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DRAGONES por yukihime200

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Notas del capitulo:

Hola, holaaaa. 

¿Cómo les va? ^^

17. Ciudad de Bestias: Parte 2

 

Sus brazos estaban doloridos, puestos en un ángulo incómodo mientras colgaban desde el techo gracias al par de cadenas oxidadas que se apretaban en sus muñecas y ya las dejaban amoratadas.

 

La sangre ahora seca que había salido de la herida causada por el golpe en su nuca se sentía como una molesta costra que le incomodaba cuando trató de mover el cuello.

 

No podía ver nada, ¿tenía los ojos vendados? No, solo era que todo estaba oscuro.

 

Soltó un suspiro hastiado, sin perder la calma. No era la primera vez que pasaba por eso. Cerró los ojos un momento retrocediendo unos cuantos años, cuando tenía diecisiete.

 

***

 

Estaba parado entre todos esos sujetos con caras estiradas y trajes aburridos, como siempre. Ya llevaba cinco años haciendo lo mismo, tal vez no con las mismas personas, pero sí el mismo trabajo.

 

—Ya saben qué hacer. Quiero que me traigan a ese imbécil devuelta. Lo quiero vivo —su jefe estaba furioso, ladró la orden dando un golpe en la mesa haciendo que la copa de vino encima se diera vuelta.

 

Uno de los honorables trabajadores se había robado el botín de una misión. Casi mil dólares. No era mucho en realidad para el rubro en el que se desempeñaban, pero lo importante ahí era el hecho de que se había largado con algo que no le pertenecía a nadie más que el maldito jefe de mierda que se daba aires de grandeza. Por su culpa ahora tendría que pasar toda la noche sin dormir.

 

—¡Sí! —los veinte idiotas ahí estaban obligados a contestar así fuera con una sílaba. Era peor si callabas.

 

Se dividieron en grupos de cuatro y se repartieron en los lugares que el sujeto siempre frecuentaba. Buscaron en bares, callejones, algunos incluso ingresaban a las casas sin importarles si había gente dentro.

 

El grupo de Río lo encontró en una estación de buses de mala muerte, de esos que te dan la confianza en que tu destino sería directo al cielo. Qué bueno que en ese sitio solo estaba el tipo que repartía los boletos y el bus con cinco personas dentro a punto de partir.

 

Uno de sus compañeros puso su mano sobre el hombro del ladrón y lo apretó con fuerza tras su espalda. El pelinegro podía imaginar el sudor corriendo por su nuca y espalda.

 

Solo quería terminar eso rápido. Si lo iban a matar de todas formas era mejor que lo hicieran ahora. Río se lo quitó de las manos a su compañero y lo arrastró al callejón vacío detrás de la estación. La oscuridad de la noche le daba un buen toque tétrico.

 

Antes de que el otro pudiera siquiera replicar Río le rompió la nariz con un certero golpe. Y siguió, y siguió, y siguió. Hasta que el tipo que no tenía las agallas para nada más que robar le suplicaba entre gárgaras de sangre que por favor parara. Y Río se detuvo, cuando después de darle el último puñetazo le tomó la cabeza con ambas manos y dando un tirón hacia arriba y el lado con brusquedad le rompió el cuello.

 

Sus compañeros no intervinieron, sabían que cuando se le metía una idea en la cabeza a ese flacucho nadie podría sacársela y sería como un grano en el culo. Recogieron el cadáver del sujeto, la mochila deteriorada con todo el dineral dentro, y cogieron el brazo del menor, quien no se quejó.

 

Cuando llegaron ante su jefe tiraron el cuerpo frente a él y la mochila. Dejaron al muchacho solo frente al adulto y retrocedieron unos cuantos pasos antes de ponerse firmes.

 

—¿No te dije que lo quería vivo? —el hombre robusto tiró el humo del puro que estaba fumando en su cara. Repitió la pregunta ante la falta de reacción del niño— ¿No te dije que lo quería vivo?

