Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Lose You to Love Me por Aifoss

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

"Te conocí un día de Abril. Un día común, el día que menos lo esperaba".

 

 

Solía preguntarme muy a menudo el porqué de tus inseguridades. 

 

 

Dedicaba una gran fracción del día, sobre todo durante los entrenamientos; cuestionándome de dónde nacía esa ansiedad y temor que causaba en ti un gran decaimiento emocional. 

 

La primera vez que lo viví fue cuando entré en primer año. Era abril, segunda semana, había florecido el Sakura y acababa de integrarme al club de vóley. Apenas trataba contigo, es decir, eras mi superior y yo aún tenía esa ligera cohibición por ser el "nuevo" en el equipo, limitando mi vocabulario a lo estrictamente necesario. 

 

Aquella tarde fallaste dos remates tras una racha de once perfectos; y tan solo ese mínimo error -que personalmente me pareció muy normal-  te abrumaste tanto al punto que corriste fuera de la cancha, te escondiste bajo una mesa abrazando tus rodillas y diciéndote a ti mismo palabras punzantes nada agradables. 

Siendo yo el novato, me alarmé mucho, dirigiendo mi atención hacia ti dejando caer el balón de mis manos; incluso consideré llamar al entrenador o el auxiliar del pabellón para socorrerte. Me quedé estático a media cancha mirando tu silueta temblorosa arrimada bajo ese apolillado pupitre; luego miré a todos lados y mi preocupación se acrecentó más al ver que nadie se inmutó ni movieron una pestaña ante tu arrebato. 

 

De seguro mi expresión alarmista era exagerada, pues Konoha-san se me acercó abandonando su posición para explicarme que, tales "lapsus" tuyos, eran muy normales, rutinarios y que ya extrañaban que durante estas semanas no sucediera ninguno. Debía acostumbrarme a ellos, simplemente ignorarlo y ya se te pasarían, como un mal clima impertinente o un niño caprichoso. 

 

Ese momento solo atiné en asentir a sus palabras algo parcas; me regresó el balón en señal que volviera al entrenamiento olvidando el asunto. Sin embargo, mi conmoción seguía intacta, y tal indiferencia por parte del equipo lo consideré injusta, hasta cruel. 

 

Sufrí una contradicción de emociones, sentía la obligación... no.… sentía la necesidad de acercarme a ti, escuchar lo que tuvieras que decir y, en mi impericia deportiva, quizá darte un consejo o solo palmearte el hombro a fin de ser solidario y hacer uso de la empatía faltante allí. No obstante, mis intenciones murieron al pitazo del entrenador para reagruparnos; entonces te dirigí una vista fugaz... te miré, y tu ya me mirabas.

 

Ambos colisionamos en un instante, tus ojos ambarinos, grandes y expresivos, como si pudieran atravesarme con una espada... y yo, desorbitándome, siendo sacudido desde mi centro, tratando de sobreponerme ante tu prominente e irresistible fuerza visual. 

 

Cedí ante sus ojos, agachando la cabeza mientras apretaba el balón con las yemas y mis nervios a flor de piel. Giré sobre mis pies e hice lo ordenado... ignorarte. 

 

 

 

 

 

Desde ese día, me fue imposible dejar de mirarte.

 

 

 

 

 

"Yo no pensaba en el amor. Ni lo creí y mucho menos lo buscaba". 

 

 

Y efectivamente, unos minutos después volviste a tu brillante humor de siempre, con esa sonrisa boba y esa voz escandalosa haciéndote notar; podría decir, volviste revitalizado. Aun así, yo tenía un gran remordimiento de consciencia, o mejor dicho, culpa. Por no haber hecho nada, por mi desdén forzado; quedarme parado cual estatua viendo a tus demonios internos apoderarse de ti; viendo cómo te autodestruías buscando apoyo en ese abrazo a tus rodillas... ese atisbo en tus ojos desesperados clamando por alguien... quien sea. 

 

En retrospectiva, y como me lo recalcó Tsukishima reiteradas veces... yo era un adolescente con corazón demasiado blando e ingenuo, convirtiendo los problemas de otros también mis problemas, incluso el dolor. 

