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Lo que no puede ser profanado por ti (ItaDei) por MekhmenehBahnu

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Notas del capitulo:

Holix,

como cada semana nos reunimos aquí para leer sobre la pareja favorita de chicos y grandes.

Ya que el doncel no podía quedarse completamente dormido se alertó en cuanto escucho la tierra ser golpeada. Se acercaba con tanta seguridad a su ubicación que no podía ser nadie más que el pelinegro, su mente se relajó de inmediato; no lo había abandonado.

- Lo siento Dei, ¿te he asustado? –Con los primeros rayos del sol el rubio alcanzó a mirarse las manos, totalmente blancas y entumidas de la fuerza que utilizó para apretar sus pertenencias, aflojó los dedos y dolieron las articulaciones; tuvo que abrir y cerrar las palmas en repetidas ocasiones para volver a sentir las manos. –Tardé más de lo planeado pero ya estoy aquí. –Itachi lo abrazó al distinguir sus ojos llenos de alivio, para él había sido igual de difícil pasar la noche lejos.

El ojiazul solo observó al otro sentarse bruscamente su lado y soltar toda la tensión en un gruñido. Esperarían hasta que el cielo aclarara completamente para continuar su camino, ya no podían permanecer más tiempo en el mismo lugar. Deidara ya comenzaba a sentirse mejor aunque todavía se sentía débil y sus músculos seguían sin adaptarse a no dormir en una cama como era debido.

Quería acurrucarse junto a su guerrero, meterse entre las costillas y su brazo para que lo reconfortara, pero lo miró tan sereno con los ojos cerrados descansando al menos esos minutos hasta que le fuera posible que no quiso interrumpirlo. Miró de nuevo al cielo y se perdió en él, observó todos los cambios de color hasta que Itachi le llamó.

Le ofreció pan, mermelada y algo de queso para que llenara el estómago; a decir verdad el día anterior había estado falto de apetito pero ahora que se le mostraba estos alimentos el hambre le invadió. Le habían enseñado a comportarse con orgullo así que comió lento aunque quisiera devorarlo todo de un bocado.

Itachi no se acercó a compartir su escaso desayuno, se dedicó a preparar al caballo para el viaje. Acomodó todo lo que ya cargaban más lo que había adquirido como provisiones.

- Toma agua, será un largo viaje. –Le ofreció una botella y tomó líquido por fin después de tanto tiempo.

Itachi no perdió detalle de cómo el rubio se alimentaba, en ese momento era incapaz de ofrecer más lo cual no le hacía gracia; había alejado deliberadamente al Tsuchikage de todas sus comodidades y temía que en algún momento se lo echara en cara.

El plan del guerrero era ir caminando la mayor distancia posible durante el día o hasta que Deidara no pudiera más, al menos ahora estaba confiado de ir con calma; la noche anterior se dedicó a investigar un poco por el pueblo y al parecer no los estaban buscando, aun así debían andar con precaución por eso se había surtido con lo indispensable para no tener que parar de nuevo hasta que llegaran a su destino.

- Es hora de partir, iremos despacio para que no te fatigues.

 

El doncel caminó a la par de Itachi, en una mano llevaba la soga para guiar al animal y la otra libre; quería tomarlo y entrelazar sus dedos, sonreírle y decirle lo aliviado que estaba al ir a su lado.

- ¿Dei? –se había percatado de la insistencia en su mirada. –¿Te cansaste, quieres ir en el caballo? –Le ofreció y este simplemente negó con la cabeza volteando al lado contrario avergonzado.

Lo mejor sería no pensar en esas cosas románticas hasta que estuvieran fuera de peligro, podía notar la tensión en el ambiente; no sería sabio molestar a Itachi en estos momentos ni mucho menos distraerlo, veía que ahora estaban en una situación donde el pelinegro quería concentrarse en su plan... Este plan que ejecutaba con sospechosa decisión, parecía tener los pasos bien trazados en la cabeza. ¿Cuánto tiempo llevaba con esto en mente? No parecía nada improvisado.

