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La Familia Dumá por Cat_Game

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Capítulo dos


La confusión


 


No puedo asegurar en qué momento me quedé dormido durante la madrugada, pero el sonido del despertador me hizo abrir los ojos y bostezar con fuerza. Moví mi cuerpo a la derecha y apagué el reloj. Aunque eran vacaciones, no podía perder el hábito y cuidaba mis horarios de rutina; del mismo modo debía reunirme con mi padre en las juntas matutinas que hacía en compañía de los líderes.


Salí de la cama y caminé hacia el baño. Mi rostro lucía más pálido de lo común en el reflejo del espejo sobre el lavabo; sentía el cuerpo hinchado y como si hubiera recibido un tipo de entrenamiento brutal. Todos mis músculos ardían y mi cabeza daba vueltas. Había pasado casi toda la noche llorando, y había ignorado mis obligaciones del horario matinal. Todavía dolía aquella memoria del día anterior, cuando había besado a Stephan y él me había rechazado; y durante toda la noche me había cuestionado por qué dolía tanto si había sido algo que había contemplado como la posibilidad más factible.


Desistí de las dudas, así que me desvestí y entré en la regadera. Me duché con rapidez, regresé a la habitación y me cambié. Otra vez opté por la sudadera ligera de color gris y unos pantalones de mezclilla sencillos; me puse mis tenis casuales de suela blanca y salí de la habitación.


Bajé por las escaleras de un pasillo adornado con unas macetas de interior, luego entré por la izquierda y arribé al corredor que conducía hasta la oficina de mi padre. Antes de entrar encontré a Michael en el camino; él también iba rumbo a la puerta de la oficina y lucía igual que siempre.


—Buenos días, Joven Dumá —dijo Michael con una voz que reconocí como pretensión; algo que usaba cada que se refería a mí cuando estábamos cerca de la oficina de mi padre—, pase, por favor —agregó al abrir la puerta.


—Gracias —dije con seriedad y me adentré a la habitación.


En la oficina ya estaba mi padre en su silla usual, el señor Harrington de pie junto a mi padre, Alice en una silla extra frente al escritorio y Kile parado junto a un mueble de trinchador a la izquierda. Yo caminé hacia la silla que correspondía a mi asiento y me senté.


—Llegas tarde, Michael —mi padre pronunció al aire; sacó un puro de la cajita metálica junto al lapicero y teléfono negro con forma de estrella, lo cortó por la punta, usó el encendedor dorado y fumó—. Gunther, no quiero que vuelvas a llegar tarde tú tampoco.


Afirmé con la cabeza y esperé por más palabras de regaño. Sin embargo, no llegaron; la junta inició de inmediato.


—Ayer estuve revisado algunas opciones para tratar el tema de Aram Vega —mi padre dijo con su voz pacífica—, y creo que hemos encontrado al mejor asesino.


—Señor Dumá —Kile interrumpió—, ¿cree que es lo mejor?, ¿contratar a un asesino externo?


Mi padre fumó con profundidad y sonrió con descaro. Podía reconocer sus muecas por todo el tiempo que lo había observado en las juntas con sus subordinados y clientes.


—Será lo mejor, Kile. No quiero reproches, ni opiniones ridículas. Su nombre es reconocido en las esferas del gobierno, y es un vengador. El problema es asegurar el precio que pone por cabeza y convencerle de que nuestra víctima merece dejar este mundo. Pero ustedes deberán preocuparse por otro asunto. Alice, viajarás a la Isla Volcanes, en el territorio del País Bow, te encontrarás con uno de los asesinos del Dragón del Este y recibirás una memoria con información valiosa sobre Vega y su grupo que el Dragón posee. Kile, estarás a cargo de las transacciones aquí en Biannko y el puerto de Nogami; pero supervisarás la frontera del este del Estado. Michael, viajarás a Woods, y ahí recolectarás el tercero de los paquetes que Harriet nos vendió, ¿queda claro? Nadie se involucrará en Gold por ahora. Harrington les entregará los detalles de sus misiones, así que retírense y síganlo. Tú, Gunther, quédate.


La junta había terminado demasiado rápido, y mi padre lucía molesto; aunque no podía asegurar si era por los comentarios de Kile, o si había sido por mi llegada tardía. La oficina quedó en silencio y lo único que hice fue aguardar.


