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Lo que no puede ser profanado por ti (ItaDei) por MekhmenehBahnu

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Notas del capitulo:

Mucha vista pero muy poco review besties.

O sea, sí me agüita pero igual el capítulo semanal nunca va a faltar.

 

Los tqm :3

Siguieron el camino que les marcaba el arroyo aunque conservaban su distancia, ir justo al lado de este les hubiese significado un inevitable encuentro con aldeanos que fuesen a recolectar agua y por el momento seguían alerta de no cruzarse con nadie y no dejar rastro del camino que recorrían.

Entre más días pasaban todo se volvía cálido, ya llevaban medio invierno ganado y en estas tierras fértiles no se miraba ni rastro de una nevada. Era cierto que en las noches y madrugadas refrescaba pero ellos estaban acostumbrados a temperaturas aún más bajas así que esos descensos no les hacían mella alguna.

Deidara parecía estar completamente curado de su resfriado y sus raspones del accidente. Una ventaja de no ir por los caminos establecidos era que cada momento destinado a descansar se la pasaba recorriendo los alrededores admirando toda la flora que se les ofrecía por montón.

- Ven a ver esto Deidara –Lo animó a llegar a lo más alto del valle. –Allá donde se alcanzan a ver las últimas montañas es el lugar donde nos dirigimos.

- ¿En serio? ¡Todavía se mira como una eternidad! –Ya estaba un poco cansado de no poder establecerse, nunca hubiese imaginado hacer un viaje tan largo; claro que ellos lo prolongaban al ir escondiéndose.

- Un par de  semanas a lo mucho. –Para Itachi no importaba, podía ser incluso meses; no se cansaba de tener a Deidara todo el día sin compartirlo con nadie. Lo atrajo por los hombros y estrechó con fuerza. Lo sintió ligeramente tieso ante el gesto. Miró a su lado para verlo, estaba encogido y apretando sus ropas como si quisiera comprimirse. –¿Qué pasa?

- Nada. –Sabía que mentía.

- No te creo, dime porque de repente te pusiste así –le pareció adorable que se sonrojara.

- Es vergonzoso. –Volteó el rostro para contestar sin mirarle –Me da la sensación de que huelo mal y no quiero que lo notes –Fue bajando la voz de a poco.

Era cierto que llevaban ya unas cuantas semanas andando y que no habían tenido la oportunidad de asearse correctamente, solo se pasaban una toalla húmeda en ocasiones y por las partes que creían esenciales. A Itachi le dio curiosidad, él jamás pensaba en eso; siempre había viajado con un montón de hombres que no se preocupaban por su limpieza y que le hicieron conocer el verdadero significado del hedor. Se acercó a olerle el cuello pero Deidara le apartó apenas pasado un segundo, no detectó ningún olor extraño. Olía a hierba, tal vez algo de sudor pero nada exagerado.

Entonces frunció el ceño, ¿y si el doncel le estaba diciendo esto como una indirecta para hacerle saber que quién en realidad apestaba era él? Eso tendría mayor sentido. Se encontró avergonzado de sí mismo, no podía aceptar que Deidara lo viera como un sucio.

- De acuerdo, de acuerdo. Aún está puesto el sol. Vayamos al arroyo para que podamos tomar un baño rápido y lavar nuestras ropas. –Lo llevaría a un lugar seguro para que pudiesen establecer su campamento ahí esa noche, tendrían que regresar un poco sobre sus pasos pero ahora era necesario.

Fueron a marcha constante sin cruzar palabra. Llegaron hasta una vertiente que parecía lo suficientemente escondida como para relajarse un día.

- Comenzaré a armar la tienda y así estará lista cuando salgas. –Deidara asintió. –Aquí tienes –Le pasó una pastilla de jabón –procura no perderla. Este resopló con falsa indignación.

Descargó al caballo para que también descansara y se concentró en armar lo más rápido posible el refugio, eso incluía recolectar algo de madera para el fuego.

- ¡Ahh! –Ese grito casi hizo que el corazón se le saliera del pecho. A una velocidad increíble ya estaba detrás de Deidara con la daga en la mano.

- ¿Qué pasó? –Permanecía alerta aunque no veía la razón de ese grito.

- ¡El agua está muy fría! –Se relajó y le pareció estúpido que gritara así, estaba algo molesto y al querer enfrentar al rubio para que no volviera a alarmarlo de esa forma se quedó sin palabras solo de verlo. Con una de sus manos mantenía cerrada la fina tela que ocupaba debajo de su yukata, esta se pegaba exquisitamente delineando la curva de su cadera y con la otra sostenía el jabón mientras se equilibraba tratando de no resbalar con las piedras. No estaba acostumbrado a bañarse así, tal vez le mareaba el movimiento de la corriente aunque era muy calmada.

- ¿Te meterás vestido?

- De cualquier forma vamos a lavar la ropa, pervertido. –¡No lo había dicho por eso! Pero Deidara ni siquiera había visto el sonrojo que provocó pues estaba más concentrado en no caer bruscamente al agua. Se fue sentando de a poco dándole la espalda y a medida que el agua tocaba la tela esta se transparentaba y se moldeaba al cuerpo. Ya no recordaba como parpadear y la sangre le circulaba más rápido.

- Iré a buscar madera, lla...llama si... si necesitas... algo –sentía que se le olvidaba cómo formar oraciones. Era patético. Se dio media vuelta con dirección a los árboles aunque no pudo evitar admirarle a la distancia.

