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El imbécil de Matthew Bell

CAP 11 Lonely Boy

No me considero un cobarde, de hecho, estoy bastante orgulloso de decir que a los seis años dejé a un amigo de mi padre sin descendencia cuando me dijo que si no me comía las verduras llamaría al hombre de saco para que me llevase. De todas maneras, apuesto que cualquier otro hombre valiente haría lo mismo que yo en esta situación, intentar desviar la conversación lo más rápido posible antes de que mis dos mejores amigos vuelvan y se encuentren con una escena un poco cuestionable.

 

—¿Qué como he acabado así? —murmuro—. Me tropecé volviendo a los dormitorios y me caí.

 

Noto como se inclina más hacia mí, sus manos apoyadas en la cama a mis costados. En sus labios se forma una sonrisa amenazante. Me gusta verlo así, cuando deja todas esas mierdas falsas que usa para el resto de personas. 

 

—¿Me tomas por imbécil?

 

Si quería jugar a ese juego yo no me iba a dar por vencido. Le sostuve la mirada.

 

—¿Quieres que responda sinceramente?

 

Cuando ríe es como si mi pecho vibrase al son de su sonido.

 

—Eres un encanto de persona—inquiere con sarcasmo. Yo no me dejo amedrentar.

 

—Gracias, me lo dicen a menudo.

 

Noto como sus ojos bajan hacia mis labios.

 

—Tienes suerte de ser atractivo. 

 

Aquella respuesta me afecta más de lo que debería, con un vuelco en mi estomago. Incapaz de soportarlo desvío la mirada hacia un lado y aumento un poco la distancia entre nosotros. Él parece entenderlo ya que retrocede. 

 

—¿En serio vas a ignorar lo que pasó la última vez? 

 

No consigo distinguir ninguna emoción tras su pregunta, por mucho que me esfuerzo en hacerlo.

 

—Ya te dije que no hay nada de lo que hablar. 

 

Podéis llamarme cabezota, pero el muy capullo hirió mi orgullo aquel día y ni de coña voy a dar un brazo a torcer. Oigo como suspira.

 

—Yo que pensaba que a lo mejor podríamos repetirlo.

 

Sorprendido me giro a mirarle con tanta rapidez que mi cabeza retumba. Se hace el silencio entre ambos, él probablemente está a la espera de mi respuesta, yo soy incapaz de formular algo coherente. Mis ojos le recorren inconscientemente, por primera vez en lo que llevamos solos me doy cuenta de lo bien que le queda ese estúpido jersey ajustado de cuello alto color blanco, otras de esas pijerías que solo le podrían sentar bien a él. Me paso la lengua por los labios, humedeciéndolos. 

 

—¿Quieres... repetirlo? 

 

No puedo ocultar la incredulidad en mi voz. No estaba preparado para ese comentario. Él se limita a sonreír, la primera sonrisa sincera que he visto en Matthew en mucho tiempo, una sonrisa que me enciende como si fuese una cerilla. Ahora es su turno de recorrerme con los ojos 

 

—Estaría loco si no lo quisiera. 

 

Un segundo, eso es lo que necesito para perder la cordura e inclinarme a besarle. Dos segundos es lo que tarda la puerta en abrirse de sopetón. El ruido me sobresalta y me obliga a apartar al de ojos ámbar lejos de mí de un empujón.

 

—¡Encontré el hielo! —exclama un Tony orgulloso. Su sonrisa de triunfo es rápidamente sustituida por una mueca de confusión —... ¿qué hace Matthew en el suelo?

 

Miro al semi rubio, tirado entre las dos camas con la misma expresión de confusión que Tony en el rostro. Tal vez me había pasado un poco con la fuerza. 

 

—Me ayuda a buscar mis cascos—Le fulmino con una mirada y le golpeo ligeramente con el pie sano, intentando transmitir el mensaje de "abre el pico y te corto las pelotas"—. ¿Verdad?

 

Por primera vez en mucho tiempo consigo ganar en algo a Matthew Bell, ya que él se limita a asentir y seguirme la corriente. 

 

Al día siguiente hago una visita a la enfermería de la universidad a primera hora: Esguince en la muñeca.

 

—¡¿Tres semanas de reposo!? 

