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Resiliencia por AniBecker

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Notas del capitulo:

- Es un one-shot larguito. 

- Contiene mpreg. 

- Es un Kagami x Aomine. 

- Los personajes no me pertenecen, sólo les creo historias locas que pasan por mi macabra mente. 

Se consideraba una persona tranquila, solitaria y despreocupada, pero ya se estaba empezando a cansar de miradas indiscretas o cuchicheos a su paso.

Chistó molesto y salió en cuanto dieron por finalizadas las clases, seguido nuevamente por su compañera y amiga de la infancia.

 

—Dai-chan, te estoy hablando —dijo molesta—, quería decirte que si vas a pasar la Navidad con mi familia, mi mamá me dijo para que te preguntara qué te apetecía.

 

—No voy a ir, Satsuki, discúlpame con tu madre.

 

—¿Por qué? Si siempre vienes a casa. ¿Todo bien?

 

—Todo bien, Satsuki, sólo este año no iré. Dijiste que este año irían de visita a casa de unos parientes y no quiero estar allí. Pero dile a tu madre que le felicitaré la Navidad, que no me olvidé de ella —le sonrió.

 

—Pero tú eres de la familia, Dai-chan, no hay problema —siguió caminando a su lado—. ¿Es que vas a pasar la Navidad aquí sólo en los dormitorios del instituto?

 

—No lo veo tan malo —se encogió de hombros—. Mira, para que te quedes más tranquila, te llamo el veinticinco para felicitarte a ti y a tu madre, ¿vale?

 

—¿Y la Nochebuena? ¿Es que también vas a pasarla aquí solo?

 

—Te digo que no es tan mal plan. Si sabes que no soy mucho de celebrar estas cosas. Además, saldré tarde del trabajo, no llegaré ni para la cena —se acercó a ella y le dio un abrazo que la fémina no aceptó muy convincente—. Como hoy es el último día de clases, Feliz Navidad.

 

—No me gusta la idea de que no pases las Navidades conmigo… —suspiró—. Feliz Navidad, Dai-chan.

 

—Hey, no pongas esa cara, no es el fin del mundo. Te veo al regreso de clases. Anda, vete ya, que perderás el tren de regreso.

 

Se despidió de su amiga y fue hasta el edificio donde se encontraban los dormitorios de la Academia Too.

Entró a su habitación, encontrándose con el compañero que la compartía haciendo su maleta. Lo saludó y, soltando de forma descuidada su mochila, se dejó caer sobre su cama, mientras sacaba del cajón de su mesilla un paquete de galletitas que tenía abierto.

 

—¿Regresas a casa? —preguntó a su compañero de habitación y de equipo—. ¿De dónde eras, Ryo?

 

—Soy de Hokkaido, por eso es que me quedo en los dormitorios de la academia. Y la verdad que tenía ganas de regresar a casa después de varios meses —sonrió, emocionado por volver a ver a su familia—. ¿Tú eres de aquí, Aomine-san?

 

—Lo soy.

 

—¿Y no preparas tus cosas?

 

—Ahora las prepararé, no tengo prisa —el escolta terminó, y se dispuso a regresar a casa con rapidez, deseándose Feliz Navidad antes de despedirse.

 

Una vez solo, sacó del bolsillo su teléfono y empezó a teclear. Al obtener una respuesta que no se esperaba, tiró furioso el aparato sobre la cama, que rebotó y cayó al suelo.

 

—¿Qué mierda? —miró el paquete de galletitas y lo tiró también al suelo—. Están asquerosas, joder —fue con rapidez al baño debido a que sintió ganas de vomitar.

 

Se refrescó y miró al espejo mientras maldecía por la fecha de caducidad de dichas galletitas, que le hicieron sentir mal.

Sus maldiciones fueron interrumpidas por unos toquecitos en la puerta.

 

—¿Es que se te olvidó algo, Ryo? Al final pierdes el tren —dijo pensando que se trataba de su compañero, pero se sorprendió de ver allí a la directora de la Academia.

 

—Aomine-kun, ¿podemos hablar un momento en mi despacho? —asintió sin responderle, y la siguió hasta su despacho, donde la mujer le pidió que tomara asiento—. Verás, Aomine-kun, siento tener que decirte esto, pero debes abandonar el centro.

 

—¿Qué? ¿Por qué? Si ya hablé con usted y me dio permiso de quedarme aquí en los dormitorios en las vacaciones de Navidad —se levantó de golpe.

 

—Siéntate, por favor —pidió nuevamente—. No me refiero a estas vacaciones, sino definitivamente.

 

—¿Es que estoy expulsado? ¡Si no hice nada! No me metí en peleas, asisto a todos los entrenamientos y partidos y vale, mis notas no son espléndidas, pero no suspendo ninguna asignatura. Estoy cumpliendo con todos los requisitos de la beca deportiva. ¿Por qué me expulsa del centro?

 

La directora puso sobre la mesa un sobre amarillo, antes de responder —La semana pasada se os realizó al equipo de básket unas pruebas médicas, y en tus análisis hemos encontrado unos parámetros alterados —dijo con seriedad, juntando ambas manos sobre su mentón.

 

—Eso es imposible, yo no me meto nada raro como para que salgan alterados —se defendió.

 

—No me estoy refiriendo a drogas o dopaje —cerró sus ojos, para tratar de buscar la mayor delicadeza posible para continuar hablando—. Aomine-kun, estás embarazado —el moreno dejó de quejarse, abriendo con demasía sorpresa los ojos—, y como comprenderás, así no puedes jugar, por lo que la beca deportiva se te retira. Y, como se te costeaban los gastos de la institución con dicha beca, al ser retirada, debes abandonar el centro.

 

—Pe...pero estamos casi para finalizar el curso. Al menos permítame terminar este año, por favor.

—Lo siento, Aomine-kun, son las reglas del centro. Créeme que me duele más a mí que a ti tener que decirte esto, y más en las fechas en las que estamos.

 

—Lo dudo mucho, porque justamente me está echando a la calle sabiendo que no tengo a dónde ir y siendo Navidad —respondió furioso, golpeando el robusto escritorio—. No se preocupe, ahora mismo me voy de aquí, así que no hace falta que me eche a la fuerza —salió del despacho dando un portazo.

 

Fue hasta la que hace unos minutos seguía siendo su habitación y recogió y metió de mala gana sus pocas pertenencias en una bolsa deportiva.

 

Salió de la Academia sin siquiera girarse a observarla por última vez. Realizó varias llamadas, pero todas iban a parar al buzón de voz, así que caminó hasta el distrito vecino, llegando hasta una casa de dos plantas.

 

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —chistó molesto. Sabía que no iba a ser bien recibido, pero tenía que intentarlo—. Te he dicho que no iba a poder pasar la Navidad contigo, y me da igual lo que quieras amenazarme, debo pasarla con mi mujer, y ahora márchate antes de que te encuentre aquí.

 

—No me pienso ir hasta que me escuches —sentenció—. Me importa una mierda la Navidad, y que estés con tu estúpida mujer, pero me tienes que ayudar —el hombre frente a él se cruzó de brazos, esperando impaciente que el adolescente hablara de una vez—. Estoy embarazado.

 

—¿Qué estupidez estás diciendo?

 

—No es ninguna estupidez. La directora me lo acaba de decir y me ha retirado la beca deportiva y me ha echado del instituto. Tienes que ayudarme, no tengo donde quedarme.

 

—No le habrás contado lo nuestro, ¿verdad? —preguntó, tomándolo de los hombros y zarandeándolo un poco.

 

—¿Eso es lo único que te preocupa, no perder tu prestigio ni trabajo? —le empujó, molesto—. ¡Que esté en la puta calle ahora también es culpa tuya!

 

—¿Y qué quieres que haga? ¿Qué es lo que quieres, que juguemos a la familia feliz?

 

—¿Acaso crees que quiero jugar a la familia feliz o qué? Lo que quiero es que me ayudes a que no me echen.

 

—Yo no puedo hacer nada, tienes una beca deportiva, y si no puedes cumplir con los requisitos te la retiran.

 

—¿Y lo dices así tan tranquilo? ¡Joder, que esto también es cosa tuya, tú eres el que me has preñado! —gritó iracundo.

 

—Cállate y deja de montar un numerito. Si lo que quieres es que te readmitan, tan simple como abortar —le calló la boca con ambas manos y alejó de la puerta de su casa y de miradas indiscretas.

 

—Es ilegal.

 

—Toma —sacó su billetera y le entregó un fajo de billetes—. No sé cuánto valga esa cosa, pero seguro que con esto te bastará para librarte de esa carga. Por tu bien, y por el mío, a ninguno de los dos nos conviene que todo esto se sepa, ¿no?

 

—¿Que todo esto se sepa? Si ya se sabe, por eso mismo me han expulsado. Lo que quieres es taparte el culo y que nadie se entere de que te acostabas con un alumno.

 

—En ningún momento te he obligado. Si te has acostado conmigo, es porque tú también querías. Así que deja de ir de víctima. Y toma ya, se me está acabando la paciencia —insistió en entregarle los billetes, que de un manotazo fueron tirados al suelo.

 

—Métete tu puto dinero por dónde te quepa. Ya veo que esa es tu forma de querer ayudarme. Pues vete a la mierda —volvió a empujarlo y se alejó—. Ah, y tranquilo, no se va a enterar ni tu mujercita, ni en el instituto de que te acostabas conmigo. Lo último que quiero, es ir presumiendo de que se sepa que he estado con un puto cobarde como tú.

 

—Deja de hacerte el digno, no tienes dónde ir, ¿qué vas a pasar la noche en la calle? —Aomine se giró molesto.

 

—Ese es mi puto problema —sin más, se alejó, sin un rumbo fijo.

 

No sabía dónde ir, oficialmente se encontraba en la calle. El único lugar que se le ocurría ir era el orfanato dónde estuvo hasta hacía un año.

Aunque no las tenía todas consigo, y así fue. Él ya tenía dieciocho años y no tenían por qué admitirlo, y menos con la carga que llevaba.

 

Se quedó huérfano con 13 años, y fue a parar a un orfanato, donde estuvo hasta que cumplió los 16. Durante los últimos tres años, estuvo becado en Teiko con una beca deportiva, exactamente igual a la que acababa de perder justamente ese mismo día.

 

Tenía un trabajo de medio tiempo en una tienda de 24 horas para poder tener al menos algo de dinero y poder comprar comida y ropa, pero no tenía el suficiente para alquilar al menos una habitación.

Bueno, podría alquilarla, pero entonces perdería lo que tenía ahorrado, y ahora, lo necesitaba más que nunca, tanto si decidía deshacerse del bebé o tenerlo.

 

Con toda la vergüenza del mundo de irrumpir en el viaje a casa de sus familiares, fue hasta la casa de Satsuki, pero, desde la esquina de la calle, podía ver la cara de felicidad de su amiga subiéndose al auto junto a sus padres. No podía fastidiar los planes de esa familia de esa forma, porque sabía que, como mejor amiga, le iba a importar bien poco la salida a casa de sus familiares y se quedaría con él, al igual que si se lo decía a los antiguos miembros de la Kiseki estarían ahí para él, pero tampoco quería meterlos en problemas, en sus propios problemas, en los que se había metido él solito y debía solucionar.

 

Mejor era tratar de pensar en dónde pasar al menos, esa noche.

 

Perfecto, iba a pasar no sólo la Nochebuena solo, que eso no le importaba porque iba a pasarla igualmente solo, pero lo que sí le jodía, era que la iba a pasar en mitad de la calle.

 

Se abrochó el abrigo y, después de frotarse las manos, las metió en los bolsillos. Se estaba echando la noche y se presentaba muy fría, tanto que no le extrañaría que nevara.

 

Caminó sin rumbo fijo, sin prestar mucha atención en la gente que aún había a esas horas en las calles. Algunas apurando y realizando compras hasta el último momento, otras regresaban a sus casas de trabajar o iban a pasar la cena en familia.

 

La única solución que se le ocurría, era ir a algún albergue para personas sin hogar, quizá le dieran una ayudita para pasar al menos esa noche.

 

Llegó hasta uno, donde había varias personas tomando cajas con mantas y comida y metiéndolas dentro. Se acercó a una mujer que aparentaba los cincuenta y algo años.

 

—Uh… perdone, yo… —no sabía por dónde empezar. La mujer lo miró de arriba abajo, mientras supervisaba unas cajas y apuntaba algo en una carpeta—. Quería preguntarle si…

 

—Si vienes pidiendo trabajar aquí de voluntariado, lo siento, ahora mismo no está el encargado. Si quieres pasarte mejor a partir del lunes.

 

—No, yo… vengo por el voluntariado. Quería preguntarle si podría pasar aquí la noche —dijo con algo de vergüenza. La fémina lo observó atentamente, alzando una de sus cejas.

 

—¿Cuántos años tienes?

 

—Dieciocho, por lo que tengo la mayoría de edad.  

 

—Tienes mayoría de edad para unas cosas, pero para el Estado sigues siendo menor, ya que no tienes aún los veintiuno.  

 

—Eso lo sé de sobra, pero ¿puedo quedarme o no?

 

—Mira, no es un lugar para que un adolescente pase la navidad, ¿sí? —a la mujer le llamó otra, por lo que dejó de prestarle atención—. No podemos aceptar a menores de edad sin familiares, por mucho que tengas dieciocho, nos podríamos meter en buenos problemas con la policía. Busca un orfanato o algo, en serio.

 

Ese no era un lugar para que un adolescente pasase la navidad, pero, ¿la calle era mejor lugar que ese? ¿Un orfanato? Justo venía de ahí, no le permitían quedarse tampoco, justo tenía la edad para que servicios sociales se desentendieran de él, pero demasiado pequeño para que no le admitieran en otros lugares.

 

Simplemente, perfecto.

 

Por lo pronto, debía al menos comprarse algo de cenar en la tienda más cercana.

Se compró un zumo, una caja de leche, algunas bolas de arroz y unos bollos. Y de paso, un paquete de galletitas, no sabía qué le había entrado que sólo quería comer galletitas.

 

Iba tan absorto comiéndose sus preciadas galletitas, que no volvió a la realidad hasta que sintió un tirón que casi lo tira al suelo.

 

—¡Hijo de puta! —salió detrás de quién le había arrebatado la maleta, pero paró sin poder atraparlo porque sintió un dolor en su vientre—. Arg… joder.

 

Perfecto, doblemente perfecto. Ya no sólo se encontraba sin saber dónde ir, sino que también, acababa de quedarse sin sus pocas pertenencias, su móvil y el resto de comida que había comprado.

