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Tirar para adelante o dejar que tu orgullo te aprisione por lpluni777

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Notas del fanfic:

Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada.

Tirar para adelante o dejar que tu orgullo te aprisione

 

 

—Vamos, alegra esa cara y al menos finge que disfrutas de tu descanso.

Pharaoh arqueó una ceja.

—Para empezar, éste es tu descanso. Segundo, no me queda claro porqué me ordenaron acompañarte.

Myu encorvó la espalda y descansó su mentón sobre la mesa.

—Porque si te lo ofrecían amablemente, te habrías negado —se reincorporó rápidamente y estiró los brazos hacia el cielo—. Pero bueno, ahora que estás aquí, disfruta.

El espectro de cabello rosa dirigió la vista hacia abajo del balcón. Llegaron en medio de una fecha festiva, si el desfile que corría calle abajo era alguna señal. Pharaoh observó también, y lo primero que su mente asoció a aquellas personas que caminaban con viveza por el medio de la calle, fueron las almas en pena que vagabundeaban por la tierra de los muertos buscando su final, siguiendo una a la otra, temiendo separarse del grupo en un lugar donde ya no eran capaces de sentir.

 

Hacía tiempo que no visitaba el mundo de los vivos. El contraste con las voces alegres, los niños escondiéndose en una u otra callejuela, las personas que caminaban en dirección contraria por las veredas. La algarabía se sentía en cada palmada y vocal que resonaba allá abajo.

 

Su señor Hades deseaba gobernar ese sitio. Él estaba seguro de que su amo sería un poco más feliz si lo lograba, si finalmente se ganaba el derecho a abandonar el lúgubre y moribundo Inframundo.

 

La felicidad de Hades era lo único que a Pharaoh le importaba, pues al contemplar a ese grupo de gente que se alejaba en dirección al río, tenía presente que volvería a verlos tarde o temprano a todos y cada uno de ellos. Después de todo, eran mortales y en algún momento debían darse cuenta de ello en plenitud.

Myu volvió a verlo.

—¿No te gusta la música? —cuestionó con una sonrisa de lado.

En verdad, el espectro de Esfinge no había prestado mucha atención a ese detalle. Cerró los ojos y se dispuso a oír sin distracciones.

—…Es agradable.

 

 

Habiendo recordado su pasado, estuvo dispuesto a seguir como siempre lo había hecho. Desde volver a amaestrar a Cerbero, hasta tocar cualquier melodía que Pandora deseara escuchar o aprender. Era un siervo leal y el músico favorito de su señor.

Se arrepentía de haber seguido las órdenes al pie de la letra. Se arrepentía de no haber fallado.

 

Orfeo de Lira lo desplazó en el castillo de Hades, volviéndose el santo de plata el músico preferido. Imaginó que sería cosa de novedad y las primeras semanas no le dio importancia. Fue cuando Pandora dejó de pedirle consejos que cayó en cuenta del terrible error que había cometido al anclar aquél santo al Inframundo.

Nunca nadie le había arrebatado aquél privilegio. Nunca creyó que alguien robaría sus halagos y el puesto regular dentro del castillo de su señor.

Jamás imaginó que un inmundo santo de Atenea podría brindar cualquier clase de alegría a su amo.

De cualquier modo, prosiguió con su trabajo y fingió una forzada amistad con el otro músico. Debía guardar las apariencias y asegurarse de que pudiera serles útil llegado el momento, así como Pandora deseaba. No es que hablar con Orfeo resultara difícil, el santo tenía buen oído y una voz relajante; lo difícil era aceptar que sentía una envidia malsana hacia ese mortal, que deseaba matarlo cada vez que abría la boca uordenar a Cerbero que devorase a su amada en la roca, y el saber que no podía permitirse nada de eso.

Pues sino otra cosa, todavía era un sirviente leal.

Quizás se quejó en voz alta con algún compañero en quien confiase, Balrog o Arpía, y el siempre metódico Papillon logró enterarse, aunque fuera por accidente, de su opinión sobre el santo de Atenea. El sujeto no era amable, Pharaoh incluso se atrevía a afirmar que era más orgulloso que él mismo. Así que no tenía idea de porqué decidió que lo mejor sería llevarlo un tiempo a la tierra de los vivos, mas apostaría a que lo hizo solo para molestarlo.

