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Su Salvación por JennVilla

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La luz natural en las instalaciones del Ministerio parecía ser más brillante que en las oficinas de Azkaban... y Azkaban propiamente.

Draco entrecerró los ojos y se obligó a caminar a la par con el Jefe Auror para no dar más espectáculo del que estaba dando. Aunque hoy parecía ser un día en que poca gente estuviera rondando por el Ministerio, algunos magos y brujas estaban apareciendo por diferentes pasillos y chimeneas y observaban a Draco con mal disimulado desprecio.

Esas miradas no afectaban en nada a Draco, ya no.

Recién condenado a Azkaban, con un juicio por demás injusto donde no habían estipulado tiempo de condena alegando que había cosas más apremiantes que preocuparse por el destino de un mortífago, Draco había estado al borde de la desesperación y la locura pues no sabía cómo lidiar con las burlas y maltratos de los demás... Había pensado que no podía soportarlo.

Pero ahora, se sorprendía de la entereza que había sabido conservar a base de mucho esfuerzo y soledad. A base de convencerse de que él no era la clase de persona que los demás pregonaban y acusaban. Él no era un asesino ni torturador. Él sólo había sido una víctima más; una que había estado en el lado equivocado. Una que cuando quiso dar marcha atrás, no pudo, por conservar su vida y la de los suyos.

Pero de poco había servido entonces... Sólo él había sobrevivido...

Y ahora también iba a perder la seguridad que le habían brindado las cuatro paredes en su celda. Era irónico y absurdo pensarlo, sí. Pero allí en esa fría y pequeña celda había estado a salvo de miradas acusadoras y recriminatorias, de aseveraciones venenosas y de apelativos incriminatorios. Estaba al desnudo y al descubierto ahora... Y solo.

Draco al parecer había estado muy perdido en sus pensamientos pues no se había dado cuenta de que ya estaban en una pequeña oficina cómodamente amoblada y con colores cálidos contrastando significativamente con lo que se había acostumbrado casi un año.

Era muy extraño que eso le infundiera un poco de paz y sosiego.

—Bueno. Se supone que ahora tendré que hacerte firmar un estúpido papel donde te comprometes de ahora en adelante a ser un chico bueno, so pena de volver a las comodidades de Azkaban.

El Jefe Auror caminó perezosamente alrededor del escritorio y se sentó en la silla alta que precedía a este.

—Dime... ¿En qué piensas ocuparte ahora, pequeño mortífago? Quizás considerarías ser un conserje en algún sitio de mala muerte o... Oh sí, he escuchado de algunos jovencitos que aprovechan sus buenas cualidades físicas para-

—Buenas tardes.

La voz tan terriblemente familiar hizo que Draco prestara nuevamente atención a su presente y se girará rápidamente hacia la puerta.

Potter.

Eso no podía estar pasando; Draco no se creía con fuerzas para fingir serenidad e indiferencia ante Potter... Especialmente ante él.

El único que había sido capaz de aferrarlo a la tierra con sus persecuciones y vigilancia. El único que había logrado sembrar algo de esperanza en el desesperado corazón de Draco en sexto año.

Esa esperanza que significaba saberse importante para alguien... aunque de alguna manera retorcida debido a la obsesión que había tenido el Gryffindor con atraparlo con las manos en la masa. Eso hacía un mundo de diferencia con la horripilante importancia que él tenía en el círculo del Señor Tenebroso y sus propios padres.

—Ah... señor Potter. Pase, por favor, ya tenemos casi todo... listo.

Potter por fin fijó su mirada en Draco y esa repugnancia que Draco esperaba en sus ojos, no apareció. Y eso le sorprendió.

—Malfoy. —saludó él con una leve inclinación de cabeza.

Draco no respondió el saludo. Y si hubiera querido hacerlo, no hubiera podido. Su voz había desaparecido hace mucho tiempo... En buena parte por la desesperación de los primeros días en Azkaban.

—Deberías ser más cordial con quien sacó tu culo de prisión, rubito. Ah, pero que digo... ¿Ustedes los mortífagos si saben de agradecimiento?

