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DRAGONES por yukihime200

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Notas del capitulo:

I´m back!!!!

¿Cómo están? Me extrañaron?

A partir de hoy se retoma la historia jajá, gracias a todas las personas que me tuvieron paciencia, las amo.

21. Maravilloso


Leon ordenó a todo el mundo que se mantuviera lejos de su habitación, aún si normalmente casi nadie la frecuentaba porque siempre habían temido acercarse. Solo su familia sabía lo que ocurría puertas adentro cuando en una ida rápida al comedor les comentó un resumen de lo que posiblemente ocurriría.


Dentro del dormitorio las feromonas de Río comenzaban a ser asfixiantes, y por momentos el dragón llegaba a perder la consciencia hasta que se notaba sobre la cama con el omega semidesnudo haciendo de las suyas a su cuerpo; no es que se quejara, pero prefería saber de qué maneras ensuciaba ese cuerpo.


Sería malo para ambos si las cosas continuaban de esa forma. Es por eso que cuando al fin existió en el menor un momento de lucidez el alfa aprovechó la oportunidad para expresar una de sus inquietudes.


—Río —el joven lo miró devuelta con sus ojos vidriosos y preocupado por todo lo que le estaba ocurriendo. No podía recordar la mayoría de los momentos en los días pasados y eso lo asustaba. Leon lo abrazó percibiendo su angustia—. Escucha, Río, no tenemos mucho tiempo —. Lo miró con atención escaneando que aún siguiera atento al medio, tomando su silencio como permiso para continuar—. Estás próximo a tu primer celo. Has tenido poco tiempo para adaptarte a este cuerpo y tu nuevo género, por lo que tus hormonas son un desastre y no puedes seguirles el ritmo.


—¿Me sucederá algo grave? —sus manos asieron con fuerza las ropas del alfa con tal magnitud que sus nudillos llegaron a quedar blancos. El joven Nova tomó con gentileza una de ellas entre sus dedos y comenzó a trazar círculos en el dorso para relajarlo.


—No. Pero lo más probable es que no estés consciente, igual o peor que en estos días —Río asintió entendiendo, pero no menos tenso—. Tienes que decírmelo, Río. ¿Quieres que pase tu celo contigo? —. El pelirrojo lo miró extraño, a punto de decirle que no necesitaba preguntárselo, pero el mayor puso su pulgar en sus labios sellándolos para poder explicarse—. Jamás te tomaría sin tu permiso. Debes decirlo. ¿Quieres que pase tu celo contigo? —. El menor no tenía que ni pensarlo, era al único a quien le permitiría tocar su cuerpo de todas las maneras existentes.


—Sí. Por favor, pasa mi celo conmigo. Lo dejo todo en tus manos, Leon —el dragón plantó un beso en su frente y acarició sus brazos con sus grandes manos entregándole el confort que necesitaba. Un instante después se levantó de la cama cuidando de no hacer un movimiento que pudiera alterar al otro, no podía saber cómo reaccionaría en estos momentos pese a que se veía lúcido.


—Quédate aquí. No salgas por ningún motivo —el alfa no tenía ni que decirlo, estaba claro que en esos momentos era similar a una bomba andante, muy parecido a lo sucedido con Lía tiempo atrás, pero era una suerte que sus feromonas no le gustaran a nadie más que a ese guapo hombre que ahora dejaba su lugar frío en la cama.


Río asintió en su dirección, y sintiéndose más tranquilo por esto Leon abandonó la habitación.


Caminó apresurado por los pasillos de la mansión, no tenía tiempo para perder en esos instantes. El viento frío le caló un poco cuando abrió las puertas de entrada, e importándole poco si las bajas temperaturas enfriaban su piel salió al floreado jardín en busca de lo que requería.


Para su buena suerte la lluvia ese día no hizo acto de presencia, por lo que se dispuso de manera diligente a explorar entre todas las plantas que adornaban el lugar. En realidad recordaba muy poco las indicaciones que alguna vez había escuchado de su madre en la infancia, pero le contentaba un poco el interés que le puso al tema cuando siguiendo las escazas instrucciones que memoraba le sirvieron para dar con lo que buscaba.


El tallo espinoso de la flor morada le pinchó un dedo sacando una diminuta gota roja de sangre cuando la arrancó, en un ineficaz intento de proteger su existencia. Pasando otro dedo por encima de su pequeña herida de una manera distraída el daño ya había desaparecido.


