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Música para Oz por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

Shot escrito para el 29º Reto Literario de Mundo Yaoi

Fischl suspiró y se paró delante del puente. La noche había caído ya y el cielo estrellado le daba una bienvenida agridulce.

 

Mondstadt. Otra vez en la Capital de la Libertad. Cada vez que Fischl salía de esa ciudad sobre el lago sabía que los vientos de la región acabarían por devolverla a sus puertas.

 

Aquel sitio la amaba y la odiaba al mismo tiempo. Era la mejor exploradora del Gremio de Aventureros gracias a su visión aumentada por la conexión con su familiar y eso la obligaba a estar fuera de los muros de la ciudad casi todo el tiempo. Cuando volvía, los habitantes de Mondstadt observaban su rostro y su vestimenta con respeto y desde la distancia. Fischl se autodenominaba la Princesa del Juicio, pero eso no quería decir que el mundo tuviera que tenerlo miedo.

 

—Una vez más volvemos a nuestra antítesis, mi buen amigo Oz —dijo elegantemente, como era su costumbre ya.

 

Oz, su cuervo familiar, no respondió. No podía hacerlo. Su poder y su conexión con su ama se había debilitado al punto de que apenas podía llamarlo en la batalla. En cualquier momento se convertiría en un animal salvaje y Fischl perdería su magia.

 

—Sólo se me ocurre una persona que pueda devolverte tu electrizante furia nocturna. Vayamos pues hacia la catedral.

 

Oz se materializó de la nada en su brazo cuando su elegante ama le recordó el camino. Su habitual función de traductor y pájaro parlante para los habitantes de la ciudad quedaría olvidada durante un tiempo.

 

El cuervo perdió tres plumas nada más posarse sobre el hombro de Fischl. Ella le miró con pena y le rozó el pico con su nariz.

 

—Volverás a ser el de antaño, mi fiel compañero.

 

Varios aventureros saludaron a Fischl a través de los largos pisos que conformaban la ciudad. Ella les saludaba con la mano de forma distraída y sin decir nada. Una vez que ella ponía el ojo en su objetivo, lo alcanzaba, fuera ella o fuera una de sus flechas eléctricas.

 

Las luces de la sede de los Caballeros de Favonius llamaron su atención. Una parte de ella deseaba acudir a la persona que más sabía de Mondstadt, la líder de los caballeros Jean, pero ninguna de las dos se caracterizaba por su humildad cuando se encontraban. El título que ostentaba Jean era mucho más real que el de Fischl.

 

La joven rubia decidió ir directamente a la persona que deseaba ver. Cruzó el porticado circular de la plaza del dios de la ciudad con algo más de prisa y unos nervios impropios de una princesa como ella.

 

Mientras subía la escalinata se encontró con alguien inesperado: Venti, la identidad humana del dios Barbatos, estaba sentado en la barandilla del balcón que daba a su propia estatua. Fischl se preguntó qué hacía allí, en vez de deambular por su tierra con su amado dragón Dvalin.

 

—Venti —saludó educadamente ella, cuando ambos se encontraron con la mirada.

 

—¡Oh, Fischl! Hacía tiempo que no te veía. ¿Qué te trae por aquí?

 

—Oz ha enfermado. Necesita una cura especial para recuperar su poder de Electro. Sin ella, Oz desaparecerá y yo no seré más que una princesa con un arco.

 

—Qué interesante, para ser que eres una orgullosa princesa le das más importancia a tu compañero que a ti misma. —Fischl desvió la mirada, algo herida—. Te recomendaría que no te hicieras eso.

 

—¿A qué os referís, mi lord?

 

Venti puso una horrible cara de incomodidad cuando oyó que le nombraban de una forma tan ostentosa.

 

—Ni hagas eso tampoco. Aquí soy un aventurero normal. —Fischl asintió, pero Venti sabía que no abandonaría sus recargadas formas ni que literalmente un dios se lo estuviera pidiendo—. Me refería a que te quitas valor. Sí, Oz te da su visión aguda desde los cielos a cambio de ese ojo izquierdo bajo un parche, pero la excelente arquera eres tú. La excelente aventurera eres tú.

 

Venti, un experto en discursos y palabras de ánimo, acompañó el halago con una brisa cálida de viento que chocó el cuerpo de Fischl con amabilidad.

 

—Sigue siendo mi mejor amigo —puntualizó la arquera—. No quiero perderle.

 

—Eso está mucho mejor —sonrió Venti—. Proteger a un amigo cuando lo necesita es lo mejor que se puede hacer.

 

Fischl asintió con una sonrisa suave y saludó informalmente a Venti para despedirse, como forma de agradecer sus palabras.

 

Venti tenía una larga historia con el dragón Dvalin, que todos en Mondstadt llamaban Stormterror. La aventurera extranjera, él, Jean, Diluc y otros aventureros y caballeros habían ayudado a rescatarle de las garras de la Orden del Abismo. Aunque mucho más dramática, la historia de Venti y Dvalin se parecía a la amistad que tenían Fischl y Oz.

