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Tomarry Valentín 2021 por PinkuBurakku

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Notas del capitulo:

 

Amar, es en sus diferentes formas, desvariantes, oscuras y tortuosas, tambien es amar. 

Los personajes aqui descritos no me pertenecen, son autoria total de JK Rowling, solo los uso para dejar volar la imaginación y sin fines de lucro. 

 

Prompt II: Joyería

Pareja: Harrymort

Advertencia: Representación implicita de violencia. 

#Maratóndesanvalentín

     

      Con ojo crítico, repaso la pieza entre mis dedos una y otra vez, buscando una pequeña imperfección para corregirla al instante, sin embargo, ya he hecho esto al menos un puñado de veces, es obvio que para esta altura no haya ningún error, por mas minimo que sea, aún así, reviso. Satisfecho sostengo con el cuidado que no he poseído antes para ninguna cosa - incluido mis horrocruxes - la gran corona; no hay ningún error, ni siquiera el sol podría rasguñarla o el viento tocarla, la joya estaba perfecta. Apartando el polvo inexistente la entregó al gran joyero de Londres, indicando que la pula a la perfección para el día siguiente, es necesario que brille aún más si es posible, aunque dudo que deslumbra más que mi futuro consorte, se hará el intento; una escena que sin duda será fantástica.

Me despido del viejo joyero, este con una inclinación incluso exagerada promete que todos mis deseos serán cumplidos a cabalidad, no sabe cómo ansío esta premisa mucho más allá de los límites de un simple joyero. Al salir, el aire viciado de magia me recibe por completo, el callejón Diagon completamente abarrotado de magos y caos me abraza desde sus cimientos y puedo notar incluso el retintín aroma de las pociones al final de la calle con cada paso que doy en la calzada. Con un nuevo ojo crítico aunque menos severo que el anterior vislumbro todos los adornos en las paredes, escaparates e incluso la misma calle; el rosa, rojo y blanco baña todo el callejón y los alrededores de un dulzón olor a amor, si es que la maldita cosa puede tener olor; yo Lord Voldemort, la impregnó de un almizcle poderoso y penetrante lleno de chocolate, regaliz, cerveza de mantequilla y zumo de calabaza, puede que sea mi olfato casi inexistente lleno de un olor familiar, pero podía jurar que la calle era comparable a una poderosa amortentia cuando el olor de alguna de esas cosas, cruzaba por mis fosas nasales.

Avanzó al darme cuenta que me he quedado a la mitad de la calle, respirando profundo; la frialdad de la calle y la incomodidad asfixiante sobre mis pies me recuerda que debo volver con premura a casa, sólo así podre inundarme de aquel olorcito a mi amortentia personal, aunque odiaba dicha poción sólo con su efecto podría comparar el terrible palpitar de un órgano que creí muerto pero que con el mero aroma del zumo de calabaza salía disparado, nada quedaba ya de la frialdad que una vez baño hasta mis huesos; había sido derretida, aunque esto apenas fuera notable en las personas exteriores a mí, sólo yo lo sabía, quizás mi consorte también, a Nagini, le daba el voto de la duda. Nadie más notaba aquel catastrófico pero imparable ablandamiento del mago oscuro más poderoso del siglo. La palabra frágil sonó en mi turbia cabeza y me obligó a andar recto y poderoso, ignorando así la voz oscura en mi interior. Sin duda necesitaba volver a la mansión.

A pesar de estar sumido en pensamientos discordantes con la apariencia temible que expelía, no quite los ojos de la calle adornada, ahora con la completa conciencia; los magos eran menos, no sabía si habían desaparecido o si desde siempre fue así, el caso era, que casi no había personas a mi alrededor, una escena perfecta para mi, esto sólo indica una verdad fehaciente; había ganado la guerra, no sólo eso, todos me temían eso sólo hacía las cosas perfectas por un aspecto, sería más fácil que obedecieran y mañana todo el viejo castillo y sus terrenos estuvieran llenos de personas; curiosas, miedosas y obedientes. Con una amplia mueca que deja a la vista la totalidad de mis dientes, colmillos filosos incluidos, giró a la izquierda, la tienda no está muy lejos. El último peldaño de esta odisea por concretar hasta el más minucioso detalle.

