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Lemniscata (South Park) (One Shot) (K2) por Naya

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Notas del fanfic:

Éste es mi primer fanfic. Me dijeron que pusiera una advertencia de mucho drama y dolor, entonces acá está bye (?)

“Love suffers long and is kind”

Para Haya

I. Lazos (también conocidos como ataduras)

Después un tiempo de haber visto el límite de la carretera vacía, Kyle rompió el silencio con apenas un pujido. Se estaba cansando de acompañar a su amigo en algo que no entendía. El pequeño punto que ya era el carro de Gerald se había esfumado con los hermanos de ambos en su interior. No había otra cosa por ver, ¿qué más podrían estar haciendo ahí?

— Ah, sabes que ella volverá, ¿cierto? Algún día, digo, como en vacaciones y en Navidad.

Kenny alzó el rostro con pesadez, apenas hacia donde emanaba aquella voz, y volvió a fijarse en el suelo. Frotó sus ojos contra su antebrazo y acompañó las risas del otro con un tono más apagado. Se dio el tiempo para evitar que su voz se quebrara—. ¿Tú no lo vas a extrañar? —preguntó y no volteó a verlo hasta que sintió la mano sobre su espalda.

— Ike siempre dijo que no quería hacer aquí la universidad. Según él, yo “desperdicié” la oportunidad, y con nuestra madre aquí no lo culpo de pensar así. Me pareció perfecto que Karen usara su beca en el mismo lugar. Y bueno, ellos tenían que crecer, amigo.

Kenny asintió y fingió que después de esas palabras de aliento ya no tenía ganas de llorar. Todo eso ya lo sabía, pero su amigo nunca admitiría que ésa también era su manera de tranquilizarse a sí mismo. Kyle permitió que se derrumbara cuando lo rodeó en un abrazo y le prometió que ellos estarían bien.

A su respectivo modo, ellos habían sido los hermanos mayores ejemplares, tan responsables como cariñosos. Siempre habían ido más allá, lo daban todo por Ike y Karen. Ante la ausencia, ambos eran los hermanos mayores que sufrían, los guías de nada, pendientes de un amor ya intangible, con la esperanza de haber inculcado la orientación adecuada para la etapa que recién comenzaba lejos de ellos. Quizás a la ecuación se podría sumar al mayor de los Tucker, pero en esa ocasión algo se sintió diferente, desde entonces ellos dos se entendieron todavía más.

 

— ¿Está ocupado? —Kyle ofreció la cerveza extra al rubio sentado en el techo y se acomodó a su lado. Pasaron varios minutos en silencio, antes de que hablara de nuevo—. Todos están preguntando por ti.

Kenny se encogió de hombros y dio un trago hondo a su cerveza.

Eso que intentaba ser una pequeña reunión de amigos para levantar el ánimo de Kenny, se convirtió en una fiesta incontrolable. Nada de eso era común en la casa Broflovski. Al fin una consecuencia, podría decir Kyle, de invitar a esas pequeñas mierdas sin quehacer, esas almas en estado de aburrimiento perpetuo, quienes esperan una excusa para embriagarse hasta el desmayo o hasta dar con alguien afín a su humor en aquella noche. Claro, todo empeoraba si uno de los anfitriones es reconocido como participante usual de esa perdición.

— Por cierto, ésta es mi primera botella. Lo juro, señor abogado —Kenny alzó la mano desocupada como si estuviese dando su juramento con la otra mano sobre la biblia.

— Ah, cállate —se quejó Kyle—. Ni siquiera te pregunté.

— Ibas a hacerlo. Lo sé.

— Mira, no quiero que te arrojes del maldito techo de mi casa… y, um… le podría pasar a cualquiera —dio un ligero toque al brazo de Kenny, quien forzó una sonrisa entre sus labios.

— Ah, ¿te entra el “uyuyuy” en las alturas?

Kyle respondió ahora con un empujón suave y su sonrisa mutó en una carcajada, una lucecita entre el ambiente desganado.

— Estarás bien —siguió el rubio—, de todos modos, ¿cuándo fue la última vez que te sentiste un poquito tomado siquiera?, ¿en tu Bar Mitzvá? 

— Kenneth, por favor… es obvio que ahí tenía permiso. Ya era todo un hombre. — Buscó bromear. El rubio ocupó unos segundos de silencio para entender el tono de aquella idea. Con Kyle nunca sabía del todo.

— Oh, mira. Entonces eso es lo que te gusta celebrar: la hombría. ¡Claro que sí!, porque justo acabo de recordar la fiesta de Ike.

— No. 

Kenny comenzó a reír. Agitó emocionado su mano libre, mientras Kyle resoplaba, resignado.

— Sí. Cuando tomaste un mantel y…

— No, Kenny.

— Ja ja, y te envolviste diciendo que era tu… ¿toga?, y luego…

— Carajo, basta, fue horrible.

— No creo. Todos comenzaron a aplaudir mientras bailabas. Ni siquiera sabía que podías hacer ese paso, ¿ése de los saltos con las piernas? Wuh… es que… wow. Fue genial. Hasta que vomitaste, por supuesto. Pobre Rojito. 

Para entonces ya había vuelto la enorme sonrisa de Kenny, mientras que Kyle había rodado los ojos como por quinta vez durante esa plática, aunque con una expresión de cierto alivio que se rehusaba a desaparecer, por mucho que quisiera disimular. Eso era mucho mejor que el silencio lúgubre al que se estaba acostumbrando bajo la compañía del rubio.

— Karen intentó hacer ese paso por semanas. Sólo podía hacerlo si yo la columpiaba, agarrada de los codos —la mirada de Kenny se agachó, ahora con un tono de melancolía.

— Es un nivel de embriaguez al que jamás pienso volver. Nunca. 

— Añ, malo. ¿Ni siquiera por mí?

Volvieron a verse. Kyle le devolvió la sonrisa, seca y aún orgullosa, pero sonrisa al fin.

— No quiero —contestó serio—. Ni quisiera tener que tomar para tener el valor de hablar a solas contigo. Lo hago. Pero debe… haber un… modo m-más fácil de… — su lengua se trababa ya que tenía la atención del rubio, la atención que le interesaba. Una duda se acumulaba en su garganta, tal como él mismo lo consideraría propio de un cobarde. Después de ese trabalenguas, refunfuñó por lo bajo contra sí y se recorrió un poco más hacia Kenny. ¿Por qué no sólo podía decirlo y ya?, ¿por qué no sucedía y ya?, sin que tuviera que esforzarse tanto.

Estaban frente a frente cuando Kyle hizo esa desviación extraña, de sus labios a una de sus luminosas mejillas, bañada en pecas y lágrimas secas para Karen. Tronó un beso casi al mismo tiempo que se escucharon chillidos en el patio. Consiguió un sobresalto mutuo, malinterpretado. Así Kyle perdió el equilibrio y estrelló los omóplatos contra esa parte inclinada. Kenny apenas tuvo tiempo para abrir bien grande los ojos; le zumbaban los oídos. Se levantó y se abalanzó hacia donde el pelirrojo resbalaba, en busca de estirarse y tomarlo de ambas muñecas. O de una. O de caer a la vez. En un último esfuerzo, de camino a la caída, impulsó a Kyle hacia la piscina. Cuando lo consiguió, el pelirrojo se sumergió de espaldas, en medio de un público atónito al ver la caída del rubio, quien por “suerte” rebotó de la sombrilla del jardín hasta el concreto.

