Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Con amor, tu hermano Darwin (Darwin x Gumball) por Yakaylex2

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

El nombre del Increíble Mundo de Gumball y todos los personajes aquí utilizados, corresponden a sus respectivos autores (el gran Ben Bocquelet y anexos). Fanfic sin ánimo de lucro. Hecho por una fan para fans.

Notas del capitulo:

Hola amigos, aquí con una nueva historia. Esta vez sobre uno de mis personajes más favoritos del Increíble mundo de Gumball... ¡Darwin Waterson! Antes de comenzar con la lectura como ya habrán visto, la trama contiene temas sobre romance entre hermanos o incesto (como quieran llamarlo). No hay escenas de sexo, pero sí un ligero toque erótico. Si no estás cómodo con este tema, te pido por favor que abandones la lectura. Si lo estás, ¡espero que la disfrutes!

- Darwin…


- ¿Mmm? ¿Qué pasa Anais? - Le pregunté soñoliento.


- No puedo dormir... - La voz de mi pequeña hermana de diez años, se escuchaba muy afligida. - He estado abrazando a Daysi, pero aun así tengo miedo. Y no dejo de pensar en...


- Tranquila - la interrumpí. - No pasa nada, ven. - Le dije mientras le hacía un pequeño espacio en mi cama. - Ya sabes que siempre has contado conmigo.


- Gracias, Darwin. Gumball y yo tenemos al mejor hermano del mundo. - Rápidamente se acomodó a mi lado, mientras yo sentía un nudo en la garganta por este comentario. Al parecer Anais no lo notó.


- Gracias... - Traté de sonar alegre por ese cumplido.


 - ¡Descansa! - Su voz se escuchaba cansada.


- Tu también, Anais. - Le dije mientras trataba de conciliar el sueño.


Unos minutos después, Anais ya se había quedado dormida entre mis brazos. Me alegraba que se sintiera tan cómoda conmigo y que por supuesto me considera su hermano. Pero, el hecho de decir que Gumball también, eso es otra historia. El señor Richard y la señora Nicole (a quienes yo les llamo de cariño Sr. Papá y Sra. Mamá) me adoptaron cuando apenas tenía dos años de edad. Ellos ya tenían a un pequeño muy hiperactivo de mí misma edad, llamado Gumball, y de inmediato creyeron que le haría muy bien la compañía de un hermano.


Por desgracia no habían logrado tener más familia, por lo que decidieron adoptar a un nuevo miembro. Por suerte, me eligieron. Así que de esta manera nos convertimos en hermanos. Ocho años después, sorprendentemente, llegaría Anais. Sin embargo, siempre tuve un cariño más especial por Gumball y con cada día que pasaba me iba encariñando más y más, al grado de querer hacer todo a su lado. Y aunque a veces sufriera por alguna travesura de su parte, seguía queriéndolo de la misma manera.


¿En qué momento mi cariño fraternal se convirtió en otra cosa? No lo sabía con exactitud, pero desde que cumplí los quince decidí poner distancia entre él y yo. Fue muy difícil, pero creo que era lo mejor. Es decir, enamorarte de tu propio hermano no es para nada normal, ¿correcto? Tal vez seas de esas personas que pueden decir "finalmente no son hermanos de sangre" o “al diablo con la sociedad, lo que importa es que seas feliz.” o tal vez “Eres libre de enamorarte de quien tú quieras”, y créeme que te lo agradecería mucho. Pero sé que estaría decepcionando a los señores Waterson y eso es lo que menos quiero. Y por supuesto, si Gumball se enterara, quizá perdería toda su amistad y eso si jamás podría soportarlo. Lo mejor era fingir lo contrario y alejarme de su lado.


En aquellos días me había mudado al ático de nuestra vieja casa, argumentando que deseaba tener mi propio espacio. Con algunas reparaciones menores, este se convirtió en mi cuarto. Anais dormía en un pequeño sofá cama ubicado en nuestra pequeña "biblioteca", ya que a ella le encantaba y no tenía problema.  Por eso, Gumball se había quedado con la habitación que anteriormente habíamos compartido los tres. Pero en los días en los que mis padres tenían que salir de la ciudad, Anais prefería dormir conmigo. Decía que conmigo se sentía más segura ya que Gumball tenía el sueño mucho más profundo. Podría derrumbarse la casa y el jamás se enteraría.


