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108. In Seong (08) por dayanstyle

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—Estaré allí, tan pronto como termine— Lee DaWon presionó el botón de altavoz, antes de colocar su teléfono en su escritorio. Necesitaba tener sus manos libres, para usar su controlador. —Tengo plazos, mamá.
 
 
 
En realidad, estaba jugando un videojuego que acababa de ser lanzado.
 
 
 
Había esperado meses por Castle Grim. En este momento se encontraba cazando lobos, duendes y tratando de no ser víctima de un ataque sorpresa. Ya había muerto doce veces, en el primer nivel.
  
 
Hizo una mueca, cuando un rayo de luz pasó por la ventana atravesó la pantalla de su computadora portátil, causándole la muerte, porque no había podido ver la emboscada. Con un bajo gruñido, se levantó y reajustó la cortina para bloquear la farola. Vivía en el edificio de apartamentos, al lado de la estación de policía, y utilizaba cortinas opacas para mantener su casa lo más oscura posible. Le gustaba la oscuridad. Siempre lo había hecho. También lo ayudaba a sumergirse en su trabajo y en los juegos, en los que había perdido días, incluso semanas. Su hermano Dae Sik lo había llamado en broma vampiro, pero su madre siempre se preocupaba por él. Dijo, que el hecho de que nunca viera el sol, no era algo saludable.
 
 
 
Su padre y su hermano mayor, Eddie, eran los que lo desaprobaban más. Su padre juró de arriba abajo, que él estaba desperdiciando su vida, porque no tenía un trabajo de nueve a cinco, como sus hermanos. Se estremeció al pensar lo que el anciano diría, si supiera que su hijo menor era raro. Esa era una escena, que quería evitar a toda costa.
 
 
 
Esa fue una de las razones, por las que se sumergía en sus juegos de fantasía. El mundo real era una mierda, y hasta donde podía recordar, siempre se había perdido en los libros y videojuegos que tenían algún tipo de tema paranormal. No creía en los fantasmas o algo por el estilo, y sabía que los mundos de fantasía que amaba no eran reales, pero cómo deseaba que lo fuesen.
 
 
 
Siempre se sentía, como si estuviera en los márgenes de la sociedad, nunca había encajado en ningún sitio –gracias, en parte, a que su padre y Eddie siempre lo menospreciaban-. Lo habían llamado friki en la escuela y lo habían acosado por su pelo rojo, y como adulto, le costó mucho hacer amigos. Era callado, tímido, y no tenía idea de cómo iniciar una conversación. Sin embargo, sabía cómo participar en una.
 
 
—Todavía no entiendo cómo es que tienes plazos que cumplir, cuando trabajas para ti mismo, Won.
 
 
Había tenido esta conversación con su madre, un centenar de veces. Ella simplemente, no podía comprender la idea. También, pensaba que él podía abandonar lo que estuviera haciendo en ese momento, para ayudarla cuando lo llamaba, porque no tenía un jefe ante quien responder —Te prometo, que iré más tarde, esta noche. —dijo, mientras le atinaba a un lobo, con una flecha súper poderosa.
 
 
 
Espero que papá cambie de turno a último momento, así no tendré que verlo. No se molestó en preguntar el por qué su padre no había ayudado. Ya lo sabía. El hombre odiaba la Navidad con pasión y cada año intentaba arruinársela a su familia. David Lee podría haberle dado a Ebenezer Scrooge y al Grinch lecciones sobre cómo arruinar el espíritu navideño. El Señor sabía que le había enseñado bien, a su hijo mayor.
 
 
—Sabes  que  tengo  dificultades  para  decorar,  y  mi  artritis  esta particularmente mal este año.
 
 
Por supuesto, DaWon se sentía mal por no haber ido hasta allí antes, pero tenía responsabilidades, promesas que mantener y pagar facturas. Aun así, la culpa todavía lo carcomía. —¿No esta Eddie cerca, para ayudar?
 
