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Interrupción por OlivierCash

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Notas del fanfic:

Hoozuki no reitetsu le pertenece a Natsumi Eguchi.

Cuando dejó caer apresuradamente su bata sobre el suelo, a punto estuvo de caerse, sin embargo, su acompañante logró atraparlo de malas maneras para que su caída se dirigiera sobre la mullida cama. Ninguno de los dos hizo comentario alguno al respecto, pues estaban demasiado ocupados en comerse la boca, en el sentido más sensual de la expresión. Él mismo se quitó el pañuelo que solía cubrir su cabeza y que en esa ocasión no hacía otra cosa más que molestar. Pero en ese pequeño momento dedicado a esa banalidad, cedió un poco en la batalla que estaban librando, y ceder un poco en esa situación era lo mismo a perder. Algo que pudo comprobar cuando unos colmillos se clavaron profundamente en su clavícula.

 

—Pensaba que eras un demonio, no un vam…

 

El susto que se llevó fue lo suficientemente grande como para lograr que hiciera acopio de la fuerza suficiente para apartar al otro de él, incluso como para tirarlo al suelo. Algo que por supuesto, a Hoozuki no le hizo ni pizca de gracia, pues cuando apoyó su mano sobre su cama para que le sirviera de punto de apoyo, poco le faltó para partir la cama en dos. Sin embargo, al ver como Hakutaku se encontraba mirando hacia la dirección opuesta, decidió comprobar lo que lo había asustado.

 

—Chicas —dijo tranquilo, el enfado ya se le había pasado de un plumazo.

 

Colgadas del techo estaban las dos terroríficas crías que tanto cariño despertaban en Hoozuki y que tanto resquemor provocaban en Hakutaku. Nadie le había avisado de que mientras estuviera con la intención de hacer ciertas cosas no aptas para menores con el demonio, las niñas aparecerían repentinamente desde el techo.

 

—¿No has cerrado la puerta? —preguntó Hakutaku molesto.

 

Se sentó sobre la cama de Hoozuki con las piernas y brazos cruzados, sin quitarles el ojo a los tres elementos que tenía delante. Por lo menos las niñas ya habían bajado al suelo, emitiendo esos sonidos tétricos tan habituales en ellas.

 

—¿Acaso insinúas que dejaría pasar algo tan importante y obvio como eso? —Por el aura que le soltó Hoozuki, Hakutaku se encogió un poco, listo para salir por patas si fuera necesario. Aunque hizo el acopio suficiente de valor como para señalar a ambas niñas como contestación a la pregunta del demonio—. El problema es que da igual si cierro la puerta o no, ellas entran de todas maneras.

 

—Las puertas cerradas no son un obstáculo para nosotras.

 

Hakutaku se sobresaltó de nuevo cuando se percató de que niñas estaban sentadas sobre la cama, flanqueándolo. Ambas lo miraban sin pestañear con esos ojos que helaban la sangre. Tanto le inquietó que de una manera disimulada se adecentó un poco la ropa. Luego miró a Hoozuki, quien los miraba, estando todavía de pie frente a la cama destilando neutralidad. Al final, Hakutaku suspiró y se acercó hasta el borde de la cama, se estiró un poco hasta alcanzar papel y bolígrafo, materiales que Hoozuki tenía sobre una mesa. Durante todo ese movimiento, las niñas permanecieron quietas y sin quitarle el ojo, lo cual incomodó mucho a la bestia sagrada. Una vez obtenidos los objetos que necesitaba, volvió a su sitio entre las niñas. Había cogido una libreta.

 

—Ya que estáis aquí y no parecéis tener intención alguna de marcharos, voy a dibujaros un cuento.

 

En cuanto dijo la palabra cuento, ambas niñas se le pegaron, agarrándose a sus brazos y mirando al papel como si fuera la octava maravilla del mundo humano. Incluso pudo notar como Hoozuki se acercaba, puede que no tuviera esperanzas en lo que saldría, como mínimo tenía curiosidad.

 

—Hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo todavía no había tenido que soportar la existencia de Hoozuki, un hombre llamado Wu se casó con dos mujeres, algo que ahora es ilegal, pero en esa época era común —se dedicó a acompañar sus palabras trazando elementos básicos como el paisaje o los personajes principales de la escena que estaba narrando—. Esas mujeres le dieron dos hijas —añadió a las susodichas niñas al dibujo—. Sin embargo, la tragedia cayó sobre ellos cuando una de las dos esposas murió, y pronto lo hizo Wu —tachó a los mencionados, mientras las niñas soltaban una expresión de asombro, o eso interpretó Hakutaku, pues la expresión fue tan inquietante como de costumbre—. Entonces, la mujer de Wu que casualmente había quedado viva, se ocupó de criar a la huérfana Yen-Shen, aunque quien dice cuidar, dice maltrato infantil —tomó una hoja de papel nueva para dibujar a Yen-Shen realizando tareas desagradables, o algo que pareciera eso—. Pero, Yen-Shen tenía un amigo —volvió a tomar otra hoja y el ella dibujó un pez, el cual tras un soplido salio del papel y comenzó a andar por la cama, ante la mirada de las niñas—, este era un pez al que visitaba todos los días.

 

—¿Desde cuando los peces tienen patas y se parecen a todos bichos a los que condenas concediéndoles una existencia repleta de sufrimiento? —preguntó Hoozuki, sin quitarle el ojo al pez, el cual comenzó a emitir los sonidos propios de un pez, o algo parecido.

