Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

En el Río. [ShisuIta] por yaoilandia

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Un pequeño one shot producto de un fuerte sentimiento generado por la agonía del destino agridulce de esta pareja. 

Dedicado a mi Sempai Sabaku no Ferchis.

Te esperé en el río.
 
Cada noche que la brisa soplaba, meciendo las copas de los árboles, surcaba mi rostro alentandome a esperarte.
 
¿Dónde estás?
 
Con dificultad recuerdo tu voz, aunque la música que alimenta mi alma sigue siendo tu risa, mi paisaje favorito tus ojos, y mi persona favorita: tú.
 
Acordamos reunirnos aquí, a orillas del río, durante las noches frías y solitarias, escondidos de todos. Como si estuviéramos hurtando un bien, cuando sólo pensábamos en compartir las estrellas.
 
Tú siempre, tan optimista, me indujiste a esto. Me trajiste aquí y tomaste mi mano, mientras yo no entendía cuáles eran tus intenciones. Luego señalaste el cielo, y en lo más alto, había una luna plateada y enorme que nos observaba.
 
Me cautivé tanto con la fuente de luz que nos bañaba, que no me di cuenta la cercanía de tu rostro al mío, hasta que fue demasiado tarde.
 
Tu respiración era calmosa y taimada, parecía que fuera parte de una rutina, pues parecías acostumbrado a ello, pero para mí no. Yo me sorprendí levemente cuando mi campo visual fue ocupado por tus párpados y mis labios sellados con los tuyos.
 
Entendí que todo lo que habíamos pasado se reducía a ese beso.
 
—Shisui… —susurré cuando te alejaste lo suficiente para dejarme hablar.
 
Tu mirada se desvió y tus labios formaron una curva hermosa, con la que me dijiste, sin una palabra, cuanto me querías.
 
Esa era nuestra magia. No necesitábamos palabras entre nosotros, porque pasamos tanto tiempo juntos que podíamos entendernos con simples parpadeos o señas que parecían insignificantes. Por eso entendí tu sonrisa, por eso te la devolví.
 
No había nada más que quisiéramos, que repetir ese beso. Lo hicimos. Esa noche y la siguiente, y la que vino después de esa, y así… Todas las demás.
 
Cada noche me tomabas de la mano y me llevabas a la orilla del río, escuchábamos el agua correr, tan libre como nosotros no podíamos ser. Con la luna y las estrellas siendo espectadores de nuestras fugas constantes.
 
Cada noche me besabas, lleno de ilusión y cariño, tan genuino como el mío, que era empañado de timidez e inexperiencia.
 
Cada noche me hiciste la persona más feliz del mundo.
 
No pude hacer lo mismo por ti.
 
Era joven, inexperto e inmaduro. No sentí la necesidad de decirte lo que sentía porque te lo demostraba a diario, o eso quería creer. No comprendía la maraña de sentimientos que atestaban mi pecho.
 
*Fui un tonto.
 
¿Podrías perdonarme*?
 
Si hubiese utilizado las pocas palabras que soltaba de una manera adecuada, no tendría que estar esperando por ti, en medio de la soledad.
 
Aquel día el pueblo estaba tan conmocionado por las malas noticias que sin querer, terminé pensando demasiado en aquello, desviando la atención que debía dedicar a lo que realmente importaba, tú.
 
El papel grisáceo se corrugaba en mi mano. El periódico notificaba otro brutal asesinato. Las mujeres guardaban a sus hijos antes de caer la noche, los hombres no iban al bar a beber por no querer toparse con el sanguinario, y los niños ya no jugaban fuera.
 
El ambiente tenso me generaba un escalofrío desagradable y me hacía chillar los huesos cuando veía al sol ocultarse.
 
El único remedio entre aquel suplicio era tu optimismo, tus ganas de ser feliz a pesar de que todo el universo te dijera que no.
 
