Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La fecha maldita. por RLangdon

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

A los cinco años, Sasuke Uchiha empezó a tener pesadillas con su hermano fallecido, aquel al que nunca conoció porque, según palabras de su madre, había decidido irse al cielo antes de que Sasuke naciera. Por tanto, solo lo conocía gracias a las múltiples fotografías en las que aparecía. Alto, delgado, de tez pálida, ojeroso y con largo cabello negro. A veces Sasuke no entendía por qué su padre se molestaba y gritaba a su madre que quitara aquellos retratos que recubrían cada sección y rincón de la casa. No lo comprendía hasta que comenzaron las pesadillas en las que su hermano (cruel, implacable, despiadado), se manifestaba.

Su madre había dicho que Itachi había sido un buen hijo. Amable, responsable, y con un sentido del deber admirable. Sin embargo, Sasuke no lo soñaba así, sino como un monstruo. Un ser de las tinieblas, un demonio que se ocultaba en las sombras, listo para hacer daño a cualquiera que interfiriera en su camino.

Por dicha razón, Sasuke solía mojar la cama. Y esa conducta, digna de reproches, se convirtió en la excusa perfecta para que su padre diera inicio a los castigos que iban desde los regaños más absurdos hasta fuertes golpes, llegando incluso a dejarle encerrado por horas en el armario.

La fecha más memorable para Sasuke era San Valentín, ya que, ese día, cuando él tenía siete años, su madre se suicidó.

Fue Sasuke quien la encontró, inerte y pendiendo de una firme cuerda en el dormitorio de Itachi. Por ese motivo, su padre se fue de la casa, dejándole a merced de un orfelinato.

A los siete años y tres meses, Sasuke aprendió a odiar. Lo hizo gracias a las constantes burlas de sus compañeros en torno a su condición actual. Era el niño solitario, serio y marginado con el que nadie quería nunca relacionarse por miedo a que las experiencias por él padecidas, fueran a propagarse.

Estaba destinado a errar por las instalaciones de un hogar que no le pertenecía, en un sitio en el que no encajaba y rodeado de personas a las que no quería.

Y por ello, se recluyó aún más.

Cuando cumplió diez años, surgieron en él nuevos intereses. A Sasuke le gustaba quemar cosas. No lo hacía como un simple pasatiempo, pese a que su fascinación por el fuego fue consecuencia de un accidente.

Solía aprovechar los fines de semana para acudir a la bodega del orfanato, era allí donde incineraba, no solo objetos, sino también su pasado. Desde simples hojas de papel hasta pequeños animales muertos. El fuego arrasaba con todo, consumiéndolo hasta las cenizas, avivando en él nuevas emociones.

Pronto se manifestaron las alucinaciones. Ocurrió un día, mientras alimentaba al cachorro que una de las encargadas había llevado consigo. Sasuke estaba vertiendo agua en el cuenco del animal cuando, de pronto, se vio a sí mismo sumergiéndolo en la pileta, sosteniéndolo firmemente del lomo para que no saliera a flote. Contempló las burbujas en la superficie del agua, pero no lo soltó hasta que ya era demasiado tarde, hasta que ya no lo vio respirar y no pudo volver a reanimarlo. Por supuesto, todo fue una alucinación.

Una semana más tarde, el cachorro se extravió, y nunca más lo encontraron.

A sus trece años, fue adoptado por un hombre de buena posición económica. Un científico reconocido que deseaba mucho tener un hijo. Fue de esta manera que Sasuke llegó a tener finalmente un hogar propio. No obstante, no era lo que él había esperado. Nada más llegar a la enorme residencia, supo que no le gustaba. Y le gustó menos cuando, días antes de San Valentín, su tutor comenzó a tocarlo de una forma en que no debería.

Así que Sasuke tuvo que matarlo.

Sin culpa, sin remordimiento, y sin dejo alguno de arrepentimiento.