Y, además, el maldito dolor que había empezado a sentir, no disminuía.

A paso lento, llegó hasta una cancha de básquet callejero, apoyándose en la canasta y dejándose caer lentamente hasta sentarse en el suelo.

Esperaría a que se le pasara un poco el dolor antes de pensar qué hacer con su vida.

 

.

.

.

 

—¡Que sí, que sí, que me parece perfecto! Pero al menos me podrías haber avisado —gritó, iracundo. Estaban entrándole ganas de estrellar el móvil como siguiera escuchando las excusas despreocupadas de su padre—. Cuando me dijiste que nos veníamos a Japón, me dejaste tirado a última hora, y ahora, me vuelves a dejar tirado sin siquiera avisarme, ¡Joder, que te estuve esperando toda la noche como estúpido! ¿Que te entienda? ¿Y tú me entiendes a mí? Que sí, papá, que Feliz Navidad, adiós.

 

Se lo pensó dos veces antes de tirar su teléfono al suelo, así que decidió desquitar su ira jugando al básquet. Sería una buena forma de pasar la Navidad total, la noche anterior se suponía que iba a pasarla con su padre y no se tomó la molestia de avisarle con tiempo de que no viajaría a Japón para estar con él.

La cara de estúpido que se le quedó, con lo ilusionado que estaba de volver a ver a su padre y pasar la Nochebuena con él, y se quedó tragándose sus emociones, tirando a la basura la exquisita cena que preparó, y estrujándosele el corazón por tal abandono.

 

Cuando llegó a la cancha de básquet callejero, se percató que alguien se encontraba sentado junto al pie de una de las canastas.

Primero pensó que se trataba de algún drogadicto que estaba en uno de esos viajes causados por los efectos de alguna droga, por lo que pensó en dejarlo ahí e irse a otra cancha, aunque también cayó en que, si estaba herido o con sobredosis, necesitaría ayuda médica.

Por no decir que esa noche había nevado un poco, esa persona se encontraría mal.

 

Se acercó a él, percatándose no sólo que se trataba de un joven de su edad, sino que era el mismísimo Aomine.

 

—Hey Aomine, ¡hey! ¿Qué te pasa? Vamos, despierta —le dio unos pequeños golpecitos en el rostro para conseguir que despertara, aunque sin éxito. Estaba helado y pálido. Lo reconoció por encima, percatándose que traía la ropa manchada de sangre—. ¡Joder, Aomine! Resiste, ¿vale? Te pondrás bien —sacó su móvil y llamó a una ambulancia, agradeciendo que en su ataque de ira no lo hubiera estrellado.

 

.

 

Estaba angustiado en la sala de espera, no sabía qué era lo que le estaba pasando a Aomine, ni por qué se encontraba justamente herido en aquella cancha de básquet.

 

Después de tanto esperar con muchos nervios, se levantó con rapidez en cuanto vio a la doctora que había atendido al moreno.

 

—Aomine, ¿cómo está?

 

—Tu amigo entró con un cuadro de hipotermia, desnutrición e hipoglucemia, por lo que tuvo un aviso de aborto. Se va a quedar el resto del día y esta noche en observación.

 

—¿Aviso de aborto? ¿Está embarazado?

 

—De siete semanas. Pero no te preocupes, ambos se encuentran estables —puso una mano sobre el hombro del pelirrojo—. Tu amigo es menor, necesitamos los datos para comunicarnos con su familia, no traía documentación.

 

—No sé nada de su familia, no los conozco. Cuando lo encontré no traía nada más. Sólo puedo decirle dónde estudia, aunque ahora mismo, dudo mucho que alguien le atienda allí. ¿Puedo pasar a verle?

 

—Claro, puedes pasar. Podrías preguntarle tú sobre sus datos personales.

 

—Sí, claro —le sonrió, para después pasar a la habitación—. Hey, ¿qué tal estás?

 

—Pues he estado mejor, la verdad. Gracias por traerme. Puedes irte ya, es Navidad y te estarán esperando en casa.

 

—No tengo prisa, no te preocupes. ¿Te han dicho lo que te ha pasado? —el de cabellos azulados asintió, cerrando los ojos—. ¿Es que te pusiste a jugar estando embarazado?

 

—No estaba jugando.

 

—¿Y entonces qué hacías ahí si no es para jugar básquet? Joder, y en tu estado, podrían haber sido peores las consecuencias —quiso sonar suave, pero terminó regañándolo.

 

—¿Y dónde querías que estuviera si no tengo a dónde ir? —gritó, molesto.

 

—¿Qué quieres decir?

 

—Nada, ¿puedes dejarme solo? —dijo rectificando que estaba hablando de más sólo porque el otro lo había provocado.

 

—No, dime qué has querido decir —insistió.

 

—Que te vayas, Kagami, joder, vete. Y ni se te ocurra llamar a Satsuki, o a Tetsu. No quiero que llames a nadie. Te agradezco que me hayas traído aquí, pero por favor, mantente al margen, te lo suplico.

 

—Por el momento no insisto, no quiero que te sientas mal por mi culpa, pero quiero que sepas que sea lo que sea, puedes confiar en mí. Me alegro de que estés bien. Feliz Navidad.

 

—Feliz… Navidad… —susurró, girándose en la cama. Kagami lo había ayudado y él lo había prácticamente echado. Mirándolo por el único lado bueno, al menos tenía un techo donde pasar la noche, ya que la anterior tuvo que pasarla a la interperie.

 

.

 

—No podemos darte el alta hasta que no nos des los datos de tus padres para contactarles, eres menor de edad.

 

—Ya les he dicho mi nombre completo, y repito que no tengo padres.

 

—Pues de tu tutor legal. Mira, aun eres un crío y además embarazado. ¿Estuviste secuestrado? ¿Te violaron? ¿Te tienen amenazado?

 

—¿Qué? Por supuesto que no, ya les conté, y por mi edad servicios sociales no se van a hacer cargo de mí, así que no puede retenerme en contra de mi voluntad —la doctora no insistió, y salió molesta de la habitación para traerle el alta médica. En la puerta, oyó que hablaba con alguien, y después tocaron a su puerta.

 

—Hey, Aomine —apareció Kagami—. ¿Qué tal te encuentras?

 

—¿Qué estás haciendo tú aquí?

 

—Pues vine para recogerte, la doctora dijo que hoy te daban el alta.

 

—¿Y para qué viniste a recogerme?

 

—Por favor, Aomine, es todo muy extraño, te encuentro malherido, con signos de haber pasado la noche en ese lugar, y sin documentación. ¿Qué está pasando contigo?

 

—No está pasando nada conmigo.

 

—Algo pasa, y me gustaría poder ayudarte.

 

—No necesito que me ayudes, de verdad.

 

—Del básquet serás un puto genio, pero mintiendo eres penoso —bromeó—. ¿Vienes a mi casa por tu propia voluntad o debo secuestrarte?

 

—A tu casa, ¿para qué?

 

—A la vista está que no tienes a dónde ir, y no quieres que llame a Momoi o Kuroko, así que te vienes conmigo.  

 

—Aquí tienes el alta —entró nuevamente la doctora, con su ceño fruncido—. Procura no hacer esfuerzos innecesarios, debes guardar reposo absoluto durante unas semanas, e ir con tu obstetra, quién te dará unas pautas nutricionales para el correcto desarrollo del bebé —antes de que el moreno tomara el alta, la fémina la retiró la hoja—. Te doy el alta porque no puedo retenerte en contra de tu voluntad, pero no me hace ninguna gracia. Eres apenas un crío, que tendrá otro crío. Quiero que sepas que no es un juego, si tan seguro estás de tenerlo, debes buscarte un porvenir, y seguir a rajatabla todas las indicaciones.

 

—Ya sé que no es un juego, y no estoy jugando. Tengo muy claro todo.

 

—Está bien. Toma esto también —le extendió un folleto—, se trata de una asociación de madres solteras, podrían ayudarte con cualquier cosa. Cuídate —suspiró, antes de abandonar la habitación.

 

—En serio, gracias.

 

—No se preocupe doctora, yo me encargo de que cumpla con todo y no haga ninguna locura —dijo Kagami—. Se quedará bajo mi supervisión —los ojos castaños de la doctora se posaron en el pelirrojo.

 

—Tú también eres un simple mocoso.

 

—Pero vivirá conmigo, soy mucho más responsable que él.

 

—No puedo retenerlos, ni evitarlo, así que sólo espero que sepan dónde se adentran. No dejes de ir a esa asociación —repitió.

 

—Bien, vamos.

 

No le dio tiempo a rechistar ni oponerse, porque Kagami lo tomó del brazo, le entregó un casco y lo hizo montarse en su motocicleta.

 

—A ver, Kagami, ¿para qué quieres que venga a tu casa? —preguntó, entrando a la fuerza en casa del nombrado.

 

—Joder Aomine, somos amigos y quiero ayudarte.

 

—Kagami créeme, no necesito ayuda.

 

—Sí, ya, y por eso te encontré tirado en la calle. ¿O me vas a decir que no es así?

 

—Vale que sí, estaba en la calle —Taiga fue y le sirvió algo de beber y de comer, cosa que no rechazó en absoluto—. Pero eso es porque me pilló desprevenido, hoy me buscaré algo.

 

—Sí, algo. ¿Te echaron de la casa tus padres por el embarazo? —la cara del moreno cambió completamente.

 

—No, mis padres murieron cuando yo tenía doce años. Fui a parar a un orfanato y después recibí becas deportivas todo este tiempo, tanto en Teiko como ahora en Too, pero ayer se enteraron del embarazo, me retiraron la beca y me echaron.

 

—Y… ¿de quién te embarazaste?  

 

—Eso es algo que no te importa. Sucedió y ya.  

 

—Vale, vale, demasiado pronto para que me tengas la confianza para decirme eso. ¿Y qué piensas hacer?

 

—Si lo supiera, no habría estado anoche en la calle. Tengo un trabajo de medio tiempo, así que trataré de ahorrar un poco y buscarme algún apartamento barato.

 

—¿Y las clases?

 

—Pues me han expulsado, así que no puedo hacer nada.

 

—No me parece justo —comentó Kagami—, ¿por qué no intentas que te readmitan? Al menos hasta que termine el curso, no se notaría aún el embarazo y al menos terminarías el año.

 

—Tenía una beca deportiva, si no puedo cumplir con los requisitos, que es jugar, pues se me es retirada. Con ella, tenía cubiertos los pagos de la escuela, al no tenerla y no poderlos pagar, es obvio de que me expulsen.

 

—Pero ya no habrá más torneos en los que necesiten que juegues, podrían ser considerados, es tu último año joder, por unos putos meses, ¿te dejan sin poder titular? ¡Es una puta injusticia! —exclamó molesto el pelirrojo.

 

Aomine no dijo nada, porque en el fondo, sabía que Kagami tenía razón.

 

—Las reglas son las reglas, no hay remedio. La culpa fue mía, debí ser más cuidadoso —suspiró. Una vez terminó la comida que el diez de Seirin le preparó, se levantó y llevó los platos a la cocina—. Bueno… gracias por haberme ayudado, debería irme para buscarme algo, antes de que se pase el día.

 

—Oye… ¿qué te parece quedarte en mi casa hasta que encuentres algo? —los orbes azules se fijaron con asombro sobre los rubíes—. No me mires así, somos amigos, ¿no? Y no me vengas con la tontería de no quiero dar pena, porque no es así. Si pidieras ayuda a Momoi, Kuroko y los demás de la Kiseki te ayudarían sin pensarlo, porque son tus amigos, y los amigos están para ayudarse en lo bueno y en lo malo.

 

Aomine lo meditó por unos instantes. Era verdad que no tenía a dónde ir, y que aún no tenía ahorrado lo suficiente para alquilarse alguna habitación, qué iba, ¿a volver a la calle otra vez?

 

—Te acepto la ayuda por el momento, sólo porque no tengo nada aún, pero en cuanto ahorre un poco y pueda encontrar algo, me marcho.

 

—Por mí no hay problema —se encogió de hombros.

 

—Y con la condición de que compartamos gastos, aquí no estaría de prestado —sentenció Aomine.

 

—Si así te sientes más cómodo, como prefieras —sonrió—. Tengo una habitación de invitados, así que podemos hacer de cuentas que compartimos piso. Ven, que te lo muestro.

 

Ambos se levantaron y le guio hasta dicha habitación. Tenía una cómoda, un espejo de cuerpo entero en la pared, una estantería con apenas unos cuantos libros y una cama individual con su mesita de noche.

Le entregó unas mantas, sábanas y toallas, le mostró también dónde estaba el baño y el cuarto de la colada.

 

—Perdona, tiene pocas cosas y es muy pequeño —se disculpó.

 

—Tranquilo, para mí está perfecto. Gracias.

 

—Por cierto, ¿no deberías avisar a Momoi? Lo digo porque cuando regrese a clases y no te vea… además se preocupará por ti.

 

—Sí… me habrá estado llamando desde ayer y estará preocupada porque no le respondí —suspiró—. Me quedé sin batería, y después me robaron mi bolsa donde llevaba mis cosas.

 

—Si quieres te presto mi teléfono —lo sacó del bolsillo para entregárselo—, lo que pasa que no tengo registrado su número, como no te lo sepas tú de memoria, tendríamos que pedírselo a Kuroko.

 

—Sí me lo sé de memoria. Gracias.

 

La llamada no duró muchos minutos porque la fémina, que estaba preocupada por él, le pidió mil y una explicaciones, por lo que el moreno quedó con ella mejor para contarle de primera mano lo sucedido.

Eso era lo que temía que hiciera su amiga; cancelar justo como había hecho ahora, las vacaciones navideñas en casa de sus familiares. Pero Momoi insistió a como diera lugar de verlo.

 

Iba a quedar en un parque cercano al apartamento del pelirrojo, pero éste le recalcó que debía aún guardar reposo y que invitara a la chica a la casa.

 

.

.

 

Cerca de media hora es que la fémina estuvo abrazada a su cuello mientras lloraba sin parar.

 

—Ya, Satsuki, deja de llorar, por favor. ¿Por qué es que estás llorando?

 

—Tuviste que pasar todo eso solo, y encima yo pensando que me mentiste y que preferiste no venir a mi casa y tú en cambio… —se separó del moreno mientras trataba de controlar su llanto, en vano—. ¡Soy una pésima amiga!

 

—¿Pésima amiga? Satsuki, ni se te ocurra decir eso, ni que tuvieras la culpa. Ya está, ya pasó y estoy bien, ¿no? Perdona por no llamarte antes, pero perdí mi teléfono junto a mis cosas.