Eso me gustaba de ti, hacías cualquier día un buen día. Eras demasiado especial para este mundo sucio y maligno.
 
—¡Itachi! —me llamaste desde lejos, apenas podía dibujarte desde aquel lejano horizonte —. ¡Ven aquí, tengo una sorpresa!
 
Faltaban un par de horas para el anochecer, no quería retenerte más tiempo del necesario, aún así, te seguí, ingenuo.
 
Corrí, agitandome, haciendo a mi corazón latir con rapidez, no por correr; era porque iba hacia ti.
 
Esa adrenalina que se distribuía por todo mi ser al escuchar mi nombre salir de tus labios, o la emoción de tenerte cerca, nunca iba a cambiar.
 
Al llegar a ti noté que tenías algo entre las manos y lo ocultabas en tu espalda, me sonreías divertido porque te encantaba sorprenderme.
 
—Si adivinas que es te ganarás otro premio —colocaste la condición, mientras hacías fuerza para no revelarme por ti mismo, de qué se trataba todo.
 
—No lo sé, ¿podría ser… Dangos?
 
—¡Sí! —tu energía se disparó y dejaste la pequeña cajita en mis manos, con los Dangos que tanto me gustaban, en su interior —. Te diré cual es la otra sorpresa más adelante.
 
—Quiero mis dos sorpresas —pedí caprichoso, aunque era más por curiosidad que interés.
 
—Vamos, comerás esos Dangos bajo el árbol de cerezo —dijiste a mi oído, con una voz empeñada en hacerme sentir especial. Ya sabía que lo era.
 
Tomados de la mano, caminamos por aquel vasto campo verde buscando el árbol de cerezo, te detuviste algunos metros antes de poder diferenciar algo de entre las hojas rosadas, para abrazarme.
 
Esperé algunas palabras u otra cosa, pero te atreviste a dejar un beso en mis labios, sosteniendo mis hombros de esa manera tan sutil, que no pude evitar alelarme con la sensación tan divina que estaba poseyendome. Me sonrojé como una pequeña niña.
 
Te reíste de mí cuando notaste mi expresión confusa y nerviosa. No me esperaba eso… De nuevo, me sorprendiste.
 
Tu mano entrelazada con la mía me dirigía hacia nuestro destino sin saber que ella nos esperaba.
 
Para nosotros fue amargo conseguirla ahí, sentada, fingiendo leer un libro. Solté tu mano por la impresión de su rostro, era mi madre, claro que sabía lo que sucedía, aún así no dijo nada.
 
Si ella lo sabía, y tú sabías eso ¿por qué no me dijiste?
 
Tu expresión se endureció cuando solté tu mano y fingí que se trataba de un roce torpe, aunque ni yo me creí aquella mentira.
 
—Madre —como si se tratara de una ofensa, se levantó.
 
Recuerdo a mi madre disimular su impacto, porque intuirlo y saberlo, eran dos cosas diferentes a comprobarlo. Se fue caminando a casa, sola.
 
No pude evitar sentirme como una escoria. ¿Qué estaba haciendo? ¿A qué estaba jugando?
 
Las preguntas que atravesaban mi mente rasgando la ilusión que creabas en mí, no me dejaban distinguir tu voz, y la hacían pasar por un molesto ruido de fondo. Tanto era aquella incertidumbre, que me sujetaste por los hombros y me agitaste un par de veces. Entonces reaccioné.
 
—¿A qué se debe esa cara?
 
Tu pregunta me dejaba en la misma posición. No sabía qué cara tenía, pero podía ver la tuya, ligeramente irritada.
 
—No sabía que mi madre estaba aquí, ¿eso era parte de tu sorpresa? —intenté sonar gentil, y admito que lo que dije fue completamente fuera de lugar, aún así…
 
—Claro que no, pero… ¿aún esperas que tenga una opinión sobre esto? —tu dedo recorría el espacio entre tu y yo, intentando materializar la relación que teníamos.
 
