Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Memory Serves por Sabaku No Ferchis

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

¡Hola! Hoy vengo con este One-shot de una de mis OPTs, con motivo del cumpleaños de mi bello Itachi :3 

PD1: Esto va para Itachi y para mi Mary-sempai, por nunca perder la fe en mis ganas por escribir ItaSaso :3

PD2: Necesito dejar de escuchar tanto a Interpol, lo sé :v 

Memory Serves

 ~ItaSaso~

. . .

“Tonight a special memory serves me
And I'll wait to find that I'm gray”

[Interpol – Memory serves]

“And we can find new ways of living make playing only logical harm
And we can top the old times, clay-making that nothing else will change”

[Interpol – Obstacle 1] 

. . .

Al cerrar los ojos, ese pensamiento intermitente vuelve a tu cabeza: El mismo día, a la misma hora, hace un año, estuviste aquí. La gente le llamaría déjà vu, pero tú lo sientes más bien como un recuerdo; un pedazo de memoria difusa que perturba tu mente y tu corazón.

La sensación helada del viento y el sonido del último tren que llega a la estación te resultan familiares. No tienes necesidad de abrir los ojos para visualizar el letrero electrónico en el vagón principal, anunciando la llegada a “Mito”. También sabes que, en cinco segundos, el reloj anunciará las veintidós horas. Pero ningún trozo de esa información te ayuda a entender qué es lo que estás haciendo ahí, y entonces te preguntas, con una sensación de vértigo en el estómago, por qué decidiste salir de casa a la mitad de tal celebración, para ir a ocupar la banca fría e incómoda en los andenes de una estación solitaria.

Pensaste que, si escarbabas bien, hallarías la respuesta. Cerraste los ojos en un intento por revivir algún recuerdo y solo encontraste que te sientes impaciente. Haces movimientos erráticos con la rodilla mientras sostienes con fuerza tu celular, esperando que Izumi o Kisame te llamen para preguntarte dónde rayos estás; aunque muy en el fondo sabes que, si eso llega a pasar, arrojarás el celular a las vías, pues no quieres que nada interrumpa lo que está por suceder.

A lo lejos, el sonido de unos pasos te provoca un tirón en el estómago, como si estuvieras cayendo por un precipicio y, de pronto, algo cortara la velocidad de golpe para devolverte a la superficie; no puedes evitar pensar que es algo parecido a los juegos mecánicos del parque de diversiones al que fuiste con Izumi el año pasado.

Ciertamente, eso no debería parecerte gracioso. Si analizas tu situación, podrías correr peligro: Un extraño está acercándose a ti, casi a media noche, en un lugar solitario, y para colmo, tú tienes los ojos cerrados. Así que lo mejor que puedes hacer es morderte los labios y separar los párpados, cauteloso.

Alguien está sentado al extremo de la banca. El cabello revoltoso y rojo le cubre ligeramente los ojos, pero adivinas que son grandes y de color miel antes de que él gire el rostro hacia ti. Entonces, la sensación de tu cuerpo al mirar a ese chico te resulta familiar, aunque no puedes recordar nada de él. No lo conoces.

—¿Me puedes dar la hora, por favor? —Pide el extraño.

—Son las diez con un minuto—Respondes casi de inmediato, apenas viendo la pantalla de tu celular.

—Las diez con uno, parece que llegué justo a tiempo—Esboza una pequeña sonrisa—. Gracias.

Piensas en seguir la conversación y preguntarle si está esperando a alguien, pero él devuelve la mirada al frente y suelta un suspiro. El tren acaba de irse, ¿quién podría aparecerse en ese momento?

Imitas su acción y miras hacia al frente. Hay un cartel de una película de terror. No te interesa. Tus pupilas se vuelven de reojo hacia el joven taheño y un extraño sentimiento de melancolía se cierra sobre tu pecho. Tu pierna no ha dejado de temblar.

Vamos, por mucho que mueras por preguntarle (¿Nos conocemos?), crees saber cuál es la respuesta. Estás seguro de no haberlo visto antes, porque definitivamente recordarías ese rostro.

—Hace un poco de frío—Su voz rompe tus pensamientos.

—Oh, sí. Parece que hoy la temperatura está más baja que ayer—Respondes de manera cortés—. Debí haber traído un suéter.