 

 

 

O tal vez fue porque eras tú, en especial. 

 

 

 

Tú quien remeciste todo mi interior. Tú, y tus ojos dorados, luminosos y cálidos similar al hierro fundido. 

 

Así, en razón de reivindicarme, esperé hasta el término del entrenamiento. Había escuchado con anterioridad en los vestuarios a los de segundo y tercero quejarse porque tú te empecinabas en querer practicar horas extras cuando todos solo querían irse a casa, pero siendo como eras, te deprimías por sus desplantes. Entonces vi la oportunidad, y decidí tomarla. 

 

Y allí estabas tú, otra vez, haciendo sudar mares a Konoha-san con tu ilimitada energía vital; pidiéndole que colocara más balones cuando sus brazos ya le temblaban muy exhausto. Él, cansado, te dijo un par de palabras que no llegué a oír para luego dejarte ahí, solo como un huérfano, causándote cierta conmoción seguida por decepción al ver tu rostro afligido, haciendo pucheros mientras jugabas nerviosamente con tus dedos.  

 

 

 

Recuerdo sentir una punzada en el pecho.

 

 

 

Justo ese momento, me dabas la espalda. Fui acercándome lentamente, con miedo ¿Por qué negarlo? Era curioso que mis pasos no causaron eco en el gimnasio, dándome la apariencia de una acechante sombra escurridiza... solo eso, una sombra a tus espaldas.

 

En las sienes me latían, un millón de emociones sin vocabulario. Recuerdo mi corazón, retumbantes cual olas furiosas, a punto de astillar mis costillas en tres; sensaciones de expectativa y anticipación arremolinándose formando un gran vórtice de ansiedad en mi vientre contrayendo mis músculos. Cierto temblor afloró a mis dedos, abriéndolos y cerrándolos dejando circular la sangre; la garganta se me congestionó y mis pasos, uno a uno, fueron pesándome como plomo a medida acortaba distancia hacia ti. 

 

 

 

¿Razón? 

 

 

 

No lo sé, aún hoy no lo sé. Solamente, mis engranajes cesaron todas sus funciones. Una pausa, un segundo sumiéndome en eternidad. Un segundo semejante a un potente palpito que acaparó mis oídos, enlenteciendo el tiempo para suspenderlo en un hilo interminable desenfocando la realidad, aturdiendo mi consciencia y obligándome a contener la respiración haciéndome transpirar. 

 

 

Tal vertiginosa emoción la tuve solo dos veces en toda mi vida... esa fue la primera.

 

 

 

Lo único distinguible; tu quieta silueta, dándome la espalda... esperando por mí.  

 

 

Y al parecer, yo también esperaba por ti. 

 

 

- Bokuto-san.- dije.      

 

 

 

Desde ese día, me fue imposible dejar de llamar tu nombre.

 

 

 

 

 

"Y de pronto apareciste tú. Destrozando paredes e ideas te volviste mi luz".

 

 

No hondearé detalles de ese momento, el tiempo mismo, a través de los años, se encargó de añejarlos para terminar borrándolos de mi memoria. Sin embargo, tengo presente tu sonrisa... oh... esa sonrisa hermosa que me mostraste al reparar en mi presencia, y la cual ocasionaste un rubor instantáneo a mis mejillas. 

 

 

Una sonrisa. 

 

 

 

La única expresión que yo quería ver siempre en tu rostro. 

 

 

Tras ese humilde ofrecimiento mío de entrenar contigo dicha tarde, paulatinamente formamos una rutina. Me convertí en tu "setter personal"; o como tu solías llamarme sin pizca de verguenza alguna... pretty setter. Aunque no lo confesara en voz alta... amaba tal sobrenombre; en especial cuando salía de tu boca con ese divertido tono sugestivo y tu inglés masticado.  

 

Llevabas contigo una natural aura de luminosidad. Algo que me hacía querer revolotear constantemente a tu alrededor, como una avecilla en plena primavera; como una mariposa nocturna buscando la luz.  

 

Porque te hiciste, lentamente, casi susurrando, un pensamiento permanente para mi. 

