Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

A Halloween Tale por VinsmokeDSil

[Reviews - 23]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Y después de... ¿casi un mes ha pasado? Aquí seguimos, pasado Reyes y con Halloween. Al final Lukkah tendrá razón y lo acabaré en San Valentín... 

Primero de todo, agradecer el apoyo de Lukkah en esta historia, por estar siempre aconsejándome y dándome su inestimable opinión, ya sabes cuánto me importa!!

Porque eres una escritora alucinante!! Queridos lectores, acaba de publicar la segunda parte de uno de sus one shots, así que vayamos todos a leerlo y a darle muuuucho love!!!

 

Éste capítulo va en especial dedicado a ti!! Quiero que sea un regalo también, por eso he querido que salieran algunas escenas que llevabas algunos capítulos diciendo que te gustaría ver!! 

Espero que te gusteee!!!! 

A continuación, agradecer también a Kumasawa por su apoyo y dejarme siempre su opinión! De verdad, no sabéis lo muy necesarios que llegan a ser los comentarios para los escritores. Ayudan a ver algunas carencias y animan a seguir mejorando, a no dar la sensación que escribes para la nada. 

Por eso quiero pedir, lectores silentes, por favor, no lo digo solo por mi, pero en general, se deja poco feedback! No hace falta nada muy currado, un simple "me ha gustado" o "me falla un poco esta parte, cuidado con esto, aquí te contradices..." cosas por el estilo. 

No soy la única escritora que lo piensa. Por favor, si leéis las notas, tenedlo en cuenta para todo escritor que hace el esfuerzo de publicar sus historias!

Vale, y después de éste rollazo y que en el anterior capítulo se desatara el drama... seguimos con el cuento de Halloween! 

Los miedos están ahí para ser soportados. Nadie es valiente si no sabe qué temer.


 


Diez minutos.


Llevaba diez minutos sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, sujetando sus rodillas con sus brazos.


Llevaba ya demasiadas horas con las lentillas, le ardían los ojos, por lo que decidió quitárselas. Fue una auténtica odisea teniendo en cuenta que no tenía ningún espejo, pero almenos se había traído el pequeño estuche para guardarlas en el bolsillo. Tuvo que usar la pantalla de su móvil, usando la cámara frontal, con lo poco que se veía. Hizo lo mismo con sus colmillos.


No se imaginaba que fueran más difíciles de quitar que las lentillas, parecía que su hermana se los hubiera pegado con cemento.


Quería hacer algo con su maquillaje. Bueno, más bien, quería quitárselo. Sentía su rostro demasiado sucio, estaba seguro que la raya de le habría corrido y que parecería un mapache. Notaba que ya no le quedaba nada de pintalabios, se lo habría ido comiendo sin darse cuenta.


Se frotó la cara con un pañuelo de tela, uno de los que siempre traía en caso de necesidad. No era mucho, pero algo haría.


Le asustaba saber que, para limpiarse bien, también le haría falta desmaquillante y agua micelar. Su hermana le había influenciado demasiado… pero teniendo en cuenta que solo disponía de su saliva, tendría que apañarse.


Cuando hubo acabado, volvió a mirarse en la pantalla de su teléfono. Se veía oscuro, pero lo justo para ver que, efectivamente, estaba hecho un desastre. Se quitó lo mejor que pudo el maquillaje en sus ojos, y pasó de mapache a gótico.


Qué más daba. Almenos ya no molestaba tanto.


Veinte minutos.


Levantó su cabeza, mirando a la luna, algo que le calmaba y le ayudaba a poner en orden sus pensamientos.


La luna fue una de esas pocas compañeras que tuvo en su infancia. Algo constante. Algo claro en las noches. Una luz en la oscuridad que tuvo que vivir, sufriendo el constante desprecio de su padre y las palizas de sus hermanos mayores.


A diferencia de a muchos niños, a él le gustaban las noches. A esas horas, su madre y su hermana siempre estaban en casa, y era donde él podía esconderse. En cambio, cuando salía el sol, quedaba al descubierto.


Al descubierto de los psicópatas de sus hermanos, esos que se lo pasaban tan bien humillándole. La llegada del sol implicaba la ida de su madre a trabajar y su hermana al colegio. Él quedaba solo, con esos tres con vía libre para hacer lo que quisieran.


Se preguntó cuántas veces corrió a pedirle ayuda a su padre. Seguramente las mismas que se lo quitó de encima diciéndole que no fuera una “nenaza” y aprendiera a defenderse, hasta que dejó de hacerlo.


Sanji no dudaba que no hubiera momentos felices. Tuvo que haberlos, era imposible que en diez años no hubiera habido ni uno. Era imposible que su padre no le hubiera dicho “te quiero” ni una sola vez, ni lo hubiera abrazado o dado un beso.


Era imposible que no se hubiera unido a sus hermanos en alguna travesura, que no hubieran jugado a nada juntos.


Por supuesto que tuvo que haber buenos momentos. El problema era que, los malos, eran tan fuertes, que consiguieron opacarlos por completo.


Si realmente esos momentos felices existieron, como él quería creer, no conseguía recordarlos en absoluto.


Treinta minutos.


Sanji se consideraba una persona tolerante, muy abierta de mente. Nunca juzgaba a nadie, ni por sus gustos ni por sus preferencias. Ya lo había sufrido suficiente en sus carnes como para hacérselo a alguien más.


Eso no significaba que fuera fácil para él aceptar un cambio como ese.


Recordaba perfectamente todos y cada uno de los insultos que le dedicaban sus hermanos: llorica, nenaza, marica de mierda… y todo un repertorio demasiado imaginativo para unos niños. A saber de dónde lo sacaron.


Quizá por eso, al pensar en Zoro, recordaba a la parte despreciable de su familia. Quizá por eso había sido tan capullo con él hacía un rato. Y quizá por eso le costaba tanto aceptar lo que era tan obvio.


Porque era Zoro… era pensar el él y…


Y todo cambiaba. Todo se volvía demasiado confuso. Eso de lo que siempre había estado tan seguro, se había deformado demasiado rápido. Se insistió a sí mismo en negarlo. Se frenó antes de besarla porque sería imposible volver atrás, porque rompería su amistad.


Había sido tan sumamente idiota como para “justificar” sus miedos. Porque no lo hizo por el bien de su amistad, ni mucho menos. Su amistad ya se vio afectada des del mismo momento que se dio cuenta que le atraía Zoro, que le atraía él, y que era algo mutuo.


Porque era obvio que entre ellos había habido una conexión. No solo una, en varias ocasiones sus miradas se conectaron, dando paso a algo mucho más profundo que una simple amistad. Y en todas y cada una de esas ocasiones lo habían negado.


Pero lo último… lo que había pasado hacía ya cuarentaicinco minutos…


El rubio no “salvó” su amistad. Solo se escondió, otra vez, como tantas otras. Como siempre que tenía miedo, salía corriendo. Como cuando una de sus relaciones parecía volverse muy formal, huía.


Solo era un cobarde. No era nada más que un cobarde que se negaba a aceptar un cambio en su interior, algo que siempre había estado dentro de él pero se negaba a aceptar. Porque le daba demasiado miedo.


Porque todos los cambios asustan.


Una hora y cinco cigarros después, seguía mirando a la luna.


¿Realmente le gustaba solo el físico nuevo de Zoro? Por favor, eso era una tontería. Hacía como cuarenta minutos que había dejado de decirse eso. Ahora la verdadera pregunta era: ¿Realmente le gustaba Zoro?


Era un tipo rudo. Borde. Maleducado. Insoportable. Un idiota. Capullo. Su orientación era peor que la de una brújula sin agujas. Sádico. Con mal perder, y peor ganar –era imposible jugar con él al monopoly, videojuego o lo que fuera, siempre acababan a gritos.


Era un chulo, un prepotente, siempre haciéndose el interesante, con esa aura de soledad que lo hacía tan atrayente a la vez. Esa que siempre le llevaba a él una y otra vez, porque Sanji no quería que Zoro estuviera solo. Tenía esa mirada, tan desafiante que te invitaba a intentarlo.


Porque prometía diversión y furia, una lucha sin precedentes. Tenía unos ojos oscuros que parecían querer destrozarte mientras lo disfrutaba, con ese toque de travesura detrás de ellos que no podían evitar que te sintieses atraído hacia ellos.


Igual que una polilla a una lámpara de luz ultravioleta, donde se encontraba su condena pero aun así, iban a morir en ella.


Y así llevaba ya hora y media, dándose cuenta que le encantaba perderse en la oscuridad que le ofrecían sus ojos.


