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¿Confías en mí? por CosmosLycoris

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Notas del fanfic:

Esto salió gracias a un post que ponía la frase "¿confías en mí?" como punto de partida para formar una historia, así que me basé de ella para hacer este rápido one shot.

Itadori y Megumi estaban siendo envueltos en un aterrador escenario. Debían darse prisa, el tiempo era oro, y mientras más dudaban, las probabilidades de que sus vidas corrieran riesgo aumentaban.

—¿Confías en mí? —fue con aquellas profundas palabras por parte de Yuuji que inició el trayecto a un lugar seguro. Le tendió la mano para que se la estrechara fuertemente, lo miró directo a los ojos, y con ese sincero gesto, le quiso transmitir valentía. No hubo necesidad de usar palabras, justo en ese escenario era imposible formular un discurso, el estruendo volvería su voz inaudible; además de que Itadori nunca fue bueno con ello, aun así, Megumi percibió la convicción proveniente del contrario. Su aura era tan poderosa y palpable que inmediatamente estaba desbordando valor.

Justo hace un par de segundo, Megumi tenía el semblante destruido, su cabeza daba vueltas, a parte de que toda su atención estaba fijada en su casa: aquel edificio que tanto se habían esmerado en obtener mediante años de trabajo, esfuerzo, sufrimiento... En un abrir y cerrar de ojos, la labor de la joven pareja se había esfumado. Todo lo que podía representar su vínculo de una manera material, estaba siendo reducido a escombros dadas las potentes ráfagas de viento. Eso era más que suficiente para devastar a cualquier, sin embargo, el chico pudo resurgir apena entró en contacto con Itadori, y una pequeña llama se prendió en él: el deseo de vivir.

Miró hacia Yuuji y asintió, tanto como para informarle que estaba listo, tanto como para contestarle a su pregunta, y confirmar la confianza que le tenía.

Por último, y de manera instintiva, los jóvenes voltearon para darle un último adiós a lo que había sido su hogar.

Restaba huir sin parar ni vacilar, porque un paso en falso podía ser fatal. No se podían dar el lujo de infravalorar el paso de un salvaje tornado. Aquella columna de aire con alta velocidad había aparecido sin previo aviso, arrasando con todo a su paso. Sin dudas, experimentarlo era algo sin precedentes para los habitantes de la ciudad; desgraciadamente la vida los había golpeado de la manera menos esperada por cuenta de la madre naturaleza.

Itadori junto a Fushiguro eran un par más de aquellos que hacían lo que fuera para sobrevivir, y, en medio de la catástrofe permanecían tomados de las manos, caminando contra viento, vivos... Pero lo impredecible había ocurrido, logrando que su estrategia diera un giro completo. Una enorme rama que volaba caóticamente amenazó con golpearlos, por lo que no tuvieron de otra más que soltarse y apartarse rápido.

Fue un instante, aunque había sido suficiente para que se perdieran.

Las condiciones estaban en su contra: el polvo, tierra, hojas, y demás objetos, se mezclaban para hacer una densa neblina, además de que el torbellino estaba suficientemente cerca como para que el aire se percibiera como cuchillas. En conjunto, daba como resultado que la visión disminuyera en sobremedida. Además, el ambiente era sofocante. Debían obligarse a mantenerse calmados, más era un estado mental que no se podían permitir tan sencillamente, y todo fue empeorando por los nulos resultados de sus esfuerzos por encontrarse. Los gritos de Megumi no sirvieron, y las vueltas por el lugar que Itadori daba corriendo, simplemente lograron que se extraviara aún más.

Podían arrebatarles cualquier cosa, sin embargo, que los separaran de esa manera era la forma más precisa de acercarlos a la locura.

 

 

Itadori jamás se detuvo, perdió la noción del tiempo y el espacio, llegó a un punto en la que desasoció por culpa de la cantidad de estrés que se apoderó de él de golpe. En sus momentos de lucidez, pensaba que forzosamente debía encontrarse con su novio o con ayuda, así que frenar el paso no era opción.