 

Pronto la compañía compartida durante entrenamientos y caminatas retorno a casa se nos hizo tiempo muy corto e insuficiente; sabíamos, a manera implícita, que ambos deseábamos más horas de convivencia mutua. 

 

 

Dos magnetos atrayéndose inevitablemente. 

 

 

 

Empezamos así a frecuentarnos entre las horas de almuerzo y los recesos; al inicio con el equipo, luego bastándonos el uno con el otro. Seguido a ello, solías irme a buscar a mis clases, esperándome fuera, en el pasillo, con dos sándwiches que al final terminabas comiendo el mío también, y yo gustoso te lo cedía.  Solías aguardar mi llegada durante las mañanas, parado, descansando tu cuerpo sobre el pequeño muro a la entrada de la preparatoria, y tras divisar a dos cuadras mi persona acercándose, alzabas tu mano, gritabas mi nombre y corrías hacia mi; claro está, con tu sonrisa boba delineando tu rostro.

 

 

Un rostro que era mi último pensamiento al dormir; sumiéndome en un sueño feliz.

 

Resumiendo, los únicos lapsos en los que la distancia se anteponía entre nosotros eran nuestras clases distintas; cuando yo necesitaba ir al baño (porque incluso tú me pedías acompañarte); la noche al terminar el día y los domingos familiares cada quien en sus casas... sin considerar los infinitos minutos invertidos en llamadas y mensajes de texto contigo. 

 

Llegamos al punto de, si no intercambiamos una palabra, una foto o si quiera escuchar nuestras voces... el día era completamente insignificante. 

 

 

 

 

Nos volvimos indispensables.

 

 

 

Era sorprendente como dos personalidades tan opuestas, antónimos completos, hallarán una perfecta sincronía. Compartíamos pasiones diversas y adversas; fluctuábamos mucho en opiniones personales; observábamos el atardecer en diferente óptica... y aún así, éramos dos almas logrando el equilibrio en una danza improvisada llamada vida

 

No nos abrumábamos; tampoco buscamos adecuarnos al otro o transformar nuestras esencias. Nada de eso. Porque en el antagonismo, fluyendo en direcciones contrarias; hallamos la compatibilidad.    

 

 

Te volviste mi mejor amigo, y yo fui el tuyo.

 

 

 

Desde ese día, me fue imposible dejar de pensarte. 

 

 

 

 

"Yo no sabía que con un beso se podría parar el tiempo... y lo aprendí de ti".

 

 

Mirar tu sonrisa me hacía pensar en un antes y un después. 

 

Después de un todo, donde antes no había nada.

 

 

Bueno, eso creía en esos años. Cuando tú, Bokuto Koutaro, eras vital para mí. 

 

 

 

Era viernes, la tarde del 24 de diciembre; habíamos acordado salir con el equipo a disfrutar el panorama navideño de Tokio vespertino; luego, entrando la noche, reunirnos en casa de Yukie-san para un intercambio de regalos; ese juego del "amigo secreto" que nuestra manager planificó y nos llevó a realizar la semana previa; dejando y recibiendo pequeños regalos o tarjetitas anónimamente.

 

Tú fuiste el más entusiasmado con la idea, aun cuando tenías apenas 10 yenes ahorrados.

 

Insistías mucho preguntándome quién me había tocado; se había vuelto tu tema favorito esa semana y un tormentoso hastío para mí. 

 

En realidad, mi "amigo secreto" era Washio-san, sin embargo, conociéndote como lo hacía aquel entonces, se te habría escapado a la primera oportunidad al cruzárnoslo.

 

Nunca fuiste diestro guardando secretos, poseías cierta extraña propensión a decir la verdad; una noble honestidad combinada con ingenuidad. Unos lo llamarían estupidez; yo, ternura. 

 

A fin de calmar tu ánimo, siendo la enésima vez preguntando lo mismo, terminé diciéndote al azar un nombre "x", en sí, de Kuroo-san, quien me lo presentaste hacía meses en el campamento de entrenamiento. Una evidente broma sin malicia, pues en primera instancia, él estudiaba en otra Preparatoria. Captarías el mal chiste, resoplarías y volverías a insistirme.  