—Gunther, quiero que veas esta información y que pienses con sumo cuidado tu respuesta. El asesino al que contrataremos es muy…peculiar.


La carpeta que ofreció mi padre contenía documentación sobre los asesinatos del sujeto, así como algunas pistas de exclusividad. El tipo no aceptaba cualquier trabajo, justo como lo mencionaba mi padre, y si la víctima no entraba en el perfil que él consideraba como “válido”, entonces negaría el servicio. Leí a toda prisa y localicé algunas palabras de interés; justamente como mi padre había informado, el tipo era una clase de vengador.


—¿Y bien? —solicitó mi padre al retirar el papel de mis manos—, ¿qué es lo que piensas?


—No será difícil que acepte el negocio —resolví—, aunque no será suficiente para que trabaje bajo nuestra petición si sólo le damos el nombre de Vega.


—No esperaba menos de tu respuesta y análisis.


—Ayer me dejaste ver algunas cosas respecto a Vega, ¿por qué no usar a su red de contactos?


—Explícate —demandó mi padre al dejar el puro en el cenicero.


—Hacer un juego cruel y confuso para él y el Saltamontes. Vega odia la traición, ¿no es así? Y si usamos toda esa información de su grupo en su contra, ofrecemos a todos sus aliados y luego quemamos Luna para mandar el mensaje final al Saltamontes, ¿no crees que sería una buena opción? Además, el tipo hace públicas las muertes, así que Rhys Connor y su familia podrán ver todo eso para que no olviden que su enemigo es Dumá.


Mi padre se puso de pie, caminó hacia mi lugar y esto me sorprendió. Su mirada era pesada y penetrante; también sus ademanes mostraban seriedad. ¿Había dicho algo erróneo?


—¿Por qué llegaste tarde? —preguntó mi padre y creí que era una estrategia inusual.


¿Realmente deseaba discutir sobre algo tan banal como eso? Moví la cabeza hacia el lado contrario de su imagen y pensé que había notado el cansancio en mi rostro y mis ojos inflamados por el llanto constante.


—Responde, Gunther, y mírame a los ojos.


Obedecí. Contemplé a mi padre y suspiré.


—No pude dormir —revelé una parte de la verdad.


—Si vuelve a pasar, habrán consecuencias. Vete.


Me puse de pie, caminé hacia la salida y abandoné la habitación a toda prisa. Percibía frustración en mi interior, ya que había creído que mi padre estaba preocupado por mí, pero no parecía así. Del mismo modo, en esos instantes, me consumía el dolor, la desesperación y la confusión.


Por unos minutos vagué por la mansión; pero detuve mis pasos al recordar que tenía entrenamiento ese día. Acepté la realidad de mi rutina, y me dirigí hasta el jardín trasero, pasando la catarata artificial y el cementerio general.


En la zona de entrenamiento se encontraba un grupo de personas recién reclutadas en la organización, así como algunos jóvenes que pertenecían a las familias que trabajaban para mi padre. Saludé al entrenador Santos, un hombre gordo de tez morena y uniforme de color rojo; me coloqué en el área de tiro y encontré a Stephan en una de las casetas de práctica. Tomé uno de los cascos, los lentes de protección y audífonos anti-sonido. El entrenador me entregó una pistola de nueve milímetros y me coloqué en una caseta de dos paredes.


Los objetos eran como cuerpos humanos de metal que tenían líneas y colores que indicaban los campos más sensibles en un ser humano. Disparé tres veces seguidas en la cabeza, en la zona roja donde se encontraba la zona entre ojos, nariz y frente; las tres balas entraron en el lugar de mayor daño y guardé una sonrisa. Por lo menos esa energía acumulada por la frustración con mi padre podía transformarse cada que sentía la pistola en mis manos y a las balas salir. Otra vez tiré del gatillo, y esta vez las balas hicieron hoyos en la zona roja del pecho, donde se encontraba el corazón. Luego proseguí y di en las franjas amarillos de todo el pecho y abdomen. Sabía que los puntos débiles daban una ventaja cada que debía enfrentar enemigos.


—Bien, bien —el entrenador dijo con su voz gruesa y pesada—, vamos a pasar a los blancos móviles.