Es tan… tan…


– ¡Agh! –gruñó Sanji al aire, intentando encender otro pitillo. Empezaban a acabarse.


– ¿Ya has gastado otro mechero? –preguntó la voz de mujer que acababa de llegar, interrumpiendo sus pensamientos, colándose de nuevo en su mente.


Cautivante.


Y la verdadera pregunta que debería hacerse era: ¿cuánto tiempo llevaba Zoro gustándole sin haberse dado cuenta?


Zoro se fue acercando lentamente a él, un paso tras otro. Mirándole, con esa sonrisa tan típica de él, que ahora era ella. Se la veía tranquila, sosegada, como si no hubiera pasado absolutamente nada.


Como si no hubieran estado a punto de besarse hacía una hora y media, como si siguieran siendo los mismos amigos de siempre. Como si su relación siguiera siendo de peleas y risas.


Como si no fueran las dos de la madrugada y les quedaran cinco horas para el amanecer.


Pero ella avanzaba, directa hacia él. Tan hermosa. Tan decidida. Tan segura de sí misma. Su aura era realmente poderosa. Podía ser que estuviera mirándola a ella, pero Sanji solo le veía a él. Ese chico que tanto le gustaba.


–Y solo me quedan tres cigarros. Ahora ya puedo morir –dijo el rubio con ironía.


Pero Sanji ya la había cagado con Zoro. Ya le había confundido lo suficiente, y si tuvo una oportunidad, él mismo fue el encargado de pegarle una patada y mandarla a volar lejos. Ahora ya no podía hacer nada.


Su momento había sido hacía noventa minutos, y él mismo fue el encargado de mandarlo a tomar por culo.


Debía aceptar su reciente descubierta bisexualidad y el amor no correspondido. Le parecía un buen precio a pagar después de haber hecho llorar a la chica.


Porque ella podía sonreír, podía parecer tranquila, perfectamente calmada. Podía poner su mejor cara de póker. Pero no podría disimular los ojos hinchados por las lágrimas que habían escapado por ellos, no de él.


Y si Zoro quería simular que no había pasado nada, él iba a respetar sus deseos.


– ¿Qué te ha pasado en los ojos? –pregunto Zoro, sentándose a su lado, tomando el mechero del rubio y prendiéndolo a la primera.


–He intentado quitarme el maquillaje con el pañuelo, que ya molestaba. Pero al no tener jabón, leche limpiadora, desmaquillante… –pero Zoro le cortó a mitad de su explicación.


–Por dios… en serio, maldito demonio. ¿Por qué me he convertido yo y no él? ¡No tengo ni idea de lo que está hablando! –dijo Zoro, gritando al cielo.  


Y así empezó otra de sus peleas.


Lo que ninguno de los dos sabía era que, esa pregunta, fue escuchada.


***


A dos kilómetros de distancia


–Hmm, porque tú eres el que más lo necesitaba –dijo la seductora voz de la mujer, en un ligero susurro, con una sonrisa tierna en sus labios.


Robin se hallaba a lo alto de un árbol, descansando tranquilamente en una de las ramas, sin perderse ni un momento de la situación. Hacía tiempo que ningún humano llegaba a su morada, su cementerio, y esos dos sujetos eran realmente interesantes.


–Hacía tiempo que no te veía tan entretenida, Asmodeo. –dijo el hombre, de pie a su lado, en la misma rama en la que ella estaba sentada.


Se trataba de un hombre alto, más que ella, con sobrepeso. Su piel era pálida con un toque azulado, pero no escamosa como la de su compañera, sino más suave y resbaladiza, como si de un tiburón se tratara.


Tenía el pelo negro y rizado, la parte superior atada con una cola. De su boca sobresalían dos colmillos hacia arriba, tan afilados como el resto de sus dientes. Una cicatriz atravesaba su ojo izquierdo, producto de una batalla de hacía ya muchos siglos.


–Por favor, solo en la tele me llaman así. –dijo ella, sin mala intención y sin apartar la mirada, bien atenta a la conversación de los dos humanos, en las puertas de su cementerio.


–Nunca me acostumbraré a tus nombres humanos. –respondió él. –los cambias demasiado a menudo.


–Oh vamos, cien años no es tan poco.


El otro demonio se agachó junto a ella, mirando en su misma dirección. Sus ojos increíblemente azules se ajustaron para ver lo que la mujer observaba tan atentamente.


Agudizó sus oídos, algo muy fácil para él.


– ¿Todavía siguen de cháchara? –preguntó casi sin creérselo.


–Así es. Pero, fíjate en Sanji. Parece algo diferente. Mira como la mira. Por fin se ha dado cuenta de lo que siente por Zoro. –dijo ella, con un ligero toque de emoción en su voz.


El hombre a su lado, dejó ir una carcajada.


–Para ti, esto es como un culebrón.


–Oh, no. Es mucho mejor. Esto es real. Mira, obsérvalos bien. ¿No puedes ver la tensión entre ellos? ¿El deseo carnal creciendo cada vez que se sienten cerca?


El demonio se sentó a su lado, atento a la escena que tenía lugar tan lejos de ellos, pero que eran capaces de ver perfectamente. Podía ver lo que ella decía, pero no le parecía ni la mitad de interesante.


–Por cierto, Robin. Tengo que irme unos días. –dijo el demonio a la mujer, sin moverse a penas.


– ¿Ha pasado algo? –preguntó ella algo preocupada.


–Nada. Pero llevo años fuera del agua, no puedo quedarme indefinidamente en el mundo humano contigo. Soy un Leviatán, necesito volver al océano de vez en cuando.


–De acuerdo, Caballero del Mar. –respondió ella, algo más tranquila por su compañero.


La suya era una curiosa amistad. Un demonio y un Leviatán. Extraña combinación. Pero hacía mucho tiempo que las criaturas mitológicas, esas que hoy en día se creían leyendas, tuvieron que adaptarse a los nuevos tiempos.


Y ellos habían sabido adaptarse perfectamente, pese a las diferencias entre sus razas.


– ¿Cuánto tiempo tengo que mantener el bucle? –preguntó el Leviatán.


Trabajaban como un equipo: ella atrapaba a los humanos y él los encerraba, para luego observar cómo se desarrollaba la historia y disfrutar de todos sus posibles finales. Unas veces acababan bien, otras no tanto.


–Les he dado hasta el amanecer. A ver si dejan de hacer el tonto de una vez y hablan abiertamente de sus deseos…


–A veces no entiendo a los humanos. Zoro está enamorado de Sanji, y a Sanji le gusta Zoro, ¿verdad?


–Sí. Pero no solo eso. Sanji es un juguete roto, se tiene en tan poca consideración que no cree merecer el amor de nadie y siempre aparta a todo el mundo de su lado. Pero ahora, ha descubierto que le gusta Zoro y sabe que es su responsabilidad salvarle la vida, así se lo he dicho. Sanji está dispuesto a hacer lo que sea por Zoro, daría su vida por él, aunque nunca lo admitirá en voz alta.


Se hicieron unos momentos de silencio mientras el Leviatán procesaba las palabras que acababa de decirle su compañera.


–No suena demasiado sano. –dijo al cabo de unos segundos.


–No, no lo es. Pero yo solo me alimento de los deseos, no los juzgo. Si sale bien, después de esta experiencia, espero que se quiera un poco más. Que ambos lo hagan –respondió ella, con tranquilidad.


Su sonrisa era amable, realmente se preocupaba por esos dos.


– ¿Y por qué no hablan? –preguntó el hombre.


–Los humanos son criaturas complejas. Por eso estoy aquí, para echarles una mano. –dijo ella, hablando con sinceridad.


Robin llevaba milenios tratando con los deseos humanos, y era capaz de entender perfectamente cómo pensaban y cómo funcionaban sus corazones. Ella era una princesa del infierno, uno de los demonios más antiguos, era el demonio del deseo.


Ella realmente quería que cumplieran con sus deseos, no solo para alimentarse de ellos, sino porque realmente le agradaban los humanos. Claro que, delante de ellos, tenía que hacer su papel de demonio.


– ¿Y no puedes hacerlo de una forma más fácil? Ese tal Zoro me empieza a dar pena.


–Soy un demonio, Jinbe. ¿Qué te esperabas, que les preparara una cita con velas a la luz de la luna?


***


Al salir de la nave del ciborg, su siguiente paso era ir al cementerio, donde encontrarían su coctel sangriento.