 

Rebobinando mis recuerdos... expandiste los ojos en un gesto incrédulo, entreabriste los labios torciendo el cuello con evidente confusión, y tras dos parpadeos, arqueaste tu ceño, sonreíste débilmente diciéndome "  'Kaashii , con eso no se juega". 

 

 

 

Este breve recuento de hechos me lleva al punto cardinal. Te molestaste.

 

 

 

Por ser Noche Buena, acortaron el horario de clases y el entrenamiento se canceló. Te esperé en el portal - como siempre lo hacía -  con un paraguas extra ya que tú no prestabas atención a algo tan irrelevante como el clima... más no apareciste. Al cruzarme con los de 2do me comentaron que, ni bien tocó el timbre saliste muy rápido, sin mirar atrás.

 

Me sorprendió tal abrupto cambio de actitud, pues el Bokuto-san de costumbre se quedaba dormido en clases, debían despertarlo y jamás se iba sin avisar, o mejor dicho... jamás te ibas sin mí.  

 

Automáticamente repasé todos los eventos del día, la semana, el mes, a fin de hallar un ápice desperfecto que repercutiera en ti.... nada. 

 

Claro, hasta que las palabras de Konoha-san cambiaron, de un segundo a otro, toda mi perspectiva existencial. Despertaron en mi un desencadenante, encendiendo como un interruptor de luz incandescente algo en mi interior.  

 

 

- ¿Qué pasó Akaashi, con Bokuto? Solo tú tienes poder sobre él para generarle cualquier mínima reacción, algo debiste hacer. 

 

 

 

<< Poder sobre él... >>   

 

 

 

<< Algo debiste hacer... >>

 

 

 

Mi pulso golpeó violentamente.

 

No puedo expresar el gran impacto que me causó esas palabras; incluso años después. Aquel momento Konoha-san dijo ello por decir; no obstante, en esta historia, y como me lo permitió la vida en el empedrado camino a la madurez, llegué a interiorizar demasiado dicho mensaje, sus connotaciones positivas... también negativas.     

Por ejemplo... la abominable angustia mermando mis emociones y mi corazón estrechándose.

 

 

¿Hice algo? ¿En verdad hice algo? ¿Qué hice? ¿Cuándo? ¿Fue por mi broma? ¿Estás bien? ¿Te lastimé? ¿Por qué te fuiste sin mí?  ¡¿Dónde estás?! 

 

 

Me asaltaron repentinas preguntas sin ninguna respuesta precisa, confundiendo mis pensamientos sacando conclusiones prematuras, cada una peor que la anterior... así, desplazando la razón. 

 

 

Tú hacías que perdiera la capacidad de razonar. 

 

 

 

 

Yo me perdía en ti.

 

 

 

Seguidamente, tu voz reverberó en mi mente, golpeando en profusos ecos repitiendo las seis últimas palabras que me dijiste esa mañana y destacando el acento dolido en ellas que no había logrado identificar.  

 

Entonces vinieron a mí fugaces visiones tuyas durante partidos y el entrenamiento. Aquellos horribles momentos donde te despreciabas a ti mismo... con el rostro desfigurado en pura aflicción e impotencia, empuñando las manos conteniendo a tus demonios; los hombros tiritando y tu gran espalda encogiéndose, cayendo lentamente hasta abrazar el suelo... y mis manos no llegaban a sujetarte. 

 

 

Me mataba ver como tu mente podía hacerte sentir tan inútil. 

 

 

Solo Dios sabe las desesperantes ansias que tenía por abrazarte, pedirte perdón aún si no hubiera hecho nada y decir que todo estaría bien.  

 

 

Decidí que, si tuvieras que caer, sería sobre mí. 

 

 

 

Yo tocaría el suelo, empolvaría mi ropa y  me rasparía las rodillas. Pero, por favor... tú no. 

 

 

Porque te admiraba, porque eras mi mejor amigo. 

 

Porque descubrí que te quería mucho más de lo permitido.

 

 

Pasadas las horas, rondando las 5 pm nos congregamos todos en un parque en pleno corazón de Shibuya. Allí estabas tú, extrañamente puntual, sonriendo y alzando los brazos en tu efusiva personalidad. Pero solo un buen observador notaría el ligero fruncido de tus cejas, el tic nervioso de tu pie izquierdo o el imperceptible temblor en tu voz al finalizar una oración. Ese observador era yo. 