 

Exclama Tony al enterarse.

 

—¡Joder! ¿Qué vamos a hacer con el concierto de año nuevo?

 

Tengo que contenerme para no patear alguna cosa que pueda descargar mi ira, ya tenía suficiente con tener la mano derecha jodida. Lizzy, sentada al otro lado de la mesa del comedor, no ha parado de mirar su cuchara para cereales, tal vez planteándose si servirá para apuñalarnos.

 

—Si no os hubieseis dedicado a hacer el gilipollas como machitos que sois esto no habría pasado.

 

Cabe comentar que la bajista nunca ha comprendido el espíritu del "No hay huevos", hace siglos que di esa batalla por perdida. Su primo la fulmina con la mirada, cuando abre la boca ya sé que va a decir una burrada.

 

—Bueno, no hay nada que podamos hacer para remediarlo ya —se adelanta Jordan, aka el pacifista—. Tendremos que buscar a alguien que sustituya a Ben para el concierto y, tío—me da unas palmadas en el hombro—. No te rayes, en enero ya estarás como nuevo. Son solo tres semanas. 

 

Dejo escapar un quejido de frustración

 

—Tres semanas sin poder mover la maldita mano y con esta puñetera férula. Que coñazo. 

 

Tony asiente y levanta las manos al cielo, con aire melodramático.

 

—Ya ves tío, ¡Tres semanas sin pajas!

 

Lizzy consigue impactar en la cara de su primo un proyectil de cereales con leche usando la cuchara como catapulta. Antes que se desate la tercera guerra mundial me levanto de mi asiento. 

 

—Os dejo, tengo que ir a ver al viejo verde.

 

—¿Y eso? 

 

Levanto mi muñeca sujeta por la maldita férula.

 

—Necesito aclarar cómo voy a hacer los exámenes con esta cosa. 

 

Recorro el camino hacia el despacho del director con tranquilidad. Cuanto más tiempo me lleve más tiempo habré perdido de clases insoportables. Hago notar mi llegada con dos golpes rápidos en la puerta.

 

—Pase.

 

El señor Brown se encuentra sentado frente a su inmensa mesa. Su expresión se torna seria al ver mi brazo.

 

—¿Qué le ha pasado en la muñeca?

 

Por razones más que obvias no voy a decir la verdad.

 

—Tuve un accidente esta mañana en la ducha.

 

Su frente se arruga ante mis palabras.

 

—Siéntese, muchacho.

 

Algo no va bien. Lo noto en el ambiente al acercarme para ocupar la silla enfrente suya, pero no puedo identificar qué es lo que pasa. Aguardo unos segundos, a la espera de que él comience la conversación, tal vez preguntándome cual era mi intención al venir aquí. Al ver que el director no está por la labor de preguntar me veo obligado a comenzar yo mismo, algo descolocado.

 

—Verá... como no creo que pueda escribir venía para preguntar si es posible aplazar mis exá...

 

—Podría haberse roto algo.

 

Su interrupción me silencia, incómodo. Inconscientemente evito su mirada, centrando la vista en mi esguince. Intento sonreír.

 

—En realidad no es tanto, aún puedo mover...

 

—¿Dice que se cayó en la ducha? 

 

De nuevo otra interrupción, seguida de un silencio.

 

—Ehm... sí —Maldigo internamente. Eso ha sonado más a pregunta que a afirmación. El señor Brown suspira. Desde el otro lado de la mesa puedo ver como se agacha ligeramente desde su asiento. Al erguirse deja mostrar un monopatín que apoya contra el escritorio. Lo reconozco de inmediato, la prueba del delito.

 

<>

 

Con toda la mierda sobre la muñeca y el tobillo me había olvidado por completo. Intento aparentar lo más calmado posible, sin ninguna esperanza.

 

—¡Vaya! ¿Ha empezado a hacer skate? 

 

—Sé perfectamente que este monopatín es suyo. Hudson.

 

<<Vaya, directo al grano>> No respondo, sé cuando hay que admitir una derrota. También sé que el viejo verde odia las mentiras en su cara, lo mejor sería evitar hacer el ridículo y cabrearle más. Soportar sus gritos de siempre y aceptar el castigo que me vaya a dejar sin navidades definitivamente. 