Todos se apartan casi espantados de mi lado al ver mi porte oscuro penetrar la calle, el viento vagando salvaje por las callejuelas ondea mi capa con vigor y agradezco mi calvicie, de otra forma tendría todo el cabello en el rostro cómo le pasaba a la mayoría de ineptos que venían a mi espalda, los escucho maldecir y me repugna su poco decoro, empujó el pensamiento al fondo de mi cabeza cuando una verdad aún más fuerte se agazapa en las esquinas de mi mente, de hecho no odio el poco decoro, lo odio en ellos; sin duda. Así cómo todos los protocolos de la sociedad y las cosas importantes de la vida, no las odio cuando están junto a un apellido específico, uno que pronto mutaría, pero eso, estaba fuera del regalo de San Valentin, por ahora, era un paso a la vez. Imagine su rostro riendo de mí y de lo cauteloso que era mi andar, sin duda, me llamaría viejo. Apure el paso, empezaba a desvariar, supuse que por el tiempo tan alejado de su cuerpo que se había convertido en una constante obsesión. Apenas fui consciente nuevamente de mi alrededor, cuando sus ojos verdes escaparon de mi mente y mi nombre resuena entre murmullos.

Los murmullos toman intensidad, ahora con barítonos llenos de terror y otros llenos de lealtad e incluso orgullo; muchas miradas se posan sobre mí, no las ignoró, regreso todas las que puedo cómo el ser supremo que soy, entregando segundos de mi preciado tiempo a vasallos sin distinción alguna; frente a mí, un grupo de magos con varitas seguramente robadas en mano me observa con intensidad, una propia de una persona rota que no tiene nada que temer, la vomitiva valentía de los leones que tanto odiaba y que ahora, me era entregada en cantidades desbordantes. Sus ojos azules destellantes de rabia, el cabello rojizo sulfurante y las pecas en sus ojos que se acentúan por la delgadez y palidez de sus cuerpos desgastados por la guerra. Los reto a acercarse con al menos seis mortifagos a mis espaldas, sólo una palabra es el grito de batalla, el nombramiento del mayor de la estirpe de pelirrojos, muerto a manos de mis mortifagos por pasarse de listo; sin duda sus hermanos lo acompañarían. Veo la pelirroja a lo lejos, la menor de las ratas Weasley, acostumbro siempre a hacer mi trabajo sucio me recuerdo antes de lanzar el primer hechizo.

La chica choca contra mi cuerpo por completo y con malicia propia del demente que gritan que soy y de la rabia que le tengo exactamente a la mocosa, difícilmente me contengo al encajar las largas uñas en su delgado cuello hasta desgarrar venas y tendones, su sangre tibia me baña por completo, llamo en la oscuridad de mi mente a Nagini; la serpiente aparece frente a mí, sin inmutarme por la niña muriendo entre mis manos, tiro su cuerpo a mi fiel compañera, esta la engulle ante el horror de todos los presentes; mi lado sadico quiere seguir jugando. Sin embargo, el miedo es más disfrutable al ver la impotencia de acercarse a rescatar al menos los despojó de su hermana; la malicia cede un poco para darle paso al único sentimiento que es más poderoso que mi rabia, sadismo e incluso oscuridad; la mórbida calidez de cierto moreno con ojos esmeraldas. El encendedor de mi impulso momentáneo se apaga cómo la vida después de un buen Avada Kedavra.

Me contengo de atraer a los magos aún en pie por los harapos que pretenden ser vestiduras finas, hacerlo sería fácil, encajar las uñas en sus cuellos hasta desgarrar la piel sería un más sencillo, los magos se ahogarían hasta la muerte antes de tener noción de que pasaba, de descubrir que morían por una gran ofensa, fastidiarme en un día tan importante; no obstante y en cualquier caso, hoy por ser un día importante no tengo tiempo para banales diversiones matando rebeldes, jure comportarme y cómo un caballero y mago lleno de orgullo, mi palabra es la ley, inclusive para mi mismo. Había roto la promesa hecha un poco, sin duda pagaría por mi error al llegar a casa; pero al menos podía conservarla desde ahora, no había nada que hacer con el pequeño desliz por ahora, sólo avanzar. Pasó del grupo de súbditos cómo un huracán, sintiendo a mi espalda el atronador sonido de las botas de tacón que aquellos magos oscuros dejaban detrás de sí, junto a la estela de miedo. Al sortear los cuerpos mutilados y llenos de carmín, me planteo sin duda, que el rojo es el mejor color para un trece de Febrero.