Para su desgracia, no cayó de inmediato en la inconsciencia, escuchó los gritos de sus amigos a lo lejos, como si estuviera atrapado en el fondo de una gran botella. Tampoco murió, y no podría hacerlo. Mucho después, Eric le dijo que siguió murmurando un nombre hasta que la ambulancia se lo llevó y se perdió entre la gracia de los tranquilizantes.

 

Kenny dejó de pensar en la deuda del hospital desde la primera visita de Kyle. Aun si llegó acompañado por Stan, Butters y los señores Broflovski. El judío desde el principio les pidió a todos que los dejaran solos.

No contó cuántas veces Kyle se disculpó, se sentía aturdido con el abrazo que cobraba fuerza conforme la voz aguda se quebraba. Alzó los brazos con bastante esfuerzo, los tirones de dolor escarbaban por todo su cuerpo, le dejaban las extremidades como un par de trapos desgastados. Se asió a los hombros de Kyle, luego a sus rizos, sin chistar a sus llamados de preocupación respecto a su exceso de movimiento en esa condición. Era su turno de decirle que él estaría bien y que no valía la pena preocupar a Karen en pleno período de parciales.

Él volvería a caminar. Sería una certeza instantánea si el abrazo de Kyle no le llenara tanto. En comparación, pasaba a segundo plano que Gerald y Sheila acordaran pagar el hospital y la terapia, así como la reunión de los cuatro, ahora que Stan y Eric se habían ido del pueblo para hacer sus vidas, como era lo normal, como todos habían asumido que Kyle lo haría de igual forma.

Había algo en la cercanía de Kyle Broflovski que le hacía bastante bien…

 

Todos los días intentaba no morir, no desesperarse y simplemente morderse la lengua o escabullirse a la azotea de Hospital Paso al Infierno para recrear su accidente, esta vez bajo voluntad propia. No. Ahora sus piernas tendrían que sanar como se supone lo hacen todos los demás, pero no había prisa bajo los cuidados de Kyle.

 

— Sabes que estás siendo egoísta, ¿verdad? 

Atendió la mirada a Eric cuando comprobó que Kyle se había quedado dormido, recostado de lado en su camilla y abrazado a su cintura.

— Lo estás haciendo sufrir para nada, idiota. Más que si sólo te suicidaras. 

Así se sostuvieran la mirada, Eric lo conocía tan bien, sabía perfecto que la situación era ya un motivo poderoso de arrepentimiento, pero ¿por qué decírselo de todos modos?

— No puedes venir de la nada a opinar sobre lo que haga o deje de hacer.

— No sabía que tú también lo odiaras. Hasta donde me quedé, ustedes eran algo muy distinto, par de maricas. Bueno, quien sabe, Stan y yo nunca hemos sabido…

— Tal como te lo dije la última vez: lo prefiero mil veces a él que a ti. Cien mil veces. Tres mil millones de veces.

Lo vio rodar los ojos con la exageración, para después dar pasos tranquilos hacia él. El tamaño de Eric siempre había sido intimidante, aunque no tanto como lo que podía hacerle a la gente con sus palabras, con su sola inventiva basada en su egoísmo, en conseguir lo que quiere y hacerse respetar.

— Ya entendí. Ya lo sabía. Y ojalá nunca te arrepientas. Ojalá nunca te des cuenta. En serio, Ken, te lo digo como tu amigo: a veces quisiera tener tu certeza sin pensar que es estupidez.

— Él nunca ha sido lo que piensas que es. 

— No estoy hablando de eso, pero sigue diciéndotelo. Y también… este detallito de que nunca buscarán las mismas cosas… haz como si no existiera.  

— Es mi amigo y tú siempre has sido un imbécil con él, todo mundo lo sabe. Nada de lo que haga yo se compara con todo lo que le has hecho tú.

— “Amigo”, ja ja. Pues deberías agradecerme, al parecer te gusta verlo sufrir.

— Jódete.

Eric ni siquiera sacó las manos de sus bolsillos cuando se encogió de hombros. Sólo mantuvo su mirada inexpresiva sobre la de Kenneth, su ex socio, ¿su mejor amigo aún? Su mirada gemela hacía mucho más inverosímil, en opinión de Eric, que esos mismos ojos azules miraran con tanta “asquerosa devoción” a ese “judío odioso”. Fingió que tenía nauseas, con tal de enfadar aún más al rubio.

— Ah, como sea. Ya tengo que irme, como sabes, no puedo estar en un mismo lugar por mucho tiempo. Menos en esta mierda de pueblo. Me saludas a los judíos cuando se cansen de tirar su preciado dinero y te dejen hasta el cuello de tu propia mierda. Bye bye. 

Esa noche Kenny inauguró su insomnio intermitente.

 

Desapareció una noche antes de su alta programada por el hospital. Aprovechó que Kyle había ido a descansar para pasar en la mañana por él. Pese a la terapia que seguiría llevando, sus piernas estaban atrofiadas, nunca quedarían del todo bien. Podía notar cómo eso carcomía a Kyle en culpa a un punto que surgían las palabras de Eric en su mente, una y otra vez, sin poder permitirse disfrutar de la compañía que tanto había ansiado. Dejaría de ser egoísta y le devolvería la paz al pelirrojo a través del olvido.

 

¿Cuánto tiempo había pasado desde que murió? Nunca lo sabía. Despertó en su cuarto de su antigua casa. Al parecer Kevin usaba ese espacio para la gente que la pasaba con él, entre drogas, orgías y su propia inmundicia.

Tomó el teléfono de alguien al azar y se dirigió a la salida, esquivando cajas de pizza y chicas semidesnudas.

— Ken, ¿eres tú? — Titubeó una voz que prefirió ignorar cuando cerró la puerta tras de sí. La imagen de Kevin, su hermano, se había congelado en el tiempo. Seguía siendo ese niño de quince años que regañaba a sus padres por estar drogados frente a Karen. Ahí adentro no había nadie que pudiera asemejarse a ese Kevin.

Sabía que sería difícil buscar a Kyle ya que no tenían una excusa, pero ya no soportaba tener que ser una carga para estar a su lado.

Entonces llamó a Karen.

II. El caos de que todo tienda al infinito (también conocido como unión)

Recibió un manotazo antes de que pudiera acercarse de nuevo al estéreo del auto. Kyle bajó el volumen.

— Para ya, Kenny. Deja de distraerme.

— Eso es imposible, lo siento. No me quiero dormir y además eres muy entretenido.

Ambos comenzaron a reír.

— ¿No te gusta mi música?, ¿sientes que te da sueño?

