Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

A Halloween Tale por VinsmokeDSil

[Reviews - 23]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Y aquí sigue la continuación de ese cuento de Halloween!!

Me gustaría agradecer a tashigi94, Ne chan, Kumasawa y Lukkah por sus comentarios en el anterior capítulo!! Muchas muchas gracias, de verdad!!!

Espero que éste siguiente capítulo tampoco os decepcione!

Dos cosas me llenan de terror: el verdugo que hay en mí y el hacha que hay sobre mi cabeza


 


Los cuatro jóvenes salieron tranquilamente de la nave espacial. Nami no acababa de entender qué había pasado, porqué habían entrado tres personas y salían cuatro, sobre todo cuando su intención durante todo lo que duró el pasaje era que salieran dos.


Después de encontrarse con el mago, ese que les había dado las toallas y les dejó quedar un rato en su tienda hasta que se secaran y entraran en calor, se dirigieron hacia la siguiente parada: la nave del ciborg.


Nami no entendía qué diablos pintaba un maldito ciborg en un pasaje de Halloween con personajes de terror clásicos. Un alien, todavía… ¿pero un ciborg que a la vez era un superhéroe que vivía en una nave espacial mientras defendía el universo de múltiples amenazas?


De verdad que no le entraba en la cabeza, pero a Usopp y a Luffy les entusiasmaba la idea. Quizá porque mentalmente se habían quedado a los diez años.


Como fuera, ese espectáculo lamentable entre cómic americano mezclado con géneros del terror de ciencia ficción, le hicieron más gracia que otra cosa, por lo que por una vez desde que había empezado el pasaje, podía respirar tranquila.


De acuerdo, la verdad era que se había divertido bastante.


– ¡Nami! ¡Nos atacan! –decía Luffy a su lado, jugando con el cañón.


– ¡A tu derecha! ¡Corre, dispara, dispara!


– ¡Vale! –El chico disparó, pero los enemigos seguían ahí, yendo a por ellos – ¡Nami, no están muertos!


– ¡Te he dicho a la derecha! ¡A TU DERECHA! ¡Eso es la izquierda!


La casa estaba completamente decorada como si de una nave espacial se tratara. Estaba todo envuelto en papel de plata, con múltiples controles con lucecitas de todos los colores que parpadeaban, muchísima iluminación.


Y, lo mejor de todo, se trataba de una casa interactiva.


El grupo debía defenderse de una nave alienígena que venía a atacarles. Si lo hacían bien, sobrevivían, sino, tendrían que pasar por el tracto digestivo de los extraterrestres. Lo que sonaba a dos tipos de salida de la casa, y una de ellas parecía asquerosa.


Franky, el ciborg, era el propietario de la nave, y ellos tres eran los tripulantes. Un ciborg vestido en bañador deportivo que dejaba demasiado poco a la imaginación y una camisa hawaiana de flores.


Nada más entrar, el chico les explicó quién era él, y su misión en la nave, y cada uno tenía una misión: Nami era la navegante, Luffy disparaba, Usopp controlaba los daños y Franky les animaba.


Si entraban de dos en dos, Franky sería quien se encargaría de controlar los daños, pero al ser tres solo gritaba y les animaba para hacer la situación lo más realista posible.


– ¡Toma ya! ¡En toda la nave! ¡Muere, maldito alien! –gritaba Luffy emocionado al ver en la pantalla que había acertado el tiro.


De golpe, la nave vibró.


– ¡Usopp! ¡Corre, nuestros escudos están cayendo! –gritó la chica, totalmente metida en el papel.


– ¡Voy a ello! ¡Reparación finalizada en treinta segundos, entretenedlos hasta entonces, Nakamas! –dijo Usopp, pulsando las teclas y arrastrando por la pantalla el material necesario.


– ¡Muy bien, chicos! ¡Estáis haciendo un buen trabajo! ¡Seguid así! Pero no os confiéis, los Xenomorfos pueden ser muy escurridizos y aparecer justo enfrente de vosotros, ¡recordad que tienen escudos de invisibilidad! –les animaba el ciborg.


Fue decir eso y la pantalla en la que Nami se encontraba se iluminó: su enemigo había aparecido de la nada, justo enfrente de ellos.


– ¡Kya! –Gritó por la sorpresa – ¡Luffy! ¡Rápido! ¡Están justo enfrente de nosotros!


– ¿Dónde? –gritó éste, apuntando a todos lados, haciendo girar el cañón por toda su pantalla.


–Enfrente. ¡ENFRENTE! ¡Rápido, van a dispararnos! –dijo ella con urgencia.


Eso activó el instinto de protección de Luffy, ese que tenía cada vez que notaba cada vez que alguno de sus amigos estaba en peligro.


– ¡No voy a permitir que hieran a mis Nakamas! –dijo Luffy, disparando rayos laser por todos lados.


Solo le hacía falta utilizarlo con un poco de cabeza… pero eso ya era pedir demasiado.


–PARA, IDIOTA, ¡PARA YA! ¡NOS QUEDAMOS SIN MUNICIÓN! –gritaba ella, viendo en pantalla como se agotaban las reservas de protones.


Pero el idiota de su amigo solo gritaba, reía,  y seguía disparándole rayos laser a toda la galaxia.


–Mal momento para eso, acaba de aparecer la nave nodriza. Es un enemigo poderoso, sus escudos son más fuertes que las de las naves satélites a las que os habéis enfrentado hasta ahora. –les informó Franky de la situación.


–Mierda. Nami, ¿qué hacemos? –preguntó Usopp, cien por cien metido en el papel.


– ¡NAMI, EL CAÑÓN LASER NO FUNCIONA! –dijo el Rey de los Piratas, que había estado disparando hasta ese momento.


La responsabilidad recaía en los hombros de la chica. De ella dependía su supervivencia. Debía hacer algo, pensar algo. El condensador de protones todavía tardaría veinte segundos en darles otra carga, y les harían falta muchas para ganar al enemigo final.