Al llegar a la próxima y penúltima parada, pude respirar tranquilo; sólo faltaba un poco más para acabar la laboriosa tarde, convoque un tempo para verificar la hora; mucho más tarde de lo acordado, una nueva promesa se tambaleo junto al holograma del reloj, si no existiera la necesidad palpante de verificar hasta el minúsculo detalle del evento próximo dejaría esto en manos de algunos mortifagos, deseche la idea de inmediato; los mortifagos podían ser letales, leales e infringir miedo con una mirada, sin embargo, no comprenderían los detalles cómo yo lo hacia, no verían la magnificencia de cada tela, diamante, esmeralda, rubí o perla; no podrían entender la majestuosidad de un cuadro, el oro o los adornos y demás parafernalia en los salones, sin duda no entienden a cabalidad lo importante y sublime qué era esto, lo perfecto que debía salir cada detalle, en realidad ni yo mismo entendía la mayoría de esas cosas, pero esconder mis falencias siempre había sido un don utilizado a conciencia, esta vez no fue la excepción.

No tenía idea de los parámetros que se debía tener en una fiesta real, no sabía cómo era la fastuosa parafernalia de una coronación y menos, cómo preparar un banquete cómo era una cualidad entre los magos de la élite, nunca había pertenecido a esta sublime clase llena de hipócritas, no obstante, había una sola mente que me empuja hacia delante, un juez que lo es sin saberlo, un mago por el cual hacía esto con tanto escrutinio. Sin embargo, aquella decisión flaqueo un poco al cruzar el umbral de la tienda de ropajes finos, estaba cerca del límite de romper una nueva promesa, una cuestión que no debía descabellarme tanto, pero que de hecho lo hacía; mi palabra, era una promesa tangible para aquel mago y cómo ya lo había descubierto hacía mucho, disfrutaba llenar sus ideales. El brujo con creces, se amolda a los propios. Hice una nota mental de cuánto tiempo tenía, muy poco, podía claro mandar todo al infierno e irme, pero no, debía terminar al menos esto.

Llame a alguien con verdadera clase mientras con un tono incluso amenazador exigía al dependiente las capas que necesitaba pasar bajo mi lupa visual. Cissy y Draco llegaron atendiendo al llamado a la vez que a una distancia prudente, vislumbraba las costosas y pesadas capas de gala, coronación y la posterior fiesta, no quería untarlas de la insípida sangre que cubría mi túnica oscura. Los Malfoy aún más lejos de las magníficas telas ataviadas de piedras preciosas, escuchan con interés mis órdenes y todos lo que debían revisar antes de que la noche cayera sobre la ciudad, lo cual sería pronto, ni siquiera tuve que recordarles el precio por fallarme, lo conocían bien. Mi futuro consorte creía en mí, creía en mi buen gusto y juicio, cómo siempre, debía estar a la altura de su confianza, después de todo, el capricho había sido mío. No aceptaría errores, sus falencias serían las propias y Lord Voldemort, no tiene dichas cosas, mucho menos para con su futuro consorte.

Me desaparecí después de un rápido vistazo a las prendas que ataviarían el cuerpo propio y el del gryffindor, la estancia fue menos duradera que en la joyería, después de todo aunque importante esto sólo eran un fragmento más en el gran conjunto de detalles que conforman un todo, sólo el último trozo que la gran reliquia que se había convertido el mago, pequeños detalles que enaltecen su encanto natural. Al dejar la tienda con una imagen clara de Harry en el día de mañana, mi rostro volvió a sonreír macabramente, con ahora la mente despejada al ver la mayoría de cosas creadas y hechas a la perfección lo importante del asunto; la gran sorpresa que pondría de cabeza al mundo mágico con el mismísimo Dumbledore a la cabeza, se materializó en mi mente, sí, sin duda nada podía salir mal; después de todo era incluso Catorce de Febrero. La sociedad mágica de Londres e incluso toda Gran Bretaña, nunca olvidaría este día de San Valentín. 

Al aparecer la magia de las barreras me abrazo hasta ceder ante el poder mágico de quién las había creado, no dude en traspasar las fronteras que eran los límites para los demás mortales; no había límites para mí. Entre directamente al pasillo que conduce al gran salón donde tenía la certeza qué encontraría a Harry leyendo algún libro de magia oscura en los que tanto parecía tener interés, un gusto adquirido sin duda gracias a mí. Eso me enorgullece, no cómo un padre, sería bizarro, pero sí cómo un maestro; eso era mejor, era maestro del niño que vivió, el encargado de mancillar su cuerpo y arrastrarlo a la oscuridad. Ahora no sólo era orgullo, incluso el desvariante morbo se había hecho dueño de aquella fantasía de Harry manchado por la oscuridad, por la sangre y la lujuria; las necesidades que creí muertas durante mucho tiempo se avivaron recordándome que no estaban muertas, sólo dormían esperando el cuerpo ideal, resulta que ese sin duda sería el de Potter, lo había descubierto con encanto.