Al día siguiente, Anais fue la primera en levantarse. Me besó tiernamente en la mejilla y se fue a preparar el desayuno. Po suerte estábamos de vacaciones escolares, así que no teníamos grandes cosas por hacer.


- ¿Que planean hacer hoy, chicos? - Estábamos en el comedor cuando Anais nos hizo esa pregunta. Por un momento miré a Gumball, pero de inmediato desvié mi vista.


- Casi nada. - Respondió un poco frio. -  Antes de que te llevemos a tu fiesta-pijamada, Darwin me ayudará a vaciar nuestra antigua habitación. - Era una orden, no una petición. Pero no quería volver a poner un pie en su cuarto, o más bien no quería quedarme solo con Gumball en su cuarto.


- Ah... Hoy no puedo... tengo una cita y... - Me interrumpió con rapidez.


- ¡Ah, no! Hace tres años que te mudaste y tus cosas siguen en mi habitación. Y por supuesto las de Anais. Y nuestros padres no llegan sino hasta mañana. Así que me tienes que ayudar hoy. - En su rostro pude ver un poco de furia. Sabía que no podría liberarme de eso.


- Esta bien, Gumball... - Mentía, por supuesto que no iba a estar bien. Pude ver que Anais sonreía misteriosamente.


- Si quieren yo también puedo ayudarles. – La miré y sonreí.


- Eso sería genial, ¡gracias Anais! - Mi alivio fue evidente. Afortunadamente Gumball no lo vio, ya que estaba muy concentrado mirando su plato.


- Como quieran… - Y siguió comiendo.


Al caer la tarde, después de una mañana bastante productiva, llevamos a Anais a su fiesta. Gumball caminaba con bastante lentitud detrás de nosotros, mientras Anais tiraba de mi brazo para ir más deprisa. Llegamos a la casa. La anfitriona nos recibió con entusiasmo y de inmediato Anais se despidió de mí. Me ofrecieron un poco de pastel, pero lo rechacé amablemente. Mientras charlaba con la mamá de la festejada, pude notar que Gumball no se encontraba por ningún lado. Tal vez estaba esperándome afuera, ya que el detestaba las fiestas para niñas.


Salí de la casa y comencé a buscarlo, por un momento me asusté un poco y creí que le había pasado algo. Después reaccioné. Tal vez ni siquiera nos había acompañado. Con frustración corrí hacía la casa y noté las luces prendidas. Así que realmente nos había dejado solos. Estaba a punto de abrir la puerta cuando escuché algunas risas.


- No, Gumball. ¿Y si alguien llega? - Era la voz nerviosa de Penny.


- Nadie vendrá, seguro que Darwin se queda a dormir también. Le encantan esas fiestas. - Le respondió Gumball.


Por un momento hubo un choque en mi mente. ¿Qué diablos planeaba hacer con Penny? Pasaron los minutos y solo se oía el ruido del televisor. Seguramente estaban muy ocupados besuqueándose o haciendo otras cosas. Teníamos dieciocho años, ¿qué otra cosa querría hacer? Rápidamente abrí la puerta de una patada y comenzaron los gritos.


- ¡Ah! - La voz de Penny demostraba verdadero temor.


- ¿Qué diablos haces aquí, Darwin? - Me gritó Gumball. para mi sorpresa ambos estaban vestidos y con un enorme tazón de palomitas enfrente suyo.


- Esta es mi casa, ¿y se puede saber qué haces tú aquí si habíamos quedado en acompañar a nuestra hermana a la fiesta? - Había molestia en mi voz y ni siquiera había saludado a Penny.


- Esperar afuera sería muy aburrido, así que acordé con Penny ver una película de miedo. - En la pantalla podían verse cuerpos repletos de sangre.


- Pero ya no más, Gumball. - Dijo Penny con verdadero coraje. - Dijiste que nadie vendría y tu hermano casi me provoca un infarto. Me voy a casa. - Pasó al lado mío sin siquiera pedir permiso.


- ¡Hey, no te vayas! - Pero era demasiado tarde. Había salido hecha una furia y nadie podría detenerla. - ¿Ves lo que hiciste? - Me preguntó molesto.


- Yo no hice nada... - Me defendí. La verdad era que nunca había soportado a Penny.


- ¡Perfecto! -Me gritó mientras me veía con un rencor profundo, sentí que me estremecía. - ¡No quieres que tenga más amigos y tú ya no quieres ser ni mi amigo ni mi hermano! ¿Acaso me odias tanto?