La arena de disparos se modificó y los rieles fueron activados. Había un montón de latas y botellas de vidrio colocadas en las bandas que se movían por los rieles del piso. Enfoqué la visión y derribé a los objetos con cada uno de los disparos. Para mí no era difícil, pues desde que había aprendido a hablar, mi padre me había enseñado a usar armas blancas, de fuego y otro tipo de defensa y combate.


Durante casi una hora la práctica siguió igual, hasta que el entrenador Santos nos dividió en grupos. Sin embargo, la división fue justa, pues Stephan quedó en el equipo contrario, junto a Raúl, el segundo mejor soldado de nuestra generación; en la otra mano, en mi equipo yo sería el comandante y Lizbeth mi segunda al mando. Lizbeth era la hermana gemela de Raúl, y era, también, una de las mejores.


—El equipo azul contra el equipo rojo; después de cinco disparos en zonas débiles o uno en zona roja ya no podrán continuar. Usen sus cascos y armaduras y elijan sus armas. Recuerden, sus comandantes no deben morir.


Para ese entrenamiento usábamos unas armaduras que tenían un sistema inteligente de procesamiento que indicaba daños, estadísticas y de más a través de los hologramas que aparecían gracias a los lentes amarillentos que eran parte del casco; las armas estaban conectadas al mismo sistema y disparaban pintura falsa para mostrar el daño. Si la pintura caía en nuestro rostro y pecho, se reflejaría en color rojo, pero si caía en una zona como las piernas, pintaría color amarillo.


—Tienen veinte minutos para derribar al enemigo. ¡A la carga!


El terreno donde entrenábamos con el sistema inteligente abarcaba la zona de tiro, el cementerio pequeño, una parte del lago y la cabaña antigua. Yo me moví con rapidez y di órdenes a través del auricular de diadema incluido en el casco; Lizbeth guiaba a un grupo de asalto y yo al grupo de sorpresa. Los disparos comenzaron y reconocí la energía que se expandía por mi cuerpo; era una actividad reconfortante.


Derribé a cinco enemigos, pero recibí un disparo en la pierna derecha. Mi pantalón se había manchado de color amarillo, aunque no me importó; al final, esa pintura era como un holograma que la armadura provocaba, no era permanente, era una especie de ilusión. Al avanzar hacia la cabaña, derrotaron a dos de mis aliados y tuve que esconderme. Le di en la cabeza a tres integrantes del equipo azul y entré a la cabaña.


El sitio estaba desolado, con muebles viejos de madera que tenían capas de polvo. La chimenea antigua estaba llena de cenizas, pero daba un toque rústico al sitio. Anduve con cautela y apunté a mi izquierda con la metralleta básica que usaba; miré hacia las escaleras y encontré a una persona. Stephan no disparó, ni yo; los dos nos contemplamos y aguardamos.


Lo primero que pensé fue en el rostro de impacto que Stephan había mostrado el día anterior; luego mi cuerpo fue invadido por la sensación de sus labios sobre los míos. Bajé el arma y suspiré.


—¿No vas a seguir peleando? —Stephan preguntó con un tono fuerte.


Negué con la cabeza. Di la media vuelta y caminé hacia la entrada; empero, un disparo sonó y otra mancha apareció en mi otra pierna.


—Tienes dos disparos en las piernas, ya has perdido tu movilidad.


Era cierto, con ayuda del casco podía ver una pantalla de holograma que proyectaba mi cuerpo y las dos zonas que indicaban mis heridas; estaba vulnerable, ya que había perdido la capacidad de moverme con rapidez.


—Gunther —Stephan pronunció mi nombre al acercarse a mí con su arma en alto—, responde, ¿por qué lo hiciste?


Sostuve la mirada de Stephan y no dije nada. Sin embargo, creía que no era el momento de hablar sobre algo así de privado.


—¡Gunther! Te estoy haciendo una pregunta.


Stephan cerró la puerta, bajó su arma, usó una silla vieja para bloquear la entrada y volvió a encararme. La distancia entre ambos era corta y afuera de la cabaña se escuchaban los sonidos de los tiroteos simulados por el sistema inteligente y los gritos del resto de nuestros equipos.


—¿No es obvio? —por fin hablé—, tú dime, ¿por qué otra razón una persona besa a otra?


—Existen muchas razones —contrapuso Stephan—, como un simple deseo por el sexo, o porque tienes curiosidad…


—No seas ridículo. La primera razón por la que damos un beso de ese tipo es porque hay sentimientos de por medio.