Porque sí, estaba seguro de que fue obra de Myu. Ni Pandora, ni mucho menos Hades, habrían planeado algo así de buenas a primeras. Además…

—Qué bonita —una mariposa de alas verdes decidió tomar un descanso sobre el dorso de la mano de Myu, el espectro la acercó a su rostro y ésta ni se inmutó—. ¿No te parece?

Pharoh suspiró y dejó caer su maleta sobre la cama. Era el quinto país que visitaban y por no haber querido llevar una cuenta al suponer que estarían poco tiempo allí, desconocía si habían viajado tanto en tres o en cuatro meses.

—No me agradan los insectos —masculló antes de tomar asiento al borde del colchón.

Al igual que los hoteles anteriores, el lujo de la habitación era exagerado. Resultaba sorprendente lo sencillo que fue convencer a los padres de Radamantis de que eran amigos suyos, incluso si habían sido avisados de antemano, principalmente porque no eran sus amigos. Pero bueno, eran asquerosamente ricos, pues continuaban costeando sus «vacaciones» sin siquiera preguntar cuándo acabarían.

Aunque también podía ser cosa de Myu.

—La has espantado —el espectro de Papillon se encontraba frente a él—, con tu malhumor —completó cuando Esfinge le prestó atención.

—Disculpa —prefería no empezar otra discusión que terminaría en nada.

—¿Acaso extrañas a tu perrito?

—No fingiré que no me preocupa —Cerbero podía cuidarse solo, pero si tardaba demasiado en volver tendría que ganarse su confianza una vez más. Tenía muy mala memoria.

—Lune prometió echarle un vistazo de vez en cuando, más que nada para asegurarnos de que todo esté en orden en tu prisión. Aunque Orfeo segu-

—Myu —llamó en tono cortante—. No quiero oír ese nombre.

El espectro de cabello rosa arqueó una ceja.

—Dices eso, pero no dejas de pensar en él —Pharaoh enmudeció y Myu se inclinó hacia adelante, el cuerpo temporal que vestía —más humano de lo usual, con ojos con iris como los de cualquier persona aunque de un color indescriptible—, no disfrazaba su poder—. Trece semanas llevamos aquí y no pasa un solo día sin que pienses en él —repitió.

—Por eso no necesito que me lo recuerdes —acabó por decir el de ojos color ámbar.

Myu lo empujó y suponiendo que empezarían otra discusión si reaccionaba, Pharaoh no se resistió y se dejó caer sobre la cama.

—Tus amigos te aprecian, Esfinge. Prometí que ayudaría a calmar tu mente, pero tu orgullo es mucho mayor de lo que imaginaba.

Pharaoh soltó una carcajada seca. El otro tenía razón.

—Tienes tanto tiempo libre, Papillon, que te ha parecido una buena forma de matarlo el arrastrarme al mundo de los vivos para aliviar tu carga de soledad. Pero dices que lo haces por mi bien, aunque en verdad, no has hecho absolutamente nada por mí.

Myu se posicionó sobre él en la cama.

—Siempre has sido así —murmuró descontento—, tan malagradecido. Tan ignorante de las cosas que te traen felicidad porque las que traen tristeza te preocupan más. Dime, ¿no has contado las veces que te quedaste inmerso en la música? Oír algo nuevo después de doscientos años es refrescante. ¿Qué hay de todas las veces que logré hacerte reír? Seguro ni te has dado cuenta.

Sus rostros estaban demasiado cerca.

—Mi felicidad-

Myu bufó.

—Tu felicidad consiste en ser el esclavo personal de nuestro señor Hades, lo sé.

Pharaoh echó a la basura su templanza y le propinó a Papillon un puñetazo en el rostro lo suficientemente fuerte para quitárselo de encima y tumbarlo de la cama. Aunque pensó que se había contenido. No, definitivamente un golpe con tan poco impacto no debería haber-

El de cabello rosado comenzó a reír.

—Olvidas que éste no es mi cuerpo real —aclaró luego de un rato, sobándose la mejilla. Esfinge apartó la mirada.