- ¡No quiero dejar de ser tu hermano! - Le grité. Obviamente mentía. Deseaba que no me hubieran adoptado, para que así no tuviera nada que ver con Gumball. Si lo hubiera conocido en otras circunstancias podría amarlo libremente.


- Sí, ¡cómo no! - Pasó rápidamente a mi lado, rumbo al segundo piso.


- ¡Espera! - Le grité mientras lo trataba de alcanzar. Llegamos a su habitación y comenzamos a forcejear. - ¡Ya basta, Gumball!


- ¡Tú déjame en paz! ¡No quiero ser más tu hermano! - Me gritó molesto. Esa fue la gota que derramó el vaso. Ya no podía seguir reprimiendo lo que sentía. Al demonio con todo. Lo empujé con todas mis fuerzas, provocando que ambos cayéramos en su alfombra. Allí me subí sobre él para evitar que se levantara.


- ¿Qué haces? - Me preguntó asustado. Sin hacerle caso tomé sus dos manos y las levanté sobre su cabeza. Estaba completamente vulnerable.


- Algo que debí haber hecho hace mucho... - Con tranquilidad, acerqué mi rostro al suyo y le hablé de la manera más sensual que se me hubiera ocurrido. - Te amo... - Gumball me miró con el rostro encendido y la boca entreabierta.  Lo besé torpemente, sin que él me correspondiera. Seguía muy desconcertado. Con el corazón roto, solté sus manos y me bajé de él. - Lo siento. - Musité. Después de eso, me marché a mi habitación.


¿Cómo pude ser tan imbécil?


Después de eso no me atreví a salir de mi habitación. No hacía ningún ruido. Solo se podía escuchar ligeramente mi llanto. Había hecho lo más estúpido que se me había ocurrido en la vida. Durante un rato estuve contra la almohada, tratando de ahogar mi frustración, hasta que mi estomago comenzó a gruñir. No me atrevía a bajar todavía. Pero no habíamos comido nada desde el almuerzo.


Armándome de valor abrí mi puerta y salí. En la parte de abajo solo se escuchaba el ruido monótono de la película que Penny y Gumball habían estado viendo. Pero no había nadie. Incluso allí seguía el tazón de palomitas intacto. Apagué el aparato y comencé a preparar la cena. Estaba indeciso en llamar a Gumball. Quizá ahora me odiaría. Terminé de preparar la cena y la subí en bandejas. Planeaba dejarle la suya a Gumball.


Toc, toc, toc. Golpee su puerta, pero nadie me respondió.


- ¿Gum... Gumball? - pregunté indeciso.  Me preocupe un poco, pero quizá se había quedado dormido. Con cuidado abrí su puerta y me sorprendí al ver la enorme ventana abierta. ¡Gumball se había escapado! - ¡Gumball!


Me asomé por la ventana, pero no había rastro de él. Quizá desde hace tiempo se había marchado. Pero ¿por qué tendría que irse por allí si no había nadie que vigilara la puerta? Reaccioné demasiado tarde.


- ¡Darwin! - me gritó mientras se abalanzaba hacia mí en una especie de tacleada futbolera.


- ¡Gumball, no! - Grité, pero ya se había impactado en mí. Con fuerza caímos sobre su computadora, golpeándonos directamente en la espalda. Esta vez Gumball cayó sobre mí. Comenzamos a forcejear nuevamente y enseguida sentí un golpe en mi mejilla.


- ¡Eres un grandísimo idiota, Darwin! - Me gritó molesto.


- Lo sé... - Logré pronunciar. ¿Qué más podría decir?


- ¿Por qué te burlas de mí? - Me dijo con voz quebrada y voltee a verlo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.


- Nunca me he burlado de ti. - Traté de verlo directamente a los ojos.


- ¡Me dijiste que me amabas! - Entonces agaché la mirada. - ¡Pero te alejaste de mi desde hace tres años! ¡No hay un solo día que podamos pasar juntos como antes! ¿Crees que te puedo creer eso? ¿Acaso no sabes lo que siento yo por ti?


- ¿Qué? - No entendía nada.