“Piensa… Piensa, piensa, piensa, piensa….”


– ¡Nami! ¡Por favor! ¡No quiero ser digerido! –suplicaba la momia por ayuda. “Yo tampoco, no me presiones”, pensó ella.


– ¡Nami! ¡Eres mi navegante, sé que puedes hacerlo! –le dijo Luffy, mirándola con esa sonrisa y esa confianza.


El corazón de la chica se paró por un momento. Por cosas como esta era por lo que estaba enamorada del chico. Solo él era capaz de reactivarte en un momento así. Podía ser idiota, un cabeza hueca y estar como una cabra, pero era un líder nato, sabía transmitir confianza y sacar lo mejor de quien le rodeaba.


Y confiaba en ella. Siempre estaba ahí para ella, para animarla, para ayudarla a seguir adelante con cualquier cosa que se propusiera. Y ahora era el turno de Nami de corresponderle.


Ese fue el impulso que le hizo falta a Nami para encontrar la respuesta.


– ¡Usopp! ¡Desactiva la defensa! –ordenó, muy segura de sus palabras.


– ¿Pero qué dices? –preguntó él, incrédulo. Hacía poco había conseguido recuperar los escudos, y les habían salvado de un par de disparos que, de otra forma, hubieran resultado letales.


¿Para qué iban a desactivarlos frente un enemigo todavía peor?


– ¡APAGA LOS MALDITOS ESCUDOS, YA! –le ladró, en un tono que no daba opción a replicar.


–De… de acuerdo… –Usopp obedeció, convencido que cataría el ácido gástrico de los Xenomorfos.


Con los escudos fuera, el condensador de protones tardaría la mitad del tiempo en recargar, pero no solo eso.


Nami tenía algo mucho más grande en mente.


–De acuerdo. Luffy, apunta justo enfrente de ti. Cuando yo te diga, dispara, y no dejes de pulsar el botón en ningún momento, ¿entendido?


– ¡Sí, navegante! –Luffy no tenía ni idea del plan de Nami ni porqué habían quitado los escudos. Justo acababa de descubrir que tenían escudos.


Pero eso le daba igual, porque era el plan de Nami, y él confiaba ciegamente en ella. Estaba convencido que si lo decía, era por algo, y que saldrían ganadores de esta.


–Ayúdanos, Nami-wan-kenobi. Eres nuestra única esperanza –dijo Franky, sacando su frase del guion de una famosa película de ciencia ficción.


Nami sonrió, le encantaba la Guerra de las Galaxias. Suspiró y empezó a hablar de nuevo.


–Chicos, tenemos que coordinarnos perfectamente para eso. –Dijo mirándoles, con seriedad –En cuanto os diga, Usopp reactiva los escudos y Luffy dispara. –sonaba tranquila, muy segura de sí misma. Se giró a la pantalla, observando atentamente la nave contraria –En ¡CINCO! –gritó.


La nave enemiga estaba cada vez más cerca.


– ¡CUATRO! –sus manos apoyadas a los bordes de los controles, con su mirada fija en la pantalla.  


Los Xenomorfos estaban activando sus rayos laser, se podía ver la luz de que estaban cargándolos.


– ¡TRES! –apretó los puños alrededor del escritorio, notando la presión en sus huesos. Estaba segura de su plan, no iba a fallar.


– ¡Nami, van a disparar! –gritó Usopp, empezando a desesperarse. Usopp estaba acojonado, y el sudor empezaba a acumularse en la frente de la chica, empezando a ponerse nerviosa.


– ¡DOS! – ¿No iba a fallar?


– ¡Yo confío en ti! –gritó Luffy, calmándola en ese instante. Por supuesto que no iba a fallar.


– ¡UNO!


Los cañones de la nave enemiga se iluminaron, estaban a punto de disparar.


– ¡AHORA!


Los tres pulsaron sus respectivos botones a la vez. Usopp para reactivar los escudos, Luffy el de disparar y Nami el de fusión de ataque y defensa.


Un rayo láser, mucho mayor que cualquiera que hubiera disparado hasta ahora, salió de su nave, directo a los cañones de la nave enemiga. Su disparo chocó contra sus propios láseres, todavía dentro de los cañones, provocando una explosión de tal envergadura que acabó con la nave de un solo tiro.


La estancia tembló y se quedó a oscuras por un momento, solo iluminada por las luces rojas de emergencia.


¿Qué había pasado? ¿Habían ganado? ¿Habían perdido? ¿Llegarían los Xenomorfos hasta ellos y empezarían a devorarles?


Ninguno quería ser comido. A Usopp y Nami ya casi les hirvieron vivos hacía menos de una hora, y no les gustó la experiencia. Por parte de Luffy, solo se preguntaba qué aspecto tendrían las entrañas de los aliens.


Franky ya sabía la respuesta, pero le encantaba ver la incertidumbre en los rostros de los más jóvenes.


La pantalla grande, la que tenía la mayor parte de información, volvió a iluminarse, todavía negra.


Un mensaje en letras rojas empezó a parpadear en ella.


YOU WIN


– ¡Eso ha sido lo más súper que he visto nunca! –gritó Franky mientras hacía una extraña pose con sus brazos.


– ¡HEMOS GANADO! –empezaron a gritar los tres, mientras se abrazaban, embriagados por la euforia de su victoria ante una lucha tan difícil.


Franky realmente pensaba lo que había dicho. Ese era un juego diseñado por él mismo, y siempre lo ponía en el nivel más difícil para que casi todo el mundo perdiera y los actores disfrazados de Xenomorfos entraran a hacer su trabajo.


No se trataba de un juego imposible, si no tuvieran ninguna oportunidad no tendría ninguna gracia, pero sí muy difícil.