 

—¿Por qué no me llamaste ese día? ¡Sabes de sobra que te hubiera ayudado!

 

—Lo sé, y por eso mismo no quise. No me malinterpretes, pero sabes que no quiero ser una carga para nadie, y esto es algo de lo que yo tengo que hacerme cargo.

 

—Pero Dai-chan, los amigos están para ayudarse, y yo lo haría porque te quiero, eres mi mejor amigo —volvió a abrazarlo—. Debemos averiguar cuanto antes esto, Dai-chan. ¿Qué es lo que piensas hacer?

 

—De momento, Kagami me ha ofrecido quedarme aquí en su casa en lo que ahorro un poco y me busco una habitación.

 

—Está bien con eso, pero también deberíamos solucionar lo de la escuela. Faltan pocos meses para que finalice, deberían dejarte al menos terminar. ¿Quieres que vayamos a hablar con la directora?

 

—Me han expulsado por una causa justificada; no puedo cumplir con la beca deportiva, no le des más vueltas.

 

—Pero… tampoco es justo, Dai-chan, que tú estés expulsado mientras él sigue ahí —Kagami, que se encontraba en su habitación tratando de terminar sus deberes, podía oír la conversación, por lo que se figuró entonces, que el padre debía ser algún alumno o compañero de equipo de Aomine—. ¿Le dijiste?

 

—Fui a buscarlo, sólo para que me ayudara a que no me echaran, pero me dijo que no quería saber nada, y que si quería que me readmitieran, abortara, incluso quiso darme dinero para ello. Y que, por supuesto, no dijera nada de nuestra supuesta relación.

 

—Te juro que nunca imaginé que pudiera ser así de miserable. Todo el respeto que tenía por él, se acaba de ir por el caño —respondió molesta—. Y en cambio, él sigue en su puesto de trabajo, mientras que tú no.

 

—Déjalo, no tengo ganas de verle la cara. Que haga lo que quiera.

 

—No. Deberían despedirlo, lo mismo que a ti te expulsaron —insistió la de cabellos rosados.

 

Kagami siguió escuchando, corroborando que no sólo era alguien de Too, sino que podría tratarse de un profesor. ¿Aomine liado con un profesor? Nunca se lo podría haber imaginado.

 

—Te repito, Satsuki, que tenía una beca, si no cumplo con los requisitos, me la retiran.

 

—Y ahora te repito yo, que si tú has hecho algo mal para que te expulsen, siendo en este caso no poder cumplir con los requisitos de la beca, él también hizo algo mal para que lo despidan, y es mantener una relación con un alumno.

 

—Bueno ya, Satsuki, no puedo hacer nada, ¿vale?

 

—Qué rápido te rindes —se cruzó de brazos, molesta—. Aún así, en cuanto terminen las vacaciones de navidad, hablaremos con la directora, y es mi última palabra —sentenció.

 

Aomine suspiró, no podía llevar la contraria a su amiga y no podía hacerla entrar en razón, así que desistió de que insistiera en su cometido.

 

—Satsuki, por cierto, no le digas nada a nadie, por favor. Ni a Tetsu tampoco, ni a la Kiseki ni a Too, ¿vale?

 

—No iba a decir nada sin tu consentimiento, pero ¿por qué no quieres que se enteren?

 

—Todavía no tengo averiguado nada de mi vida, no quiero dar problemas ni que traten de ayudarme, que sé que lo harían con buena intención, pero no quiero meter a nadie, por favor. Cuando sepa qué rumbo tomar, entonces.

 

—Está bien, todo esto te incumbe a ti, así que como tú digas. Pero a mí sí me tienes que tener en cuenta, ¿te queda claro? Y te pienso ayudar en todo lo que necesites, quieras o no. A mí me vas a aguantar.

 

—No soy un desagradecido, ¿sabes? —frunció el ceño, para después posar una mano sobre los cabellos rosados y revolverlos con cariño—.  Gracias.

 

.

 

Al día siguiente, fue hasta la tienda de 24 horas donde trabajaba, a explicarle a la encargada su nueva situación. La mujer no tuvo ningún problema en que siguiera trabajando, incluso le amplió el horario; antes sólo trabajaba los fines de semana, ahora lo haría también entre semana en el turno de mañana o de tarde.

 

Le agradeció a la mujer todo aquello, ahora tendría algo más de dinero para poder seguir ahorrando y alquiler una habitación por su cuenta, no quería quedarse en casa de Kagami eternamente, ni quería ser una molestia con sus propios problemas.

Estuvo mirando algunos anuncios de alquileres y había algunos que no le resultaban muy caros, únicamente para él de momento, sería suficiente.

 

También, fue a su primera revisión con la obstetra que la doctora de urgencias le había indicado. Y, por sus circunstancias, tenía derecho a revisiones gratuitas, cosa que agradeció.

 

Por otra parte, no podía encontrarse indocumentado por mucho tiempo, por lo que fue a comisaría a expedir una denuncia y a poder realizarle un nuevo documento de identidad.

 

.

 

Los días de vacaciones navideñas llegaron a su fin, y con ellos la sorpresa de los compañeros de equipo de Aomine de que éste ya no formaba parte ni del equipo, ni del instituto.

No hubo trasfondo del motivo, se mantuvo en secreto por parte de los profesores y la dirección del centro, pero Momoi sabía de sobra el motivo, y ya no podía ver con los mismos ojos ni respeto, al entrenador de Too.

 

Éste en cambio, seguía actuando con la misma normalidad de siempre, como si él no tuviese también algo qué ver en la expulsión de su jugador estrella, cosa que irritaba más a la fémina, con ganas de explotar por tratar de callarse todo lo que quería gritarle al adulto.

 

Para Aomine fue algo extraño acostumbrarse a no tener clases, ni tampoco entrenamientos o partidos, pero había empezado ya sus nuevos turnos en la tienda, teniendo el día de hoy su primer turno de tarde entre semana.

Se notaba que las tardes eran algo más ajetreadas, por el movimiento juvenil, pero tenía algo de experiencia por lo que no le resultó muy complicado.

 

—Hey —saludó Kagami, apoyado en una de las vallas que separaban el acerado de la carretera.

 

—¿Qué estás haciendo aquí?

 

—Vengo de los entrenamientos y quise venir a recogerte —se encogió de hombros—, ¿qué tal tu día?

 

—Podrías haber esperado a que llegara a casa —respondió, comenzando a caminar calle abajo—. Algo largo, pero bien. 

 

—¿Qué tal la revisión? Podrías haberme pedido acompañarte para que no fueras solo.

 

—No era necesario. Además, fue en horario en el que tú estabas en clase.

 

—¿A revisión de qué, Aomine-kun? —una tercera voz sonó a sus espaldas, haciendo saltar de susto a ambos.

 

—¿Qué? ¡Tetsu maldito! ¿Cómo se te ocurre darme un susto así?

 

—¿Qué estás haciendo aquí? —cuestionó Kagami, molesto porque su sombra los haya interrumpido.

 

—Los llamé desde lejos, pero no me hicieron caso. Venía justo en su misma dirección —aclaró el joven de cabellos celestes—. ¿Qué revisión tuviste, Aomine-kun? ¿Es que te encuentras enfermo?

 

—Eh… no precisamente enfermo. Es una larga historia, que ya te contaré junto a los demás el próximo fin de semana, ¿de acuerdo? —desde el resultado de la primera Winter Cup hace dos años, se reunían cada dos semanas en la cancha de básket para disputar algunos encuentros.

Y, esa sería la primera reunión después de las vacaciones navideñas, y en la que debía ser sincero con sus compañeros y contarles la verdad, porque ahora mismo, el secreto sólo rondaba con Kagami y Too únicamente.

 

—Estás muy raro, Aomine-kun —frunció el ceño Kuroko—, incluso Kagami-kun ha estado algo extraño. ¿Trabajas ahora de tardes? ¿Y por qué Kagami-kun te esperó a la salida de tu trabajo? ¿Están saliendo?

 

—Haces demasiadas preguntas, Tetsu —dijo irritado Aomine—. Ya te he dicho que tengo algunas cosas que contaros, pero no será hasta la reunión del fin de semana. Y no, no estamos saliendo.

 

—Claro que no estamos saliendo —secundó el pelirrojo, cruzándose de brazos.

 

Ambas luces se despidieron de la sombra, agradeciendo que la casa de Kuroko estuviera en otra dirección y así no los acompañaba por más camino hasta casa.

No es que quisiera ocultarle cosas a quién fue en la secundaria —y podría decir que sigue siendo—, su mejor amigo, pero quería decírselo a toda la Kiseki a la vez.

 

.

 

El fin de semana llegó, y todos se reunieron en el mismo lugar que siempre. Para el resto de la Kiseki parecía una reunión más de todas las que solían tener, pero para Kuroko sabía que algo iba a suceder. Hasta Akashi, podía figurarse que el moreno tenía algo importante qué decirles. No había nada que se pudiera escapar de los ojos del emperador.

 

—Bueno, organizamos los equipos por suerte para que de esa forma podamos jugar todos, ¿no? —dijo Murasakibara—. Yo soy el primero que me quedo haciéndole compañía a Sat-chin, quiero terminarme esta bolsa de papas.

 

—Esta vez sois pares, yo no juego —comentó Aomine, haciendo que los pares de ojos de colores se posaran sobre él.

 

—¿Aominecchi diciendo que no juega? Esto es nuevo —se asombró el rubio—. Bien, ¿quién eres y qué has hecho con Aominecchi?

 

—¿Quién más quieres que sea, idiota? Claro que soy yo. ¿Es tan extraño que diga que no juego? —todos menos Kagami y Momoi, respondieron afirmativamente.

 

—¿Qué no juegues tiene qué ver con lo que nos quieres decir, Aomine-kun? —cuestionó Kuroko, ladeando su cabeza. El moreno suspiró, antes de responder.

 

—Así es. No puedo jugar al básket.

 

—¿Daiki? —con dicho tono de voz, Akashi le exigió una respuesta.

 

—Estoy embarazado, así que no puedo jugar. Eso era lo que quería contarles a todos en esta reunión —todos menos el pelirrojo y la fémina, se sorprendieron. Incluso Kuroko parecía no sorprendido tampoco.

 

—¿De quién? —y ahí iba la pregunta. Sabía que sería lo primero que le preguntarían.

 

—Eso se queda bajo secreto de sumario —medio sonrió—, no quisiera hablar de ello.

 

—¿No sabes quién es, o no nos lo quieres contar?

 

—Lo segundo. No tiene importancia quién sea el padre, sino que es mío, con eso me vale —miró de reojo a Satsuki, siendo ella la única que sabía de quién se trataba. La de cabellos rosados sólo posó su mirada en el suelo, para evitar que se dieran cuenta que ella lo sabía y no le acribillaran con la pregunta.

 

—Está bien, respetamos eso —dijo Akashi—. Pero creo que hay algo más, ¿no es así, Daiki?

 

—No te equivocas. También fui expulsado del instituto, no puedo cumplir con la beca deportiva por lo que se me retiró. Así que, de momento me estoy quedando en casa de Kagami —ahora todas las miradas fueron a parar al diez de Seirin, quién secundó lo dicho con un movimiento afirmativo—. Si lo sabe él antes que vosotros, es porque fue quién me encontró aquél noche.

 

Los antiguos integrantes de Teiko lo observaron expectantes, esperando que el moreno continuase con su historia y supieran los verdaderos motivos.

Todos se sentaron a su alrededor. Ninguno lo interrumpió, escucharon con todo detalle lo que su amigo les contaba.

 

Caras de molestia por la expulsión, alguna que otra palabrota y muchos es injusto era lo que se oían por lo bajo, pero no interrumpían. Una gran angustia se podía ver reflejada en los ojos de quiénes escuchaban, incluso en la propia Momoi y Kagami, aunque ya supieran todo aquello.

 

Después de dicha narración, Kise lo abrazó con lágrimas en sus ojos, Kuroko, que se encontraba al lado de Momoi, pasó por encima su brazo para consolarla mientras cruzaba mirada con Kagami. Akashi, que estaba sentado al lado del moreno, posó una mano en la pierna ajena, Midorima observaba al suelo apretando sus puños con impotencia y Murasakibara le extendió un dulce para consolarlo.

—¿Por qué no nos buscaste? ¿Por qué nos lo cuentas ahora-nanodayo? —preguntó Midorima.

 

—Te habríamos ayudado, Aominecchi.

 

—Por eso mismo, sabía de sobra que, si os lo contaba, me ibais a extender una mano sin dudarlo. Y quería evitar meteros en mis problemas, y más siendo navidades.

 

—Entiendo tu punto, Daiki. Pero somos amigos, y como tales, si a alguno le ocurre algo, vamos a ayudar. No debiste pasar todo eso solo.

 

—Lo sé, y entiendo si están enfadados conmigo por no contarles, pero no sabía qué hacer, era nochebuena y no quería molestar a nadie. Ni si quiera a Satsuki le dije. Kagami lo sabe porque fue el que me encontró. Agradecí enormemente su ayuda, pero no pude negarme.

 

—Te hubiera obligado y llevado a mi casa a rastras, Aho, no tenías elección —dijo Kagami.

 

—Pero, ahora que nos lo has contado, podemos ayudarte en lo que sea. Y vamos a hacerlo, te guste o no —todos asintieron ante las palabras de Kuroko—. ¿Qué piensas hacer con las clases?

 

—De momento, nada. Estoy expulsado.

 

—¿Quieres que hable yo personalmente con la directora? —comentó Seijuuro—. Seré un estudiante, pero puedo hacer que esa mujer te acepte nuevamente en clase, sí o sí.

 

—Agradezco tu ayuda, pero no te preocupes, seguro hay otra solución —respondió con una gota de sudor en su sien, al ver la cara tétrica del pelirrojo con las tijeras en sus manos.

 

—O siempre puedes venirte a Rakuzan, te aceptarían lo que quedaría de curso, y sin problema por la cuota.

 

—En Shutoku no serán tan estrictos, y además es pública.

 

—Gracias, chicos, de verdad —agradeció sinceramente—, pero no deben preocuparse. Me presentaré al examen de obtención de título a unas malas.

 

—Y mientras se puede quedar en mi casa sin problema, ya le dije —intervino Taiga.

 

—Cambiando de tema, Aomine. ¿Tu embarazo entonces bien? Nos has dicho que sufriste un aviso de aborto.

 

—Sí, estoy bien. Y la revisión fue bien.