La última esperanza de Dumbledore y todo el patético mundo mágico, descansaba sobre un amplio sofá negro, leyendo un libro igual de oscuro, o al menos eso aparentaba; no creía que el mago tuviera el don de leer de cabeza y con el libro levitando de un lado para el otro, de hecho destroza el papel al pasar tan rápido las hojas, sin duda, ese era el indecoroso comportamiento que definitivamente me volvía loco, aquel por el cual me dejaba seducir vilmente. No me acerque, esperando que notara mi presencia; no me decepcionó levantando la cabeza de su tortuosa posición dejando caer el libro sobre su pecho, sus verdes ojos me recorrieron de arriba a abajo sin discreción alguna, levanté el pecho dándole vía libre a su escrutinio; frunció el ceño levemente al ver las mangas de la túnica. No dijo nada, dejó el libro sobre el sofá y se acercó a paso lento, lo espere en silencio; el corazón tibio volvió a abalanzarse sobre mi pecho, pero ahora, no había razón para esconderlo.

El mago no me tocó, levantándose sobre sus pies descalzos a escasos centímetros de mí. Mis propios pies ahora descalzos se afianzaron al suelo frío, sin tocarlo de vuelta, ambos esperando en silencio quién cede ante quién, dejando libre la magia envolver ambos cuerpos, atrayendo cínicamente la piel del otro, llamando a su espíritu a ser sometido por el otro, un juego que sin duda ponía ambas temperaturas a cien, las pulsaciones de los furiosos corazones sólo eran una muestra de ello. No pasó mucho tiempo antes de alzarse un ganador entre los dos, Harry cedió al surcar los pocos centímetros entre ambos, sus manos se posaron en la piel fría de mi cuerpo, deslizando los dedos sobre la túnica manchada, escarbando entre las telas oscuras hasta hallar el corazón resguardado por la oscuridad, se entretuvo allí con una mano sintiendo el latido poderoso de mi corazón desbocado ante su toque.

La otra mano viajó al sur, directo a las manos huesudas y pálidas, sin asco alguno tocó la piel escamosa, llevando la mano hasta su cuerpo, jugando a su antojo con mi cuerpo que laxo, esperaba las directrices del juego que empezaba a bailar en sus pupilas. Sin duda la travesura propia de su espíritu joven, nos prometía diversión a ambos, una oscura y torrida diversión extrañada durante la tediosa tarde; la analogía que con cada toque de mi piel manchaba a plenitud su cuerpo bañado en luz se volvía tan negro cómo su cabello, me volvió completamente demente, saberme con tanto poder entregado era mejor sin duda que el más sordido de los miedos. Harry llevó mi mano hasta sus tibios labios húmedos, beso la sangre seca de las muñecas y entre los dedos lamió las costras de sangre; no lo detuve en su innegable coqueteo astuto, aquel desarme de mi cuerpo ante lo mortal de las verdes pupilas detrás de las largas pestañas.

- Has roto tu promesa, Tom ...- La arritmia incontrolable de tal gesto me consumió en su segundo, sólo una persona tenía permitido tal agravio de llamarme por el mundano nombre que me había otorgado mi madre; cuando Harry lo usaba, sabía que lo siguiente en salir de sus labios, era el malicioso descaro hecho carne -... Habrá que castigarte, Tom - Lo dicho, aquel pedazo de carne entre mis piernas verdaderamente muerto por muchos años, se endureció vulgarmente en un pestañeo. Harry astutamente había sobrepasado el límite de la irreverencia, castigarme a mí, el mago oscuro más poderoso del siglo; le enseñaría respeto al león.

Harry sonrió cuando sin previo aviso lo acerque hasta asfixiarlo entre mis brazos, ambas manos fueron a parar a su delgado cuello adornado por la palidez casi enfermiza que configuraba su piel y se entremezclaba con la mía. El león en vez de temblar despavorido cómo haría cualquier mago inteligente en su estado, se limitó a lamerse los labios a pesar de la violencia, incitando a ir más lejos, a que fuera su cuerpo el castigado por la insolencia de sus astutas palabras provocadoras, esa era la seducción rebajada en vileza que disfrutaba. La entrega sin temor y oscuridad que ponía al gran Lord Voldemort de rodillas, sin duda había hecho una buena elección en mí amante.