- ¡Yo también te amo! - Me dijo con su mirada azul tan cristalina. Sin pensarlo siquiera levanté mi rostro para besarlo directamente en los labios. Esta vez me correspondió con la misma fuerza. Comenzamos un movimiento desesperado, como náufragos hambrientos en busca de agua y comida. Los besos eran más profundos, nuestras lenguas se tocaban una y otra vez. Mis manos comenzaron a acariciarlo y el hacía lo mismo. Ambos en las mismas circunstancias. Con cuidado de no separarnos nos pusimos de pie y Gumball me tomó de la cintura. Me empujó un poco contra la pared, teniéndome completamente dominado, pero no me importaba.


Estaba tan cerca de mí que pude notar sin problema su excitación. Yo estaba igual. Comenzamos a tocarnos, al principio con timidez y después con mayor descaro. Nuestros gemidos, estaba seguro, se escuchaban por toda la casa. Estuvimos por largo rato así. De pronto, Gumball me cargó de tal manera que mis piernas se enredaron en su cintura. Era el momento de hacer algo más profundo... Pero no lo hicimos. Terminamos el beso y yo me bajé de él. Me tomó de la mano y nos sentamos en la vieja litera.


- No podemos hacerlo... - Le dije triste.


- Lo sé... - Pasaron unos minutos antes de que volviéramos a hablar. 


- Me voy a ir de la casa. - Tragué saliva para armarme de valor.


- ¿Qué? - Me miró sorprendido, con esos enormes ojos en los que frecuentemente me perdía. - ¿Por qué?


- Porque le estoy muy agradecido al Sr. Papá y a la Sra. Mamá. Porque quiero mucho a mi pequeña hermana Anais, -suspiré- y porque te amo con todo mi corazón.


- ¿Y por eso te vas? - me miró con unos ojos tan tristes. - ¡A ellos no les importaría!


- Pero a mí sí... - lo interrumpí. - ¿Qué no te das cuenta? Tal vez no somos hermanos de sangre, pero nos criamos de esa manera. Nuestros padres podrían creer que soy una especie de pervertido que te corrompí a ti y que quizá quiera hacerle algo a Anais.


- Ellos saben lo buena y maravillosa persona que eres, Darwin. - Me lo dijo con convicción. - Jamás creerían algo así de ti.


- Posiblemente – acepté. – Ellos también son muy comprensibles y unas maravillosas personas, pero no puedo lastimarlos de esa manera. Tampoco puedo arrastrarte conmigo a las burlas y los reclamos de la sociedad. - Me levanté de la cama. - Perdóname por todo Gumball. - Comencé a caminar rumbo a la puerta.


- ¡Ellos ya saben que estoy enamorado de ti! - Me gritó. Me detuve en seco.


- ¿Qué? - No podía creerlo.


- ¿Recuerdas aquella vez, cuando estuve castigado un mes después de que te mudaste? - Asentí. - No iba a trabajar con mamá a su oficina, ambos íbamos a consulta con un psicólogo. - No podía creerlo. - Al principio reñimos por haberle confesado todo, pero papá lo tomó tranquilamente. Dijo que, si eso me hacía feliz, entonces que me apoyaba. Mamá lógicamente se puso histérica y por eso fuimos a consulta.


- ¿Y qué te dijo el psicólogo? - Tenía mucha curiosidad por saberlo.


- Me dijo que lo estaba malinterpretando todo. - Sentí que mi corazón se rompía poco a poco. - Me dijo que posiblemente, yo tomé el amor fraternal que siento hacía ti y lo convertí en otra cosa. Me dio una larga lista de por qué no es normal enamorarte de tu propio hermano y me mandó a casa.


- Y ¿qué decidiste?


- Mandarlo al diablo. - Sonrió y yo también lo hice. - Mamá y yo hemos tenido estas conversaciones durante meses. Se que cultural y religiosamente, se nos ha inculcado que tenemos terminantemente prohibido ver a nuestros hermanos como a cualquier persona. Pero ¿cómo puedes ordenarle a tu corazón que no lo sienta? ¿Cómo puedes ordenarles a tus ojos que no miren a esa persona, si te has enamorado como si fuera cualquier otra? - Su voz se quebraba un poco. - Miro a Anais y solo siento un amor fraternal con ella, como si fuera mi hija, pero contigo es diferente. Es como me sentía con Penny cuando tenía doce años, solo que de una manera más profunda e intensa. ¿Qué hay con esas culturas o de esas tribus que vimos en la clase de historia? Esas que se casan entre ellos para proteger su linaje.


- Es diferente, Gumball. - Le dije sin convicción.


- ¿Por qué? ¿Por qué crecimos en otra sociedad, en otro tiempo? ¿Quién decidió que era lo correcto y que no? - Me miraba con impotencia.