— No pongas palabras en mi boca, Broflovski, que de eso no se trata —Kenny fingió un tono severo pero luego ambos volvieron a reír.

De un tiempo para acá reían mucho, por cualquier cosa. Las pocas veces que el rubio accedía a encontrarse, era para mostrarse una sonrisa y pasarla bien.

— Sólo quiero saber cuál es el plan —siguió Kenny—. Hablar un poco. Tú sabes.

— Todavía tenemos como quince horas para hablar, no sólo “un poco”. Claro que pudimos irnos en avión, porque bien sabes que el dinero no es…

— ¿Y perderme el jacuzzi del motel?, ¿te sientes bien? 

Entre risas más apagadas, Kenny pensó en todo lo que podría salir mal si él se subía a un avión. Quería a Kyle lejos de su mala suerte y su facilidad para morir. Él podría volver, pero Kyle no.

— Jacuzzi en medio de este viaje, sólo algo que se te ocurriría a ti. 

— Ya te quiero ver preguntando si hay espacio en MI jacuzzi para tus piernotas. 

— No quiero resfriarme de aquí a Nueva York, muchas gracias. Ike y Karen comenzarían con sus bromas sobre mi vejez.

— ¿Te dicen eso? Oh no, esos mocosos. Creen que ser universitarios les da el derecho a decir la verdad —recibió un puñetazo ligero sobre un brazo… y después las risas del pelirrojo.

 

— ¿Quieghes? Hm… perdón, ¿quieres? 

— No. ¿Qué es eso? 

— Son como papitas. Las venden afuera del baño. Con salsa. 

— Es mucha salsa. Tienes que comer bien. 

— Pero hay… am… ¿verdura? Oh, sí tiene verdura esto. Qué magia. Y ni siquiera sabe a eso. Es como que esto tiene de todo lo que te imagines. ¡Todo lo que puedas nombrar!

Kyle se le quedó viendo cuando succionó una especie de gusano gelatinoso y transparente. Rodó los ojos y negó con la cabeza. Recibió su tarjeta y retiró del auto la manguera de la gasolina. Cuando sintió un beso en la mejilla repleto de salsa dejó salir un gruñido, aunque más bajito y apagado de lo habitual. Se limpió con la servilleta de su emparedado.

— Agárrate, Pequitas de amor, que ahora yo manejo. 

— No me digas así, Kenneth. Además tú también eres pecoso, qué carajo… 

— Sostén mi manjar, porfi, que no llegaremos a mi jacuzzi antes de las once. Ya es tarde —se chupó los dedos para mayor refunfuño del judío y se abrochó el cinturón—. Ponte la cosa y… ¿ya listo, guapo?

— No me hables con la boca llena, qué asco —Kyle se quejó de inmediato para ignorar el resto.

 

— No quisiera sonar insistente, señorita, una disculpa, de verdad, pero necesitamos dos cuartos. O un cuarto, lo que sea. En serio, lo que sea. Un lugar para pasar la noche. — Kyle recibió su tarjeta y volvió a estirarla hacia la recepcionista. — Sólo… inténtelo otra vez, por favor. Por favor.

— Entiendo su problema, señor Bro… ¿Broflavskin?, pero ya hemos hecho esto varias veces. No sabemos si es un error de sistema o su tarjeta…

— Entonces déjenos pasar y mañana volvemos a intentarlo, ¿qué tal? 

— Entiendo el inconveniente, pero ahorita mismo no podemos llamar a atención a clientes, no hay línea disponible. Voy a tener que pedirle que se retire. Lo siento. 

— No. Usted no entiende.

— Incluso su amigo ya lo entendió. — Opinó el sujeto que se recargaba del palo de su trapeador, al lado de la mujer. Kyle se giró y ya no encontró sus maletas ni a Kenny. — Su amigo, novio, lo que sean, ya se ha visto de todo por acá. Pero nunca estafadores. No, no, esos están mejor afuera, congelándose el culo…

— ¡¿Qué?! ¡¿Cree que soy un…?!

— ¡Señor! Evítenos la pena de llamar a seguridad. 

— ¡¿A ellos sí les puede llamar?! 

— ¡No le grite a la señorita! 

— ¡No me diga qué hacer!           

— ¡Todos ustedes son iguales! Quieren ser tratados como la realeza cuando sólo son unos sucios… unos…

— Dilo, anda. ¡Atrévete a completar la frase, imbécil!

La recepcionista tomó el teléfono e ignoró los gritos de ambos para ir por el guardia, que seguro estaba en su quinta siesta en el baño. Entonces Kenny, que venía del pasillo con golosinas bajo un brazo, pescó la muñeca de Kyle sin detenerse y lo arrastró hacia la puerta.

— Ken, ¡no está pasando mi tarjeta a propósito! ¡Son unos homófobos de mierda! Y nosotros ni siquiera…

— Son antisemitas. Tienen una esvástica hasta en la jodida máquina expendedora. En el baño deben tener un puto cuadro de Hitler, carajo. No son los únicos en el negocio, tranquilo. 

Pero en medio de la nada sí lo eran.

 

— Ugh, ¿y viste cómo limpió su mostrador apenas dejé de tocarlo?

— Yep.

— Pensé que el viejo empezaría a llamarnos maricas. 

— Entonces no viste cómo me miraba.

— ¿Sabes?, creo que perdí la práctica. Desde que se fue Cartman ya no me encuentro con tantos idiotas que se quedaron en la segunda guerra mundial.

— Está bien, Ky. No deberías estar siempre alerta por ese tipo de cosas. Eso es lo normal.

— Já. Tienen Kosher en esa máquina y ni siquiera se han dado cuenta. Tienes razón, estas papas son deliciosas…

— O tal vez tienes mucha hambre porque tu comida de conejo no fue suficiente.

— Trato de ver el lado bueno al hecho de que te gastaste nuestro último efectivo en esa máquina expendedora.

— Hey. También traje cerveza.

— Ni siquiera podemos entrar al baño de a dólar. 

— Estamos a metros del baño más grande del mundo, Rojito. Y te prometo no voltear si vas. Aquí cada quién su privacidad y todo.

— ¡No para eso, tonto! Para entrar a dormir ahí, o lavarnos; todo eso… 

— Oh, por favor. No durarías un día en la marina. ¿Cuándo te volviste tan quejumbroso? ¡Oh! Quizá siempre lo fuiste.

— Déjame en paz. ¿Ya puedo voltear o sólo te estás burlando de mí? 

— Qué desconfiado. Pero creo que ya. Ya puedes voltear. 

Kyle se giró de la bastedad cruenta del mar ennegrecido hacia ese puntito en medio de una carretera eterna. De izquierda a derecha, de un lado a otro no se apreciaba un solo rastro de humanidad. Pero su auto aparcado unía toda esa incertidumbre en algo mejor que el baño o ese motel. Dejó de frotarse los brazos y temblar para acercarse al rubio, sin dejar de ver el cuartillo improvisado que había montado en la cajuela.

— Kenny… 

— Lo más difícil fue adecuar los asientos traseros. No tienes muchas herramientas y temo que algún día tengas una llanta reventada o así.