 

—De todas formas iba a matarlo. Solo le adelanté el trabajo —los ojos aburridos del pelinegro lo enfadaron. No le gustaba que nadie desobedeciera sus órdenes. Exasperado se le acercó y presionó la punta encendida en la clavícula del joven, que hizo una leve mueca de dolor y su rostro volvió a ser imperturbable.

 

—Llévenlo al cuarto de castigo. Los jóvenes deben aprender a no desobedecer las órdenes que damos los mayores.

 

Entre los tres presentes de su grupo lo tomaron sin sentir resistencia de su parte, pero no podían confiarse, él era el mejor luchador que tenían pese a que era un flacucho desnutrido, nadie podía entender como era tan bueno.

 

Río por su parte sabía que era mejor no resistirse. El último que lo había hecho termino con una bala en el pecho antes de que pudiera girarse a dar batalla. No, gracias. Él podría resistir los golpes.

 

De un empujón terminó en el piso cuando entraron por la puerta metálica al cuarto de castigo. ¿Es que ese hombre tenía fetiches raros? Todo tipo de instrumentos de tortura se encontraban ahí, sobre la mesa había cuchillos de todos los tamaños y formas, sobresaliendo de las paredes un par de grilletes oxidados, látigos, manoplas*, y desde el techo colgaban muchas, pero muchas cadenas. Al menos el lugar estaba limpio, se tomaban esa tarea muy en serio.

 

Lo colgaron ahí del techo y le quitaron la camisa, como si fuera la canal de un bovino a punto de ser cortado pieza a pieza para ser vendido. Un suspiro resignado salió de sus labios en la habitación mal iluminada.

 

El jefe gordo entró por la puerta. En una broma ridícula dentro de su cabeza Río se preguntaba cómo era posible que cayera. Hizo una corta seña con dos dedos encorvados al aire para decirle al resto que se retiraran. El delgado chico no les tenía rencor, sabía que en su trabajo la compasión entre compañeros no existía.

 

El adulto se dirigió a la mesa, Río no lo estaba mirando, pero sabía que el sujeto tomaba cada instrumento entre sus dedos pensando cuál era la mejor opción para darle su merecido. Al final apareció en su rango de visión mientras se acomodaba una manopla de color oro en sus nudillos. El primer golpe fue directo a su abdomen. El dolor reptaba por todo su tronco, la grasa y músculo que deberían servirle un poco de amortiguación no eran parte de su cuerpo. El segundo fue a su rostro. El metal desgarró la primera capa de piel en su pómulo y parte de sus labios, hilos de sangre brotaron de inmediato. El resto de golpes fueron similares, siguiendo todos casi el mismo patrón, excepto uno.

 

Frustrado de que el jovenzuelo no gritara del dolor o le pidiera perdón por desobedecer lanzó con toda su fuerza un puñetazo a sus costillas, esas que él sabía bien que estaban sobresalidas por su desnutrición. El muchacho era ingenuo, se contentaba con el poco dinero que recibía, le servía para comer pero no le daría para nada más, tampoco lo exigía, sabía que si reclamaba sería eliminado y el problema se acabaría.

 

Cuando un notorio ‘crack’ resonó en la penumbra y escuchó de parte de su víctima algo similar a un ‘agh’ demostrando su dolor, se dio por satisfecho. Sin notarlo su objetivo había pasado de ser un mero castigo a escuchar gemidos de dolor. Una costilla rota, muchos hematomas, y pérdida de consciencia. Un balde con agua fría fue tirado sobre su cuerpo para mantenerlo despierto. Lo descolgaron, y luego se lo llevaron hasta la calle de atrás, donde fue arrojado.

 

Fue una suerte para el adolescente que no le quitaran toda la ropa. En un bolsillo interno de sus pantalones de tela había un fajo de billetes que obtuvo de la mochila de su antiguo compañero. Nadie lo notó, la ropa le quedaba tan grande en la zona de sus muslos que algo así con facilidad pasaba desapercibido.