 

El agua estaba más fría de lo que esperaba, toda la piel se le puso de gallina y no dejaba de tiritar. Lo más sensato sería darse prisa, acababa de salir de su resfriado y no quería enfermar de nuevo, mucho menos ahora que veía la meta tan cerca. Comenzó por lavar su pelo, formó espuma y se masajeó el cráneo, de a poco perdió la tensión que tenía. Continuó por lavarse el cuerpo, sí era incomodo tener la tela pegada a los brazos pero le daba vergüenza ser mirado desnudo y en un lugar tan abierto.

Ya su cuerpo se había aclimatado así que se tomó un poco más de tiempo para sentir el agua limpiando todo el cuerpo. De alguna forma también lo consideraba como un ritual para dejar ir su pasado. Tomó todo el aire que pudo y hundió la cabeza en el arroyo, no le causaba temor a pesar de que nunca hubiese aprendido a nadar; escuchó el agua correr como si atravesara su cuerpo, esto era libertad.

Salió del agua tomando el aire a bocanadas. Nunca se había sentido así de liviano.

- Toma Dei –Giró y vio a Itachi extendiéndole un paño para que se secara –La tienda ya está levantada, ve ahí para que entres en calor. Se dio la vuelta al verlo dudar en salir pero aún le extendía el brazo. Sonrojado se quitó la prenda mojada y tomó la otra para cubrirse.

Tácitamente habían acordado mantener cierta distancia pues toda su energía debía estar puesta en alejarse lo más posible de la Roca. Un beso corto de vez en vez pero nada que los satisficiera.

Itachi no hizo ni el mínimo intento de verlo.

Le daba privacidad a Deidara aunque era duro ver como jugaba en el agua tentándolo a brincar sobre él. Dejaría pasar el mayor tiempo posible mientras lavaba la ropa y se daba un rápido baño. Por suerte el agua fría le ayudaba a olvidar sus instintos. Todavía veía al ojiazul sensible y frágil, no solo en lo físico sino en lo anímico. Si bien le había dicho que renunciaba a todo su pasado de buena fe y sin vacilar no estaba convencido de que en ese momento dimensionara lo duro que sería todo el trayecto, por su parte ya había pasado ese trago amargo hace unos años cuando su padre lo echó del clan y por consecuencia de la Hoja.

Ahora lo único con lo que sentía una conexión y que lo mantenía con un rumbo en la vida era su amor a Deidara, por eso no volvió a darle la opción de regresar. Temía que su respuesta fuera positiva y de ninguna forma le permitiría abandonarlo, era egoísta y posesivo; no podía evitarlo si se trataba de Deidara. En el pasado ya le había fallado debido a su pasividad, le demostraría que ahora de verdad cumpliría la promesa hecha a su abuelo y lo protegería de todo mal.

Terminó de asearse y fue por el único par de pantalones extras que tenía, esperaba que para la mañana siguiente toda la ropa ya estuviese seca. La dejó colgada en las ramas de un árbol.

- Dei... –entró totalmente calmado a la tienda, solo quería asegurarse que Deidara hubiese usado la yukata que le había dejado preparada.

Así era y había tomado su tiempo para secarse el pelo, ahora lo terminaba de cepillar y se miraba francamente hermoso. Ni siquiera fue consciente de que se había quedado medio encorvado y sin entrar por completo pero se perdió en esos ojos azules en cuanto lo miraron, la imagen completa lo provocaba. Su rubio arrodillado con las manos en la cabeza, haciendo que la tela se le pegara al pecho y marcara ligeramente los pezones.

- Mierda –Normalmente Itachi no habría dicho esa palabrota frente al rubio pero estaba seguro de que perdería el control.

Al escucharlo Deidara no se alarmó, toda su concentración estaban puesta en deleitarse con el abdomen bien marcado de su varón. No era la primera vez en la vida que lo veía así, pero sí desde que estaban libres de ataduras. Movió sus ojos casi por inercia al borde de los pantalones, ¡¿por qué no los usaba completamente abotonados?! Era una clara invitación a que mirara un poco más abajo. No sabía si era su imaginación que lo deseaba así de mal pero le pareció ver claramente como su pene comenzaba a marcarse intentando encontrar una salida de esa trampa de tela.

Ambos estaban perdidos en admirar el cuerpo del otro. Itachi se fue hincando sin apartar la vista del pecho de Deidara, sentía que estaba a punto de descubrir el tesoro escondido; jamás había tenido al rubio así de expuesto mas que en su imaginación. Siempre sus encuentros habían sido vestidos, conocía un poco de su piel, de aquí y de allá pero nunca desnudo completamente. Ya estaba poseso del deseo carnal, las manos se le movían en automático y en esta ocasión no dejaría que el raciocinio gobernara.

Deidara tragó la saliva que se acumulaba en su boca, no perdía detalle de los brazos que se acercaban a su cuerpo; lo deseaba, lo deseaba tanto que su cuerpo temblaba de expectación. Itachi le tomó por la cintura y paseó las manos hasta la espalda, le hizo erguir el cuerpo lo más que pudo sin despegar las rodillas del suelo y lo atrajo en un abrazo lleno de necesidad. Ese pelo negro que le gustaba tanto aún estaba mojado delatando que no llevaba mucho tiempo fuera del agua e incluso cuando su piel debería seguir igual de fría que el arroyo ya estaba ardiente. De inmediato sintió la dureza del guerrero rozarle el vientre.

