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Vidas ajenas, vidas unidas. por RLangdon

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El sonido de la alarma interrumpió su pesado sueño. Ryan Atwood se desperezó tan pronto el sonido del móvil se unió al de la alarma. 
 
Torpemente alargó el brazo para hacerse de ambos aparatos. Primero apagó la alarma, después revisó el mensaje de Marissa.
 
Extrañamente no le sorprendió enterarse de que su ¿Amiga, novia, amante? tendría una salida (sólo de chicas) junto a Summer y Anna. 
 
Posiblemente a cualquiera le resultaría raro el no poder clasificar una relación con una persona cercana, para Ryan sin embargo, se había vuelto normal. 
 
Desde su llegada a la casa de los Cohen, su vida no dejaba de dar vueltas entre el caos, el drama, altibajos emocionales, dudas personales.
 
¿Qué hacía allí realmente?
 
Se guardó el móvil en el bolsillo y tomó su camiseta de la cama para terminar de vestirse.
 
La alcoba junto a la piscina siempre le resultó tan ajena a su anterior estilo de vida en Chino. Nunca terminaría de acostumbrarse al lujo que destilaba la vivienda de la familia Cohen. Sin embargo, se sentía miembro de ellos, formaba parte de la familia ahora. 
 
Sandy lo había rescatado, Kirsten lo había aceptado, y Seth...
 
Seth se había encandilado con su presencia desde el primer día que se conocieron. 
 
Nada más llegar a la cocina, Sandy le dio los buenos días y le hizo entrega de un croissant con crema, después señaló la cafetera a sus espaldas. 
 
Era la rutina de todos los días. 
 
A Ryan le parecía demasiado hilarante hallarse formando parte de un núcleo familiar que no estuviera involucrado con robos, peleas callejeras, y todo tipo de actividades delictivas que englobaban el circuito de aquel barrio en Chino. 
 
La vida en la costa era tan diferente. Todo era tan tranquilo y superficial que, en ocasiones, no podía evitar echar de menos el ajetreo. 
 
Sus padres divorciandose, su hermano pidiéndole ayuda para robar un vehículo. Su madre corriéndole de la casa, su hermano dejándole a su suerte al verle pillado por la policía.
 
Si. Quizá era preferible estar con los Cohen. 
 
Fue a sentarse a la mesa y su mirada viajó hacía el recién llegado que exhibía en sus manos un adorno con una corona navideña en el centro. 
 
—Oye, Ryan, ¿No sería increíble adelantar Naviukah este año?
 
Y en menos de un minuto, tuvo aquel ornamento moviéndose de izquierda a derecha frente a su rostro. 
 
Lo gracioso con Seth era que nunca sabías si hablaba en serio, o en cambio, hacía uno de los tantos usos de su deficiente manejo del sarcasmo. 
 
—Estamos en marzo— señaló, sin comprender a ciencia cierta la ansía de su amigo por celebrar. Hasta que recordó el mensaje de Marissa. 
 
Debió imaginarlo.
 
Obvia lógica de Seth Cohen. Viaje de chicas era el equivalente a festejo de chicos. 
 
—Opino que hagamos una fiesta— el susurro de Seth, le hizo volver su atención hacia la barra desayunadora. Sandy se había ido. Kirsten solía irse más temprano para reunirse con Julie y su padre en la empresa. Así que sólo quedaban ellos dos.
 
—¿Bromeas?— increpó, tratando de disuadir a Seth de su plan. —Si ocurre lo de la última vez— supuso que no haría falta mencionarlo. 
 
La última fiesta fallida los había metido en serios líos a ambos. 
 
De ahí derivaba precisamente aquella admiración proveniente de Seth hacia su persona. Siendo criado en un ambiente tan hogareño, y teniendo al alcance todas las comodidades, Seth jamás se había visto en la necesidad de verse inmiscuido en problemas de ninguna índole. 
 
Por ello gustaba de la adrenalina que le generaba romper las reglas. De una u otra manera, a Seth debía parecerle gratificante saberse sermoneado y castigado tras ser pillado in fraganti haciendo lo que se supone no debería. 
 
El problema radicaba en que la culpa del desperfecto generado, solía recaer en Ryan. Y él no quería cargar con todo el señalamiento como de costumbre. 
 