 

Se apoyó de las paredes acortando camino por entre callejones, escondiéndose de la mirada curiosa de las personas. Su mano sobrante apretaba el lado izquierdo de su tórax, qué imagen más lamentable.

 

Llegó hasta la destartalada casa de Marie, quien lo recibió sorprendida junto a una pequeña Luna de siete años. La mujer lo arrastró hasta la cama, vigilando antes de cerrar la puerta que no existieran ojos curiosos. La visión ante ella era horrible, su dulce niño estaba lleno de moretones y sangre. Su rostro estaba hinchado, y de seguro tenía algo roto por la forma en como evitaba rozar sus costillas con la dura estructura de la cama.

 

Pero a pesar de todo Río sonrió triunfal. Retirando sus pantalones sin vergüenza frente a su familia dejó caer el fajo de billetes, no era mucho pero suficiente para un mes más o comprar muchos tarros de leche para la pequeña. Marie lloró frustrada bajo la cara de confusión y pánico de su hija. Se suponía que ella tenía que proveer, que ella debía darle los alimentos a sus niños. Pero ahí estaba, sin poder ser contratada en ningún lugar porque no tenía estudios y se veía como una mendiga.

 

Río colocó una mano huesuda sobre su cabeza y la acarició de manera gentil— Todo está bien, Marie. No te preocupes. Solo tengo que dormir un poco —. El pelinegro durmió tres días de corrido siendo alimentado por su madre entre la nebulosa de la inconsciencia.

 

*

 

La siguiente vez que quedó colgado del techo no fue porque mató a un colega. Esta vez fue por algo mucho menor, pero que para él tenía importancia.

 

Ese día habían salido a patrullar su territorio, ver que nadie causara problemas. Igual que la vez anterior, se habían dividido en grupos de cuatro. Marie y Luna venían por la acera de enfrente, la pequeña no lo vio, distraída con los escaparates de las tiendas, Marie hizo como que no lo reconoció, justo como él le indicaba cada día. Sería malo si los relacionaran de alguna manera.

 

Uno de sus acompañantes era un cerdo. Soltó algo similar a un ‘si le doy algo de dinero de seguro esa zorra me dejará disfrutarla’. Estaba mirando a Marie.

 

Lo siguiente que supo fue que ya estaba colgando en esas cadenas. Sus compañeros le dijeron que armó un escándalo de proporciones extraordinarias en medio de la calle golpeando al imbécil que osó decir algo sobre su señorita. No lo había matado, pero estuvo a punto.

 

Esta vez no fue una manopla, parece que el jefe quería poner en práctica otras técnicas. Agarró el látigo de cuero sobre la mesa, esperaba que solo lo usara para tortura, porque imaginarse a ese gordo en otro tipo de situación con el objeto en mano le causó repulsión. ‘Elimina esa imagen de inmediato, Río’.

 

El sujeto no se contuvo. Su carne se abría con cada latigazo que caía de casualidad en la misma zona de su espalda, los brazos también obtuvieron marcas. Qué bueno que esta vez no había robado nada para ocultarlo en sus pantalones, porque el látigo también había ido a parar ahí y rasgó algunos lados.

 

No se entretuvo en contar el tiempo de tortura. Al menos no le habían roto nada en esta oportunidad. Empezó a cerrar los ojos mientras sentía el cosquilleo producido por la piel ya entumecida, pero parecía que en ese mundo a nadie le gustaba verlo dormir en el trabajo. Un nuevo balde con agua le fue lanzado empapándolo hasta la ropa interior.

 

Dieciocho años tenía.

 

***

 

¿Cuánto tiempo había pasado? No podía percibirlo porque todo aún seguía oscuro. Trató de mover los brazos, que fracaso, seguía encadenado.

 

La pesada puerta de metal se abrió con un chirrido dejando pasar un poco de luz desde el otro lado. Desde esa distancia pudo notar a su captor, tal como lo describían en el dibujo, el artista era muy talentoso.