De pronto cayó en cuenta de que el desastre natural se había apaciguado, y poco a poco alcanzó a ver algo más que no fueran casas derrumbadas. Interceptó un camión de bomberos además de varias ambulancias. Exhausto, sufriendo por heridas, con dolor en los pulmones, garganta y ojos, a parte de la lucha contra la sed y el hambre, alcanzó a llegar con las autoridades.

Lo primero que pidió fue saber algo a cerca de Fushiguro Megumi.

 

 

 

 

—Se trata de mi prometido, por favor, ayúdenme a encontrarlo —suplicaba a las enfermeras una vez trasladado al hospital. Aunque cada uno de los empleados estaba ajetreado por atender demasiados pacientes. Nadie pudo ayudarlo concretamente. Quedó parado en medio de la sala de espera, en una especie de estado de shock.

La vista del lugar era terrible: incontables víctimas de las circunstancias sollozando descontroladamente, personas manchadas de sangre, niños gritando, ancianos a nada de desfallecer. Había escapado de un infierno para llegar a otro.

Cuando fue su turno para ser atendido, le vendaron las aperturas en la piel, le hicieron un rápido chequeo, y le habían ofrecido alimento y agua. Iba a estar bien, por lo menos físicamente. Entonces, una vez que tuvo las ideas claras, volvió a preguntar por Megumi.

—Hay un pizarrón donde anotamos a las personas extraviadas no identificadas, probablemente te ayude, aunque se actualiza de forma tardada —la recepcionista del hospital comentó tratando de apaciguar la visible angustia plasmada en el rostro de Itadori.

Cuando el joven arribó al sitio indicado, leyó el cartel que informaba sobre el estado de los que se registraban allí: verde para estable, naranja para estado crítico, rojo para fallecimiento. Cerró los ojos con fuerza apenas dio con esa palabra... No iba a ser capaz de hallar el nombre de su amado en un tono similar al de la sangre.

—Te lo suplico, si en verdad existes... —susurró, tratando de despojarse del miedo y así ser capaz de indagar en la lista.

Tuvo que escudriñarla cuatro ocasiones seguidas para cerciorarse de que no lo estuviera pasando por alto, pero al final dio por sentado la ausencia del nombre que quería encontrar. Era difícil de saber si podía aliviarse por eso.

Fuertemente intentó deshacerse de la frustración, porque eso traería desorden en su mente, y, por ende, lo volvería menos funcional. Por lo que decidió tomar asiento a un costado de la pizarra para poder enterarse pronto de cualquier novedad. En una situación menos anormal, hubiera actuado con ímpetu, seguramente haría algo como recorrer cada rincón del país en una búsqueda implacable, pero estaba débil para eso. Apenas le permitieran irse, se trasladaría a otro hospital para encontrarlo, era lo más que podía hacer en ese estado.

Aunque, la decisión de permanecer allí le estaba costando una parte de su humanidad al tener que presenciar, en más de una ocasión, el cómo hombres y mujeres se desplomaban al dar con sus seres queridos escritos en color rojo.

—Él estará bien —se repetía mientras se rascaba violentamente el dorso de la mano. Hubiera dado lo impensable con tal de volver al tiempo para evitar que se desengancharan... De pronto, un sujeto vestido de bata blanca se encargó de apuntar en la pizarra una serie de nombres nuevos.

Había llegado el momento de la verdad. Esperar de nueva cuenta sería una tontería, si no aparecía en esa ocasión, iba a salir a toda de prisa para continuar la búsqueda.

El corazón disparado, y su alma frágil atentaban en contra de Itadori, necesitó respirar profundamente múltiples veces, y luego pudo leer. Entonces, allí resaltaba en color naranja: Fushiguro megumi S4.

—¡¿Qué significa S4?! —gritó de la nada, como un lunático, viendo a su alrededor a la espera de una respuesta.