Se le colgó al cuello y comenzó a besarlo muy lento saboreando la piel que como siempre olía exquisita.

- No sigas o no me detendré. –La advertencia de Itachi fue clara pero carecía de fuerza. Sabían que ninguno de los dos quería parar.

Solo respondió pegándose más a su cuerpo para comenzar a frotarse. No sabía hasta donde llegarían y no estaba preocupado por ello porque estaba preparado y anhelaba que el pelinegro lo tomara por completo una vez más.

Itachi acarició la espalda aun sobre la ropa. Apretó la mandíbula antes de separarse del rubio, por fin lo admiraría en todo su esplendor; le causaba un morbo difícil de explicar mirar ese cuerpo desnudo. Buscó el amarre de la yukata y fácilmente lo deshizo, dejó que se abriera sola y con la vista recorrió el camino vertical que le marcaba la abertura. Primero lo miró al rostro, veía en su expresión la pasión contenida; pasó la mirada a su clavícula y subió las manos hasta sus hombros para por fin terminar de retirar la prenda. La deslizó con cuidado detallando la inmaculada piel que por tanto tiempo le había sido desconocida.

Sus brazos eran delgados, el esternón se le marcaba aunque no demasiado. El pecho era plano y adornado por sus hermosos pezones rosados y erectos. Las costillas se mostraban a cada inhalación; y antes de que pudiera reaccionar para comenzar a acariciar ese cuerpo como era debido Deidara ya se le había lanzado para comenzar a besarlo, no se preocupó por empezar lento como de costumbre; le devoraba la boca con locura. Correspondió de inmediato y sus manos se pasearon por la espalda, las nalgas, los muslos, todo aquello que fuera capaz de alcanzar.

Las manos de Deidara no se quedaron atrás y respondieron acariciando la espalda, los brazos, el abdomen; todos los músculos estaban bien definidos, creía que podía llegar al orgasmo solo de tocarlo. El doncel no se sentía tan cohibido como en otras ocasiones, más bien había entrado en desesperación por sentir a Itachi de nuevo en su interior y se lo hizo saber llevando ambas manos al pantalón para terminar de desvestirlo.

El guerrero le hizo las cosas fáciles y una vez que el rubio ya le había bajado el pantalón a medio muslo él mismo terminó por quitárselo. Ahora ambos estaban en las mismas condiciones, totalmente desnudos. Se besaron con intensidad y al mismo tiempo acariciaron al contrario con el deseo de memorizar cada centímetro de piel en sus manos. Eran torpes en sus movimientos, llevaban tanto tiempo conteniendo el deseo que les era vital compensarlo aunque fuese en ese corto tiempo. Tendrían oportunidades infinitas por delante, ese era el plan; sin embargo bien sabían que sus planes podrían resultar opuestos a lo que querían.

Cada uno había guardado la sensación de estar unidos en el rincón más especial de su corazón y por fin se repetiría.

Deidara fue recostado con cuidado sobre el suelo. Se miraron por unos segundos antes de que Itachi se abalanzara a su boca, después comenzó el recorrido hacia abajo; le besó el cuello, los hombros, llegó al pecho y depositó el correspondiente gesto pero se quedó ahí detenido mientras escuchaba ese corazón que latía agitado. No sabía porqué pero saber que su amor era correspondido lo ponía sensible al grado de querer gritar de felicidad y que todos se enterasen de ello.

- ¿Estás bien Itachi? –Deidara se levantó sobre los codos para poder verlo.

Su recompensa fueron unos ojos negros que lo miraron con pasión y una sonrisa por demás seductora. Sintió que su pene comenzaba a escurrir y quiso llevar sus manos ahí para masturbarse con esa imagen. No podía pues el guerrero le bloqueaba el paso pero tampoco fue necesario ya que al parecer Itachi también lo había sentido y no lo dejaría sufriendo.

Vi al pelinegro acomodarse de rodillas entre sus piernas y le dejó admirar la potente erección antes de jalarle por la cintura para que sus miembros se juntaran. Era vergonzoso de observar pero hipnotizado no despegaba la vista de cómo el pelinegro juntaba y apretaba ambos penes, solo cerró los ojos cuando no pudo resolver su sentir; la velocidad aumentó, ya gemía sin restricciones. Itachi sabía cómo calentarlo en segundos aunque esto apenas comenzaba.

Le dejó descansar unos segundos solo para prolongar su placer, ya estaba sudando como si hubiese corrido una gran distancia. Recuperaba el aire a bocanadas y mantenía los ojos cerrados sintiendo el corazón latirle hasta los oídos. Entonces advirtió la humedad de una lengua recorriendo su vientre marcando un camino firme hacia su entrepierna y se obligó a mirar lo que acontecería.

En repetidas ocasiones él había complacido a Itachi con su boca, le gustaba hacerlo aunque nunca sintió la necesidad de que se lo hiciesen a él. No tenía ni idea de lo que se sentía. El pelinegro le miró desde abajo mientras repartía unos besos por sus muslos y lo hizo, se metió una parte del miembro a la boca; Deidara tuvo que apretar el pasto para manejar esa sensación de placer y no dejaba de gemir, esto era muy bueno; con razón Itachi parecía perder la cabeza cada vez que se lo hacía.