El chico exhala, elevando las comisuras de sus labios. De su boca sale un vaho que él mismo ahuyenta con la mano al frotar sus dedos sobre la punta de su nariz, que se ha puesto roja, como una manzana.

De repente, cierras los ojos. El primer recuerdo que brota de tu mente es el sonido de tu voz cuando dijiste “Un día viviremos juntos y la vida será mejor. Mantengo esa idea firme en la cabeza”. La forma de tus labios temblaba con más verdad que mentira; sonreías mientras el sol te calentaba los párpados y ahuyentaba los problemas por un momento. Como si fuera la memoria de otra persona, recuerdas la presión de una mano que sujetaba la tuya, y al voltear, ahí estaba el joven pelirrojo recostado a tu lado, con el rostro sonrojado como una manzana, mirándote bajo la luz del sol.

El recuerdo terminó tan pronto como llegó. Él se percata de que parpadeas aturdido.

—¿Estás bien?

—Err, yo…—Una pausa, intentas evocar otra cosa que te ayude a entender ese extraño recuerdo. No tienes éxito—. Disculpa la pregunta, pero ¿de casualidad nos conocemos?

Él abre la boca. Estás ansioso por escuchar su respuesta. De repente, su mirada baja hacia tu celular, que está vibrando entre tus manos.

El rostro sonriente de Izumi en la pantalla exige que le contestes. Por un pequeño momento, notas que el taheño frunce el ceño, aunque te mira como esperando a que atiendas la llamada.

Ya sabes lo que pasará cuando contestes. Izumi es muy predecible. “Itachi, ¿dónde estás?” Esa voz inocente, adorable y constante: “Te descuido un momento y te desapareces”. Ella dice eso la mayor parte del tiempo, sobre todo cuando va a buscarte al área de cardiología para regresar juntos a casa y tú no estás ahí. Ahora que lo piensas, suena como una esposa celosa, pero tú sabes que esa es su manera de preocuparse por ti, y es una de las razones por las cuales te enamoraste de ella (o al menos, eso es lo que dice tu madre).

Sin embargo, acabas de rechazar la llamada.

—¿Por qué? —Pregunta el pelirrojo, y notas que su rostro es de genuina sorpresa, aunque inmediatamente relaja sus facciones y se soba un poco los brazos—. ¿Por qué no contestaste?

Sabes la respuesta, ¿cierto? Pero no quieres pensar en ello, porque si escarbas dentro de ti, te darás cuenta de que estabas ansioso de huir de tu aniversario y de Izumi, como todos los años. ¡Oh! Y ahí va otra pista para el rompecabezas: cada veinte de junio que huyes de tu esposa, terminas sentado en la misma banca de la misma estación, esperando la misma quiénsabequécosa.

—¿Nos conocemos? —Preguntas tú en su lugar. En esta ocasión, cuando miras al pelirrojo, frunces el ceño con recelo. Es evidente que él te conoce, ¿pues qué le importaría a un extraño si contestas o no el celular?

Pese a que tus ojos están seguros de no haberlo visto antes, los extraños recuerdos te afirman lo contrario: que tú lo conoces más de lo que piensas, y que volver a verlo te llena de melancolía y tristeza.

Su silencio dura más que tu paciencia, así que recargas la espalda en la banca y te cubres la cara con las manos, pensando en lo incongruente de tu situación. Es como si hubieses estado durmiendo los últimos cinco años de tu vida, al igual que (actualmente y quizá para siempre) lo hace tu padre.

Aguarda, ¿no es eso lo que te hubiera gustado? ¿Qué hay de aquel pensamiento que navega diariamente por tu subconsciente? Ese que te dice que eras más feliz antes de comprometerte con Izumi, antes de obtener esa plaza en el hospital, antes de que tu padre cayera en coma y, definitivamente (como si fuese la gota que derramó el vaso), antes de tu accidente.

Una punzada en la cabeza. Haces una pequeña mueca.

—Me llamo Sasori—El pelirrojo se presenta, quebrando el silencio. Cuando le miras, él extiende la mano hacia ti—. Mucho gusto.

Intentas hacer memoria. Dudas que encuentres algo, pero vaya sorpresa. Tu mente te dice que has dicho ese nombre innumerables veces, y probablemente, si lo susurras, tus labios recordarán la sensación al articular cada una de las letras.