—Sentimientos… —repitió Stephan.


—Sí. Y si vas a decirme que estoy confundido, o a reprochar que ese tipo de “curiosidad” —hice hincapié en esa palabra—, es errónea, entonces ahórrate tus comentarios, porque no es curiosidad. Sí, Stephan, soy gay, y en estos momentos tú eres el único que lo sabe. Pero descuida, no voy a obligarte a nada, ni mucho menos a hostigarte o a insinuar algo. Me quedó claro que es mejor alejarnos.


Retiré el casco y automáticamente perdí la batalla dentro del entrenamiento. El equipo azul obtuvo la victoria, puesto que si el líder perecía el juego acababa. Moví la silla e ignoré a Stephan; salí de la cabaña y llegué hasta el entrenador.


—¿Joven Dumá?, ¿por qué se retiró? —cuestionó el hombre.


Dejé el equipo de entrenamiento en una de las mesas que se usaban para mostrar armas, me excusé y abandoné el sitio. Pensaba que Stephan no había tenido intenciones de discutir ya que no me había detenido y otra vez había mostrado esa mirada de incredulidad.


Al llegar a mi habitación, me encerré y caminé hacia el ventanal de la terraza, salí al balcón y me senté en la baranda con la espalda en la pared. Podía ver una parte del jardín trasero, de la cascada artificial y del cementerio, y a la izquierda estaba el camino que guiaba a la piscina, el jardín privado con caminos de arcos llenos de plantas y la residencia. El cielo ya estaba nublado y la temperatura bajaba. Ese día era pésimo, y lo peor era que le había revelado un secreto a Stephan; ¿le diría a su padre?, ¿usaría esa información en mi contra?


Ignoré mis pensamientos y contemplé el panorama. La soledad era inminente, y se postraba en mí, en mis alrededores y en mis acciones. Recordé una escena, de una ex-compañera de clase, que había mostrado en un proyecto social fotografías de ella junto a su madre, donde las dos se abrazaban con cariño. Yo nunca había experimentado un abrazó así, lo más cercano a un mimo era el recuerdo junto a mi padre; yo me colocaba detrás de él y sujetaba su pantalón de tela fina…porque había estado asustado al conocer gente nueva. Y, aunque mi padre no había hecho más que tocar mi cabeza, él me había presentado como el heredero de la familia Dumá. Había dicho que yo era su hijo y nada más.


Durante mi infancia, mi padre no me había permitido llorar por caprichos, y me había inculcado que mostrar sentimientos era un error. Teníamos muchos enemigos que podían usar cualquier ventaja para destruir a nuestra familia, por eso lo comprendía.


Bajé de la baranda y busqué en la habitación mi computadora portátil. Volví a la terraza, pero esta vez me senté en la silla junto a la mesa blanca de té; prendí el ordenador y entré a la red. Usaba la seguridad instaurada por mí para bloquear a los hackers que trabajaban para mi padre; tenía mi IP protegida incluso de mi propia organización. Primero opté por navegar sin un rumbo por páginas de foros para leer historias de gente que había tenido el valor de expresar sobre su sexualidad con sus familias, luego visité una web pornográfica con contenido homosexual y busqué unos vídeos. En realidad no era por los actores guapos y con cuerpos esculturales, en realidad veía esos vídeos para alimentar ilusiones y falacias, ese tipo de sueños donde la realidad era otra. Una realidad perfecta dónde Stephan también era gay, y donde nos besábamos y tocábamos.


Cerré la página porno y preferí no lastimarme más de lo que ya me sentía herido. Ahora entré a los archivos de la familia de los Dumá y busqué el árbol genealógico. Mi padre estaba unido con una línea entrecortada por pequeñas rayas a una persona de nombre Catherine Brisón. Esa mujer tenía el símbolo que indicaba defunción a un lado de su nombre. Hice las cuentas y volví a asegurar que ella había muerto el mismo año que yo había nacido, tres semanas después de mi cumpleaños. Si pulsaba el botón izquierdo del ratón sobre el nombre de mi madre, una ventana extra se desplegaba; se suponía que ahí debía existir más información sobre ella, pero el archivo electrónico estaba vacío a excepción del puesto. El puesto de Catherine decía: Traidora.