 

—La madre de un compañero de equipo tiene una asociación de madres y donceles solteros, te podría interesar.

 

—¿Puede ser esta? —le mostró el folleto que la doctora de urgencias le entregó.

 

—¡Sí, justo esa! Tengo entendido que es muy buena, si aún no has ido, deberías ir, te podrían ayudar bastante.

 

—Tenía intención de ir, sí, sólo… —se sonrojó—. Me da algo de vergüenza.

 

—Dai-chan, ya te dije que te acompañaba yo sin problema. Definitivamente vas a ir en esta semana próxima.

 

—Está bien, mamá —hizo un puchero.

 

—Mi padre es obstetra, Aomine, podrías ir con él a tus revisiones. Dime cuando es tu próxima revisión y le digo para que te tenga una cita-nanodayo. Definitivamente irás con él.

 

—Ah… ¿gracias? —sonrió levemente, agradecía la ayuda y generosidad de su amigo, pero prácticamente le impuso un nuevo obstetra.

 

—Por cierto, Aominecchi —llamó su atención Kise—, ¿de cuánto estás? ¿Es una niña? Dime que sí, que es una niña, será la princesita mimada del grupo. ¿Tienes náuseas? ¡Oh!, en mi agencia hacen comerciales de embarazadas, si quieres puedo pedir ropa para ti. O mejor, podrías hacer algún comercial, pagan muy bien, ¿sabes?

 

—Eres muy ruidoso, Kise-kun. Acribillaste a preguntas al pobre de Aomine-kun.

 

—Sólo estoy de siete semanas, no sé lo que es, pero me da igual siempre y cuando venga sano. No vais a malcriarlo, no os voy a dejar. Sí, tengo náuseas, sobre todo por las malditas mañanas. Y no, absolutamente no, no pienso exhibirme en un comercial de esos, qué vergüenza.

 

—Te verías tan genial en esos comerciales —hizo un puchero teatrero—. ¿Entonces no se te nota la tripa aún? ¡Súbete la camiseta!

 

—No pienso subirme la camiseta, idiota —dijo avergonzado.

 

—¡Kurokocchi, ayúdame! —pidió al de cabellos celestes, que le sujetó las manos para que el rubio consiguiera su cometido—. ¡Qué desilusión! Pensé que se te notaba la tripa ya… —se quejó, observando como aún tenía su vientre plano lleno de marcados abdominales.

 

—Siento desilusionarte, pero no soy tu mono de feria —molesto, le dio un manotazo y se bajó su camiseta.

 

La reunión dio por finalizada, repitiendo cada uno que los mantuvieran informados de todo, que contaran con ellos para cualquier cosa, y que, si necesitaba algo, con una sola llamada, se presentaban donde hiciera falta.

 

Se sintió aliviado de haberle contado a sus amigos su situación, agradecía enormemente su apoyo y ayuda, definitivamente, eran unos muy buenos amigos los que tenía. Y lo sabía de sobra.

 

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.

 

Pasaron dos meses, en los que sus amigos estaban continuamente pendientes de él.

Satsuki estaba prácticamente casi todas las tardes —que él no trabajaba en la tienda— en casa de Kagami.

Fue con ella a la asociación que llevaba la madre de Mibuchi, y allí le dieron mucha información y ayuda con respecto a su situación.

 

En sus revisiones, no había una en la que no faltara Midorima. Dejó desde el principio que su padre llevaría sus revisiones, y así fue. El padre de su amigo era un hombre muy serio, al igual que Shintarou, pero muy amable y profesional.

Le gustaba el trato que recibía.

 

Por otra parte, Kagami estaba muy pendiente de él, le hacía seguir a rajatabla un régimen especial para embarazadas que él mismo cocinaba.

También, siempre que tenía turno de tarde, lo recogía de la tienda después de su entrenamiento con el equipo.

 

Akashi lo llamaba casi todos los días, amenazándole con que debía cumplir con todo lo que el padre de Midorima le decía en las revisiones.

Murasakibara siempre le decía que compartiría sus dulces con el bebé, pero porque era su bebé, porque con nadie más los compartía. También, le llevaba en las reuniones muchas bolsas de gominolas y snacks, diciéndole que el bebe-chin iba a pedirle todo eso en sus antojos.

Kuroko lo visitaba en muchas ocasiones y cuando Kagami lo recogía, él solía ir también.

 

Y Kise, era el más emocionado de todos, loco mostrándole miles de catálogos de ropita de bebé y, en sus reuniones de básket, le traía un nuevo peluche para su ahijada. Sí, ya se había él adjudicado ser el padrino de su hija, porque, además, estaba convencido de que sería niña. Lo que no sabía el rubio, es que el puesto de padrino iba a estar muy disputado, porque ninguno de la Kiseki, iba a cedérselo al modelo así de fácil.

 

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Ya tenía ahorrado lo suficiente para pagar al menos los dos primeros meses de un alquiler, pero Kagami prácticamente no le permitía irse de su casa.

Tampoco le aceptaba dinero, y se estaba empezando a cabrear.

 

Kagami, porque era con quién convivía —o al menos eso quería creer—, estaba más pendiente de él que el resto. Entre la alimentación, las revisiones, los horarios, sus antojos… todo.

Y estaba empezando a pensar que estaba comportándose como el padre del bebé, cosa que no lo era y no quería que se encariñara de esa forma con su hijo.

Podía quererlo, todos lo adoraban y aún no había nacido, pero no iba a aceptar que lo viera como un hijo propio, porque esas responsabilidades a él no le correspondían.

 

Por las noches, una vez habiendo cenado, se sentaban en el sofá, a ver alguna película, o los partidos de la NBA que tanto les gustaban ver. Había veces, que el pelirrojo pasaba por detrás de su espalda el brazo, y él, en vez de rechazarlo, apoyaba su cabeza en el hombro ajeno mientras se relajaba con el tacto de los dedos de Kagami en su cabello.

 

O cuando le sorprendía con algún dulce o antojo.

O cuando le da pequeñas caricias en la espalda cuando las náuseas matutinas le hacen visitas al cuarto de baño.

O cuando se quedaba dormido en el sofá y el pelirrojo lo cargaba con cuidado hasta su habitación.

O cuando en sus arrebatos hormonales, han compartido en más de una ocasión algún que otro beso.

O cuando se ha sorprendido a sí mismo viendo cómo Kagami jugaba básket en más de una ocasión.

O cuando le secaba el cabello después de que Taiga le hubiera preparado un baño relajante.

O cuando le daba masajes en sus pies hinchados, después de estar tanto tiempo de pie en la tienda.

O cuando invadió la cama ajena porque en la suya pasaba frío.

 

Entre tanta atención y convivencia, estaba empezando a sentir algo por el pelirrojo, y eso lo consideraba un peligro y una injusticia.

Peligro para él, porque conocía la tensión sexual que había entre ambos desde su encuentro en la Winter Cup. Injusticia para el diez de Seirin, porque no quería hacerlo cargar con una responsabilidad que no era suya al salir con él.

 

Debía tratar de mudarse lo más pronto posible, por el bien de los dos.

 

—Joder —protestó, tratando de cerrar por quinta vez los pantalones—. ¿Cómo puede ser que de una semana a otra ya no me queden bien?

 

—Es normal Aho, el bebé crece por semanas —oyó a Kagami desde el baño, que tenía la puerta abierta mientras se secaba el cabello con una toalla.

 

—Me estoy quedando sin ropa que ponerme como siga engordando. Y me jode porque encima de que me tuve que comprar ropa nueva, ahora no me sirve.

 

—Siempre puedes ponerte la ropa premamá que Kise te ha traído —un zapato de básket fue lanzado con fuerza hacia él, que desvió con su mano—. ¡Hey, eso es peligroso!

 

—Pues no digas tonterías, no pienso ponerme ese tipo de ropa.

 

—Entonces te quedarás sin ropa y tendrás que ir a la calle en bolas —el otro zapato del par le fue lanzado también—. ¡Que no me tires tus zapatillas de básket!

 

—Mira, para algo me sirven, ya que no las puedo utilizar para jugar al básket, las utilizaré para lanzártelas cuando abras tu estúpida boca.

 

—¿Cuándo abra mi estúpida boca? Entonces tendrás que cerrármela, si quieres que no diga cosas que no quieres oír —soltó la toalla en el toallero y fue hasta él, colocándose detrás mientras el moreno seguía batallando delante del espejo con cerrarse el pantalón.

 

—Quizá lo haga. No, eso debo hacer, porque a veces dices cosas idiotas, como tú —no le prestó atención a las manos tostadas que se posaron en sus caderas. Ni al cálido aliento en su oreja.

 

—¿Y cómo, si se puede saber? —lo desafió, abarcando ya el nacimiento de su bajo vientre, que ya se estaba empezando a hacer notorio.

 

O quizá sí se dio cuenta.

 

—Hay muchas maneras de hacerlo… —se giró, entre los brazos ajenos, para después, quedarse a tan sólo unos milímetros de los labios de Kagami—. Aunque sólo encuentro una muy factible para este momento.

 

—Creo que puedo imaginarme cuál…

 

Un suave contacto que encendió la llama, ahora imposible de apagar.

Las manos del pelirrojo, colocadas en su cintura, bajaron hasta los muslos ajenos, en una candente caricia sobre los pantalones imposibles de abrochar.

Las del moreno, alrededor del cuello de tonalidad acaramelada.

 

Sin romper el beso, dio pequeños pasitos hacia atrás, hasta topar con la cama y dejarse caer en ella, arrastrando al de cabellos azulados con él para que se sentara encima.

 

Una sudadera roja primero. Después un jersey negro dio paso a los pantalones de la discordia, y por último otros pantalones se unieron al resto de ropa en el suelo.

 

Manos que abarcan la piel ajena como si buscaran grabar a fuego esas caricias.

Jadeos, suspiros y gemidos era lo que una boca arrebataba a la otra.

 

Abandonó los labios, para dejar un reguero de besos hasta la línea de la intimidad, que tomó con sus manos, dio pequeñas caricias con el dedo índice, para después pasar su lengua por toda la extensión, en su dureza máxima.

 

Las manos tostadas se enredaron en los cabellos azulados, marcando de forma inconsciente, un pequeño ritmo, que fue roto en el momento que sintió que iba terminar.

 

Parecía un novato, sin mucha teoría y con ninguna experiencia, se dejaba guiar por el moreno, quién tomó ahora su mano a la vez que le susurraba.

Con miedo y vergüenza, comenzó a prepararlo, dándole con su otra mano pequeñas caricias que abarcaban desde su cuello hasta su espalda baja, con pequeños besitos en el cuello.

 

Una petición con un asentimiento le indicaron que podía ir más allá.

Se colocó mejor, saboreando el pequeño dolor y electrizante placer de esa estrechez.

 

Vaivén lento, alternando el ritmo con besos llenos de ternura.

No era un simple encuentro, no se trataba de un calentón, podían sentirlo en el pecho del otro.

No había palabras obscenas, sólo dulces, no había arrebatos lujuriosos, sino románticos.

 

La cima de un momento en el que ambos vieron los sentimientos del otro.

 

.

.

 

Las caricias siguieron como pequeñas cosquillas, incluso momentos después, en lo que las respiraciones volvían a hacerse pausadas y tranquilas.

 

—Yo… ¿hice algo mal? ¿Le pude hacer daño al bebé?

 

—¿Me viste quejarme en algún momento? No hiciste nada mal, créeme. Fue el mejor encuentro de mi vida, no sé cómo explicarlo, fue tan especial. Lo sentí muy especial —confesó, sin dejar de repartir pequeñas caricias en el pecho ajeno.

 

—Yo… tenía miedo de no estar a la altura. De no saber hacerlo —murmuró, con un color carmín en sus mejillas—. Quería que saliera bien.

 

—¿Sabes? —se incorporó un poco apoyándose sobre su codo izquierdo—. El que quería que saliera bien era yo. Obvio he notado que era tu primera vez, por eso… quería que fuera diferente, que no pareciera un simple calentón.

 

—Tú te veías con tanta experiencia y en cambio yo…

 

—La experiencia no tiene por qué hacer que un encuentro sea especial o no, sino la persona —ahora fue Kagami quién se incorporó.

 

—Aomine yo… joder, lo tenía tan bien pensado en mi cabeza y lo complicado que es ahora—. Si te dijera que me gustas y… que me gustaría que me dieras una oportunidad, ¿lo fastidiaría todo?

 

—No lo fastidiarías, pero…

 

—No sientes nada por mí, ¿no es eso? No te preocupes, es normal, no tienes por qué sentir algo por mí, seguro aún estás enamorado de quién fue tu pareja.

 

—No estoy enamorado de él —aclaró—. Nunca fue mi pareja, sólo fueron encuentros casuales, puro sexo, nada más. Sólo me resultaba atractivo, y morboso, solamente eso —buscó la mano ajena, que jugueteaba con las sábanas—. Sí me gustas, pero lo veo injusto.

 

—Injusto por qué.

 

—No quiero que parezca, o que pienses que saldría contigo sólo por no estar solo o por tener una figura paterna para mi bebé. No quiero ni obligarte a tener responsabilidades que no te corresponden por el simple hecho de estar conmigo, ni a forzarte a querer o ver a mi hijo como tuyo.

 

—Desde que se supo la existencia de tu hijo, todo el mundo lo adora, incluido yo —su mano libre la posó en la pequeña protuberancia, que se notaba más cuando estaba sentado—. No estarías forzándome, ni así lo parecería. Me gustas tú, y tu hijo viene dentro del pack. Yo no actuaré como un padre con él si así lo prefieres, aunque si estoy desde antes de su nacimiento será algo inevitable.

 

Le dio un beso, pequeñito, en los labios.

 

—¿Te he dejado sin argumentos? —sonrió, haciéndole sonreír al moreno también—. ¿O te he convencido?

 

—¿Estás seguro que quieres salir conmigo? Puedes encontrar a otra pareja que no lleve una carga y una responsabilidad encima.

 

—Joder, qué poco sabes venderte —bromeó—, ¿así es cómo ligas o qué?

 

—Idiota, estoy hablando en serio.

 

—Y yo también. Así que, si tú no tienes objeciones, y yo tampoco, ¿qué impide que salgamos? A no ser… que este pequeño se oponga, porque entonces, sí que la tendría difícil —fingió preocupación. Después, se inclinó sobre el vientre y comenzó a hablarle—. Oye, chiquitín, a mí me gusta tu mami, ¿puedo salir con él? ¿Me das tu bendición?