 
—Aún no ha llegado de Seoul. Con el mal tiempo, estoy segura de que el tráfico es insoportable. Llamó hace unas horas, diciéndome que estaría aquí, alrededor de la medianoche. El avión de Dae Sik también se retrasó, desde Bucheon. No estoy segura, de cuándo llegará.
 
 
DaWon se frotó la palma de la mano, contra su ojo. Sus padres vivían a pocas cuadras de su apartamento, pero el cliente que le había pagado para hacer el proyecto antes de Navidad, probablemente no le importara que tuviera una anciana madre a la que ayudar. Había pagado, así que tenía que poner en marcha el sitio web.
 
 
 
Tan pronto como venciera al nivel uno.
 
—Lo prometo, mamá. Una hora. Estaré allí. —Estaba escuchando, pero no. Su mente estaba enfocada en el juego. Se ganaba la vida, a duras penas, con sus talentos en diseño web y sus habilidades para lo gráficos en el ordenador, y que no quería decepcionar a nadie.
 
 
¿Cómo tu mamá?
 
 
Con un silencioso gemido, detuvo el juego justo cuando un duende salía  de detrás de la pared del castillo. No sería capaz de disfrutar, sabiendo que su mamá contaba con que él estuviera allí. A pesar de que tenía otros dos hermanos, su madre contaba con él, sobre todo porque era el único que vivía lo suficientemente cerca, como para ayudarla. Eso no le molestaba. Era un niño de mamá hasta la médula y haría cualquier cosa por Sandra Lee.
 
 
 
¿En cuánto a su padre? Aparto de su cabeza, el rencor que le suscitaba su padre.
 
 
—Todas las decoraciones están en el ático. ¿Quieres que las baje por ti?
 
 
Lo último que necesitaba, era que su madre luchara con las cajas. A su edad, una caída podría ser fatal. Además, si su artritis era tan mala como le dijo, bajar cajas sería algo imposible para ella.
 
 
—No lo hagas tú misma. Déjame que me vista e iré. No vayas hasta allí, mamá. Te alcanzare todo lo que necesites del ático, cuando llegue allí.
 
 
 
—No tienes que correr, DaWon. Puedo esperar.
 
 
 
Correcto. Si no llegaba allí ahora, subiría al ático y trataría de bajar el mayor número de cajas posible. Su conciencia no le permitiría seguir sentado, mientras ella obstinadamente iba en contra de su advertencia. 
 
 
 
—Voy a preparar un poco de chocolate caliente, —le dijo ella, con un montón de felicidad en su voz—. ¿Cómo suena eso?
 
 
 
—Ya no soy un niño. —discutió.
 
 
 
—Añadiré esos pequeños malvaviscos, que tanto te gustan.
 
 
 
Estaba contento, de que ella no podía ver su amplia sonrisa. —Bueno, ya que estás torciendo mi brazo, estaré allí pronto. Te quiero, Ma.
 
 
 
—También te quiero, manojo de miel.
 
 
 
Ella colgó y DaWon se quejó. Estaba tan contento de que nunca lo había llamado de esa forma delante de alguien más. Todavía se sonrojaba cuando se lo decía en la cara, pero nunca renunciaba a un abrazo. Nunca. Nunca sería demasiado viejo para uno de esos. Después de cerrar su computadora portátil y deslizarla en su bolsa de mensajero, fue hasta su desordenado cuarto a vestirse. La nieve había caído constantemente durante todo el día, así que agarró su ropa interior térmica y la parte superior. Aunque Villa Kim estaba rodeada de extensos bosques, y los árboles repelieron la mayor parte del viento y la nieve, todavía estaba malditamente frio afuera.
 
 
Los carteles de Sobrenatural y El Señor de los Anillos cubrían las paredes de su dormitorio. La estantería, anclada a la pared junto a la puerta, estaba llena de figuritas de lobos aullando, dragones que respiraban fuego, magos y una varita. Incluso tenía una pequeña pila de libros falsos de pociones, que estaban hechos de yeso y apilados al azar.
 