Pero ¿puedes llevarle la contraria y decirle que estás seguro de que lo conoces, aunque no sabes ni siquiera cómo, o de dónde? A estas alturas, sabes que él no es peligroso; además, acaba de presentarse contigo. Si quieres saber quién es Sasori, vale más tratarlo como alguien a quien acabas de conocer.

—Mucho gusto—Tomas la mano del muchacho—. Uchiha Itachi.

Esperaste que el contacto con su mano trajera otro recuerdo, pero no funcionó. Sin embargo, cuando rompieron el contacto, sentiste un vacío que no sabes describir. Tal vez te aterró la idea de que Sasori desaparezca, de nuevo.

La sensación te perturba por unos segundos.

—La persona que llamó recién, ¿era tu novia? —Pregunta de pronto el taheño, quizá para romper el silencio incómodo.

—Mi esposa—Te sorprende el trabajo que te costó hacer esa corrección. Si tu madre estuviera presente, haría una mueca y te sentirías obligado a repetir que Izumi es tu esposa con un tono más cariñoso. Oh, pero ahora sientes que no debes fingir (oh, ¿fingías?)—. Creo que debería volver, seguramente está preocupada.

Sasori bufa, cruzado de brazos.

—Si quisieras volver, no habrías rechazado la llamada, Uchiha.

Frunces el ceño.

—Voy a volver, es solo que necesitaba un poco de aire fresco—Estás un poco a la defensiva, por lo que dices la mejor excusa que se te ocurre. Ahora, es el momento perfecto para aventar la pedrada—. ¿No estabas esperando a alguien? Dijiste que llegaste justo a tiempo. Al parecer, te dejaron plantado.  

—Te equivocas—Los ojos de Sasori se clavan sobre ti, tu corazón late con fuerza y, de pronto, se te suben los colores al rostro—. Llegué justo a tiempo, Itachi. Gracias por no hacerme esperar.

Por un instante, tienes la mente en blanco hasta que te preguntas si alguna vez te has sentido de esa manera. Cuando lo miras, sientes que los ojos se te llenan de lágrimas y lo único que deseas es abrazar al extraño para disfrutar el contacto antes de que el momento se esfume, pero luego, cuando el remolino de sentimientos se vuelve más fuerte, te das cuenta de que también estás furioso con él, y quieres golpearlo. Quieres gritarle, quieres tomarlo por los hombros y exigirle una explicación. ¿¡POR QUÉ!? ¿Por qué desapareciese cuando todo comenzó a desmoronarse? ¿No te dabas cuenta de que eras el ancla que mantenía mis pies sobre la tierra?

Oh, es ahora cuando las piezas del rompecabezas comienzan a aclararse. Lo primero que recuerdas son tus propios gritos y la cara de Sasori humedecida en lágrimas de rabia; sus ojos enrojecidos y su manzana de Adán moviéndose erráticamente, en un intento por contener las palabras que luchaban por salir.

Siempre supiste que los gritos de aquel día eran mentira, producto de un montón de emociones mal canalizadas y el sentimiento de no saber qué hacer con tu vida: tu padre no tenía esperanzas de despertar del coma, a tu madre la echaron del trabajo y tu hermano había reprobado el examen de ingreso a la universidad. Sentías que todo se cerraría sobre ti si no hacías algo por ellos, aunque eso significara renunciar a la vida que tanto te hizo feliz. Sin embargo, en ese momento, no eras capaz de ser sincero con Sasori, así que continuabas hiriéndolo, regresándole la pedrada como si fuese su culpa (porque en parte lo era, ¿cierto?).

“¿¡Por qué estás comportándote de esa manera!? ¡Lo único que haces es encerrarte en ese estudio e ignorar todo!” A medida que le reclamabas, se acumulaban las cosas por las cuales querías disculparte. Nada de ello salió. Habías explotado: “Si va a ser así, creo que todo esto no tiene sentido. Las cosas serían mejores si no estuviéramos juntos”.

Porque, evidentemente, así era.