- ¿Planeaste el ataque? –Era una pregunta que se le vino de repente, no lo creía probable; después de todo Itachi lo rescató, pero era esa pequeña incertidumbre que lo llevaba a indagar, cuál fuera la respuesta lo aceptaba.

Itachi detuvo su andar en seco, se giró a mirar directo a los ojos azules. Parecía furioso y no solo eso, la mirada era de reclamo, de ofensa. El doncel tragó duro, sus palabras no fueron para agraviarlo ni culparlo de nada.

- ¡Por supuesto que no! –¿cómo es que Deidara pensaba que él sería capaz de hacer algo que pusiera su vida en riesgo? ¿por qué su principal sospechoso era él y no ninguna víbora del nido que lo tenía rodeando en la Roca? siguió su camino de frente con el ceño fruncido tratando de controlar sus emociones.

Deidara se sintió avergonzado, no desconfiaba de su palabra solo quería saber si esa parte había sido planeada por él o se trataba de una extraordinaria coincidencia. Ahora lo miraba caminar con un aura de enojo que le intimidaba, ya no abriría la boca pues de ella solo salían impertinencias. Le siguió obediente por horas y aunque sus pies escocían no diría nada, no cometería la imprudencia de quejarse por ningún motivo.

 

Ya se dejaban ver los colores anaranjados del atardecer, pronto sería hora de parar y esta vez establecer un campamento como era debido. Toda la tarde Itachi procuró enfocar sus esfuerzos en no mirar a Deidara, seguía sin creer que pensara que fue capaz de planear un ataque en su contra y de los suyos; entendía porque parecía ser así pero ya tendría tiempo de darle explicaciones.

- Aquí descansaremos. –Se detuvo cuando vio el lugar perfecto para establecerse.

- ¡Ah! –El suspiro de alivio fue tan pronunciado que no pudo evitar girarse a verle. Deidara se había dejado caer con la espalda recargada al árbol más cercano, tenía los ojos cerrados y se limpiaba el sudor de la frente y el cuello con las mangas de la ropa. Lo vio tragar varias veces su propia saliva, señal inequívoca de que estaba sediento.

- Bebe –Le acercó el agua, se le olvidaba que su cuerpo no estaba acostumbrado a las malas condiciones como el suyo.

- Gracias –respondió con voz baja. Al intentar tomar la botella se dio cuenta que los brazos le temblaban de inanición y su rostro estaba rojo tal vez de fiebre y no por la caminata ni por el sol.

Le tocó el rostro con el dorso de la mano, ¡de nuevo estaba caliente! Se maldijo interiormente, otra vez hacía las cosas mal. Deidara era un chico orgulloso, no discutiría las decisiones que tomara sobre el ritmo a seguir porque confiaba en su expertiz cuando de viajar se trataba; no debió castigarlo con indiferencia, ni así ni de ninguna otra forma, puesto que seguramente esa pregunta que tanto le molestó había nacido de la mera duda.

Estaba muy avergonzado de sí mismo como para pedir disculpas. Se dedicó a juntar ramas y piedras para encender el fuego y delimitar la fogata, quería pensar en las palabras perfectas para que su rubio no le guardara ningún rencor.

Ya casi anochecía, todavía faltaba armar la tienda para dormir y preparar la escasa cena. Se apresuró, de vez en vez por el rabillo del ojo miraba a Deidara esperando encontrarse con su mirada pero él parecía dormir; eso estaba bien parecía que el viento frío de la noche le hizo bien y quizá no tendrían que discutir hoy. Aún no tenía listo su discurso de disculpa.