¿Qué había hecho mi madre?, ¿quién había sido ella en realidad? No me quedaría con la duda, así que busqué en la red más información sobre la familia Brisón. Había tres líneas de descendientes con ese apellido, y una de ellas había terminado con la muerte de la hija de un tal Arthur Brisón. Ellos eran soldados y navegantes de la marina, mientras que las otras líneas familiares habitaban en otros países. Intuí que Arthur Brisón debía haber sido mi abuelo por parte de mi madre, pero si había sido un marino, como decía la nota de la web, entonces había pertenecido al gobierno. Quizás mi madre había revelado información a su propia familia.


Sin embargo, noté otro detalle; el señor Arthur y su esposa habían muerto en un accidente inusual que la policía había considerado poco sospechoso como asesinato por pruebas insuficientes para abrir una investigación. La fecha de muerte coincidía casi con la de mi madre. Sospeché que mi padre era tan cruel que incluso dudaba de quienes amaba. ¿Dudaba de mí también? ¿No me amaba de verdad?


Decidí salir de la red y borrar todos los registros del sistema remoto y las direcciones indicadas por el servidor inicial. Tampoco iba a desconfiar de mi padre, porque, al final, él era mi única familia.


De manera insegura, me puse de pie, caminé hacia la habitación y dejé la computadora en el escritorio. Mi cuerpo se quedó inmóvil frente a la mesa; mi mirada estaba fija en los libros apilados que tenía todos referentes a la historia de los Dumá. Había hecho investigaciones extensas para conocer todo lo necesario, deducir las formas de liderazgo y aprender de ellos. Lo había hecho para obtener dos cosas: mejorar mis habilidades y conseguir una frase de amor por parte de mi padre.


Sin previo aviso, tocaron la puerta y la intentaron abrir; empero, yo había colocado el seguro previamente.


—Joven Dumá —resonó la voz de uno de los hombres de mi padre—, su padre desea verlo de inmediato.


“De inmediato”, dije en mi mente. Otra vez quería hablar sobre los asuntos de la organización. Acepté la orden, abrí la puerta y encontré al guardia con su metralleta a la vista. Eso era inusual, pues ninguno de los centinelas de la casa mostraban sus armas a menos de que existiera la posibilidad de algún peligro.


—Sígame, por favor —reiteró el hombre.


Si era escoltado, entonces algo muy malo había ocurrido. Caminé junto al hombre por los pasillos, luego pasamos por algunas escaleras hasta arribar al ala oeste de la mansión. El hombre abrió la puerta y me indicó que debía entrar; obedecí y encontré a mi padre junto al señor Harrington.


Mi mente sacó deducciones variadas. Tal vez Stephan le había revelado a mi padre mis palabras, quizás le había hablado del beso del día pasado, o era probable que habían recibido información del asesino que estaban por contratar.


—Siéntate —indicó mi padre. Estaba parado detrás de la silla café elegante, junto a su mano derecha.


Caminé hasta la silla frente al escritorio y tomé el lugar. Dos guardias más entraron a la oficina y cerraron la puerta con seguro. Guardé la cama y esperé a que mi padre iniciara la conversación.


—¿No vas a preguntar qué pasa? —mi padre inquirió con un rostro molesto.


No dije nada. Mantuve la mirada al frente y contemplé a mi padre.


—Gunther —suspiró mi padre al reiniciar sus palabras—, no comprendo tus actitudes. Pero si quieres jugar al occiso entonces por mí está bien. Uno de los hackers indicó que bloqueaste tu computadora otra vez, y debido a que no es la primera vez que lo haces, y que ya te había advertido que no lo hicieras, no me dejas opción. —Mi padre caminó hacia la zona externa del escritorio y dio unos pasos detrás de mí. Prosiguió—: te voy a dar una última oportunidad, Gunther, así que habla.


—Lo hice para ver…pornografía —repliqué con calma. No había mentido del todo, pero no estaba dispuesto a encarar a mi padre a sabiendas de que yo no significaba más que una forma de continuar con la familia.


—Ah, porno —repitió mi padre al colocar sus manos sobre el respaldo de mi silla—, claro. ¿Y porqué bloquear la computadora por algo tan absurdo?