 

Sin embargo, los gritos no llegan. Con una tranquilidad plasmante el hombre retira el skate y apoya ambos codos en su mesa, parece estar meditando bien cual va a ser mi sentencia. De repente suspira.

 

—No te entiendo, Benjamin —la mirada que me dedica me causa un escalofrío—. Eras un chico brillante. 

 

No sé que responder. ¿Qué cojones se supone que debo responder a eso? 

 

—Eras inteligente, responsable, te encantaban los deportes... 

 

—Todos los mocosos son inteligentes en la puta primaría.

 

El director me mira con reproche.

 

—Pero tú finges no serlo ahora por voluntad propia. 

 

Hacía muchos años que el viejo verde no me tuteaba. No me gusta, tengo que refrenar las ganas de salir corriendo de ese despacho. 

 

—Te pasas los fines de semanas emborrachándote, faltas a clases, te metes en peleas, realizas actos de vandalismo dentro de la escuela ¡Podrías haberte hecho algo mucho más grave que una simpe esguince de muñeca por tus estúpidos jueguecitos!

 

—Podría, pero no lo he hecho.

 

—Lo tienes todo —la decepción en su voz es palpable—. Dinero, salud, amigos y una hermana y un padre que te apoyan ¿Por qué te auto saboteas de esta manera? ¿Por qué enfadas a Michael aposta? ¿De verdad quieres echar perder así vuestra relación, Benjamin? ¿De verdad te esfuerzas tanto en ser una decepción constante para él?

 

—¿Puede dejar de darme la charla del padre que usted no es y limitarse a decidir mi puto castigo?

 

Por un momento, al ver como la mirada se le enciende, creo que he conseguido mi propósito y le he cabreado de verdad, pero él en cambio se limita a suspirar. Cuando vuelve a hablar ya no hay más intentos de falsos paternalismos. Su voz suena fría, y me hace arrepentirme por un instante de mis palabras. 

 

—Después de las navidades te dedicarás a ayudar al conserje todos los viernes por la tarde. Hasta que yo lo considere necesario. 

 

Asiento en silencio, aunque en el fondo quiero gritar "a la mierda los ensayos con la banda"

 

—¿Y qué pasará con mis exámenes? 

 

—Los harás con el resto de tus compañeros, tendrás que pedir a los profesores que te hagan las pruebas orales si es necesario.

 

Ni siquiera alza la mirada para verme al rostro mientras habla, ojos fijos en su escritorio. Tengo que que tragar saliva para evitar que mi voz se quiebre. 

 

—De acuerdo. Tenga un buen día.

 

Me levanto dispuesto a salir por patas, aunque de nuevo su voz me frena. 

 

—Ben —Parece dudar—, no se lo diré a Michael, pero llegará un momento en que no pueda ocultarle las cosas a tu padre.

 

De nuevo asiento, incapaz de decir algo más que no sea gritarle todo lo que pienso de él y mi maldito padre a la cara, y sé que si lo grito me arrepentiré al segundo de haberlo soltado. Cuando consigo poner los pies fuera de aquella encerrona tomo rumbo a mi habitación, no estoy de humor para ninguna clase. Lo único que quiero es encerrarme en algún sitio y poner música rock a todo volumen hasta que el sol desaparezca. Al llegar a mi habitación se me escapa una palabrota al ver al angelito sentado en su escritorio, estudiando. 

 

—Tiene que ser una puñetera broma. 

 

El rubio hace girar su silla hacia mí, sorprendido.

 

—¿Benjamin?

 

—Largo.

 

Matthew no se levanta, el hijo de puta ni siquiera reacciona ante mi orden. Empiezo a dar vueltas alrededor de la habitación, intentando controlar mi mal humor y no sacarle de ahí a patadas. 

 

—¿Va todo bien? 

 

—¡Largo, fuera! ¡Vete a donde sea que vas normalmente a pasar tu insufrible tiempo contigo mismo!

 

Por fin se pone de en pie. Sin embargo, en contra de mis gritos se acerca más a mí, obligándome a detenerme frente a él. 

 

—Te recuerdo que esta habitación es tan mía como tuya. Tengo que estudiar para un examen importante. 

