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Vuelve a decirme lo de siempre por lpluni777

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Notas del fanfic:

Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada.

Ciertos toques del Ep.G. Assassin uwu

Vuelve a decirme lo de siempre

 

Decían que era peligroso adentrarse mucho en esa isla, no solo por lo inhóspito del área, tan terrible que ni siquiera existía fauna que habitase la región y las pocas flores de alrededor eran básicamente rocas mullidas, algún lejano pariente de los cactus. La gente advertía que un monstruo vivía allí, en la cima de la montaña más alta.

Al oírlo, un valiente muchacho se dispuso a explorar la zona. Sus amigos, más acostumbrados que preocupados, le desearon buena suerte porque ya sabían que no habría forma de detenerlo.

El primer día, regresó derrotado al muelle. El segundo, se mantuvo en completo silencio. Al tercero, no volvió. La mañana del cuarto, reapareció como si nada...

Un día, el muchacho se paralizó detrás de una roca a mitad de la escalada. Oyó algo más arriba, un graznido feroz, y un sonido similar al crujir de las brasas de una fogata. «Valiente» era como lo llamaban sus conocidos, pero, si él mismo pudiera escoger, «obseso» sería como se clasificaría a sí mismo. Había deseado conocer a un monstruo toda su vida, las razones eran infantiles, literalmente por historias de su niñez fue que se interesó. Quería saber qué eran realmente las criaturas llamadas así.

Como buen hijo del mar, que pasó más tiempo de su vida en el agua que en tierra firme, el mero hecho de estar trepando esa montaña le parecía una locura; mas ser consciente de que a solo unos metros de distancia había una criatura que desconocía por completo y a la cual deseaba conocer desde hacía días, le dio las agallas para continuar subiendo el tramo faltante, aquél que lo separaba del monstruo.

Al muchacho lo encegueció una luz dorada cuando dio alzó el rostro una vez arriba. Debió parpadear algunas veces y cubrirse con su antebrazo para notar que ya se había hecho tarde y la puesta de sol era lo que estaba molestando a su vista. La estrella de fuego se marchaba sin pudor a descansar bajo la línea de horizonte que marcaba el océano.

Tras admirar el paisaje —a medias, pues no pensaba ver al sol directamente—, distinguió una silueta que se hallaba un poco más adelante. No era enorme, ni amenazante, ni desconocida. Una vez se acostumbró a la luz, se dispuso a acercarse con cautela al precipicio.

Sentado al borde del acantilado, un hombre encorvado contemplaba intensamente el mismo paisaje que el muchacho tardó poco en dejar de lado. En silencio, se agachó junto al hombre y, una vez estuvo cerca y a su altura, preguntó:

—¿Has visto a un monstruo pasar por aquí?

El sujeto tenía algo extraño sobre sí. La ropa oscura aunque brillante (seguramente de cuero), las gafas de sol y el cigarrillo a medio fumar, le recordaban a los gustos de uno de sus compañeros de embarcación; pero no era igual el sentimiento proveniente de uno y otro. Tenía la sensación de que si intentaba tocar a éste hombre, se quemaría.

De reojo, el hombre lo miró sin moverse.

—No.

Pese a la decepción, el muchacho sonrió agradecido y decidió sentarse al borde del precipicio también. Ya era tarde como para continuar.

—Mi nombre es Isaac, ¿el tuyo?

El sujeto no respondió.

 

 

Un día, un joven subió a esa misma montaña y el mismo hombre vestido de cuero seguía allí contemplando el horizonte. El joven cargaba con una cesta en su espalda, la cual dejó caer sobre la roca una vez llegó a la pequeña planicie.

—Oye —se acercó al hombre—, ¿aún no has visto nada? —inquirió curioso, pues estaba seguro de que aquél hombre, al igual que él, tenía intenciones de encontrar al monstruo y sospechaba que su nido debía estar cerca.

—No —parecía ser su monosílabo preferido.

Isaac se contuvo de alzar los ojos al cielo, su compañero de embarcación era igual en días malos, aunque para éste hombre todos los días parecían ser malos.

—¿Al menos te has movido de aquí? —enfermo o decaído no serían palabras que le acuñaría al hombre, pero apenas lo notaba cambiar de posición de vez en cuando. Seguramente cuando él estaba ausente, se marchaba. No obtuvo respuesta—. ¿Sabes?, tuvimos una buena pesca por allá atrás. No fue mala idea volver a ésta isla.