Según dijo Franky, era un “bloody Nami” o algo así. Estaba muy dulce, y realmente bueno, pero eso no fue lo que más le interesó.


Cuando llegaron, vio emocionado que también había un poco de pica pica. Todo tipo de dulces y bollería con formas terroríficas, solo para ellos. Y Luffy iba a arrasar con todo, no pensaba permitir que nadie. Repetía, NADIE, tocara su comida.


Y eso incluía a los zombies que no dejaban de salir de las tumbas que había por ahí.


– ¡Aaaaaaaaaaaaaaaah! –empezaron a gritar Usopp y Nami. Otra vez.


Otro zombie había salido a su lado. Los dos chicos gritaban con absoluto terror al ver que otro muerto viviente venía a comerse sus cerebros. Para variar, Luffy pensaba de otra forma.


Tranquilamente, se acercó al zombie que estaba sentado, incorporándose en la tumba, preparándose para empezar a salir. El muerto viviente alzaba los brazos hacia él y babeaba, pretendiendo querer ir hacia él para conseguir devorarle.


Luffy sencillamente puso su pie en su frente y le empujó con fuerza otra vez dentro de la tumba, dejándole inconsciente ahí dentro. Donde debía estar.


Luego se giró a sus amigos, mirándoles con mucha tranquilidad, mientras esos dos estaban abrazados, totalmente aterrorizados.  


–No pienso permitir que nadie nos quite nuestra comida. –dijo él, convencido que los otros dos pensaban lo mismo que él.


Según Luffy, ellos dos eran unos cobardes. Eso lo sabía de sobras. Y en esos momentos, lo más importante eran los dulces que había encima de las mesas. Teniendo en cuenta que esos zombies no paraban de gruñir “comida” mientras les miraban, solo podía tratarse de eso.


Los zombies querían comerse su comida y Nami y Usopp tenían miedo de que lo consiguieran.


No había fallas.


Les hicieron marcharse al cabo de diez minutos, tiempo de sobras para Luffy para arrasar con todo. Su intención era esperar hasta que llegaran los otros dos, tomar el coctel juntos y ver si se habían matado o todavía no.


Les dijeron que no lo tenían permitido, que ya se encontrarían en la cena, a las diez de la noche.


Pero Sanji y Zoro no llegaban. No llegaron en ningún momento. En vez de cenar con ellos dos, lo hicieron con Franky, que ya se había hecho buen amigo de ellos, de los tres. Incluso Nami le aceptaba, aunque se hubiera acoplado y no le hubiera dejado estar a solas con Luffy.


La mayoría de amigos, de grupos normales de gente, se preocuparían. Se hubieran preocupado muchísimo al ver pasar el tiempo y que sus compañeros no aparecían, no daban señales de vida y parecía que hubieran desaparecido en medio del pasaje.


Eso, claro, era para gente normal.


Porque ellos de normal, tenían muy poco.


Y no era la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que algo así pasaba. De hecho, era algo muy común. Demasiado. Tanto que ya les aburría y ni les sorprendía.


Siempre que esos dos se separaban por algún motivo, acababan perdiéndose. Hacía tiempo que Nami había perdido la esperanza que Sanji consiguiera que no pasara. Si estuviera atento, seguramente lograría guiarlos.


Pero Zoro ponía demasiado de los nervios a Sanji, conseguía enfadarle a tal grado que dejaba de presarle atención a su alrededor y acababan ambos dando vueltas hasta vete a saber dónde. Normalmente acababan apareciendo al cabo de unas horas, así que suponían que esta vez sería igual.


Nami se preocupó todavía menos. Al contrario. Se alegró por ellos dos, así pasaban más tiempo juntos, a ver si Zoro conseguía dar el primer paso de una maldita vez. Y, de paso, se deshacía de dos molestias para su nuevo próximo intento con Luffy.


Solo le faltaba quitarse de encima dos molestias más…


Ni se imaginaban la situación en la que se encontraran.


Así que, en estos momentos, se encontraban tan felices de fiesta. Se celebraba en una sala a parte, un poco alejada del hotel, en caso de que alguno de los clientes quisiera a irse a dormir más pronto, para que no molestara la música.


Los chicos tenían que reconocer que Sanji hizo un buen trabajo buscando el sitio, porque obviamente Luffy no se encargó de una mierda. Se había asegurado de encontrar un lugar el que la fiesta durara toda la noche.


Llevaban ya varias horas bailando, bebiendo y haciendo el tonto. La fiesta empezaba a las doce de la noche y eran ya casi las dos de la madrugada. Ahí se habían vuelto a encontrar con Brook y con Chopper, al que habían convencido que Luffy no iba a comérselo –de momento.


Incluso habían visto a Hawkins, el cual tenía una paradita para leer las cartas y la buena fortuna a la gente en uno de los rincones, ligeramente iluminado con velas, quedando a la vista de la gente. Puede que el tipo fuera bueno, porque delante de su puesto había una cola alucinante.


La tripulación se había ampliado. Ahora eran el rey de los Piratas, la Bruja ladrona, el dios faraón, el ciborg, el lobo de algodón de azúcar y Soul King –al tipo disfrazado de esqueleto le encantaba tocar ese estilo de música, y él mismo decidió su apodo.


Les faltaba el alga apuñalada y el vampiro travesti, pero ya aparecerían cuando por fin encontraran el camino correcto. No les quitaba el sueño en absoluto, y menos las ganas de fiesta.


Y Luffy tenía una misión en mente.


Nami le había pedido a Luffy hablar con él en la fiesta, para saber si eran novios o no. Lo malo era que él no tenía ni idea de esos temas, por lo que necesitaba cierta… asesoramiento.


Le pediría ayuda a Usopp si no tuviera la misma experiencia que él, así que debería esperar a Sanji. Era el que más entendía de chicas de todos ellos. Claro que, tendría que esperarlo hasta que volviera del pasaje del terror.


Nami y Usopp comentaron que seguro que había pasado “lo de siempre”, pero Luffy tenía la sospecha de que hubieran vuelto a empezar el pasaje del terror, para tener más diversión…


Esperaba que no, se enfadaría si era así y no se lo habían dicho. Igualmente, debía esperar al rubio. Por mucho que le molestara y muy impaciente que fuera.


Pensándolo bien… Sanji también abrazaba mucho a Nami. ¿Saldría con él? Si era así, quizá no era buena idea hablar con él. ¿O se puede salir con dos personas a la vez?


Pocas veces mantenía el interés en algo, pero esto tenía que ver con su amiga, y se puso un poco nerviosa cuando hablaron de eso. Quizá a ella le pasaba lo mismo que a él, y no sabía si eran pareja o no.


Miró a la pelirroja. Bailaba al son de la música. No intentaba ser sensual, pero aun así lo conseguía. Era algo innato en ella. Sabía cómo ser hermosa aun sin intentarlo. Luffy no sabía qué era, ni siquiera sabía qué significaban esas palabras, aunque lo sintiera cada vez que la miraba.


Luffy era infantil e inmaduro. Demasiado para su edad, seguía siendo un niño a ojos de casi todo el mundo, pero ya tenía diecisiete años, y su cuerpo sufría cambios como el de cualquier otro adolescente.


Y uno de esos, era el hecho que notaba que le gustaba pasar tiempo con Nami. Se lo pasaba en grande con ella, era una chica muy divertida. Le hacía mucha gracia hacerla enfadar, sus expresiones eran realmente divertidas, aunque luego se llevara algún que otro golpe.


Cuando estaba en su cuarto, a solas, y pensaba en ella… sentía ese calor invadiéndole. Calor por todo el cuerpo y con un cosquilleo por su entrepierna. La primera vez que le pasó, se asustó. No entendía por qué se le levantaba.


Fue corriendo a preguntárselo a su hermano, a Ace. Éste solo se rió y le puso páginas web que no conocía en su ordenador, mientras le decía “alíviate, anda”. No entendía como ver personas practicando sexo pudiera aliviarle en nada, pero descubrió por sí mismo que podía pasárselo en grande si se tocaba.


Y la sensación era todavía mejor si lo hacía pensando en Nami. Era algo que no sabía cómo explicar. Cuando sentía ese calor por ver personas practicando el sexo, se sentía bien, pero era algo… insustancial.


En cambio, si se acordaba de su amiga, de su cuerpo… en especial de sus pechos, le encantaban sus pechos. Le gustaba imaginarse haciendo con ella eso que salía en los vídeos que le puso su hermano.


Era ver los videos, pensar que la chica era Nami y que el chico era él y… la sensación cuando acababa, era explosiva. Era mucho mejor.