- No puedo responderte a esas preguntas, Gumball. - Le dije con sinceridad.


- ¿Lo ves? Nadie puede hacerlo. Si la sociedad ya está permitiendo las relaciones no binarias, ¿por qué no dar oportunidad al poliamor o al incesto? O quizá podríamos irnos a relaciones menos convencionales que esas...


- Gumball... -  Me miró interrogante. - Por favor, no exageres.


- Esta bien. Tal vez me fui un poco lejos. Pero regresando al tema inicial, no sé si está bien o no enamorarse de tu hermano. Eso no lo puedo saber, - se acercó a mí y me tomó de las manos. - Pero si te amo a ti, y es lo único que importa.


- Gracias, Gumball... - se quebró mi voz. - No sabes lo feliz que me hace saber eso. - Nos fundimos en un tierno abrazo.


- Mañana mismo se lo diremos a mis papás, ¿te parece? - Lo contemplé. Se veía exactamente como el pequeño al que había conocido cuando llegué aquí. Me invadió la nostalgia.


- Mañana... - Trate de sonar convincente. - Pero ahora a cenar y después a dormir, ¿ok?


- ¡Duérmete conmigo, como en los viejo tiempos! - Me suplicó.


- De acuerdo, pero nada de travesuras Gumball. – Lo miré con seriedad.


- Lo prometo. - Me miró y me sonrió.


Tomamos nuestra cena mientras reíamos y charlábamos como antes. Divirtiéndonos con las ocurrencias con las que siempre salían Tobías o “Banana” Joe. Después nos duchamos - cada quien, por separado, claro. - y nos acomodamos en su cama. Pese a ser unos cuantos meses mayores, Gumball siempre había actuado como si yo fuera el más grande.


- Descansa, Darwin. - Me dijo mientras me abrazaba con fuerza. Lo abracé igual. No quería separarme de él nunca.


- Tú igual, Gumball... - Traté de no pensar en nada más que en este momento. - Te amo...


- Yo también... - Me dijo antes de quedarse dormido.


Unas cuantas horas después, cuando Gumball estaba profundamente dormido, me separé de él. Lo besé suavemente en su cabeza y coloqué un arrugado sobre en su escritorio. Lo miré por última vez y me dirigí a mi habitación. Sin hacer ruido, tomé la maleta que había preparado días atrás y salí de la casa. Escribí el mensaje adecuado y esperé a que aparecieran para recogerme.


Miré con detenimiento aquella vieja construcción. Quizá sería la última vez que lo haría. Recordaba tantos momentos que había vivido en ella, junto con toda mi familia. Sabía que Anais estaría dolida, pero ya había hablado con ella en días pasados. Pese a ser muy madura para su edad sabía que me extrañaría tanto como yo a ella, pero no había vuelta atrás. Y Gumball, quizá me odiaría el resto de la vida. Quizá no me volvería a hablar. Pero era lo mejor para todos. No sería el causante de la separación de esta familia. Escuché que se detenía un coche. El conductor me hizo señas frenéticas y de inmediato subí en la parte trasera.


-Gracias por recogerme. -


- Ya sabes que, para cualquier cosa, aquí estamos. -El hombre tenía una voz bobalicona, que le quedaba perfectamente con su apariencia. Pero era la persona más noble que hubiera conocido.


- Y sabes perfectamente que para cualquier cosa que necesites aquí estaremos, Darwin. - Se percibía preocupación y cansancio en la voz de la mujer, algo muy usual de ella. - Siempre seremos tu familia.


- Gracias Sra. Mamá y Sr. Papá. -Les dije humildemente.


- ¿Estás seguro de esto? Sabes que Gumball va a estar destrozado. - Mi padre me miraba por el espejo retrovisor. - Conozco a mi hijo.


- Estará triste por un buen tiempo, pero sé que a la larga se le va a pasar. Conozco a mi hermano. - Sonreí con tristeza.


- ¿Y estás seguro que quieres irte tan lejos? La abuela Coco te aceptaría sin problemas.


- Sería el primer lugar en dónde me buscaría. Por favor Sra. Mamá, tienen que prometerme que no les dirán a donde me fui. - Le supliqué.


- No me agrada mucho esconderles cosas a tus hermanos, - suspiró. - Pero por esta vez lo haré. -


- Gracias...