Justamente de rodillas, cayó el cuerpo del brujo, tire de su azabache cabello sólo por el morbo de verlo jadear antes de perderse entre los ropajes oscuros que portaba, poco me importo estar en el salón para dar rienda suelta a nuestra escabrosa imaginación. Era inmoral, sucio y depravado, justo cómo me gustaba. Potter, me gustaba, el hábil jovencito de lengua sedosa y boca húmeda, me volvía completamente loco, deje de divagar al sentir las manos por completo en la huesuda cadera que tan poco parecía molestarle, beso con devoción la piel descubierta y tomó entre sus hábiles dedos, el falo erguido a su disposición, me perdí por completo al sentirlo engullir impúdicamente; este sería el mejor interludio para nuestro exquisito San Valentín. 

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La mañana me recibió en la penumbra de las mazmorras donde sólo una serpiente cómo yo podía existir, la amplia habitación se extendía en altas paredes de piedra, cortinas verduzcas y todo el mobiliario tan oscuro cómo mi magia. Al abrir los ojos lo primero en notar era el retorcijón al final del estómago, allí dónde la ansiedad y la anticipación me recordaban con creces que día había comenzado; mi ansiada coronación. Mi propio regalo de San Valentín, una festividad ansiada desde que tenía memoria y el poder corroe mis venas, ser el rey de Gran Bretaña, era exaltar mi oscuridad sobre la patética luz que aún se esconde en las esquinas, planeando sus patéticas emboscadas desde las sombras, escondiéndose cómo vil parásitos; lo había padecido en carne propia, era su turno de sentir la bajeza de una vida cómo prófugo, consumido en la locura, esperando un retorno que en su caso nunca llegaría; les arrancaría el corazón del pecho después claro, de arrancarle las esperanzas, volverlos dementes y suplicantes por morir antes de ser un rey generoso y terminar con sus patéticas existencias.

La sola idea, transforma mi helado cuerpo en una tibieza excitante, el dolor palpitante, siempre despierta mi ser curado en las profundidades de este. Bebí de los gritos imaginarios y el caos esparcido cómo pólvora cuando mi plan, la pantomima planeada para el día de hoy, estuviera puesta en escena; casi podía disfrutar de su miedo, escuchar sus súplicas y ponerme completamente duro al ver su sangre correr por las calles de Londres, adornando el festivo día de los enamorados. Era verdad que mi coronación me genera la más dolorosa y corrupta seducción, sin embargo, saber que Harry fuera coronado ese día frente a todos, sólo por mí excelso capricho, humillando a la luz, demostrando que aquel niño que vivió, ahora sólo vivía por mí, era sin duda la más corruptible y candida depravación. Podía sentir los gritos vibrar contra mi piel, me aseguraría de que así fuera.

No sólo eso, tendría completa certeza que cuando Harry fuera coronado vislumbre la luz que tanto lo acompaña, aquella luz incorruptible que yo me había dedicado a mancillar, quería que brillara cómo una estrella, sólo para que todo supieran no sólo que me pertenece, sino que, nunca la podrían alcanzar; ya no, Harry, era mío por completo, totalmente entregado a mi mano, a la oscuridad misma. Lo peor del asunto, lo que lo hacía más idílico y tórrido, Harry mismo había decidido que así fuera, el brujo había actuado por sí mismo por primera vez, había decidido mi bando, a mí y las corruptas tinieblas. Ahora de mi mano, sólo la grandeza y el poder lo esperan. Tanto pensamiento manchado de sadismo, crueldad y denegación, habían despertado pasiones mas viciosas, aproveche el cuerpo tibio a mi lado, el único calor irradiante en la habitación.

En un revuelto de cabello azabache, cobertores pálidos, piel enfermamente blanquecina y labios hinchados y tibios, Harry se aferra a mi cuerpo en busca de calor aunque poco puedo proporcionar de dicha cosa. No me moleste en apartarlo, Harry era de abrazos, había aprendido a vivir con eso, era sencillamente cruel apartarlo cuando buscaba algo de calor en un cuerpo que sabía a la perfección no podía entibiarse, sin embargo, el gesto detrás de eso era lo seductor; me busca, quería, respeta y adora; no cómo la demente de Bella, no cómo el loco de Barthy, no, era mucho mejor que eso; había descubierto que adoraba dicha cosa, aquella idealización viciosa y corrupta que me proclamaba el mago. Debía dejarlo dormir después de la estimulante y pétrea batalla de pieles del día anterior, sin embargo, requería su atención y la obtendría sin duda.

