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5 años sin ti por Allycat76

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Notas del fanfic:

 

 

Notas del capitulo:

 

 

 

Al subir los últimos peldaños de la Torre Edelgard y la profesora se encontraron cara a cara con Rhea, Catherine y un pequeño reducto de soldados defendiendo a su líder.
Catherine y dos soldados se abalanzaron sobre ellas. Los otros dos corrían ya hacia ellas a pocos metros de distancia.
-¡Maestra, yo te cubro! - bramó Edelgard lanzándose, hacha en mano hacia Catherine y los dos soldados.
La profesora asintió y sin decir nada corrió directamente hacia la arzobispa, que la recibió espada en mano. El choque de aceros desprendió chispas pero Rhea sucumbió y la mujer, negándose a perder el control del monasterio rugió y se convirtó en el poderoso dragón blanco que ya habían visto defender su feudo hacía poco. Tal vez la bestia trataba de huir, tal vez intentaba llevarse a la profesora por delante. Un coletazo sobre uno de los muros había convocado una nube de grueso humo que cubrió pronto la totalidad de la sala.
Habían conseguido liberar el monasterio, algunos compañeros se unieron a ellas. Garregh Mach se había rendido a los pies de la Emperatriz del Fuego. La arzobispa volvía a mostrar su verdadera forma. Entre el humo se oían los rugidos del dragón, se vislumbraban las chispas del fuego que escupía, con rabia.


Edelgard había vencido a Catherine, que había huído dejándola defendiéndose del ataque de los otros dos soldados, que cayeron por ella. Al verse libre de enemigos corrió hacia donde había oído el rugido del dragón para reunirse con la profesora pero entre el humo no veía nada... ni vio a nadie.

-¡Rápido, la cúpula de la Torre podría caer! - gritó Hubert al llegar a la sala. Le seguían algunos estudiantes que, en medio de sus propias tormentas emocionales, habían decidido seguir a Edelgard en la misión de liberar Fódlan.

Muchos habían girado la espalda a la Iglesia para seguir a Edelgard y su carrera hacia la destrucción. ¿Era la decisión correcta? Pensarían en eso más tarde.

-¡Id bajando, aquí no queda nada! - les animó Edelgard, mirando a su alrededor con preocupación. -¡Profesora!

La recién nombrada Emperatriz buscaba entre el caos a la profesora pero parecía que la joven había desaparecido entre el humo. Había asestado el último golpe sobre Rhea y tras eso la arzobispa se había convertido en la Furia Blanca y el resto era aquel caos desencadenado en los cielos, que se rompían por el rugir de la iracunda bestia. Edelgard recorrió la sala, preocupada.

-¡No veo a la profesora! - gritó Dorothea acercándose a ella.
-Bajad al patio, voy a buscarla - respondió con rotundidad Edelgard.
-¡Ni hablar, tenemos que irnos ya, Lady Edelgard! - se negó Hubert tirando de su brazo.
-¡HE DICHO QUE VOY A BUSCARLA! - exclamó Edelgard liberándose de las manos del hechicero. -¡Reuníos en el mercado, os veré allí!

La emperatriz de fuego desapareció entre el humo y Hubert contempló con impotencia cómo la imprudencia de Edelgard podía acabar con los planes que tanto tiempo y esfuerzo les había tomado emprender.
-¡Edie! - quiso seguirla Dorothea pero Hubert tiró de ella con fuerza.
-Ha hecho su elección, vámonos. Reunamonos con los que hayan decidido seguirnos.

La animista asintió y echó a correr bajando los peldaños antes de que la Torre sucumbiera. A lo lejos se oían todavía los rugidos del dragón y las nubes de humo provocadas por el fuego que escupía daban una orientación de la localización de la bestia desatada.

Edelgard se abrió paso a golpe de hacha y escudo a través de gente que huía, piedras que caían y fuego que llovía. Buscó entre las ruinas y siguió el rastro de la Furia Blanca durante horas.