Draco ignoró el insulto y sólo prestó atención a lo otro.

¿Fue Potter quien testificó a su favor? ¿A él le debía su libertad?

Oh... Su vida se encargaba de mostrarle cada día lo muy cabrona que podía ser.

—Le agradecería que dejara sus insultos y pullas para otro momento, Jefe Johnson. Le recuerdo que habíamos acordado que-

—Ya, ya, lo recuerdo muy bien señor Potter. Le aseguro que no volverá a pasar. A fin de cuentas, esta es la última vez que nos veremos ¿no, Malfoy? A menos que vuelvas a tus andanzas.

—Johnson. —la voz de Potter era amenazante y baja. Draco sintió un breve cosquilleo reconfortante.

Johnson puso los ojos en blanco e ignoró olímpicamente la amenaza en la expresión corporal de Potter.

Moviendo su varita, hizo aparecer un pergamino con una pluma.

—No hay necesidad de que leas, Malfoy. En realidad no deberías tener-

—Johnson, por favor haga lo que tiene que hacer para que esto termine de inmediato. —advirtió Potter.

El Auror suspiró audiblemente y firmó sin cuidado el pergamino para luego acomodarlo en dirección a Draco.

—Firma, Malfoy —dijo Potter con voz neutra—. Yo ya me he encargado de verificar el contenido del pergamino.

¿Cuándo? Se preguntó Draco sin mucha curiosidad para luego inclinarse en el escritorio y firmar. Hacía mucho que no sostenía una pluma entre sus dedos... La sensación, casi tan nueva ahora, le traía recuerdos felices de sus primeros años en Hogwarts.

Luego de otras palabras cargadas de sutil veneno por parte del Auror y otras advertencias mezcladas con amenazas de Potter, Draco salió de la oficina y tras él Potter.

—Hoy es tu día de suerte, Malfoy. Justo hoy empiezan mis vacaciones de la Academia de Medimagia... Así que podemos irnos sin ningún problema.

¿De qué estaba hablando Potter?

Draco se permitió obsequiarle una mirada llena de desdén y siguió adelante sin mirar atrás. Tenía que empezar de nuevo, y no había tiempo para tonterías.

Pero se le olvidaba que la vida era una jodida cabrona con él.

Potter le alcanzó y sujetó su brazo sin ejercer mucha fuerza.

— ¡Merlín Malfoy! Qué delgado estás... En fin, ¿a dónde crees que vas? Te dije que nos vamos. De viaje, específicamente.

Draco le frunció el ceño y trató de transmitirle con la mirada, lo estúpido que le parecía todo eso. En especial, el mismo Potter.

—Pues sí, te vas conmigo —dijo Potter, tercamente—. De alguna manera me lo debes.

Draco hizo un ruido con su garganta, un ruido despectivo.

—Me importa bien poco lo que quieras o no, Malfoy. Hice una promesa a tu madre y voy a cumplirla.

Su madre...

La atención de Draco recayó completamente en Potter con avidez. ¿Qué promesa había hecho Potter?

—Voy a explicarte mejor cuando hayamos comido algo y cuando tú te hayas duchado un poco y... bueno, las cosas que consideres necesarias.

Draco ignoró el hecho de que seguramente para los cánones de aceptación de Potter, él no cumplía con las expectativas por su precaria presentación personal. Lo único que le importaba ahora era el asunto de su madre. Dejar que un recoveco de su corazón, aquel que pertenecía a ese pequeño niño rubio que dormía contento después de una canción de cuna de su madre, se reuniera con un último recuerdo de aquella mujer que a pesar de todo, amó a su hijo sin reservas.

Draco debía seguir a Potter y confiar en él; hacerlo antes de dejar todo atrás y empezar nuevamente.

Pero no contaba con que inmediatamente de haber comido algo decente después de tanto tiempo, y luego haber intentado regresar la imagen del antiguo Draco Malfoy, Potter se lo llevara casi a rastras por medio de varios Trasladores a Francia.

Definitivamente, la vida era una perra cabrona.


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