Muchos lograban llegar al “final boss”, pero casi nadie conseguía superarle. Para hacerlo, precisamente necesitaban hacer lo que Nami había hecho. Fusionar la defensa y el ataque con más de la mitad de la carga.


Los tres chicos tenían muy poca carga de rayos láser, por lo que supuso que no lo conseguirían aunque lo hicieran. Pero el haber hecho que apagaran los escudos, hizo que toda la potencia que iba dedicada a la defensa pasara al ataque, recargando en un momento.


Y esa chiquilla lo había pensado sola en menos de quince segundos.


Era impresionante.


–Nami, ¡eres la mejor! –dijo Luffy, abrazándola a ella y saltando de alegría junto a la chica, encantada con el contacto físico.


Franky, al ver la efusividad y cariño que se demostraban esos dos y como su otro amigo les miraba sonriendo, habló con toda la inocencia del mundo.


–Chico, más te vale cuidarla. Tu novia es muy inteligente. –dijo sonriendo el ciborg.


Y se hizo el silencio.


Casi se podía palpar la tensión en el ambiente, claro que por diferentes motivos. Nami porque se creía expuesta, y porque deseaba que esas palabras hubieran sido reales.


Usopp porque sabía que entre esos dos no había nada, pero, se estaba empezando a dar cuenta de la química que tenían.


Franky por la sensación de haber metido la pata.


Y Luffy porque no entendía por qué todos estaban tan serios.


– ¿Novia? –preguntó el pirata en voz alta, preguntando si era eso lo que había creado esa tirantez.


Porque, claro, desde su particular punto de vista, él cuidaba de todos sus amigos y seres queridos, así que eso no podía ser.


– ¿No estáis saliendo? –preguntó Franky, ya que había visto des del principio una clara complicidad entre ambos que no se veía en dos amigos normales.


–Bueno, hemos salido de escapada rural para Halloween –dijo Luffy, rascándose la cabeza. Habían salido con Usopp, Zoro y Sanji.


Nami por su parte estaba más roja que un tomate, sin atreverse a hablar. Aunque hubiera querido, sus palabras tampoco hubieran salido. Tenía la boca seca, se sentía la lengua pastosa y unas increíbles ganas de tirarse al pozo más profundo que existiera.


– ¿Cómo? –preguntó Franky un momento, él no estaba acostumbrado a la forma de pensar tan peculiar de Luffy –Digo que si sois pareja.


– ¿Pareja? –Luffy tuvo que estrujar mucho y muy fuerte su cerebro.


Luffy nunca había salido con nadie, sus amigos le creían asexual, ya que nunca había mostrado ninguna atracción hacia nadie. Tampoco tenía referentes en temas románticos, su madre murió en el parto y su padre nunca estaba en casa.


Luffy se crio con su abuelo y sus hermanos, Ace y Sabo. Ace traía muchos chicos de escondidas a su casa, pero siempre decía que no eran nada serio, y Sabo nunca hablaba de estos temas.


Pensó en Usopp. Sabía que le gustaba mucho una de sus vecinas, Kaya, pero todavía no había reunido el valor necesario para declararse. A Zoro nunca le había visto con nadie, y Nami tuvo un par de novios hace tiempo, pero ellos ni siquiera les llegaron a conocer.


Quizá su mejor referente, con quien más había hablado de chicas, sería Sanji. Pero, por lo que él veía, sus procesos eran:


Sanji habla con una chica; la chica pasa de él; Sanji vuelve llorando.


Sanji habla con una chica; Sanji desaparece durante una semana; la chica pasa de él; Sanji vuelve llorando.


Sanji habla con una chica; Sanji ya está llorando.


No sabía si eso sería una pareja o no, pero ni él ni Nami lloraban.


– ¿Pareja? No lo sé. Nami, ¿lo somos? –preguntó él, con toda la inocencia del mundo, buscando una respuesta por parte de la chica.


Si Nami antes quería tirarse del pelo, ahora quería echarse a llorar. Usopp, en cambio, se aguantaba como podía las ganas de descojonarse de su amiga.


Esta escapada estaba siendo mucho mejor de lo que hubiera pensado en un principio.


–Pero… pero, pero, pero, pero… ¡Y a mí que me cuentas! –dijo ella, más roja que un tomate. Su cara ardía tanto por la vergüenza que sentía que seguro se podría cocinar encima.


– ¡Vamos, Nami, aprovecha ahora! –le dijo Usopp, en un susurro poco disimulado.


– ¿Qué dices tú ahora? –le preguntó ella, dirigiendo su ira hacia él.


Usopp quería con locura a sus amigos. Adoraba a Nami, era de las mejores personas que había conocido nunca. Pero de la misma forma que ella aprovechaba la mínima oportunidad para meterse con él por lo de Kaya, él pensaba hacer lo mismo.


Y así a ver si estos dos espabilaban un poco.


–Pero Nami, ¿somos novios o no? Es que no me he fijado –Luffy había visto gente por la calle cogida de la mano. Sabía que estos sí salían, y él y Nami se cogían de la mano muchas veces. También se daban muchos abrazos.


¿Eso significaba que salían? A saber. Esto era demasiado nuevo para él.


Franky entendió enseguida la situación, y sonreía divertido ante la escena tan tierna que tenía lugar delante de él. Realmente le habían gustado estos clientes, sentía mucha simpatía hacia ellos.


–Eh… eso… eh… tú… tú y yo… –tartamudeaba ella.


–Vamos Nami, escúpelo –dijo Usopp a su lado.


Se llevó un codazo en el estómago.


Nami, aunque le doliera -pero no tanto como a Usopp, que se retorcía en el suelo- sabía que el chico tenía razón en cierta forma.


Llevaba tiempo esperando una oportunidad como ésta. Lo había intentado alguna vez, pero Luffy era tan inocente que sus intentos se paraban casi antes de que empezara.


Cada vez que Nami se había armado de valor para decirle de quedar y lanzarse a besarle, el chico se presentaba con todo el grupo de amigos porque “qué despistada, se te ha olvidado llamarles otra vez. Menos mal que yo sí me he acordado”.