El día comenzó en verdad, cuando esos carnosos labios se cerraron sobre los propios mucho más avasallantes, me deleité con cada uno de sus gemidos, jadeos y gritos; sobre todo sabiéndome el dueño de cada uno. Al terminar, repase nuevamente el itinerario planeado minuciosamente durante meses, sabiendo que cada detalle estaba ejecutado a la perfección, para confirmar mis palabras, sobre la cama descansaban las pesada telas que cubrirán ambos cuerpos durante esperaba todo el día y la noche posterior. Sin duda el caos se extendería cómo magia, pero, estaba dispuesto a disfrutar del día por y para Harry. Él susodicho, salió del cuarto de baño donde había pasado al menos dos horas, al ver la pomposa capa roja ribeteada de gamuza, satín, piedras preciosas e incluso piel abultada y pura de animal, su habla se perdió y los ojos desorbitados me concedieron la innegable victoria en la partida silenciosa que habíamos jugado por quien sorprendia mas a quién con los regalos de este, nuestra primera celebración cómo amantes. Convertirse en uno de mis horrocruxes sin duda había sido una gran estrategia, pero lo que tenía planeado le volaría la cabeza. Me vanaglorie en silencio, sin duda, el regalo escogido, le encantaría.

Para cuando la tarde se irguió sobre nuestras cabezas, el mundo era un completo caos, no el verdadero, pero seguía constituyendo un caos inimaginable, a pesar de la perfección del plan y lo bien ejecutado que iba todo; los magos eran tan impredecibles que me enferman, había sido coronado como el nuevo rey de las islas Británicas, el absoluto gobernante de todo lo que me rodea, el monarca oscuro que llevaría a los magos a una verdadera liberación de los asquerosos muggles; ahora el mundo mágico era mi bastión, la sociedad que amoldaría a mi perverso gusto y sin oposición alguna que me lo impida después de todo; quién contra mí cuando era el ser más poderoso del siglo.

No obstante dicha felicidad, era menguada por el rostro de los participantes en la coronación, había dejado vía libre para que todo aquel que quisiera presenciar el magnánimo acontecimiento lo hiciera, después de todo, los retaba incluso a apartar la vista y no venir en post de mi cabeza con la corona ya puesta; muchos fueron los aglomerados en los pasillos del gran Hogwarts que se amolda bajo mis pies, sin embargo, ninguno se alzó, corriendo cómo cobardes ratas de un barco, todos bajaron la cabeza y asintieron al llamado cuando mis mortifagos se alzaron victoriosos y macabros, enalteciendo más mí oscuro poder. Era incluso decepcionante ver sus cuerpos apretujados en las esquinas del gran comedor, asustadizos, trémulos y callados; esperando quién sabe Merlín qué cosa, no pasó mucho antes de descubrir que esperan o mejor dicho, a quién esperan; sórdidamente sonreí lleno de gusto, que el teatro empiece, le entregaría a su salvador.

Le hice señas imperceptibles a los hermanos Lestrange, mis astutos y eficaces lacayos, ellos se encargarían de traerlo, a mi joya de la corona para ser exhibida delante de los patéticos magos que aún creían en su perpetua luz, en su última esperanza, incluso el envejecido y calmo Dumbledore sucumbiría sin duda ante la puesta en escena de mi preciosa joya. Rabastan desapareció y yo deslice los pies descalzos por las escalerillas bajo estos, bajando del trono chapado en oro sólo para esta ocasión especial. Erguido, dejó que la costosa tela roja con virutas blancas, me acaricie por completo desde los hombros hasta los pies, un par de señas más y la corona que con tanto escrutinio había encargado salió a la luz, brillando con intensidad en medio de la oscuridad, una faro para simples polillas atraídas por ella, ahora, todos los ojos descansan sobre la joya, me vanaglorio orgulloso, sí a esos patéticos magos le asombraba, a Harry le encantaría, quizás incluso me ganaría un beso, delante de todo el mundano público. Una entrega mucho más acorde a mis gustos.