 
 
Se quedó allí, un momento, mientras miraba alrededor de su habitación, deseando que ese tipo de mundo existiera verdaderamente. Pasó los dedos sobre la diminuta estatuilla de un demonio con sobresalientes cuernos. ¿Cómo sería vivir en un mundo lleno de magia? ¿Correr como el infierno de un vampiro hambriento o ser querido por un gallardo hombre lobo? Suspiró pesadamente, mientras se dirigía a su armario.
 
 
 
Si su padre supiera cuánto soñaba con ese tipo de mundo, le daría una palmada en la cabeza. David Lee no creía en nada más que en el mundo real. No tenía imaginación y vivía por verdades absolutas.
 
 
 
Eddie era igual que su padre en todos los sentidos. La única razón por la que no despreciaba la Navidad, era porque su esposa no lo dejaba. Pero era el chico de oro de su padre. Estaba casado, con dos hijos, vivía en Seoul
 
donde trabajaba como abogado, y no podía hacer nada malo, ante los ojos de  su padre.
 
 
 
Dae Sik trabajaba en un rancho en Bucheon, estaba casado, tenía dos hijas, y su padre pensaba que su segundo hijo, podría hacerlo mejor, pero no insistía en ello.
 
 
 
DaWon era el más joven, y nada de lo que hacía parecía ser lo suficientemente bueno para el anciano. Aunque ganaba bastante dinero con lo que hacía, su padre nunca había abrazado la tecnología y pensaba que él estaba desperdiciando su vida. También hacia comentarios cada vez que estaban cerca uno del otro, sobre que debería casarse.
 
 
 
Eso no iba a suceder. Así que pasaba la mayor parte de su tiempo, tratando de evitar a su padre.
 
 
 
—Pon tu culo en movimiento. Ya está oscuro, y necesitas regresar aquí, para intentar hacer algo de trabajo. —murmuró para sí mismo, aunque le encantaba el hecho de que se oscureciera a las cinco. Eso era lo único que le gustaba del invierno. Corrección. Lo único que le gustaba de la temporada. La Madre Naturaleza podía quedarse con el frío y la nieve.
 
 
 
Excepto en  Navidad.  Definitivamente  tenía  que  nevar  en  Navidad.
 
 
 
Después de eso, la nieve podría largarse.
 
 
Después de vestirse con varias capas de ropa, agarró su bolso, llaves y teléfono, antes de salir corriendo de su edificio y se encontró con una ráfaga de aire helado. Al instante, deseó poder volver corriendo al interior, mientras tiraba hacia abajo, su gorra de punto que cubría su cabeza. La nieve caía en gruesos y gordos copos, el viento era fuerte, con violentas ráfagas, que le arrebataron su calor y le producía pinchazos, tanto en las manos como en su rostro.
 
 
 
Metiéndose las manos en los bolsillos, encorvó los hombros y comenzó su viaje. Pensó brevemente en detenerse en el Café, para encontrar algo que le calentara las entrañas, pero eso lo desviaría de su camino. No quería pasar más tiempo fuera, de lo que tenía que. Tenía miedo de que sus partes y piezas se arrastraran en su interior e hibernarían hasta la primavera.
 
 
 
A pesar de que no había tenido sexo en un tiempo, todavía se masturbaba. 
Si sus frijoles y salchicha desaparecieran por el invierno, estaría en verdaderos  problemas. Su mano era la única acción que había visto en seis meses.
 
 
 
Había doblado por la esquina, cuando los pelos de la nuca se le pusieron de punta. Tenía la extraña sensación, de que lo seguían. ¿Pero quién? Por lo que sabía, no tenía enemigos, y la tasa de criminalidad en Villa Kim era prácticamente inexistente.
 
 
 
Apresurando sus pasos, abrazó su pecho con una mano y agarró la correa de su bolso de mensajero. Si alguien intentaba llevarse su bolso, estaría jodido. Su computadora portátil era de vanguardia, tenía dos terabytes de almacenamiento, gráficos de juego de primera clase, y contenía todo su trabajo. Era la única cosa en la que había hecho una verdadera inversión. Lucharía hasta la muerte, antes de permitir que alguien se escapara con ella.
 