—¿«Esto»? —comenzaba a irritarme, no sabía porque —. Shisui, no hay algo como «esto» entre nosotros, son… no lo sé, no sé que es.
 
Cabizbajo asentiste sin devolverme la palabra. Era incómodo aquel silencio.
 
No quería comer los dangos porque no tendrían el mismo sabor que cuando tu los tomabas y los llevabas a mi boca.
 
La noche cayó sobre nosotros, y el silencio seguía siendo perpetuo e implacable.
 
—Vamos a casa, Itachi. Ya es tarde.
 
Al levantarte no tuve otra reacción que tomarte de la mano, era increíblemente extraño aquel tacto. Me miraste, con tus ojos oscuros, diciéndome mucho más de lo que podrías poner en palabras.
 
No debí decir eso. No debí cuestionar lo que habíamos creado, y definitivamente, no debí haberme ido.
 
—Vamos al río.
 
Querías creer que mi petición era una orden, o una súplica. No quisiste entenderlo.
 
Mi cuerpo se movía atraído por la idea de hacerte sonreír. Esta vez yo te llevé ahí. Tomados de la mano, caminamos hacia el río.
 
Era diferente, porque siempre llevabas la iniciativa, enmarcando una sonrisa. En cambio, yo llevaba un rostro rígido, tirando de tu brazo, obligándote a seguirme. No era la clase de relación que llevabamos hasta ahora.
 
Me senté pero te mantuviste de pie, mirando, de brazos cruzados, el agua fría. Decidiste que el silencio sería tu arma definitiva ante mi pobre escudo de arrepentimiento.
 
Podía interpretar aquella falta de habla como una demostración evidente de tu disgusto. Te contemplé algunos minutos y cediste.
 
—Sigues tan empeñado en esconderte, que pienso que esto es una vergüenza para ti —soltaste, liberando tu lado amargo —. Sé que no es fácil. Pero mi padre me sonrió y me dijo: haz lo que te haga feliz.
 
—Mis padres no son como el tuyo, Shisui, lo sabes. No es fácil para mí…
 
—¡Para mi tampoco lo es! —cortaste mis palabras con las tuyas, furioso—. Soy quien siempre lidia con los problemas y los prejuicios, porque estoy orgulloso de amarte —al tomarme las manos sentí como cada parte de mi comenzaba a reconstruirse, pero—… mientras tú te escondes en cualquier lugar para no tener que lidiar con todos ellos.
 
Estaba avergonzado.
 
No sabía si era más grande la vergüenza de ser señalado por amarte o la que sentía por comportarme como un idiota.
 
La vida se nos escapó de las manos y no tuvimos el tiempo de ser sinceros, de ser reales y amarnos como tú querías.
 
—No te estoy escondiendo, pero tampoco puedo lucirte como una medalla de honor frente a mi madre, es difícil —no era ira lo que acompañaban mis palabras, era un tinte de impotencia.
 
—Quiero que me ames como yo te amo a ti, Itachi. Como realmente se ama a alguien, sin vergüenza ni prejuicios. Solo amor. ¿Es mucho pedir?
 
Tu voz se disipaba, haciendo que el viento se llevara tus palabras. Me entristeció, casi instantáneamente, que me pidieras algo que no estaba preparado para ofrecerte.
 
—Shisui, no sé trata sólo de amor, es mucho más que eso…
 
—Yo merezco más que esto.
 
*Me dejaste ahí.
 
Me soltaste*.
 
Mi corazón no quería bombear sangre, me dolía respirar.
 
Me di cuenta que tu eras mi vida entera, porque cuando vi tu espalda alejándose, algo en mi se resquebrajaba con cada paso que te alejaba de mi.
 
No supe qué hacer cuando la penumbra de la noche te envolvió y te perdí de vista. Intenté correr detrás de ti, pero no pude alcanzarte. Mis pasos eran débiles, cortos e imprecisos, por más que lo intentara, estabas lejos.
 