Era prácticamente imposible hablar con Luffy a solas. Era un tipo demasiado sociable y extrovertido, así que después de unas cuantas veces, lo dejó.


Hubo una vez que consiguió estar con él a solas, tomando un helado. Cuando ella se lanzó para besarle, él se lanzó a comerse su helado de un bocado. Eso fue lo más lejos que consiguió llegar.


Pero ahora… gracias a ese ciborg y al capullo de Usopp… podía volver a tener esa oportunidad.


Pero se negaba en rotundo que fuera en una nave espacial y con dos cotillas tomando palomitas a su lado.


–Luffy… ¿por qué no hablamos de esto en la fiesta mejor? Tú y yo… solos… ya sabes… –preguntó casi sin atreverse a mirarle.


Esa frase pareció activar algo dentro del cerebro hiperactivo del chico.


– ¡CLARO LA FIESTA! Me muero de hambre, y seguro que ahí hay comida. –dijo Luffy entusiasmado, olvidándose por completo de la conversación que estaba manteniendo.


–Os recuerdo que antes os toca la cena, venía incluida con el pack. –añadió el ciborg.


– ¡CENA! Oye Franky, ¿por qué no vienes con nosotros? –preguntó Luffy.


Y así, de la misma forma que vino, la oportunidad volvió a irse.


Luffy estaba encantado con su nuevo tripulante, porque al igual que Brook y Chopper, para él, ya era parte de su “tripulación”. Habían acordado encontrarse en la fiesta, pero Franky prometió llamarles para cenar todos juntos.


Luffy estaba realmente contento. Llevaba almenos dos horas sin comer, y se moría de hambre. La experiencia había sido increíble, se lo había pasado en grande. Iban a montarse una buena en la fiesta todos juntos, con sus nuevos amigos.


Pero…


Algo le rondaba la cabeza.


Al final, Nami no le dio ninguna respuesta. Seguía sin saber si eran pareja o no. ¿Debería volver a preguntárselo en la fiesta?


Nami ya ni siquiera estaba frustrada. Sabía que era imposible, ni siquiera con un cartel de neón Luffy se enteraría de lo suyo.


Por lo tanto, aparte de no haberse librado de Usopp para hablar con Luffy, ahora estaban con Franky “el ciborg” que se había acoplado con ellos. Dejando sola su atracción, y que les diesen al resto de clientes que vinieran.


En ese momento, pensó en Zoro y Sanji. Iban justo detrás de ellos, debían llegar ahí más o menos quince minutos después de ellos. Nami estaba segura que iban a perder y serían digeridos por los aliens.


Sanji era el listo, y a Zoro se le daban bien los videojuegos. Lo suyo sería que Sanji organizara la maniobra y Zoro disparara, pero Zoro no llevaría nada bien lo de “obedecer” al rubio, y Sanji acabaría matando a su tirador.


Quizá mejor para ellos que la casa de Franky se acabara de cerrar en ese momento.


Por un momento, se preguntó qué estarían haciendo sus amigos. Le vino a la mente esas palabras tan raras de Hawkins. No les dijo que significaban, dijo que él solo era el mensajero de los espíritus, pero que tampoco sabía a qué se referían.


Se preguntó si todo iría bien con ellos.


***


– ¿Qué hora es? –preguntó la chica, caminando a su lado.


De normal, Sanji respondería algo como “míralo tú mismo en tu móvil”, pero esta vez cogió el suyo del bolsillo y le respondió sin decir nada.


–Las diez y media. –respondió antes de guardárselo otra vez.


Llevaban una hora caminando sin hablar, simplemente vagando por ese bosque. Ya no sabían si estaban perdidos o no, pero daba igual.


Porque, fueran por donde fueran, giraran hacia donde giraran, siempre acababan otra vez en ese maldito cementerio. Siempre.


Al principio Sanji creía que era por culpa de Zoro, porque ella marcaba el camino. Pero habían probado de todo: guiando Sanji, colocando piedrecitas en extrañas formas de vez en cuando, poniéndolas en forma de flechas en cada cruce de caminos…


Y siempre acababan en el cementerio de Robin. Era como una especie de espacio cerrado que siempre acababa en el mismo punto. Y tenía pinta que seguirían atrapados en ese cementerio hasta que rompieran la maldición.


O, hasta que llegara el amanecer y Robin viniera a buscar sus almas.


Se sentían como un pez en una pecera. Nadando de un lado al otro del cristal, perdiendo cada vez más la esperanza de librarse de ésta. La única posible salida que tenían era que les tiraran por el váter, lo que equivaldría a mandarles al infierno.


Algo que no es que les apeteciera precisamente.


–Ya que estamos atrapados en este maldito bucle espacial, podría almenos habernos dejado comida… –dijo Zoro, que sentía rugir su estómago.


– ¿Tienes hambre? –preguntó Sanji.


–Claro. ¿Tú no? –preguntó ella, mirándole con esos ojos castaños.


Los mismos malditos ojos del marino, solo que ahora eran un poco más grandes. Salvo eso, no había ninguna diferencia.


Y, aun así, Sanji no podía mirarlos directamente más de dos segundos.


–No demasiado –mintió el rubio, mirando de nuevo al frente.


En ese momento, sin decir palabra, Sanji sacó una mochilita de su espalda. Quedaba perfectamente oculta entre su armilla y la capa, Zoro en ningún momento había notado que la llevara puesta.


Se detuvo un momento cuando abrió la cremallera y sacó de éste una fiambrera hermética, una de esas que llevaba los cubiertos en la tapa. Se la entregó a Zoro junto con una botella de agua.


Zoro le miraba totalmente sorprendida, sin creerse que llevara esto guardado. Lo tomó entre sus manos y lo abrió con cuidado, viendo que en su interior había un plato de ensalada pasta.


