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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Cuando Inuyasha recobró el sentido, se encontraba en una gran habitación. Se veía tenebrosa debido a su decoración que constaba de armaduras y armas, algunos artilugios se veían usados y con manchas de sangre vieja. Parecía más un calabozo que una habitación para descansar. Al verse a sí mismo, Inuyasha solo pudo sentir la jaqueca que lo aquejaba y el dolor en todo su cuerpo. Se dio cuenta de su desnudez y las imágenes de la noche anterior llegaron a su mente rápidamente. Inuyasha se veía así mismo echado en esa gran cama y bajo el Rey Demonio, pudo verse a sí mismo gimiendo y rogando por más. Todo era una escena demasiado vergonzosa que ya no quería recordar. Lágrimas de rabia y vergüenza aparecieron de inmediato, ellos se habían atrevido a tomar todo de él sin permitirle defenderse.

Luego de darse cuenta que su ropa estaba junto a la cama y hecha jirones, Inuyasha simplemente se levantó de esa gran cama e ignorando su dolor, se envolvió en una sábana que aún olía a sexo y sudor. La vergüenza había pasado, ahora solo quedaba una inmensa ira y esas criaturas iban a escucharlo. Inuyasha no se iba a quedar callado ante las bajezas que hicieron con él. Una vez cubrió su desnudez, Inuyasha salió a paso tembloroso de la habitación. En verdad estaba totalmente adolorido. Pero su ira pudo mantenerlo en pie.

Cuando salió de la habitación, Inuyasha se dio cuenta de que no sabía el camino. Había estado en el patio y en la sala del trono, pero no recordaba las rutas y el lugar era inmenso. Eso no lo detuvo, dio un paso y empezó a retirarse, cuando iba a seguir su camino, una niña se acercó a él.

—¡Mi señora, espere a Rin!.

Cuando Inuyasha volteó a todos lados y no vio a nadie más, supo que se referían a él. Su ira solo aumentó y por más que la pequeña pareciera tierna e inocente, no iba dejar que siguieran humillándolo. Sin importarle su estado actual, encaró a la niña con la ira en aumento.

—¿¡A quien llamas señora, mocosa malcriada!?. —La niña se acercó a él y lo reverenció. Inuyasha notó que traía una canasta con ropas en ella.

—¿Cómo desea que Rin la llame? ¡Rin está al servicio de la Reina de la Calamidad por orden del Rey Demonio!.

—¡Que no soy una mujer!. —Pero la niña lo ignoró y siguió parloteando. Inuyasha se hartó y empezó a caminar en búsqueda de aquel rey de poca monta que se había atrevido a humillarlo. Se arrepintió por pensar que era un hombre atractivo, ahora solo le parecía un bastardo violador. Al ver que la pequeña seguía hablando sola a su lado, volvió a hablarle. —Llévame con ese Rey Demonio en este instante.

Tras cortar la habladuría necesaria, Inuyasha siguió a la niña hacia donde lo llevara. Ya ni siquiera le importaba que andaba paseándose casi desnudo por todo el lugar. Ahora solo quería ir y partirle la cara a aquel hombre, demonio o lo que sea que fuera. Después de caminar por unos minutos, llegaron a la sala del trono en donde el Rey Demonio hablaba con su única hechicera. Inuyasha llegó dando zancadas y se plantó frente al hombre, con una mano sostuvo su improvisada ropa y con la otra le propinó un puño con toda su fuerza. No fue suficiente para siquiera hacerlo virar el rostro, pero la satisfacción de haber defendido su honor había sido fascinante.

—¿¡Como te atreviste a humillarme de ese modo!? ¿¡Quién te dio la autorización de tocarme como lo hiciste!?.

Los presentes estaban pasmados, ambas mujeres no creían lo que sus ojos veían. Pero el Rey Demonio no dio indicios de moverse e Inuyasha dio un par de pasos atrás después de sentir el ambiente pesado. Inuyasha vio como los ojos del rey se teñían de rojo y sus colmillos se veían más pronunciados, las marcas faciales solo se deformaron. Inuyasha presintió que ese había su último movimiento, que ese demonio lo mataría como a una insignificante hormiga. Presa del miedo que ese aspecto bestial mostraba, Inuyasha sintió como si el piso se moviera y sus piernas temblaron. Pero era el único con esos síntomas. Ante el malestar, sintió que caería al suelo y lo hizo. El Rey Demonio lo atrapó de un brazo, eso evitó que cayera al suelo completamente, no había puesto demasiada fuerza en su agarre y podría decirse que lo había hecho lo más delicado que pudo, pero Inuyasha sabía que al menos dejaría una marca.

—Revísalo. —Ordenó el rey a su hechicera. Inuyasha solo se sentía mareado y no protestó.