Hasta entrada la madrugada no hizo acto de aparición en el mercado, malherida, agotada... enmascarando la culpabilidad y el vacío que sentía.
Antes de entrar en los edificios hacía falta comprobar que los muros resistirían, que los techos no se vendrían abajo. Por el momento la Torre había aguantado, aunque tenía un gran boquete en la cúpula. Habían decidido montar un pequeño campamento en el mercado y regresar al interior de los edificios una vez comprobaran los daños de las estructuras.
Edelgard se dirigió a la gente que estaba reunida en aquel modesto campamento. Les felicitó por la victoria, les animó a seguir adelante con la liberación de Fódlan. No iba a ser fácil pero tras ver la verdadera cara de la Arzobispa de la Iglesia de Seiros y hablar sobre los emblemas, su creación y la separación innecesaria de clases y castas algunas dudas se disiparon. Sus más allegados la habían seguido a ella, posiblemente por el apoyo imprescindible de la profesora pero con calma, con algo de comida y bebida y tiempo para procesar los argumentos de Edelgard lo que había sido un salto de fe se había convertido en un movimiento voluntario y consciente.

Muchos notaron la ausencia de la profesora. Era una pesada losa en la conciencia de Edelgard y una falta dificil de suplir entre los demás. Pese al trabajo que había, pese a las obras y la dirección de las tropas en los ataques que sucedieron a ese día, Edelgard solía salir con un pequeño grupo de soldados a buscar a la profesora y regresaba entrada la madrugada, abatida.

-No te preocupes, Edelgard, la encontraremos - sonrió Constance, asomándose al dormitorio de la Emperatriz con confianza, amparada por la seguridad que le transmitía la noche. Era notable para todos cómo cambiaba el carácter de la joven noble cobijada durante años en el Abismo con sólo la salida del sol. Tantos años de amparo en el Abismo, lejos de la luz del sol le había afectado notablemente al carácter, mucho más deshinibido tras el atardecer.
-Es que no entiendo qué ha podido pasar, Constance. ¿Dónde está? No parece que se la hubiera llevado Rhea. No ha aparecido entre los escombros. ¡Es como si se hubiera volatilizado! - exclamó exasperada Edelgard, dando un golpe sobre la mesa.
Constance sonrió.
-Aparecerá, nunca nos ha abandonado hasta ahora y no es la primera vez que desaparece. -salió dispuesta a disfrutar de la noche.

Edelgard se quedó sola acariciándose la sien, cansada, sintiendo que aquella cruzada volvía a ser algo más solitaria nuevamente. Caminó hacia el escritorio, iluminado por una vela. Sobre los informes de los avances de la guerra y la situación del monasterio había un boceto. Un rostro apenas reconocible. Edelgard, libre de armadura, títulos y responsabilidades, en aquel momento de soledad, cogió el carboncillo y siguió perfilando el dibujo. Se preguntaba si volvería a ver aquel rostro alguna vez y, si no hubiera perdido la fe durante su infancia, habría rezado para que la búsqueda de la mañana siguiente fuera fructífera. Pero no rezó. No lloró. Siguió dibujando, obstinadamente, sintiendo que si se concentraba en aquella simple tarea, el resto de la carga que llevaba sobre los hombros sería más fácil de llevar.

Pasaron las semanas y tras eso los meses. El monasterio volvía a parecerse a lo que había sido, un lugar vibrante y lleno de actividad. La diferencia era que la actividad que ahora regía el lugar era de carácter bélico en su totalidad. El altar central era una montaña de escombros. La guerra suponía problemas en los suministros, problemas en el equipamiento y la organización constante de efectivos. Hubert y Ferdinand eran diligentes, sobretodo cuando Edelgard salía a buscar a la profesora, cosa que no dejó de hacer ningún día.

Y así pasó un año. Y tras el primer año, el segundo. Y el tercero. Edelgard subía a la Torre y esperaba durante horas pero la profesora no regresaba. Salía menos a buscarla, pero aún salía, a veces disfrazada para que nadie la reconociera. A veces Constance o Dorothea la acompañaban pero el resultado siempre era infructuoso.