Volvió a mirarle. Sanji nunca se había dado cuenta que la cara de Zoro fuera tan expresiva. Era una mezcla de asombro, admiración, agradecimiento e interrogación.


Tuvo que volver a apartar su mirada de ella, mirando al árbol más cercano, rascándose la nuca.


Siempre que estaba nervioso y no sabía qué hacer, qué decir o cómo hacerlo, se rascaba la parte inferior de la cabeza, y teniendo en cuenta que ya empezaba a dolerle, se acababa de dar cuenta que era algo que había hecho muchas veces a lo largo de la noche.


–No te emociones, lo traje como comida de reserva para Luffy. Con el apetito que tiene, seguro hubiera conseguido que nos echaran si no comía algo.


–Ya… vale. –dijo Zoro, apartando también su mirada de él.


La luz de la luna bañaba su rostro, y para Zoro, estaba realmente guapo. Zoro le había visto muchas veces ligando con alguna chica, y sabía que Sanji siempre se mostraba como un tipo muy seguro de sí mismo.


Siempre sabía qué decir, siempre encontraba las palabras adecuadas para embaucar a cualquier chica y conseguir meterse en su cama. Él era un caballero, y tenía muchísima labia con las mujeres.


En cambio, ahora solo le apartaba la mirada, se mostraba tímido, inseguro y nervioso. Y, por dios, se acabaría arrancando el cuero cabelludo si seguía rascándose.


Ese cambio de actitud con ella realmente la descolocaba.


Por una parte, veía a su mejor amigo. Ese gilipollas con el que siempre se peleaba, pero que a la vez se preocupaba por él a su manera. Ese chico mujeriego, loco por cualquier chica y demasiado preocupado por su apariencia física.


También veía al hombre. Ese al que hacía tiempo que quería, el que no dudaba en entregar todo de él por el bien de otro. Había visto sus ojos recorrerla de arriba abajo algunas veces, pero contrariamente a lo que acostumbraba a hacer, intentaba disimularlo tan bien como podía.


Lo que era bastante poco. Pero no la halagaba con estúpidos elogios, no utilizaba su palabrería barata y sus cursilerías con ella. No veía interés oculto en sus acciones hacia ella, cada gesto de él le parecía genuino.


Lo que la tenía casi más confundida que sus tetas nuevas.


Zoro intentaba pensarlo de la forma más simple: Sanji no sabía cómo tratarla. No podía tratarla como a su mejor amigo, porque estaba metido en el cuerpo de una tía buena, pero tampoco podía tratarla como a una tía buena, porque en su interior estaba su mejor amigo.


Sí, era eso, estaba confundido.


Porque, estando tan acostumbrada a la Friendzone, ni se le pasaba por la cabeza las muchas cosas que Sanji se estaba replanteando. No era que hubiera descartado esa posibilidad, es que ni siquiera existía para ella.


Entre los dos, buscaron un sitio donde Zoro pudiera comer lo más cómoda posible. Encontraron a unos metros una piedra lo suficientemente grande para que les hiciera de banco a ambos, sentándose uno al lado del otro.


–Gracias –dijo Zoro, volviendo a abrir el tupper, pinchando un macarrón en forma de espiral y llevándoselo a la boca.


Maldición. ¿Cómo podía una simple ensalada de pasta estar tan deliciosa? Sanji tenía un don para la cocina.


–No hace falta que las des, ya te he dicho que era para Luffy. –respondió Sanji, con un tono más bien seco. Se estaba forzando a sí mismo a hablar como siempre lo hacía.


– ¿No puedes decir un simple “de nada”? –dijo la otra, volviendo a degustar la pasta.


¿Ahora por qué parecía enfadado? Si solo le estaba agradeciendo. Quien lo entienda…


–De nada. Y ahora come. –respondió en el mismo tono. Zoro pasó de responderle, tenía ganas de discutir, pero tenía más hambre.


Sanji, a su lado, cruzó sus brazos encima de sus rodillas y apoyó su cara en estos, intentando mirar hacia otro lado, pero mirando hacia ella de reojo.


Comía como si estuviera desesperada, sin ninguna gracia, ni elegancia. No era para nada refinada, más bien al contrario. Parecía que no hubiera comido en días, engullía prácticamente sin masticar. Si incluso tenía un poco de atún en la comisura del labio, bajando por su barbilla.


Algo que le parecería muy desagradable.


¿Por qué diablos me parece tan adorable?


Todas y cada una de las acciones de Zoro le gustaban. Le encantaban. Quería ver más de ellas.


–Oye, esto está buenísimo –dijo ella, con la boca llena.


Joder, le encantaba como devoraba con esa ansia la comida que él mismo había preparado. Deseaba cocinar platos más elaborados para él, que le dijera qué le parecían y que lo demostrara con sus gestos.


–Gracias. –respondió él, cerrando los ojos y bajando su rostro hacia el suelo, quedando totalmente cubierto por sus brazos.


Zoro detuvo un momento su festín para beber agua, momento en el que se fijó en la postura de Sanji. Le daba la sensación que se estuviera escondiendo. Y si…


–Eh, cocinero, ¿seguro que no tienes hambre? –preguntó la chica, imaginándose que intentaba cubrirse por ese motivo.


Lo tenía hasta hace cinco minutos, pero la verdad era que Sanji se le había cerrado el estómago.


–No. –respondió él.


–Aun así, deberías comer algo. –dijo ella, observando la fiambrera. Ya se había comido algo más de la mitad, y llevaba las mismas horas sin comer que su amigo.


Era imposible que el chico no tuviera nada de hambre.


–No me apetece. –respondió él, volviendo a utilizar ese tono tan seco.


–Vamos, cejas de sushi. Seguro que no has comido nada des del almuerzo, ni que sea un poco.