Todo pensamiento cuerdo, quedó mitigado por el sonar de los violines que indican el acercamiento de Harry. Aspire profundo cuando la puerta doble del comedor se abrió de par en par, los murmullos estallaron y el caos, el verdadero jolgorio; por fin consumió el lugar, a eso me refería, eso quería. Harry notificado hacía varias horas de lo deparado para él, entra irradiando luz en sus perfectos ropajes reales, su rostro aparenta calma pero no necesito legeremancia para saber lo nervioso que está; hasta ahora nadie sabía de su cambio de bando, todos lo creían perdido en algún lado planeando mi derrocamiento; ignorantes y patéticos magos, la verdad brillaba delante de sus narices y nadie hacía caso a ella, ciegos en su propia y aburrida esperanza. Todos contienen la respiración y parpadean furiosamente al notar que Harry no sólo va ataviado de joyas de pies a cabeza, sino que no va encadenado cómo muchos lo esperan; no esta golpeado, torturado, famélico o demacrado, ni siquiera está despeinado, apenas está pálido, Harry era la representación misma de la perfección, mi perfección; más temprano que tarde, todos entendieron que sucedía.

Con los primeros pasos de sus pies encapsulados en el mejor calzado conseguido, todos se precipitan hacia el mago, la multitud antes calma y pasiva, ahora se arremolina en los extremos del pasillo creado gracias a alfombras verdosas y cadenas de mortifagos, mismo que escoltan al mago hacia mí, la ansia por sentirlo me consume por dentro; mi sonrisa sardónica se ensancha al conectar con sus ojos; rojizos contra verdes, orgullo contra malicia. Los tacones de sus zapatos crean una compás inquisitorio en todo el lugar, con cada uno de sus pasos, los gritos aumentan, la magia se desborda y el caos irrumpe en los cuerpos de todos los presentes; una verdadera vorágine anárquica que se abalanzan sobre la luz, esperando tocarlo y comprobar lo que sus traicioneros ojos le muestran, su insignificancia y la de su esperanza mancillada, rota desde la raíz. Oigo sollozos en algún lado, pero poco importa, nada puede tentarme lo suficiente para dejar de ver la caminata póstuma de toda la luz existente del mundo mágico. Difícilmente parpadeo totalmente embelesado con el caminar parsimonioso de Harry, tambaleándose de un lugar a otro con elegancia, coquetería incluso; seducción sin duda, alguien debía ser castigado al terminar la velada.

Por fin llega a mi lado, después de tortuosos minutos dónde son los mortifagos los encargados de mantener el poco orden que aún queda, cruciando, petrificando y manejando por medio de imperius a todo el público a su perpetuo antojo. Quiero estirar la mano y sostener la de Harry, ayudarlo en los escalones que conectan al trono, pero me detengo; por muy poco pero lo hago, cómo rey, ente supremo, ministro y todo la pantomima gobernante en el país, es mi deber y capricho coronar con mis propias manos al mago, después de todo, lo estoy reclamando ante el mundo mágico no sólo cómo mi arma, mortifago y sucesor, sino, cómo mi consorte. Apenas tengo que mover los dedos para llamar al bastardo que tiene la corona de mi consorte; la gran joya, incluso más grande y estrafalaria que la propia, se me tiende sobre la almoadilla verde que la conserva exuberante, sin siquiera una mota de polvo. Harry es verdaderamente consciente que este pedazo de divinidad, le pertenece, sus ojos, quieren salirse de sus órbitas y soy consciente que hice un buen trabajo.

Bajo mi mano había nacido la idea de la joya y bajo mi puño, había sido construida. El esqueleto de toda la corona había sido creado de la más pura plata, moldeada bajo el  mayor escrutinio cómo sí yo mismo hubiese fundido la pieza. El purismo de las demás piedras preciosas incrustadas en la fina corona, era dado por sentado; cadenas de plata cayendo en los laterales de la pieza, rubíes y cristales cayendo de la punta de estos con la idea clara de ver brillar las piezas entre el cabello negro de Harry, mas cristales en este caso azules en la base de la corona y lo verdaderamente importante, mi toque personal, las mismísimas piedras creadas por el polvo de estrellas, casi imposible de conseguir, brillan cómo sí de  verdaderas estrellas se tratase, puestas para exaltar aún mas la belleza natural de su portador. Por todo el esqueleto de la corona y sobre ella, no había parte de la misma que no brillase gritando poder, equilibrio, preciosidad y clase. Cuando coloco la preciosa cosa sobre la cabeza de Harry, la verdadera joya brilla con una luz, que podría considerar divina, sino fuera por la oscuridad navegando entre las venas del mago.