Sasori llegó a tu vida en el momento correcto, pero se enamoraron demasiado rápido. Acababas de cumplir diecinueve; él te ganaba con tres años más, y desde el comienzo, supiste que tendrías que ir contra la corriente para estar a su lado. ¿Acaso importaba? No había duda de que te herían los comentarios de tus padres sobre que habías sido su orgullo durante tantos años como para terminar enredado con otro hombre, o las muecas que hacían las pocas veces que llevaste a Sasori a la casa. Pero podías sobrellevar esa decepción e incluso ser feliz. Por más que tu padre te repitiera que eras su mayor fracaso, por más que tu madre intentara enredarte con la hija de su mejor amiga, la única cosa que veías con claridad era que nada podría separarte del pelirrojo.

Es entonces cuando logras hilar el primer recuerdo que vino a tu mente el día de hoy: Estabas recostado con Sasori en el pasto del Monte Koya, en un área cercana al cementerio donde está enterrada Chiyo-baa, la abuelita del pelirrojo. Tomabas fuertemente la mano de él mientras la luz del sol que se filtraba por los árboles bañaba sus caras. Tú no podías deshacerte de ese sentimiento de querer pasar todos los días de tu vida sujetando esa mano, así que, sin previo aviso, le prometiste que un día vivirían juntos y, entonces, la vida sería mejor.

Diste todo por esa promesa. Con la obvia desaprobación de tus padres, te mudaste con Sasori a un departamento cercano a la estación “Mito”, cuya línea daba al hospital donde hacías tus prácticas y a la universidad donde Sasori enseñaba “Historia del Arte”.

Recordar aquello te provoca punzadas de calidez y melancolía en el pecho, pero todo se congela cuando eres consciente de que Sasori se marchó. Recuerdas la desesperación que sentiste al verlo, maleta en mano, subir las escaleras hacia los andenes, así como la forma en la que gritaste su nombre antes de que tus pies perdieran el suelo, y el punzante dolor en la cabeza que volvió todo negro.

Ahora, tienes un mar de lágrimas acumulado en tus ojos. Sasori, que te devuelve la misma mirada desde el otro lado de la banca, parece haberse percatado de que lo has reconocido.

Así es como se siente, padre. Así se siente despertar de un coma.

Todo da vueltas. Te sientes pesado, las punzadas en tu cabeza se vuelven más fuertes. Haces un esfuerzo para no perder el equilibrio al momento de levantarte.

—Itachi…

Él imita tu acción y se acerca a ti, pero le indicas con un ademán que se detenga, que ni siquiera se atreva.

—Tú te fuiste—La garganta te duele al soltar las palabras—. Dios, ¿cómo pude olvidarlo? ¡Tú te fuiste! ¡Lo recuerdo perfectamente, Sasori! Estabas subiendo por esas escaleras; yo iba tras de ti y no…—Una pausa. La memoria se proyecta en tu cabeza como una película vieja: él se aleja de ti, dándote la espalda por más que gritas su nombre y le pides que no se marche ¡Un intento desesperado por remediar lo que dijiste! Porque ahora lo sabes, Itachi: las cosas no son y nunca serán mejores ahora que él se ha ido—. No respondías, y…—Punzadas en la cabeza—. Caí… por las escaleras. Me golpeé la cabeza.

Jamás te importó mucho recordar las circunstancias de tu accidente. Cuando despertaste en el hospital, tres días después, tu madre te dijo que te habías golpeado fuertemente la cabeza cuando subías las escaleras del metro. Pero no recordabas nada al respecto.

Sasori se muerde los labios y hace a un lado tu mano, que le estorba para acortar distancia y abrazarte. El contacto hace que tu corazón se encoja, pues recuerda perfectamente lo especial que te sentías cuando eras capaz de ablandar las barreras del huraño pelirrojo y conseguir un abrazo suyo.

Pese a ello, lo alejas. Estás aturdido, en shock. Sientes que en cualquier momento vas a estallar. Entonces, tu teléfono comienza a sonar. De nuevo, la cara de Izumi se refleja en la pantalla. El hecho de que es tu esposa se te hace tan lejano e imposible que cumples lo pensado hace unos minutos y arrojas tu celular a las vías del tren.

Sasori contempla la acción con sorpresa. Cuando intenta hablar, tú le interrumpes.

—Cuando desperté, estaba mi madre, mi hermano, estaba ella… Izumi—Siempre recordaste sus rostros preocupados, y también que tú deseabas ver a otra persona ahí. Todo este tiempo creíste que se trataba de tu padre enfermo—. Yo esperaba que estuvieras ahí, Sasori, ¡tú nunca volviste a aparecer!