No había sido premeditado (del todo). Tan solo había reaccionado en la fecha maldita, una de aquellas noches en las que Orochimaru se había deslizado a su recamara cuál vil reptil para apoderarse de su cuerpo, como tantas veces había hecho antes. Al momento de ser penetrado, Sasuke había tomado la navaja del buró a su costado y le rebanó la garganta de un solo tajo. Lo oyó sisear como serpiente mientras trataba inútilmente de detener la hemorragia, después se sacudió un par de veces y su respiración sibilante fue obstruida por el hado de la muerte. Los ambarinos ojos se tornaron vidriosos. Y aunque Sasuke estaba empapado de sangre y rodeado de oscuridad, se sintió más vivo que nunca.

Gracias a su edad, fue a parar a un reformatorio. Y allí, a la edad de catorce años, Sasuke se enamoró. Porque fue allí, en Konoha, donde conoció a una persona que finalmente lo entendía. Era un chico risueño, carismático y problemático, una linda fachada para quien había perdido todo lo bueno de su vida sin siquiera llegar a conocerlo. Tal vez Naruto Uzumaki no entendía del todo su dolor, pero compartían la desgracia de haberlo perdido todo, de estar rodeados de aquella maldición que no permite ser felices a los miserables. El entendimiento y la conexión fueron mutuos, genuinos.

A Sasuke le gustaba oírle parlotear, verlo correr, saltar, y ser un desastre como solo un chico con la impulsividad de una bestia, sabría serlo.

Naruto era estúpido, un completo ignorante y optimista que gustaba de exhibir una radiante máscara de alegría que no dejaba caer casi nunca.

Él sabía muchas cosas del Uzumaki. Había hurtado su expediente en una de sus tantas visitas al sector administrativo del reformatorio Konoha. A Naruto le gustaba el ramen, y la jardinería, sus padres habían muerto en un accidente automovilístico cuando Naruto tenía solo unas semanas de nacido. Su padrino se había hecho cargo de él por unos años, pero era un hombre viejo y su muerte fue consecuencia de un paro respiratorio.

Físicamente, Naruto era una copia de su padre. Ojos celestes, cabello rubio como la miel y una sonrisa que engañaría a cualquiera que no fuera Sasuke Uchiha. Porque él lo conocía incluso mejor de lo que Naruto se conocía a sí mismo.

Podía ser simpático, alegre, travieso, pero, al igual que todos los que se encontraban allí, Naruto tenía secretos tan oscuros como la noche misma.

Uno de ellos era que oía voces. Sasuke le había escuchado mantener conversaciones por las noches, cuando todos dormían, situación que era aprovechada por el Uzumaki para dirigirse al patio y ceder ante el llamado de una presencia llamada "Kyuubi"

La infancia de Naruto, desde su perspectiva, no había estado tan corrompida como la suya. Pero solo hacía falta una gota de sangre para que la inocencia se marchitara. Y así había ocurrido con el Uzumaki.

A los diecisiete años eran libres, y decidieron continuar juntos su instrucción académica. El destino quiso que siguieran unidos, o al menos eso pensaba el Uchiha.

—Mira, Sasuke, otra carta.

Le observó retirar el sobre de su casillero, ansioso como de costumbre. Faltaba poco menos de un mes para San Valentín y Naruto había estado recibiendo extrañas misivas con poemas ridículos. Las cartas ni siquiera iban firmadas.

—Es otro poema— Naruto elevó la mirada hacia su acompañante. — ¿No crees que es romántico, Sasuke?

—Que estupidez— farfulló, cerrando su propio casillero.

Naruto arrojó la carta a una de las papeleras del pasillo.
***

Tras tres años de conocerse, resultaba ilógico suponer que entre ellos no se hubiese roto la barrera de amistad, pero así era. Se habían besado algunas veces, siempre estaban juntos, almorzaban juntos, hacían prácticamente todo juntos. Y así y todo, Naruto se refería a él como "amigo".

La situación indignaba a Sasuke sobremanera, más nunca lo demostraba. Él quería que fueran más, deseaba poder formalizar su relación, y había decidido hacerlo nada más y nada menos que el día de los enamorados. No obstante, el que Naruto tuviera un admirador secreto complicaba las cosas. Así que se dio a la tarea de encontrar al emisor de aquellas ridículas misivas amorosas. Y hallarle fue tan rápido, que resultó ofensivo.

