—¿Oír el qué?
Un sonido a mis espaldas me hace enmudecer, sonaba como un rasgueo... unos arañazos. Me doy la vuelta y contemplo el parque que hay a nuestras espaldas. No hay nadie.
—Viene del contenedor —Lizzy señala el gran contenedor de basura gris que hay a la entrada del parque. Suenan como golpes.
Frunzo el ceño, seguro que algún pájaro estúpido se había metido en el contenedor y no sabía como salir. Me acercó con tranquilidad, a mis espaldas Lizzy me llama intentando que pare, pero siento como me sigue al final. Con facilidad abro la tapa del contenedor, afortunadamente aún hay la luz suficiente para ver en el interior.
—¡Un chucho! —exclamo sorprendido. Lizzy se apresura a asomar la cabeza al igual que yo. Los dos contemplamos la bola de pelo marrón que se mueve frenéticamentre entre las bolsas de basura, desorientado.
—¡Un cachorro! —La morena me empieza a golpear en el hombro insistentemente—. ¡Sácalo, sácalo! —ordena.
Suelto un gruñido, pero hago lo que dice. El perro es tan pequeño que puedo alzarle perfectamente con una sola mano. Una vez en mis brazos la bola intenta agarrarse a mis hombros, olisqueándome el cuello. Alejo la cara estirando el cuello lo máximo posible.
—Joder, que mal huele la bola de pelo esta.
—¡Ben! —Mi amiga me pega en el cogote—. ¡No insultes al perro!
Me muerdo la lengua por mi propio bien.
—¿Quién habrá sido el hijo de puta que le ha tirado dentro?
Los perros no eran de mi agrado, pero no por eso tiraría uno a un puto contenedor y lo dejaría a su suerte.
—Un desgraciado.
Lizzy en cambio adora a los perros, puedo ver el cabreo en sus ojos.
—En fin, sea como sea lo hemos salvado—me agacho con cuidado y dejo que el chucho se apoye sobre el suelo. Luego le doy unas palmaditas en el lomo—. Ya eres libre, enano. A pelearte con algún gato que encuentres por ahí.
Siento un golpe desmesuradamente fuerte en la nuca. Suelto un gemido de dolor y me vuelvo hacia mi amiga.
—¡¿Pero de qué vas?!
Le grito cabreado. Ella grita más fuerte, sus preciosas cejas fruncidas.
—¡No puedes soltar a un cachorro en la calle! ¡Imbécil!
La chica se apresura a coger al perro de nuevo, protegiéndolo entre sus brazos.
—¡¿Y eso por qué?!
—Sin una madre o alguien que lo proteja y dé de comer morirá en horas.
¿En serio? Hay que ser inútil
—¿Qué piensas hacer?
—Me lo llevaré, le puedo encontrar un hogar en unos días.
Solté una carcajada.
—Muy buena esa ¿y hasta que lo encuentres qué sugieres? —pregunto con sarcasmo—. ¿Meterlo en la residencia?
Enmudezco. Sé a qué viene esa mirada de suplica.
—Ni lo sueñes.
—Si lo metemos en la habitación de Tony y Jordan ellos no dirán nada.
—Tony y Jordan se han ido hasta el domingo.
—¡Oh, vamooooos! No seas así. Solo será un día y dos noches —de nuevo estaba poniendo esos ojos de cordero que le debían funcionar con su padre—. Eres capaz de ocultarlo por ese tiempo.
—¿Y por qué cojones tengo que ser yo?
La chica soltó una mueca.
—Mi compañera es alérgica a los animales, no puedo meterle en mi habitación.
—Por si se te ha olvidado ahora yo también tengo un compañero de habitación y ese imbécil seguro que no ayudará —Por no hablar de que no nos hemos dirigido la palabra desde hace una semana después de esa humillante pelea.
La chica me acerca el cachorro a la cara junto a la suya, suplicante.
—¡Por favor, al menos inténtalo!
Perfecto, simplemente perfecto
—¿y cómo quieres que lo colemos, lista?
La chica lo medita unos instantes. Luego, con brusquedad, se sienta en el suelo, abre su bolso y empieza a vaciarlo. A Lizzy siempre le han pirrado los bolsos enormes y extravagantes
—Escondámoslo aquí y te lo llevas a tu habitación.
—¿Estás de coña?
La chica me suelta una sonrisa nada agradable.