No pensaba en Nojiko o Vivi cuando le pasaba, tampoco en Reiju. No pensaba nunca en ninguna de las otras chicas que conocía. ¿Eso significaba que eran pareja? Debería preguntárselo directamente a ella.


Sí, sería lo mejor.


– ¡Nami! –la llamó, pero la música estaba muy alta, y ésta no le oyó. – ¡NAMI! –gritó más fuerte.


Por fin parecía haber llamado su atención, girándose hacia él. La chica cesó sus movimientos y empezó a acercarse hacia él. Verla así, con esa ropa tan corta y ceñida, mirándole y yendo hacia él con el contraste de las luces, le hizo despertar otra vez ese calorcito.


Pero ahora no era momento. Podría ser que tuviera el cociente intelectual de una medusa, lo justo para no ahogarse con su propia lengua, pero sabía que debía aguantarse por ahora.


–Dime. –dijo la chica, gritando un poco en su oído, debido a la música. Podía ver ligeramente su escote, su piel sudada.


Y su lógica hizo su función.


–Nami. ¿Somos novios? Antes no me has respondido –dijo con esa seguridad e inocencia tan características en él.


Nami volvió a paralizarse. Para nada se esperaba que el chico se acordara de eso, pensaba que se le olvidaría, como casi todo en esta vida. Pero por fin había llegado. Ahora sí. Estaban de fiesta, estaban apartados del resto, hablando a solas. Debía hacer su movimiento.


Debía hacerlo, decirle algo. Decirle que le encantaría que fuera su novio. O lanzarse a besarle. Tenía que hacerlo.


¿Por qué diablos no podía ni decir ni hacer nada?


Por fin tenía su oportunidad, y estaba demasiado nerviosa como para hacer nada. Menuda mierda.


– ¿Nami? –volvió a preguntar Luffy, esperando una respuesta que no llegaba.


–Eh… esto… tú y yo… ah… bueno… –tartamudeaba. No conseguía articular nada coherente. La estaba cagando, pero bien.


Si seguía así, la oportunidad volvería a pasar sin que ella hubiera hecho nada. 


– ¿Por qué te tiembla la voz? –preguntó Luffy, rascándose la cabeza.


–No… ¡no m-me tiembla na-nada, idiota! Es… es solo… que…


–Claro que sí. ¿Has pillado un resfriado?


– ¿Qué?


–Vas muy destapada, y antes cuando estabas mojada por el pasaje por bañarte en el caldero de Hancock puede que hayas cogido frío. –dijo Luffy, recordando el momento a su manera.


– ¿Como? ¡Yo no me he bañado! ¡Me ha metido dentro! –respondió Nami, indignada. Encima de que esa loca casi la hierve viva, tiene que aguantar oírse que se había dado un baño…


–Bueno, da igual, que me estás desviando del tema. Somos novios, ¿sí o no? –dijo Luffy, volviendo a centrarse en lo que a él le importaba en ese momento.


–Ah… esto… –Habla. Díselo. Díselo. Vamos. ¿A qué esperas? Díselo.


– ¿Sí o no? –insistía.


–No, pero… –Díselo. Lánzate de una maldita vez.


–Ah, vale. Con que no. –No, mierda. ¡No, no, no, no!


–Pero… – ¡Pero díselo de una vez! ¿Por qué dudas tanto? ¡Haz algo ya!


–Bueno pues, aprovechando que no lo somos… ¿quieres que salgamos? –preguntó Luffy con la misma sonrisa con la que mira un plato lleno de carne.


En estado de shock.


Así estaba Nami. Si antes estaba nerviosa, ahora estaba completamente paralizada. ¿Había oído bien?


– ¿No se hace así lo de declararse? Usopp me dijo que fuera directo, que te dijera lo que sentía por ti… ah claro, falta esa parte. –maldita maruja de Usopp… pensó Nami.


No dijo nada. No podía articular ningún sonido, así que solo dejó hablar a Luffy, sin creerse todavía lo que le estaba diciendo.


Luffy le había pedido consejo a Usopp hacía un rato, ya que no tenía ni idea de cómo funcionaban esas cosas y él era el único que tenía a mano.


–A ver… cómo puedo decirlo… verás… me pareces la chica más alucinante del mundo. –Nami le escuchaba atentamente, sin perderse ni una palabra de lo que Luffy decía.


“Eres muy lista, mucho más que la mayoría de personas que conozco. También me pareces muy guapa, la que más. Cada vez que pienso en ti, me pongo feliz. Me gusta mucho pasar el rato contigo.


¿De verdad piensa todo eso de mí? Dios… no… no me lo puedo creer…


“Cuando pongo esos videos de internet que Ace me enseñó, si no pienso en ti no es lo mismo, se siente como más vacío, pero contigo es mucho mejor.


¿Está diciendo lo que…? No, que va. Imposible.


“Ya sabes, pienso que podríamos ser tú y yo, o te imagino a ti. No se quizá a ti también te pasa, puede que sea normal o puede que pienses en otros y estoy haciendo el tonto.


No. ¿Sí? No. ¿No? Pero parece que sí… ¿sí? No, imposible. No me creo que Luffy mire porno. Y menos que me esté diciendo que se masturba pensando en mí. Soy demasiado malpensada…


“Antes, cuando Brook te ha pedido que le enseñaras las bragas… realmente me ha molestado. Me cae bien, pero no me ha gustado que te pidiera eso, no sé por qué. Me ha alegrado ver que a ti tampoco te gustaba, aunque haya tenido que ir a la enfermería a recuperarse de tu patada en la cabeza mientras gritabas “¡Míralas!” Menos mal que ya está bien y ha vuelto con nosotros. No me gusta que te diga eso, pero es majo y me cae bien.


¿Se ha puesto celoso?


“Bueno, todo esto te lo digo porque eres la única persona sobre la que pienso así. Si te veo sonreír, me entran ganas de sonreír. Si te veo llorar, me pongo triste. Quiero abrazarte, hacerte sentir mejor.


“Cuando te enfadas, aunque me parezca que estás muy mona, me preocupa lo que pueda pasarte, y me enfado un poco yo también. Si es conmigo, me siento muy mal conmigo mismo, aunque a veces sea divertido.


Luffy… yo…


“Cada vez que me das uno de tus golpes, aunque no hagan daño, me gusta que lo hagas, porque siento que te tenga más cerca. Me gusta pensar que estamos juntos, como cuando nos abrazamos o nos damos la mano.


Quiero estar contigo…


“Y si te pasara algo… la verdad, ni siquiera quiero pensar en eso, porque eres demasiado importante para mí. No sé qué haría si nunca llegara a pasarte algo, pensar en eso ya me hace sentir mal. Me pasa lo mismo con todos vosotros, pero contigo es como… más fuerte. Duele más.


Te quiero. Te quiero tanto…


“Por eso, creo que de verdad me gustas. Cuando antes Franky ha comentado lo de que éramos novios, he pensado que, por todo esto, quizá ya lo éramos pero no me había enterado. Luego Usopp me ha dicho que no, y que debería hablar contigo. Pero como Usopp es tonto, he querido preguntártelo. ¿Por lo tanto, quieres ser mi novia?


Nami veía como Luffy la miraba. Ahí estaba ese hombre que tanto le gustaba. Mirándola con seguridad, con determinación, dispuesto a conseguir lo que fuera. No había vergüenza, no había timidez alguna.


Solo era Luffy siendo Luffy.


Por lo tanto, ¿qué hacía ella haciendo el tonto de ésta forma?


Con la confianza en sí misma renovada, le sonrió mientras pasaba sus brazos alrededor de su cuello, agarrándole por la nuca y acercándole hasta ella, hasta que sus labios hicieron contacto.


Por fin. Por fin estaba besándole. Por fin se había lanzado, y era correspondido. Luffy se había sorprendido ante su reacción, pero pronto pasó sus brazos por su cintura y correspondió su abrazo, empezando a mover los labios al ritmo de los de Nami, disfrutando de la cálida sensación que su boca le ofrecía.


Era agradable. Era el primer beso de Luffy, era con la chica que le gustaba, y le encantaba la sensación. Era muy agradable.


Nami se sentía en el séptimo cielo. Abrazándole con más fuerza, besándole con más intensidad, introduciendo su lengua en la boca de Luffy. El chico pareció sorprendido, pero no se alejó, sino que empezó a imitar sus movimientos, torpemente debido a su inexperiencia.


A Nami no le importó, le pareció tierno darse cuenta que era su primer beso, y se prometió enseñarle todo lo necesario.