Quería besarlo pero ni loco lo detendría. Sentía su cuerpo reaccionando con libido y sus caderas se movían al frente buscando llegar más profundo, los espasmos le recorrían todo el cuerpo. Era obvio quién llevaba las riendas de este encuentro, Itachi bajó la velocidad una vez más pero todos esos fluidos no serían desperdiciados y los utilizó para introducir un dedo en su de por sí ya húmeda cavidad, casi de inmediato se le unió uno más. Itachi a veces era tan malvado, solo quería torturarlo; estaba tan mojado y ansioso de recibirlo en su interior que pudo haberlo penetrado sin preparación.

El pelinegro se deleitaba con su cuerpo, sí quería juegos preliminares porque era increíble descubrir y provocar todas las reacciones que podía ofrecerle Deidara pero ya no aguantaba más. Si no se introducía en él ahora terminaría por eyacular apenas sintiera la carne cobijarle, eso en el mejor de los escenarios pues con tremendos gemidos llenándole los oídos podría ser antes.

Sacó ambos dedos y tomó posición entre las piernas, las acarició una vez más desde los muslos hasta las pantorrillas y de regreso antes de levantarle la cadera.

Deidara no podía con la expectación, no recordaba un momento en que estuviese tan ansioso como ahora. Le estrujaba el pecho la imagen de Itachi mirándole con tanta adoración, este momento era perfecto. El pene del varón comenzó a abrirse paso en su interior, abrió la boca para soltar todo el aire que tenía en los pulmones y relajar el esfínter para hacer más fácil la penetración y así fue, se deslizó en su interior de un solo golpe. Fue mucho el éxtasis, eran un dúo perfecto entre lo sexual y lo espiritual.

No dejaban de mirarse, era cierto que al principio al doncel le daba vergüenza mostrarse de esta forma; nunca había tenido relaciones con alguien mirándole a los ojos y le llenaba de júbilo que al menos esta primera vez le perteneciera a Itachi.

El pelinegro comenzó con las embestidas de inmediato, a Deidara le quemaba la fricción en su interior; su mente ya estaba nublada, solo escuchaba los gemidos guturales de Itachi cada vez que sus cuerpos chocaban.

En serio que el guerrero no entendía qué demonio lo poseía cuando se trataba del doncel, el cuerpo se movía por puro instinto. Se dejaba ir completamente hasta llegar a lo más profundo del rubio, lo masturbaba al ritmo de las estocadas; y es que todas las reacciones que provocaba en el otro eran indescriptibles y sabía que cada gesto era natural y sincero, sonidos así de apasionados no podían fingirse.

- ¡Dei te amo! Maldición, de verdad te amo tanto. –sentía que ya no aguantaría mucho más a ese ritmo, solo quería marcar a Deidara en las entrañas. Lo veía ahí tumbado en el suelo mirándole con los ojos azules perdidos en el placer. Se dejó ir hacia delante para estar más cerca del rubio y este de inmediato le abrazó con fuerza, sus gemidos le llegaban directo al oído.

- ¡Itachi! ¡Te amo, te amo, te amo! –Lo decía trabándose, gritándolo.

El pelinegro sintió el semen del otro regarse entre ambos cuerpos. Dios, le estrujaba con tanta fuerza que no sería capaz de salir antes de eyacular aunque lo intentara.

Empujó con fuerza un par de veces más antes de llenarlo. Lo besó en el cuello mil veces, Deidara era ese ser milagroso que le sanaba de todo dolor, de todo odio y rencor; si él supiera cuanto lo adoraba...

Deidara no podía recuperarse de la impresión de estar unido fielmente a Itachi, sintió su semilla llenarle el interior y a diferencia de su matrimonio esta vez no se afligió, no experimentó una necesidad de sacarlo de su cuerpo, tampoco tenía preocupación o culpa; solo existía una calidez que se extendía en su interior, se sentía honrado y digno al recibir ese trato amoroso. Al abandonar sus vidas pasadas solo existía virtud al demostrar sus sentimientos. Siguió abrazando a su guerrero hasta que la embriaguez menguó.

Itachi lo acomodó con gentileza sobre su pecho y él buscó la posición más cómoda, los cubrió con una piel aunque en realidad ninguno de los dos tenía frío. Se quedaron en silencio largo rato dedicándose mimos. Le acariciaba el pelo y sentía que pronto se perdería en un dulce sueño.

Pero antes debía hablarle de un tema que le espinaba el alma.

- Ita... –sentía que se le cortaba la voz pero era mejor no ocultar una verdad de este tamaño. –Itachi, te amo.

- Ya sé, yo también te amo.

- Tengo que confesarte algo –Eso llamó la atención del pelinegro y se espabiló, detuvo las caricias y se concentró en lo que tuviera que decirle. –No hay manera fácil de decirlo así que solo lo haré, ¿está bien? No quiero que pienses que soy falso ni que te escondo cosas. –Le llevó la mano a su vientre, más abajo del ombligo, Itachi entendía que no era una incitación y estiró los dedos para acariciar la piel –¿Lo ves, lo sientes?

- ¿Qué cosa? –no entendía el mensaje. Miró el rostro de Deidara que parecía resistirse a hablar.