 

Esperé a que decidieras contarme tu incomodidad o disgusto; ignorando por completo mi voraz impulso de estrecharte a mi . Porque no comprendía que rehuyeras de mis ojos. Parecías forzarte a sostenerme la mirada, tratar de verte natural frente al equipo... o frente mí.

 

 

Lo dije antes, nunca fuiste diestro mintiendo

 

 

Opté por darte tu espacio. Si el no mirarme te hacía bien, lo entendía. 

 

 

Al arribar en casa de Yukie-san, dispusimos la mesa con los aperitivos comprados y los regalos para el intercambio. Así, dejamos diluir los minutos; bromeando, riendo; disfrutando el tiempo como los jóvenes adolescentes que éramos; sin complicaciones ni ataduras, sin considerar la vida futura. 

 

Finalmente, el evento central de los regalos. Descubrí que yo era amigo secreto de Komi-san, quien me obsequió una muy original sudadera que hasta hoy conservo. Yukie-san lo era para ti, ella te regaló un peluche de búho el cual lloriqueaste en agradecimiento. Irónicamente, te tocó  Konoha-san; él ya lo sabía porque tu mismo se lo dijiste, y le diste unos headphones; todos nos sorprendimos, esperábamos que le dieras un calcetín, ni siquiera el par.   

 

 

Propio de ti. Siempre sorprendiendo cuando menos uno espera.

 

 

Me aparté unos minutos rumbo al patio trasero; por más que me esfuerce no recuerdo el motivo. Aunque, quizá, sabía que me seguirías y solo buscaba un espacio aislado; pues esta lejanía entre nosotros ya empezaba a arder como herida abierta. 

 

Y doy gracias. Porque tú apareciste, de pie junto a mi. 

 

La luz nocturna iluminaba en un suave trazo tus facciones faciales; y la luna, que había emergido esa noche como una perla, se reflejó en tus ojos, haciéndolos ver siniestros y poderosos... resaltando miedos y dudas caudales en tus irises, pero también una flama dorada enarbolando luminosidad. Mi corazón jadeó

 

Podía sentir el calor desprendiéndose por tus poros, condensando al aroma de tu piel; y yo me embriagué de aquel perfume cuando tu cercanía apenas distaba veinte centímetros de mí. 

 

Llamé tu nombre, susurrando, con temor de perder el poco oxígeno restante de mis pulmones. 

 

Alzaste tu mano derecha acunando mi mejilla, acariciándome en pequeños círculos con el pulgar mientras me mirabas detenidamente, atravesándome hasta tocar mi alma... sentirme desnudo y expuesto ante ti. 

 

 

- Feliz Navidad Akaashi.- dijiste.  

 

 

 

Y entonces, yo quedé despojado, de todo bien de todo mal. Muriendo y sangrando por los cuatro besos lentísimos que me brindaron tus labios. 

Todo mi ser; que solía ser igual al frío mármol, lo alfombré para ti con nardos y geranios. Flores que germinaron en mí bastando tu tacto. Tú conmigo, yo a tu lado; tú unido a mi cintura, yo aferrado a tus brazos; respirando de tu aliento, yendo al suave compás de tu lengua, endulzando mis emociones, entrelazando tu mano... y nuestro amor aflorando. 

 

 

 

Fuiste mi primer beso.

 

Y yo fui el tuyo.

 

 

 

 

 

Desde ese día, me fue imposible besar otros labios que no sean los tuyos.

 

 

 

 

 

 

"Ni que con solo una mirada dominaras cada espacio que hay dentro de mí".

 

 

Solía tener un color favorito; y no fui ajeno al saber que, todo en ti, era oro.

 

 

Poseías unos dominastes ojos dorados. Abismales y brillantes. Daba la sensación de vértigo el contemplar el fondo de ellos, como un profundo cráter volcánico a punto de bullir, burbujeando sus colores ambarinos y emanando calor hasta derretir.

 

 

Me derretía al mirarte.