 

La criatura iba con el torso peludo al desnudo, las patas que lo mantenían en pie se encontraban en un ángulo extraño, al menos tenía un juego de pantaloncillos, no quería ver cosas raras.

 

—¿Ya despertaste? —el aliento fétido, típico de un animal con problemas dentales y mala alimentación, lo golpeó en el rostro haciendo que su nariz se retrajera en una expresión incómoda.  Sus orejas se movían por el sonido producido por las cadenas al moverse los brazos del muchacho.

 

Río lo miró aburrido. Solo era un tonto alfa de mierda. No le dolía nada, supuso que había sido llevado ahí con otros fines. El sujeto se paseaba de un lado a otro en la habitación, no tenía idea de qué hacer ahora, lo trajo en un acto impulsivo y ahora tendría que esperar nuevas órdenes.

 

El pelirrojo lo seguía con los ojos, un poco más y ya podría empezar a parecerse a esos relojes de gato que hacían la misma acción con el pasar de los segundos. ¿Cómo era que lo hacía Leon? Se preguntaba si él también podía hacerlo. Mientras el tiempo pasaba y las gotas de sudor bajaban de su frente producto del esfuerzo consiguió lo que tanto quería. Sus brazos comenzaron a brillar con unas imperceptibles escamas de color rojo dorado, igual que su cabello, y se endurecieron un poco. Aplicando fuerza unas cuantas veces logró desprender las cadenas bajo la estupefacta mirada del lobo y dejó salir un montón de feromonas intimidantes.

 

—Tú, tú eres un lambda. Nadie me lo dijo. ¡Nunca oí nada de esto! —su voz gruesa como un gruñido penetró en los oídos de Río irritándolo y causándole un leve dolor de cabeza. No quiso seguir escuchando las tonterías que salieran de su boca, solo lo eliminaría, esto acabaría y él podría regresar feliz a esconderse del invierno.

 

Con una mirada de desprecio observó al tipo que se retorcía en el suelo por sus feromonas, y se agachó hasta él sujetándolo con fuerza del cabello elevando su rostro.

 

Solo tenía que eliminarlo.

 

El primer golpe hizo a su hocico sangrar, el segundo le voló un diente canino, el tercero le voló el del otro lado. Y siguió, y siguió, y siguió. La imagen de ese lobo agonizante se superpuso con la de su antiguo compañero de los mil dólares. Una extraña euforia y satisfacción lo embargó, pero no dejó que su rostro lo exteriorizara.

 

No se dio cuenta. Leon y sus compañeros habían entrado dispuestos a luchar con lo que fuera, pero solo lo encontraron a él golpeando y golpeando. No escuchó el llamado de Louen, tampoco el de Zack, ni siquiera el de su alfa. Su mente aún seguía muy lejana perdida en ese callejón.

 

Puso ambas manos en su cráneo, el lobo no daba ninguna lucha pero había que asegurarse, el mejor enemigo era el que estaba muerto. Le dio un tirón hacia arriba, y antes de lograr romperle el cuello se vio detenido por un par de brazos y el exquisito olor a naranja. Leon lo miraba preocupado.

 

No quería que él viera ese lado tan horrible, y dejando caer al sujeto se dio la vuelta para fundirse en su cuerpo con un abrazo. El jefe Nova hizo un par de gestos con sus manos que el lambda no pudo notar y luego salieron ambos por la puerta.

 

La orden era clara, y los cuatro soldados se quedaron dentro de la habitación con miradas asesinas. Río les había hecho casi todo el trabajo, no tenían mucho con qué desquitarse. Con una fría mirada de odio y repulsión Louen levantó su pierna y la dejó caer con toda su fuerza y el peso de la gravedad en el cráneo del lobo inconsciente. Los huesos se rompieron enseguida y parte de masa encefálica se quedó atorada en las hendiduras de la suela de su zapato. La sangre venosa y arterial bañó el piso ensuciando todo a su paso, y un montón de huellas que se dirigían a la salida quedaron grabadas en el lugar.

Notas finales:

Gracias por leer.


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