—Esta vez solo invitaremos a unos cuantos— la afirmación de Seth sonaba a todas luces falsa. 
 
Era su sonrisa pretenciosa lo que delataba sus (ya de por sí) obvias intenciones. 
 
Terminando de comer la merienda, Ryan pensó en Marissa. Se cuestionó cuánto tiempo transcurriría antes de que uno u otro estropeara las cosas, surgiera algún malentendido, o cualquiera de las decenas de factores que solían repercutir en su relación diariamente. 
 
Luego pensó en Seth, en su perpetua disyuntiva sobre sus sentimientos por Summer, su constante baja autoestima respecto a lo que ella sentía, la escasa conexión entre ellos.
 
Era, hasta cierto punto, hilarante el como se veían siempre envueltos en situaciones que rayaban en lo absurdo.
 
Recordó entonces aquel viaje que Seth había emprendido en su velero a Portland luego de que él decidiera dejar un tiempo Newport para intentar darle un nuevo enfoque a su vida junto a Theresa. El como Sandy le había buscado para pedirle con cierto desespero que le ayudase a abogar en el retorno de su rebelde y despreocupado hijo. 
 
Aquella vez Seth lo había dejado todo en su afán de recuperar los lazos que anteriormente les unían. Había abandonado los estudios, su cómoda y monotonamente resuelta vida. Había dejado atrás a sus padres, e incluso le había dado la espalda a Summer. 
 
—Anda, Ryan.
 
Sus pensamientos de diluyeron cuando vio a Seth sentarse a su lado, dejando sobre la mesa el excéntrico ornamento navideño para pasar a mirarlo con aquel aire tan alegre y jocoso.
 
—¿Qué podría salir mal?
 
Ryan separó los labios en su afán por responder el interminable listado que había acudido a su memoria, pero entonces vio al primogénito de los Cohen uniendo las manos en una ridícula pose de súplica. 
 
Ciertamente era aburrido pasar solos el día en la mansión. Y sabía con antelación que si se negaba, Seth le obligaría a jugar videojuegos por horas, después leerían viejos cómics y nadarían un rato en la piscina. 
 
En retrospectiva, no estaba tan mal pasar el día junto al ruidoso de Seth. El inconveniente se cernía en la rutina.
 
Llevaban haciendo lo mismo las tres últimas semanas, sólo que en compañía de Marissa y Summer. 
 
¿No estaría bien cambiar la rutina para variar?
 
—Por favor. 
 
El exagerado puchero de Seth, puso punto final a aquella conversación unilateral.
 
**
 
Afortunadamente era su día de descanso. Había conseguido empleo de mesero en un restaurante cerca del muelle. Y la única condición que le había impuesto al testarudo de Seth era que la fiesta se realizara en la playa. 
 
Aquello les ahorraría un sinfín de problemas, empezando con los posibles destrozos en la casa, la llegada de la policía al ser alertada por los vecinos, la introducción de sustancias ilegales, entre otras cosas. 
 
—¿A quienes llamaste?— preguntó al terminar de arrastrar la última hielera bajo el toldo. 
 
Seth terminó de poner el carbón en la parrilla y sonrió despreocupadamente ante semejante interrogante. 
 
—Ya sabes, viejos camaradas. Los miembros del club de cómics.
 
Ryan alzó una ceja a la expectativa, esperando que Seth retomara la perorata, pero no ocurrió. 
 
—Seth. Hay tres personas, además de ti, inscritas en ese club.
 
Con los hombros levantados, Seth omitió la desilusión impresa en el comentario.
 
—Con nosotros somos cinco, viejo. Además todo ha sido de último minuto.
 
Sin embargo, Ryan había dejado de escucharlo para alejarse unos pasos en dirección al muelle, teléfono en mano. 
 
El caso con Seth era que, pese a ser el individuo más conversador y de maneras excéntricas en la bahía de Newport, sus amistades se reducían significativamente a ellos, el club de cómics, y por supuesto, las chicas. 
 
Seth era tan torpe socializando, como él lo era conversando. 
 
No era como si importara realmente, pero si pretendían dar una fiesta, necesitaban gente. Y no esas personas estiradas y en extremo superficiales de la alta sociedad de la que formaba parte Julie, sino simples jóvenes con deseos de divertirse. 
 