 

—No me digas mami —hizo un gesto de desaprobación, aunque no pudo evitar sonreír por el tierno gesto—. No creo que se oponga, al menos ahí dentro. Después cuando crezca, ahí ya no sé —rio.

 

—Bueno, crecerá estando yo, así que seguro que se lleva divinamente conmigo y me querrá un montón. Le pienso enseñar básket.

 

—Eso se lo puedo enseñar yo, y hasta mejor que tú.

 

—Pero yo le puedo enseñar inglés que, aunque no me guste decirlo, es más importante —los dos volvieron a sonreír, mientras se besaban nuevamente—. ¿Quieres que te acompañe a tu instituto a pedir el expediente académico?

 

—Vale, dame cinco minutos para asearme un poco y tratar de cerrar esos dichosos pantalones.

 

Poco tiempo después, fueron hasta la Academia Too.

Le incomodaban un poco las miradas curiosas, y trataba de evitar que se le notara el vientre bajo la camiseta holgada que llevaba.

No se le notaba, pero él tenía esa obsesión de que sí, y que por eso, las miradas estaban puestas sobre él.

 

Pasaron por el gimnasio principal, donde estaba entrenando el equipo. Hay qué ver cómo eran las cosas; antes, le aburría entrenar, y se escabullía siempre que podía. Ahora, que no podía hacerlo, cuánto deseaba poder entrenar.

 

Posó su mirada en sus compañeros, y los rostros de cansancio y felicidad que tenían mientras practicaban, y a Satsuki apuntar en su libreta. Giró su vista hacia dos alumnas que salían con libros en las manos, llegando a escuchar su conversación sobre los exámenes finales. Volvió a desviar sus ojos ahora hasta otros alumnos, que estaban quedando para ir a un karaoke.  

 

¿Cuántas veces se había ido a la azotea para saltarse alguna que otra clase? Ahora, posaba su mirada en el gran edificio y echaba de menos asistir a ellas.

Su vida había cambiado, ya no era más un estudiante de preparatoria, ya no era más un jugador del club de básket, ya sólo era un adolescente, que iba a tener un hijo y que ahora tenía otras responsabilidades.

 

¿Dónde había quedado su sueño de llegar a ser jugador de la NBA? Ahora, debía aprender a cómo cuidar y criar a un hijo.

 

—¿Vamos? —Kagami le habló. Supo que algo le tenía nostálgico, era de suponer porque se trataba de su antigua escuela, de la que había sido expulsado y privado de su vida de estudiante.

 

—Sí, vamos —justo cuando se giraron, una voz los detuvo.

 

—¿Aomine-kun? —cerró sus ojos, y no precisamente por el tono de voz irritante con el que fue llamado, sino porque sabía de quién se trataba—. ¿Qué estás haciendo aquí?

 

—Nada, sólo vengo a solucionar unos trámites —respondió, de forma cortante.

 

—¿Ya solucionaste tus problemas?

 

—No lo considero un problema, pero no. No tengo nada qué solucionar.

 

—¿Por qué no hablamos un momento? Kagami-kun, ¿no es así? ¿Te importa dejarnos solos un momento? —el pelirrojo buscó la mirada zafiro de Aomine, y éste le dijo con ella que se no había problema, por lo que se alejó un poco.

 

—¿Qué quieres? Si te preocupa que venga a decirle a la directora en qué te entretenías después de los partidos o entrenamientos, puedes respirar tranquilo, porque vengo por otro asunto.

 

—¿En qué semana estás?

 

—¿A qué viene esa pregunta?

 

—Porque si no sobrepasas de la semana 14, aún estarías a tiempo de rectificar el problema.

 

—Como ya te dije, no es un problema, por lo que no pienso hacerlo. ¿Qué más da ya, si el curso está por finalizar?

 

—Había pensado entonces en otra cosa. Te propongo que me des el bebé —Daiki alzó sus cejas, con molestia.

 

—¿Perdona? ¿Por qué debería darte a mi hijo?

 

—También es mío.

 

—Ah… que ahora es tuyo… No sabía que cambiaste de parecer —se cruzó de brazos.

 

—Por favor, Aomine, baja de esa nube de una vez —bufó, con molestia—, ¿qué piensas hacer con un hijo? ¿A tu edad? ¿Es que has pensado qué harás después de tenerlo? No estás capacitado para cuidar un bebé.

 

—No eres tú el que debe juzgar mis capacidades para cuidar un hijo.

 

—Si me dieras el niño, podrías volver a ser un adolescente normal. Podrías terminar de estudiar, entrar en una universidad, salir con tus amigos, jugar al básket. ¿No querías ser jugador profesional? Si tienes al niño, no podrás conseguirlo.

 

—Sí, mi sueño siempre ha sido querer jugar en la NBA, pero ahora tengo otros planes en mente. No voy a deshacerme del bebé, es mío y, aunque no pueda cumplir mis sueños, seguro que podré cumplir otros. No voy a darte mi hijo sólo porque seguro tu mujer no puede tener hijos. Es sólo mío, ¿entiendes?

 

—Deja de ser un mocoso malcriado, te estoy haciendo un maldito favor, dame al niño cuando nazca —lo tomó del brazo, con signos de molestia.

 

—Suéltelo, si no quiere que, en nuestra visita a la directora sea yo quién le cuente que no sólo se metió con un alumno al cual dejó embarazado, sino también, que lo está agrediendo.

 

—¿Quién mierdas te crees para amenazarme, mocoso?

 

—Soy su novio, y el verdadero padre de ese bebé, porque padre, no es quién engendra, sino quién cría. Y no voy a consentir que chantajee ni a Aomine, ni lo lastime —dijo con seriedad.

 

—¿Ya pringaste a un tonto para que te ayude a jugar a la casita feliz? Los mocosos de hoy en día sois unos malditos ilusos.

 

—No es ningún tonto, al menos es más hombre que tú y sólo tiene dieciocho años. Harasawa, vete a la mierda, no moviste ni un dedo cuando fui a pedirte que evitaras que me expulsasen, porque en ningún momento, te pedí responsabilidades. No me vengas ahora pidiéndome que te entregue a mi hijo cuando nazca sólo porque tu mujercita no te puede dar hijos. Y créeme que ganas no me faltan de decirle a la directora que te has liado con un alumno al cual embarazaste, porque a mí me han expulsado, mientras tú sigues dando clases como profesor y como entrenador del club.

 

—Y no podrá intentar quitarle la custodia del bebé una vez que nazca, tiene la mayoría de edad y está en pleno uso de sus cualidades físicas y mentales, tiene un hogar, dinero y trabajo —siguió hablando el pelirrojo—. Y si aún así, quiere seguir, nuestro amigo Akashi no le importará meterse en medio con sus abogados. Saldrá perdiendo, Harasawa-san, así que mejor, desaparezca de la vida de ellos para siempre. Vámonos.

 

—No era necesario meter a Akashi de por medio —sonrió mientras se alejaban—, aunque si se lo dijéramos lo haría.

 

—Había que dejarle claro que, por ser unos simples adolescentes, no nos iba a amenazar a su antojo.

 

—Gracias por defenderme —le tomó la mano mientras caminaban.

 

—Lo haría siempre. Y más si es de ese tipo —no podía creerse que, con quién mantenía relaciones era ni más ni menos su entrenador—. Oye… no… no te habrá forzado o amenazado con no sacarte en los partidos y perder la beca y por eso te acostabas con él, ¿no?

 

—Eso es tan retorcido hasta para él. No, de las veces que estuve con él, es porque quise y consentí.

 

—Por eso no querías decirnos quién era la otra mitad del problema.

 

—No se lo digas a nadie, por favor. Sólo lo sabía Satsuki, y ahora tú.

 

—A los demás no sé si deba, pero a la directora del centro sí. No es justo que a ti te hayan expulsado mientras él sigue en su puesto de trabajo.

 

—Ya, no tiene caso. Eso supondría ir a juicio, ¿sabes? Porque no creerían a un alumno a la primera, necesitarían pruebas, y para ello, una de paternidad expedida por un juez. Paso, en serio.

 

—Pienso que las cosas no deberían quedarse así. Pero tú eres el que decide —lo apoyó en su decisión.

 

Llegaron al despecho de la directora, pidieron su expediente académico y se marcharon. Ni esperaron nada ni pidieron nada más. No necesitaban nada más de esa institución.

 

Con el expediente, Akashi le dijo que en Rakuzan hacían pruebas libres de obtención de título. Así que le pidió que le entregara el expediente para presentarse a esas pruebas que serían en abril, el mes próximo, así, podría titular sin necesidad de ir a clases.

 

Y así fue, sus amigos titularon sin problemas dando por finalizada su etapa como estudiantes de preparatoria, y él en cierto modo también. Título que le otorgaba poder acceder a unos estudios superiores como cualquier estudiante más.

 

Cada quién eligió sus futuros estudios, menos él. Con todo gusto quisiera entrar en la universidad, o en todo caso, en la academia de policía, pero no contaba con el dinero suficiente para permitirse entrar a la universidad y, aunque todos sus amigos —entre ellos Kagami y Akashi— se empeñaron en ayudarle económicamente, se negó en rotundo, alegando que, dentro de unos meses, no podría tampoco dedicarse a cuidar al bebé, a estudiar y a seguir con el trabajo. Algo debía sacrificar hasta que el bebé estuviera en edad de entrar al preescolar, y prefería que fueran sus propios estudios.

 

Lo que le dio algo de tristeza e impotencia… fue que Kagetora-san, quería que, ahora que eran estudiantes universitarios y estuvieran en la misma universidad, volver a crear el equipo de Vorpal Swords, y él, no podía formar parte del equipo.

 

Kagetora-san le dijo que no se preocupase, su puesto en el equipo estaba garantizado después del nacimiento del bebé y su recuperación.

Pero… ¿es que iba a tener tiempo para dedicarle al básket? Si no lo tenía para poder estudiar, ¿lo iba a tener para entrenar e ir a los partidos?

Aun así, iba a algún que otro entrenamiento a verles, y también se sentaba en las gradas para verlos jugar en competición oficial.

 

.

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Semana 20 de embrazado y Kise chillaba de felicidad en mitad de la sala del apartamento de Kagami.

Venían de una revisión y Midorima-san les había confirmado que se trataba de una niña.

 

El rubio ya estaba como loco —junto a Takao, cabe destacar— averiguando todo para un baby shower.

Kasamatsu suspiró, sabiendo que ya no había nada qué hacer, cuando Kise se ponía así, nadie podía detenerle ni entrando en la zona. Así que, ahí lo dejó como caso perdido con Takao.

 

—¿Y ya pensaste en un nombre? —cuestionó Akashi, después de felicitarle por la noticia.

 

—Pensé en algunos, pero todavía no me decido. Cuando la tenga en brazos, será cuando decida su nombre.

 

—Pero no es justo, Aominecchi, el nombre, junto con el sexo del bebé, es primordial para organizar el babyshower, sino, ¿cómo preparo los regalos si no sé su nombre?

 

—¡Kise! —le gritó exasperado a su pareja—. Prepara el babyshower sin ser un plasta, por favor.

 

—Bueno, con que todo sea de color rosa y quede claro que es una niña, no pasa nada —dijo Izuki. Se sentía feliz de que lo integrasen en el grupo como uno más, por ser pareja de Himuro.

 

Satsuki se unió a ellos, y ya el resto del grupo los ignoró por completo, no querían que les doliera sus cabezas. Mejor Akashi decidió ir con ellos, así ponía orden en esos cuatro cabezas locas, y ya de paso, se hacían las cosas como él quería porque, aunque no lo dijera en voz alta, se moría porque esa fiesta fuera la mejor para su sobrina preferida.

 

Y es que aquí cada cual se buscaba las habichuelas como podía para ser el padrino de la niña. Iba a estar más disputado que la final de la Winter Cup Seirin vs Rakuzan.

 

Lo que tenía claro Aomine, era que le iba a resultar muy, pero muy complicado, elegir al padrino, porque sabía, que podía morir.

 

 

—¿Te dijo mi padre la fecha de parto-nanodayo?

 

—Para mediados de agosto.

 

—Entonces será también de agosto —dijo con emoción Satsuki—, al igual que tú.

 

—Sí, sólo que dos semanas antes —sonrió levemente.

 

—Entonces será Leo, igual que yo —todos observaron a Kagami—. Yo también nací en agosto.

 

—¡Es verdad! Tú cumples a principios de agosto, y Dai-chan al final. Y la niña será a mitad. Qué casualidad que nacerá entre los cumpleaños de sus papis.

 

—Satsuki…

 

—¿Qué? Kagamin será su papá porque está contigo, ¿o no?

 

Kagami y él sí estaban juntos, y si éste quería a su hija como suya, lo agradecía en el alma, pero tampoco quería que Taiga tuviera una responsabilidad que no le correspondía.

 

Recibió un tierno beso en la sien por parte de Kagami, y sonrió levemente mientras posaba a sus manos a su prominente vientre, sin dejar de observar a su alrededor.

Su hija iba a ser muy querida por todos. Estaba rodeado de los mejores amigos que podía pedir, y del mejor novio que existía en el universo, había que añadir.

 

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Cada semana, se sentía más cansado y con mucho sueño. Y hambre, un hambre voraz, aunque luego tuviese molestias gástricas.

Hoy era día libre para él, por lo que estaba muy a gusto tumbado en el sofá, hojeando una revista de bebés. 

 

Se colocó de mejor forma, cuando sintió una patadita en su costado.

 

—Estás revoltosa hoy, ¿no te gusta esta ropa? Sí, tienes razón, esta ropa sólo le puede gustar a Kise, porque a ti el rosa, los encajes y lacitos como que no, ¿verdad? —la pequeña dejó de golpear, como si estuviese afirmando las palabras de su padre—. Claro, hija mía tenías que ser, no nos gustan las cosas cursis.

 

El timbre de la puerta sonó, y chasqueó la lengua porque ya le estaba empezando a costar trabajo a levantarse.

 

—Ya voy, no puedo ir más rápido —protestó cuando la persona al otro lado de la puerta volvió a tocar. Su sorpresa fue mayúscula al encontrarse frente a él a un hombre alto, de cabellera rojiza y porte serio—. Eh… ¿sí?

 

—¿Quién eres tú? —alzó una de sus curiosas cejas—. ¿Dónde está mi hijo?

 

Claro, esas extrañas cejas, el cabello y el rostro… era el padre de Kagami.