La responsable de tales cartas era una chica que, asistía al mismo curso que ellos, tan recatada e insignificante que pasaba desapercibida a los ojos de cualquiera. Sasuke llegó a sorprenderla mirando en dirección a su mesa, mientras Naruto y él tomaban el almuerzo en la cafetería. Y la pilló cinco veces más el mismo día, siguiéndoles.
Las escasas ocasiones en que se encontraba directamente con el Uzumaki, ella se ruborizaba y tendía a unir sus dedos índices en una rara manía.

Rara. Esa era la palabra que la definía.

Hinata Hyuga no era bonita. No tenía un cuerpo seductor ni era lo suficientemente inteligente para sobresalir del resto de la clase. Era una chica extraña, común y corriente.

Lo era hasta que Sasuke la citó al día siguiente al final de la clase de natación, (respondiendo a una de las cartas en nombre de Naruto).

Ella le había esperado notoriamente cohibida y ansiosa, vistiendo su bañador y observando la superficie del agua, usando el reflejo para predecir en qué momento Naruto llegaría. Sin embargo, Naruto nunca llegó, fue Sasuke quien ocupó su lugar.

— ¿Uchiha san?

Se había asegurado de que no hubiera un solo estudiante en los alrededores y, sin darle a Hinata la oportunidad de levantarse, la tomó del mentón y giró su brazo, ejerciendo presión, haciendo sonar las vertebras hasta asegurarse de haberle roto el cuello, después la dejó hundirse en el agua y se retiró, pensando que la noticia no afectaría a nadie que no fueran los padres de la chica.
***

Dos semanas antes de la repudiada fecha, Sasuke decidió aclarar sus dudas respecto a los sentimientos del Uzumaki. Él no era bueno con las palabras, y pensó que sería mejor decírselo por escrito. Había guardado la carta en su bolsillo con el único propósito de entregarla. Pero entonces le azotó la dura realidad...

—Sakura quiere tener una cita contigo.

Naruto solo lo veía como un amigo.

—No me interesa— fue tajante al responder. Estaban en la cafetería y lo último que necesitaba era saberse observado por el resto del alumnado, sin embargo, Naruto siguió insistiendo, yendo hacia donde él se dirigía y sirviéndose las mismas porciones solo con el afán de parlotear su burdo intento de persuasión.

—Ella es linda.

—No lo creo.

—Fue la segunda en sacar una nota alta en nuestra clase.

—Bien por ella.

—Le gustas mucho y...

Ya harto, Sasuke dejó la bandeja de la comida, se volvió hacia el Uzumaki y volcó la suya. Irritado, Naruto le dio un empujón que fue correspondido en ese instante. Y fue así como se suscitó la primera disputa física entre ambos. Una serie de golpes que tuvo lugar en medio del comedor y, en la cual, claramente, Sasuke había resultado vencedor. A ambos los habían suspendido por dos semanas y ninguno podría acudir al esperado baile.
***

—Estúpido— pateó la pared. —Idiota— volcó el contenedor de basura. —Imbecil— y siguió despotricando inútilmente en su afán por sacarse de la cabeza aquel desafortunado episodio en la cafetería.

Si solo hubiera guardado silencio. O si se hubiera alejado. Pero algo que Sasuke había ido perdiendo con el paso de los años era la paciencia. Y Naruto sabía muy bien cómo sacarlo de sus casillas.

Ese estúpido idiota. ¿Cómo se atrevía siquiera a insinuarle que saliera con otra persona?, peor aún, con la persona que a él le gustaba.

Transparente, era la palabra que definía mejor al Uzumaki. Y él debía encontrar la forma de demostrarle cómo se sentía al respecto.

Su siguiente movimiento consistió en invitar a Naruto a su departamento para dialogar y resolver el conflicto.

A las siete menos cuarto, Naruto llamó a la puerta. No era la primera vez que se veían fuera del colegio pero si la primera en la que Sasuke le mostraba dónde vivía. Sabía que Naruto solía quedarse en la casa de uno de los encargados del reformatorio, un tal Iruka Umino.