 
 
Al pasar por la boca de un callejón, algo se estrelló contra su espalda, impulsándolo hacia adelante. Una mano lo agarró por la parte superior del brazo, en un fuerte agarre, mientras él gritaba.
 
 
 
Quienquiera que lo estuviera agarrando, era fuerte. El tipo se movió delante de él, mientras lo arrastraba hacia el oscuro callejón. Luchó para liberarse, pero el desconocido se balanceó detrás suyo y le rodeó el cuello con un brazo.
 
 
 
—Me encanta cuando luchan, —dijo el desconocido, antes de meterle la nariz en el cuello e inhalar. —Así es, pelea conmigo.
 
 
 
—Puede tener mi billetera, —tosió, mientras su corazón se aceleraba y se esforzaba por respirar. —Sólo, no me hagas daño.
 
  
 
Tenía sólo siete billetes, así que el tipo podía tenerlos. Todavía estaba en estado de shock por estar siendo asaltado. Dejó de luchar. No sabía si su atacante estaba armado, y no quería morir en un callejón sucio, por una herida de bala.
 
 
 
Su pecho fue empujado contra la pared de ladrillo y sus brazos clavados dolorosamente detrás de él, por unas manos fuertes y ásperas. —No te voy a robar, humano. Sólo voy a comerme tu alma.
 
 
 
¿Este hombre hablaba enserio? Casi se rió, por la loca declaración. El hombre tenía que estar drogado. —Sí, está bien. Puedes tenerla. La sacaré de mi bolsillo para ti.
 
 
 
El hombre se echó a reír, mientras lo giraba, golpeando la espalda contra la pared. Jadeó. Tenían aproximadamente la misma altura –lo que no era muy alto en absoluto– pero eso no fue lo que lo sorprendió. Los ojos del chico, tenían un extraño, aspecto salvaje y brillante carmesí que se extendía más allá de sus iris.
 
 
 
—Tu alma está dentro de ti, no en tu bolsillo. —Una firme mano, le cubrió el cuello, mientras un pulgar acariciaba su lisa mandíbula. —Puedes luchar todo lo que quieras, mientras la succiono de ti. De hecho, insisto en que pelees como el infierno contra mí.
 
 
 
Curvó los labios y echó la cabeza hacia un lado, cuando los labios del hombre se acercaron demasiado. No había forma en el infierno que dejara que el drogadicto lo besara. ¿Dónde estaban los policías, cuando se los necesitaba?
 
 
 
Probablemente en el Café, bebiendo chocolate caliente y manteniéndose calientes.
 
 
 
La mano en su cuello se movió hacia arriba para sujetar la mandíbula en un agarre brutal. Siseó y gruñó, lloriqueó y jadeó cuando su cabeza fue girada con fuerza. Miró fijamente en esos ojos rojos misteriosos y olía el olor de la menta en el aire, entre sus bocas.
 
 
 
—Intenta violarme y juro por Dios que te voy a cazarte y destriparte.
 
 
 
El lado de la boca del chico, se curvó hacia arriba. —No te hagas ilusiones, humano. No es tu cuerpo lo que busco.
 
 
 
Con la cabeza clavada en su sitio, observó con horror cómo el desconocido se inclinaba hacia delante hasta que sus labios se separaban por unos centímetros. Pero sus bocas nunca se tocaron. Los labios del individuo formaron una O, mientras inhalaba lentamente.
 
 
El calor se extendió a través de él, mientras el contenedor cubierto de nieve y la pared de ladrillo de detrás suyo, comenzaron a desvanecerse. Una sensación de zumbido se deslizó por su mente. Todo su cuerpo palpitaba de placer, mientras algo se separaba de su interior. Se desplomó contra la pared, con  sus  piernas  temblorosas,  mientras  sus  pensamientos  y  recuerdos comenzaban a parpadear como estrellas desapareciendo uno a uno. Pop. Pop.
 
 
Pop.
 