—Te lo buscaste.

—Di en el blanco —resolvió poniéndose de pie, yentonces se sentó en la cama junto a Pharaoh—. Oye…

El espectro de Esfinge sintió una mano sobre la suya y cuando volteó a ver a Myu para exigir una explicación, Papillon lo besó. Abrió los ojos, no sorprendido por el acto en sí, sino porque le resultaba familiar… Claro, hacía mucho tiempo, ambos lucían un poco diferentes, pero eran ellos.

Lo había olvidado por completo.

Había olvidado tanto. Hubo un pequeño lapso de tiempo en su existencia en el cual Hades no era el centro sobre el que rotaba su universo.

Cuando se separaron, compartieron una mirada y Pharaoh descansó su mentón sobre el hombro de Myu.

—Dijiste que no pensabas volver conmigo en mil años.

Papillon sonrió de lado.

—¿No han pasado ya?

—Ni siquiera quinientos.

El de cabello rosado empujó la maleta de Pharaoh fuera de la cama y provocó que ambos cayesen sobre el colchón una vez más. Se acomodaron uno frente al otro como solían hacerlo hacía mucho tiempo. Como niños que compartían secretos en la oscuridad de la noche. Esfinge acarició la mejilla que había golpeado a modo de disculpa.

Myu abrió la boca un par de veces hasta decidirse a hablar.

—No encontré a nadie que te superase —la sonrisa orgullosa de Pharaoh le permitió respirar aliviado porque el comentario no le resultara ofensivo.

—Te lo advertí —frunció el ceño—. ¿Quieres esperar a que se cumplan?

—Sinceramente, no. Pero fui un idiota contigo, así que es tu decisión.

Pharaoh inició el beso en esa ocasión.

 

 

—Es él —susurró Myu indicando hacia un joven de cabello lila que compraba fruta en el mercado, era difícil no distinguirlo llevando aquél tono de pelo al descubierto—. Dicen que es el santo con la psicoquinesis más desarrollada en el santuario.

Pharaoh arqueó una ceja.

—Podrías matarlo ahora mismo si quisieras.

Myu observó a su compañero y negó.

—No estamos en tiempos de guerra. Pero, cuando el momento llegue, espero medirme con él en batalla y dejar en claro para todos quién es el mejor psíquico.

—¿Y necesitabas cuatro meses para simplemente venir aquí y echarle un vistazo de lejos?

Papillon acercó sus rostros y juntó sus frentes.

—Te extrañé durante cuatrocientos años. Quería estar contigo.

 

 

Dejó de observar a Cerbero comer cuando oyó unas notas sueltas en el aire. Conocía la melodía, era una de las tantas que él mismo le enseñó a Pandora para que ella tocase en su ausencia.

Se acercó al sitio de donde provenía el sonido y se apoyó contra un muro rocoso con los brazos cruzados en lo que el santo se daba cuenta de su presencia. Aunque tocaba la pieza a la perfección, Orfeo no lucía contento con el resultado. Luego de unos minutos, alzó la vista de su instrumento y se puso de pie. Antes de que lograse decir nada, Pharaoh habló:

—Es una composición simple, demasiado sencilla para alguien con tu talento, supongo —al notar la falta de respuestas, ya fuesen cortantes o irónicas, Esfinge sonrió con cierta malicia—. He visitado tu mundo hace poco y conocí varias melodías que creo serán de tu agrado. Si te interesa, puedo enseñártelas.

Aunque Orfeo se lo tomó a bien.

—Si tienes tiempo, sería un honor.

Pharaoh no creyó que sería tan sencillo sobreponer su disgusto y ansias de matar sin aviso con un pensamiento tan simple como el de Myu: Llegado el momento indicado, todo se resolverá, el mejor dará muerte al otro y el mejor seré yo.

Además, qué espectacular resultaría el fingir ser buenos amigos aguardando ese momento.

 

 

 

29/09

Notas finales:

¿Qué me pasa con las pocas ganas de describir los luares donde están? jaja.

El mercado, ¿en serio? Da igual.

Me hizo gracia pensar en que eran amantes y nomás no se acordaban.

 

Uni.


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