 

Mientras entraba en la catedral de la ciudad, se preguntó por qué Venti estaba ahora solo. ¿Qué había sido de Dvalin?

 

La oscuridad de la catedral la obligó a recentrar sus sentidos. El enorme edificio por la noche daba mucho más respeto que durante el día, cuando las cristaleras de colores creaban unos maravillosos efectos ópticos. La escasa luz de la luna creaba un juego de colores fríos que hicieron que Fischl se fregara los brazos buscando calor.

 

Por suerte, las antorchas de la nave central indicaban el camino hasta el altar y las escaleras que llevaban al archivo secreto, bajo el suelo. La encontraría allí, seguro.

 

—Pronto estarás curado, Oz.

 

El cuervo respondió picoteando la ropa de la princesa. Eso sí era propio de él. Le dio esperanza a Fischl.

 

—¿Hay alguien ahí? —preguntó una mujer, de lejos.

 

—¡Soy yo…!

 

Iba a presentarse con su habitual y muy larga majestuosidad, pero un chillido de alegría la frenó:

 

—¡¡Fischl!! ¡¡Por fin me vienes a hacer una visita!!

 

Su amable y chillona voz retumbó por toda la catedral, así que Fischl no vio a la curandera e ídolo popular de Mondstadt hasta que no cayó entre sus brazos desde la escalinata del altar.

 

—¡Bárbara! ¡No hagas eso!

 

—Bueno, no veo que me sueltes… —dijo con una risita, aunque le miró a su único ojo visible y luego a Oz—. Oh, vaya, no has venido para verme. ¡Muy mal! ¡¡Pero es peor que no hayas venido VOLANDO en cuanto Oz se puso enfermo!!

 

Bárbara se revolvió entre los brazos de Fischl hasta que consiguió ponerse en pie y se recolocó el bonete en su cabeza. Su vestido blanco azul y dorado que la identificaba como Diaconisa de la Iglesia de Favonius estaba tan perfecto como siempre, pero le dio un par de palmadas a su falda por si una mísera mota de polvo se había pegado al vestido.

 

—Yo… —musitó Fischl, impresionada por enésima vez por la imagen de Bárbara a la luz de la luna.

 

—¡No hables! —replicó Bárbara, poniéndole un dedo en los labios a su visitante—. Sé exactamente qué necesita Oz. Ven.

 

Bárbara cruzó la catedral como si hubiera cambiado la energía Hydro por la Electro, arrastrando a Fischl del brazo con ella. Las dos pasaron cerca de Venti en el balcón, que las observó con diversión, y acabaron en el estanque que rodeaba la enorme estatua del dios. Inmediatamente, Bárbara tomó a Oz entre sus manos y lo soltó con cuidado en el agua.

 

—Necesitaremos algo más que agua mágica para hacer que Oz recupere su energía… —dijo Bárbara, pensativa. Luego se dio cuenta de que estaba hablando sola—. ¿Por qué no dices nada?

 

Fischl tuvo que buscar una buena excusa para responder a esa pregunta, y no revelar su admiración. Torció el gesto hacia Oz, que reposaba en el agua como si fuera un pato.

 

—A pesar de que soy una poderosa princesa, alguien importante me ha mandado no hablar, y eso he hecho —dijo, para ocultar la verdadera razón.

 

—¡Ay, qué tontita! —soltó, divertida y con una risita cantarina—. Pero sólo era para llegar más rápido al estanque. ¿Qué ha pasado?

 

—La noche anterior estábamos combatiendo con un sacerdote de la Orden del Abismo —explicó—. Usó a algunos de sus súbditos Pyro para mezclarlos con su magia Hydro y Oz sufrió el golpe del hechizo.

 

—Entiendo. Oz ha sufrido una sobrecarga de energía y se ha disipado. El agua por sí sola no será suficiente. Necesitamos tu poder también. Una flecha electrocargada.

 

La firmeza y positividad de Bárbara llegaron fácilmente a Fischl, quien asintió y se alejó unos pasos de Bárbara y Oz.

 

—Cuando ejecute mi habilidad musical la proyectaré hacia Oz. Entonces tú dispararás.

 

—¿Has hecho esto alguna vez?

 

—Una, pero no con un ser tan poderoso. La partitura acuática con unas chispitas revitalizó la magia Electro de un Hilichurl débil.

 

Fischl asintió y preparó su disparo. Tardaba un poco en cargar la energía eléctrica, así que empezó antes de que Bárbara conjurara su propio hechizo. Ésta enfocó su magia en Oz y una partitura de los colores del arco iris con notas flotantes discurrió primero a su alrededor y luego, con el sonido de una lira inexistente, se trasladó al cuerpo del cuervo herido.

 

—¡Ya puedes disparar!

 

Fischl soltó su flecha y el tiro no acertó en Oz. Acertó en la partitura. Entonces, en vez del sonido suave de una lira tocando las notas, un harmonioso estruendo retumbó por toda la plaza. ¡La magia funcionaba! Pero parecía estar teniendo un efecto extraordinario.

 

—¿Qué es esto? —se preguntó Bárbara.