**
 
Caída la tarde, la marea había descendido. El viento arreciaba y la zona céntrica de la playa se había abarrotado de jóvenes que, bebida en mano, bailaban al ritmo del DJ que se había adueñado del muelle.
 
Entre aquel el bullicio, Seth Cohen se abrió paso con una lata de cerveza. Miró en todas direcciones, y la decepción en su semblante se hizo latente al no vislumbrar al Atwood por ninguna parte. 
 
Era por esa justa razón que odiaba ese tipo de conglomeraciones. Estaban bien siendo solo los integrantes del club de cómics y ellos, pero la popularidad de Ryan con las chicas, traspasaba toda barrera en Newport. 
 
Y competir por la atención de su mejor amigo, no era una actividad muy grata, teniendo en cuenta que quería pasar tiempo con él. 
 
Cerca del muelle, vio a Zach parloteando con un par de chicas. Alex coqueteaba con el DJ, y Taylor se besuqueaba con su novio francés cerca del toldo. Aquellos eran los únicos rostros conocidos (y medianamente amigables) en derredor. 
 
De acuerdo. Habría sido mejor idea quedarse en casa con Ryan. Al menos habría podido usar la excusa de los videojuegos para estar sentados uno al lado de otro y rozando ocasionalmente su mano... O nadando en la piscina y rozando (accidentalmente) un par de veces su brazo. Incluso gastarle bromas tontas en el sofá mientras miraban una película, cualquier cosa sería mucho mejor que estar varado sólo en la playa. 
 
Desde siempre había sido el chico nerd invisible de la costa. Con la llegada de Ryan, las cosas no habían cambiado mucho, pero había encontrado en Atwood el valor para sentirse cómodo siendo él mismo. Fue él quien lo alentó a conquistar a Summer, y fue por él que Marissa dejó de ser la muñeca inalcanzable para convertirse en una verdadera amistad. Incluso sus padres estaban agradecidos de haber podido adoptar e integrar a Ryan a la familia. 
 
Es que. Por dios ¿Quién en su sano juicio, no querría a Ryan? 
 
Atwood les había dado una lección de humildad verdaderamente valiosa. Y Seth en verdad lo quería. A veces pensaba que el sentimiento que le profesaba era similar al que se tiene por un amigo, pero entonces cayó en la cuenta de que en realidad le gustaba. 
 
Más que amigo, hermano o camarada, Ryan era su otra mitad. Tan diferente a él, tan conocedor del mundo peligroso. En cambio, él vivía atrapado en su burbuja de felicidad. La oda a la familia feliz y perfecta.
 
Cansado de andar, se dejó caer en la arena y se bebió el resto de la cerveza. Llevaba ya unas cinco, y no pensaba parar todavía. 
 
Oh. Cómo se pondrían sus padres si lo vieran en ese momento. Mejor aún, cómo reaccionarían si supieran sobre sus sentimientos por Ryan. 
 
Seguro lo mandarían a un internado o algo así. Por ello había sido preferible seguir montando la farsa y redirigir felizmente sus sentimientos hacia Summer Roberts. 
 
La chica que escribió un dulce poema en su niñez, que en realidad no era suyo. La niña consentida fanática del valle. Summer era hermosa, y había sido su primer amor, pero ella no lo comprendía, no conectaba tan bien, como lo hacía Ryan. 
 
Y Seth solía preguntarse en ocasiones si no sería muy obvio por cómo lo miraba y cómo lo buscaba con insistencia, estuvieran solos o en compañía. 
 
Trágicamente no podía decirle sobre lo que sentía porque temía alejar a Ryan. Él tenía a Marissa Cooper. La sensual y divertida vecina que siempre terminaba metiéndose en problemas. Puede que incluso más que ellos. 
 
Tonterías. Marissa no quería a Ryan. Y si lo hacía, no lo valoraba lo suficiente. La relación que tenían no podía sostenerse una semana sin que alguno de los dos quisiera "tomarse un tiempo" para pensar las cosas. 
 
Trivialidades dignas de Newport.
 