— No sé qué decir. Te podría haber ayudado. 

— Sí, eso es lo que dice la gente floja que se siente culpable de serlo. 

El pelirrojo le dedicó una mirada de fastidio ante sus risas y se unió a él en un abrazo. Era paradójico, lo único que anhelaba entre esa pesadilla es que ese momento fuera eterno.

 

— Vamos a apagar estas luces, ¿sí? No queremos agotar la batería —anunció el rubio con cierto nerviosismo. Después se alzó apenas para desconectar el arreglo que le había pedido su hermana.

Kyle sacó su celular y encendió la luz del flash. Lo dejó en medio de ellos, sobre sus cabezas.

— ¿Estás cómodo?

— Mucho… 

Kenny alzó una mano para empezar a hacer figuritas de sombras en el techo. Lo hubiera hecho con ambas manos, pero Kyle estaba inclinado en su brazo y estaba tratando de no moverse demasiado, como si llevara una catarina en la piel y al menor movimiento huyera volando. Sin embargo, pudo escuchar la risa de Kyle antes de que pegara la nariz en su pecho y tensara un poco más los brazos entre su cintura.

— ¿Tú lo estás?, ¿no te peso mucho? 

— Mgh… sí, lo estoy —Kenny fingió que pujaba y hacía un esfuerzo por contestar. Se ganaba las risas que deseaba seguir escuchando.

— Tienes los pies fríos. 

— ¿Y? 

— Es imposible estar cómodo con los pies fríos. 

— ¿De dónde sacas tus reglas, Kyle? 

— Las reglas son cómodas. 

— ¿Qué tenían esas papas?

— Ya cállate… 

Kyle estaba demasiado cerca. Movía los pies contra los suyos con suavidad, se había encorvado un poco con tal de quedar un poco debajo de él. Kenny se sentía tenso, quería que eso durara más, pero se concentraba en eso, no en disfrutarlo de verdad.

— Uf, dime otra regla, bebé. Suenas tan sexy cuando hablas de lavar y secar los platos en cuanto terminas de usarlos, o sobre lavarse las manos cada cuatro horas.

 — Es cada tres horas, bajo cronómetro. Kenneth, qué asco. 

Volvieron a reír. Kyle no se movía y Kenny sentía que ya podía mover los dedos de sus pies.

— Tengo una —el pelirrojo soltó una risa al escucharlo resoplar—. No, no, es buena. Te gustará, creo.

— Lo veo difícil, pero bueno, dispara. 

— “Kenny siempre es cálido.” ¿Qué tal?

—  Sí… es buena. 

— Estaba por decir “Kenny siempre está caliente”, que también se presta, con todo y malinterpretación.

— Hm… no, no me representa. Prefiero lo primero.

— Ay, por favor…

— Es verdad…

Kyle resopló. Despegó una de sus manos, para sobresalto de Kenny, y deslizó el cierre de la parka naranja. El movimiento fue tan natural como la nueva posición del rubio, de lado hacia él. Pasó las manos al interior, hacia su camiseta y después a su abdomen… le satisfizo sentirlo temblar, lo suficiente para querer ocultar su rostro, con la frente pegada debajo de sus clavículas. Kenny acomodó la manta para que cubriera los hombros de Kyle sin asfixiarlo y volvió a abrazarlo.

— Pero todos lo saben. “Kenny siempre es gentil”, “Kenny siempre es amable”, con quien sea. Ni siquiera parece que sea algo que te moleste hacer. Porque eres así. Yo prefiero “cálido” porque abarca muchas cosas que eres. ¿Sabes lo difícil que es decir lo obvio y que suene como un cumplido? Eres cálido como… como… el sol. Agh, no, ya sé, espera. Eres como una pizza recalentada. Una rebanada de pizza recalentada… No te rías, es verdad. Mira, sabes que Sheila nunca nos dejó comer demasiada chatarra, entonces cuando sí podía, ah, lo hacía durar. Mi parte favorita era la pizza recalentada: dos días seguidos de pizza es mucho mejor que uno, por supuesto. Y Sheila no podía hacer nada al respecto. Uno da por sentado esas cosas hasta que se recuerdan y se sabe que se han ido. Era algo tan sencillo pero también tan delicioso.

— ¿Soy delicioso?

— Lo eres. En serio. No hace falta que alguien como yo te lo diga. 

— ¿Alguien como tú? 

— Los demás lo saben, Kenny. Saben lo que eres… y saben que es demasiado lo que haces por mí.

— ¿Qué es…?

— Te contienes.

— Para nada.

— Todos hablan de lo evasivo que eres con las chicas, las llamadas que ya no contestas, los mensajes ignorados.

— ¿Quiénes son esos “todos”?

— La gente que piensa que ya no eres lo que siempre has sido.

— Pues es su problema. Yo sólo respeto tus sentimientos, Kyle.

— Te compadeces. Es distinto.

— No, Kyle. Trato de entender.

— ¿Lo mucho que me gustas?, ¿mis pocas oportunidades? —se negó a alzar la cabeza, los rizos de fuego rozaban el cuello pecoso—, ¿nuestra evidente distancia?, ¿qué es, Kenneth?

— ¿Te gusto?

Ahí, desde la ventana trasera, la mirada cielo de Kenny se sentía repleta de una oscuridad remolinante y estrellada, sin principio o final al cual admirar. Se aferraba a esa sensación de inmensidad para acompañar los fuertes latidos en el pecho de Kyle, su hilo de voz avergonzada y el roce impaciente de sus manos.

— Yo te quiero, Kyle.

Justo en medio de tanto y de todo, pasaron por ese pequeño instante en donde podrían acurrucarse para siempre.

III. Imprevistos (también conocidos como oportunidades)

El golpe en la puerta encajó con su caída de la cama. Primero azotaron sus omóplatos y su nuca, luego dio esa maroma acompañada por un crujido líquido de su cuello. Su acompañante se irguió del colchón en un sobresalto y se cubrió con las sábanas, sin tiempo para preguntar si se había hecho daño.

La cerradura de la puerta tenía su maña. No era la gran cosa, pero sólo dos personas sabían de ese detalle, como debía ser en la habitación de una pareja formal. La puerta cedió y la figura esbelta de Kyle surgió de entre ese forcejeo. Pronto, bajó su mirada de aquella mujer hecha curvas hacia Kenny, su prometido. Sus miradas se reconocieron en esos segundos de realidad, mientras ella recuperaba medio cigarrillo del cenicero sobre la cómoda, un movimiento quitado de toda pena.

Los tres no tardaron en leer la situación. Kyle arrugó el rostro y no contuvo sus gritos.

 

— ¡Vuelve! Espera. Ky, vuelve, por favor.

Kenny se despegó del suelo a quejidos y se enfundó los calzoncillos y los jeans entre saltitos, mientras salía del cuarto y perseguía al fúrico pelirrojo a lo largo del pasillo.