El hombre terminó su cigarrillo y echó la colilla a su espalda.

—Siempre es mala idea volver aquí.

—Los pobladores de abajo dicen lo mismo, pero no se van —para él y sus compañeros, las historias de sitios alejados de la mano del desarrollo siempre venían mano a mano con cosas mágicas y creencias extrañas; no eran nada inusual. Es más, varios de ellos deseaban que alguna fuese real, aunque por distintos motivos—. Hemos traído suficiente comida para abastecer un pelotón, así que montarán una fiesta antes de que todo se eche a perder. ¿Te gustaría venir conmigo?

—No —claro, ya se lo esperaba.

—Sí, lo suponía —admitió sonriente, ignorando lo que dolía el ser rechazado—. Por eso te traje un poco —señaló a la cesta que había llevado consigo.

Inusualmente, el hombre mostró interés por el botín y volteó el rostro siguiendo el sitio al que Isaac señalaba. Se mantuvo en silencio un rato y luego volvió a su pose «natural».

—Gracias.

¡Modales!, eso era inesperado.

—No es nada —el muchacho se sentó a unos metros del hombre—. Es agradable saber que no morirás de hambre.

—Ni siquiera somos amigos, ¿porqué habría de importarte?

El joven descansó el mentón sobre su rodilla derecha y lo pensó.

—No serás el tipo más agradable que he conocido, pero, creo que eres un buen hombre. Sería una pena dejarte morir.

—He muerto varias veces.

Ante eso, cualquier persona normal hubiese arqueado una ceja con incredulidad o reído por lo malo de la broma, Isaac en cambio, asintió.

—Creo que yo también —miró al agua, un par de kilómetros debajo suyo—. Pero, seguimos acá.

 

 

Un día, un hombre trepó hasta la planicie de la montaña en que sabía que encontraría a aquél otro hombre admirando el horizonte. Como buen marinero, él prefería ver todo desde el nivel del agua, se mareaba menos y le parecía más seguro; pero las vistas desde allí arriba, debía admitir, resultaban encantadoras.

Poco antes de llegar al sitio, unos veinte metros más arriba, algo pasó a su espalda y lo obligó a aferrarse con fuerza a la roca en vez de seguir trepando; Respiró y miró hacia el cielo logrando ver tan solo una estela de fuego que se dirigía, calculaba, al mismo sitio que él. Tragándose el susto, se apresuró.

Volvió a oír el sonido de un graznido y las brasas.

Al llegar, no vio rastro de la criatura llameante de la que solían hablar los isleños. Solo logró ver al hombre de siempre, ésta vez de pie, mientras corría hacía el risco. Debió pasar por allí y continuar su vuelo por el otro lado de la montaña.

Cuando se inclinó demasiado al precipicio, algo lo tiró para atrás.

—Te caerás —advirtió el hombre que parecía vivir allí arriba.

Isaac, tirado en el suelo, suspiró. No logró ver nada al otro lado.

—¿Viste cómo era? —el hombre no le respondió—. Bueno, da igual. Tendré otra oportunidad —se puso de pie y buscó algo en el bolsillo de su pantalón—. Ten —le arrojó una cajetilla al hombre, quien la cazó en al vuelo sin problema. Uno de sus compañeros se separó para reabastecerlos de alcohol y tabaco, botín del cual solo logró hurtar esa pieza porque su única compañera mujer se pondría como un demonio si algún día lo veía tomar o fumar.

—¿Por qué? —inquirió el hombre mirando la caja.

—Creí que te gustaría, es el favorito de un compañero.

El hombre asintió y fue a sentarse sobre una roca, no al borde del precipicio. Sacó un zippo de su chaqueta de cuero y un cigarrillo de la caja. Isaac lo observó encenderlo y aspirar en silencio. Cuando exhaló, el viento se llevó el humo hacia el oeste.

Quizás si Isaac fuese menos observador, no lo habría notado, y si fuese menos curioso, no le habría dado importancia; pero se acercó al otro hombre y lo estudió de cerca. Hasta que una nube de humo lo obligó a apartarse, tosiendo.

—¿Qué haces?

—Me parece extraño que no hayas envejecido un pelo en todos estos años —no lo dijo recriminando, le parecía bueno que supiera mantenerse, pero, era raro incluso con toda su experiencia él poseía con hechos surreales—…Volveremos a zarpar en tres días.

—Hm.

Un silencio interrumpido por el fuerte viento de la montaña se instauró entre ambos.