El pelirrojo te observa durante un momento. Sus ojos grandes color miel están rojos por el llanto. Finalmente, frunce el ceño. Sasori camina hacia la pared más cercana y se deja caer, escondiendo el rostro entre las rodillas.

—Es agotador—Se dice a sí mismo, en un tono de voz tan bajo que apenas le has escuchado—. Después de lo que te pasó, lo mejor que pude hacer fue marcharme, Itachi. Tú me olvidaste.

Recuerdas la cara extrañamente feliz (¿esperanzada? ¿agradecida?) de tu madre cuando el doctor te dijo que el trauma en tu cabeza había afectado tu memoria, haciéndote olvidar todo lo relacionado con tu accidente. Recuerdas también, la expresión de Sasuke, incómodo en su lugar mientras miraba a Mikoto y se mordía los labios, como obligado a guardar un secreto monumental.

—Eso es… imposible—Niegas la verdad evidente—. ¿Cómo podría olvidar lo que pasó ese día? Deidara fue a buscarme al hospital y me dijo que te irías; cuando llegué a casa ya no estabas ahí, ¡dejaste la mayoría de tus cosas! Tus pinturas, tus esculturas, tus marionetas, casi todo estaba ahí, pero tú no. Lo único que me confirmó que te ibas fue esa maldita nota sobre la cama, ¿¡esa era tu forma de despedirte!? —Acortas distancia, tus ojos se clavan sobre el pelirrojo, que ha levantado la cabeza para mirarte, con todos los sentimientos de aquel día acumulados en sus ojos—. Yo no podría olvidar nada de eso.

Sasori tuerce los labios en una sonrisa sarcástica. Aunque sí, él sigue llorando.

—¿Entonces cómo explicas todo esto? ¿Eh? ¿Cómo explicas que hace una hora no me conocías? ¡Dímelo, Itachi! —Se sorbe la nariz y se limpia la cara con el antebrazo—. Hemos estado haciendo esto durante cinco años y siempre es lo mismo, siempre vuelves a olvidarme. Al final vuelves a ser lo que tú y tus padres querían que fueras. Pero irremediablemente repetiremos este ciclo una y otra vez. ¿Sabes lo difícil que es para mí? Al menos, tú volverás a vivirlo como si fuera la primera vez.

Ahí es cuando tus barreras se rompen y dejas caer las rodillas al piso para tomar a Sasori entre tus brazos. Sientes la humedad de sus lágrimas y la calidez de su aliento en tu cuello; la forma en la que él aferra sus brazos a tu espalda te provoca un sentimiento de impotencia. ¡No, no puedes olvidar a Sasori nunca más!

—¿Por qué continuamos con esto, Itachi?

Cuando le escuchas, te separas lo suficiente para tomar su rostro entre tus manos. Oh, los vestigios de su amor vuelven a encender una llama.

—No volveré a olvidarte—Tus dedos frotan sus mejillas húmedas—. Te lo prometo.

El pelirrojo hace que liberes su rostro. Al entrecerrar los ojos, lágrimas nuevas recorren sus mejillas.

—Ya me lo has prometido muchas veces, aunque a veces pienso que en el fondo quieres romper esa promesa—Te mira. Su sonrisa tiembla, pero logra mantenerte la mirada—. Tu memoria está dañada, Itachi. Se llama amnesia selectiva, no olvidaste nada más que todo lo relacionado conmigo. Ese día yo te acompañé hasta el hospital y estuve esperando a que despertaras; tu… madre me echó poco después. Cuando supe que despertaste, fui a verte… yo… tenía tanto miedo de que algo peor te hubiera pasado y lo único que quería era quedarme contigo. Pero cuando me presenté, tu ma…—Una pausa rápida—. La enfermera me dijo que no conocías a ningún Sasori. En ese momento me di cuenta de que tenía una sola oportunidad para hacerte feliz, así que decidí irme. Ya no podía ofrecerte nada, Itachi.