Poco después, debido a la falta de aire, tuvieron que separarse, quedando sus frentes pegadas la una a la otra.


–Eso ha estado muy bien –dijo Luffy con una sonrisa. Nami sonrió en respuesta. –Pero, ¿quieres ser mi novia o no? –preguntó él, todavía confundido.


Solo le había besado, pero no le había contestado a lo de antes. ¿A qué esperaba?


–Eso era un sí, pedazo de imbécil –respondió Nami, feliz, sin sorprenderse que Luffy necesitara una respuesta con palabras y no con acciones.


Luffy sonrió otra vez, abrazándola con más fuerza. Y se apuntó mentalmente que, en lenguaje de pareja, un beso significaba “sí”.


***


– ¡Luffy! –dijo la hermosa mujer morena en cuanto le vio al final de la sala, metiéndose en medio de un grupo de gente sin importarle lo más mínimo apartar a empujones dos personas en cuanto se detuvo. 


Llevaba casi una hora buscándole. 


– ¡Yohohoho! ¡Señorita Boa! ¿Sería tan amable de enseñarme sus bragas? –preguntó Brook, que había recibido uno de los empujones.


La mujer le respondió con una mirada de asco y una patada en la cabeza, dejándolo tumbado en el suelo por segunda vez esa noche.


Nadie se sorprendió y le prestó atención, las interacciones entre estos dos normalmente eran así, y las patadas de Hancock eran tan fuertes como recibir una pedrada a la cabeza. Sus piernas eran como dos rocas.


– ¿Hancock? ¿Qué haces aquí? Nunca vienes a las fiestas. –respondió el otro hombre al que había empujado.


–Cállate, maldito robot, no hablo contigo. –respondió ella de mal humor.


–Hancock, ¿conoces a Luffy? –le respondió el más joven que se encontraba en el grupo en ese momento.


La morena se giró a él lanzándole una de sus miradas más envenenadas que tenía, pero al ver de quien se trataba, relajó su expresión.


–Chopper. No te había visto. Necesito hablar con Luffy, pero está con esa maldita pelirroja, ahí en el fondo. ¿Puedes ayudarme? –preguntó poniéndose a su altura, hablándole con dulzura.


Hancock era una mujer con mucho carácter, pero cuando se trataba del más joven de los trabajadores, su corazón se ablandaba. Era incapaz de hablarle mal a él, era demasiado tierno y mono.


–Pero… es que está hablando con Nami… y parece importante… –respondió él, algo triste de no poder complacer a Hancock. El cariño que se tenían, casi fraternal, era mutuo.


Hancock tuvo ganas de pegar mucho y muy fuerte al pequeño, pero a él no podía hacérselo.


– ¿Tú no eres la bruja de la serpiente? ¿La que se había encaprichado con Luffy? –preguntó Usopp, viendo la escena que tenía lugar.


A Chopper no puedo hacerle nada, pero a éste sí.


Hancock dirigió una mirada de odio hacia el chico vestido de momia, y empezó a caminar lentamente hacia él. Le tomó del cuello de las vendas, poniendo su cara muy cerca de la de ella.


–Y tú eres su amigo. Ahora mismo vas a ir hacia ahí y apartar a esa mujer de él, porque si tengo que hacerlo yo, no te va a gustar como acabará la cosa.


En ese momento, Usopp se vio a él mismo devorado por esa serpiente gigante que antes le había tirado a la jaula.


–Cariño. ¿Quieres dejarlo ya? No le gustas, acéptalo –respondió el hombre que había venido detrás de ella, que había pasado inadvertido hasta entonces.


–Drake, menos mal que estás aquí. –respondió Franky al verle ahí. –Por favor, controla a tu mujer.


–Claro, como si alguien pudiera –respondió Drake con ironía.


–Oye, yo no necesito control de nadie. –respondió ella, molesta, agarrando todavía por el cuello a Usopp, pero girando su mirada hacia esos dos hombres.


Usopp se sorprendió al oír eso.


– ¿Como? ¿Estás casada? –preguntó sorprendido.


–Eso no es asunto tuyo –respondió ella, volviendo a redirigir su odio hacia él.


–Tenemos una relación abierta. –dijo Drake. Usopp le recordaba, era el carnero sobre el que había montado Luffy.


Solo un hombre tan paciente como él, suficientemente tan sosegado como para aguantar las tonterías de Luffy durante un rato, podría estar con una psicópata como la bruja de las serpientes.


Drake se agachó para coger a Brook por debajo del hombro, para poder llevarlo hacia la enfermería. Estaba muy acostumbrado a hacerlo, desde que sabía que tenían una relación abierta, no había dejado de intentarlo.


–Vamos, cariño, deja a ese chico en paz. ¿No ves que se está besando con Nami? –dijo Drake, que tenía un visual perfecto de la escena de la nueva parejita.


En cambio, debido a la posición en la que se encontraba, Hancock no los podía ver, por lo que giró su cuello en dirección contraria observando como el chico que le gustaba se besaba con otra.


Dejó caer a Usopp como si fuera un peso muerto.


– ¿Que? Pero… ¡no! ¡No puede ser! ¡A mí nadie me rechaza! ¡Soy hermosa! –dijo ella, medio llorando. Su marido la tomó por la cintura con la otra mano, con la que no sostenía a Brook.


–Vámonos de aquí, estamos molestando. Llevamos a Brook a la enfermería y luego vamos a ver si consigues algo con algún otro de los invitados, ¿te parece bien? –dijo el hombre, con su voz más dulce, haciendo uso de toda su calma.


Ese tono de voz pareció tener efecto en su mujer, que empezó a medio llorar, dejándose abrazar y arrastrar por su marido.


–Pero yo quería acostarme con Luffy… –dijo ella, sollozando.


–Siempre… puedes… acostarte conmigo… –dijo Brook, que acababa de despertarse en ese momento, aunque seguía medio aturdido.


Esta vez recibió un rodillazo de la mujer en toda la nariz, volviendo a dejarle inconsciente al instante.


–No aprendes, ¿eh, colega? –le dijo Drake, llevando su cuerpo.


Esos tres se fueron de ahí bajo la atenta mirada de Usopp, Franky y Chopper.


–Ignoradles. Siempre están igual –dijo Franky, quitándole importancia a lo que acababa de pasar.


–Quizá debería ir a ver si puedo hacer algo… –dijo Chopper, mirando con algo de preocupación a Brook.


–No te preocupes, deja que Marco haga su magia. –respondió el ciborg tranquilamente.


–Pero soy su ayudante. –dijo, aun no demasiado seguro.


–Vamos, déjalo. ¡Estás en una fiesta, pásatelo bien! Seguro que Marco lo entiende.


Los tres volvieron su cara hacia la nueva parejita del grupo, que seguían abrazados, apoyando sus frentes, completamente ajenos a lo que acababa de pasar.


Les miraban felices, contentos por ellos. Hacían buena pareja, y se alegraban de que se hubieran decidido a dar el paso. Usopp pensó que su anterior conversación con Luffy le había ayudado, y eso que no había tenido muy claro que Luffy le entendiera de verdad.


Aun así, se alegraba por ellos. Esa noche había visto que Nami estaba realmente colgada por Luffy, y verlos así, le llenaba de cierta satisfacción. Quizá debería hacer caso a sus propios consejos y hablar con Kaya de una vez, puede que ella sintiera lo mismo.


Se rió al pensar en cómo reaccionaría Sanji cuando se enterara. Sabía que Nami no le gustaba de verdad, solo le parecía tremendamente atractiva, como la mayoría de mujeres, pero aun así, tenía ganas de ver la cara que ponía al ver que Luffy le había ganado.


Miró la hora. Eran las dos y media de la madrugada, empezaba a ser tarde, y aun así, esos seguían sin dar señales de vida. Normalmente no tardaban tanto. Se acordó de las palabras de Hawkins. ¿Les habría pasado algo?


***


Zoro avanzó hacia Sanji, lentamente. Totalmente ajeno a todo, a que estaban siendo observados por dos demonios y que dos de sus mejores amigos se estaban besando. Para Zoro, en esos momentos solo existía Sanji.


Sanji.


Se notaba que se había intentado quitar todo el potingue de la cara, pero aún le quedaba algo, por no sabía qué cosa había dicho el rubio. También se fijó en que se había quitado las lentillas y los colmillos.


Porque cuando se trataba de Sanji, Zoro siempre se fijaba en todo.


Para disimularlo, obviamente, se metió con él y su curioso conocimiento sobre maquillaje y productos de limpieza facial. Discusión que les dio un poco de calma y no duró más de diez minutos.