—Pasa— se hizo a un lado para dejarle entrar. A Naruto le encantaba vestir de naranja y usar zapatos deportivos blancos, y esta vez no había sido la excepción.

Sasuke no se molestó en intentar tomar asiento, antes de que Naruto empezara con la retahíla de disculpas, un segundo llamado se hizo presente.

El recién llegado se llamaba Deidara. No asistía en el mismo instituto pero era hijo de uno de los porteros. Ojos celestes, cabello rubio. Era lo que necesitaba.

—No sabía que alguien vendría— dijo el Uzumaki, sin alterarse, pese a que en sus ojos brillaba una emoción muy bien conocida por el Uchiha.

—Se llama Deidara— lo presentó. —Irá al baile conmigo.

Naruto disimuló apenas una sonrisa de burla.

— ¿A qué baile?, se nos prohibió asistir.

—Idiotas los que siguen las reglas— suspiró Deidara. —Podemos entrar por la puerta trasera y nadie lo notará.

Sasuke asintió, dándole la razón.

—No sabía que eras gay— murmuró Naruto de pronto. —Creí que te gustaban las chicas.

Golpe bajo e intencional.

—Nunca me han gustado las chicas— respondió de mala gana.

—Hablaba de Deidara.

Sasuke arqueó una ceja. Al parecer el Uzumaki no era tan ingenuo como él pensaba. Su plan estaba fracasando, por lo que se precipitó hacia su segundo movimiento.

Besar a Deidara.

Un beso ansioso en el que imprimió todas sus fuerzas. Pese a todo, resultó en un contacto rudo y forzado, para nada agradable. Cuando se apartó para ver a Naruto, este ya se había puesto de pie, impasible, mientras sacudía polvo imaginario de sus pantalones.

—Ya debo irme.

Sasuke dio un puñetazo a la pared y se alejó unos pasos de Deidara. No había funcionado. No había logrado que Naruto evidenciara sus verdaderos sentimientos, si es que los tenía.

—Y Sasuke...— lo llamó Naruto desde el alfeizar de la puerta.

El susodicho se volvió a tiempo para ver a Naruto hincando una navaja de bolsillo en el estomago de Deidara. Fue un golpe certero y sin vacilación alguna.

Deidara abrió la boca, dejando manar la sangre por su barbilla. Pero Naruto no había terminado, puesto que lo sostuvo firmemente de los hombros para deslizar el filo en línea recta hacia arriba, traspasando tela y piel sin la menor meticulosidad y sin mudar su expresión. Lo abrió en canal, y antes de que terminara su labor, el cuerpo de Deidara se dobló, cayendo de rodillas.

Naruto introdujo su mano en la abertura y extrajo con suma facilidad parte de los intestinos. La sangre, oscura, caliente y viscosa, resbalaba libremente por sus dedos.

—Que lo disfrutes— se limpió ambas manos en la ropa de Deidara, sonrió coqueto y abandonó la habitación, dejando a Sasuke perplejo.
***

— ¿Naruto?

Ocultar el cuerpo y limpiar el desastre había sido difícil. Más no era esa su mayor preocupación. En su propósito egoísta, Sasuke había, literalmente, desatado a la bestia.

Eran las cuatro de la madrugada y la casa estaba a oscuras. No había ningun indicio de actividad, sin embargo, la puerta estaba abierta.

Al encender la luz del comedor, notó rastros de sangre en la pared y varios objetos rezagados por el pasillo. Posibles signos de forcejeo se vieron reflejados a lo largo de la estancia. Fue como seguir a través de un sendero que conducía hacia la ruina.

La habitación de Iruka Umino era poco menos que un caos. Cuadros rotos, papeletas esparcidas. Y junto a la cama, yacía el cuerpo, tendido boca arriba, ojos abiertos y expresión rígida. No hacía falta tomar el pulso.

Sasuke no pudo determinar lo ocurrido hasta que se fijó en el gran charco de sangre que se extendía por uno de los costados de la cabeza del hombre. El líquido carmesí estaba siendo dirigido debajo de la cama gracias al desnivel en dicha zona del suelo.