- No puedo tener hijos –Sintió raro al decir esas palabras, buscaba la mejor manera de decírselo pero, ¿había una forma amable de dar ese tipo de noticias? Vio la impresión en esos ojos negros y como se dirigían a donde seguía su mano.

Itachi miró que efectivamente no había ninguna cicatriz que delatara el nacimiento de su primogénito, no había reparado en ello. Tenía muchas preguntas atorándose en la garganta, necesitaba unos minutos para procesar esa confesión y ordenar sus pensamientos.

Antes que cualquier cosa debía abrazar a Deidara, no estaba seguro qué pasaba por su cabeza pero él solía magnificar las malas noticias y en su mente se convertían en catástrofes. Al menos un sentir estaba claro, le daba tranquilidad que no se lo hubiese ocultado, no estaba enojado, tampoco decepcionado y mucho menos triste. ¿Pero qué significaba esto para Deidara, él se sentiría avergonzado al no poder engendrar? Algo de eso debía ser sino ¿por qué llevar tan lejos una mentira como la del heredero que dejó en la Roca?

Suspiró muy fuerte, tomó las manos del rubio y las besó.

- Me siento bendecido con tenerte a mi lado Deidara. Solo puedo pensar que mi vida ideal es esta.

- ¿De verdad?

- De verdad. No te voy a mentir, alguna vez imaginé tener hijos pero ahora incluso decirlo suena irreal y lejano. ¿Sabes cuál era la razón? Que debía tener un descendiente que liderara el clan. ¿No sientes lo mismo? –Pareció pensarlo por un minuto, era cierto; él solo debía tener hijos con la principal función de que heredara el puesto de Tsuchikage.

- Aun así, hubiese sido hermoso tener un hijo tuyo. Uno que amaramos con toda el alma.

- Es cierto, hubiese sido hermoso pero esto también lo es. –Le sonrío de lado. Entonces el pequeño Boruto no era su hijo, todo se volvió aún más sospechoso y quería escuchar la historia completa; pero no ahora, este momento sería solo de ellos.

 

 

El viaje continuó sin contratiempos y cada vez su objetivo parecía más cercano. Ya no había rastro alguno del invierno y el calor afectaba su humor de manera positiva. Lo aceptaban, era imposible contenerse y entregaban sus cuerpos efusivamente a la menor provocación.

Deidara adoraba que ahora la expresión que más veía en el rostro de Itachi era una sonrisa y no su rostro de piedra con el ceño fruncido.

- Así que aquí estamos Dei, bienvenido a la aldea de las Flores.

Esta era la aldea de su padre, él había nacido en esta tierra preciosa de la que solo había escuchado historias increíbles en su infancia. Se respiraba el aire dulce y el sol apenas comenzaba a calentar el campo bañado de suave rocío. Caminaron mojándose las enaguas por el sendero pobremente trazado, Itachi jalaba al caballo que se distraía tratando de alcanzar algo de fruta de los arboles a las orillas. Había algo cómico en la escena y también tranquilizante ver lo fértil del lugar, ya parecían recuperados de la guerra; claro que seguían en la periferia y no debía sacar conclusiones aún.

Todo estaba tan silencioso, solo se escuchaban sus pasos y el cantar de las aves. Ya llevaban un buen rato caminando y apenas se empezaban a divisar las primeras casas ,sin embargo al pasar frente a ellas notaron que estaban abandonadas. Esto le dio mala espina a Deidara, era un lugar hermoso como para tenerlo de esa forma.

- Están así porque este camino seguían los que eran desterrados.

- ¿Eh? –Volteó a ver al pelinegro, le había leído la mente.

- Por eso las casas están abandonadas, debieron ser molestados por tanto bandido y prefirieron moverse de lugar. Aunque es solo una suposición.

Pero solo tuvieron que avanzar unos metros más para comenzar a ver señales de vida. Eran pequeñas cabañas con huertos y sembradíos a los lados, también se escuchaban algunos animales, pollos, cerdos, ganado.

Las personas que llegaron a verlos les miraban con curiosidad, no era común ver rostros nuevos en esas tierras. Deidara se juntó lo más que pudo a Itachi sin estorbarle para caminar, tenía un poco de miedo de ser reconocido aunque ya habían hablado sobre el tema de mantener sus identidades en secreto.

Siguieron su camino sin hacer mucho alboroto por los que les vieron pasar. Ya no debían estar lejos del centro de esa región. Al menos como habían previsto la seguridad fue nula, no hubo ningún cerco para dejarlos pasar. Tal vez si intentaban llegar a la ciudad central donde se concentraba todo el movimiento la cosa cambiaría.

- Bueno, al parecer hemos llegado.

Era cierto que se encontraban en un pueblito pequeño que pertenecía a las Flores pero tenía todo lo indispensable, unos negocios alrededor que lo que parecía ser su plaza principal. Unas casitas modestas que formaban caminos para llegar a sembradíos y una calzada central que probablemente guiaba a los caminos para llegar a la ciudad. Nada diferente de donde ellos venían. Lo que sí era distinto eran sus ropas, eso los delataba como foráneos; claro, también estaba el hecho de que ahí todos parecían conocerse y a ellos jamás nadie los había visto. Pero en general se mezclaban bastante bien en la población, en realidad a diferencia de otros lugares los rubios aquí no eran extraordinarios, de hecho quien destacaba era Itachi por su altura y su pinta de maleante.

- ¿Y ahora qué? –Le preguntó Deidara afirmando la mano de su compañero.