 
 
Se sentía como si estuviera flotando en la oscuridad, perdido para el mundo exterior. El callejón resplandecía como a veces lo hacía el paisaje, debido al calor procedente del asfalto ardiente. Justo cuando pensaba que todo se oscurecería, alguien golpeó al extraño y lo apartó.
 
 
 
Se tambaleó hacia un lado, mientras trataba de pensar. Su cerebro se sentía como si estuviera lleno de lodo. El callejón giraba en un torbellino, su atención se perdió cuando tropezó con sus propios pies y su cara se plantó en la nieve. No le importaba. El suelo se sentía suave y ni siquiera estaba frío.
 
 
—Te tengo, pequeño.
 
 
 
La voz sonaba deformada, como si el audio de su cerebro estuviera reproduciéndose a cámara lenta. Luchó por abrir los ojos, pero sus párpados pesaban una tonelada. Alguien lo levantó. Se encontraba demasiado débil para luchar, demasiado fuera de él para preocuparse. Su cuerpo no era más que un fideo mojado, mientras se lo llevaban.
 
 
 
Palabras murmuradas penetraron en su mente, mientras regresaba lentamente a la tierra de los vivos. Era lo bastante listo para mantener los ojos cerrados, ya que no tenía ni idea de dónde estaba, ni quién lo había rescatado. Si es que hubiese sido rescatado. ¿Y si peores hombres hubieran dominado aese drogadicto y lo hubiesen secuestrado?
 
 
 
—Juro por Dios, que si pudiera traer de vuelta, a ese demonio chupador de almas a la vida, lo mataría de nuevo. Esta mierda esta fuera de control. Algo se tiene que hacer. Casi logró tomar el alma, de ese humano.
 
 
 
Comprendía sólo la mitad de lo que decía el desconocido, pero definitivamente entendía la palabra demonio. Tal vez se había quedado dormido en su escritorio –como de costumbre– y se trataba de un sueño loco de Castle Grim. Si ese era el caso, éste era el sueño más realista que había tenido.
 
 
 
—¿Estás seguro de que está bien? Ha estado inconsciente, durante tres días. —continuó diciendo el desconocido.
  
 
¡Tres  días!  Si  esto  no  era  un  sueño,  su  madre  tenía  que  estar enloqueciendo. Probablemente ya había llamado a la policía y tenía a Eddie y Dae Sik buscándolo. Necesitaba salir de... donde quiera que estuviera.
 
 
—Cálmate, —dijo una segunda voz. —Está despierto.
 
 
 
No le importaba si alguien sabía que estaba consciente. No abriría los ojos. Permaneció inmóvil, mientras controlaba su respiración. Sin embargo, no podía hacer nada por su corazón, que latía violentamente.
 
 
 
Oyó una puerta cerrarse. La habitación permaneció en silencio, por un largo momento. Comenzó a abrir los ojos, pensando que estaba solo, cuando el primer orador dijo: —Abre los ojos. No tienes ninguna razón para temerme.
 
 
 
La voz era profunda y calmante. Rezando para que el tipo estuviera diciendo la verdad, abrió los ojos. El desconocido estaba en cuclillas delante de  él, a la altura de los ojos. Se encontraba demasiado asustado para hablar, mientras miraba fijamente los ojos que eran más cobrizos, que marrones. El hombre tenía una barba y un bigote tupidos, con el cabello con un corte moderno.
 
 
 
Y maldita sea, si no era el hombre más sexy que había visto.
 
 
 
—Hey—dijo el tipo, con una suave sonrisa. —Encantado de verte finalmente despierto. ¿Cómo te sientes?
 
La palabra aterrorizado le vino a la mente, pero permaneció en silencio. Se recostó en la cama. El tipo estaba demasiado cerca. Después de lo que ese drogadicto había intentado... Por otra parte, no estaba realmente seguro de lo que había intentado hacerle. Todo sobre lo relacionado con el callejón, era un borrón. Recordó el ataque, los ojos salvajes y la loca conversación, pero cuando trató de recordar cómo había llegado a donde se encontraba ahora, se quedó en blanco.
 