Apenas se quedó sola, ella se vistió y se hizo un murmullo de nicotina tras el chasquido de la puerta principal. No era problema suyo, obviamente. Kyle agradeció en sus adentros la mínima sensatez de la mujer. De vuelta en el cuarto matrimonial, azotó una maleta encima del par de siluetas que se fruncían sobre el colchón. La abrió con brusquedad a la vez que esquivaba las manos y la cercanía del rubio.

— Habla conmigo, por favor. No. No hagas esto, no nos hagas esto, mi am…

— No te atrevas. Ni siquiera lo pienses, Kenneth. Ni siquiera. Quítate. Hablo en serio.  

Kenny se interpuso entre Kyle y su clóset, pese a las órdenes tan directas. Con impotencia, Kyle se agachó para recoger la tela rota y lanzarla a la cara de Kenny. Aquellas rasgaduras habían sido un par de medias negras que yacían deliciosas en los tobillos de la mujer. Forcejearon sobre la prenda hasta que ganó el llanto del rubio sobre los reclamos de Kyle. Así fue que cedieron poco a poco. Kenny lo abrazó y frotó su rostro anegado y escandaloso contra el traje favorito de su prometido.

El rubio era un desastre, entre las ojeras rojizas y la mirada aletargada. Pero el pelirrojo no estaba mucho mejor.

— Es que no lo hagas ver como si fuera mi culpa.  

¿Quién había dicho eso?

 

Kenny tomó la cara de Kyle con ambas manos. Con los pulgares acarició sus mejillas enjutas, bañadas en pecas, con lagrimones cargados de rabia. Murmuraba lo que su propio llanto le permitía, en un esfuerzo que al menos aminoraba las quejas de su novio. Buscó sus labios con timidez, pero el pelirrojo volvió a encenderse de inmediato, le rehuyó y sólo consiguió rozar su mejilla antes de recibir un empujón, fuerte, como si quisiera tirarlo.

— Ni siquiera se ha enfriado la cama y apesta a cigarro. ¿Qué tan idiota crees que soy? 

— Yo no… no. No. ¿Cómo se supone que conteste a eso?

Kyle fue al baño del cuarto para recoger lo indispensable: cepillo de dientes, rasuradora, pastillas. Gruñó con cansancio al regresar y notar que Kenny había volcado la maleta medio hecha—. Dios, ¿te has estado burlando de mí todo este tiempo?

— No voy a tratar de darte excusas, Kyle. No creo que seas idiota. Hay otra forma de hacer esto, de verdad, sólo necesitamos hablarlo. — Kenny abrió los cajones para meter la ropa donde fuese. Al volver a girarse se encontró de frente con las manos de Kyle, las cuales le arrebataron los calcetines hechos bola para devolverlos a lo que había sido ropa doblada a la perfección dentro de la maleta y ahora se mezclaba con el desorden anterior de la cama.

— Sigues tomado, ¿verdad? Y todavía tienes las agallas para pedirme algo. Increíble —Kyle soltó una risa amarga—. Aunque no debería sorprenderme —mientras hablaba, Kenny devolvía las cosas del baño y, al volver, recogía la ropa que se estaba desbordando del colchón, lo que incrementaba el tono amargo de Kyle—. Tan sólo ayer en la noche me diste un beso antes de irme al despacho. Como si nada —negó con la cabeza mientras metía lo que fuese en la maleta. Sin chistar Kenny comenzó a sacar todo de nuevo—. ¡Deja eso! ¿Cuántos años tienes? Maldita sea… 

— Lo haré si tú lo haces —respondió Kenny con tono apacible. Talló con rapidez las orillas de sus ojos, porque ninguno apartaba la mirada del otro—. Por favor. Yo sólo… quiero hablar.

— Pero es que yo no quiero hablar contigo —saltó Kyle y siguió con mayor rapidez—. No quiero hacer esto. Yo no pedí nada de esto. Yo quería llegar a mi casa después de perder el caso que me tomó tantos meses de maldito trabajo en vano. Quería dormir por fin, sin comerme la cabeza en pensar sobre el jodido día de mañana. Quería abrazar a mi prometido y recostarme a su lado… ¿Sabes qué fue de eso?, ¿qué sucedió con eso, Kenneth?  

Al obtener en respuesta unos segundos de silencio, Kyle soltó una risa ácida y volvió la mirada al vómito de cosas que ya tenían, y sólo tomó una playera para doblarla.

— Esa playera es tuya —murmuró Kenny, con los brazos colgados a los costados, en una postura de muñeca de trapo. Tomó un pantalón arrugado para ayudar a ordenar. También era de Kyle—. Oye, pero es tu casa —aclaró, al entender lo que estaba pasando.

— No. Es la casa de ambos. Cuando te hice la propuesta hablaba en serio. Al parecer no lo entendiste en su momento. No actúas como tal.  

— Kyle, no te puedes salir de tu propia casa.

— Ahora me vas a decir lo que puedo o no hacer. Es decir, no tienes ni la decencia de buscar otro lugar para coger con alguien más, ¿pero yo no puedo ir a donde quiera?

— No quise decirlo así —Kenny suspiró—. Esto no dejará de ser mi culpa, diga lo que diga.

— Qué bueno que eres consciente de eso, por lo menos.  

— Y yo sé que es mi culpa, ¡lo supe desde el principio, por dios! De eso no se trata. Yo soy el que debe irse.

— No.

— ¿Por qué no? 

— Kenny, ¿a dónde irías?

— ¿Eso importa?

— A ver. No tienes ahorros, ni trabajo, ni otro lugar para pasar la noche desde que tu hermano vendió la casa de tus padres y se fue. ¿Querías que dijera eso?

El rostro de Kenny se contrajo en una mueca de incomodidad. Desvió la mirada a un punto del pasillo, hacia todas esas cosas que no eran suyas.

— Bueno, y sólo faltaría que quieras irte con ella —soltó Kyle en un tono de burla—. No es suficiente que la vean entrar y salir de aquí con toda libertad cuando yo no estoy. 

— ¿Quiénes? —ambos hicieron silencio. Kenny tomó la maleta para dejarla en el suelo, entre ellos—. ¿Quiénes son estas personas que están tan pendientes de mis actividades en “nuestra” casa?

— Te dije que ya no quería hablar…

— Entonces piensas que ésta es la solución. Tú puedes reservar un hotel, con cualquier excusa de tu trabajo, o yo qué sé. Para los demás eso no será motivo de chisme, supongo. No perturbará nuestra “imagen”. 

Kyle se quedó con la boca entreabierta mientras negaba con la cabeza, en sus ojos verdes se cuajaba esa pretensión de ofensa—. Y ahora resulta que esto está mal por mi culpa… —bufó y fue su turno para desviar la mirada, a la vez que caminaba hacia la salida, aunque no llevara la maleta—. A ver, es lo que puedo hacer, es lo que se me ocurre para arreglarlo. 

— Si quieres arreglarlo podemos sentarnos en la sala y hablarlo como adultos.

— ¿Por qué tiene que ser como tú quieras? ¿Por qué no sólo podemos olvidarlo?