Le preparó un té para descansar y recuperarse, también le ofreció más pan y un poco de avena hervida. El rubio se miraba exhausto, estaba a punto de ser vencido por el sueño aunque su hambre podía más y comió lo necesario; le rehuía la mirada y si preguntaba algo este solo contestaba corto y preciso. La culpa comenzó a embargarle, no podía permanecer así de indiferente con Deidara aunque lo intentase porque desde el principio no debió tomarse ese derecho, solo estaba hiriendo a su persona más amada.

Con los ojos azules llenos de culpa agradeció las atenciones y se retiró a dormir, ¡no debió pasar nada de esto! Jamás quería ver llorar a Deidara de nuevo, mucho menos si él era el causante. Ese chico era una joya, un tesoro que siempre se había jurado proteger y hasta el momento lo había hecho de una manera lamentable.

Alimentó al caballo y dejó limpio el lugar, al terminar todo se había quedado en silencio, el fuego ya estaba prácticamente extinto; no se veía nada entre tantos árboles y ahora su sentido más alerta era el oído, así estaba entrenado.

Tanta fue la quietud que no le costó en absoluto escuchar como dentro de la tienda Deidara sorbía sus mocos y de vez en vez soltaba un gemido. Era obvio que lloraba en silencio tratando de pasar desapercibido. Le estrujó el corazón, todo era su culpa; todo lo hacía mal cuando se trataba del rubio y no entendía por qué. Lo amaba, no tenía duda alguna; quería verlo y saber de él en todo momento, añoraba su calor, su mirada, su sonrisa, ¡todo! Lo adoraba de una manera que no era normal sin embargo siempre encontraba la manera de estropearlo. Era tan difícil comunicarse en este momento. Creyó que sería como en la Arena, se hablaban, compartieron tantos momentos románticos, tal vez era por el estrés de estar siendo –presuntamente– perseguidos que no podían conectar de la manera en que deseaban.

 

Esperó junto a la tienda hasta que todo estuvo en silencio, solo entonces tuvo el valor de mirar dentro. Deidara estaba hecho un ovillo tratando de mantener el calor, al parecer ya se estaba recuperando del susto que debió significar ese asalto.

Se acercó cuidadoso, podía ser hábil en el campo de batalla pero se sentía torpe y tosco al moverse en un espacio tan reducido. Tomó posición a espaldas del rubio, no se metería entre las pieles en caso de que algo pasara, solo quería ofrecerle su calor y compañía.

Deidara no tardó mucho tiempo en reconocer la presencia y se giró en automático para acurrucarse a su costado, seguía perdido sueños aunque ahora parecía tener una pesadilla; se movía demasiado y balbuceaba algunas palabras. Entonces se acomodó para verlo y le acarició el pelo, Deidara era una criatura hermosa, no solo eso, era inteligente y bondadoso, todo el mundo lo apreciaba... bueno, casi todos.

No soportaba ver así al doncel que amaba, siempre había sufrido y afrontado las adversidades lo mejor que pudo. Ahora él lo había puesto en esta situación, no hubo tiempo de hablarlo; tal vez no debió presionarlo para abandonar su querida aldea. No había secuestrado a un simple aldeano ni a un niño rico ¡se había robado al Tsuchikage! Lo había orillado a elegirlo en lugar de darle la opción de regresar a su pueblo. ¿Sería demasiado tarde para arrepentirse?

 

 

Abrió los ojos de a poco hasta que pudo acostumbrarse a la luz, ¿qué hora sería? El día anterior había sido tan agotador que seguramente durmió más de lo debido. Itachi no lo despertó pero estaría molesto por seguir retrasando su avance, no podía ni imaginarse la mirada que le daría al verlo salir tan tarde; le dolía el pecho de pensarlo. Se sentó y arregló como pudo su pelo, también se quitó las lagañas y restregó la boca en caso de que hubiese babeado durante la noche; sabía que lo único que hacía era demorar su encuentro y que tal vez entre más lo hiciera esperar peor sería.