 
 
—¿Dónde estoy? —preguntó, mientras se sentaba sobre sábanas de color burdeos. Apretó la palma de la mano en la sien, cuando la habitación se inclinó. Con la otra, aparto su pelo largo y rojo de la cara. Estaba hambriento y tenía la boca seca. También tenía que usar el baño.
 
 
 
—Tranquilízate, —dijo el chico. —Has pasado por una dura experiencia.
 
 
 
Eso era un eufemismo. Podría no recordar mucho, acerca de la experiencia, pero los sentimientos que la situación había evocado todavía seasentaban pesadamente dentro de él. 
 
 
—¿Dónde estoy? —preguntó, un poco más fuerte, esta vez.
 
 
 
El hombre se puso de pie, y DaWon le echó un buen vistazo a su tamaño. Era musculoso y delgado, pero también era alto como el infierno.
 
 
 
—Estás en mi apartamento. Te traje aquí, después del ataque. —El hombre asintió con la cabeza. —Me llamo In Seong.
 
 
 
—¿Por qué, simplemente no me llevaste a la clínica, In Seong sin apellido? —DaWon no confiaba en el tipo. Había oído a In Seong hablando de demonios chupadores de almas. ¿Por qué seguía topándose con chiflados? O mejor dicho, ¿por qué ellos seguían hallándolo? ¿Se había convertido, de repente, en algún tipo de imán para bichos raros?
 
 
—Necesito irme de aquí—apartó el edredón, sólo para darse cuenta, de que estaba desnudo. Rápidamente puso el edredón sobre su entrepierna, mientras su cara se ruborizaba. Acababa de mostrar su árbol de roble y las bellotas, al tipo. —¿Quién diablos me desnudó y por qué?
 
 
 
 
—Tus ropas, estaban demasiado mojadas—El tono de In Seong se oscureció ligeramente, cuando sus ojos castaños se entrecerraron.
 
 
—¿Preferirías que te las hubiera dejado puestas, así podrías haber atrapado una pulmonía?
 
 
 
Eso tenía sentido, pero se sentía demasiado aturdido para escuchar la lógica respuesta o preocuparse por lo intimidante que lucía In Seong. —Te escuché decir, que he estado inconsciente durante tres días. ¿No pensaste en vestirme?
 
 
Las cejas de In Seong, se juntaron. —¿Cuál es tu problema? ¿Fuiste atacado y todo lo que te importa es tu modestia? —Le arrojó la goma que le faltaba. La agarró de la manta y se ató el pelo. Estaba cortado por todos los lados, pero la parte superior era de buenas seis pulgadas de largo. Esa era otra cosa por la que el viejo lo acosaba –su estilo de pelo hippie-. Lo envolvió en un desordenado enredo, mientras observaba a In Seong.
 
 
 
 
No pudo superar el horror, de lo que ese drogadicto había intentado hacer.
 
 
Pero esa no era la razón, por la que estaba nervioso. Se sentía incómodo por la extraña atracción sexual que sentía hacia aquel completo desconocido –un desconocido que podría no ser el chico bueno-. Eso quedaba por verse.
 
 
—¿Puedo recuperar mi ropa, por favor?
 
 
Mantuvo la manta aplastada en su regazo para ocultar la embarazosa evidencia que su pene estaba medio duro. Necesitaba escabullirse, antes de que In Seong lo viera y lo golpeara, para librarse de la vibra gay. Aunque se sentía atraído por los hombres, nunca había tenido relaciones sexuales con otro hombre antes. Sabía que era gay, porque el puñado de veces que había dormido con mujeres, la experiencia no le había hecho nada. De hecho, la última vez que lo había intentado, ni siquiera pudo mantener una erección.
 