De pronto, se sintió molesto. Se levantó y sacudió la arena de sus shorts para ir en busca de la hielera. Bebería otra cerveza y si no encontraba a Ryan, regresaría sólo a la mansión. Al diablo con la fiesta. Esas personas hipócritas nunca le habían hablado, ni siquiera lo habían notado en toda la vida que llevaba residiendo allí. 
 
Su nuevo (e inalcanzable sueño) era recorrer el mundo en su velero. Uno nuevo, más grande y mejor que el que tenía. Se llamaría Ryan y su acompañante, por obviedad de razones, debía ser el portador del mismo nombre. 
 
Río divertido por su broma y se acercó al toldo para tomar dos cervezas más. 
 
—¡Piensa rápido, Cohen!
 
Pero el aludido no lo hizo. No tuvo tiempo ni de reconocer la voz de su interlocutor cuando el balón le golpeó de lleno en el pecho, con tal fuerza que terminó derribandolo de espaldas sobre la fría arena. 
 
Seth Cohen rompió a reír una vez más, sintiendo el alcohol haciendo estragos en su cuerpo. 
 
—La firma de autógrafos para el estreno de mi nuevo cómic es hasta dentro de dos semanas— comentó al levantarse. Tuvo que sostenerse del tubo de metal a su costado, y cuando el rostro familiar se cruzó en su campo de visión, entrecerró los ojos para confirmar que no se tratara de un sueño, o en su defecto, de una pesadilla.
 
¿Qué hacía el gorila que se afeitaba el pecho en su fiesta?
 
—¿Luke?
 
—Invitaron a todo el muelle excepto a mi— le hizo ver el susodicho. 
 
Seth retrocedió un paso, presa del hormigueo que serpenteaba bajo su piel. Oh si, estaba en un tremendo lío. Y lo mejor de todo era que se lo había ganado esta vez.
 
—Marissa no está— argumentó, señalando a la multitud en derredor. —Pero le diré que te busque en cuanto la vea.
 
—Dejate de tonterías, payaso.
 
Cuando Luke lo levantó del cuello de la camisa para encararlo con enfado, Seth supo que no solo la había liado más, sino que, Ryan, como siempre, había tenido razón. 
 
Cómo se reiría el capitán avena cuando se lo dijera.
 
Fiesta a espaldas de los padres, igual a mala idea.
 
El primer puñetazo en la nariz, no lo sintió, pero los siguientes que vinieron en dirección a su rostro, si.
 
**
 
Ryan dejó de mirar a Theresa cuando el DJ pausó la música y el alboroto que se suscitaba en la playa se hizo evidente. Primero un coro de gritos enardecidos, luego el gentío congregado en círculo alrededor del toldo.
 
—Seth— fue la primera persona que le vino a la mente. 
 
Ni siquiera se despidió de Theresa. Saltó la barrera y corrió en dirección al gentío. 
 
Había sido una mala idea ausentarse tanto tiempo. Sin embargo no esperó que Theresa lo buscara para darle noticias sobre su hermano. Al parecer los problemas no dejaban de seguirlo a todas partes. 
 
Se abrió paso a codazos y su primer instinto fue el de dejarse ir a los golpes contra Luke, quién no dejaba de arremeter puñetazos en el rostro de Seth.
 
Primero lo derribó, después le dio un derechazo directo en la mandíbula. Al poco tiempo Luke se defendía también. 
 
Las cosas empeoraron cuando los amigos de Luke se unieron a la pelea.
 
En menos de diez minutos había terminado todo.
 
**
 
Las peleas clandestinas eran su fuerte. Las peleas cuatro contra uno, no.
 
Ryan detuvo su tambaleante andar para escupir sobre la arena, después se pasó el brazo de Seth sobre sus hombros y lo instó a seguir arrastrando los pies.
 
La sangre y los hematomas eran lo de menos. Sandy y Kirsten lo desterrarían permanentemente de su casa cuando vieran el estado de Seth. 
 
Casi le habían roto la nariz, tenía una herida en el pómulo y otra más profunda sobre la ceja derecha. Su ojo izquierdo también presentaba un enorme moretón y, por si fuera poco, se había lastimado el tobillo cuando, al percatarse de la pelea, intentó ayudarlo a sacarse a los amigos de Luke de encima. 
 
Ryan suspiró y trató de convencerse de que solo era otro día en la bella costa oeste de Newport. 
 