Al levantarse las piernas le temblaron y su salir al exterior fue poco elegante; casi tropezando logró abandonar la tienda, se puso de pie como pudo. Apenas hoy resentía el cansancio de la caminata y el dormir en el suelo por tantos días seguidos.

- ¿Deidara estás bien? –se acercó al verlo casi caer. Para Deidara su voz sonó como el de una madre regañándote, se sentía pequeño e inútil a su lado. Solo asintió y se alejó hacía donde había estado la fogata el día anterior. ¡Necesitaba hacer algo, ayudar a prepararse para el viaje o cepillar al caballo, lo que fuese! –Toma, el desayuno.

Era lo mismo que la cena además de un poco de fruta hervida. No lo despreciaba, de verdad que no lo hacía; no era un mimado inconsciente de su situación pero todo se le imaginaba desabrido y tenía un nudo en el estómago que apenas sí le permitía pasar bocado, debía forzarse; no aguantaría otro día andando y sin comer.

De vez en vez miraba lo que Itachi hacía tratando de no ser atrapado, no estaba listo para afrontarlo. Ya estaba terminando de ordenar todo, se veía algo molesto; aventaba cosas y fruncía el ceño. Se le llenaron los ojos de lágrimas y no encontraba una razón más allá de ser un llorón de nacimiento. Encogió las piernas y siguió revolviendo la comida sin probarla.

- Suficiente Deidara.


Itachi se había acercado al rubio con pasos firmes y aun así este pareció no notarlo o ya le daba igual, cada día se veía más apagado, la piel se le miraba pálida y del espíritu ni hablar. Le quitó el plato de las manos sin ser brusco. Por reflejo Deidara había levantado la vista y se encontró con su mirada negra, no deseaba verlo de nuevo así; con la mirada asustada, ojeroso, de manos temblorosas.

- Lo siento Deidara, fue un error traerte conmigo –Lo había pensado toda la mañana, amaba tanto a este chico que incluso ahora siendo libres de perderse en el inmenso mundo lo mejor sería que regresara a la Roca; así a él lo acusaran de traición lo más sensato sería volver. Allá en su hogar lo tendría todo, no escasearía nada para él, además ¿cómo fue tan desconsiderado para alejar a Deidara de su hijo? ¿Y si el día de mañana se lo reclamaba? –Te llevaré a la Roca, ¿está bien? –Se acercó a abrazarle, lo cubrió con su cuerpo y beso su coronilla largo rato y con una calma que tal vez ya nunca tendrían; pensó que si al volver a él le esperaba la muerte quería que este fuera su último pensamiento, apretó al doncel todavía más fuerte. Ya no hacía falta decir nada más, era triste pero también bastante obvio que por más que lucharan existía una fuerza mucho más poderosa que jamás les permitiría estar juntos. Aspiró su aroma por última vez y se separó, ya no podía mirarlo; era doloroso.

- ¡No! –Le tomaron del uniforme –No voy a permitir que me abandones una vez más. ¿Es que acaso ya no me amas Itachi? –le hablaba con tanta intensidad que al guerrero le erizaba la piel, por supuesto que lo amaba; lo amaba tanto que incluso esa palabra parecía insulsa para describir sus sentimientos.

- Claro que lo hago, tanto que estoy dispuesto a no verte sufrir ni un minuto más. –se tiró de rodillas para poder tomarlo del rostro y hablarle de frente, lo miraría para que supiera que no había falsedad en ninguna de sus palabras.

- Entonces no me dejes de nuevo. Solo tengo en esta vida una razón para sufrir y es no estar a tu lado.

Las lágrimas del rubio escurrían constantes pero ahora no le rehuía la mirada, le daba el bendito regalo de mirar sus ojos azules y entrar a su corazón; sabía que él tampoco mentía sobre su sentir. Quería besarlo con desesperación en este momento, no importaba si sus labios estaban resecos de tantos días de fiebre; él les devolvería la vida.