 
 
Entonces, ¿por qué había seguido durmiendo con ellas? Su padre, por supuesto. No quería que David Lee sospechara nada sobre la sexualidad de su hijo menor. Había llevado mujeres a la casa de sus padres, sólo para mostrar, pero nunca había salido con la misma mujer dos veces. Necesitaba mantenerse alejado de In Seong. Incluso si el tipo resultaba ser gay, no podía correr ese riesgo. Su padre era demasiado conocido en Villa Kim, y la gente movía sus lenguas.
 
 
 
In Seong emitió un pequeño sonido, en la parte posterior de su garganta, mientras salía del dormitorio. Entonces aprovechó la oportunidad para echar un vistazo. La habitación estaba decorada en Borgoña y crema, una elección masculina de colores. Apretó los dedos desnudos en la alfombra gruesa y suave,  disfrutando de cómo se sentía el material.
 
 
 
Realmente necesitas que te examinen la cabeza, si estás disfrutando de la sensación de una alfombra, en lugar de preocuparte por el ataque y despertar desnudo en la casa de un extraño, pensó.
 
 
 
—Todo debe estar aquí—In Seong entró en la habitación, con una pequeña pila de ropa doblada en sus manos.
 
 
 
—¡Mi bolso! —¿Cómo se había olvidado de eso? Esa computadora portátil era su vida.
 
 
 
—Está en la sala. Nadie lo tocó. —In Seong puso las ropas, en el tocador.
 
 
 
Sus manos, estrujaban la manta. —¿Puedes dármelas?
 
 
 
In Seong arrugó la nariz. —Realmente, tienes un problema con la modestia.
 
 
 
No. Tenía un problema, con la forma en que su cuerpo reaccionaba a In Seong. Se negó a tirar la manta a un lado y dejar que el extraño viera su excitación. —No sé cómo te comportas cerca de otros hombres, pero trato de no destellar mi zanahoria y patatas, con otro tío en la habitación.
 
 
 
In Seong lo miró por un momento y juró que veía calor en los ojos del hombre. ¿Podría ser gay el hombre ultra-masculino, que estaba delante suyo?
 
 
 
No encajaba con el estereotipo. Parecía como si boxeara para vivir, tenía un aire de acritud a su alrededor, y de ninguna manera, el tipo de tío que batea para su mismo equipo. ¿Verdad?
 
 
 
—Te esperaré, en la sala de estar.
 
 
 
Soltó un suspiro de alivio, cuando In Seong salió de la habitación, cerrando la puerta tras de si. Echando la manta a un lado, se levantó y tuvo una instantánea sensación de mareo. Estaba agradecido, de que un baño estaba conectado a la habitación. Se movió lentamente, tambaleándose, mientras se abría camino allí y se hizo cargo de sus negocios. Caminar de regreso a la habitación, parecía aún más difícil, y no estaba seguro de por qué se sentía tan poco firme. Había sido atacado, no drogado. ¿O lo había sido?
 
 
 
Le dolían los huesos, mientras intentaba ponerse su ropa interior térmica.
 
 
 
Su cuerpo se sentía, como si hubiera sido golpeado con jabón envuelto en un calcetín por una docena de reclusos. Todo dolía.
 
 
Y también necesitaba dejar de ver tantos reality shows, relacionados con la prisión.
 
 
—Voy a ir a ver a mamá y olvidar que algo de esto ocurrió. —murmuró, mientras pasaba sus vaqueros, por sus rígidas piernas. —Este extraño sueño, nunca será mencionado ni pensado de nuevo.
 
 
 
Sus brazos palpitaban, mientras se ponía la camisa térmica por encima de la cabeza. Nunca, en su vida, vestirse lo había hecho sentirse tan agotado. Eso lo hizo desear haber llevado menos ropa.
 
 
 
Estaba sin aliento, cuando amarró sus botas. Tenía que ser la falta de movimiento y comida durante tres días. En cuanto llegara a casa de su mamá, iba a comer como un cerdo.
 
 
 
¿Y dormir? Para alguien que había estado fuera durante setenta y dos horas, se encontraba agotado. Con un esfuerzo concentrado, se abalanzó sobre la alfombra y abrió la puerta del dormitorio.
 
 
 
continuará....

 


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