 

 

Armé una paleta con todas las eternas tonalidades amarillas destilando tus iris. Disfrutaba reinventar tu mirada en mi memoria con cada mínimo detalle; tus pestañas grisáceas, tus anchos párpados, la curva rasgada de tus ojos al reír. Faros resplandecientes mirándome de aquella forma tan transparente, risueña... enamorada. Y una parvada de emociones aleteando y agitándose en mi pecho, apretando mi corazón con solo dos segundos de tus ojos sobre mí... me devolvías la vida. 

 

 

Y yo, desprevenido y enamorado; caía profundamente hechizado a tu misterio visual dorado... inmensamente feliz.

 

 

Adoraba el perfecto combinando de tus ojos y la traviesa sonrisa de tu boca. En especial, cuando sonreías mientras me besabas. Podía sentir mi alma desprenderse para fusionarse con la tuya, y mis sentimientos flaqueando desde mis entrañas por beber más de tu aliento sabor miel. 

 

Aquella Noche Buena me comentaste la razón de tu inesperada molestia. Era pues, creías que yo guardaba algún sentimiento romántico por tu mejor amigo, por Kuroo. Él te había comentado recibir tarjetas anónimas en su casillero con mensajes muy románticos, e incluso contestó a muchas de ellas pues esas bonitas palabras despertaron sus sentimientos; y al mostraste una de las notas, la caligrafía se asemejaba a la mía.

 

 

Hilando datos velozmente, concluiste que se trataba de mi.

 

 

 

Traición... todo lo que sentiste.

 

 

Reacio a tal posibilidad, fuiste hasta Nekoma a encarar a Tetsuro, porque, daba la coincidencia, tu ya guardabas interés en mí, y eso Kuroo lo sabía.

 

 

"Traición por tu mejor amigo"... recordándolo ahora, tantos años después y tras muchas circunstancias en nuestras vidas; me genera demasiada risa.

 

 

 

¿Acaso olvidaste la perfecta tipografía de Kenma?

 

En fin, dicen que las cosas suceden por algo. Y fue gracias a tremendo malentendido y tú personalidad impulsiva que orillaste, o mejor dicho, arruinaste olímpicamente el elaboradísimo plan de Kozume; quien desde un inicio fue el emisor de tales cartas.

 

No obstante, las cosas se reacomodaron, derivando en que Kuroo y Kenma a las semanas, iniciaran su relación. Terminaste siendo, por así decirlo, un improvisado cupido de los novios.

 


Por nuestro lado, la certeza sobre nuestros sentimientos enlazados el uno por el otro era absoluta; decidiendo así, formalizarnos oficialmente esa misma tarde. Dijiste que, de ahora en adelante hasta que fallecieras, la Navidad para ti sería mucho más bonita. 

 

 

 

Me tenías a mí, y yo te tenía a ti. 

 

 

No te cohibías en tomar mi mano frente al equipo o al mundo. Buscabas más tiempo, incluso cuando no había, para robarme de mis deberes y llenarme de besos en algún rincón apartado donde cupieran nuestros corazones acelerados. Te divertía y enorgullecía cuan fácil era sonrojarme, pellizcabas mis mejillas diciendo ser lo más adorable que tu vida podría apreciar; luego repartías pequeños cariños por mi rostro mientras tus siempre fuertes brazos no relajaban el abrazo hacia mí. 

 

 

En los entrenamientos, exhibías con mayor fervor tus habilidades, un ánimo contagiable en todos por ser tan buenos como tú en la medida de sus posibilidades. Sentía una gran satisfacción el verte brillar en tus remates, saber que, en mínima parte, esa felicidad también era gracias a mí al colocar como tu armador. Tras anotar, venías a mí, abriendo tus brazos y tu rostro gritando emoción por la victoria.

 

 

 

 

"¡Akaaashi, ¿viste? ¿viste eso?!" 

 

 

 

Como no hacerlo... 

 

 

A veces, parecía que buscaras mi aprobación en cada cosas que realizabas; considerabas mi opinión demasiado relevante en cualquier aspecto fundamental u ordinario de tu vida. Dicha consideración me hacía sentir importante, hasta algo vanidoso. 

 

 

Pero, en tu despiste quizá no rendiste cuenta... que era yo quien siempre buscaba tu aprobación. 