Solo Sanji, pensó Zoro, sin dejar de mirarle, sentada a su lado.


Sanji y esa expresión tan melancólica. Se le notaba que le había dado duro al cerebro, durante el rato que estuvieron separados.


¿Habría llegado a alguna conclusión?


Zoro también había aprovechado, y había llegado a la misma que al principio. El rubio solo estaba confundido porque ahora él era una chica, en cuanto volviera a su cuerpo, todo volvería a cambiar.


Nada más.


Así de duro era su castigo por amarle.


Estuvieron un rato en silencio, sentados uno al lado del otro. Zoro de vez en cuanto le miraba de reojo, viendo como miraba casi hipnotizado a la luna.


Le gustaba volver a ver el azul celeste de sus ojos, tan azules como el cielo de verano. Tan claros, tan sinceros. Tan bonitos. Combinaban perfectamente con la luz blanquecina que chocaba contra ellos.


Oía su respiración, calmada.


Le oyó fumarse otro cigarro, lanzando suavemente el humo al cielo, viendo como hacía curiosas formas enfrente de ellos, preguntándose cómo sería la sensación de ser respirado por él, y por un momento, sintiéndose celoso de ese maldito cigarro, por poder estar entre sus labios sin temer a las consecuencias.


Era un idiota, empezaba a pensar gilipolleces, y eso que ni siquiera había bebido.


–Zoro… creo que deberíamos hablar de lo de antes. –dijo calmadamente, con la cabeza apoyada a la pared, todavía mirando a la luna.


–No hay nada que decir. –dijo la chica, imitando al rubio.


Sanji se acabó el cigarro y lo restregó contra la piedra para apagarlo bien antes de tirar la colilla al suelo. De normal, era respetuoso con el medio ambiente, pero por una vez, pensó “que se joda el bosque del demonio”.


–Creo que sí. Antes… casi nos besamos. –dijo, de golpe, sin suavizarlo ni un poco. Ahora que lo había dicho, las palabras lo hacían real. Pesaba como una losa sobre ellos.


Zoro cerró los ojos, tomó aire, preparándose para dar una respuesta a eso.


–Sanji… esto… solo estamos confusos. Esto no es real. Creo que has hecho bien parándolo a último momento, o ya no habría vuelta atrás. Ésta situación se nos ha ido de las manos, y nos hemos confundido. Seguro que cuando vuelva a mi cuerpo, todo volverá a ser como antes.


Zoro era un tipo de pocas palabras. Y esta vez había hablado de más, explicándose mucho más de lo que hacía de normal.


Había hablado con un tono totalmente inexpresivo, sin mostrar ni una sola emoción. Era su tono de mentiroso, y Sanji lo sabía perfectamente.


– ¿Eso piensas? –preguntó Sanji. Le estaba mintiendo, lo sabía.


Sabía que Zoro no pensaba en absoluto lo que decía, podía mentir muy bien. Podía mentirle a quien quisiera, menos a él. Le conocía demasiado bien.


No. Quería decir Zoro. Solo se estaba protegiendo porque era lo que de verdad creía que pasaba con Sanji.


–Sí. –repitió en el mismo tono.


Mientes.


–Ya veo. –respondió Sanji, casi sin atreverse a mover. No sabía el motivo, pero por alguna razón le estaba mintiendo descaradamente en la cara, y hacía todo lo posible para convencerle.


¿Será mejor dejarlo estar?


Ambos seguían sentados uno al lado del otro. Tan cerca pero a la vez tan lejos.


–Por cierto, son las tres de la mañana. –dijo Zoro, rompiendo ese momento de incomodidad que se había creado.


Habían estado una hora sentados, hablando y discutiendo tranquilamente, casi sin darse cuenta.


–Ya, el tiempo va pasando. –dijo Sanji, con una sonrisa triste.


Zoro no quería hablar de ello, quería hacer como si no hubiera ocurrido nada. Está bien, respetaría su voluntad.


– ¿Se te ocurre algo para sacarnos de este lío? –preguntó la chica, mirándole directamente a los ojos, con tranquilidad.


Como si realmente no acabaran de hablar de eso.


–Qué va… ojalá. A éste paso, acabaremos muertos. –dijo Sanji, con su habitual sarcasmo.


Como si de verdad no hubieran hablado de nada.


–Vaya. Y yo que pensaba ir a tu entierro y fumarme un último cigarro en tu honor. –dijo Zoro, con ironía. Cuando Sanji se ponía sarcástico, Zoro intentaba ganarle. En general, siempre competían por todo, hasta por lo malo.


Estaba volviendo a comportarse como el colega que era, otra vez volvían a ser amigos. Mejores amigos con una amistad que rozaba más el odio que el cariño, pero a ellos ya les gustaba. Era su forma de ser.


– ¿Quieres dejar de asumir que voy a morir de cáncer de pulmón? –dijo Sanji, algo picado por lo repetitivo de la broma.


Siempre estaba metiéndose con él por fumar. ¿A caso Sanji le decía algo de las horas que se tiraba en el gimnasio? Por supuesto que lo hacía, pero eso no significaba nada.


Pero aun así, me gusta estar con ella. Con él. Porque por mucho que el envoltorio haya cambiado, sigue siendo él.


–Disculpa, tienes razón. También puede matarte el marido de alguna de tus amantes. –siguió el otro, mirándole divertido. Le encantaba meterse con él y sacarle de sus casillas.


Pero a Sanji no he hizo tanta gracia.


– ¡Oye! ¿Pero tú que opinión tienes de mí? Nunca saldría con una chica con pareja, tengo mis principios. –dijo Sanji, haciéndose el digno.


Le encantaban las mujeres, eso era totalmente cierto, pero era una persona decente. No era de esos que iban levantándole las novias a otros, o que solo se aprovechaban de una relación vacía, ya muerta, en la que ninguno de los dos era capaz de dar el paso.


–Ya, claro. ¿Tengo que recordarte a Violet? –dijo Zoro, riéndose ante la actitud de su amigo.


Como si no le conociera de toda la vida y no hubiera visto en primera persona sus gamberradas.


Sanji palideció un poco, quedándose en blanco. Ahí le había pillado. Rápido se puso nervioso y empezó a intentar justificarse con lo que podía.


–Eso… ¡eso fue diferente! –Dijo, con sus mejillas enrojecidas por la vergüenza de ser enganchado en algo que no quería que le vieran – ¡Yo no sabía que tenía novio! –decía, completamente avergonzado, intentando defenderse como buenamente podía.


Zoro empezó a reírse de él, a carcajada limpia. Será capullo…  


Sanji la miró por el rabillo del ojo, viéndole tan tranquilo mientras se burlaba de él a más no poder. Será capullo…


En estos momentos, era capaz de olvidar que era una mujer, y por mucho que su aspecto y su voz fueran algo diferentes, estaba seguro de estar con él.


En estos momentos, no estaba viéndola a ella. Estaba seguro que le estaba viendo a él.


–Pero que dices tío, si iba a nuestra clase. Los dos iban a nuestra clase. –dijo Zoro, acordándose de esos momentos. Oía su voz masculina perfectamente, en su mente.


Él y Sanji iban a la misma clase, Nami era un año menor y Luffy y Usopp dos. Aun así, todos eran parte de un mismo grupo y siempre acababan juntándose.


–Pero llevaban su relación en secreto… –dijo el rubio desviando su mirada, sin atreverse a mirar esa sonrisa tan hermosa y tan conocida.


Sanji hablaba como a un niño al que habían pillado con las manos en la masa. Solo él era capaz de mentirse a sí mismo de esa forma.


–Secreta mis huevos. Se daban el lote en el descanso. –decía ella, riéndose de la reacción de su amigo.


A Zoro le encantaba cuando intentaba hacerse el digno, con muy malos resultados, eran esos momentos cuando aprovechaba para reírse de él en su cara y el otro no podía hacer nada.


–Da igual. Eso eran otros tiempos, era joven e inconsciente. –dijo Sanji, intentando quitarle hierro al asunto.


–Anda, si fue el año pasado. En nuestro último año de bachillerato. –dijo Zoro, riéndose todavía más fuerte.


Adoro su risa.


– ¡Bueno vale! Fue un desliz, ¿contento? Ya sabías que Violet llevaba tiempo gustándome, ¡solo luché por mi amor! –se justificaba el otro. Dejó de hablarle en femenino sin darse cuenta, porque realmente, para Sanji, no estaba hablando con una chica, sino con Zoro.