Algunos lo miraban extrañados cuando lo vieron pasearse en ropa de dormir y con flores en ambas manos, pero a él no podía importarle menos.


Volviendo a su habitación abrió la puerta intentando no hacer movimientos bruscos que molestaran al inestable omega dentro. Las feromonas eran pesadas y gemidos lastimeros resonaban desde una cama repleta de ropa con el olor del alfa. Leon miró enternecido el desordenado nido que su pareja armó en poco tiempo, y con cuidado se acercó hasta sentarse a los pies de la cama y dejar salir su aroma para que el otro lo notara.


De forma muy prolija el mayor comenzó a deshojar uno de los desafortunados cardos que trajo consigo, dirigiendo los pétalos a la boca del menor que se reusaba a comerlos como si fuera un pequeño niño.


—Vamos, Río. Tienes que comerlo —el cardo era una de las mejores plantas anticonceptivas que podían conseguir efectos en poco tiempo y no causaría un daño a posterior en su sistema. Era necesario que la comiera, puesto que estaba seguro que ninguno de los dos aún pensó en tener niños, y estando en celo la probabilidad de concepción era de un cien por ciento.


Viendo que el menor lo miraba en desconfianza también consumió un pétalo para darle seguridad, luego de tragarlo colocó otro entre sus labios y esperó paciente a que el muchacho se acercara.


Río se aproximó vacilante, y con su lengua recogió la hoja de flor que se le ofrecía. Una mueca de desagrado se mostró en su rostro al sentir su amargo sabor, pero aun así la tragó frente a la mirada satisfecha del Nova.


Sus brazos envolvieron con cariño al indefenso chico, y sin remover ninguna de las prendas que su omega había colocado en la cama se acomodaron juntos, esperando que las hormonas hicieran su efecto.


***


Las cosas comenzaron frenéticas. Cuando las feromonas de Río alcanzaron un punto extremo casi se desgarraron la ropa por el desespero, luchando ambos con sus personalidades dominantes para liderar la situación. Perdiendo en definitiva la consciencia por largos momentos.


Leon estaba cansado todo el tiempo cuando volvía en sí. No podía decir si era normal o no, dado que nunca había estado con un omega en celo, pero según lo recordaba de su hermana, este debería durar solo unos tres días. No podía entender cómo es que ya casi pasaba una semana y el organismo de Río parecía no querer tranquilizarse.


No es como si no pudieran estar separados, existían claros momentos en donde debían detenerse para ir al baño y comer, o donde el menor parecía estar consciente y se quejaba por los calambres de dolor que recorrían su cuerpo por la necesidad de ser tocado.


La situación no podía continuar de esa manera, los cardos en algún momento podrían fallar y las cosas se complicarían.


Solo había una manera de detener el celo en esos momentos. Algo que decidió hace un tiempo. Tuvo que haberlo consultado con Río antes, pero ahora no podía detenerse a pensarlo ni a esperar que el chico estuviese cuerdo para conversarlo.


Cuando comenzó lo que esperaba y fuese el último asalto Leon acercó su rostro al cuello de Río, olfateando el lugar y luego lamiendo con avidez esperó unos segundos escuchando el ronroneo de placer de su contraparte mientras era profanado, y jalando con delicadeza su cabello para ladear su rostro mordió con fuerza aquella curvatura donde se producía todo el olor.


Las sensaciones no se hicieron esperar, la salida de Río se contrajo atrapando dentro de él a su ahora oficial alfa causándole un leve dolor, y por fin todo el calor que le quemaba por dentro se detuvo de golpe. Los corazones de ambos comenzaron a latir de prisa en sincronía, sin poder explicar el poderoso sentimiento que se expandía dentro de sus pechos y reafirmaba la existencia del otro dentro suyo.


Todo era tan extraño, sublime, como si fueran uno solo pero a la vez sabían que cada uno era una existencia única. Podían sentir la vida del otro, la forma en como un lazo irrompible se creaba entre sus almas al que se aferrarían con dientes para no dejarlo ir nunca.


Y el pelirrojo no se quedó atrás. Con una gran desesperación jaló con brusquedad los negros cabellos del contrario y mordió su cuello hasta hacerlo sangrar, aún si sabía que esa acción no era necesaria viniendo de un omega hacia un alfa.