 

No suena amenazante sino tranquilo, una tranquilidad que no es capaz de transmitirme. Alzo la mano sana y con un solo dedo le golpeo en el pecho, estoy haciendo mi mejor esfuerzo para no pegarle, porque sé que mi furia no es contra él. La vista se me empieza a empañar y el nudo en la garganta hace muy difícil hablar con normalidad.

 

—Mira, no quiero pelear ahora ¿vale? Solo... ¿No puedes hacerme caso por una jodida vez? 

 

Por primera vez no hay respuesta inmediata. Matthew se limita a mirarme, seguramente regodeándose en lo patético que me siento, pero me da igual en esos momentos. Le mantengo la mirada implorante. Al final asiente. 

 

—De acuerdo. Tú ganas. Haré lo que quieras. 

 

Se da la vuelta, seguramente para hacerme caso y darme el tiempo a solas que he pedido. En seguida me arrepiento de mis palabras, no quiero estar solo, no quiero pensar en mi padre ni en el viejo verde, no quiero que se marche, no quiero que me deje de llevar la contraria y perder así la única distracción que tengo, quiero...

 

Lo agarro de la muñeca, con tanta fuerza que hasta mis dedos duelen, él no parece quejarse. Nuestras miradas se unen, me gustaría poder decirle lo que siento solo con los ojos, pero como solo soy un patético humano me veo obligado a hablar.

 

—Fóllame —pido. Sus pupilas se dilatan con esa única palabra. Casi con torpeza tiró de su brazo para acercarlo a mí—. Es lo que quiero. Fóllame hasta que olvide todo. 

 

No responde, con delicadeza se deshace de mi agarre y se aleja unos pasos de mí. Siento el corazón latir a mil por hora cuando lo veo dirigirse a la puerta. ¿Había sido demasiado directo? 

 

Tardo unos segundos en comprender cuando echa el cerrojo a la puerta y se vuelve hacia mí. No se hace de rogar más, sus labios cubren los míos. Alzo una mano para acariciar su mejilla, la piel áspera por el indicio de una barba rozando mi pulgar. 

 

—No vuelvas a decir algo así —su voz suena ronca y me hace temblar de deseo—. O me volverás loco. 

 

Aquello me saca por primera vez en lo que llevo de día una sonrisa, mis ojos aún algo empañados, sus manos bajan hasta el borde de mi camiseta rozando mi piel por debajo. 

 

—¿El qué? —inquiero con burla—¿Qué me folles? 

 

Como respuesta recibo una mordida en el labio inferior que me saca un quejido de dolor. 

 

—Serás bruto me vas a dejar mar...

 

—Ni una palabra más, Hudson. 

 

Habría sonreído de nuevo de no ser porque sus labios han decido viajar a mi cuello y acarician un punto sensible. Con rapidez se deshace de su camiseta y pantalones, por otro lado, supone un gran esfuerzo por mi parte quitarme la férula y la camiseta con delicadeza en vez de simplemente romper ese maldito cachivache que se interpone entre mi piel y la suya. Sus dos manos acarician por fin mi torso desnudo, hasta llegar a mis hombros.

 

—Ven. 

 

Con cuidado me conduce a su cama, sobre la que me obliga a recostarme. Me vuelve a besar con intensidad. Intento pasar las manos por su cabello, pero en seguida me lo impide, agarrando ambas muñecas e inmovilizándolas en la cama. Aunque su agarre no es brusco me causa un pequeño gruñido de dolor.

 

—Ni se te ocurra mover la mano mala ¿De acuerdo?

 

—Que te jodan. 

 

Su aliento golpea mi cara al reírse. Inclina su rostro una vez más para dejar un casto beso en mis labios que yo no devuelvo, aún molesto. Luego, sin perder esa odiosa sonrisa de gilipollas que tiene empieza a bajar, dejando un rastro de besos en mi torso que se sienten fríos y calientes a la vez.Cuando llega a mi vientre para, me vuelve a mirar, posa ambas manos en la cintura de mi bóxer y desciende la prenda, con lentitud. Sus ojos ámbar se sienten como si me traspasase con su mirada, no ayuda que no los aparte de mi rostro durante todo el proceso de dejarme completamente desnudo. Respiro con dificultad y me remuevo en la cama. Con ambos codos me incorporo ligeramente para hacerle frente. Adivino sus intenciones al ver como su rostro se acerca a mi erección.