—Piso 5, sala 4. Se usa para quienes salen de cirugías —alguien habló, pero el chico ni siquiera dio con quién le contestó, solo se precipitó a encontrar las escaleras.

Ignorando sus propias limitaciones, y las heridas que seguro volverían a abrirse, Itadori llegó al quinto piso e irrumpió en una habitación. Fue como si el mundo dejara de girar en su propio eje, como si se detuvieran los segundos, cuando lo vio recostado en una camilla con la cabeza cubierta por vendajes juró que el tiempo transcurrió lento.

Se veía pálido, desprotegido, delicado. Se veía gravemente herido.

Itadori dio unos pasos hacia Megumi, temeroso. Le carcomía la existencia mirar de esa manera al que fungía como su luna y estrellas en la cotidianidad. Lo había visto pasar por etapas difíciles, pero jamás a tal grado. Era increíblemente duro, y peor era pensar que no pudo hacer demasiado para protegerlo, hecho que probablemente se iba a tornar un motivo de futuras pesadillas.

—Yuuji —se escuchó un filo de voz—. Llegaste, sabía que me ibas a encontrar.

Megumi había despertado, y sonreía. Sonreía porque la preocupación casi lo mataba al vivir una serie de acontecimientos terribles, más, al ser su amado lo primero que viera apenas retomada la conciencia, le apaciguaba cada fibra de su cuerpo.

—Confiaba en que me encontrarías —la amabilidad en su tono daba a entender que tenía noción de los aquejos por las cual su pareja estaba pasando.

Extendió sus brazos poco a poco, y Yuuji supo en seguida el significado de esa invitación. Fue un parpadeó lo que tardó en envolverlo en un abrazo profundo. Las lágrimas de alivio y felicidad no se hicieron esperar: estaban juntos finalmente.

Habían confiado en que se encontrarían sin importar qué. Se habían aferrado con dientes y uñas, sangre y sudor a no abandonar las esperanzas. Por qué, mientras ellos estuvieran con vida, ninguno de los dos se iba a rendir jamás para reencontrarse con su amado.

 

 

 

FIN 

Itadori y Megumi estaban siendo envueltos en un aterrador escenario. Debían darse prisa, el tiempo era oro, y mientras más dudaban, las probabilidades de que sus vidas corrieran riesgo aumentaban.

—¿Confías en mí? —fue con aquellas profundas palabras por parte de Yuuji que inició el trayecto a un lugar seguro. Le tendió la mano para que se la estrechara fuertemente, lo miró directo a los ojos, y con ese sincero gesto, le quiso transmitir valentía. No hubo necesidad de usar palabras, justo en ese escenario era imposible formular un discurso, el estruendo volvería su voz inaudible; además de que Itadori nunca fue bueno con ello, aun así, Megumi percibió la convicción proveniente del contrario. Su aura era tan poderosa y palpable que inmediatamente estaba desbordando valor.

Justo hace un par de segundo, Megumi tenía el semblante destruido, su cabeza daba vueltas, a parte de que toda su atención estaba fijada en su casa: aquel edificio que tanto se habían esmerado en obtener mediante años de trabajo, esfuerzo, sufrimiento... En un abrir y cerrar de ojos, la labor de la joven pareja se había esfumado. Todo lo que podía representar su vínculo de una manera material, estaba siendo reducido a escombros dadas las potentes ráfagas de viento. Eso era más que suficiente para devastar a cualquier, sin embargo, el chico pudo resurgir apena entró en contacto con Itadori, y una pequeña llama se prendió en él: el deseo de vivir.

Miró hacia Yuuji y asintió, tanto como para informarle que estaba listo, tanto como para contestarle a su pregunta, y confirmar la confianza que le tenía.

Por último, y de manera instintiva, los jóvenes voltearon para darle un último adiós a lo que había sido su hogar.