- Iré a preguntar por un lugar para quedarnos –Lo dejó esperando solo con el caballo, se esforzaba por ignorar todas las miradas que intentaban ser discretas al analizarlo.

Los minutos le parecían eternos, ¿qué tanto platicaba Itachi como para tardar tanto?

- Bien, parece que solo hay una posada un poco más adelante –Le señaló un camino –También me dijeron de ir a hablar con la dueña de la taberna, podría tener una de las casas que vimos en venta.

- ¿De las abandonadas? –Al parecer ni Deidara había sido consiente de la cara de desdén que hizo, Itachi lo entendía pero tendría que poner de su parte para acostumbrarse. Ya no tenían la posición privilegiada de antes y al consentirlo no le estaba haciendo ningún favor.

- Esas mismas, espero que nos dé un buen precio por esas tierras. –Al menos el rubio no externó sus quejas ni sus dudas.

Por la tarde después de instalarse en la posada se dirigieron a negociar con la buena fortuna de que la dueña accedió a venderles un terreno con una pequeña casa si es que a esas cuatro paredes de madera vieja se les podía considerar así, pero tampoco podían exigir demasiado por lo poco que tenían disponible para pagar, incluso tuvo que acceder a intercambiar su caballo como parte del trato para poder habitar lo más pronto posible.

 

- Dei por qué has estado tan callado todo este tiempo –le preguntó Itachi ya en la habitación antes de que se durmiera.

- No lo sé –miró el techo como si fuera lo más interesante del mundo. Era honesto en ello, no entendía por completo lo que le pasaba aunque su pareja se merecía una explicación más profunda. –Siento una extraña melancolía invadirme lentamente. No es por completo tristeza ni arrepentimiento, parece una tontería pero es como si de repente hubiera perdido a mis padres el día de ayer; debe ser por la relación con esta aldea que solo me permito pensar en el pasado y no puedo vivir ahora ni imaginar el futuro, lo cual me aterra porque todo se siente incierto y no puedo vislumbrar si las cosas serán para bien o para mal. Confío en que no puede ser malo porque te tengo aquí y sin embargo también puedo verme echándolo a perder por alguna razón que desconozco. No lo sé, solo comprendo que me da miedo la soledad ahora más que nunca. –Itachi lo abrazó muy fuerte.

- No pienses en ello cariño, si estuviste solo algún día ya no lo estarás de nuevo. Ahora que soy tu familia y tú eres la mía por favor confía en mí para cualquier cosa. Hay tanto que no puedo darte en este momento y quisiera prometerte que será fácil mientras nos amemos aunque sea solo para tranquilizarte pero seguramente no va a ser así. El día de hoy no puedo ayudarte a sanar esas heridas tanto como tú no puedes ayudarme a mí, el único juramento que puedo hacer, que es real y que cumpliré es que seguiré aquí y te apoyaré e intentaré remediar lo que te aflige mientras así me lo permitas.

Esas palabras tan sinceras no le brindaron alivio a Deidara, era muy romántico y le dieron seguridad en el futuro cercano pero algo extraño seguía viviendo en su mente y corazón. No valía la pena ahondar ahora, lo mejor sería seguir avanzando intentando no hundirse en las dudas del porvenir.

 

 

Cuando al rubio se le preguntó su respuesta sobre huir y regresar no esperó que el cambio de vida fuera tan difícil. Ya tenía una nueva casa, una nueva identidad y nuevas responsabilidades.

Estaba muy cansado esos días, simplemente quería llorar de impotencia al no poder adaptarse a los trabajos pesados después de tantas semanas. Hacía oídos sordos pero sabía que las mujeres y donceles le criticaban por sus manos delicadas. Las miró y las acarició, eran suaves y bonitas con dedos largos, uñas arregladas y limpias; le gustaban así y nunca nadie le había dicho nada por ello, al parecer en el campo eran una deshonra.

Lo único que le distraía –porque se seguía considerando muy bueno en ello– era plantar semillas y verlas crecer correctamente, él no quería arar el campo por eso lo dejaban para el día libre de Itachi. Mientras tanto planificaba las distribuciones, calculaba el tiempo de cultivo, también alimentaba a las gallinas y arreglaba la casa lo mejor que podía.

No arrancaba las hierbas de los patios porque las raíces estaban muy profundas y con su fuerza solo lograba pelar los tallos. No preparaba la madera para la chimenea porque le daba miedo utilizar el hacha y no lograba atinar al centro de los troncos, solo sacaba unas míseras astillas que no servían para nada. No cocinaba los alimentos porque no sabía prender el fuego, solo llenaba el lugar de humo y tizne pero jamás avivaba las llamas y también era bien sabido por Itachi su falta de sazón en la cocina, así que su labor se limitaba a dejar los ingredientes preparados –verduras picadas, granos separados, especias a la mano –para que el pelinegro al llegar se hiciera cargo.

Lo aceptaba, era un desastre incapaz de sobrevivir por su cuenta. Tantos años dependiendo de sus ayudantes para estas labores básicas que daba por hecho. Y él todos estos años dedicándose a leer libros y aprender sobre política, ahora todo parecía una total pérdida de tiempo. Si no fuera por lo que aprendió de cultivos en los últimos años que su abuelo estuvo con vida estaría totalmente frustrado.