Zoro creía que el mal humor de Sanji era porque debía de tener hambre. Eso era algo que a él le ocurría con frecuencia. Si de normal era borde, mejor no acercarse a él si tenía el estómago vacío y sueño, y pensó que sería algo parecido para el rubio.


Pero, como sabía que Sanji era incapaz de ver a alguien hambriento y que siempre hacía lo que fuera por sus seres queridos, incluso aunque fuera en su contra, pensaba que le había dado su única ración de comida por eso.


 – ¿No te estoy diciendo que no quiero? –dijo él, todavía más enfadado. No lo estaba con ella, sino consigo mismo y con esas estúpidas ideas que no paraban de rondarle por la cabeza.


¿No podía dejarle en paz ni que fueran cinco minutos para intentar aclararse?


Y la paciencia de Zoro, poca de por sí, llegó a su fin.


– ¿Se puede saber qué te pasa? Yo solo intentaba ser amable. –dijo ella, mirándole directamente con rabia.


Encima que me preocupo por él…


–Sí, ofreciéndome la comida que acabo de darte. Muchas gracias. Y ahora come, joder. –otra vez, la parte más cínica de Sanji salió a relucir. Esa que solo se atrevía a mostrar a la gente más próxima a él, con quien se sentía libre de ser él mismo.


–Vete a la mierda, capullo. –Y Zoro le respondió como solía hacerlo cuando se ponía en plan insoportable.


Odiaba los sarcasmos de su amigo.


–Estamos en un puto bucle espacial, malditos por un demonio y una soga al cuello que cada vez nos va apretando más. Creo que irme a la mierda, ahora mismo, sería como tomarme unas vacaciones.


Zoro odiaba mucho los sarcasmos de Sanji, sobre todo cuando tenía razón.


No le respondió, solo soltó un gruñido y siguió comiendo en silencio. Ella había hecho lo que tenía que hacer, si el vampiro era un imbécil era su problema. Ya lloraría después.


Y, de mientras, la cabeza de Sanji estaba hecha un auténtico lio.


No habían pasado ni cuatro horas desde que empezó todo este lío. Ni siquiera cuatro putas horas. Y ése había sido el tiempo suficiente para que el Marimo le confundiera, le hiciera replantearse todo de sí mismo.


Porque le encantaba la chica que comía escandalosamente a su lado.


Pero no le gustaba como la mayoría de chicas. Hasta ahora, no había tenido ni una sola relación estable. Solo rollos de una o dos semanas como mucho, la mayoría de chicas acababan dejándole en ese período de tiempo.


Algo que él mismo provocaba, empezando a fijarse en otras chicas y dejando de prestarles atención a ellas. Pequeñas sutilezas para que fueran ellas las que pusieran fin a lo suyo y así no tener que hacerles daño.


Sanji, veía a una mujer guapa y lo primero en lo que pensaba era en cómo sería su cara al hacer el amor, como gemiría o como se vería completamente desnuda. Nunca había conectado con nadie a un nivel más profundo que el puramente físico.


Solo tenía diecinueve años, no quería atarse a nada. Por eso, le acojonaba de sobremanera lo que veía cuando miraba a Zoro.


No solo se la imaginaba en todo tipo de situaciones eróticas, también…


No quería provocar que se alejara de él. Quería que estuviera a su lado, levantarse juntos por la mañana después de una intensa noche de sexo y repetir. Que le mandara a la mierda, pelearse con ella y arreglarlo después.


Compartir tiempo juntos. Reírse como lo habían hecho antes, jugar como cuando eran críos. Volver a pelearse, estar juntos sin hacer nada, o haciendo cualquier cosa. Quería estar con ella.


Solo que Zoro no era una mujer en realidad, era un hombre. Y todo lo que querría hacer con ella, también lo querría hacer con él.


Porque sí, ella estaba realmente buena, pero él…


Era un maldito adicto al gimnasio que entrenaba cada puto día. Estaba realmente cuadrado, una voz que te hacía temblar y sus facciones eran realmente atractivas. Mientras que Sanji tenía una belleza más fina, más elegante, la de Zoro era más masculina.


Y, por muy heterosexual que fuera, o que creía que era, sería estúpido negar que Zoro no era guapo. De hecho por eso siempre le había envidiado, porque ligaba bastante más que él aunque no hiciera ni puto caso a ninguna chica.


Y todo eso le hacía preguntarse… ¿realmente le había envidiado? ¿O era más bien otra cosa? ¿De quién sentía celos cada vez que Zoro recibía el número de teléfono de alguna mujer? ¿De él o de ella?


Y si toda esa envidia, esos celos… ¿eran en realidad algo más? Inició otro debate interno consigo mismo, uno donde su parte racional y la sentimental expusieron sus argumentos sobre el caos mental que era ahora mismo el cerebro del chico.


*No… estoy confundido porque ahora es una chica y es guapa… no tiene nada que ver…


Venga ya, has estado con muchas chicas guapas hasta ahora, y no te había pasado esto. 


*No… no puede ser…


No te gusta solo su cuerpo, te gusta su carácter.


*¿Qué? ¿Cómo va a gustarme? Si es el Marimo, es mi maldito mejor amigo.


¿Entonces por qué te lo imaginas en la cama?


*Me la imagino a ella.


Yo soy tú, y te lo estás imaginando a él desnudo.


*No soy gay. Nunca me ha gustado ningún chico.


Serás bisexual entonces. Siempre hay una primera vez para todo.


*¿Cómo que para todo?


A ver si crees que cuando vuelva a la normalidad se te va a pasar.


*Claro que no tendrá más importancia, eso es cosa de ese maldito demonio jugando con mi cabeza.


La tendrá, porque te has dado cuenta de que te gusta el Marimo


*¡Que no me gusta!


Es verdad, te gusta de hace tiempo y estás tan acojonado que te mientes a ti mismo.


*Eso no es cierto.


Vuelves a mentirte.


*No lo hago. No me gusta, me enerva. Me jode, le odio, no le soporto. ¿Gustarme? Ni de coña. Es porque es ella.  