—¿Qué pasa? ¿Tu masculinidad es tan frágil que no te deja llevar un bolso fucsia?
—No es eso, es que no combina con mis zapatos —suelto con retintín.
Lizzy bufa.
—Cierra la boca y ayúdame, Hudson.
— - — - — — - — - —
—Estate quieto, chuco.
El cachorro detiene unos instantes su correteo por la superficie de la bañera y olisquea la alcachofa de la ducha que tengo en la mano, seguidamente procede a sacudirse el pelaje, salpicándolo todo. Maldigo en los pocos idiomas que sé. Diez minutos después tengo un perro limpio, un suelo del baño encharcado y mi ropa empapada. Decido que el resultado es más satisfactorio que tener la habitación oliendo a basura. Cojo una de las toallas del angelito para secar al chuco. Total, con lo remilgado que es seguro que las cambia cada día y le da igual. Al salir del baño me topo de bruces con el rey de roma, sentado en su cama. Mierda, pensaba que no tendría que mantener esa conversación hasta dentro de al menos unas cuantas horas.
—¿Es que tú no tienes vida social y no sales los fines de semana o qué?
Le espeto acusatorio, como si fuese su culpa haberme pillado empapado hasta los huesos con un cachorro envuelto en sus toallas. El ángel ignora mis palabras, pero me escruta con la mirada, su rostro impasible, puedo notar como mis mejillas empiezan a cobrar color debido a la situación tan humillante. El chuco suelta un ladrido y se remueve entre mis manos, intentando saltar.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
Estoy a punto de responderle una bordería, afortunadamente recuerdo que necesito que el chico me haga un favor y me muerdo la lengua. Suelto un suspiro y avanzo hasta mi cama, dejando al cachorro en ella. Con rapidez me vuelvo hacia mi armario, sacando ropa para cambiarme al azar. Afortunadamente no suelta ninguna palabra mientras me cambio. Una vez seco me vuelvo para enfrentarle, encontrándole de cuclillas en el suelo, acariciando al cachorro. La imagen me hace dudar, tal vez le había juzgado mal y no le importe tener al chuco en la habitación durante el finde.
—No nos dejan tener animales en la residencia, pero eso ya lo sabes ¿Verdad, Benjamin?
Retiro lo dicho, vaya gilipollas.
—Elizabeth y yo lo encontramos... alguien lo había abandonado en un cubo de basura —Intento apelar a su corazón, si es que Matthew Bell tiene de eso—. No teníamos otro lugar a donde llevarle a estas horas.
El rubio aparta los ojos del cachorro para mirarme fijamente, odio cuando hace eso.
—y te pareció bien convertir mi habitación en un refugio de perros, exponiéndome a un castigo sin siquiera decírmelo.
<<Ojalá poder decirte que te vayas a la mierda>>
Intento esbozar una sonrisa para dar pena.
—Solo será por el fin de semana, Lizzy le encontrará un hogar antes del lunes.
El cachorrito ladra de nuevo, exigiendo más atención por parte del ángel, que había dejado de acariciarle, este le mira de nuevo y sonríe. Me siento algo traicionado cuando el chucho gruñe de placer al ser rascado entre las orejas por aquel imbécil.
—De acuerdo —exclama Matthew mientras se levanta—. Me debes un favor.
—¿Eh?
La sonrisa del remilgado se ensancha al mirarme y alejándose unos pasos del chucho se acerca a mí.
—No esperaras que siendo nuevo aquí me exponga a meterme en líos solo por que me pongas ojitos, por muy adorables que sean —antes de poder pegarle un puñetazo se dirige hacia la puerta—. Yo no digo nada sobre el perro y tú me debes una.
Cierra de un portazo dejándome con un insulto en la punta de la lengua.
Me tumbo en mi cama, ojos fijos en el tejado. A mi lado el cucho se remueve, me intenta lamer la cara.
—Eres un traidor, ¿Lo sabías? —musito por lo bajo. El cachorro no parece inmutarse por mis palabras, consigue alcanzar su objetivo de poner su lengua en mi barbilla. Le dejo hacer lo que quiera.