—Kagami no se encuentra, está en su entrenamiento —miró su reloj de muñeca—, debería estar aquí dentro de media hora. Si quiere pasar a esperarle… —dijo con educación, apartándose de la puerta para que el hombre pudiera entrar—. ¿Quiere algo de tomar? —preguntó con cortesía.

 

—Un té, estaría bien. No me has dicho quién eres —soltó las maletas que traía a un lado del sofá. Aomine asintió y lo preparó.

 

—Soy Aomine Daiki —se llevó una de sus manos a la nuca, con nerviosismo—. Estoy saliendo con su hijo… —los orbes rubíes se posaron sobre su vientre, cosa que no pasó desapercibida por el moreno.

 

—Saliendo, uhm… ¿y nadie me avisó que iba a ser abuelo?

 

—Uh… no, es que… —¿cómo le decía a ese hombre que no era hijo de Kagami sin que pensase lo peor sobre él? —. No es de Kagami, cuando empezamos a salir ya estaba…

 

—¿Y el verdadero padre? —el interrogatorio del hombre lo estaba poniendo de los nervios.

 

—Es sólo mío, señor. Kagami… Kagami no se está haciendo responsable, quiero decir, yo no le pedí ni estoy con él por tal de darle un padre a mi hijo. Se lo dejé muy claro antes de aceptar ser su pareja.

 

—¿Y tus padres, saben de tu embarazo? —siguió con el cuestionario.

 

—Soy huérfano desde los trece, señor, mis padres murieron en un accidente.

 

—Ya veo. Entonces… me imagino que vives aquí con mi hijo.

 

—Sí, yo quería averiguarme un pequeño apartamento, pero Kagami insistió y no quiere que, estando saliendo, vivamos separados.

 

—¿Qué edad tienes?

 

—Dieciocho, los mismos que Kagami.

 

—¿Sigues estudiando?

 

—No… me expulsaron del instituto, pero a principios de mes me examino para obtener el título. También trabajo en una tienda de 24 horas —añadió.

 

Kagami-san no preguntó más, sólo se dedicó a beber un poco de su té.

Después de que los minutos se pasaran eternos para Aomine, las llaves resonaron y la puerta se abrió, mostrando a Taiga.

 

—Bienvenido —le saludó, yendo hasta él, fingiendo una sonrisa—. Tienes visita, así que te dejo hablar a solas con él, yo mientras voy a planchar la colada a la habitación.

 

—Tú, chico. Quieto ahí —ordenó, y el moreno se quedó rígido, sin saber si obedecer o simplemente marcharse para no meterse en conversaciones de padre e hijo.

 

—¿Padre? ¿Qué estás haciendo aquí?

 

—Si te dignaras a responderme a las llamadas, lo sabrías.

 

—Sabes muy bien por qué paso de responderte —se cruzó de brazos, a la defensiva.

 

—Ya te pedí perdón, y por eso estoy aquí —suspiró—. Pero de ese asunto hablaremos luego. Ahora, ¿por qué no me dijiste nada acerca de tu novio y su embarazo?

 

—No era algo que debiera contarte —desvió la mirada hacia Aomine, quién se encontraba sumamente nervioso.

 

—No deberías contarme que tienes novio, y que además está embarazado —dio un pequeño golpe en la mesa—. ¿Es que no tengo derecho de saber que sería abuelo?

 

Tanto Taiga como Daiki abrieron sus ojos de la impresión. Después, se miraron entre sí.

 

—¿Perdona?

 

—Señor, es que… —trató de comenzar a explicar Aomine, pero fue cortado por el hombre.

 

—A ver, ya me has dicho que no es de mi hijo, pero estás con él, ¿no? —por inercia asintió—. Eso hace a Taiga de su padrastro, y a mí abuelastro. ¿Esa palabra existe? Qué mal suena, la verdad —carraspeó, viendo que se iba por otros asuntos—. Lo que decía, Taiga criará a ese hijo como suyo, si se lo permites, claro, y si así fuera, sería también mi nieto.

 

—Padre, estás poniendo en un compromiso a Aomine —dijo Kagami, sorprendido por las palabras de su padre.

 

—¿Por qué? Yo no le estoy diciendo que debiera llevar el apellido Kagami, ni tampoco me lo deje todos los fines de semana para que disfrute de él —dio otro sorbo a su té.

—Viene siendo lo mismo, pero planteado de diferente forma. Yo quiero a Aomine y, aunque el hijo es de él, no pasará indiferente para mí, yo quisiera criarlo como si fuera mi hijo, pero sólo si él me lo permite.

 

—Eh… —trató de intervenir el moreno—. ¿Me está diciendo que no le importa si su hijo cría un hijo que no es suyo? Y, además, ¿usted también lo querría?

 

—No me llames de usted, no soy tan mayor —hizo una mueca de disgusto—. Y llámame Tora. Ven, siéntate —palmeó el hueco al lado suyo—. Sé que puede sonar algo extraño, y que además, no tengo una buena relación con mi hijo, pero puedo ver en sus ojos una luz que brilla cada vez que te ve. Por eso, sé que eres el indicado. Y, aunque tengas o vayas a tener un hijo de otra persona, si es de la persona que quieres, debes respetarlo, y quererlo.

 

No supo qué decir, se sentía completamente sorprendido. Nunca esperó, que ese hombre de porte serio y elegante, dijera tales palabras, y que lo aceptase como pareja de su hijo.

 

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El resto de los meses pasaron con rapidez.

Algunos pasaron mejor que otros, en los que tenía malestares, cambios horribles de humor, antojos completamente extraños y hasta un lívido impresionante, dejando seco a Kagami en más de una ocasión.

Aunque claro, al pelirrojo bien que le gustó eso.

 

Y el momento del nacimiento de su hija llegó. La tercera semana de agosto, en plena final del campeonato de verano, en el que además, se enfrentaban contra el equipo Strky.

Esa niña estaba ligada al básket desde su nacimiento, por lo que se podía ver.

 

Kagami se sentía nervioso y ansioso. No era su hija biológica, pero como si lo fuera, era su niña, la quería desde su desarrollo en el vientre de su pareja, se imaginaba muchas veces como sería, y lo que le gustaría que heredase esos ojos azules en los que tanto le encantaba perderse.

 

Había hablado en más de una ocasión con Aomine, diciéndole que si quería que la niña le pusiera su apellido, pero el moreno siempre se negaba diciendo que aceptaba que la viera como una hija, pero no que llevara su apellido, no lo consideraba justo.

 

En la sala de espera estaba toda la Kiseki, todavía hasta con el uniforme del equipo, bastante nerviosos, y que Taiga estuviese caminando de un lado a otro como si fuese un tigre enjaulado, no ayudaba.

 

—Cálmate, Kagami-kun, todo va a estar bien —habló Kuroko, entregándole una botella de agua a Satsuki.

 

—Nos estás poniendo nerviosos a todos —se quejó Takao—, Ao-chan y la bebé van a estar bien, es una intervención muy simple.

 

—Bueno… es una cesárea, sencilla no es tampoco, Takao.

 

—Le tienen que hacer una raja bastante grande en la tripa, pobre Aominecchi.

 

—Kise, no ayudas, cállate.

 

—Mi padre sabe lo que hace, todo va a salir bien, así que todo el mundo callado ya.

 

Media hora más, y Midorima-san salió para informar, todo había salido bien y tanto Aomine como la niña, estaban perfectamente. Al moreno aún le faltaba un poco para despertar de la anestesia, pero podían mientras ir a ver a la pequeña, que se la habían llevado mientras al nido en lo que él despertaba.

 

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Se sentía algo cansado y adolorido, pero eso no le impedía esbozar una pequeña sonrisa ni tampoco sus ojos perdían detalle de su pequeña, que iba de brazos en brazos entre sus emocionados amigos.

 

Kagami es el más calmado, sentado en el borde de la cama a su lado, le da pequeñas caricias en su brazo con unos poquitos de mimos, susurrándole como se encontraba y si necesitaba algo.

 

—¡Es tan adorable! —claro está que las voces que más sobresalían eran sin duda las de Kise, Momoi y Takao, quiénes eran los que más se peleaban por cargar a la pequeña.

 

De momento iba ganando la fémina, alegando que ella tenía más derecho por ser la mejor amiga de Aomine y que, claro estaba, era la madrina de la niña, ya que, al ser la única amiga cercana, ella lo tenía fácil, no tenía competencia por el título, mientras los chicos, debían ganarse el puesto.

 

—Es igualita a Mine-chin —aclaró Murasakibara, por si acaso quedaba duda alguna del gran parecido.

 

—Aomine —se dirigió al moreno, entregándole una mariposa de peluche—, es el Lucky Ítem que Oha Asa para el día de hoy para los leo-nanodayo. Es un regalo para que su llegada a este mundo sea la más feliz.

 

—Ah… gracias —tomó el peluche entre sus manos—. Seguro que será su peluche favorito —le sonrió, haciendo avergonzar al de cabellos verdes, mientras se sonrojaba colocándose mejor sus gafas.

 

—¿Cómo se va a llamar al final, Aomine-kun? No quisiste decir el nombre antes —preguntó Kuroko, quién ahora tenía a la bebé.

 

—Hikari. Su nombre es Hikari.

 

—Sin duda, un bonito nombre —sonrió Kasamatsu—. ¿Por qué lo elegiste?

 

—¡Ya sé por qué lo elegiste! —comenzó a explicar Momoi—, ya que Dai-chan era la antigua luz de Tetsu-kun, que el nombre de su hija signifique luz, tiene mucho sentido.

 

—En realidad, no va por ahí —murmuró sonriendo—, si elegí ese nombre es por Kagami.

 

—Me dijiste que habías elegido ese nombre pero…¿Por mí? —se sorprendió el susodicho.

 

—Bueno…Todo porque tú fuiste quién me encontraste aquella noche, y me ayudaste. No sólo eso… tú también fuiste quién me devolvió mis ganas de jugar al básket. Lo que viene siendo que tú fuiste mi luz, entonces por eso decidí ese nombre.

 

—¡Qué tierno y romántico! —exclamaron, ante la cara avergonzada del antiguo as de Too, y más cuando Kagami, emocionado, le dio un pasional beso.

 

—Y entonces, ¿decidiste ya quién es el padrino? —preguntó Akashi, con seriedad, quién en esos momentos tenía a la pequeña en brazos—. Que sepas que, siendo yo el padrino, a la niña no le faltará nada, podrá estudiar donde quiera, tendrá todas las puertas abiertas, y tendrá todo lo que pida.

 

—Eso es jugar sucio, Akashicchi.

 

—¡Eso! No vale chantaje —intervino Takao—, ¿a que él no será el padrino, Ao-chan?

 

—Soy absoluto, por supuesto que lo seré.

 

—Siento desilusionaros, pero el padrino no será ninguno de vosotros —habló pausadamente—. Sé que todos queréis serlo, y que agradezco que todos hayáis estando tan pendiente de mí durante el embarazo, y que queráis a mi hija, pero el padrino lo decidí hace muchísimo tiempo.

 

—¿Y de quién se trata? —cuestionaron con intriga. Momoi, la única que lo sabía, se llevó una de sus manos a sus risueños labios.

 

—Creo que sé quién es… —agregó ahora Tetsuya—. Se trata de Kagami-kun, ¿verdad?

 

—Estás en lo cierto. Sé que él quisiera ser el padre de Hikari, y a mí también me hubiera gustado que hubiera sido él, pero por desgracia, no es su hija biológica. Por eso, quiero que al menos, sea el padrino.

 

—Gracias —murmuró sobre sus labios, antes de besarlos—, aunque igualmente quiero a Hikari como mía.

 

—Bueno, no tengo nada qué objetar, tiene mucho sentido que sea Kagami —carraspeó Akashi—. Aunque él lo será de forma oficial, y nosotros de forma extraoficial.

 

—Eso es seguro —declaró Aomine—. En serio que estoy muy agradecido de que queráis a mi hija de esa forma.

 

—Para no hacerlo, Aomine-kun, es una integrante más del grupo. Y, además, nuestra primera sobrina.

 

La habitación estaba repleta de todo tipo de regalos para la recién nacida, cosa que no entendía como diablos habían traído tan rápido los regalos si venían del pabellón. Había desde un cochecito que le servía para todas las etapas de la pequeña de parte de Akashi y Murasakibara, una cunita comprada a partes iguales por Momoi y Kuroko, mucha ropita por parte de Kise y Kasamatsu, muchos productos para bebés de parte de Midorima y Takao, juguetes, peluches y un parquecito para cuando fuera un poquito más grande de parte de Himuro e Izuki.

 

El regalo de Kagami era una pulsera de oro con un colgante en forma de mariposa, con el nombre de Hikari inscrito en ella. Más, él había decorado la habitación de la pequeña en su apartamento.

 

Pero había un regalo especial que era conjunto de parte de todos.

Murasakibara fue quién le entregó una bolsita de regalo color azul.

 

—¿Y esto? —sonrió, al sacar de dicha bolsita una pequeña y diminuta camiseta de los Vorpal Swords, con el dorsal número 5 en ella.

 

—Obvio Hikari-chan debía tener la camiseta de su papi —sonrió Takao.

 

—Pero si yo no…

 

—Quieras o no, tú formas parte del equipo. Y, como capitán, quiero a mi equipo completo. Y sabes que no acepto un no como respuesta —sentenció Akashi.

 

—De momento esto es temporal, pero para la próxima temporada te queremos en el equipo.

 

—Gracias… —murmuró, aunque agradecía enormemente que sus compañeros quisieran que para la próxima temporada se incorporase al equipo, él no las tenía todas con él, ya que Hikari aún sería muy pequeña y requería mucho tiempo para cuidarla, simplemente no podía ir a jugar básket y dejar a la niña para que la cuidase otra persona mientras él disfrutaba como si no tuviese responsabilidades.

 

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Las siguientes semanas fueron una odisea.

Nadie dijo que cuidar de un bebé era tarea fácil, pero no se imaginó que podría sobrepasarle de esa manera.

 

Hikari, aunque se portaba muy bien, como bebé de pocas semanas de nacida, tenía los horarios trastocados, y sus tomas eran muy seguidas, despertando en la noche llorando porque tenía hambre.

Luego también estaban los cólicos, y los cambios de pañal constantes.

 

Tuvo que hablar con su encargado, porque ahora mismo no podía dejar tampoco a Hikari con quién sea, era demasiado pequeñita y requería mucho cuidado, cosa que no es que no se fiara de alguno de sus amigos, pero no podía pedirles algo como eso.

 

Aunque Kagami en ningún momento se quejó, o insinuó algo, Aomine sabía que los lloros y desvelos afectaba en el descanso de Kagami, y en su rendimiento en la universidad y hasta en los partidos.