A medida que lo escuchas, tu vida después del accidente pasa frente a ti como la misma película vieja: Cuando olvidaste a Sasori, sentiste como si te hubieras quitado un peso del tamaño del mundo, y de pronto las cosas ya no eran tan difíciles. No te pareció mala idea hacerle caso a la chica que te había seguido durante toda su infancia: esa que tu madre adoraba, esa que tu padre, antes del coma, había considerado como la novia perfecta para ti. Tampoco te resultó difícil cumplir con las expectativas de tu padre: ganarte el puesto de director de cardiología en el hospital al que él dedicó la mayor parte de su vida, y, por supuesto, casarte con una mujer para darle nietos. Así, si él despertaba, algún día, se sentiría orgulloso de su primogénito.

Las cosas fueron más fáciles, claro, porque tu madre dijo eso innumerables veces mientras charlaba con su consuegra. Aunque tú nunca entendiste a qué se refería y tampoco quisiste preguntar: “El accidente de mi hijo, más que una tragedia, vino a quitar una piedra del camino. Puso los pies de Itachi en la tierra”.

—Te equivocas. Desde que te fuiste he estado bien, pero no soy feliz —Admites, apoyando el mentón sobre la cabeza pelirroja—. Eras todo lo que yo quería. Me fui de casa porque que deseaba vivir contigo —Tragas saliva y el nudo baja dolorosamente por tu garganta—. El día del accidente, antes de caer por las escaleras, yo iba a pedirte disculpas por lo que dije antes. Las cosas nunca serán mejores sin ti, Sasori. Quería pedirte que te quedaras a mi lado.

Sasori sonríe. Ese pequeño gesto está lleno de melancolía y amor.

—Lo sé. Pero hay ocasiones en las que no puedes tener todo lo que quieres al mismo tiempo. A veces, nuestros deseos son opuestos.

Por un momento, te preguntas de qué está hablando. Sin embargo, ahora que has ejercitado tu cerebro, recordar se te hace más fácil. Las cosas comenzaron a ser difíciles cuando tu padre cayó en coma. Fue como si un montón de dedos acusadores se clavaran sobre ti, señalándote por ser un pésimo hijo: era la culpa de haber discutido con Fugaku sobre el modo en el que llevabas tu vida, mientras él conducía motivado por la cólera, que le nubló los sentidos e hizo que perdiera el control del auto. Recuerdas que pensaste: “Debo ser un buen hijo cuando despierte, debo enmendarlo. Necesito equilibrar todo lo que me importa”.

Desde un principio, sabías que no sería sencillo. Comenzaste la especialización al mismo tiempo que realizabas tus prácticas; volviste a frecuentar a tu familia y a tratar de complacer a tu madre asistiendo a todas las reuniones que te pedía; empezaste a ser amistoso con Izumi. Nuevamente, fuiste desequilibrando la balanza, solo que esta vez lo que más te importaba fue lo que se vino abajo.

Ja. Ahora que eres consciente, te sientes como un estúpido. No era que Sasori no estuviera ahí para ti. Desde el principio, los errores fueron tuyos. Pasabas tanto tiempo en el hospital cuidando del desahuciado hombre, en compañía de tu madre y de la mujer que ahora es tu esposa; y cuando volvías a casa, desvelado, Sasori estaba encerrado en su estudio. Jamás se te ocurrió entrar; nunca pensaste en que era él también necesitaba de ti.

¿Por qué nunca hablaron? ¿De casualidad pasó por tu cabeza la idea de pedirle que te acompañara al hospital?

Su amor comenzó a hacerse agrio como un limón entre tu incapacidad para establecer prioridades y el orgullo que le impedía a él decir que también estaba ahí para ti. Tú estabas furioso porque no sentías su apoyo, y él porque se sentía desplazado (¡oh, pero qué tontería!) por tu cercanía con Izumi.

Cuando Sasori te reclamó, jamás negaste que tu relación con la muchacha se había estrechado. En cambio, los sentimientos de frustración y culpa te hicieron estar a la defensiva: “Ella me acompaña, está ahí para apoyarme a mí y a mi familia, ¿qué hay de ti? Solo te encierras en tu estudio y haces como si nada pasara, como si en esta casa solo vivieras tú”.

¿Quieres sentirte todavía más estúpido? ¿Qué hiciste cuando Sasori se disculpó contigo?  Te dejó un boleto especial para que fueras a ver su exposición de arte, esa que le costó semanas de sueño terminar. Pero claro, no fuiste, porque tenías el deber de obedecer a tu madre y quedarte a cenar con ella e Izumi, escuchando a Mikoto hablar sobre lo maravillosa e inteligente que era la chica.

