresó a la realidad en un par de segundos.

—Lo lamento Abigail, me temo que me he perdido en mis pensamientos. ¿Decías?

—Le ha llegado un mensaje urgente, Señor. Es del comisionado Crawford. —Dijo la muchacha entregándole una notita que había sacado del bolsillo de su delantal inmaculadamente blanco.

— ¿Hace cuánto fue esto?

—Tendrá unos 10 minutos, señor. No más.

—Hazme un favor, querida, pídele a Adam que busque de inmediato un carruaje y que me vea en la puerta en cuanto esté listo.

—Sí, Señor.

Cuando la muchacha salió de la habitación, dejando detrás sólo el taconeo de sus pasitos por el pasillo Hannibal volvió a leer la nota. Aquello no era habitual pero tampoco le era una situación extraña. Jack Crawford era un buen amigo, comisionado de la policía y alguien a quién estaba más que feliz de hacerle favores. La nota, escrita en apresurada caligrafía, decía lo siguiente:

“Estimado Doctor Lecter, lamento importunarle en su hogar y con un acontecimiento sombrío. Me temo que mi médico forense de guardia, el Doctor Chilton, está indispuesto a causa de su salud y requiero su apoyo para examinar a una víctima. Le pido se prepare pues la escena es por demás perturbadora. Le esperaré en el muelle número 5 a la brevedad. Atte. Jack Crawford”

Una escena perturbadora. Jack no tenía idea de lo que era perturbador, después de todo tenía mucho tiempo sin que Hannibal pintara su propio cuadro para su estimado amigo. Pero este no era momento para reflexionar sobre ello. Si Jack lo quería en la escena del crimen es que la misma era importante. Y cerca del mar eran tan efímeras. Se apresuró a ponerse de nuevo los guantes y la chaqueta. Revisó su reloj de bolsillo, apenas habían pasado un par de minutos.

Terminó de preparar su material en un nuevo maletín, mucho más pequeño y portátil, cuando escuchó el inconfundible sonido de cascos y ruedas afuera de su casa. Abrió la puerta apenas un segundo antes de que Adam lo hiciera. Este se sorprendió pero logró recuperar la compostura para subir junto al conductor mientras emprendían el camino.

La escena era todo lo que podía esperarse. Había un hombre dibujando en el medio de una fila de policías que creaban una cadena humana para evitar que los curiosos entraran al callejón cerca del muelle donde asumía había tomado lugar el crimen. Podía oler la sangre y el óxido, la carne y algo más… algo mucho más agradable. Se acercó a la fila y levantó la nota del comisionado antes incluso de que pudieran preguntar su nombre.

—¡Doctor Lecter! Lo esperábamos.

—Jack, lamento la demora, vine tan pronto como pude hacerme con un carruaje.

—Haz hecho más que la mitad de mi equipo.

Jack lo saludó animadamente, pero era claramente para no ser descortés, su expresión se volvió tensa un segundo después cuando le guió más y más al interior del callejón. Ahora sí que podía olerlo todo.

El cuerpo era de una mujer joven. No debía ser mucho mayor que su propia Abigail y mirándola con detenimiento se le parecía bastante. Tenía puesta la camisola para dormir, su piel pálida y fría se mostraba impúdicamente por la ropa que se fijaba a su cuerpo por la humedad provocada por su propia sangre. Estaba montada en lo que parecía ser una cornamenta con la cabeza casi cercenada colgando precariamente de su cuello y su cabello caía, suelto y lacio sobre el suelo sucio del callejón.

—Ahora entiendo a qué te referías con una escena perturbadora–. Dijo en voz suave, pero la realidad es que no se sentía turbado en lo absoluto. Cómo médico y debido a sus pasatiempos más secretos Hannibal había visto mucho peor. —Tan joven… es una tragedia sin duda. ¿Sabes su nombre?

—Molly Grisham. La encontró uno de sus vecinos cuando volvía del bar hace quizás una hora. Según él trabajaba como prostituta a las afueras de uno de los bares del muelle, a unas dos calles de aquí.

—Bueno, no creo que necesites mucha de mi ayuda… es claro que la causa de muerte fue el corte en su cuello. Incluso si el corte hubiera sido menor, con la cantidad de sangre que veo en su ropa dudo mucho que habría sobrevivido luego de ser… exhibida.

—Quisiera un examen un poco más completo antes de enviarla a la morgue. Lo que pueda decirme antes de moverla. Necesito preservar la escena para alguien más.

—¿Preservarla? ¿Quién es tu nuevo amigo Ja…?

El aroma. El aroma fue lo primero que Hannibal notó sobre Will Graham. Le envió una señal eléctrica al cuerpo, como un rayo, una sacudida, una epifanía que cambia tu mundo en un segundo. Podía ocultarlo bajo esa capa de pesada colonia antiferomónica pero jamás engañaría una nariz como la suya. Era el aroma a omega, pero no cualquier omega. Su Omega.

—Lamento la demora, Jack, es difícil conseguir un carruaje en esta ciudad sin un chaperón, he dejado a Matt allá atrás para que lo mantenga cer… ¿Jack?

—Dr. Lecter, este es Will Graham. Mi protegido dentro de la fuerza, mi arma secreta. El primer y por ahora el único miembro omega del cuerpo de policía de Londres.

Will Graham no era como ningún omega que Hannibal hubiera visto antes. Su aspecto era confuso por decir lo menos. Era sin duda el reflejo del conflicto que el hombre debía tener entre su género primario y secundario. Tenía el cabello más largo de lo usual en un varón pero mucho más corto que una mujer, rizos color chocolate que acariciaban su rostro, especialmente cuando se quitó el sombrero de fieltro.

Usaba corsé, lo veía por la curva de su cintura, la chaqueta era moda omega sin duda, si bien el corte era algo menos ajustado. La camisa tenía una corbata blanca con encaje y el faldón trasero era un poco más largo de lo normal. Sus pantalones eran altos y ajustados como los del propio Hannibal, en un tono de gris algo más claro que su chaqueta. Sus hermosos ojos azules evitaron su mirada en cuanto los posó en él.

—¿No te agrada el contacto visual, por lo que veo?

—Los ojos son engañosos, ves demasiado, no ves lo suficiente… Le pido que no se ofenda pero me es muy distrayente ver a la gente a los ojos—Algo, y Hannibal no estaba seguro de que en ese momento, era especial sobre ese omega tan extraño. Pero definitivamente lo iba a averiguar.


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