De repente oyó ruidos en la parte de arriba. Tuvo que volverse sobre sus propios pasos para apagar las luces. Así conseguiría tiempo para encontrar a Naruto. No obstante, no hizo falta buscar demasiado.

Naruto estaba en una de las habitaciones superiores, golpeándose la cabeza contra el muro de concreto, hasta que Sasuke lo detuvo.

—Basta.

Naruto lloraba desconsoladamente, deshaciéndose en excusas ya antes frecuentadas, inculpando a "Kyuubi" de lo sucedido.

—No fui yo, Sasuke. Tienes que creerme— intentaba convencerlo a pesar de tener los brazos arañados y los zapatos salpicados de sangre. —Fue Kyuubi. Ellos lo metieron en mi cuerpo y yo...— volvió a hipar, levantándose la camiseta para dejar al descubierto el tatuaje en espiral.

Sasuke sabía que aquella marca permanente había sido resultado de un acomodo mientras Naruto estaba en un orfanato. Había leído en los archivos sobre una secta y un sacrificio que se vio interrumpido con la llegada de la policía.

—Hay que limpiar este desastre— cerró los ojos y lo besó con ímpetu.
Manchado de sangre y llorando en silencio, Naruto se dejó hacer.
***

Estaban en el borde de la azotea del edificio donde el Uchiha se hospedaba. Naruto movía ocasionalmente los pies mientras que Sasuke optó por recostarse a observar la bóveda celeste que sobre él se extendía.

Era San Valentín. El día maldito, la fecha dónde inició todo. Ese día perdería algo importante para él, lo presentía. Llevaba la fecha grabada a fuego en su memoria. Aunque no todos los años fueron funestos, ese si lo sería. La policía los hallaría tarde o temprano. Las muertes estaban relacionadas, había un patrón muy obvio a seguir.

Huir era inútil.

—Oye, Naruto— dijo por lo bajo, atrayendo la atención del otro. —Deberíamos ir a ese baile.

Naruto negó con la cabeza, en sus cristalinos ojos azules se leía claramente la melancolía que azotaba su alma.

—Prefiero estar contigo.

Sasuke se incorporó lentamente, pensativo.

—Es absurdo, ¿sabes?...todos esos idiotas divirtiéndose...

Que injusto era todo. Ellos habían sido marcados desde muy temprana edad, condenados a vivir una vida llena de decepciones, tropiezos y tristezas. Recibiendo odio cuando lo que necesitaban era amor. Orillados a la destrucción solo porque ese era el camino que les había tocado, vertiendo lágrimas silentes mientras el mundo se regodeaba en esa fecha estúpida.

— ¿Me amas, Naruto?

Naruto se petrificó ante la interrogante.

—Yo...no lo sé— admitió, confundido al recibir un beso en la comisura de sus labios.

—Entonces no me sigas— se apartó, neutral. Y pese a la advertencia, Naruto lo siguió.
***

Entraron por la puerta trasera. Quedaba cerca de una hora para que el baile terminara. Los estudiantes vestían de gala. En el salón abundaban las parejas, salvo por algún que otro incauto que había asistido por obligación. Sasuke sabía que tenían que actuar rápido, pues ambos desentonaban con el ambiente y la vestimenta.

Habían puesto una conocida balada. Y las luces rojas del techo titilaban acorde la melodía.

Algunos estudiantes se hallaban cerca de la mesa de aperitivos, pero la mayoría estaba en la pista de baile.

Era el momento perfecto.

Naruto se frotó los brazos, incomodo y terriblemente angustiado por lo que iba a acontecer. Por aquello que no podía detener, porque sabía que ir en contra de los deseos de Sasuke, implicaba traicionarlo y refrenar los suyos propios.

Sabía que si dejaba salir aquella presencia oscura que habitaba en su interior, era probable que después no pudiera frenarla. Pero ¿qué más tenía por perder?

Todo ese dolor carcomiéndolo. Las burlas de sus compañeros haciendo eco constantemente en su cabeza. Si alguien merecía morir, eran ellos.