Y te preguntas: ¿Por qué la gente se detiene a recapacitar una vez que ya echó todo por la borda? ¿Por qué deja pasar el tiempo? ¿Por qué esperaste a que Deidara te dijera que tu novio estaba a punto de abandonarte, para darte cuenta de que habías echado todo a perder lo mejor que te había pasado en la vida?

Bueno, quizá tu amnesia es más psicológica. Quizá, lo único que querías era dejar de sentirte como un idiota. Después de todo, fuiste tú quien alejó a Sasori.

Tu corazón está desmoronándose.

—Lo siento… —¿No puedes decir algo mejor para disculparte? —. Yo… no quería que te fueras, pensé que podría con todo y lo primero que hice fue hacerte a un lado. Hice todo lo que ellos me pidieron hacer. No te apoyé en tus proyectos, no fui a tu exposición. Soy un estúpido… yo… ¡Todo fue culpa mía!

Ahora, es él quien toma tu rostro y eleva un poco las comisuras de los labios, con la misma sonrisa melancólica que te regala cada año.

—Yo tomé mi decisión, Itachi. De verdad creí que las cosas serían mejor para ti si estábamos separados.

—¡No lo son!

—Lo serán cuando me olvides— Dice sonriendo—. Vas a estar bien mañana—Sus labios acarician tu nariz y sientes que algo estruja tu corazón. No quieres separarte de él, por dios que morirás si eso vuelve a pasar—. ¿Por qué sigo haciendo esto, Itachi? ¿Por qué te sigo haciendo daño? ¿Por qué es tan difícil mantenernos alejados?

—Yo no te olvidaré. No volverá a pasar—Clavas tus ojos en los suyos, cómo quisieras que con una mirada él pudiera entender todo lo que pasa por tu corazón—. Cuando salí de casa pensé que solo quería huir de mi agobiante fiesta de aniversario. Recordé que hoy también se repite la fecha de mi accidente y vine acá sin saber por qué—Tragas saliva. Aprietas sus mejillas para que nada rompa el contacto visual—. Pero yo sabía, muy en el fondo, que había una explicación. Sabía que tenía que reunirme contigo, Sasori. Y eso significa que jamás te olvidé; siempre has estado en lo más profundo de mi corazón.

Sasori abre la boca y la cierra. La manzana de Adán vuelve a moverse errática. ¿Alguna vez lo habías visto tan frágil?

—Te amo, te amo demasiado—Acorta la distancia y planta sus labios sobre los tuyos. Sientes el sabor salado de las lágrimas y la calidez de su boca.

Sabes que todavía hay palabras atoradas en su garganta, pero no quieres oírlas. Por favor, que no lo diga. Que esto dure para siempre.

Sin embargo, a medida que lo besas, el rompecabezas se completa con los últimos recuerdos que brotan de tu memoria: Todas las veces que has olvidado y recordado a Sasori; las noches que volviste a la estación en espera de él; todos los recuerdos que se van y vuelven cada año. Y no, no quieres despertar mañana para volver a una vida en la que no sabes nada sobre la persona que amas.

¿No sería lindo pedirle que te lleve consigo?

“No te vayas. Quédate conmigo hasta la mañana. No volveré a olvidarte”.

Oh, espera. Has intentado eso en el pasado.

“Lo harás. Siempre lo haces”.

“Esta vez sé que será diferente”.

Todas las veces han sido iguales.

Tus labios se hunden en los de Sasori. Le abrazas como si quisieras fundirlo en ti para que viva por siempre en tu memoria. Sin embargo, estás tan desesperado que incluso te bastaría con conservar el recuerdo que estás creando ahora mismo.

—Itachi—Él pronuncia tu nombre dentro del beso—. No tienes que hacerlo, pero prométeme que volverás el próximo año. Por favor.

¡Llévame contigo!

—Lo prometo.  

 FIN

Notas finales:

No saben el dolor que me causa no darles un final feliz a mis bebés :c En especial hoy. Pero va, algunas veces las cosas no terminan como queremos u.u 

 

Gracias por leer :3 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).