 

 

Eras una persona mágica, increíble y universal; me enamorabas más y más todos los días, si es que eso era humanamente posible. 

 

 

 

Te compuse poemas cuando estabas triste. Te consolaba y decía que todo iba a estar bien. Te  contaba historias o pequeños cuentos para que te distrajeras de tus penas y frustraciones, aunque sea por instantes. Te abracé a mí aquellas noches tristes y oscuras donde el frío se siente más fuerte; cuando esos demonios interiores invadían tu mente, jugando y fragmentándote hasta dejarte miserable; recogía cada una de tus amargas lágrimas para reemplazarlas con mis besos y reconstruirte con mis manos; aun cuando, al verte así, yo también lloraba por ti. Sufría por ti, y mi corazón se encogía contigo. Yo, capaz de hacer cualquier cosa o locura con tal de verte sonreír, hacerte sentir feliz, por cuidarte y que nada ni nadie tuviera el minúsculo poder en herirte. Si era necesario, arrancarme con las manos mi corazón para proteger el tuyo.  

 

No me cansaba de decirlo, pero cuánto amaba tus ojos; un lienzo de seda tornasolada en el que me anclaba, haciéndome brillar entre estrellas cuando tú brillabas; esos labios que modulaban las más hermosas risas que alguien podría dar. 

 

 

Me enamoré de tu sonrisa sincera; de esa mirada tan expresiva, de tus chistes sin gracia y la manera tan intelectual en que expresabas ciertas cosas. Me enamoré de tu inmensurable pasión por el vóley; de tu timidez para relacionarte o hablar con los adultos y me pedías ayuda. Me enamoré de la ternura con la que hablabas de tus padres, de tu carisma con los niños y animales. Me enamoré de todas y cada una de las cosas que conocí de ti.

 

 

 

Me enamoré de tus tormentas y tus salidas de sol.

 

 

 

Me enamoré completa e irrevocablemente de ti, Bokuto Koutaro.

 

 

 

Fuiste mi primer amor, y yo fui el tuyo. 

 

 

 

 

 

Desde ese día, me fue imposible no amarte.

 

 

 

 

 

"Tampoco sabía que podía amarte tanto, hasta entregarme y ser presa de tus labios.

Descubrí que sí".

 

 

Sabía que en el mundo había mucho por ver, estaba lleno de personas y maravillas; sin embargo yo veía un mundo de maravillas en ti; y eras la única persona que quería ver.

 

 

Porque yo veía en ti una constante colisión de astros estelares formando nuevos universos desde cero. 

 

Aquellos universos que trazaste y reinventaste en lentas caricias sobre mi piel, la noche que me entregué a ti y confié mi cuerpo, mi ser, en tus manos.

 

 

Tus besos comenzaron su sendero en mi boca, viajan hacia mi cuello, bajando lentamente hasta mi vientre el cual dedicaste especial atención cerniéndola de mimos y sonrisas.

 

 

 

- Aquí llevarás a nuestros hijos Akaashi... y tendrán tus ojos. 

 

 

 

Un hijo tuyo; una vida contigo... yo siendo de ti. 

 

 

 

Una lágrima rodó mi mejilla embargándome de la mayor felicidad por ese futuro a tu lado, esa bella vida que aguardaba por nosotros.

 

 

Marcaste cada centímetro de mi piel con tu aliento almibarado; y yo suspiro, murmurando y gimiendo tu nombre como una devota religión.

 

Entonces nos despojamos de toda prenda restante, nuestras pieles desnudas y tiritando de calor, rozándose y ansiando por más contacto. Tan íntimos, consumiéndonos en aquel amor, solo nuestro. Te detienes, alzas la cabeza y decides observarme directamente a los ojos, quieto, en silencio, tu mirada dorada haciéndome cenizas. 

 

 

 

- Eres hermoso Akaashi. 

 

 

 

Quería que tomarás todo de mí, darte cada fracción de mi ser y pureza, cada pedazo de mi existencia, cada sentimiento, cada sonrisa, cada sensación... hasta verme vacío, para luego llenarme de ti. 

 

 

 

 

Y lo hiciste. 

 

 

Me hiciste tuyo, y yo te hice de mí. 