Lo fue acercando de a poco, Deidara también buscaba esa unión. Rozaron sus narices primero compartiendo el mismo aire, tentándose el uno al otro. Mojó con sus labios los contrarios, los hidrató chupando cuantas veces fue necesario, pasó sus manos a la nuca y retorció esos cabellos dorados con desesperación; sus movimientos era torpes y bruscos, ambos desbordaban tanta pasión que no habría forma de controlarse hasta que estuviesen saciados.

Se despegó para recuperar aire, el rubio estaba igual de agitado. A Deidara solo le quedaban recuerdos de las lágrimas que había soltado, ahora lo miraba con delirio exigiendo más y no dudó en dárselo. Chocaron los labios y coordinados se permitieron el completo acceso a la boca ajena, enredaron las lenguas y probaron todo del contrario sin reservas; no pararon hasta estar deshacerse del estrés que llevaban cargando desde hace días y estar totalmente satisfechos.

Al separarse miró a Deidara fijamente, este tenía su boca curveada en una sonrisa pero sus ojos no reflejaban completamente ese sentimiento.

- ¿En serio me llevarás de vuelta?

- Deidara no sé qué más hacer. Todo este tiempo has estado tan ausente, te encuentras mal y yo no puedo dejar de pensar que es debido a que te he forzado a abandonar tu hogar.

- ¡Mi hogar es a tu lado! No me aflijo por estar lejos de todo lo que conocía, me encuentro así de raro porque he cogido un resfriado incluso antes de viajar pero cómo hubiese podido esperar a recuperarme si lo que más me urgía era ir a la Arena y verte de nuevo. Si algo me preocupa en este momento es que te des cuenta de lo loco que estoy, te pienso día y noche y todas mis acciones tienen el propósito de estar lo más cerca de ti. –Itachi tragó duro, las palabras se le atoraron en la garganta; eso que le decía Deidara era exactamente lo que él sentía.

- Yo soy un vagabundo, una persona sin rumbo que solo encuentra el sentido de la vida estando a tu lado. Ya era un desdichado antes de perdernos, no tengo absolutamente nada que ofrecerte más que mi palabra y mis acciones, y aunque muchas veces me he equivocado solo quiero demostrarte lo mucho que te soy leal hasta el fin de mis días si me permites estar a tu lado amándote y adorándote.

- Itachi no me dejes nunca más. No me preocupa nada de lo que dejamos atrás, quiero vivir el resto de los años contigo.

 

Los dos se habían quitado un gran peso de encima, estaban dispuesto ahora de verdad se sentía como si pudieran empezar de cero. Solo les quedaba seguir un camino incierto pero con una sola seguridad, la más importante en ese momento, se tenían el uno al otro de manera incondicional.

- Ven, te subiré al caballo para que vayas más cómodo.

- Preferiría ir a tu lado si no te molesta... al menos durante un momento. –Lo decía sonrojado,  su felicidad era tanta que deseaba estar cerca de Itachi.

- Eso me encantaría, iremos lento. –Sentía los músculos de la cara moverse y formar una sonrisa, era algo que solamente podría mostrarle a Deidara.

Comenzaron su andar y al poco rato sintió la tierna mano del ojiazul tomar la suya, se giró a verlo y este apartó los ojos tal vez inseguro de cómo fuera a reaccionar ante tal acción; después de todo esos actos de amor siempre se los habían guardado para mostrarlos en las habitaciones más recónditas. Ahora era diferente, ante el nuevo mundo ellos eran una pareja como cualquier otra. Abrió sus dedos y los entrelazó con los de Deidara afianzando su unión.

- Dei yo no planee el ataque. –sabía que estaba dando una explicación que nadie había pedido pero quería aclarar ese asunto.

- Está bien, te creo.

- Ese día estaba ahí porque Kurotsuchi me lo pidió. –Eso llamó la atención de Deidara –Ella es probablemente la persona que más leal te es en la Roca.

- No tengo duda de eso.