¿Entonces, porqué cuando la miras, le ves a él y te imaginas cocinando todos los días para él?


*Eres gilipollas.


Eso también te lo dice el Marimo. Tenéis más en común de lo que quieres admitir.


*No tenemos nada en común.


¿De qué tienes miedo?


Su propia conciencia le odiaba y le confundía. Hablar con su yo interior no le había servido de una mierda.


– ¡Aaaaaah! –gritó Sanji, con frustración, provocando un ligero salto en Zoro, que no se esperaba esa reacción después de dos minutos de absoluto silencio.


Ésta cerró el tupper, al que todavía le quedaba algo de comida, con el tenedor dentro y dio un gran trago de agua.


– ¿Y a ti qué coño te pasa ahora? –dijo, ya cansada del comportamiento de Sanji.


– ¡Que a mí no me pasa nada, joder! ¡Estoy como siempre! –le respondió a gritos.


Estaba agobiado, muy agobiado. Le faltaba el aire, tenía calor. Necesitaba levantarse, necesitaba moverse. Algo.


No podía quedarse ni un segundo más al lado de Zoro, o acabaría haciendo una locura.


Y ahí estaba. Después del shock inicial de Zoro cambiando, después de conseguir relajarla, con toda su confusión actual, su propio estrés empezaba a aflorar después de cuatro horas conteniéndose.


Y eligió ese momento para explotar.


– ¡Y una mierda nada! ¡Llevas diez minutos de una mala ostia alucinante! –dijo ella, exigiendo una explicación.


Zoro no le había dicho nada, absolutamente nada, para hacer que se molestara y actuara de la forma en que lo hacía. Ya de normal no era una persona muy paciente, más bien era muy rudo y con pocas ganas de aguantar gilipolleces.


Pero en estos momentos, suficiente tenía con lo suyo como para que Sanji empezara a actuar como un loco.


–No lo sé, será que me preocupa que podamos morir, ¿por ejemplo? –Preguntó el rubio con ironía – ¡Porque aquí soy yo el que representa tiene que salvarnos el culo y no tengo NI PUTA IDEA DE QUÉ HACER!


Sanji estaba de pie, enfrente de la piedra donde ambos se habían sentado, gritándole a Zoro, el cabreo de la cual salió por fin.


– ¿INSINUAS QUE ESTO ES CULPA MIA? ¡YO NO QUERÍA ESTO! –dijo ella, levantándose de golpe, quedando cara a cara, gritándose.


Esto era lo que Sanji había querido antes. Las peleas. Su zona de confort. Lo que siempre hacían, como dos amigos. Gritarse de todo, insultarse, amenazarse.


– ¿Y TE CREES QUE YO SÍ QUE LO QUERÍA? ¡ESTO ME SUPERA, JODER! –dijo Sanji, refiriéndose a todo lo que había cambiado en él y no a su situación en general.


Algo que, obviamente, Zoro no entendió.


– ¡VETE A LLORAR A OTRA PARTE, TÚ AL MENOS SIGUES SIENDO UN TÍO! –dijo ella, acercándose más a él y empujando ligeramente su hombro con una mano, haciendo que Sanji retrocediera un poco.


Sanji estaba furioso. Odiaba cuando Zoro tenía la mala costumbre de empezar a pegarle empujones. Debería devolvérselos, como siempre hacía. Pero su cuerpo no le pedía eso.


Bésala.


– ¡YA LO SÉ, JODER! ESO ES… –Sanji se calló antes de decir algo de lo que creía iba a arrepentirse.


Bésala.


Zoro seguía empujándole, más enfadada ahora, haciéndole retroceder un paso con cada empujón.


Bésala.


 – ¿Eso es qué? ¿Qué es, Sanji? Vamos, ¡escúpelo! ¿Cuál es el problema? –decía, dándole en los hombros con las dos manos.


Bésala.


Zoro se estaba poniendo demasiado nerviosa. No solo por la actitud y palabras de Sanji, sino porque ni siquiera estaba intentando defenderse.


De normal, cuando Zoro empezaba con eso, Sanji se las devolvía todas y cada una, pero ahora parecía demasiado parado, como si le vinieran golpes por todos lados y no supiera hacia donde girarse. Solo la miraba con rabia y con algo más que no sabía identificar.


Y eso la cabreaba todavía más.


Por la cabeza de Sanji solo pasaba una cosa.


Bésala.


– ¡TU ERES MI PUTO PROBLEMA! –admitió finalmente Sanji, cogiéndola por los hombros y empujándola hasta que su espalda chocó contra el árbol más cercano.


Bésala.


Sanji había gritado esas palabras enfrente de su cara, tan solo a unos centímetros de distancia.


Bésala.


Esta vez, Zoro no respondió. Solo le miraba, con una mezcla de rabia y excitación en sus ojos. Sanji era capaz de verlo perfectamente, igual que sabía que ella vería lo mismo en los suyos. Eso era lo que le provocaba esa cercanía entre ellos.


Bésala.


–Te odio –dijo Zoro en un susurro, que Sanji solo pudo oír debido a su cercanía.


Bésala.


Sanji seguía sujetándola por los hombros, apretando sus dedos alrededor de sus músculos. Podía sentir el calor de su cuerpo a través de su ropa, podía ver sus pupilas dilatarse, sus labios entreabiertos, su respiración chocar ligeramente contra su rostro.


–No te aguanto –respondió el rubio en el mismo tono que ella había utilizado.


Bésala. Bésala. Bésala. Bésala.


Estaba tan cerca de ella. Notaba la tensión en el ambiente, podía ver perfectamente como ambos deseaban exactamente lo mismo. Solo haría falta que Zoro se tirara un poco para adelante, que Sanji bajara ligeramente su cabeza…


Tan cerca…


Solo debía…


Solo una vez… una única vez, no habrá más… una vez… una…


Vio a Zoro tragar saliva, nerviosa por lo que estaba a punto de llegar. No iba a apartarse, iba a permitir que se acercara. Iba a ocurrir.