-El año que viene es la celebración, ¿verdad? -comentó Dorothea cuando volvían al Monasterio tras otra excursión infructuosa.Siendo consciente del desánimo buscaba algún tema de conversación que pudiera aliviar la carga.
Edelgard se mantenía en silencio.
-Habíamos prometido reunirnos todos, como hace cinco años pero no sé si ir... - respondió con voz lúgubre Constance. - Espero que no os importe mi humilde presencia...
Dorothea alzó la vista al cielo y sonrió al percatarse de cómo la presencia del sol afectaba a la joven noble.
-Oh, vendrás, ya lo creo que vendrás~ -rió Dorothea y miró de reojo a Edelgard, que seguía caminando a su lado en silencio. - Ella también vendrá.
El añadido hizo suspirar a Edelgard, que siguió caminando sin decir nada pero su expresión cambió sutilmente, un par de arrugas aparecieron entre las cejas.
Dorothea sonrió y miró de reojo a Constance buscando complicidad pero la noble rubia miraba decaída hacia el frente con expresión ojerosa. Estaba claro que deseaba regresar a la oscuridad de los pasillos del monasterio cuanto antes.




Aquel quinto año la actividad era frenética en el Monasterio pero no por ninguna celebración. La guerra se había encrudecido y lo que menos apetecía era celebrar algo... ni siquiera conmemorar la promesa que habían hecho hacía 5 años de volverse a ver. Caspar había muerto hacía dos años. La profesora desaparecida hacía 5. Los demás se habían enfrascado en las tareas cotidianas para sobrellevar la carga emocional del momento. Excepto ella.

Edelgard no olvidaba y subió pesadamente las escaleras de la Torre de la Diosa. Apoyó el hacha y el escudo en la pared y se asomó a la ventana. El ulular del viento se filtraba entre la parte ruinosa de lo que quedaba del edificio y el sol, tal vez empático con sus sentimientos, se había escondido tras las nubes.

-Ya han pasado cinco años... - murmuró la emperatriz, permitiéndose el lujo de ser simplemente Edel. - Cinco largos años de ausencia. A veces me pregunto cómo voy a...

Oyó unos pasos subiendo las escaleras. La suela picando en el empedrado de cada escalón. Edelgard estiró la mano hacia su hacha, frunciendo el ceño, en guardia.

-¿Quién va? - preguntó aferrando ya el mango del arma, dispuesta a atacar.

Su interlocutor no respondió, se asomó a la entrada de la sala y el corazón de la emperatriz de fuego, helado tras tantos años, se derritió.

-¿Profe...sora? - murmuró con voz trémula, tal vez temerosa de que los ojos le estuvieran gastando algún tipo de broma cruel. - ¿Eres tú... de verdad?

Se acercaron la una a la otra. Así como el sufrimiento había creado pequeñas muescas en la mirada de Edelgard, la profesora no parecía haber cambiado en absoluto.

-Cinco años... -comenzó Edelgard, la voz le fallaba pero luchó por conservar el tono, por controlar sus propias emociones, que le traicionaban. -Te busqué, te busqué por todas partes... ¿Dónde has estado? ¿Qué ocurrió?

-Estuve durmiendo -respondió la profesora en voz baja.

Edelgard enfureció.

-¿Crees que es momento para bromear? ¿En serio? -exclamó y la voz le temblaba nuevamente. Se acercó más a ella, eliminando el hueco que las separaba. - ¡CINCO AÑOS! ¡Han pasado cinco años! ¡Cinco años en los que ni por un momento dejé de buscarte! ¿Sabes lo duro que ha sido? ¿Tienes alguna idea de lo difícil que se me ha hecho seguir sin ti?

La profesora bajó la vista. Edelgard se calmó al verla compungida.

-No mientes... ¿verdad? - murmuró y de repente la abrazó con fuerza. -Las cosas han cambiado muchísimo, hemos sufrido pérdidas pero contigo aquí... ahora que has vuelto...

Edelgard se aferraba a ella con fuerza, sin soltarla.

-No me puedo creer que hayas vuelto, que hayas mantenido tu promesa...- susurró.

-Ni la muerte me habría hecho incumplirla - respondió la profesora.

Edelgard se apartó, sonriendo.

-Y aún conservas tu sentido del humor - le dijo y parecía que buena parte del peso que llevaba sobre los hombros la hubiera abandonado. - Ven, bajemos. Los demás se alegrarán de verte. No disponemos de muchos medios pero celebraremos tu regreso como mereces.

La profesora asintió y la siguió. Y aunque todos habían cambiado notablemente, no tardaron en ponerla al día y la profesora sintió que volvía a estar donde pertenecía.  

 
Notas finales:

 

 

 

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