 

—Es como si el relámpago y el acero chocaran en batalla y crearan unas violentas notas —describió Fischl—. Tienen mucha pasión.

 

Las violentas y algo distorsionadas notas lanzaban pequeños calambrazos a Oz, quien empezaba a notar de nuevo la magia circular por su cuerpo.

 

Bárbara invitó a Fischl a sentarse a su lado.

 

—Aún tardará un poco. Podemos disfrutar de esta extraña música juntas mientras esperamos, ¿no?

 

—Sin duda.

 

Fischl se sentó con las piernas atrapadas entre sus brazos y puso la mejilla en la rodilla más cercana a la Diaconisa.

 

—¿Qué querrás de pago por tu ayuda? —le preguntó.

 

—Anda, pero si ya sabes que ayudo sin más —se rio, aunque luego se lo pensó—. Pero si me pasaras a ver algo más a menudo y sin que ninguna vida peligrara por ello estaría bien.

 

Fischl asintió. Era un trato justo, pues lo único que sí que le gustaba de pasar tiempo en Mondstadt era hacerlo con Bárbara. Cerró los ojos dejando que las notas estridentes inundaran sus oídos, sintiendo que la energía que Oz recuperaba también se transmitía a ella y, entonces oyó un susurro:

 

—Aceptaré esto también.

 

Fischl notó los suaves y cuidados labios de Bárbara humedecer los suyos en un contacto delicado y prolongado. Sintió sus mejillas arder, pero no fue capaz de protestar por la osadía de la alegre Diaconisa. Quizás podría castigarla luego de disfrutar de su pequeño regalo.

 

Cuando Bárbara se alejó, Fischl intentó recuperar su posado serio. Intentó por todos los medios echar chispas con su mirada, pero sólo consiguió que su compañera se riera con suavidad.

 

—A riesgo de recibir un calambrazo, diré que podría pedir este pago más a menudo. —Fischl gruñó y enterró su rostro entre sus piernas. Bárbara volvió a reír, juntando su cabeza en el hombro de la arquera—. Siempre me has gustado, ¿no te has dado cuenta? Espero ser digna de una princesa.

 

Fischl recordó las palabras de Venti apenas hacía un rato sobre no hacerse menos y la miró muy seria:

 

—Tú siempre has sido digna, Bárbara. No imagino a persona más digna.

 

—¿Incluso más que Jean? Ella ha hecho mucho por la ciudad —insistió en broma Bárbara.

 

—No… no es por la ciudad… —musitó, avergonzada de golpe.

 

—¡Ya lo sé! Sólo quería ver tu rostro sonrojado… ¡¡Au!!

 

El calambrazo hizo saltar y levantarse a Bárbara. Cuando volvió a sentarse, Fischl tenía una sonrisa triunfal por haber podido castigar la insolencia de aquella bribona disfrazada de curandera.

 

—Vale, me lo he ganado —admitió Bárbara. Se volvió a acercar al hombro de Fischl—. Tendré que estar pendiente de Oz durante unas horas para que el hechizo no se deshaga. ¿Te quedas conmigo?

 

—Por supuesto. Sois quienes más me importáis. No os podría abandonar en este estado.

 

—Tomaré eso como un «te quiero» —sonrió ella, premiándola con otro beso antes de que Fischl se atreviera a castigarla de nuevo.

 

La pareja pasó toda la noche vigilando al cuervo y las distorsionadas notas que le envolvían mientras poco a poco recuperaba su aspecto habitual. Se turnaron para tomar pequeños descansos entre sueños. Hacia el alba, mientras Bárbara dormía, Fischl preguntó a Oz:

 

—¿Puedes hablar, amigo mío?

 

—Ya puedo —dijo, con su voz grave normal—. Por fin lo has logrado. Le has demostrado lo que sientes.

 

Fischl miró de reojo a Bárbara, que seguía durmiendo, y sonrió.

 

—Podemos quedarnos un par de días si te apetece —comentó el cuervo.

 

—Entorpeceríamos su trabajo. Volveremos pronto.

 

Cuando el sol ya iluminaba de frente la estatua de la catedral, la música cesó y Bárbara despertó de sopetón. Cuando se dio cuenta de que Oz ya se movía, se desperezó, le pasó un dedo por la coronilla al pájaro como premio por su paciencia. Luego, aprovechó que no había nadie, después de mirar a su alrededor, y le dio un corto beso a los labios a Fischl.

 

—Espero que tú también me des uno cuando vuelvas —admitió. Fischl se dio cuenta de que no era la única que podía sentir vergüenza. Quizás la oscuridad de la noche había ocultado los sonrojos de la Diaconisa estando a contraluz—. ¡Pero ahora es hora de trabajar! Tengo que atender las necesidades de la ciudad.

 

Fischl vio cómo Bárbara recuperaba su alegría extática habitual y la decía adiós con su brazo mientras se iba de vuelta a la catedral. Cuando la perdió de vista, la arquera se fue por el lado opuesto, extendió las alas que el gremio de Aventureros le proporcionó y planeó hasta la salida de Mondstadt.

 

—Hasta la próxima, mi bella Bárbara.

 

 

 

FIN


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