Una extraña felicidad y placer lo invadieron, y de alguna manera supo que no eran suyos, todo eso venía de Leon, quien demostraba la gran emoción que le causaba querer ser monopolizado por su pareja; y comprendió que la marca era un regalo maravilloso que compartirían hasta el fin de sus días.


Cuando los impulsos casi animales cesaron en su totalidad y Leon por fin se separó de su interior ambos cayeron agotados en la cama. No hicieron falta las palabras, de una rara manera se imaginaban todo lo que pasaba por la mente del otro, y le daban las gracias por eso al lazo.


Río se volvió la cuchara grande en el nuevo abrazo que formaron, lamiendo con cuidado la herida aún sangrante del mayor, y pensando de manera nada romántica que aquello era totalmente anti higiénico, pero como al ver que los alfas lo hacían esperaba que funcionara. Leon se dejó feliz mimar por esas atenciones proporcionadas, luego le tocaría a él.


El sueño los embargó poco después, por fin relajados sabiendo que todo había acabado, y cuando abrieron los ojos otra vez ya era un nuevo día.


Los golpes frenéticos en la puerta hicieron saltar al menor un poco de su lecho, pensando con pánico que algo malo pudo haber ocurrido mientras ellos hacían de las suyas. El sentimiento agobiante ajeno que percibió hizo a Leon despertar también buscando con desesperación a su omega para encontrarlo con su bata azul abriendo la puerta.


La cara llorosa y enrojecida de Lía les dio los buenos días, y se lanzó a los brazos de Río casi arrojándolo al suelo. Por fin el potente aroma que intoxicaba los pasillos de esa ala se detuvo por completo.


—¡¿Tienen idea de lo preocupados que estábamos?! —detrás de la escandalosa chica aparecieron Liam y Mihail algo avergonzados, no muy seguros de querer encontrar algo muy íntimo en esa habitación pero no tanto como para irse sin antes asegurarse de que ambos desaparecidos se encontraran bien.


—No hay nada de qué preocuparse, Lía —Río paseó con cariño una mano en la cabeza cobriza y desordenó los cabellos como acostumbraba a hacer con Luna.


—Estuvieron encerrados ocho días, claro que teníamos que preocuparnos. Lo único que me aseguraba que alguno no había perdido la cordura por las emociones fue que la bandeja de comida que traía a diario siempre estaba vacía cuando la venía a buscar.


—Pero ahora está todo bien, cariño —Liam se le acercó para levantarla y sacarla de manera disimulada de la habitación—. Ahora deberías ir a dormir tranquila.


La nueva pareja de enlazados observó con calma como los visitantes se marchaban y los hombres trataban de evitar mirar la marca recién formada en el pelirrojo. Río se encaminó otra vez a la cama para cobijarse junto al hombre de preciosos ojos verdes, esta vez siendo envuelto por el par de musculosos brazos.


—Así que ocho días —la risa avergonzada del lambda no se hizo esperar.


—Bueno, debo decir que tienes una resistencia monstruosa.


—Pues no veo que tengas alguna queja.


—Porque no la tengo —las piernas de ambos se entrelazaron bajo las sábanas mientras la sensación satisfecha se acrecentaba en ellos.


En esa nueva noche Leon soñó con su madre. Aquella hermosa mujer de cabellos de cobre y rostro risueño que lo consentía, educaba, y le demostraba todo el amor que sentía a cada segundo.


—¿Sabías que antes de que nosotros los dragones evolucionáramos éramos muy avariciosos? —le preguntó una vez cuando se sentaban en el jardín y ella peinaba sus cabellos—. Se decía que nos encantaba el oro. Ten cuidado, puede que caigas en su embrujo si bajas la guardia.


Leon sabía que aquello era solo un cuento para burlarse de él cuando ella quería jugar, pero ahora que miraba los ojos de Río no estaba tan seguro. Tal vez debió escucharla, porque ahora no creía ser capaz de levantar ese hechizo que cayó sobre él, nunca.