 

 

Los meses pasaron, entonces el tiempo se nos escurrió entre las manos. Entraste a tu tercer año, te hiciste capitán del equipo; recuerdo que te negaste rotundamente a cambiar el número de tu camiseta - el N°4 - por el N°1 correspondiente al capitán, argumentando con caprichoso fervor el querer permanecer como consecutivos nuestro números, que ello te hacía sentir cerca de mí. Entonces yo dije que un simple número no determinaba nuestra cercanía... porque yo ya era tuyo, en todos los sentidos.

 

Llegaron los entrenamientos intensivos para los campeonatos nacionales. Era extraño y bastante triste el saber que sería tu último año jugando vóley en preparatoria; el último año que tendría el privilegio de compartir cancha contigo y ser tu armador... tu pretty setter.

 

Pronto nos vimos organizando los campamentos de verano con las demás preparatorias de Tokio y una proveniente del exterior; Karasuno.

 

Fue en tales campamentos que conocí a dos de las personas más importantes de mi vida, cuya amistad se convirtieron en formidables pilares; hasta el día de hoy, en mis mejores amigos y confidentes. Ah... también padrino de bodas.

 

 

 

Tsukishima Kei y Sugawara Koshi.

 

 

 

Jamás podré agradecerles todo lo hecho por mí.

 

 

 

Tras culminar los campamentos, pareciera el tiempo aceleró su curso natural; y nos vimos jugando el último partido de preparatoria como nuestro capitán. Está demás decir que perdimos, y esa vez, fui yo el inconsolable. Viniste, me abrazaste, dejando enjuagar mis lágrimas en aquella camiseta que nunca más volviste a usar; dijiste que no me preocupara, lo intentara al próximo año; sin embargo, tuya no podrías intentarlo... y con tu ausencia, para mí, el vóley perdía todo valor. En realidad, durante mi último año, la preparatoria en sí perdió valor para mí.

 

 

Luego con la misma rapidez arribó marzo, la graduación de tercer año. Te vi desfilar con tu uniforme perfectamente ordenado por primera vez, recibiendo el diploma de graduado y un reconocimiento de honor deportivo.

 

 

Tuvimos nuestra última caminata retorno a casa como estudiantes; las manos entrelazadas y enlenteciendo nuestros pasos a fin de ganarle minutos al tiempo. Sabíamos que no era una "despedida" propiamente dicha, seguíamos con nuestra relación y los sentimientos no diezmaron ni medio latido. Y con tu experta habilidad de sorprender cuando menos uno espera, en vez de dirigir nuestra ruta a mi casa como normalmente era; decidiste desviarte rumbo a un un pequeño puente que ni yo conocía su existencia tanto vehícular como peatonal, de apenas diez metros con baranda roja de fierro torneado. 

Deteniéndonos en medio de este, sacaste una cajita color negro, y al abrirla, un collar dorado con una llave de dije. Te miré completamente consternado y ruborizado; entonces de tu cuello mostraste otro collar similar, este llevaba un corazón con un candado grabado al centro 

 

 

- Te amo Akaashi, y siempre tendrás la llave de mi corazón.

 

 

Yo, incapaz de contener mi desmedida emoción y la lágrimas disputándose mis párpados, me lancé a besarte, fundiéndonos en aquel acto tan sobrenatural que encerraban nuestros labios unidos. Ambos dejamos escapar sonrisillas tímidas, felices, enamoradas.  

 

 

Luego me dedicaste una frase... la primera promesa de muchas que me hiciste.

 

 

- Iré a recogerte todos los días Akaashi, te llevaré a clases para que no te sientas solo.

 

 

 

Y no fallaste.

 

 

 

 

Desde ese día, me fue imposible entregarle mi corazón alguien que no seas tú.

Notas finales:

Holaa!!

Este es el primer fanfic de Haikyuu que escribo pero no el primer yaoi jeje 

La historia es cortita, unos 6 capítulos cortitos, incluso este cap ya fue largo :'v  lo hago para experimentar un poco mi narración en primera persona y ...bueno, cerrando ciclos (?) XD

Espero sea de su agrado, gracias por leer!! :'D

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).