Hacía rato que podía verle claramente a su lado.


Sanji empezaba a ponerse nervioso, no le gustaba nada eso de que su mejor amigo supiera todos sus trapos sucios, y menos que los sacara en su contra de vez en cuando para divertirse a su costa.


–Con muy malos resultados. ¿Cómo se te ocurre liarte con la novia de Kyros? Te rompió dos dientes. –le recordó la chica.


No le dieron cita al dentista hasta al cabo de una semana, con lo que Zoro tuvo material durante muchos días para meterse con él. Dejó de ser el cejas de sushi para ser el desdentado, dientes-cook, vampiro mal hecho, sonrisa de tiburón, hada de los dientes, ratoncito Sanji…


Buenos tiempos, pensó Zoro.  


– ¡Me atacó por la espalda! Y él quedó peor. –Se defendió Sanji, intentando recuperar los pedazos de su orgullo tirados por el suelo.


Zoro volvió a soltar otra carcajada antes de responder.


Me encanta cuando se ríe de esta forma, tan natural, tan sincera. Me da igual que se ría de mí, con tal de que se ría. Siempre está tan serio…


Basta. Tenía que seguir actuando como su amigo, no pensar en él de esa forma.


–Bueno, conseguiste romperle la nariz, pero da gracias que pasaba por ahí para impedir que te diera una paliza. –dijo Zoro, recordando el momento en que llegó ahí, escuchando todo el griterío de la gente animando a los que se peleaban.


Eso molestó todavía más a Sanji.


–No necesitaba que me salvaras, yo solo me apañaba perfectamente. –le respondió. ¿Por qué todo el mundo daba por hecho que Zoro era más fuerte que él? En la mayoría de sus peleas quedaban empatados.


De acuerdo, no intentaban matarse, pero aun así… algo debía significar.


Y lo peor era que Zoro se lo creía también.


Si quisiera, te tumbaría de una patada, alga con patas.


–Tío, estabas comiendo suelo. –le dijo Zoro, recordándole perfectamente cómo era la situación.


Lo que Zoro vió: adolescentes ansiosos gritando y haciendo corrillo alrededor de dos personas, una sentada encima de la otra mientras le lanzaba puñetazos a la cara.


Cuando se dio cuenta de quienes se trataban, rápido fue a quitar a Kyros de encima de Sanji. No sabía qué había pasado pero, de lo que estaba seguro, era que era culpa de Sanji. Kyros era un tipo muy amable y pacífico.


Algo tenía que haberle tocado mucho las pelotas a ese luchador de Muay Thai como para que hiciera uso de toda su fuerza.


–Era una estrategia, imbécil. Estaba dejando que se confiara. –dijo Sanji, tapándose la mitad de la cara con sus brazos.


Tenía las piernas ligeramente dobladas, con los brazos cruzados reposando encima de estas, intentando esconder su rostro avergonzado como su fuera un crio.


– ¿Cómo? ¿Sangrando como un cerdo? –preguntó Zoro.


Ella estaba con las piernas dobladas, una en el suela y la otra con la rodilla levantada, con el codo apoyado en ella y su cabeza reposando sobre su mano, mirándole, sonriéndole con esa superioridad de la que alardeaba de vez en cuando.


La miró un momento de reojo. Mírala… si es que es él. Es su cara. Son sus gestos. Es él. Daba igual lo que le dijeran sus ojos, porque su mente procesaba las imágenes de manera diferente.


Zoro estaba riéndose de él en su cara, y encima lo peor era que tenía razón. Pero claro, eso no lo admitiría en la vida.


Capullo… joder, me gustas demasiado.


– ¿Podemos dejar de hablar de Violet, por favor? Fue un error en mi impecable expediente. –dijo ya harto del tema. Tuvo demasiado de eso en su momento.


No le hacía falta que se lo recordara de vez en cuando.


– ¿Uno? Entonces no hablemos tampoco de su hermana Rebecca, o Connie, o Kalifa, Baby 5, Monet… –empezó a enumerar Zoro, todos y cada uno de los fracasos amorosos en los que tuvo que intervenir.


Me ha visto en las peores etapas… y aquí sigue, a mi lado. Siempre aquí, siempre conmigo.


– ¿Vas a recordarme todas mis damas? –preguntó Sanji, omitiendo deliberadamente el detalle que eran esas chicas con las que había salido en momentos que quizá no eran los adecuados.


Y por los que se buscó algún problema en el que se acabó viendo involucrado su amigo.


–Es imposible acordarse de todas, solo por las que te has ganado alguna paliza de parte de sus novios o familiares. –dijo mirándole.


Zoro no se lo reprochaba. Nunca le reprochó nada. A él no le importaba con quién se liaba el otro, le daba absolutamente igual. Mientras no fuera con él, se la sudaba el resto.


Y lo cierto era que Sanji no era el malo en la historia, para acostarse con alguien hacen falta dos personas. Por lo tanto, si ellas aceptaban aun teniendo pareja o haberse acostado también con su hermana o mejor amiga, era su problema.


Pero sabía lo mucho que le molestaba al rubio, al caballero que de vez en cuando caía en la tentación, así que aprovechaba el momento para reírse. Era su precio a pagar por esos golpes que se llevó más de una vez.


–Bueno vale, puede que haya tenido algunos errores. –puntualizó Sanji, intentando dar por zanjado el tema.


Cosa que, obviamente, el otro no pretendía hacer.


–Dime una cosa. ¿Cómo lo haces siempre para meterte en líos de faldas y tener que venir a salvarte el culo? –volvió a sonreír ella, de forma tranquila i sincera, mirándole con esos ojos color miel que tanto le gustaban.


Mierda… me gustas de verdad.


–Déjame en paz. –dijo girando la cabeza, sin querer mirarla más.


Se le hacía difícil mirarla, ahora que la veía con otros ojos. Zoro le había dicho que todo era debido a la maldición, así que mejor no liarla más de lo que ya había hecho. Había algún motivo que le impedía dar un paso con él, y Sanji no iba a forzar nada.


Volvieron a quedarse un rato en silencio, Zoro todavía tenía esa sensación de diversión. Se lo pasaba demasiado bien con esas cosas.


–Cambiando de tema. –dijo Zoro, empezando a levantarse. Estaba cansada de estar sentada, necesitaba moverse –Han pasado varias horas ya. –dijo limpiando el polvo de su trasero, gesto que no pasó inadvertido por Sanji.


Tardó algunos segundos en contestar, antes tenía que volver a centrarse.


– ¿Eh? Ah, sí. Joder, la maldición. –se levantó, notando todo su cuerpo entumecido. Llevaba demasiado rato en esa postura. –Por tu culpa me había olvidado de eso, tenemos que intentar ponerle remedio de alguna forma. –dijo mientras estiraba sus músculos.


Zoro empezó a caminar, sin un rumbo fijo, sencillamente dando otro bonito paseo por el bosque del demonio.


Sanji la siguió. Ahora que todo había parecido volver a la normalidad entre ellos, le era más cómodo volver a hablar como siempre, dar una vuelta con ella.


–No lo digo por eso. Es más bien… ¿Bueno, no tienes hambre? No has comido nada des de hace horas. –dijo Zoro, intentando no pensar en esa guillotina que se acercaba peligrosamente a sus cabezas.


–Ah, bueno. Sí, un poco, pero estoy bien. –respondió Sanji. Ni se acordaba a penas, pero ahora que lo mencionaba…


Quería ser cocinero, en muchas ocasiones, ayudaba en el restaurante de su tío, Zeff, el hermano de su madre. En ese sitio, nunca podían comer a horas normales, normalmente lo hacían una vez se había acabado su turno, por lo que se había acostumbrado a estar largas horas sin comer.


Solo el olor de la comida que servía le alimentaba. Y el humo del tabaco, pero esa noche solo tenía sus cigarros, y en su cajetilla quedaban solo dos. En menos de una noche, se había pulido todo el tabaco de un fin de semana.


–Toma. No me lo he acabado. –respondió Zoro, acercándole el tupper de comida que Sanji le había dado hacía unas horas.


Lo había dejado a su izquierda mientras estaban sentados, y Sanji ni se había dado cuenta de que todavía lo tenía. La verdad era que comer algo le iría bien.


–Ah, gracias. –Sanji lo tomó, tocando accidentalmente la mano de Zoro.


Electrizante.


Estaba caliente. La noche era fría, pero aun así, la piel de Zoro era cálida. Tenía un metabolismo ultra acelerado, casi nunca tenía frío, y así lo notó Sanji. El rubio miró la mano de la chica y miró la suya propia, todavía en contacto.


