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Sobre un lecho de hojas por lpluni777

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Notas del fanfic:

Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada.

Sobre un lecho de hojas

 

 

Para Afrodita, Camus era una rosa. Tal vez se trataba de la mejor rosa de su jardín.

Cuando el santo de Acuario era todavía un niño, obsequió a Piscis un anillo con una rosa dorada en el centro. No mucho después, en un día en que el mayor se sentía abatido por el mundo, ofreció sin miramientos su primer beso para hacerlo sentir mejor. Un día, cuando el pelirrojo cumplió trece años, en lugar de exigir un regalo de cumpleaños decidió ofrendar al mayor una rosa carmesí; una rosa sin veneno ni intenciones macabras.

En algún punto, el recluido caballero de las rosas se volvió muy consciente de las acciones del escueto santo de las nieves. Supo que el menor estaba enamorado de él, incluso antes que él mismo; seguramente debido al recelo que su maestro forjó en Camus respecto a los sentimientos. El primer obsequio que Afrodita dio a Camus, transcurrió la noche del decimosexto aniversario del pelirrojo cuando le permitió aceptar el amor en todo su esplendor —uno recíproco—. La mañana siguiente a aquella noche, el mayor debió contener las lágrimas del menor hasta lograr convencerlo de que no habían hecho nada malo, que no habían faltado el respeto a su diosa de modo alguno, que era correcto sentirse bien; que aquello no lo hacía débil.

Afrodita vio a Camus crecer y lo ayudó a florecer.

Cuando debieron tomar la decisión, en medio de una misión, de regresar a la ciudad antes de que anocheciera o permanecer en el bosque hasta encontrar las respuestas que fueron a buscar; Piscis insistió en que debían quedarse. Por supuesto, él también prefería el confort de una cama suavecita y la pulcritud de un buen hotel; mas no era él uno que detestase a la naturaleza y sus encantos.

—Entonces sigamos —resolvió Acuario, emprendiendo camino hacia el arroyo.

Piscis detuvo al pelirrojo aferrando su brazo.

—No, Camus. He dicho que nos quedemos, pero no que sigamos buscando —el rubio se acercó a su compañero y despacio, dando al otro tiempo para procesar lo que deseaba, juntó sus labios con los ajenos.

Acuario accedió a cumplir su capricho, quizás igual de ansioso que él tras no haber pasado tiempo juntos desde hacía tres meses. Afrodita, antes de Camus, había experimentado una corta etapa de plena libertad sexual; una que decidió dar por terminada a sabiendas de que su compañero tampoco iría buscando a otros solo para satisfacerlo de vez en cuando. Aprendió que la espera también brindaba placer cuando el momento de volver a tenerlo entre sus manos finalmente llegaba.

Como estaban en primavera, el bosque rebozaba en vida. El momento en que Acuario se acomodó sobre el santo de Piscis, pareció distraerse con el paisaje; un momento poco fortuito para empezar a divagar, según Afrodita, quien dudaba entre tomar la iniciativa o permitirle a su compañero un minuto para sí mismo. Pasado el minuto, cuando una hoja verde esmeralda cayó sobre el pecho de Afrodita, el mayor exhaló profusamente.

—Acuario, espero que no estés pensando en alguien más, justamente ahora.

Por supuesto, estaba bromeando. Camus cerró los ojos y se movió un poco sobre su compañero, sintiéndolo en su interior. El pelirrojo sufrió de un escalofrío que forzó al nórdico a presionar los labios y quedarse de piedra, sin mover un dedo.

—¿Cómo podría? —inquirió el francés sin ánimo en particular cuando su mirada granate se cruzó con la azul celeste.

Afrodita alzó su diestra al rostro de Camus cuando éste se agachó, recubriéndolo todo con una cascada carmesí.

—Entonces, ¿en qué pensabas?

—Podríamos hacer ésto mismo en el hotel. Supongo que lo encuentras más emocionante aquí.

En respuesta al monótono tono de Camus, Afrodita rió suavemente y lo instó a besarlo, empujando su cabeza hacia abajo.

No, a Piscis no lo excitaba el pensamiento de que alguien más pudiera verlo junto a su pareja en un momento tan íntimo; no deseaba ni por todos los premios del mundo que otra persona contemplase al santo de Acuario despreocuparse de todo por un instante en su vida, cuando solo tenía permitido pensar en él. Ocurría que el lecho de hojas en que se encontraban simplemente le parecía un recuadro mucho más apropiado que una cama para contemplar la idílica figura de su amante en el punto álgido de su clímax.

Tan simple como éso.

Claro que, no podía confesar tales pensamientos ante Acuario, porque seguramente lo espantarían —o, en el mejor caso, le darían una idea equivocada sobre lo que Piscis sentía—.

Cuando se cansaron de recorrer cada centímetro del otro y el sol estaba a punto de desaparecer entre los troncos de árboles oscurecidos, Acuario rompió con pereza el abrazo que compartían y, con una sonrisa casi imperceptible, señaló al arroyo que corría imperturbable a unos pocos metros de ellos.

—Me limpiaré un poco, ¿me acompañarás?

Afrodita asintió en silencio y siguió a su joven compañero con un bostezo que cubrió tras su mano.

Por unos minutos, Piscis creyó que volvería a excitarse al admirar la elegancia con la cual Acuario, de rodillas en el arroyo, tomaba el agua entre sus manos y la esparcía con parsimonia sobre su cuerpo. Eso es, hasta que dio un paso adelante y creyó que la diosa de la naturaleza se volvió en su contra, que ella no le iba a permitir arruinar la escena que ella también contemplaba a escondidas.

Un poco molesto —aunque con una sonrisa por oír la risa cristalina de Camus por su tropiezo—, hundió su mano en el arroyo para encontrar aquello que dañó su pie. Poco tardó en cazar la cola de un pequeño escorpión de agua entre su índice y su pulgar. Por la resistencia innata al veneno que Afrodita poseía, lo que único que el rubio podía hacer era sentirse aliviado porque la víctima no fuese el santo de hielo.

—Pequeño buscapleitos —recriminó mientras consideraba si debía matar o no a aquél insecto en venganza—, anda, marcha río abajo —decidió liberarlo tras compartir una veloz mirada con su pareja—. Me debes una —informó a Acuario, quien arqueó una ceja divertido antes de ponerse de pie.

—Seguro que sí —Camus le ofreció su mano para ayudarlo a salir—. Primero, veamos si hay alguna hinchazón que bajar.

Al ser Piscis quien decidió que se quedaran allí, tampoco podía comenzar a quejarse por la consecuencia de su propia elección; así que, y por tanto, prefirió disfrutar del cuidado de Acuario antes de que regresasen a la ciudad. Por suerte, aquella misión suya podía tardar un poco más.

Notas finales:

Como me empecé a dar de largas con el final, lo borré y reemplacé con un receso cómico, supongo, jaja.


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