- En su estado no se sentía segura de viajar y protegerte pero siempre que viajabas fuera de tu aldea te cuidaba desde lejos, si era a la Arena te llevaba a salvo hasta la frontera y de ahí en adelante yo me hacía cargo es por eso que me encontraba tan cerca del lugar. –el rubio suspiró aliviado aunque no sabía que responder o si tenía que responder algo. Prefirió quedarse callado, iba a extrañar a su querida Kurotsuchi.

 

Recorrieron otro tramo del camino en silencio pero Deidara tenía ganas de conversar un poco más, necesitaba que Itachi se enterara aunque ya no fuese relevante para su situación actual.

- No esperé a recuperarme de la enfermedad porque me urgía verte más que en otras ocasiones. Boruto... –era extraño mencionarlo, incluso la boca le sabía amarga –resultó ser varón, eso fue un alivio y pensé que tal vez con tu ayuda y el apoyo del Kazekage podría separarme de Sasuke manteniendo a raya el drama.

Eso tenía lógica, si la Roca no tenía un heredero Uchiha podría suponerse que la separación sería viable, sin embargo él sabía que su hermano no accedería de buenas a primeras pues lo que más le importaba sobre su relación con Deidara era asegurar el territorio bajo el mando del clan.

- Estás seguro de seguir. –Debía preguntárselo una vez más

- No lo sé, no estoy seguro de nada. Solo pienso que tener la responsabilidad de cuidar una aldea es demasiado para mí, muchas veces me imaginé viviendo como cualquier campesino con una vida sencilla. Creo que la Roca necesita un líder pero no me necesita a mí. Solo temo que si hay una vida después de la muerte mis padres se avergüencen de que haya abandonado su legado, claro que al mismo tiempo me consuela saber que ahora puedo ser feliz y es casi doloroso darme cuenta de lo miserable que me encontraba en esa torre; no quería dejar que mi espíritu se pudriera porque ahí solo esperaba una salida, el momento correcto para claudicar. Tú fuiste mi oportunidad. Valdrá la pena, estoy seguro porque incluso sabiendo que le causaré dolor a algunas personas de la Roca solo puedo sentir la dicha de no volvernos a separar y quisiera ser más maduro, cumplir las expectativas y poner a mi puesto como Tsuchikage antes que todo pero no puedo...

- No digas más Deidara, de ahora en adelante yo te cuidaré. Viviremos felices y tranquilos, me encargaré de que así sea.

Ambos sonrieron, era irrelevante saber que actuaban mal porque tanto tiempo les habían puesto trampas para mantenerlos alejados que ahora solo podían pensar en que su desaparición era un final feliz para todos. No les habían enseñado a ser irresponsables, mucho menos a darse por vencidos y eso les hería ligeramente el orgullo aunque ahora construirían algo realmente hermoso: una vida juntos.

- Estoy cansado.

- Ven, será mejor que vayas montando hasta que podamos parar –Acomodó algunas cosas para hacerle espacio. Deidara nunca había sido fanático de ir a caballo pero en esta ocasión le hacía sentir bien el suave trotar y el viento golpeándole el rostro, todo con la seguridad de que Itachi lo guiaba. Se sentía libre, deliberadamente bloqueaba todo intento del pasado por contaminar su mente. Nunca olvidaría el ayer, él siempre había sentido intensamente y no sería fácil deshacerse de todos lo vivido en esos años; solo escondería su dolor y todo lo negativo hasta que fuese remplazado por lo que viniera en el futuro.

 

¿A dónde iban? No tenía ni la más mínima pista pero todo se veía hermoso, el sol brillaba en lo alto sin hacerse sentir como brasas y el invierno parecía tener clemencia este año.

Se detuvieron a comer, ya nada era tenso; su apetito había regresado y moría de ganas de volver a compartir la comida con el guerrero. Desde que su abuelo había muerto no compartían la mesa como iguales.