Curiosamente le sentaba peor el estado de Seth que cualquier otro asunto relacionado con la fiesta. No era la primera vez que algo similar les sucedía, pero si la primera en la que Seth había intentado unirse a la pelea. Generalmente era pacifista y procuraba mantenerse al margen.
 
—Lo lamento— carraspeó mientras se sentaba debajo del área destinada a los guardavidas. Seth se veía tan vulnerable que sentía que le sucedería algo peor si llegaba a dejarle sólo de nuevo.
 
—Leccion aprendida— dijo Seth, recargandose en su hombro. —No más fiestas hasta Naviukah.
 
De pronto, un celular comenzó a sonar. Ryan rebuscó en los bolsillos de los shorts de Seth y depositó el móvil en sus manos para que atendiera la llamada.
 
—Es Summer.
 
Seth, sin embargo, lanzó el teléfono a la arena.
 
—Siete horas tarde— lo oyó farfullar contra su hombro. 
 
Ryan se abstuvo de decirle acerca de lo infantil e inmadura de su conducta cuando Seth se apartó de él para recostarse sobre la arena.
 
—¿Sabes, viejo? Esto no es nada en comparación a cuando te fuiste de Newport. Creí que moriría en tu ausencia— se giró para quedar boca arriba y estiró los brazos y las piernas. —Y si me permites, haré ángeles de arena hasta que la marea me lleve o hasta vomitar. Lo que ocurra primero.
 
Era irónico la forma en la que Seth Cohen se tomaba las cosas más serias tan a la ligera. A Ryan no le sorprendía que su mejor amigo fuera incomprendido por los demás, lo que no terminaba de entender era la razón que tenía el hijo de los Cohen para aferrarse tanto a una persona. Desde siempre Ryan había sido hermético, solitario, poco dado a las muestras de afecto y más propenso a meterse en enredos de los que le gustaría.
 
Y aún con todo, Seth lo seguía a todas partes.
 
—¿Aún sigues molesto conmigo por haberme ido esa vez?— era tonto preguntar, pero ahora sabía que Seth quería que lo hiciera. Necesitaba el minimo pretexto para exteriorizar todas las quejas referentes a aquella ocasión.
 
Pronto Seth dejó de moverse. Parpadeó y tensó el rostro cuando un aguijonazo de dolor se hizo presente.
 
Ryan negó con la cabeza.
 
—Eres demasiado melodramático, Seth. No habrías muerto sin mi. 
 
El silencio se prolongó unos minutos. Ryan creyó que el tema quedaría finalmente en el olvido cuando Seth se dio vuelta para quedar apoyado sobre sus codos. Y pese al evidente estado de ebriedad, notó su expresión neutra. 
 
—¿Cómo lo sabes? 
 
Esta vez no había ninguna nota de comicidad en el tono.
 
Angustiarse o reflexionar en lo dicho, ahí radicaba el actual dilema de Ryan Atwood.
 
¿Qué tan dependiente podías ser a una persona?
 
Meditó en Marissa, en lo mucho que la quería, en lo poco que le importó hacerla a un lado cuando surgió el imprevisto con Theresa. Luego pensó en esta última, y la facilidad que tuvo para abandonarla una vez que ella se lo había pedido. 
 
De una u otra forma (e incluso sin preverlo de ese modo) siempre terminaba deslindandose de las personas que más le importaban. Nunca se cuestionaba razones, jamás ahondaba mucho al respecto. Si Marissa quería un tiempo, se lo daba. Si él quería alejarse, lo hacía. 
 
Pero...¿Y Seth Cohen?
 
¿Qué lugar ocupaba él en su vida?
 
Si había retornado a Newport, se debía principalmente a él. Cuando Sandy le había buscado para exponerle la situación, no pudo si no imaginar a Seth vagando en el océano sin ninguna compañía, sin nada más por realizar que surcar el mar a la deriva.
 
Lo imaginó sólo, y lo sintió pérdido en más de una forma.
 
Y sintió por primera vez un pesar tan grande, que se prometió a sí mismo no volver a alejarse de él, no de forma definitiva al menos.
 
—Nadie muere por la ausencia de otra persona en su vida— murmuró, tajante. Vio que Seth inclinaba los codos y ladeaba la cabeza sobre la arena para evitar todo contacto visual.
 

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