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Captive por rivaida

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Notas del capitulo:

Aprovechando el brote de inspiración, les dejo el segundo capítulo, mis queridxs, disfruten

No transcurrió demasiado tiempo hasta que Eren se encontró adormecido luego de tanta tensión en su cuerpo y lágrimas derramadas, tal como hacía diez años atrás, el primer momento donde experimentó el miedo infringido por su mejor amiga.

 

Cerró los ojos dejándose llevar por el cansancio, intentando relajar los músculos adoloridos de su cuerpo en lo que los recuerdos le invadían. Después de tantos años ignorando el pasado, había olvidado cómo se sentía abrumarse por el pánico y el miedo constante de haber compartido un pasado con tal persona.

 

Pensándolo bien, Eren llegó a la rápida conclusión de que Mikasa no había cambiado ni siquiera un ápice. Era completamente igual a cuando tenía quince años y él catorce. Tenía la misma mirada inmaculada para cualquiera, pero para él se veía como una desquiciada a punto de lanzarse sobre su cuerpo para torturarlo y forzarlo a sentir algo hacia ella.

 

Nunca iba a entenderla. Mikasa era ese tipo de personas desquiciadas, sociópatas de primera mano. Eren conocía completamente el trastorno, dado a que desde su infancia vio a su amiga lidiar con situaciones que le llevaron a formar su personalidad de tal manera.

 

Lo vio con sus propios ojos. La forma en que la luz abandonaba los ojos de Mikasa cada vez que se iba a su casa después de la escuela, la forma en que su cuerpo se sacudía en temblores cada vez que alguien la tocaba, aunque fuera por accidente. Eren lo entendía, y eso era lo que más detestaba de toda la situación.

 

Entender el porqué de su actuar. Empatizar con su secuestradora. Era lo peor, porque sabía que ella solo estaba replicando lo que había vivido en su infancia, actuando por impulsos y sin pensar de forma racional ni siquiera en las consecuencias de sus actos.

 

El único miedo que tenía Eren en ese preciso momento, era que sabía que Mikasa podía hacer cualquier cosa en un instante, solo por el mero hecho de tener el impulso de cometer el acto. Y eso significaba que su vida corría peligro si sacaba de quicio a la muchacha.

 

Era cobarde ante el dolor, pero jamás había huido de las situaciones complicadas aun cuando sentía que tenía todas las de perder, aun cuando eso implicaba recibir golpes y lidiar con las consecuencias de sus actos.

 

Un suspiro abandonó sus labios al abrir los ojos. Miró nuevamente sus esposas, así como lo impoluto de la habitación que le rodeaba. No había muebles, ni sillas, mucho menos ventana, solo una cama en donde se encontraba inmovilizado, la cual tenía barrotes de hierro que al parecer estaban firmemente anclados al suelo porque en un intento por sacudirla con el peso de su cuerpo, la cama ni siquiera crujió.

 

Lo único que había era una puerta y una luz sobre su cabeza.

 

No podía aspirar a mucho en esa situación, y si era como pensaba, nadie iba a salvarlo. Es decir, sus amigos, con la mejor de las suertes, solo sabían su nombre y el lugar donde trabajaba, porque nunca tuvo la suficiente confianza para compartir esa información. Nunca sabía quién lo iba a traicionar, o en qué momento Mikasa aparecería para amenazar a sus conocidos con tal de saber su ubicación.

 

¿Y de qué había servido vivir de esa forma tan desconfiada? De cualquier manera el resultado fue el mismo.

 

Lamentó en ese preciso momento el haber vivido de aquella manera, pudo haber hecho tantas cosas diferentes...

 

Se sintió asqueado de la forma en que había estado viviendo todos esos años por culpa de un tercero. Y aquello llenó su cuerpo de ira y odio líquido, llevándolo a gritar como un desquiciado de un momento a otro.

 

– ¡Maldición, Mikasa! Maldita bruja, te odio, te odio, te odio tanto. ¡Has arruinado mi vida desde un inicio, no puedes hacerme nada que haga cambiar mi forma de verte, con un carajo! 

 

Se desesperó tanto que forcejeó contra las esposas, sintiendo la mordedura del metal fuertemente clavándose en su carne, haciéndole escocer y sentir rápidamente las punzadas de dolor principalmente en sus muñecas, las cuales segundos después, o tal vez minutos, se tornaron indoloras con un cálido líquido recorriendo sus manos.

 

Ni siquiera tuvo que mirar para saber que era la sangre luego de haber dejado al rojo vivo sus muñecas por la desesperación. Y finalmente, luego de tantas emociones desbordadas, fue capaz de dormirse, deseando con todas sus fuerzas que aquello simplemente fuera una pesadilla.

 

 


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