Sacó el cuchillo de cazador de la funda del cinto y poco a poco sucumbió ante sus instintos.

Primero fue Sakura. La intercepto mientras caminaba entre las gradas vacías, rememorando cada rechazo de ella, cada palabra despectiva que lo había herido. Una y otra vez, hincando el filo Naruto se lo hizo saber.

En poco tiempo Sasuke ya estaba siendo asediado por varias chicas, empero, pasó de ellas. Se dirigió a la fuente del ponche y se aseguró de no ser visto para verter arsénico.

Quería que todos sufrieran, como él había sufrido. Quería verlos correr, llorar y suplicar.

Sonrió satisfecho tras entregar varios vasos a los allí presentes. Luego se desplazó fuera del salón para rociar las paredes con combustible. Para cuando terminó de impregnar el lugar, varios empezaron a sucumbir a un implacable acceso de vómito.

Bloqueó ambas entradas con ayuda de las cadenas que pendían de los contenedores de basura. Después siguió rociando el líquido inflamable restante en derredor. Acomodó varias tablas de madera cerca de la puerta, una contra la otra. Ya lo había hecho infinidad de veces, pero nunca había incendiado algo tan grande.

Prendió un fosforo, lo dejó caer en la torre de madera y retrocedió varios pasos. Pronto empezó el estruendo, desatando el inevitable cataclismo. Las voces elevándose junto al humo.

El fuego se expandió rápidamente, lamiendo techo y paredes, zigzagueando por la infraestructura hasta envolverla totalmente.

Sasuke contempló su obra, maravillado y con parte del rostro cubierto de hollín.

Naruto lo sacudió de los hombros y trató de llevárselo, pero él se rehusó. Si se iban juntos, era un hecho que los atraparían. En cambio, si él se quedaba, uno podía salvarse y ser libre, empezar de nuevo. Una oportunidad de la que casi nadie gozaba. Confesaría también en nombre de los asesinatos de Naruto, todo con tal de rescatar lo único bueno en su miserable vida.

—Vete— lo alentó, poco antes de que las sirenas sonaran por las cercanías.

Naruto lo miró, con los ojos rasos de lágrimas y labios temblorosos.

—Te mentí— reconoció, plantando un firme beso en los labios del Uchiha. —Si te amo.

—Lo sé— musitó Sasuke al verlo alejarse. Valía la pena destruirse por la única persona que amaba.

Antes de que los policías llegaran, se puso de rodillas y se llevo ambos brazos tras de la nuca.

—Adiós, Naruto.
***

Había dejado de contar los días, resignado a vivir encerrado en ese lugar.

Un cuarto frío, húmedo, una base de madera adherida a la pared.

Se removió, sintiendo la camisa de fuerza excesivamente ajustada. Llevaba los ojos vendados, pero escuchó el sonido de las llaves. Pensó que era muy pronto para que le llevaran la comida. Dos raciones al día. Una por la mañana y otra por la noche. No oyó el ruido del utensilio al ser deslizado. Respiró hondo al oír los pasos acercarse en su dirección.

Le habían golpeado múltiples veces, mojado otras tantas. En ocasiones Sasuke no terminaba de espabilar cuando ocurría. Se mantuvo alerta.

—Hoy es San Valentín— le informó el guardia de forma despectiva, seguramente tratando de tocar una fibra sensible en su interior. Pobre ingenuo que no sabía que Uchiha Sasuke no tenía remordimientos.

Así que ya había transcurrido un año. Sasuke sonrió de forma discreta.

—Esta noche habrá inspección— soltó el hombre con despotismo. —Ponte de pie.

En silencio y extrañado por la orden, hizo lo que se le dijo.

—Tienes visitas.

Tras un año en ese lugar, ya no le sorprendía que de vez en cuando acudiera uno de los familiares de los fallecidos a insultarlo, o a pagarles a los guardias para que su trato con él no fuera tan "suave".

—Menma Namikaze.

Cuando la venda le fue retirada de los ojos, Sasuke pudo enfocar la silueta del susodicho en el resquicio de la puerta.

Con el cabello teñido de negro y usando lentillas a juego, Naruto lo observaba.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).