Se aburría mucho ahí en el pueblo, quería hacer tantas cosas, pero no estas labores domésticas. Lo mejor sería matar el tiempo haciendo lo que sí podía mientras llegaba la hora de ir a buscar a Itachi. Barrió y limpió la casa, regó las plantas, alimentó a los animales por segunda vez en el día.

Era poco pero estaba satisfecho por lo que había logrado, se moría de cansancio y hubiese deseado tirarse a tomar una siesta; no lo hizo porque se quedaría profundamente dormido y despertaría hasta que Itachi llegara a casa y lo moviera cuidadosamente para avisarle que la cena estaba lista. Ya había sucedido antes y estos días se sentía tan desolado que de verdad anhelaba el pasar del tiempo para poder encontrarse con su pareja.

Tal vez era un poco temprano pero iría al pueblo y lo esperaría sentado cerca de su trabajo hasta que lo viera salir. Cerró la puerta con la vieja cerradura, era más por costumbre que por seguridad puesto que la casa tenía tantos puntos vulnerables que si alguien hubiese querido robarles lo habría hecho con la mayor facilidad. Sin embargo y a pesar de lo que pudo llegar a imaginar la mujer que les vendió el lugar tenía razón y los rumbos ahora eran seguros, los vecinos se cuidaban la espalda entre sí.

Sus pasos eran lentos, él estaba acostumbrado a hacerlo así y si antes era una formalidad que le exigían ahora lo hacía porque le gustaba pasear con tranquilidad por el camino de tierra, mirar los árboles y las plantas a su alrededor, sentir la brisa golpeándole el rostro con suavidad. Saludaba a quién se le cruzaba en el camino, él nunca negaba una sonrisa ni la cordialidad a nadie por más prisa que tuviese.

Por fin llegaba al centro del pueblo, el camino ya no le era tan cansado ni largo como los primeras veces, aun así estaba un poco agitado y sudaba; se sentó en el banco de siempre a esperar, recuperó la respiración y limpió su frente. Ya había vuelto la compostura aunque se seguía sintiendo algo extraño, una desesperación e incertidumbre difícil de explicar que en realidad nunca se iba pero ahora se había disparado al máximo; como un mal presagio pero no quería pensar en esa posibilidad, le asustaba que algo les robara la felicidad cuando por fin tenían una sólida vida juntos.

- Veo que hoy se le hizo temprano para buscar a su esposo. ¿Le importa si me siento aquí? –era un anciano que siempre rondaba el centro para buscar con quién platicar, normalmente disfrutaba su charla pero hoy no tenía la disposición de escucharlo lo cual le hacía sentir peor.

- Claro, adelante. –intentaba lucir normal a pesar de sentir el estómago revuelto.

- ¿Se siente usted bien? ¿Quiere que llame a su esposo para que venga a buscarle?

- ¡No, no! –no deseaba interrumpirle en sus labores. –Es solo que me siento un poco cansado pero nada grave. –Tomó aire y se sintió un poco recuperado. –¿Qué tal sigue su nieto, ha tenido noticias de él? -Intentó distraerse haciendo plática.

- Nos mandó una carta y dice que todo sigue bien. –La buscó en su bolsillo –Mire, es esta. –Se la entregó, su nieto estaba estudiando en el único buen lugar de esos lares; lo sabía porque ahí habían estudiado sus padres. La abrió pero no podía concentrarse en lo que decía. –Lo digo en serio un jovencito como usted que sabe leer y escribir debería probar suerte en otra parte.

- Jajaja –le dio una risa amable regresando la carta que no había entendido –esas cosas no son para mí. –La verdad es que quería huir, a cada momento se sentía peor. Por un momento deseo estar en su hogar y se le llenaron los ojos de lágrimas porque pensó en la Roca. –Creo que sí llegué muy temprano, será mejor que regrese a casa.

No hizo nada diferente a como se levantaba usualmente, sin embargo sintió como si el movimiento hubiese sido brusco, estaba muy avergonzado y su fuerza de voluntad no sería suficiente para parar las arcadas. Volvió el estómago frente al hombre, no era del todo asqueroso pues apenas si había probado bocado desde la mañana aun así era demasiado orgulloso como para no sentirse humillado por verse tan vulnerable frente a desconocidos. Como pudo se sentó de nuevo en el banco intentando no caer, ahora sí sabía que estaba lagrimeando; todo le daba vueltas y tenía miedo.

Escuchaba a la gente murmurando, podía distinguir la preocupación en sus voces. Permanecía con la cabeza entre las rodillas, no quería mirar a nadie ni que nadie le mirara.

Escuchó a Itachi llamarle pero no quería escuchar ese nombre falso que le había puesto, quería que lo llamara por el de verdad; ahí estaba agachado tocándole la espalda intentando reconfortarlo. –¿te sientes muy mal?

- No me dejes –sintió que la vida se le escapa al decir esas palabras. Lo tomó del brazo y apretó fuerte, no quería ni abrir los ojos para no ver como el mundo le daba vueltas.

- ¿Hay algún médico aquí? –preguntó Itachi a los presentes, todos negaron lentamente.

- Puede llevarlo con la vieja curandera –Sugirió el anciano al verlo hombre tan preocupado.