 

Así que, decidió abandonar la habitación que compartía con el pelirrojo para irse a dormir en la habitación de la niña.

De esa forma, si lloraba, la tenía cerca para poder calmarla y afectaría en lo menos posible el sueño de Kagami.

 

Si por él fuera, se iría a un apartamento, y no precisamente porque no quisiese estar con Taiga, no, sino para de ese modo, no molestarlo con la bebé.

 

Aunque eso no le gustó a Taiga y no pasó desapercibido la forma de actuar del moreno.

 

Incluso ya no era como antes su relación. Si la niña lloraba, se retiraba de él. Si le pedía que la dejase a su cuidado mientras él descansaba, se negaba.

Hasta en el sexo ya era todo diferente. No le permitía ni tan si quiera verlo sin camiseta, mucho menos tocarlo.

 

Era cierto que un bebé requería mucho tiempo, pero lo sentía extraño, como con nostalgia y tristeza.

Ya no salía con ellos los fines de semana para jugar al básket —aunque él desde hacía mucho no jugaba—, o verlos jugar o entrenar con regularidad.

 

Lo sentía algo distante, y el moreno sólo alegaba que no quería molestarlo con la niña, que él debía centrarse en sus estudios y entrenamientos.

 

Después de mucho insistirle, Aomine lo acompañó a uno de los entrenamientos, y hasta le insistió en que entrenara con ellos.

 

—Vamos Aomine, es sólo un poco, no tiene nada de malo.

 

—Sí tiene, ¿qué hago con Hikari? ¿La dejo ahí mientras yo juego?

 

—Dai-chan, Hi-chan está durmiendo, y Riko-san y yo estamos con ella, no va a estar desprotegida —dijo Satsuki.

 

—Claro, la dejo al cuidado de otros sólo para yo divertirme —bufó con algo de molestia.

 

—No tiene nada de malo, está aquí, está a tu lado también. Ni que te hubieras ido de fiesta y nos la hubieras dejado todo un fin de semana entero sin tú hacerle caso.

 

—Entretenerte y entrenar un rato, no te hará mal —intervino Kise.

 

—Ni si quiera estoy en forma.

 

—Por eso mismo te sentará bien —habló ahora Akashi—. Daiki, olvídate de todo un momento, y ponte a jugar con nosotros. Hikari está con Satsuki y Riko, y todos nosotros estamos alrededor. Si llora, si le pasa algo, la vas a escuchar, vas a poder atenderla.

 

No muy convencido, aceptó entrenar con ellos, teniendo su mirada puesta cada dos por tres en su pequeña.

Se sentía algo fatigado, estaba fuera de forma y no podía seguirles mucho el ritmo, aunque antes, él fuera de los que más resistencia tenía.

 

Aún así, no pudo evitar sonreír, volver a sentir esa emoción de botar el balón, de sentirlo entre sus manos, del ruido que hacían las zapatillas sobre el parqué, de las jugadas imposibles y esos tiros increíbles.

Volver a ser él.

 

Pero cuando mejor estaban, la bomba estalló.

 

La pequeña Hikari comenzó a llorar, irrumpiendo con su llanto, haciendo eco en el gimnasio.

Todos se detuvieron y las miradas se posaron en él, que trataba de acallar a su hija sin éxito.

 

—Eh… perdón, voy a tratar de callarla fuera mejor —se disculpó, saliendo del lugar con rapidez. Nadie dijo nada, ni mucho menos dirían algo, pero él sentía que los estaba molestando con el llanto y debía salir—. Ya, por favor, Hikari, ¿qué es lo que te pasa?

 

Comprobó si necesitaba un cambio, pero estaba completamente seca. La acunó y la meció tratando de callarla. Le dio el biberón, pensando que quizá es que tenía hambre, aunque no le tocase la toma, pero no lo quería.

 

Aomine suspiró, apoyándose en la pared y dejándose caer hasta sentarse en el suelo, con Hikari en sus brazos aún lloriqueando.

Se sentía frustrado, cansado y con ganas de llorar.

 

Un ladrido alertó al resto, que seguía entrenando. Nigou, que estaba fuera del gimnasio, entró en éste, para llamar la atención de los demás. Kagami fue el primero en salir, encontrándose a Aomine respirando agitadamente, mientras Hikari, lloriqueaba entre sus brazos.

 

—Aomine, ¿qué te pasa? ¿Y a Hikari? Hey —se preocupó al verlo en ese estado. Satsuki, al ver a su amigo de esa forma, quiso tomar a la pequeña, pero recibió un manotazo por parte del moreno.

 

—Dai-chan, no voy a hacerle nada a Hi-chan, sólo quiero tomarla, ¿sí?

 

—Todo va a estar bien, es Momoi, sólo va a cuidar a Hikari, ¿vale? ¿Me la pasas a mí? —dubitativo, Aomine dejó que la tomara de sus brazos y se la entregara a Satsuki, quién junto a Riko, trataron de calmarla, consiguiéndolo.

 

—Vamos a casa, ¿vale? —buscó con la mirada a Riko y a su padre, quiénes asintieron, dando por finalizado el entrenamiento por hoy—. No te preocupes, Satsuki viene con nosotros y lleva a Hikari —lo ayudó a levantarse. Después, Kagetora-san les dijo que los acercaba a la casa en su coche.

 

Todos fueron hasta casa del pelirrojo, y Midorima avisó a su padre que, aunque era obstetra, era médico, al fin y al cabo, así que podría revisarlo.

El hombre no dudó en pasarse por la casa y atenderlo.

 

—Y bien, ¿cómo se encuentra? ¿Qué tiene? ¿Precisa de llevarlo al hospital? —bombardeó a preguntas Kagami.

 

—No te preocupes, está bien. Sólo tuvo un ataque de ansiedad, le di un tranquilizante y está ahora durmiendo —explicó el doctor.

 

—Ataque de ansiedad, ¿por qué, papá?

 

—Es por toda la situación que está viviendo, hay que entenderlo. Un embarazo no deseado con su edad, terminar el instituto como lo hizo, no poder seguir con sus estudios, o jugar al básket. Ha pasado de ser un adolescente con las únicas preocupaciones de pasarlo bien y ser feliz, a tener unas responsabilidades muy grandes.

 

—¿Por eso estaba actuando tan extraño?

 

—Así es. Es un cambio muy grande el que ha pasado a vivir, es normal.

 

—Pero…nosotros siempre hemos querido ayudarle —empezó Kise.

 

—Y no nos deja en absoluto —terminó la frase Satsuki.

 

—Si hasta a mí no me deja. No duerme ni conmigo, dice que para así la niña no me moleste. No me permite ayudarle en nada.

 

—Es como si no confiara en nosotros, como si pensara que no somos capaces de cuidar a Kari-chin —hizo un puchero Murasakibara.

 

—Chicos, es algo normal. Me atrevo a decir que tiene depresión postparto. No es que no se fíe de vosotros, o que desprecie vuestra ayuda —observó a los amigos de su hijo—. Lo que pasa es que es su responsabilidad, siente que es su completa responsabilidad y no debe cargar responsabilidad a nadie.

 

—Pero porque nos permita ayudarlo no significa que nos cargue con responsabilidades que son suyas. Somos sus amigos, sólo queremos ayudarlo.

 

—¿Cómo hacemos que cambie de opinión, papá? ¿cómo hacemos que nos deje ayudarlo? Porque no podemos dejarlo así-nanodayo.

 

—Él lo que no quiere es cargar su responsabilidad en alguien más. Pero si cuando por ejemplo, la pequeña necesite un cambio, no decirle déjame y te ayudo. Lo que le digáis sea yo quiero aprender, ¿me enseñas cómo se hace? O algo así.

 

—Más o menos viene siendo lo mismo. ¿Por qué diciéndoselo de una forma no nos dejaría y de la otra sí?

 

—No precisamente. Podría funcionar porque, no sentiría que vosotros estáis dejando vuestras cosas de adolescentes para ayudarlo, sino que os estáis interesando en algo que ahora forma parte de su vida.

 

—Lo que quiere decir que él crea así que en vez de ayudarlo, lo que queremos es saber hacer lo que él tiene qué hacer.

 

—Así es. Por ejemplo, estáis en la cancha, jugando a básket, y la pequeña tiene que comer. Alguno, no todos a la vez que os conozco, en vez de decirle que siga jugando como si nada y que otro se encargue, deje de jugar, se interese y vaya dónde él, y le pregunte si puede darle el biberón, que quiere aprender, o quiere hacerlo. Así, poco a poco, dejará que estéis con él en esa etapa sin rechazaros.

 

Todos estuvieron de acuerdo, y cambiaron su forma de querer ayudar a Aomine, para así, éste no pensase que los estaba obligando a ayudarle o delegando en ellos la responsabilidad que él debía tener.

 

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Seis meses pasaron de aquello, y la vida de Aomine cambió nuevamente, ahora de mejor forma.

Se dejó ayudar por sus amigos, comprendió que de esa forma no podía seguir, y que, por dejarse ayudar, no ponía toda su responsabilidad en ellos.

 

Su cambio también afectó de forma positiva en su relación con Kagami.

El pelirrojo entendió que, si lo estaba esquivando de esa forma, se debía a su cuerpo, el moreno se avergonzaba de su cuerpo fuera de forma debido al embarazo que incluso le pidió a Aida Riko que le diera algunas sesiones intensas de entrenamiento para recobrar su anterior físico, cosa que consiguió en un tiempo asombroso.

 

Una seria charla con el pelirrojo y unas buenas sesiones de sexo hicieron que todo volviera a la normalidad.

 

Aunque Kagami tenía algo en mente, y se lo hizo saber a Kagetora-san y Riko, que estuvieron de acuerdo, al igual que el resto de la Kiseki.

 

Último partido de la competición de invierno de universidades. Final difícil contra un buen equipo, y algo más importante para quiénes quieran dar el importarte salto; ojeadores de la NBA.

 

Se encontraban en el vestuario, minutos antes de salir.

Aomine se encontraba con ellos, dándole el biberón a Hikari, quién no perdía detalle con sus ojitos azules de los movimientos de las personas presentes, mientras tomaba su leche y movía sus piececitos.

 

No sabía por qué se encontraba ahí, ya que él no formaba todavía parte del equipo, no había jugado ningún partido con ellos, sólo entrenado en algunas ocasiones, pero incluso Kasamatsu estaba presente, cosa que lo extrañó de más, ya que, por mucho que fuera pareja de Kise, él formaba parte del equipo Strky y, aunque estuviesen eliminados desde cuartos de final, no dejaba de ser un rival.

 

—Bien, sobra decir que este partido hay que ganarlo como sea —habló Kagetora-san—. Ya sabemos su patrón de juego, debemos bloquear al número Siete, es su estrella. Ahora diré los jugadores titulares; Akashi, Midorima, Kagami, Murasakibara —hizo una pequeña pausa, entrecerrando sus ojos mientras enfocaba a la última persona de su cinco inicial—… y Aomine.

 

—¿Qué? ¿Yo? —se sorprendió tanto, que hasta retiró el biberón de la boquita de Hikari, quién se quejó por la interrupción—. ¿Qué pinto yo?

 

—Eres un jugador de este equipo también, ¿no? —respondió, con naturalidad, con sus brazos cruzados—. Aunque no hayas jugado ningún partido en este torneo, estás inscrito como jugador.

 

Observó a su alrededor, y vio como sus compañeros no protestaron, es más, tenían miradas de complicidad.

 

—No puede ser, no estoy en forma.

 

—Sí estás en forma —habló Kagami—, has estado entrenando con nosotros, nos conoces de sobra, sabes nuestras habilidades y forma de juego.

 

—Daiki, te necesitamos en el partido de hoy, y lo sabes. Vas a jugar —exigió Akashi.

 

—¿Estáis locos? ¿Qué hago con Hikari? ¿Es que acaso no entendéis que no puedo ponerme a jugar cuando quiera?

 

—Yo me quedo con Hikari —habló Kasamatsu—. Puedo cuidarla perfectamente. Yo no juego, iba a estar en la grada viendo el partido al igual que tú, así que puedo cuidarla tal cual ibas a hacerlo tú.

 

Ahora comprendió el porqué de que Kasamatsu se encontrase en el banquillo, lo tenían todo planeado.

 

—No me siento preparado para jugar otra vez un partido oficial —confesó—. ¿No veis que llevo mucho tiempo sin jugar? —quiso evitar que el antiguo capitán de Kaijo le quitara a Hikari de sus brazos, pero por tal de no forcejear y hacerle daño a la pequeña, Yukio se salió con la suya—. ¿Por qué no lo entendéis? Éste ya no es mi lugar.

 

—¡Sí lo es! —gritó molesto Kagami, tomándolo de la camiseta y estampándolo con las taquillas, literalmente—. Eres el mejor de todos, y hoy vas a jugar este partido, quieras o no. ¿Me has escuchado?

 

—¿Se puede saber qué mierda te pasa? —se zafó del agarre de su pareja—. No es solamente porque se trate de la final, hay algo más, ¿qué es lo que estás tramando, Kagami?

 

—En el partido de hoy habrá ojeadores de la NBA —explicó, y Aomine abrió los ojos con sorpresa—, por eso quiero que juegues, para que te vean, imbécil. Estoy seguro de que si te ven jugar, les vas a interesar.

 

—Claro, se van a interesar precisamente en un jugador que vuelve después de un año de inactividad y que tiene a su cargo a una hija pequeña, claro que sí. ¿Qué hago en el hipotético caso que me ficharan? ¿Qué hago con Hikari?

 

—Joder Aomine, deja ya de pensar con el qué hago con Hikari, piensa un poquito más en ti, coño. Puedes dar el puto paso a la NBA, puedes jugar en un puto equipo de la NBA, puedes cumplir tu puto sueño.

 

—Aomine-kun —intervino Kuroko—, puedes cumplir tu sueño pudiendo cuidar de Hikari-chan. No vas a ser un mal padre por eso, ni vas a dejar de cuidarla lo suficiente. También debes pensar en ti, y si tienes esa oportunidad, debes aprovecharla.

 

—Por favor —insistió Taiga—, quiero que lo intentes, quiero que juegues hoy y demuestres que eres el mejor jugador de todos.

 

—Bueno… pero para demostrar que soy el mejor jugador, necesito formar la mejor dupla contigo —respondió, sonriéndole.

 

—Eso está hecho —unas palmadas llamaron la atención de todo el vestuario.