Con una teatral reverencia cómo su rey, el león rompió por fin con toda esperanza habitada en los cuerpos atónitos de los brujos que veían cómo su salvador ahora, me besaba el dorso de la mano, un simple juego para ambos; una seducción vil y mundana para mí cuerpo exaltado por tanto caos y sangre a mi alrededor, ahora en verdad, nos pertenecemos y de frente a todo el mundo, Harry me pertenecía; sus besos, la luz en sus ojos, los labios astutos, el cuerpo jovial e incansable, la oscuridad de su magia y mente; todo me pertenecía. En un arranque imprudente tiró de su cuerpo hasta el mío, ambos torsos se pegan cómo sí de un maleficio se tratase, juntando incluso nuestro aliento; veo el brillo divertido en su mirar, cómo si el caos a su alrededor, la mortandad y las torturas, apenas le tocan; llevó una mano a su mejilla, arrastrando las uñas por la piel pálida hasta delinear los rosados labios que el mago se encarga de humedecer, logrando de paso mojar los dedos que le acarician la boca, todo al propósito por supuesto; su irreverencia explota contra mi cuerpo deseoso.

Mi regalo para su persona; una corona en su cabeza y su puesto a mi lado cómo debía ser, es bien recibido, murmura lo tramposo que he sido en esta apuesta sin nombre que entre ambos se creó hacia semanas. Se rinde ante mi cómo su vencedor, sólo allí, se que todo valió la pena. Disparo directo a sus labios, dejando los jugueteos insanos de lado para dar paso a la verdadera acción, la que necesito y deseo cómo su rey. Un capricho que apresuradamente es cumplido al ser propio, cuando nuestros labios se unen el mundo explota a nuestro alrededor; los ventanales sucumben a la magia de los magos furiosos, los vidrios saltan por todos lados y los bancos dispuestos para la coronación estallan en miles de astillas filosas, nada perturba el beso. Harry sube las manos hasta mi cuello y enreda los dedos en la nuca, sin importarle lo escamosa que es la piel de ese lugar en especial. Tiro de su pelo ante tal desfachatez y muerdo con saña los labios enredados en los propios abriéndolos a empujones; a base de pura fuerza bruta.

Su lengua húmeda y sedosa se enreda con la aspereza de la propia, bifurcada y larga, misma que lo hace desfallecer al deslizarla con maestría por toda su cavidad. Araña el inicio de mi cabeza con las uñas y entierro las propias a lo largo del cuero cabelludo a mi paso, las hebras desordenadas me acarician los dedos. El huracán que es el muchacho, me consume por completo, el corazón late a la misma intensidad desbocado que su igual, no por algo tan mísero cómo la pasión, sino algo mucho mejor, la hambrienta gula. Cuando el beso acaba una mirada es suficiente para saber que el teatro ha acabado, viene la celebración a nuestra manera, con la necesidad marcando nuestro proceder. Harry se gira entonces, de frente al caos que ni siquiera nos ha rozado, un grupo de mortifagos apostillados a cada lado de nuestro cuerpo, ha impedido que un sólo vidrio nos toque, saben a la perfección que sí sólo una gota de sangre sale de Harry, el mismo mundo se consumía bajo mi furia.

Harry busca mis dedos debajo de las mangas de las pomposas túnicas, le cumplo el capricho sabiendo lo que su morbosa mente planea, ambos descendemos de los escalones que nos conectan con el suelo frío del castillo, por todos lados la sangre salpica cómo en una carnicería; los magos luchan a morir, los sollozos, alaridos y maldiciones navegan por el aire mientras el ahora consorte de las islas Británicas baila de mi mano directo a las puertas dobles, sin inmutarse siquiera por la matanza de lo que alguna vez fueron sus amigos, conocidos, amores y familia. El nombre de Harry es gritado en medio de alaridos incomprensibles, pero este sólo los ignora con la mirada enaltecida al frente, orgulloso de quién es, en quién se ha convertido y al lado de quien ha escogido cómo su consorte, su bando. No puedo estar más orgulloso de haberlo acogido bajo mi manto aquella noche oscura en donde su cuerpo busco el mío.

Harry se había convertido en mi mejor arma, la batuta implacable con la que conquistar el mundo mágico, el mejor de los Avada Kedavra contra los que aún se oponen a mi; sólo Harry Potter, podría convertirse en tan brillante rubí, y ahora coronado, sólo me pertenece a mí, su rey. El perfecto espécimen sinónimo de poder, belleza, purismo, superioridad y oscura magia; mi chico manchado de perpetua depravación, malicia, vicio y sorna; mi perfecta mitad, mi joya de la corona en medio del barro, la sangre y el caos.  La puerta se cierra detrás de nuestra espalda y con ello el mundo, Harry abrió la boca y antes de sugerir lo que mis propios caprichos quieren, ambos nos aparecimos. Valentín, apenas comienza para nosotros. 

Notas finales:

Gracias por leer. 

PK. 


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