Restaba huir sin parar ni vacilar, porque un paso en falso podía ser fatal. No se podían dar el lujo de infravalorar el paso de un salvaje tornado. Aquella columna de aire con alta velocidad había aparecido sin previo aviso, arrasando con todo a su paso. Sin dudas, experimentarlo era algo sin precedentes para los habitantes de la ciudad; desgraciadamente la vida los había golpeado de la manera menos esperada por cuenta de la madre naturaleza.

Itadori junto a Fushiguro eran un par más de aquellos que hacían lo que fuera para sobrevivir, y, en medio de la catástrofe permanecían tomados de las manos, caminando contra viento, vivos... Pero lo impredecible había ocurrido, logrando que su estrategia diera un giro completo. Una enorme rama que volaba caóticamente amenazó con golpearlos, por lo que no tuvieron de otra más que soltarse y apartarse rápido.

Fue un instante, aunque había sido suficiente para que se perdieran.

Las condiciones estaban en su contra: el polvo, tierra, hojas, y demás objetos, se mezclaban para hacer una densa neblina, además de que el torbellino estaba suficientemente cerca como para que el aire se percibiera como cuchillas. En conjunto, daba como resultado que la visión disminuyera en sobremedida. Además, el ambiente era sofocante. Debían obligarse a mantenerse calmados, más era un estado mental que no se podían permitir tan sencillamente, y todo fue empeorando por los nulos resultados de sus esfuerzos por encontrarse. Los gritos de Megumi no sirvieron, y las vueltas por el lugar que Itadori daba corriendo, simplemente lograron que se extraviara aún más.

Podían arrebatarles cualquier cosa, sin embargo, que los separaran de esa manera era la forma más precisa de acercarlos a la locura.

 

 

Itadori jamás se detuvo, perdió la noción del tiempo y el espacio, llegó a un punto en la que desasoció por culpa de la cantidad de estrés que se apoderó de él de golpe. En sus momentos de lucidez, pensaba que forzosamente debía encontrarse con su novio o con ayuda, así que frenar el paso no era opción.

De pronto cayó en cuenta de que el desastre natural se había apaciguado, y poco a poco alcanzó a ver algo más que no fueran casas derrumbadas. Interceptó un camión de bomberos además de varias ambulancias. Exhausto, sufriendo por heridas, con dolor en los pulmones, garganta y ojos, a parte de la lucha contra la sed y el hambre, alcanzó a llegar con las autoridades.

Lo primero que pidió fue saber algo a cerca de Fushiguro Megumi.

 

 

 

 

—Se trata de mi prometido, por favor, ayúdenme a encontrarlo —suplicaba a las enfermeras una vez trasladado al hospital. Aunque cada uno de los empleados estaba ajetreado por atender demasiados pacientes. Nadie pudo ayudarlo concretamente. Quedó parado en medio de la sala de espera, en una especie de estado de shock.

La vista del lugar era terrible: incontables víctimas de las circunstancias sollozando descontroladamente, personas manchadas de sangre, niños gritando, ancianos a nada de desfallecer. Había escapado de un infierno para llegar a otro.

Cuando fue su turno para ser atendido, le vendaron las aperturas en la piel, le hicieron un rápido chequeo, y le habían ofrecido alimento y agua. Iba a estar bien, por lo menos físicamente. Entonces, una vez que tuvo las ideas claras, volvió a preguntar por Megumi.

—Hay un pizarrón donde anotamos a las personas extraviadas no identificadas, probablemente te ayude, aunque se actualiza de forma tardada —la recepcionista del hospital comentó tratando de apaciguar la visible angustia plasmada en el rostro de Itadori.

Cuando el joven arribó al sitio indicado, leyó el cartel que informaba sobre el estado de los que se registraban allí: verde para estable, naranja para estado crítico, rojo para fallecimiento. Cerró los ojos con fuerza apenas dio con esa palabra... No iba a ser capaz de hallar el nombre de su amado en un tono similar al de la sangre.

—Te lo suplico, si en verdad existes... —susurró, tratando de despojarse del miedo y así ser capaz de indagar en la lista.