— Tú nunca lo olvidarías. Nunca. Estoy seguro.

— ¿Ésta es la primera vez que me engañas? Sinceramente, no podría creerte si dices que sí. 

— Kyle, me haces tanta falta.

— Por favor. Eso es peor que la mentira que esperaba.

— Yo no te miento. Puedo verte a los ojos y decir que te extraño y que extraño cuando sólo te importábamos nosotros dos.

— Cállate.

— ¿Eso te incomoda?

— Sí. No sé cómo puedes decirme eso después de que te vi en nuestro cuarto con esa mujer.

— Entonces dímelo, ¿qué te hace sentir?

— ¡No! ¡Basta! ¡No me puedes obligar!

— Pero trato de entenderte, por favor… yo…

Kenny buscó tomar la mano de Kyle y retirarla del picaporte, pero el pelirrojo se giró y se sacudió el agarre. Por su mirada, su rostro enrojecido y su mandíbula tensa, parecía a punto de explotar.

— ¿Quieres separarte de mí? — Preguntó el pelirrojo con aire retenido, para sorpresa de su novio.

— Es… todo lo contrario, mi amor. Quiero arreglarlo ahora sin decir o hacer algo que lo vuelva irreparable.

— Exacto. Y yo tampoco quiero ser quien lo diga.

 — No. No lo harás. Podemos calmarnos y tratar de hablar sin gritos, sin nada que nos altere… Podemos hacerlo. ¿No quieres arreglarlo?

— “No lo hagas ver como si fuera mi culpa”, ¿cierto?

— No repitas lo que dije en mi contra.  

Kyle le mostró una tenue sonrisa que ensombreció la expresión de Kenny.

— ¿Te has estado burlando de mí todo este tiempo? —preguntó Kenny con un tono más elevado, usado por primera vez en esa noche insomne.

— No repitas lo que dije en mi contra. 

— ¿Qué tan idiota crees que soy?

— ¿Cómo se supone que conteste eso?

Kenny retrocedió hacia el pasillo y fue al cuarto. Volvió a deshacer la maleta en la cama. Se giró al clóset buscó con calma una camiseta blanca y su chaqueta naranja de siempre, algo que sí recordara suyo. Se puso las botas sin atar y dejó las llaves sobre la cómoda.

— Déjame pasar.

— No te puedes salir de tu propia casa.

— ¿No me perdonas pero tampoco quieres hablar? ¿Qué se supone que haga?

El pelirrojo reconoció el tono más serio y borró su sonrisa, en medio de un silenció que volvió a romper el rubio.

— No podemos estar aquí varados en la nada por siempre —soltó Kenny entre un suspiro de cansancio—. No puedo forzarte a recordar, ya no…

— Carajo, ¿de nuevo con esa tontería de que debo recordar algo?

— Es importante en realidad, lo es para mí.

Aquella aclaración se vio disminuida con las siguientes palabras de Kyle:

— Bien, espera. ¿Quieres saberlo?, ¿quieres que lo admita? Bien: no estoy acostumbrado a esto. Debería al estar contigo, pero no puedo, Kenny. No sé cómo hacer esto. Ya no sé cómo ser nosotros.

Ya no necesitaba que se acumularan las mismas preguntas, porque iban en una curva sin fin… y cuando parecía que llegaban al punto, era por un instante apenas, antes de que empezara otra curva. Una relación hecha curvas que, por más parecidas que lucieran, estaban separadas casi por completo. Casi. Por muy poco.

La pregunta más importante se quedó ahí, en ese punto en común:

¿Todavía me quieres?

Kenny sentía el pánico de que Kyle dejara ir ese punto al que él se aferraba, al que siempre acunó con seguridad. El punto que dio por sentado. Sentía que él mismo podría dejarlo ir si Kyle se lo preguntaba ahora.

— ¿A dónde irás? Kenneth, en serio, te estoy hablando… ¿Con quién irás? E-Espera… Toma de mi carter…

Kenny cerró la puerta a media frase de su prometido y caminó en la nieve, entre la más difusa oscuridad.  Iba en busca de la parte finita de la verdad.

IV. Después de la eternidad (también conocido como el rencuentro)

— Si quieres podemos no entrar. Nadie nos ha visto, aunque ya te quedaste viendo a la gente por unos buenos diez minutos.

— Sí, porque sólo viajamos para ver el portón de Stan. Wuh, ¡ahora podemos regresar a Manhattan!

— Estás siendo sarcástico otra vez, hermano —Karen observó con paciencia y le mostró una sonrisa mientras palmeaba uno de sus hombros.

Kenny no quería molestarla. Ella lucía tan bonita sin esfuerzo, apenas al salir de la universidad se las había ingeniado para cambiarse y arreglarse de camino a la reunión. Luego fue su turno para manejar y eso la hacía ver más adulta, para desgracia de los ojos del rubio. Verla crecer día con día lo hacía sentir orgulloso pero también inservible. Desde que terminaron las cosas con Kyle se había refugiado en ella. Sin embargo, al atestiguar la independencia de su hermana pudo darse cuenta lo poco que se sentía él mismo. ¿Eso tenía sentido?

Al principio de su relación con el pelirrojo, Kenny quiso mantener los accidentes fatales al mínimo. Pese a que Kyle los olvidaba cuando él moría, de igual forma reiniciaba sus días juntos, eso volvía imposible avanzar en su interacción y en algún punto dejaba sus intenciones amorosas en un vacío intercambio de repeticiones. No tenía sentido. Siempre reconoció que Kyle era como un perfecto caparazón, poco a poco cedía para abrirse e intentar cosas, no podía aunar a esa apertura complicada una amnesia intermitente que el pelirrojo no podía controlar ni entender.

Hizo hasta lo imposible para evitar sus accidentes, pero cuando no podía, luchaba por sobrevivir el mayor tiempo posible. Kyle tendría que recordar, pero, de igual manera, tendría que sufrir y preocuparse. No había forma de ganar y no acabaría dando sólo dolor a la persona que más había amado. Una vez que formalizaron más su relación, Kyle tenía en cuenta un buen número de accidentes, de forma que propuso a Kenny mudarse juntos y que él dejara de trabajar, que se dedicara a otra cosa. Le decía que lo amaba y lo haría siempre con las más grandes cicatrices en su rostro, en silla de ruedas, en cama.

Pero Kenny sintió pavor de cansar a Kyle, de su buena disposición de verlo con tal o cual dolencia, con el tedio de una vida en pausa, de estar desperdiciando su juventud. Estaba poniendo muchos de sus anhelos en voz de Kyle, y esa fue excusa suficiente para refugiarse en sobredosis, suicidios y en demás cosas que olvidara el pelirrojo. Estaban viviendo un mismo día, una y otra vez. En apariencia, Kenny acababa de mudarse con Kyle, sin embargo, su actitud parecía ya cansada y casi cínica por las más mínimas situaciones. Le enfermaba ver a Kyle en un bucle infinito de rutina, en medio de su inocencia y una vida perfecta que no existía: era un joven y prometedor abogado, recién agregado a una importante firma en Denver y recién comprometido con  el “hombre de sus sueños”. Mientras, Kenny era un pobre diablo, un “aprovechado” a ojos de gente que no podría importar menos, pero que sí causaban una impresión en Kyle y en el estilo de vida que estaba persiguiendo. Kyle brillaba en todos lados, hasta quedándose en ese pueblo con él. Kenny sólo desgastaba ese brillo.