Sanji bajó un poco su cabeza, no demasiado ya que medían casi lo mismo. Lentamente, fue acercándose a ella. Sentía la respiración entrecortada de la chica sobre sus labios a medida que la distancia entre ellos era cada vez más corta.


Estaba a punto de pasar. Solo un par de centímetros más y…


–Joder. –dijo Sanji, con evidente frustración, girando la cara, deteniéndose en el último momento.


Al mismo momento, había soltado el hombro derecho de la chica para cerrar su mano y golpear el árbol con el borde externo de su puño, justo encima de su cabeza.  


Había estado a punto de cometer el mayor error de su vida.


–Yo… –Sanji seguía todavía en esa posición, encima de ella, pero con la cara girada. Porque si volvía a mirarla, esta vez quizá no podía detenerse. –Yo… lo siento. No… –La soltó y consiguió apartarse de ella.


Ya no sentía el calor de su cuerpo. Ya no sentía su pecho encima del suyo subir y bajar, acorde con su respiración. Ya no miraba esos labios finos que habían pedido que los besara.


Sanji daba vueltas de un lado a otro, tapándose los ojos con las manos, tirándose ligeramente de flequillo.


¿Qué coño ha sido eso?


–No puedo… Necesito pensar. Necesito… Yo que sé. Lo siento. Lo siento, por dios, lo siento. No sé qué ha sido eso, porqué he estado a punto de… lo siento, no debería aprovecharme de… no… no sé qué decir…


Zoro se encontraba en el árbol, todavía medio en shock. Estaban a punto. Había estado tan cerca, tanto… tanto…


Y por suerte, Sanji la había devuelto a la realidad.


Esto habría sido un error. Algo que les hubiera jodido a ambos, a su amistad. No hubieran podido volver atrás si hubiera pasado, pero por suerte, Sanji puso cabeza y lo evitó.


Eso se decía Zoro a sí misma una y otra vez. Esto era lo mejor.


Y aun así, no deja de ser jodidamente doloroso.


Sanji seguía disculpándose, rascándose la nuca y casi arrancándose el pelo, pero Zoro no le oía. No oía nada. Solo los latidos de su corazón retumbar contra sus oídos mientras el mundo empezaba a difuminarse a su alrededor.


–Sanji. –dijo con un hilo de voz, manteniéndose en pie con todas sus fuerzas.


Zoro mostraba su mejor cara de póker.


–Lo siento, de verdad no sé por qué he hecho eso, de verdad lo siento… eres mi mejor amigo y yo…


–Sanji. –volvió a repetir ella, sin ningún rastro de emoción en su voz.


–Sí, perdona, dime. –dijo él, sin siquiera mirarla.


Todavía seguía dando vueltas, moviéndose en círculos en el mismo espacio de cinco metros enfrente de Zoro. Estaba demasiado nervioso como para conseguir estarse quieto.


–Vete, por favor. –pidió ella. Su voz sonaba vacía, totalmente vacía.


Eso fue lo que Sanji necesitó para detenerse y pararse a mirarla, totalmente sorprendido por las palabras de la chica.


Debía controlarse. Después de haberla cagado como lo hizo, no podía herir a la chica. Aunque, sin saberlo, ya lo hubiera hecho.


– ¿Qué? Pero… Zoro, debemos arreglarlo. Debemos estar juntos para…


–Por favor. Lárgate. –repitió ella, cortando su palabrería infinita.


–Pero…


–Por favor.


Sanji se detuvo a mirarla, a observar su postura. Estaba completamente quieta, estoica, clavada en el suelo apretando los puños. No miraba a nada, a ningún punto en concreto. Estaba completamente serena, mucho más tranquila que en toda la noche.


Era la misma actitud que tenía cada vez que se enfrontaba a alguien en alguno de sus combates de Kendo. Le había ido a ver a varias competiciones, y Zoro era un tío que sabía mantener perfectamente sus emociones a raya para conseguir la victoria.


Y eso era justamente lo que estaba haciendo ahora. Sanji podía ver perfectamente a través de esa máscara. Podía ver que estaba incluso más jodido que él por lo que acababa de pasar.


Sanji creía que Zoro, aparte de lidiar con su cambio, lidiaría con una confusión parecida a la suya. Y si él lo estaba pasando mal, no se imaginaba como estaría ella.


Porque en verdad, ni siquiera podía imaginárselo.


–De… de acuerdo. Yo… estaré en el cementerio, pensando en algo. Ven cuando quieras. –dijo el rubio, girándose y tomando el primer camino que encontró.


Total, fuera hacia donde fuera, acabaría en las puertas de ese maldito cementerio otra vez.


Zoro no respondió. Solo levantó la vista y le observó alejarse. Cuando fue totalmente incapaz de ver su capa, por fin pudo soltarlo todo.


El llanto que estaba conteniendo empezó a salir, totalmente en silencio, sin ningún ruido por su parte, solo las lágrimas brotando de sus ojos acompañadas de terribles pinchazos en el pecho.


Sintió como perdía por completo la fuerza en sus piernas. Se dejó caer al suelo, con su espalda en el árbol, sus puños algo más relajados en el serio, las rodillas ligeramente dobladas y la cabeza apoyada al tronco.


No dejó de mirar en ningún momento el punto en que perdió el rubio mientras sentía sus lágrimas bajar por sus mejillas sin ningún tipo de control.

Notas finales:

Y hasta aquí!! Al principio, tenía pensada que el capítulo acabara de otra forma, pero no sé que ha pasado que una cosa ha llevado a la otra y... bueno, hay que dejar que la historia fluya. 

¿Qué os ha parecido? Esperaré con mucha ilusión vuestras reviews y cualquier opinión!! 

Espero que os guste!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).