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El calor entra por la ventana abierta, haciendo aún más insufrible aquella tarde de sábado. Matthew se encuentra tumbado en su cama, leyendo un libro en completo silencio. Yo me siento en colchón de la mía con el chucho, picándole. Le dejó morderme la mano por mero aburrimiento. Suelto un sonoro suspiro, no había nada que hacer. En cualquier finde normal habría salido a las rampas para hacer algunos trucos con el skate o iría al bar a ensayar con la batería, pero ni loco salía dejando al chucho con el remilgado. Seguro que se pasaría nuestro acuerdo por los cojones y me delataría al viejo verde a la mínima. Por la misma razón tampoco podía salir a visitar a Lizzy. Tony y Jordan se habían ido, así que no podía recurrir a ellos para emborracharme y por mucho que me muriese por encender un cigarrillo me había acabado el paquete aquella mañana. Soltándome del agarre de la bola de pelo me acerco al equipo de música que hay sobre la cómoda. Cojo un disco de Avenged Sevenfold y lo introduzco, al menos la guitarra de Sinister Gates me podría amenizar lo que quedaba de día.
—¿Podrías poner el volumen más bajo? Intento leer.
Le miro desafiante.
—No se puede escuchar metal si no es a todo volumen. Se pierde la esencia.
El angelito aparta la mirada de su libro y me mira. Frunce el ceño y yo esbozo una sonrisa inocente como respuesta.
—Al menos ponte unos cascos y no me molestas.
Ah, pero es que tal vez parte de la idea es molestarle.
—Lo siento, los perdí hace unos días.
Una verdad a medias. Los perdí, en esa misma habitación, entre todo mi desorden. El semi rubio se levanta de la cama y se acerca a la cómoda donde estoy. Sin apartar la mirada de mi alarga su mano hacia el reproductor y baja el volumen. Cuando me habla es casi en un susurro, como si estuviese midiendo su tono.
—Pues entonces me temo que vas a tener que buscar tu esencia del rock con un volumen más bajo ¿Te parece?
Me pregunto como es que nadie nunca ha intentado romper su preciosa nariz por prepotente.
—Te propongo un trato —No sé que me impulsa a decir esas palabras—. Tú dejas de leer, yo dejo de joderte con mi música —Adoro la manera en que su frente se arruga por una palabrota tan insignificante como "joder" —, y hacemos algo juntos para entretenernos.
El ángel medita unos instantes y termina por apagar del todo el reproductor. Cuando baja su mirada para recorrerme de arriba a bajo me doy cuenta de lo enrarecido del ambiente.
—¿Qué sugieres?
Me humedezco los labios con la lengua, necesito unos minutos para pensar con claridad y no soltar una estupidez.
—Juguemos a las cartas.
<<Te has lucido, máquina>>
Milagrosamente Matthew no se ríe de mi propuesta. Cinco minutos más tarde estamos ambos sentados en el hueco entre ambas camas. El chucho tumbado en mis piernas cruzadas, dormido. ¿Que qué juego hemos elegido para fingir que no nos odiamos? El póker. Las primeras jugadas se realizan en silencio, no es como que tengamos algo de lo que hablar, pero tras varios minutos el ángel rompe la paz.
—Dime, Benjamin —Me tenso al escuchar mi nombre en su voz. El no aparta la mirada de sus cartas—. ¿Por qué no habías tenido compañero de cuarto hasta que llegué yo?
No sé por qué cojones le contesto.
—¿Por qué compartir cuando puedo permitirme tener siempre una vacía? Subo.
El angelito frunce el ceño mientras ve como coloco una de las galletas que estamos utilizando a modo de ficha. Imita mi gesto, siguiendo mi apuesta. Descubrimos las cartas, suelto una exclamación de júbilo al ver que he ganado.
—¿Permitir?
—Mi padre es uno de los principales inversores de la universidad.
Por fin me mira, con una expresión que no sé descifrar. Al hablar su voz denota un tono seco.
—No sabía que eras un niño de papá.
Algún día arrancaré la cabeza de este hijo de puta.
—No paga para que tenga caprichos —me limito a decir—, paga para evitar que tenga una excusa para dejar la carrera que a él le interesa que me saque.
—¿No te gusta tu carrera?
Bufo mientras barajeo las cartas.
—Por supuesto, me encanta aprender a lamerle los culos a las empresas de ahí fuera— sarcasmo, por si no lo habéis notado—. ¿A quién le podría gustar cualquier carrera que dan aquí?
—A mí.
Le miro con recelo y reparto.
—¿Qué estás estudiando?
—Doble grado en medicina y administración de empresas.
—Esa es la estupidez más grande que he escuchado en mucho tiempo. No pegan ni con cola.