Cuando el hombre iba por la mitad de su cigarrillo, Isaac decidió cerrar la distancia que los separaba y lo besó. El sujeto, en lugar de apartarlo o quedarse de brazos cruzados, correspondió el gesto y tardó poco en robar la iniciativa.

—Ikki… —murmuró Isaac cuando se separaron. Eso hizo que el otro hombre arquease una ceja, se incorporase, tirara el cigarrillo al precipicio y volviese a ocupar sus labios en cuestión de tres segundos.

 

—————

 

—Con cuidado —advirtió Ikki al ver cómo Isaac caminaba al borde del barranco con las los brazos extendidos a los lados. Podía lucir como un adulto, pero, aún actuaba como un crío sin miedo a la muerte.

Había mucho que no se atrevía a contarle, pero suponía que lo recordaría tarde o temprano, si tenía el tiempo para hacerlo. Cosa que dudaba. El hombre de cabello y ojos verdes parecía recordar cosas que nunca había vivido. No era buena señal.

—Ya —le dejó saber que oyó sus palabras, pero no amagó obedecerlas, continuando con su camino.

Ikki cerró los ojos divertido y fumó uno de los cigarrillos que el otro le obsequió. Era extraño cómo siempre resultaban ser una marca diferente, mas siempre eran los «favoritos» de su compañero; si bien podía significar que el sujeto no tenía una preferencia fija.

Aunque desde la primera vez se encontraron por casualidad, en ese punto encima de la montaña donde sus mundos convergían. Al menos, seguro que la primera vez fue casualidad, o incluso, un error.

En un momento, Isaac se detuvo. Ikki, al dejar de oír sus pasos, volteó a ver qué ocurría. El otro tenía una expresión de confusión dibujada en el rostro y lo observaba fijamente.

—Óyeme, creo que —se llevó una mano a la cabeza y dio un paso al frente, en el lado opuesto al precipicio. Se cubría el ojo izquierdo con fuerza—…algo anda mal.

Ikki, pese a saber que ese momento llegaría, tardó un segundo demasiado largo como para lograr alcanzar a Isaac cuando la saliente en que estaba falló y, asistido por una ráfaga de aire helado, perdió el equilibrio. En realidad, estaba seguro de que logró agarrar su mano, pero no fue capaz de sostenerla. Nunca lo era.

Lo vio caer frente a sus ojos, pero apartó el rostro antes de verlo hundirse en el mar o chocar contra las rocas de abajo. Al hacer eso, el paisaje cambió de repente, el día claro y con un cielo celeste cambió drásticamente por un ambiente sombrío, con humo negro alrededor, un calor abrasador y un cielo gris.

Las rocas de la montaña también se oscurecieron y la poca vegetación que había alrededor, se incineró.

Ya no se encontraba frente a un precipicio que daba al mar. Se encontraba en la boca de un volcán.

Alguien se aproximó por su espalda y lo abrazó. Unas manos delicadas se unieron sobre su corazón y una voz habló a su oído.

—Deberías preocuparte solo por las personas que aún puedes salvar, Ikki. No es bueno aferrarse a un recuerdo… que ni siquiera es tuyo —oír a Esmeralda, como siempre, lo tranquilizó.

—Lo sé —claro que lo sabía. Pero tanto ella como él seguían allí, y, no deseaba olvidarlos.

 

————— 

 

Ikki abrió los ojos y los volvió a cerrar al instante. Había demasiada luz.

—Buen día —la voz de Hyoga en la entrada lo terminó de despertar.

—Buen día —correspondió antes de bostezar. Siempre que se acostaba acompañado, sentía que dormía demasiado, o tenía sueños muy largos.

—Cuando estés listo, vente a la cocina. Shun ha preparado el desayuno.

 

—————

 

Un día, en una isla abandonada de la mano de Dios, un muchacho ilusionado se propuso encontrar al monstruo que vivía en la cima de la montaña más alta.

 

14/11

Notas finales:

El final es a interpretación de cada quién, pero, supongo que está bien aclarar que Ikki se metió de manera inconsciente en la cabecita de Hyoga mientras dormían. O sea, que ese Isaac era...

Eso listo, espero que se encuentren bien.

Quiero escribir algo feliz, lo juro. O, mejor, algo que no incluya muertes por diestra y sieniestra... aunque esto es Saint Seiya, jaja. Tengo que pensar, seguro algo sale.

Cuídense.

 

Uni.


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