Magnético.


Sin darse cuenta, la estaba sujetando, sin dejar que se apartara. Levantó la vista hacia sus ojos, justo un segundo antes de que Zoro también lo hiciera.


Hipnótico.


Tomó su mano con más fuerza, con decisión. No quería soltarla, no pensaba hacerlo.


Atrayente.


Zoro parecía sorprendida, sus ojos parecieron abrirse un poco, mirándole con dudas. Sanji solamente sonrió, sintiendo como esa opresión que llevaba horas en el pecho, se esfumaba. 


Estoy harto.


–Lo siento –dijo Sanji, todavía con esa sonrisa en sus labios.


Era una sonrisa dulce, nostálgica, como quien sabe que ha perdido una intensa batalla. Pero contrariamente a eso, sus ojos estaban fijos en ella, travesándola por completo.


– ¿Por qué? –se atrevió a preguntar con un hilo de voz.


La sonrisa de Sanji cambió en ese instante, como si hubiera esperado que Zoro le diera exactamente esa respuesta. Era una sonrisa seductora, totalmente arrebatadora, e iba dedicada única y exclusivamente a ella.


–Por esto –dijo justo antes de cogerla con más fuerza y atraerla hacia él.


Cuando el cuerpo de Zoro chocó contra el suyo, antes de darle ningún tiempo a reaccionar, puso su otra mano en su cintura, atrapándola en un abrazo del que no pensaba dejarla escapar.


Una vez tuvo el tacto de la parte baja de su espalda bajo su mano, le soltó la mano, provocando que el tupper cayera al suelo. La tomó suave pero firmemente por la mejilla, con sus dedos perdiéndose en su pelo y acercándola rápidamente hacia él.


La besó.


Explosivo.


Cuando los labios de Zoro finalmente habían chocado con los suyos, eso fue lo que sintió. Una especie de explosión en su interior, a todo su alrededor. Todo el mundo podía arder en llamas, pero Sanji no pensaba soltarla.


La abrazaba con fuerza, acercándola tanto como podía a él, quería fundirse con ella. Sus labios finos eran extasiantes, mucho más adictivos que su querido tabaco. No podía evitar intentar devorarlos una y otra vez. Quería comérsela entera.


Zoro correspondió después de un par de segundos de incertidumbre, en los que el rubio no tenía claro si quería seguir ese beso o acabaría con el labio partido. En cuanto notó que era algo mutuo, que Zoro parecía quererlo tanto como él, su pasión aumentó de golpe.


Sin dudarlo un segundo, introdujo su lengua, haciendo contacto con la contraria, enredándose con ella en una lucha que ambos querían alargar lo máximo posible. Sintió el suave sabor de su lengua y lo degustó una y otra vez, descubriendo todos y cada uno de sus matices.


La saboreaba con ansias, sintiendo los labios entumecidos por la saliva en contacto con el aire frío de octubre, pero nada de eso le importaba si podía alargar un segundo más ese beso.


Finalmente, lo había hecho. La estaba besando, y no se arrepentía en absoluto. Estaba seguro, quería hacerlo. Llevaban demasiado tiempo haciendo el tonto, no solo esa noche, sino ya de antes, de mucho antes. Y se maldecía a sí mismo una y otra vez por no darse cuenta.


Le quería. Le quería demasiado, pero estaba había estado demasiado ciego como para verlo. Y no pensaba soltarla, no iba a dejarla ir. Sanji quería transmitirle eso, de verdad con si beso, con sus ganas, con su pasión, de verdad quería transmitirle lo que de verdad sentía por Zoro.


Zoro, por su parte, no podía creerse lo que estaba pasando. Después de tanto tiempo. Tanto tiempo ansiando esos labios, esos que ahora se la estaban comiendo sin intención de dejar nada para después. Por fin. Le tenía.


Después de que hubieran hablado, de que ambos acordaban que era todo por la maldición. ¿Ambos lo pensaban? No… ahora que lo recordaba bien, solo él lo negó, Sanji simplemente le escuchó y lo dejó estar.


Llevaba tanto tiempo acostumbrada al rechazo indirecto que no había dado en ese detalle. Y, si aun así, aun con todo, el rubio se había lanzado, debía significar algo, ¿verdad?


No me importa.


A Zoro le daba igual. Ahora mismo, ahora que por fin tenía entre sus manos eso que tanto había deseado, no iba a perdérselo por estar demasiado ocupada con sus miedos e inseguridades. Solo quería disfrutar de él. Disfrutar del momento. Disfrutar de Sanji.


No me importa si me usas.


Le quería para ella, y por fin le tenía. En estos momentos, estaba tan embriagada por el beso, que no le importaban las consecuencias, para nada. Eso era lo último ahora mismo en su lista.


Sentía la mano de Sanji en su espalda, abrazándola y acercándola más a él si era posible, sentía sus dedos enredarse entre su pelo, acariciándolo y tocándolo con suavidad a la vez que le impedían alejarse. Pero ella no quería alejarse.


Cuando sintió la lengua de Sanji abrirse paso hasta su boca, le dio la bienvenida encantada, devorándole casi con más ganas que las del rubio. Igual que quien lleva horas dando vueltas por un desierto y encuentra una botella de agua.


Zoro le abrazó, llevando sus brazos alrededor de su cuello, cogiendo la parte de atrás de su cabeza con ambas manos, perdiéndose entre esos suaves cabellos dorados que tantas veces había querido acariciar y peinar.


Eran realmente suaves y finos. Pero Zoro no era una persona romántica. No era dulce, ni tímida. Zoro era pura dinamita.


Después de acariciar por unos momentos su pelo, pasarlo por entre sus dedos, cerró el puño. Tenía sus hebras atrapadas en su interior, provocando tirones en el chico, que soltó un gruñido en respuesta.


Éste murió en la boca de Zoro, quedando aplacado por el mordisco en el labio inferior que dio en el labio de Sanji, provocando otro gruñido por su parte. Pero Zoro no era delicado, era directo.


En vez de soltarle de inmediato, dejó que su labio se deslizara suavemente entre sus dientes. Lo dejaban escapar muy lentamente, presionando ligeramente sin llegar a hacerle daño hasta que acabó liberándose. Aprovecharon ese momento para volver a respirar.


Se encontraban en la misma posición, abrazados, jadeando, con los ojos cerrados, todavía muy cerca el uno del otro.


Zoro abrió ligeramente los ojos, con cierto temor a que Sanji volviera a huir, igual que antes, cuando no habían llegado tan lejos.


En vez de eso, Zoro se encontró los ojos azules de Sanji mirándola con alegría y con una sonrisa, se le veía realmente contento. No hacían falta palabras, no hacían falta explicaciones. Sabía que, en estos momentos, Sanji pensaba lo mismo que ella.


Se habían besado, por fin, y ninguno se arrepentía.


–Lo… lo siento –dijo Zoro todavía con la respiración entrecortada, sonriendo suavemente.


– ¿Por qué? –preguntó Sanji, siguiéndole ligeramente el juego, con la misma sonrisa que ella.


Esta vez no hubo respuesta. Zoro sencillamente se volvió a lanzar al ataque, lista para volver a devorar sus labios y no dejarle escapar.

Notas finales:

Y hasta aquí el capítulo de hoy!!

Aprovecho para informar que éste es el penúltimo capítulo, en el siguiente por fin va a ser el último capítulo, llegando al fin de ésta historia. Me ronda por la cabeza hacer un epílogo de un tiempo después, pero será dependiendo de como me pille, no es seguro. 

¿Me creeis cuando os digo que ésta historia iba a ser un one shot, pero se me fue de las manos? Como 100 páginas llevo ya, y falta el último. 

Quizá ya, al estar tan pasado lo acabaré para el siguiente Halloween, que le pegará más... 

¿Qué os ha aprecido? Creo que ambas parejas merecían este paso!! El conflicto entre Nami y Luffy ya está resuelto, espero que me perdonéis el poner un poco hetero. Al principio tenía pensado que fueran mucho más secundarios, pero una cosa llevó a la otra y bueeeno... 

Por parte de Zoro y Sanji, bueno, ya era hora que rompieran toda esa tensión. Sé que a algunos se les habrá hecho largo, pero intentad empatizar con ellos. Zoro no tenía ninguna expectativa, y Sanji ha tenido como... ¿cinco horas? Para asumir que también le gustan los chicos. 

De verdad agradecería muchísimo conocer vuestra opinión!! Nos vemos !!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).