Le fue sorprendente saber lo bien que cocinaba Itachi, nunca había imaginado que sería uno de sus talentos. A él simplemente le puso a cortar vegetales mientras encendía el fuego y ponía en la pequeña olla a hervir el agua. Varias veces estuvo a punto de cortarse los dedos, no encontraba una posición cómoda para realizar su labor y las zanahorias le parecieron demasiado duras de picar. No se miraba nada apetitoso de primer instante pero el pelinegro no dijo nada después de todo era solo comida y mientras pudiese llenarlos no tenía que verse siempre apetecible como se lo adornaban en la corte.

Itachi terminó de poner todo en la olla y se sentó al lado de Deidara a esperar. No se sorprendió de que este se recargara en su costado incluso podría decir que lo deseaba. Tomó su mano y entrelazó los dedos.

- Itachi

- ¿Sí?

- ¿Puedo preguntar cuál es nuestro destino?

- Iremos a la aldea de los exiliados. –Tarde o temprano Deidara se enteraría.

- ¡Ah! –Se sentó derecho, no esperaba esa respuesta. Jamás le habría pasado por la cabeza.

- No te encanta la idea, ¿verdad? –Ya se lo imaginaba, existían tantas historias sobre ese lugar y sacarlo de una aldea que lo resguardaba para llevarlo al que muchos consideraban el lugar más peligroso y desdichado del mundo no parecía tener sentido.

- No es mi sueño si a eso te refieres. –Claro que no era el sueño de nadie pero esa tierra sin dueño era perfecta para no ser encontrados, al menos podrían usarla como escondite un tiempo.

Dieron la plática por terminada, en realidad Deidara se dejaría guiar a cualquier lugar; tampoco es que tuviese muchas opciones.

La aldea de los exiliados, ese era un nombre que incluso les favorecía; en realidad no se trataba de una aldea, no tenían ni líder ni una frontera totalmente establecida. Más bien era una tierra de nadie donde cohabitaban –a saber de qué manera– todos los que hubiesen sido echados de su lugar de origen por cometer graves delitos, muchos de ellos habían huido antes de recibir un castigo. Se decía que los que ahí vivían eran desterrados que después de la guerra no pudieron encontrar la paz mental para ser funcionales en la sociedad, eran unos locos.

Comieron en silencio.

Itachi lo miraba, le parecía muy curioso que Deidara tuviera un rostro tan expresivo; no creció alrededor de personas que poseyeran esa característica.

- ¿Qué pasa? –Ahora hacía pucheros y fruncía el ceño como si intentara resolver un acertijo.

- Pensaba... es solo una idea. –Tenía la completa atención de Itachi –Hay otro lugar al que me gustaría ir. Ya sabes que mi padre nació en la aldea de las Flores pero murió antes de que pudiésemos visitarla, siempre me contaba historias de lo hermosa que era además ahí se enamoraron mis padres –sonrío recordando sus rostros llenos de dicha. –¿Qué no esa aldea quedó casi quebrada después de la guerra? Aún no se recuperan y debido a la lejanía nunca les brindamos gran ayuda. Dudo que se tengan los recursos para estar vigilando quién entra y quién sale de su territorio. ¿Es el mismo rumbo, no es así? ¿Si pudiésemos establecernos ahí sería un gran problema?

- La verdad es que no lo sería. –No veía a Deidara particularmente ilusionado de ir a las Flores, era cierto que a esa aldea de prosperidad ya solo le quedaba el pasado; él había visitado esas tierras un par de veces y su frontera con los exiliados era poco vigilada aunque más tranquila que ir directamente a la boca del lobo. A él no le costaba nada darle esa pequeña satisfacción y quién sabe, tal vez resultara ser la mejor opción. –Entonces iremos a las Flores –le contestó con una sonrisa discreta.

 

 

 

 

 

 

 

 

Próximo capítulo: Bañado, peinado, listo para ser follado.




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