Tras unos momentos, Inuyasha estaba sentado en una silla. La hechicera iba a hacer lo encomendado y le ordenó descubrir su cuerpo. Inuyasha solo soltó la sábana dejando su torso al descubierto, si esa mujer sabía como eliminar las nauseas y mareos, dejaría que hiciera lo que debía. Pero no podía soportar la mirada penetrante del demonio sobre él, lo hacía recordar la noche anterior y lo odiaba. La hechicera procedió a revisar a Inuyasha, colocó sus manos abiertas a los costados del humano y empezó a delinear su torso. Con sus pulgares, Kagome empezó a hacer presión en el estomago de Inuyasha y a este le pareció que ella buscaba algo. Tras haber llegado al vientre bajo de Inuyasha, Kagome mostró una gran sonrisa y siguió revisando esa área con más empeño. Al verificar, la hechicera puso su mano en una parte especifica del vientre bajo de Inuyasha. Ella encaró al temible Rey Demonio. 

—La fecundación ha sido un éxito, el humano está preñado. —Soltó la hechicera dejando pasmado a Inuyasha. —El primer Príncipe de la Calamidad está en camino, mi señor.

Luego de eso y gracias a la impresión, Inuyasha perdió el conocimiento.

Cuando Inuyasha despertó, estaba en una habitación diferente. Ya vestía ropa, aunque no normal. Inuyasha estaba vestido con un fino camisón de suave seda y por más que le molestó, no había más prendas. Seguramente era porque esperaban a una mujer y no a un hombre. Iba a levantarse cuando la puerta se abrió dejando ver a la hechicera quien cargaba una bandeja de comida pero por eventos pasados, Inuyasha no confiaría en nadie. Quien sabía que podría pasar si volvía a comer algo dado por esa mujer.

—Veo que has despertado. —Dejó la bandeja en una mesa cercana. —Ahora debes cuidarte, el futuro de nuestra nación se está formando dentro de ti.

—¿Qué fue lo que me hicieron? ¡Quiero volver a mi casa!.

Antes de que Inuyasha cediera ante la histeria, el Rey Demonio apareció en la habitación con su intimidante presencia. Tanto Inuyasha como la mujer guardaron silencio. 

—Una vez que hayas dado a luz a los cinco hijos de la calamidad, te enviaremos de regreso a tu mundo.

—Me secuestran, casi me envenenan y tú abusaste de mí. ¡Y eso no les bastó, ahora quieren convertirme en una maldita incubadora!. —Gritó. —¡Yo soy un hombre! ¡Yo no puedo parir!.

—Cálmate. Te he dado una poción para que puedas sostener la vida de nuestros príncipes en tu interior, solo mantén la calma y nosotros haremos todo. —Explicó la hechicera.

—¡No, eso no es posible! ¡Me niego!. —Inuyasha mostró su pánico ante la idea. No podía creerse lo que le estaban diciendo.

—¡Por supuesto que lo es! Gracias a que la esencia de nuestro rey está en tu interior, el primer príncipe empezará a formarse en cuestión de días. Con unas cuantas pociones más, el primer embarazo a lo mucho durara un mes.

—Esto no te matará, solo obedece y te regresaremos a tu mundo. —Finalizó el Rey Demonio y se retiró, cansado de tanto griterío.

Ahora Inuyasha estaba más que alterado, su vida había dado un giro bastante drástico y no lo quería. No sabía si era verdad o le estaban tomando el pelo, pero no quería creer en las palabras de la hechicera. Él, como el hombre que era, no podía quedar en estado, solo las mujeres podían dar a luz y esos seres extraños no podían obligarlo. Le exasperaba la despreocupación de Kagome y se preguntó el porqué, si necesitaban hijos, ella podía tenerlos y a él podían dejarlo en paz. Pero, tal parecía que preferían el camino difícil. Y no solo le molestaba la actitud de la hechicera, a Inuyasha también le molestaba la fría actitud del Rey Demonio. Porque a Inuyasha no le importaba quien fuera ese hombre, no haría algo solo porque él se lo ordenara. Ese hombre podría ser el rey, pero Inuyasha estaba acostumbrado a otro tipo de ideas y no estaba obligado a cumplir sus caprichos. Porque para Inuyasha lo eran, ellos solo querían aplastar a los humanos sin importarles que él también era un uno, de otro mundo, pero humano. No podía ser partícipe en la destrucción de sus congéneres solo porque un rey orgulloso se lo ordenaba.

Inuyasha estaba seguro que nada pasaría y que solo se trataba de un mal sueño. Quería imponerse que despertaría pronto y haría como si nunca hubiera visto eso. Pero por más que pellizcaba su brazo, seguía ahí. Solamente hacía que sus nervios se intensificaran y su miedo aumentara, la hechicera lo obligó a comer argumentando que la vida del príncipe podría salir afectada si seguía negándose a obedecer. En su propia negación, Inuyasha solo hizo lo ordenado de forma mecánica e ingirió ese batido de color extraño y de diversas texturas que le habían llevado para comer. Además de una extraña poción que le ayudaría al rápido crecimiento del bebé que forzadamente se fortalecía en su interior.

Continuará...

 

 


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