En cierto modo, estaba harto de ver esos ojos verdes llenos de sufrimiento y confusión cuando moría. Ya había dejado de sentirlo auténtico, lo cual sonaba hasta grotesco. ¿Había buscado una verdadera reacción de angustia cuando llamó a Henrietta para pasar la noche en casa de Kyle? El impulso de un momento lo tenía con una perpetua aura de malestar e irritación. Pese a que la sobriedad lo hacía ver mucho más recompuesto ya, sin la volatilidad de la embriaguez o el consumo, yacía un vacío que trataba de esconder en mal humor y un poco de peso extra.

— Vamos a entrar, Karen. Es la noche especial de Stan y Red. Hacer que la noche se trate sobre mí es egoísta —aclaró tras algunos minutos, sin dar oportunidad a la chica de hablar sobre la posibilidad de ver ahí al pelirrojo.

Stan y Kyle habían sido mejores amigos en la infancia, era casi obvio que estaría ahí.

Salió del auto del brazo con Karen. Ahora entendía por qué su hermana le había insistido en no usar el mismo traje que Kyle le había comprado para su fiesta de compromiso. Nadie se ocupaba en ser discreto, los miraban para murmurar de inmediato.

— Pobre —escuchó un grito a medio salón mientras Eric se abría paso entre los demás invitados, con un par de chicas al lado, quienes se fueron para dejarlos solos. Karen entendió la intención y también se separó, aunque con incomodidad—. Mírate. Y todos apostaban que no tendrías los cojones para mostrar la cara. Nadie te conoce como yo, ¿uh?

Kenny rodó los ojos y se encogió de hombros, pero se dejó medio abrazar de los hombros.

— Tiene años que no te veo, Eric, ¿subiste de peso? Pensé que era imposible.

— ¿Qué coño te importa?

Ambos rieron y se encaminaron hacia el área de bebidas. Kenny rechazó la ronda y debido a la constante sed de Eric notó que ya llevaba unas cuantas encima. Algo justificaba sobre tener un mísero día fuera del trabajo y esas cosas.

Eso casi se sentiría como los viejos tiempos si no hubiera visto la entrada de Kyle. Pensó en su antiguo porte nervioso y amable, la autenticidad de su torpeza que cambiaba a una expresión más relajada en cuanto veía a alguien conocido. Había pasado poco tiempo, pero ahora el pelirrojo lucía un traje bastante elegante que jamás le había visto, sus rizos en exceso cortos y un caminar relajado. Iba de la mano de Token, otro hombre de impecable porte y con un traje justo a la medida. Parecía que venían a una fiesta de gala, algo exclusivo para celebridades. Y todos parecían saber de aquella relación, claro, menos él. Cuando volteó hacia su acompañante, notó un semblante más serio. Eric asintió entre una comunicación muda y cómplice.

— Stan en serio pensó que no vendrías.

Kenny no sabía qué sentir, su primer impulso fue arrebatarle la bebida a su amigo, pero a medio camino se detuvo y bajó las manos. Estaba pensando en demasiadas cosas cuando volvió a escuchar al otro.

— ¿Sabes? Siendo objetivos, en realidad no culpo al judío. Dicen que cuando pruebas la verga negra ya no puedes volver a lo de antes. Usó bien sus cartas para olvidarse de ti.

Entonces sintió que la sangre se le iba pero a la cabeza. Sus manos ya estaban arrugando el traje de su amigo, seguro la prenda más cara que la de los anfitriones mismos. Cuando quiso devolver el insulto, bajaron el volumen de la música de fondo y se escuchó el ligero pitido de un micrófono.

— Em… Sí. Se solicita la atención de nuestros honorables invitados —interrumpió el anfitrión con una voz suave y una ligera risa. Kenny habría pensado que estuvo bebiendo, pero no llevaba nada en la mano, en cambio Red sostenía a su lado una copa de vino semejante a las que estaban circulando a su alrededor. Stan se alcanzó un jugo de caja con popote y siguió hablando con la chica de forma animada, sin notar que se escuchaba un poco. Kenny soltó un suspiro cuando sintió que alguien lo estaba viendo del otro lado del lugar.

 

Estaba medio escuchando las palabras nerviosas de su amigo que se estaba comprometiendo. Su mirada estaba atenta en él, reía cuando los demás lo hacían y se mostraba feliz por él. Porque claro que lo estaba. Sin embargo, su mente divagaba entre salir de ahí en cuanto terminara esto, en dar un trago a la cerveza a medio empezar sobre la mesa que estaba al lado suyo, o en buscar a Karen y no separarse hasta que ella quisiera irse a casa. Se conocía, sabía que pronto buscaría la mirada tan insistente y se decepcionaría cuando supiera que todo era su imaginación.

 

— Debo decirlo: nunca pensé que me fijaría en Stan —empezó la pelirroja y todos respondieron con una carcajada—. Es verdad. Hoy sé que lo amo pero nunca fue algo que sucedió de un momento a otro, como yo creí que funcionaba, como yo sentí que mis relaciones funcionaban. O sea, bueno, sabes que te gusta, sientes ese no sé qué al verlo reír y cuando intenta sumarte al gesto pero no le incomoda que seas sincera y no te rías. Poco importa el inicio y si llega el final sé que tampoco importará demasiado. Pero pienso que esto se basa en el día a día, ¿saben?

Kyle sintió que el alma le volvió al cuerpo cuando Kenny dejó de rehuir a su mirada. En un mar de miradas dedicadas a la pareja recién comprometida, sólo ellos miraban en otra dirección. Token tendría que girarse por completo para notar que estaba ocupado en los ojos azules, en el sentido de todo cuando Red seguía hablando.

— Reconocía que no estaba tan segura cuando me fijé en mi prometido. Pero creo que ver su progreso de todos los días y ver el apoyo que me dedicaba todos los días fue razón suficiente para saber que podría y quería dedicarle mi día a día del resto de mis días. Sí, lo sé, sumamente meloso y repetitivo. Stan saca este lado mío, ¿qué quieren que les diga?

Kenny agitó un poco la mano en dirección a Kyle, quien no dudó en contestar.

— Es el hombre de mi vida, quien me da fuerza para despertarme cada mañana y dormir a tiempo cada noche —Kyle se atrevió a señalar hacia afuera sin dejar de ver a Kenny.

— Es quien no tiene miedo de mostrarme todas sus facetas —Kenny se quedó en pausa al ver que Kyle decía unas cuantas cosas a su acompañante y se separaba de él. Cuando volvió la mirada al escenario improvisado, Red le estaba secando las lágrimas a Stan y luego ambos se abrazaron en medio del vitoreo general. Él también tenía tantas ganas de llorar.