Esboza una sonrisa que quizás observo un poco más de la cuenta.
—Pues es la estupidez que estudio y me gusta.
No sé que decir. Aparto la mirada, incómodo.
—Me descarto de una.
El chico suspira y echa dos cartas de su mano. Al ver que se inclina a alcanzar el mazo de cartas para coger le agarro de la muñeca, impidiéndoselo. Tardo menos de medio segundo en darme cuenta de que ese gesto ha sido un error. El ambiente ha vuelto a enrarecerse. Nos miramos a los ojos, siento como se me eriza todo el cuerpo al ver como su mirada baja a mis labios. Suelto su mano y la aparto de un manotazo, para coger una carta.
—Me tocaba coger primero.
De nuevo no dice nada, solo asiente y la partida sigue.
— - — - — — - — - —
—Gracias por cuidarlo y por cubrirnos, Matt.
Miro con incredulidad como Matthew le devuelve la sonrisa amable a Lizzy.
—No ha sido nada. Espero que le encuentres pronto un hogar.
Si el que se ha preocupado de dar de comer al chucho y recoger su mierda he sido yo.
<<Será hipócrita el chulo este>>
El perro, de nuevo oculto en el bolso hortera de mi amiga se remueve entre mis manos y asoma la cabeza, soltando un ladrido impaciente. Mi amiga no parece darse cuenta, solo tiene ojos para el angelito.
—Unos amigos lo van a cuidar por unos días hasta que le encontremos una familia.
Matthew asiente y alarga una mano hacia mí, acariciando la cabeza del cachorro. Contengo las ganas de morderle para que no toque a mi chucho.
—Me alegra saber que estará bien cuidado.
La pelinegra se queda embobada mirando su sonrisa. Con poco disimulo le pego un codazo, por fin reacciona.
—Bueno... nos tenemos que marchar ya. Adiós, Matt.
El chico asiente.
— Adiós, Lizzy.
Cuando cerramos la puerta del dormitorio tras nosotros no puedo contenerme más.
—¿Matt?, ¡¿Lizzy?! —Inquiero con el tono más ridículo que soy capaz de crear. La miro con ojos acusatorios—. Traidora.
Primero el chucho y ahora mi mejor amiga. Ella no parece inmutarse.
—Te dije que me lo quería tirar.
—Una cosa es tirártelo, otra confraternizar con el gilipollas.
—No es un gilipollas, Ben.
—No lo conoces.
—Tú tampoco.
Nos fulminamos mutuamente con la mirada. Un grito interrumpe.
—¡Eh, vosotros dos!
La voz conocida me congela. Es Hughes, el conserje. Lizzy y yo nos erguimos, yo intento ocultar como puedo el bolso hortera detrás de mí.
—Las chicas tienen prohibido entrar en este edificio, ¡lo sabes muy bien, Hudson!
Joder, sé dónde va a acabar esto. Con ambos en la sala de detención y con una charla de al menos una hora por parte de la señora Poppy sobre las normas de conducta y recato que quiere inculcar la institución en el alumnado. Eso quitando la más que probable posibilidad de que el chucho se canse de estar en la bolsa y nos delate. No creo ni que sea sano tener al pobre tanto tiempo encerrado. Aprieto con fuerza la mandíbula. Una voz suena a nuestras espaldas.
—Lo lamento, señor. Ha sido error mío.
Matthew aparece entre Lizzy y yo, con una de sus sonrisas angelicales.
—No sabía las normas de la residencia y traje a mi amiga para entregarle unos apuntes de clases. Benjamín fue muy amable de hacérnoslo saber y estaba acompañando a la señorita a la salida, ayudándola con sus cosas.
El conserje duda unos instantes, me mira confuso y yo no puedo más que asentir frenéticamente con la cabeza, dando la razón a lo que sea que hubiese salido de la boca del remilgado.
—Bueno... en ese caso... —Hughes frunce el ceño—. Por ser su primera vez lo dejaré en un aviso. ¿Cuál es su nombre?
—Matthew Bell.
—De acuerdo, señor Bell. Déjeme darle un consejo —Se gira a señalarme—. No se junte demasiado con el señor Hudson, se le pegará su estupidez y capacidad para meterse en problemas.
Dicho eso se marcha por los pasillos, dejándome con la boca abierta y ofendido.
—¿Qué ha dicho ese viejo de mí?
A mi lado Lizzy estalla en carcajadas.