- ¡Sí! Por favor dígame dónde la encuentro. –Él no creía en curanderos, podían resultar charlatanes pero en este momento era su única opción. Le dio instrucciones de cómo llegar incluso a uno de los niños que jugaba ahí cerca se le pidió de favor que lo guiara. Todos en ese pueblo habían resultado excelentes personas y les agradecería propiamente más adelante cuando su mente pudiera albergar algo más que no fuera una absoluta preocupación por ver así a Deidara.

Lo llevó en brazos hasta la casa de la mujer casi corriendo. El niño se adelantó a tocar la puerta.

- Abuela el señor trae a su esposo. –Aunque el niño le habló con familiaridad esa anciana encajaba en el estereotipo de una curandera, era extraña y de mirada severa.

- Adelante, pasen. –La casa estaba muy iluminada y a pesar de ser pequeña todo se encontraba bien ordenado así que le dio algo de confianza en esa persona. –Puedes recostarlo ahí. –Le señaló una mesa, con cuidado bajó a Deidara; parecía dormido pero al querer alejarse le tomó la mano.

- Tranquilo no me voy a ninguna parte. –Acarició su rostro con su mano libre y le besó la frente.

- Sí te vas –Interrumpió la anciana –Necesito hablar con el doncel a solas. –Pocos habían tenido el poder de mandar a Itachi y esta mujer no estaba entre ellos. Le miró desafiante pero ella no cedería.

- Lo que sea que tenga que decir puede hacerlo frente a mí, soy su esposo y no hay secretos entre nosotros. –La vio desviar la mirada hacia Deidara.

- Estoy bien puedes esperar afuera –Le había pedido con voz suave y soltado la mano. Bufó antes de salir, no insistió porque no quería causarle más disgustos al rubio.

 

Esperó paciente junto a la puerta, entendía por qué se lo pidieron; por muy esposos que fueran Deidara tenía derecho a la privacidad y más tratándose de un tema médico. Si estaba presente tal vez mentiría para no sentirse avergonzado.

Temía mucho, ¿y si la enfermedad de Deidara era grave? Tal vez aún no se aclimataba a la aldea o había contraído una enfermedad nueva. ¿Y si lo estaba forzando demasiado? Su chico no estaba acostumbrado a labores físicas y veía como le costaba realizar las tareas del hogar, ya estos días lo había notado más fatigado que de costumbre pero nunca dejó de recibirlo con una sonrisa y en lugar de consentirlo al llegar a casa lo poseía todas las noches sin falta. En lugar de dejarlo descansar prefería compensar todo el tiempo que pasaron separados, apretó los puños; seguía fallándole a Deidara.

Se prometió que ahora sería más consciente de sus necesidades.

El tiempo se le hacía eterno, ya estaba a punto de oscurecer y por fin se abrió la puerta de nuevo.

- Pasa chico, pasa. –obedeció y vio a Deidara ahora sentado pero con un semblante que no le hacía pensar nada bueno. Se acercó a él. –Vamos, díselo. –El rubio negó desviando en rostro. ¿Qué estaba pasando? La preocupación aumentaba. –Ah bueno, si no hay remedio yo lo haré. Felicidades, supongo; el niño está en cinta. –esas palabras le sorprendieron ahora entendía porque Deidara se encontraba en ese estado, lo abrazó fuerte.

- No te preocupes averiguaremos qué pasa. –Le susurró al oído, ambos sabían que eso era imposible. La anciana veía lo mucho que se amaban pero ninguno reaccionó favorablemente ante la noticia.

- Tú también crees que es imposible, ¿no? –Habló la mujer y suspiró –Dentro de una semana vendrá la médico desde la ciudad para revisar a las personas que haga falta, tienen suerte. Le diré que los visite, por ahora no lo dejes esforzarse demasiado, qué se alimente bien y descanse.

 

Ambos agradecieron a la curandera, le había dado unas hierbas tranquilizantes a Deidara que esperaba fueran suficientes para calmar sus nervios. Itachi le ofreció cargarlo en la espalda para que no realizara más esfuerzos.

Podía sentir la calidez del cuerpo contrario, Deidara era liviano; siempre lo había sido pero tal vez ahora era más huesudo. Claro, ya no tenían la comida asegurada en abundancia como solía ser, tampoco era escasa como durante su viaje pero no había mucho más qué hacer, ahora eran campesinos cualquiera, no podían simplemente buscar y contratar a alguien que les cocinara. Inclusive si los demás lo vieran con buenos ojos no tenían el dinero necesario para ese estilo de vida.

De no ser porque Deidara era quien sostenía la lámpara de aceite creería que estaba durmiendo, iba muy callado y apenas sí se movía. No importaba, igualmente no sabría qué decir para consolarlo.

– Itachi, bájame. –Le pidió cuando ya estaban cercanos a casa. Le ayudó a mantenerse de pie mientras sus piernas se acostumbraban.

– Dei… –No pudo decir más, su nombre pareció el detonante para hacerlo entristecer. Le miro la cara haciendo un puchero intentando aguantar el llanto. –Shhh, verás que todo irá mejor. Sé que parece que llevamos la nube negra sobre nuestras cabezas pero lo vamos a superar porque ya hemos superado lo más difícil.

Esas palabras parecieron calmar a Deidara por el momento. Ya solo podían esperar lo mejor.

 

 

 

 

 

 

 

 

Jaja, no nos hagamos ¿ya todos sabemos cuál es la enfermedad de Deidara, no?
Siempre se supo y confirmo que aquí sí existen los milagros.




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