***


Fue extraño para los dos acostumbrarse a la constante presencia de su compañero a pesar de que no estuvieran juntos en todo momento. Cada cierto tiempo el omega podía sentir un creciente disgusto cuando realizaba alguna actividad, y después de unos minutos era capaz de comprender que este se debía a Leon y su muy probable gran montaña de papeleo –la cual nunca entendería de dónde aparecía–. El delta podía decir lo mismo. Era imposible no sentir la felicidad y la emoción de su compañero casi todo el día, de seguro en todo el tiempo que se pasaba entrenando o acompañando a su hermana.


Aprendieron que la sensación vibrante de vida de su compañero se potenciaba con la cercanía, y disminuía un poco con la lejanía, pero aún estaba ahí, constante, recordándoles que su otra mitad seguía ahí.


Viva


Todos los días de Río eran plenos desde entonces, hasta que la memoria comenzó a volver a él. Fogonazos de imágenes y sensaciones lo golpeaban durante las noches prendiendo su cuerpo, recordándole que muchas de las cosas que sucedieron entre esas sábanas de seguro serían imposibles para una persona normal, o al menos no la cantidad de veces que hicieron todos esos ejercicios.


La vergüenza crecía en él cuando Leon, en momentos de valentía indecorosa que comenzó a tener muy seguido, hacía propuestas indecentes para repetir alguna que otra pose, con detalles muy explícitos para su medio inocente mente. Como cuando le dijo que cerca del tercer día tuvo que amarrarlo a la cama con sus cuatro extremidades en el cabezal, porque tenía algunos movimientos bastante desvergonzados.


La pose era extraña, dejando expuesta su entrada de manera muy incómoda para él, mientras el alfa se relamía los labios y masturbaba su miembro observando como los fluidos naturales de un omega escurrían hacía atrás por la gravedad y la curva que formaba su espalda por el amarre. El dragón pasó sus brazos por el espacio que le dejaban sus brazos y piernas sujetadas para luego penetrarlo con fuerza y sacarle algo más que gemidos desesperados. A veces, entre todos los embistes que no cedían en poder, enderezaba su espalda separándose del raro intento de abrazo llegando más profundo, cosa que claramente disfrutaban mucho ambos. Otras se detenía de improviso, tomándose el tiempo para adorar sus largas piernas, posando sus labios en ciertas partes como ligeros toques de mariposa que solo enloquecían más su lado desesperado de omega sacándole lágrimas que para Leon solo embellecían su rostro. Una lástima que eso no lo recordara.


O como cuando en el quinto día lo empotró contra la ventana y ambos eran capaces de verse en el reflejo aunque los vidrios estuvieran empañados por el vaho y vapor  que producían sus cuerpos húmedos.


Esa vez lo hicieron todo el día de pie –según le contó el alfa–, el omega se había agachado primero frente a él mordiendo con delicadeza la piel delgada en su ingle, y luego brindándole servicios en los que no era bueno, sin saber en realidad como lamer o succionar, pero que de alguna forma encendían a su alfa cada vez más y jalaba sus cabellos para llevarlo más profundo. Sin poder aguantarlo tanto tiempo, Leon lo levantó de un brazo y lo empujó contra la ventana, la que soltó un sonido en protesta y fue un mudo testigo de aquella profanación placentera.


A veces lo nalgueaba, dejando esas dos redondas montañas carnosas tan rojas como se podía, otras jugaba con sus pezones, y desde atrás de su espalda lamía y mordía a sus anchas mientras seguía fundiéndose en él.


O que la mayoría del tiempo fuera Río quien lo montaba –eso sí podía creerlo, después de todo, ganas no le faltaban–, exigiéndole muchas veces a su alfa que lo anudara porque instintivamente quería crías.


También le dijo sobre los besos. Esos bien húmedos que se daban cuando lo hacían despacio, esos en los que mordían el labio ajeno o esos en los que querían tocarse pero se alejaban con rapidez en un intento de seducción que claramente funcionaba, y donde luego una traviesa lengua hacía de las suyas.


De vez en cuando cedía ante sus hormonas aún juveniles escuchando algo que le llamaba la atención –como cuando le dijo que lo había amordazado una vez que lo tenía de manos y rodillas debido a sus altos gritos–, y se descubría a si mismo queriendo eso y mordiendo otra vez el cuerpo del mayor, en impulsos de deseo que no hacían nada más que aumentar cuando veía al otro totalmente entregado a todas las fechorías que quisiera hacerle.


Sí. Sin duda todo era maravilloso.

Notas finales:

Gracias por leer! <3


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