Seguimos el camino y debido a la hora, pronto llegamos al aeropuerto. Mis padres habían juntado sus ahorros para que pudiera irme de intercambio escolar a una Universidad en Europa. Una vez allí, encontraría un buen empleo y viviría el resto de mi vida alejado de Gumball. Ellos no lo decidieron, fui yo. Por supuesto que el primero en hablar con ellos había sido yo. Pero no dejamos que nadie lo supiera. La visita al psicólogo también la viví, pero a diferencia de Gumball, no lo mandé al diablo. Sus palabras resonaban en mi mente una y otra vez.


Y si, pensé que al decirles a mis padres lo que me pasaba me prohibirían terminantemente acercarme a mis hermanos, pero no fue así. Gumball tenía razón. Aunque hubo un tiempo en que mi madre se alejó un poco de mí. Por lo que me dijo Gumball, supongo que ella creyó que ya le había hablado sobre mis sentimientos. Aunque después volvió a ser la misma. Pero, aunque lo negara, sabía que le preocupaba las implicaciones que traería el ser pareja de mi hermano. Podía percibirlo porque era mi mismo temor. Por eso, durante meses estuve sacando las mejores calificaciones en la escuela para conseguir una beca y al final lo pude hacer. Hablé con mis padres y fue así que llegamos a este punto.


- Si algún día quieres regresar - me dijo cuando llamaron para abordar el vuelo. - solo avísanos y vendremos por ti, ¿de acuerdo? - Asentí. - Lo mismo pasa si quieres escribirnos alguna carta. Recuerda que eres parte de nuestra familia.


- Si, ya sabes que siempre serás mi hijo favorito. -Me estrujó con fuerza.


- ¡Richard! - Le gritó molesta. - Sabes que a los tres los queremos por igual. - Sonreí, la Sra. Mamá siempre decía eso.


- Bueno... - se acercó a mi oído y me susurró. - Pero tú lo eres más.


- Gracias, papá. Y gracias mamá. - Sonreí y los abracé con toda la fuerza que tenía. - Por haberme adoptado, por haberme cuidado y, sobre todo, por quererme tanto. Yo también los amo.


Al subir al avión, las lágrimas no dejaban de fluir. Afortunadamente iba en un asiento solo. Dejaba atrás a mis amigos, mi ciudad, mi familia entera y sobre todo al amor de mi vida. Pero sabía que era por el bien de todos. Quizá si hubiéramos vivido en otra época, no hubiera habido tanto problema. O tal vez sí, no puedo estar muy seguro.


Al día siguiente Gumball leería mi carta de despedida.


"Hola, Gumball.


Antes que nada, quiero pedirte perdón. He sido un gran imbécil los últimos tres años. Hice todo mal. Me alejé de ti pensando que era lo mejor, pero creo que de haberlo considerado un poco más, podría haber hecho las cosas diferentes. Tal vez hubiera sido mejor fingir que no me pasaba nada y seguir a tu lado. Pero tenía miedo de que hiciera algo estúpido y tú me odiaras toda tu vida. Aunque quizá ya lo hice. Tal vez ahora tú me odiaras más que nadie, por no haber luchado por ti. Pero no quiero separar a nuestra familia. No soportaría lo que la gente dirá de nosotros. Tal vez te parezca un cobarde o un imbécil, y lo acepto. Lo soy. Pero solo quiero que estés bien. Que tengas una vida feliz. Con Penny, con Carrie o incluso con Masami.


Me voy lejos y no quiero que me busques por favor. Mis padres me han prometido que no te dirán nada. Así que es el momento de decirlo.


Adiós Gumball. Cuídate mucho. Siempre te amaré.


Con amor, tu hermano Darwin...   "

Notas finales:

Estaba platicando con mi pequeña y entonces me puso a reflexionar. Por qué si ya se están permitiendo parejas no binarias, ¿por qué no está bien visto tener dos parejas? ¿o relacionarse entre familiares? La verdad es que no supe como contestarle. Tiene cuatro años. Y si considero el tipo de educación que generalmente se nos da tanto en la familia como en la sociedad, bueno, entenderán mi dilema. He estado reflexionando en este tema y no he podido llegar a una conclusión satisfactoria. Y tal vez este no sea el lugar para hacerlo, pero si alguno de ustedes tiene una opinión al respecto, les agradecería mucho pudieran compartírmela en los reviews.  Espero que les haya gustado la historia, la primera que escribo con un final triste, por cierto. ¡Nos vemos en la siguiente!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).