—¡Shisui! ¡Shisui! —grité por ti, esperando tu sonrisa, tu voz, tus manos en mi rostro.
 
Estaba rodeado de una espesa neblina, mire a todas direcciones y no encontré el camino a casa, ni a ti, ni al río. Estaba perdido.
 
El ruido seco del metal golpeando un saco de carne, me alertó, entonces quise encontrarte, la ansiedad manejaba mis extremidades y me dirigían a ti.
 
Sonaron tantos golpes, que no pude contarlos. Una y otra vez, el metal estampandose contra algo blando, hasta que el líquido comenzó a hacer del ruido algo más desagradable y turbio.
 
Todo lo que podía escuchar era ese sonido, me atormentaba y me volvía loco. No encontré tu cuerpo, no pude encontrarte a tiempo.
 
¿¡Por qué!?
 
Fui muy lento, estúpido, insensato. Ahora era tarde.
 
Caminé durante horas y horas entre aquellos árboles secos y viejos, hasta que supe que había recorrido toda la extensión de tierra cuando me topé con un tubo metálico que, ensangrentado, rodaba por el césped.
 
Mi pecho se comprimió tan violentamente que el aire que pude intentar contener no cabría en ese diminuto espacio que ahora era mi caja torácica.
 
No era miedo, era terror.
 
No miento. Corrí todo el día por el bosque, sin tomar agua o probar bocado, porque no tenía el valor de volver a casa sin una explicación. No tenía cómo explicarle a tu padre cómo lo que te hacía feliz terminó en algo como esto.
 
Sin ti, no podía volver a casa.
 
Corrí hasta que anocheció nuevamente. No te encontré, pero no me faltaban ganas de hacerlo.
 
De alguna manera encontré el camino al río, pensé que estarías ahí, donde siempre nos veíamos. Pero me equivoqué.
 
No estabas.
 
Me senté y te esperé pacientemente.
 
No volviste.
 
Pasaron las horas hasta que escuché pasos a mi alrededor, me desperté de la hipnosis que el agua fluyendo me había impuesto, y comencé a seguir mis instintos.
 
Shisui, ¿por qué no volviste?
 
El sol ya estaba saliendo, podía ver con mayor claridad. Me acerqué al montón de personas, que se congregaban curiosos en un punto, y entre ellas te busqué, ahí estabas.
 
Mi corazón se detuvo por un instante cuando vi tus ojos negros, abiertos de la impresión y llenos de lágrimas.
 
¿Por qué lloras?
 
Tus rodillas en el suelo, sosteniendo lo que tú débil cuerpo ahora era.
 
Llorabas con furia e histeria, sosteniendo mi cuerpo inerte en el pasto verde que se tiñó de carmesí.
 
Te aferraste a mí cadáver incluso cuando todos intentaron detenerte.
 
No llores, Shisui.
 
—¡Itachi, despierta! —tus gritos desgarradores me hicieron comprender que yo te había perdido a ti, no tú a mí.
 
Me dolió, más que ver mi cuerpo masacrado entre tus brazos, el ver tu alma partida en mil pedazos por mi culpa, fue insuperable.
 
Te amo.
 
Intente susurrarte oído, como tu solías hacer cuando intentabas seducirme, pero mis palabras se convertían en brisa gélida que con dificultad movía tu cabello.
 
Shisui.
 
No pude decirte en vida cuanto te amaba, por que no sabía qué era el amor.
 
Ahora, te espero cada noche aquí, a orillas del río, deseando reencontrarnos, al menos una vez más, para intentar decírtelo, pero nunca más regresaste.
 
Supongo que es doloroso para ti, venir aquí y revivir lo poco que compartimos. Imagina qué siento yo, encadenado a este lugar, donde mi alma vaga para la eternidad, atado a un sentimiento que nunca deje salir.
 
Te amo.

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).