 

—¡Bien! Ya está todo dicho, hay que ganar, ¿está bien? Vamos a dar por ellos.

 

—¡Sí! —exclamaron todos.

 

 

Satsuki le entregó a Aomine su camiseta con el dorsal número 5, quién se la puso después de tanto tiempo.

 

—Bien, creo que sigue faltando algo —dijo sonriente el pelirrojo, yendo hasta su bolsa de deporte y sacando de ésta la pequeña camiseta de Vorpal Swords de Hikari, entregándosela a Kasamatsu para que se la pusiera.

 

—¿Cuándo tomaste la camiseta? —se sorprendió Aomine. Kagami lo tenía absolutamente todo muy bien planeado.

 

—Cuando tú no te diste cuenta —se encogió de hombros—. Tu regreso no estaría completo si Hikari no llevara tu camiseta —se acercó a la niña en los brazos de Kasamatsu y le habló, para después depositar un beso en su frente—. ¿A que vas a animar a mami para que ganemos?

 

Todo el vestuario sonrió enternecido, y después de un grito de ¡vamos Vorpal Swords, vamos a ganar!, salieron del vestuario.

 

—Vamos a demostrar lo que valemos, ¿de acuerdo? —lo tomó de la cintura y lo besó.

 

—Vamos a demostrar que, los únicos que pueden vencernos, somos nosotros —rio sobre los labios ajenos. Se volvieron a dar otro beso y salieron detrás de sus compañeros.

 

..

 

Partido entretenido, difícil y espectacular. La dupla de Kagami y Aomine era imparable, se compenetraban mejor que cualquier jugador en la cancha.

 

La sonrisa que recuperó en la Winter Cup y que parecía que había vuelto a perder, regresó más luminosa que nunca.

Sólo había que ver ese brillo en sus ojos zafiro, y no porque estuviese en la zona. Jugar al básket, hacerlo contra unos dignos rivales, y hacerlo junto a Kagami, le había devuelto ese entusiasmo que creía perdido.

 

De regreso su inusual velocidad que dejaba pasmado en el lugar al contrincante con sus dribbles rápidos. Esos nada ortodoxos disparos pero completamente certeros que hacían resonar uno tras otro el pitido del marcador, aumentando la ventaja.

 

Pero los rivales no se iban a quedar de brazos cruzados, no se caracterizaban por darse por vencidos, aunque fueran perdiendo, y supieron responder, cosa que hizo crecer la emoción aún más en Aomine.

 

Rojo y azul desprendían esas chispas características de la zona, dupla perfecta, el dúo de estrellas dispuestos a darlo todo, pero, sobre todo, a disfrutarlo al máximo.

 

Pases certeros de Kuroko, organización del juego por parte de Akashi y triples perfectos por cortesía de Midorima, liderados por el dúo de estrellas.

 

Bocina final y el marcador muestra una victoria de 103-95. Gritos de alegría y suspiros de tranquilidad.

Todo el equipo se reunió abrazándose eufóricamente.

 

—¡Bien, vayamos a mi gimnasio, yo invito! —exclamó Kagetora-san, como aquella ocasión cuando ganaron contra Jabberwok.

 

—Perdonad, ¿puedo hablar un momento con vosotros? —el equipo se detuvo, girándose hacia un hombre con traje negro—. El número 5 y 10, quisiera que mantuviésemos una conversación, si no os importa.

 

Ambos asintieron, y el resto de los chicos fueron hasta el vestuario para cambiarse e irse a celebrar.

 

—Alexandra García me ha hablado mucho de ti, muchacho —se refirió a Kagami—, y he de decir que, aunque me haya hablado muy bien, se ha quedado corta. También va por ti, número 5 —se dirigió ahora a Aomine.

 

Sabía que iban a haber ojeadores de la NBA porque la propia Alex se lo había dicho, pero nunca se imaginó que ella misma hubiese hablado con dicho representante en persona.

 

—Bien, seré breve —sacó del bolsillo de su chaqueta una tarjeta, extendiéndola hacia ellos. Kagami la tomó—, soy representante de los Chicago Bulls, y he de decir que me habéis interesado gratamente. Sé que sois muy jóvenes aún y que estaréis en la universidad, pero el club garantiza tener todo a vuestra disposición, como una universidad y un apartamento, por tal de teneros en sus filas —explicó, para después ponerse muy serio—. Eso sí, me debéis una contestación ahora mismo, si queréis dar el paso a la NBA o no.

 

Se quedaron de piedra, tenían frente a ellos su sueño de convertirse en jugadores profesionales y jugar en la NBA, estaban que no cabían de felicidad. Aunque tenían una importante decisión a tomar, y era elegir en ese mismo momento querer cumplir su sueño, o no.

 

Kagami estaba claro que iba a aceptar, siempre quiso jugar en la NBA y más para ese equipo, que era su favorito. Aunque tenía miedo de que Aomine no aceptase.

También había sido el sueño del moreno de ser un jugador profesional, pero temía que se echara hacia atrás por Hikari.

 

—Aceptamos —respondió Daiki, ante el asombro —y alivio— por parte de Taiga, que no se esperaba esa respuesta. Volvió en sí cuando sintió un codazo de su pareja en el brazo—. ¿Verdad, Kagami?

 

—Así es, aceptamos.

 

—Perfecto entonces. Haré unas llamadas entonces para que tengan todo listo para vuestra llegada. Habla con Alexandra, ella os dará los detalles de todo —extendió la mano primero hacia uno, y después hacia el otro, para estrecharla—. Ha sido un placer hacer. Creedme, seréis unas auténticas estrellas.

 

Una vez el hombre se alejó, pudieron soltar de golpe todo el aire que estaban reteniendo inconscientemente por la impresión del momento.

 

—No sabes el miedo que tenía de que tú dijeras que no, porque yo quiero que juntos consigamos nuestro sueño —las manos de tonalidad canela fueron tomadas por las morenas.

 

—Como me habéis dicho… puedo cumplir mi sueño cuidando de Hikari, sin eludir mi responsabilidad, ni abandonarla ni siendo un mal padre, ¿no?

 

—Eres el mejor —lo atrajo hacia él para besarlo—, y yo estoy a tu lado para que, juntos, criemos a Hikari a la vez que cumplimos nuestro sueño.

 

—Gracias… —lo abrazó, y lo volvió a besar.

 

Celebraron la victoria, y también la noticia de que Aomine y Kagami se irían a América para cumplir su sueño de jugar en la NBA.

Aunque no sólo celebraron esas dos cosas… sino también la sorpresa que tenían muy bien guardada Kise y Kasamatsu de que iban a ser padres.

 

 

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Seis años después

 

Las luces del pabellón brillaban más que nunca, viendo el gran espectáculo del último partido de la NBA, en el cual estaba en juego el título de campeón. Era la primera vez que el título se decidiría en la última jornada, y no era para menos, con los grandes jugadores que había divididos en los diferentes equipos.

Miró el marcador; iban perdiendo únicamente por un punto, y apenas quedaban cinco segundos. Lo tenía que hacer.

 

No iba a ser fácil sortear a la gran bestia que tenía plantada delante de él, y menos cuando ambos estaban en la zona, pero no se iba a dar por vencido, iba a driblarlo y encestar.

 

Amago hacia la derecha, otro más hacia la izquierda con media vuelta sobre sus tobillos, cambio de mano y camino despejado. O eso cree, porque justo cuando va encestar, una mano le trata de impedir con desesperación el logro. Una sonrisa que deja mostrar el blanco de sus dientes, agradeciendo tan digno rival.

 

Sus manos sobre el frío metal, que se tambalea incluso después de que se soltara de él, haciendo que la red baile una pequeña danza al haber sido rozada por el balón. El pitido resuena y la puntuación sube al marcador, mientras la bocina ensordece a los rivales.

 

Levanta su puño apretado para celebrar con furia su tan merecida victoria antes de que sus compañeros se abalancen sobre él con gran felicidad.

A tan sólo unos pasos, una cara de impotencia cambia a una de orgullo. No puede apartar sus ojos de tan bella figura. Aún derrotado, no puede evitar alegrarse y sentir esa victoria un poco como suya.

 

Ese hombre, quién no lo tuvo nada fácil, había cumplido su sueño no sólo de ser jugador de la NBA, sino también de ganarla.

 

Se abre paso entre los jugadores rivales, hasta llegar enfrente del partícipe de la victoria, y lo mira de arriba abajo, con sus ojos orgullosos de ver todo lo que ha conseguido. El moreno le extiende la mano con una leve sonrisa, pero él no aguanta más las ganas y lo abraza en mitad del pabellón, delante de tantos espectadores y de cadenas de radio y televisión.

 

—Enhorabuena, una justa y merecida victoria —le felicita hundiendo su rostro en la curvatura del cuello ajeno.

 

—Me has dado guerra hasta el final, como digno rival favorito que eres. Esconde tu felicidad, idiota, se supone que acaban de derrotar a tu equipo —sonríe bromista al ver la cara de felicidad y orgullo de su pareja.

—No lo puedo evitar, sabes que esta victoria es como si fuera un poco mía, porque la has conseguido tú, con tu esfuerzo y dedicación, porque nunca te has rendido —no se contiene las ganas y lo termina besando, para el asombro —menos para ambos equipos— de todos los espectadores.

 

—Idiota… —murmura sonrojado ante tal acto en público por parte del pelirrojo.

 

Las cámaras los llenan de flashes y los periodistas de preguntas, a las que, orgullosos, responden sobre su vida personal que, hasta hacía unos momentos, mantenían aún en privado.

 

Eran una pareja feliz, enamorada y casada, con dos hermosos hijos.

Las verdades claras, no había nada qué esconder, aunque serían tendencia durante unas semanas.

 

De las gradas, apareció una niña de seis años, de cabellos azulados que portaba la camiseta de Chicago Bulls con el dorsal número 10, acompañada por el padre de Kagami, quién llevaba en sus brazos a un pequeño pelirrojo de apenas un año, quién también llevaba una camiseta de básket, pero siendo ésta la camiseta de Cleveland con el dorsal número 5.

 

Kagami tomó en brazos a una sonriente Hikari, que no paraba de repetir que ella lo animaba a él y que quería que le hubiera ganado a su mami. Aomine cargó a su hijo Taiki, quién balbuceaba aún algunas palabras inentendibles.

 

Taiga jugando Kagami para los Chicago Bulls y Aomine para los Cleveland. Aunque jugasen para equipos de diferentes ciudades, ambos decidieron fichar por un equipo diferente, estableciéndose en una ciudad intermedia en distancia, para así, cada vez que se movieran a la ciudad de su equipo, tuviesen la misma distancia y pudieran desplazarse sin problemas.

 

Se fueron a América con un pensamiento en mente; ser los mejores, y lo demostraron.

Al principio fue algo difícil, adaptarse a un nuevo país —sobre todo Aomine, ya que Kagami había vivido un buen tiempo allí—, costumbres e idioma, por no decir de compaginar universidad, entrenamientos, partidos y cuidados para un bebé.

 

Daiki había ingresado en la universidad, aunque le resultase más difícil con el cuidado de Hikari, pero el padre de Kagami fue muy tajante; él podía cuidar de la bebé y ambos debían trabajar duro para llegar a cumplir su sueño.

Alex también ayudaba mucho y se encariñó en seguida con Hikari.

 

El mismo año que fueron completamente titulares y tuvieron su uniforme con el dorsal que tanto querían, se casaron.

A los cuatro años de matrimonio, tuvieron un hijo, Taiki, idéntico a Kagami en todo su físico exceptuando los ojos azules de Aomine.

 

El moreno pensó que, después de pasar nuevamente por un embarazo y un periodo de recuperación, el equipo ya no querría mantenerlo, pero se equivocó, en cuanto se recuperó el equipo le insistió en que volviera a sus filas, era su jugador estrella y lo apoyaron en todo.

 

Y ahí se encontraban, envueltos en su pequeño mundo y felicidad. Se miraron por unos segundos antes de besarse.

Habían cumplido su sueño; habían dado el salto a la NBA y habían formado una hermosa familia.

 

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Omake

 

—Mamá —habló Hikari, mientras meneaba su limonada con la pajita antes de darle un gran sorbo—. ¿Tienes intención de separarte de Tai-chan?

 

Falta decir que Aomine se atragantó con el café que estaba tomando en ese mismo momento mientras leía el periódico online en su tableta.

 

—¡Claro que no! ¿Qué te hace pensar en algo como eso?

 

—Pues vaya —respondió desanimada.

 

—¿Qué es ese pues vaya? ¿Es que acaso quieres que nos separemos o qué? Pensé que querías a Taiga.

 

—Por eso mismo —hizo un mohín—, porque quiero a Tai-chan —los orbes azules de Aomine se cruzaron y desafiaron los orbes del mismo color de su hija—. Si lo dejas, yo me quedaré con él.

 

—Espero que sea una broma de mal gusto, porque se supone que debes verlo como un padre, mocosa.

 

—Y lo veo… —sonrió. A Daiki se le acabó la paciencia, golpeando levemente con sus puños la mesa de madera del comedor.

 

—No me gusta como estás pensando, Hikari. No voy a consentirte algo como esto, ¿te queda claro?

 

—No te pongas celoso, mami, que era una broma. Me marcho con mis amigas al cine —se levantó de su asiento y se abrazó al moreno, que refunfuñó cuando la joven le dio un beso en la mejilla.  

 

—¿Qué es lo que está pasando? —apareció en la sala Kagami junto con Taiki.

 

—¡Tai-chan! —exclamó, yendo hasta él para que la abrazara, cosa que hizo encantado—. Oye, si mi madre te deja, tú no te preocupes, que yo me quedo contigo.

 

—¡Hikari! —exclamó molesto Aomine.

 

—Ya, es broma, en serio —dijo con seriedad—. Aunque mami… no bajes la guardia —le guiñó un ojo antes de abandonar la sala, ante los reclamos del moreno.

 

—¿Daiki? ¿Se puede saber qué está diciendo Hikari de cuando me dejes? ¿Es que piensas dejarme? —preguntó, completamente horrorizado. Aomine suspiró.

 

—Que no le hagas caso, esta niña y su época de hormonas revolucionadas van a acabar conmigo.

 

—Entonces, no piensas dejarme, ¿verdad?

 

—Claro que no, idiota —respondió, algo molesto.

 

Kagami se tranquilizó, creyendo que de verdad su adorado Daiki se estaba planteando separarse. Aomine suspiró irritado porque no sabía si creer o no las locuras de su hija. Y Taiki pensó que había ido a nacer en la familia más loca de todas, aunque así los quería.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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