De manera obvia, escuché que los dos guardias de la puerta retiraron los seguros de sus metralletas; también vi que el señor Harrington sacó su pistola de nueve milímetros. ¿De verdad mi padre creía posible que yo traicionaría a la familia?


—Porque es algo indebido —dije en mi defensa.


—Por favor, Gunther, todos aquí hemos visto porno. No tiene nada de malo, mucho menos a tu edad.


Otra vez oí con atención. Abrieron la puerta y otra persona entró a la oficina. Era uno de los hackers de mi padre, Omar. Era un tipo de unos veintitantos años, de aspecto descuidado, con un par de lentes grandes y una camisa de cuadros abierta que mostraba una playera de videojuegos que iba con su imagen de chico nerd. Omar colocó mi computadora en el escritorio y conectó un cable especial para entrelazar su Tablet con mi ordenador. Omar tecleaba y no sé qué más hacía con exactitud, pero supuse que buscaba todas las direcciones que había navegado el día de hoy.


—Dime, Gunther, ¿vamos a tener que hacer esto cada que quieras ver porno? —mi padre cuestionó al moverse hacia la izquierda y quedar frente a mí.


Yo, por mi parte, mantuve la mirada baja.


—No hay nada, Señor Dumá —Omar dijo con su voz jovial y asustadiza.


—¿Nada?


—Nada. La base de datos remota está vacía. Entró a la red, pero sólo están dos páginas guardadas. Una del día de ayer, y otra de hace una semana. Nada de las páginas visitadas hoy. La primera del día de ayer es Good-buy, la página de shopping, y la otra es My-game, para jugar en línea.


—Gunther, borraste los registros —mi padre usó un tono severo para opinar—, mírame de frente y miénteme.


Titubeé por unos segundos. Después alcé el rostro hacia Omar y reconocí una mezcla de intriga y admiración cuando nuestras miradas se encontraron. Luego dirigí la atención a mi padre e hice un esfuerzo por no mostrar miedo. Mi padre sonrió con molestia y sacó de su gabardina una pistola personalizada en color plata y oro, con la insignia de nuestra familia en la cámara de las balas. Colocó su arma sobre la mesa.


—Te escucho —insistió mi padre.


Suspiré y tragué saliva.


—¿No tengo derecho a sentirme triste? —arrojé la pregunta como una especie de dado al azar. ¿Mi padre jugaba conmigo para probar mi resistencia en una situación de alto riesgo, o realmente deseaba matarme?


—¿Disculpa?


—Sí —compuse con fuerza—, dime, ¿no tengo derecho a sentirme triste?


—Gunther, ¿qué tiene que ver eso con la porno?


—Que estoy… —agaché el rostro y volví a suspirar—, estoy… Me siento mal, padre. Muy mal. —Me percaté de que mi voz salía un poco quebrada. Continué—: porque…porque…tengo miedo.


—¿Miedo? Por favor, un Dumá no puede darse el —empero interrumpí sus palabras.


—Lo sé, un Dumá no puede darse el lujo de sentir miedo. No puedo…no debo sentir miedo. Pero lo siento —hasta ese instante me di cuenta de que mis ojos estaban acuosos y lágrimas comenzaron a caer—, no puedo…no puedo más, padre. Ya me cansé de esconder la verdad, de ocultar lo que siento.


Por unos minutos no hubo respuesta. Mi padre indicó que todos debían salir, así que los subordinados obedecieron, incluido el señor Harrington. De pronto, mi padre tomó su arma, caminó hacia su lugar y se sentó.


—Habla.


Limpié mi rostro y analicé a toda prisa. ¿Moriría si le revelaba sobre mi sexualidad?, ¿me dispararía si le pedía un mimo?, ¿me castigaría por haber besado a Stephan? Entonces, negué con la cabeza.


—Es la última oportunidad, Gunther, antes de que use algún método extremista. Sabes muy bien que no quiero dramas ridículos e innecesarios. Habla.


Aclaré la garganta y levanté el rostro. Mis lágrimas volvieron a salir y encontré la misma mirada fría en mi padre.


—No me amas, ¿verdad? —cuestioné con dolor.


—¿A qué viene eso? ¿A caso te ha faltado comida, un techo, educación, cualquier capricho que has tenido?, ¿o crees que te he ignorado? Por favor, Gunther, no hagas reproches de un niño inmaduro, no te crié para estas idioteces.


