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Renacer por AndromedaShunL

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Notas del fanfic:

Todos los personajes pertenecen a Tolkien <3

Notas del capitulo:

Espero que les guste <3

Te perdí. ¿Es eso cierto? Te caíste, ¿nos engañó el orco? El río discurre con la fiereza de mil soles, con las agitadas aguas desafiando los límites que puede soportar mi corazón. Théoden y Gimli miran a mi lado, los ojos clavados en la corriente que choca estruendosa con el acantilado, con las rocas puntiagudas que tal vez te estén desmembrando. No quiero pensarlo. No, no, no. No es cierto, tiene que ser un error. ¿Por qué tú?

Noto la mano caliente del rey posarse en mi hombro, e intento contener las lágrimas tras los angustiados párpados. Debemos continuar, pero no sé si podré hacerlo. Debemos llegar al Abismo de Helm antes de que se nos presente una nueva batalla y perdamos los pocos hombres que nos quedan.

―Legolas. ―Théoden está intranquilo, lo noto en su voz. Quizá también esté haciendo frente al llanto―. Vámonos.

Obedezco sin saber muy bien a qué. Montamos a caballo después de intentar dar sepultura a unos cuantos de los nuestros, pero el tiempo apremia y no podemos malgastarlo. No tarda en aparecer el Abismo ante mis ojos. Lo noto antes que cualquier otro, pero no digo nada. Callo, y mis silencio es abrumador. Gimli también calla, y su silencio destroza las fibras que componen mi alma.

Cuando atravesamos las puertas siento que ya no hay nada en mi pecho, que me muevo porque así lo predispuso el destino, que subo los peldaños porque es el camino que mis pies tienen que seguir. Pero mi mente está muy lejos, muy profunda, ahogándose en las aguas de un río monstruoso que se lleva todo. Que se lleva mi aliento como el viento de otoño las hojas, esparciéndolas inertes por todo el suelo, preparadas para recibir las pisadas de quienes todavía conservan la vida.

Mi corazón ha muerto, o eso es lo que quiero creer, porque me paso la noche llorando y el desconsuelo no sería tan grave si estuviera muerto. Pero soy un elfo, y los elfos no mueren. Un elfo príncipe destinado a vivir para siempre, a sufrir las penurias de toda una eternidad, a ver cómo la vida de sus amigos se me escapa entre las manos y se convierten en ecos cada vez más débiles, confinados en rincones diminutos de mis recuerdos. Eso soy, ¿verdad? Un gran arquero a quien nadie acierta a disparar el corazón.

Estoy echado sobre un lecho frío y triste, gris como el cielo cuando va a llover, pero sin la certeza de que el amanecer lo volverá todo verde. ¿Es así como sufren las mujeres cuando sus maridos se van a la guerra? Cuando esperan con los hijos en una casa llena de vacíos y memoria, angustia y esperanza. Y, a la hora de recibir la noticia que nunca quisieron escuchar, abandonadas a su suerte con el corazón en llamas. El fuego de un recuerdo que ya no calienta la lumbre.

La puerta se abre despacio. Oí los pasos de Gimli por el pasillo hace rato, tanteando las tienieblas y pensando si entrar o no a mi alcoba. Al final lo hizo, y trae en sus manos dos jarras de cerveza y en su rostro una sonrisa alentadora. Me quito las lágrimas rápidamente. No quiero que me vea en este estado decadente.

―Las penas si borrachas, menos penas, o eso decía siempre mi madre ―dice, y me pone la jarra en la mano―. Brindemos por Aragorn. Así lo habría querido él.

Le hago caso. Su voz ronca le delata: no es la primera cerveza que se bebe en esta noche, ni la segunda ni la tercera, y no le culpo. Ojalá poder tener la determinación de un enano, y el aparente grosor de sus corazones capaces de afrontar una tempestad entera.

―Por Aragorn ―digo, y descargo el líquido en mi garganta, como un brebaje milagroso capaz de calmar todas las penas.

Nos pasamos la noche cantando y hablando de la vida. Somos longevos y las anécdotas nunca terminarían. Reacio como soy a la mirada de los enanos, a sus desvergüenzas y a su manera de actuar, percibo en Gimli un sentimiento de simpatía que va más allá de nuestras diferencias. Sentimos el mismo dolor por la pérdida, aunque nuestras costumbres sean tan distintas a la hora de afrontarla, aunque nuestras canciones de despedida tengan melodías contrarias. Las mías, de una tristeza profunda y melancólica; las suyas, más animadas, con más colores y viveza.

No sé cuánto tiempo pasó desde esa noche hasta el momento de tu regreso. Solo me recuerdo como alma extraviada vagando por el Abismo de Helm en busca de un pilar donde apoyarme para no desfallecer con tu ausencia. Buscando una conversación donde perderme y no pensarte. Pero ahí estás, de vuelta de entre los muertos, atravesando las puertas con un aspecto lamentable y convirtiendo mi corazón en una vorágine.

―Llegas tarde. ―Mi voz firme, o eso pretendo, en idioma élfico para que solo tú comprendas los matices que dejaron tus vacíos en mi garganta. Me miras y tus ojos me matan por dentro―. Estás horrible.

Un abrazo que me desarma. Me aparto lentamente y te devuelvo el obsequio de Arwen Undómiel. Me das las gracias en silencio y no te atreves a mirarme. ¿No te atreves a mirarme? Yo me muero por perderme en tus ojos, por tocar tus manos siquiera un segundo y sentirte renacer entre mis brazos.

―Ella me salvó ―dices, y tus palabras caen como agua fría sobre mi rostro.

―Sabía que estabas vivo, amigo mío ―te digo, sonriente y embargado por un sentimiento que no sé interpretar.

Esta vez sí me miras, ausente, como si no hubiera nada a nuestro alrededor, como si no estuvieran todas las miradas puestas en ti, en el resucitado, en el que volvió desde el mundo de los espíritus para guiar a sus hombres hacia una vida en paz. Tu mano sobre mi hombro, entonces, y el temblor de mis piernas y de mis labios tratando de encontrar las palabras oportunas para decirte cuánto te he echado de menos y cuánto he llorado tu ficticia muerte.

―No digas nada ―me pides, en élfico, apenas un susurro y, de pronto, tus labios apoyándose en los míos, apenas un roce imperceptible que se convierte en un beso lleno de dolor y esperanza.

Lloramos. O solo lloro yo y mis lágrimas se entremezclan con nuestro beso. Nuestro, solo nuestro, aunque esté bajo las miradas sorprendidas de las gentes de Rohan. Lo retengo sin aire, ahogándome en tu boca y deseando desvanecerme en tu cariño. Me rodeas la cintura con tus brazos y yo paso mis manos por detrás de tu cabeza, aferrándome a tu aliento porque el mío se perdió en el río. Que nos miren, renacido, que me vean renacer contigo. Que se quemen con mi corazón ardiente. Que nos miren y graben a fuego este beso en sus retinas.

Que se queme el mundo porque de ti no me separo. Ni en esta vida, ni en la que me espera cuando te pierda de verdad.

Notas finales:

Muchas gracias por leer, espero que les haya gustado <3


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