Tuvo que escudriñarla cuatro ocasiones seguidas para cerciorarse de que no lo estuviera pasando por alto, pero al final dio por sentado la ausencia del nombre que quería encontrar. Era difícil de saber si podía aliviarse por eso.

Fuertemente intentó deshacerse de la frustración, porque eso traería desorden en su mente, y, por ende, lo volvería menos funcional. Por lo que decidió tomar asiento a un costado de la pizarra para poder enterarse pronto de cualquier novedad. En una situación menos anormal, hubiera actuado con ímpetu, seguramente haría algo como recorrer cada rincón del país en una búsqueda implacable, pero estaba débil para eso. Apenas le permitieran irse, se trasladaría a otro hospital para encontrarlo, era lo más que podía hacer en ese estado.

Aunque, la decisión de permanecer allí le estaba costando una parte de su humanidad al tener que presenciar, en más de una ocasión, el cómo hombres y mujeres se desplomaban al dar con sus seres queridos escritos en color rojo.

—Él estará bien —se repetía mientras se rascaba violentamente el dorso de la mano. Hubiera dado lo impensable con tal de volver al tiempo para evitar que se desengancharan... De pronto, un sujeto vestido de bata blanca se encargó de apuntar en la pizarra una serie de nombres nuevos.

Había llegado el momento de la verdad. Esperar de nueva cuenta sería una tontería, si no aparecía en esa ocasión, iba a salir a toda de prisa para continuar la búsqueda.

El corazón disparado, y su alma frágil atentaban en contra de Itadori, necesitó respirar profundamente múltiples veces, y luego pudo leer. Entonces, allí resaltaba en color naranja: Fushiguro megumi S4.

—¡¿Qué significa S4?! —gritó de la nada, como un lunático, viendo a su alrededor a la espera de una respuesta.

—Piso 5, sala 4. Se usa para quienes salen de cirugías —alguien habló, pero el chico ni siquiera dio con quién le contestó, solo se precipitó a encontrar las escaleras.

Ignorando sus propias limitaciones, y las heridas que seguro volverían a abrirse, Itadori llegó al quinto piso e irrumpió en una habitación. Fue como si el mundo dejara de girar en su propio eje, como si se detuvieran los segundos, cuando lo vio recostado en una camilla con la cabeza cubierta por vendajes juró que el tiempo transcurrió lento.

Se veía pálido, desprotegido, delicado. Se veía gravemente herido.

Itadori dio unos pasos hacia Megumi, temeroso. Le carcomía la existencia mirar de esa manera al que fungía como su luna y estrellas en la cotidianidad. Lo había visto pasar por etapas difíciles, pero jamás a tal grado. Era increíblemente duro, y peor era pensar que no pudo hacer demasiado para protegerlo, hecho que probablemente se iba a tornar un motivo de futuras pesadillas.

—Yuuji —se escuchó un filo de voz—. Llegaste, sabía que me ibas a encontrar.

Megumi había despertado, y sonreía. Sonreía porque la preocupación casi lo mataba al vivir una serie de acontecimientos terribles, más, al ser su amado lo primero que viera apenas retomada la conciencia, le apaciguaba cada fibra de su cuerpo.

—Confiaba en que me encontrarías —la amabilidad en su tono daba a entender que tenía noción de los aquejos por las cual su pareja estaba pasando.

Extendió sus brazos poco a poco, y Yuuji supo en seguida el significado de esa invitación. Fue un parpadeó lo que tardó en envolverlo en un abrazo profundo. Las lágrimas de alivio y felicidad no se hicieron esperar: estaban juntos finalmente.

Habían confiado en que se encontrarían sin importar qué. Se habían aferrado con dientes y uñas, sangre y sudor a no abandonar las esperanzas. Por qué, mientras ellos estuvieran con vida, ninguno de los dos se iba a rendir jamás para reencontrarse con su amado.

 

 

FIN 

Notas finales:

Sin ser la gran cosa, aún espero que les haya agradado. Gracias por leer.


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