 

—Pero —habló Hakutaku, subiendo el volumen en ese pero—. La madrastra se enteró de la existencia de ese pez, e ideó un efectivo plan para comérselo. Así que cuando Yen-Shen volvió a ver a su amigo, este había desaparecido —cambió de nuevo la hoja—. Entonces, Yen-Shen se encontró con un anciano, quien le contó lo ocurrido con su pez y le entregó las espinas del mismo, descubriéndole los poderes mágicos del pez —dibujó sólo las espinas, a las que insufló vida para que caminaran por la cama, junto al pez con patas.

 

—Las espinas de pescado tampoco tienen patas, y menos esos cuatro palos mal hecho —molestó Hoozuki, como siempre.

 

—Las espinas concedían deseos —reveló—. El tiempo pasó y un festival llegó, ahí, los jóvenes iban en busca de pareja, por lo que la madrastra quiso evitar que Yen-Shen asistiera, pues era demasiado hermosa y ella quería que fuera su hija la que consiguiera marido. Pero Yen-Shen contaba con la ayuda de la espina del pez, gracias a la cual consiguió un vestido precioso y unos zapatos de oro —el oro no quedó muy lucido con el bolígrafo azul, pero eran niñas y tenían imaginación, por lo que tendría que ser suficiente— Yen-Shen fue el alma de la fiesta, tanto que cuando su hermanastra se fijo en ella, sospechó. Por lo tanto, Yen-Shen huyó tan deprisa, que perdió uno de sus zapatos. En ese momento, volvió a estar vestida con harapos, siendo el otro zapato de oro lo único que prevaleció —hizo una pausa, con la de milongas que había contado a miles de mujeres, contar un cuento a dos crías tétricas le estaba cansando más de lo que el gustaría admitir, a lo mejor el no haber hecho eso nunca tuviera algo que ver—. El zapato, por diversas circunstancias, acabó en manos de un emperador que se obsesionó un poco bastante con él. Así que para encontrar a la dueña, colocó el zapato en un lugar público, mientras él se escondió a la espera de que llegara la mujer a la cual le cupiera —de nuevo, el zapato color oro azul no lucia mucho—. Obviamente la madrastra llevó a su hija para que se probara el zapato, pero como era enano para ella, le cortó unos dedos, pero por lo de la pérdida de sangre el rey no se convenció mucho —pensó que eso le gustaría a Hoozuki, esas cosas sádicas siempre le gustaban— Al final, en mitad de la noche Yen-Shen se llevó el zapato a su casa, hasta donde el rey y sus sirvientes la siguieron. El rey llamó a su puerta y le pidió que se probara los dos zapatos y al hacerlo, sus ricas ropas regresaron. Como su belleza embelesó al rey, Yen-Shen se fue con él para ser su mujer, mientras su madrastra y hermanastra fueron condenadas a vivir en una cueva donde murieron por culpa de un derrumbamiento.

 

Cuando acabó el maldito cuento, respiró por fin tranquilo y pudo notar como las dos niñas estaban apoyadas sobre él, dormidas. Ante eso, se dejó caer hacia atrás sobre la cama, para quedarse tumbado con las niñas alrededor, estas ni se inmutaron. Notó como Hoozuki se sentó a su lado y al levantar la cabeza un poco, se encontró con la siempre hostil mirada del demonio.

 

—¿Llevan mucho dormidas? —preguntó con fastidio, con lo que le había costado contar todo eso, esperaba que no se lo hubiera perdido todo.

 

—No, pero estaban tan atentas que ni pestañeaban —dijo Hoozuki, como si el que esas crías no pestañearan fuera un noticia—. No sé si conseguiste embelesarlas con el cuento, o tus aterradores dibujos les gustaron —Hakutaku le dedicó una mirada de esas que matan, el problema es que Hoozuki esta demasiado acostumbrado a ellas—. Para ser alguien a quien no le gustan los niños, se te ha dado bastante bien.

 

Hakutaku miró hacia el techo del cuarto, tenía a dos niñas durmiendo alrededor y ni siquiera sabía cómo tratarlas, probablemente ni le importaba ser capaz de tratarlas bien o incluso agradarles. Sin embargo, no paraba de intentar ser buena persona con ellas. A lo mejor necesitaba tomarse un descanso antes de que se cargara todos sus gustos y opiniones personales.

 

—Sólo les he contado el cuento para distraerlas, llegan a preguntar sobre lo que estamos haciendo y te habrías puesto tan nervioso como para golpearme hasta hacerme picadillo.

 

Hoozuki se tumbó de costado en su cama, mirando hacia Hakutaku y con una de las niñas en medio. No dijo nada, ni siquiera parecía enfadado o dispuesto a hacer algo que pudiera dañar a la bestia sagrada.

 

—Me sorprende que no me hagas proposiciones indecentes acerca de lo que hemos dejado a mitad —comentó Hoozuki.

 

—No estoy tan enfermo —Hakutaku se estiró un poco, le fastidiaba no poder hacer con Hoozuki aquello por lo que había ido hasta ahí abajo, pero ya no se podía hacer nada al respecto —Ya quedaremos en mi casa la próxima vez que Momotaro tenga algo que hacer por la noche, así nos ahorramos este tipo de sorpresas —cerró los ojos, estaba prácticamente vestido, pero no tenía gana alguna ni de cambiarse de ropa.

 

—¿Me estas diciendo que ahora quieres dormir? —preguntó Hoozuki, intentando ocultar la sorpresa que eso le provocó.

 

—Sí, así que callate.


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