—No me amas… —repetí con la voz al borde del lamento—, y por eso jamás…nunca me vas a aceptar por quién soy. Tú sólo me ves como un objeto para continuar con la familia.


—¿Alguna vez te he negado algo? ¿No lo ves? Ahora tienes información de nuestras transacciones, tienes derecho a las negociaciones, porque te considero importante.


—Para la organización. Y eso está bien. No lo malinterpretes, padre, pero no me siento mal por ser parte de esta familia, pero…tú…tú jamás me verás como tu verdadera familia.


—Gunther, eres mi hijo.


—Por un vínculo sanguíneo. Y porque necesitas a un heredero. Pero, ¿sabes qué? Si supieras la verdad sobre mí, entonces me abandonarías, me quitarías el puesto del heredero y me matarías. No soy estúpido. Sé que tienes amantes y tal vez otros hijos que pueden ocupar el puesto si yo dejo de seguir tus órdenes.


No hubo respuesta. Otra vez limpié mi rostro y di un respiro profundo para tranquilizarme.


—¿Ya acabaste con tu desplante de niño pequeño?


La respuesta de mi padre arrojó la última bomba que detonaría mi sanidad. ¿Cuánto más podría aguantar?, ¿cuánto más sentiría esa soledad que me consumía? Ya no podía seguir así; y si debía pelear, entonces estaba dispuesto a destruir a mi padre.


—No es un desplante. Te digo todo esto porque es la verdad. Y la razón por la que te digo esto es porque…eres mi única familia, padre; pero nunca me has demostrado tu amor sincero. Así que te lo diré de una buena vez. Sí, estaba viendo porno, eso no es mentira, pero borré los récords como siempre porque entonces descubrirías la verdad de mí. —Me puse de pie y toqué el escritorio con mis dos manos para encarar a mi padre. Sonreí con el rostro empapado y agregué—: porque la porno que veía hace unas horas era gay. Sí, padre, soy homosexual, ¿o no lo habías notado? Y este secreto me está matando, porque tengo pavor, terror de que tú lo sepas, de que alguien más lo sepa. La gente me rechaza porque soy muy serio o porque no tengo carácter como tú —agaché el rostro y caí sobre mis rodillas para llorar en el escritorio, con la cara escondida—, y…lo he ocultado para que no me odies…porque si no me amas, entonces me vas a matar, ¿cierto? Yo no puedo ser el heredero, porque conmigo la familia se condenará…


No pude continuar con mis palabras, pues el llanto era más fuerte que yo. Cerré los puños y dejé que mi cuerpo cayera por completo al suelo. Cubría mi rostro y sollozaba con dolor. Añoraba el calor de mi padre, que demostrara que todo estaba bien, pero ya había visualizado la situación con anterioridad y estaba cien por ciento seguro de que mi padre no reaccionaría así. Me había convencido de que esa sería la realidad, pero…vivirla era distinto. Y dolía. Nuevamente dolía, como algo pesado y ardiente en mi pecho, que cortaba mi respiración y que consumía cada parte de mi interior. Otra vez, justo como cuando había besado a Stephan, sentía ese desconsuelo que tanto me había convencido de que sería capaz de sobrellevar.


—Levántate —la voz de mi padre se hizo presente.


Calmé mis lamentos, sequé las lágrimas de mis mejillas, me incorporé y contemplé a mi padre. No encontré emoción alguna en su rostro y sollocé en silencio.


—Deja de llorar, Gunther, ya no eres un niño pequeño. Vete. Nos vemos mañana en la junta matutina, así que no llegues tarde otra vez.


—También busqué información sobre mi madre —revelé con la voz quebrada.


Mi padre suspiró y asintió levemente con la cabeza.


—Ve a dormir, Gunther. Tu computadora se quedará aquí, así que sal de la oficina.


—¿No…no vas a matarme?


—Dije que salieras, Gunther. No me hagas repetirme.


Di la media vuelta y caminé hacia la salida. ¿Por qué mi padre no decía nada más?, ¿por qué no sujetaba su arma y me amenazaba?, ¿por qué me dejaba ir ileso? ¿Qué debía comprender de sus actos y palabras? Al llegar a la puerta, la abrir y salí con rapidez. Corrí de vuelta a mi habitación y evité los caminos llenos de guardias. Estaba completamente confundido.


 


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