 

Kyle escuchó unos tacones discretos que se alejaban. Iba por su tercer cigarrillo en medio de ese cielo templado y ya había dejado de esperar a Kenny hace unos quince minutos. Token no lo había ido a buscar y bien pensaba que podría saltarse la barda del balcón y caminar hacia ningún lugar por el resto de su vida. Revisa y repasa el último día que tuvo en su breve convivencia con su ex prometido en el mismo techo, lo hace en cada espacio vacío que tiene, en cada silencio que carcome su vida.

Todo se acabó en una gran confusión cuando en realidad sabe que lo ama con el alma.

La tarde se volvió añil pero las estrellas se negaban a salir todavía. Dos personas estaban recargadas de un auto pequeño, pero no había traído sus lentes, no sabía quién eran hasta que la más alta desapareció al volver de nuevo a la casa.

— ¿Sabes cuánto daño te hacen esas cosas? —escuchó desde atrás y vio a Kenny cerrando la puerta del balcón para pararse a su lado. Su sonrisa lucía un poco falsa y eso mermó un poco la propia.

Se habían quedado un momento en silencio. Más allá de ofrecerle un cigarro al rubio y ser rechazado, el ambiente se limitaba a la música que se escuchaba de lejos.

— Karen olvidó su bolso.

— Por eso regresaste…

— Exacto, já…

Ambos intentaron hablar al mismo tiempo y ambos se callaron al mismo tiempo. Kenny soltó una risa de incomodidad e hizo un ademán para cederle la palabra.

— ¿Necesitan transporte? Puedo llamar a un taxi. ¿O a un avión? —quiso bromear el pelirrojo aunque no escuchó una respuesta de inmediato.

— Am… No. Estamos bien. Venimos en el auto de ella.

— Cierto. Ike me había dicho que le enseñó a manejar.

— Sí, lo básico. Aún me gusta llevarla a la escuela, porque la ciudad es un caos.

— Vinieron hasta acá en auto, entonces… parece una tradición que tienes con las personas a tu alrededor.

— Es lo más seguro para los dos. Todavía no confío nuestros traseros a un avión.

Kyle arrojó su colilla a un lado de ellos en medio de una risilla moderada. Su expresión cambio por completo cuando volteó hacia Kenny de forma abrupta y vio el anillo que le había dado entre sus dedos. Sus hombros de repente se sentían pesados y no se atrevía más a alzar la mirada y enfrentar el significado de los ojos azules.

— Es tuyo.

— Supuse que lo querrías de vuelta.

— La verdad no —Kyle hablaba en un hilo y quiso retroceder de aquella realidad. Dolía demasiado saber que ya era imposible hacer algo al respecto. Negó con la cabeza sin dejar de ver el saco que había visto tirado al pie de su cama en la noche de su fiesta de compromiso.

Habían estado dando vueltas juntos. Ahora Kenny se detenía y lo dejaba ahí.

— No lo quiero —repitió Kyle con una voz recompuesta y a propósito seca.

— Bueno, sí, Token debe darte un tipo muy diferente de joyas —razonó Kenny sin sentimiento pero sin mover la joya en el espacio entre ellos—. ¿Y qué hago con él?

— Como dije, es tuyo —titubeó el pelirrojo con un tono de cansancio—. Véndelo, regálalo, tíralo… póntelo.

— No significa nada. Yo no uso joyería.

Se quedaron en silencio mientras Kyle sacaba otro cigarro y volvía a ofrecerle a Kenny, quien lo tomó pero se negó a prenderlo. Todo lo que Kyle había querido decirle se esfumaba, calada a calada, lo había desarmado con un pequeño círculo y un adiós que se sentía desde que llegó.

— Op —escuchó al rubio tras un ruido en su celular—. Es Karen, quizá ya…

— No tienes que usarlo, pero tienes que quedártelo. Perdón, no —murmuró hecho un lío. Se giró frente a él y tomó el anillo para guardarlo en un bolsillo del rubio—. Si puedes quedártelo sería maravilloso, entiendo si no quieres, pero significaría mucho para mí.

Kyle sentía que el aire se le iba. Hace mucho tiempo supo qué era morir y justo ahora su cuerpo se impulsaba a recordarlo. Tenía ganas de llorar toda una vida, aunque llevaban un tiempo sin saber de ellos, aun si la última vez habían sido horribles, ellos en general se hacían bien entre sí, ¿no? ¿No era así? Los problemas eran parte de ese todo, pero si una constante se mantenía no podrían estar tan mal.

Kenny lo abrazó y supo que nunca sería lo mismo. Hasta la promesa de lo eterno guardaba un fin y ganaba encima del punto que daba continuidad a la lemniscata.

Hundió el rostro en su pecho y sintió la premisa del rubio por última vez: “Kenny siempre es cálido”, incluso cuando no quería serlo.

Quiso hablar cuando Kenny buscó su rostro y sostuvo su mentón. Podría decir todo lo que había asumido, podría disculparse y reconocerse en el discurso de Red. No obstante, cuando abrió los labios se topó de lleno con otros que había conocido muy bien.

Todos los besos se extendieron en su memoria. Pensó en el beso tras el discurso breve y juguetón de Kenny en su fiesta, el beso que dio sobre la mejilla de Kenny esa mañana que terminaron de desmontar el dormitorio improvisado del auto, los besos que le daba Kenny cuando se quedaba sin argumentos en sus peleas, el beso que le dio cuando quería que dejara de llorar por Kevin. Los besos cortos, los besos forzados y los espontáneos; los besos que se extendían por sus pieles, los besos al aire cuando todo se volvía tan apresurado y cardíaco, los besos que dejaban de serlo para volverse una unión de dos mundos completamente diferentes. Eran besos eternos que en ese instante se disolvían en su mente y demostraban el final.

Todos los besos eran un beso ahora, sabrían a lo mismo y se sentirían igual a partir de ese momento. En medio de tal abandono, soltó un tenue suspiro de derrota, sin poder asimilarlo del todo. Se preguntó si algún día llegaría a ese punto. Kyle sabía que él no lucía igual que el rubio, ni un poco. Para su desgracia, se había quedado sin cosas por decir, sin esperanza alguna de sustituir la súplica velada en sus ojos.

Nunca sabría darle una explicación a por qué Kenneth McCormick movía todo en él sin ningún permiso.

El rubio dio un paso atrás sin explicar en absoluto el arrebato que de repente había cobrado vida sobre su voluntad. De hecho, parecía que ni siquiera se arrepentía.

Vio su mano estirada y volvió a su rostro apacible.

— Nos estaremos viendo, Rojito. En algún momento, ¿no crees?

Kyle sabía que mentía.

— Claro. El día que gustes y cuando puedas.

Y él también lo hacía. Sus sonrisas no podían compararse. Para Kyle, incluso esforzarse supondría una gran tortura, pero debía soportarlo.

Estiró su mano y estrechó la de Kenny, en un segundo que se sintió inmortal.

 


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