 

—Espera.

 

Enredo los dedos de mi mano sana en su cabello, exigiendo que volviese a ponerse al alcance de mi rostro. 

 

—He dicho que quería llegar hasta el final.

 

Su rostro parece dudar y puedo ver como su mirada se desvía momentáneamente a mi muñeca, aún inmóvil donde él la dejo, pero en seguida se recompone. Extiende su mano hacia mí, sus dedos rozan mis labios. 

 

—Chupa —Su tono autoritario me produce un escalofrío en la nuca. Sin romper el contacto visual entreabro los labios permitiendo el acceso a su índice y el corazón. Juego con ellos con mi lengua, empapándolos. Puedo notar su cuello tensarse, las venas de este visibles como un río azul entre nieve. 

 

Cuando considera suficiente retira su mano y su lengua es ahora la que se dedica a jugar con la mía. Aguanto un quejido al sentir el primer dedo rozar mi entrada y hacerse paso. No duele, tampoco se siente bien, sé que un solo dedo no es suficiente. 

 

—Más —exijo en un murmullo, alejándome de su boca. Él asiente, cierro los ojos y me preparo para la sensación. Un ardor seguido de placer me hace jadear.

 

—Aaaah... Joder.

 

Sus dedos se detienen y el dolor y placer cesan. Abro los ojos y alzo la cabeza para fulminarle con la mirada. Antes de poder insultarle él se acerca a mí, mejilla contra mejilla susurra en mi oído. 

 

—Shhhhh, no digas palabrotas —Sus dedos retoman el movimiento, esta vez acompañados de su mano libre sobre mi erección—. Además, no queremos que nos escuchen en las habitaciones de al lado. 

 

—mghh... me importa una mierd...¡Ah! —Sus dos dígitos presionan en el punto mágico y me veo obligado a echar la cabeza hacía atrás debido al intenso placer que recorre mi columna. Puedo escuchar su risa contra mi oído, lo cual me irrita. 

 

—Te odio.

 

Ante mi declaración se aleja unos centímetros de mí, tiene una sonrisa odiosa y preciosa dibujada en toda la cara.

 

—El sentimiento es mutuo entonces ¿Tienes preservativos? —Hasta para pedir condones es un puto remilgado. Con una mano señalo la mesilla de noche al lado de mi cama. Nos volvemos a besar mientras se inclina para buscar dentro del cajón. Joder, que bien besa. Se aparta unos instantes para ponerse el preservativo y cubrirlo de lubricante. Yo intento masturbarme torpemente con la mano izquierda mientras tanto, demasiado necesitado.

 

—No lo hagas tú solo —Su vena controladora sale de nuevo a flote cuando me obliga a apartar la mano con delicadeza una vez preparado. Se acomoda entre mis piernas, me observa de nuevo y por primera vez puedo ver al ángel sonreír burlón—. Te gusta duro ¿Benjamin? 

 

—Cállate y métela de una puta vez. 

 

Por una vez en la vida me hace caso y la mete de una estocada. De mis labios sale un suspiro de placer al sentirlo. Suspiros que se transforman en gemidos con el vaivén de sus caderas. Gemidos que no alcanzaron a ser gritos ya que me besa en el momento en el que me empieza a masturbar con su mano. Acabo con un gruñido de satisfacción, él me sigue a los pocos segundos, el orgasmo puso fin a toda la tensión acumulada. Ambos terminamos tumbados en su cama. 

 

Puedo sentir su respiración brusca a mi lado, acompasándose a la mía, su calor entre mis brazos es reconfortante. Aún así me fuerzo a levantarme, él no dice nada. Para cuando me he aseado y vestido al completo él ya esta de nuevo en su asiento del escritorio estudiando. Sin necesidad de añadir nada más salgo de la habitación en completo silencio.

 

 

Notas finales:

He tardado lo mío, pero he pasado de tener un capítulo que no me convencía nada a publicar algo que no me desagrada, así que considero esto una mini victoria :)

Espero que tengais un buen día. 

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