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Codicia por 1827kratSN

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Tsuna había nacido cuando la oscuridad intentaba devorar todo, su padre nació cuando la oscuridad ya rondaba la tierra, su abuelo y abuela también dijeron que la oscuridad estuvo presente en sus vidas y en la de sus antecesores.

La oscuridad parecía eterna.

Nadie sabía desde cuándo existió.

Nadie tenía esperanzas que desapareciera.

La oscuridad se formó desde el nacimiento del primer ser vivo y pudo ser que desde antes de eso. Había perseguido a las almas sin compasión. Las leyendas decían que la desolación existiría para siempre, intentando comerse hasta la última gota de luz y así gobernar esas vastas tierras hasta dejarlas sin vida por la eternidad.

Y parecía estarlo logrando.

Porque existía rumores que en tierras muy lejanas ya no había portadores de llamas y las tierras protegidas cada vez eran menos y más difíciles de mantener. Decían que el astro sol que les brindaba luz eterna se estaba apagando.

—Necesita cuidados muy especiales, cada minuto sin descanso.

Tsuna asentía a las indicaciones que le daba la curandera, memorizando cada frasquito que estaban marcados por letras que él forzosamente debió aprender a interpretar. Como nómada sabía lo básico de la lectura y escritura, pero como sirviente personal del rey Reborn tuvo que aprender a leer y escribir con fluidez cada vez mayor.

Porque se enfrentaba a esas situaciones tan críticas.

—Esta medicina debe ser ingerida cada ocho horas, media cucharada cada vez. Anótalo bien.

—Es para la fiebre, ¿verdad?

—Sí —la mujer rotulaba más frascos con habilidad—. Dejaré varias dosis porque no sabemos hasta cuando nuestro señor estará delirando.

—¿Y esta? ¿Para qué es?

—Es una mezcla de plantas medicinales, ayudarán a calmar los dolores que debe estar sintiendo en el cuerpo.

—¿Cada qué tiempo debo dárselas?

—Cada seis horas, evita que coincida con la otra medicina. Si coinciden las horas en que deben ser bebidas, espera quince minutos entre una y otra.

—Sí —Tsuna anotaba tan rápido como podía, con las letras chuecas porque aún le faltaba práctica.

—Cuida que beba agua, moja su frente para que el calor no le afecte la mente, báñalo con paños cada que sea necesario, cámbialo, y mantenme alerta por si pasa algo más.

—Sí.

—Su vida esta en tus manos, no dejes que se extinga —fue una especie de amenaza— porque en las manos de nuestro rey están depositadas las vidas de todos los demás.

Reborn era un ser casi supremo en esas tierras, lo veían como una deidad que llegó hace varios años a traerles tranquilidad… Pero era humano, nadie le quitaba la fragilidad característica de la especie… Y por eso, enfermaba.

Curanderos, consejeros, el pueblo, todos siempre se enfocaban en darle los mejores alimentos y cuidados al rey, porque querían evitar cualquier enfermedad. La salud del rey era sagrada. Y aun así, muy de vez en cuando, el rey caía.

Tsuna había visto que un día su señor despertó de un humor más pesado que de costumbre, de pronto su ánimo decayó, y poco a poco, cuando las horas se acumularon y llegó el ciclo de descanso, lo escuchó quejarse de un dolor en sus dedos. Todo fue empeorando desde ahí.

A las cuatro horas desde que Reborn se había dormido, empezó a quejarse. Tsuna como siempre hizo lo adecuado para alejar el temor de aquellas pesadillas, pero no bastaba, e incluso cuando se recostó para acunar el cuerpo del azabache entre sus brazos, este siguió emitiendo quejas suavecitas.

La fiebre llegó horas después.

Avisó cuanto antes a las curanderas, todo el palacio se movilizó para enfocarse en la seguridad de su rey.

Y ahora estaba ahí, con una larga lista de cuidados, medicinas, y tareas extra.

Estaba preocupado.

Desde que llegó ahí para ser esclavo jamás vio a Reborn enfermo, y ahora lo veía apenas consciente en el lecho, murmurando incoherencias y agitando sus manos para alejar monstruos invisibles que le robaban la poca paz que mantenía.

—Son las pesadillas, ¿verdad?

Le hablaba constantemente para hacerle sentir que no estaba solo.

—Debe ser terrible combinar aquel calvario con la fiebre y sus propios delirios.

Lo tenía acunado contra su pecho, importándole poco el calor excesivo que emanaba ese cuerpo. Le acariciaba los cabellos con dulzura, cantándole la sonata de cuna que le susurraba a sus hermanos cuando estos eran pequeños y necesitaban cuidados.

—Tsuna —a veces Reborn parecía recobrar la consciencia por segundos.

—Estoy aquí, mi señor.

—Aquí.

—Siempre aquí, con usted —lo apretaba un poco más para abrazarlo plenamente.

—Aquí… Quédate…

—Su esclavo nunca se irá —consolaba—. No puedo irme… Me matarían apenas pusiera un pie fuera del castillo sin usted estar a mi lado —soltó una risita—. ¿No le gustaba recordármelo usted cada que despertaba de su ciclo de descanso?

—Tsuna.

—¿Sí?

—Tierra —murmuraba sin abrir los ojos.

—Yo le dije que mi aroma no iba a cambiar incluso si me bañaba con los mejores perfumes del mundo —rio bajito—. Y ahora debe ser peor porque he sudado a la par que usted.

Lo cuidó con esmero, como si su familia se tratara.

Le dio de beber la medicina como pudo, a veces incluso pasándola directamente desde su boca a la de su rey, porque este apenas y podía respirar correctamente. Olvidaba el amargo y festejaba cuando escuchaba al azabache tragar para poco después toser suavemente.

Le dio agua a cucharadas o usando sus propios labios, porque mantenerlo hidratado era esencial.

Limpió el sudor, cambió de ropas, se enfocó tanto en cuidarlo durante eternos ciclos en los que ni siquiera descansaba más que unos minutos o en cortas siestas cuando el rey parecía permanecer en calma.

Quería que volviera a estar sano y fuerte, con esa misma lengua venenosa, y esa actitud prepotente.

Porque sentía los días pasar al ver los relojes de arena cambiar una y otra vez sin descanso, y sentía que ya había pasado medio año sin darse cuenta.

—Contamos dos semanas.

—¿Solo dos? —Tsuna restregó sus ojos—. Creí que pasó media vida.

—Cada vez está mejor, has hecho un buen trabajo.

—Nadie se enferma por tanto tiempo y de esa forma —miró a la curandera—. ¿Esto es normal?

—Solo lo hemos visto dos veces desde que es nuestro rey… y siempre trae catástrofes.

—¿De qué habla?

—¿No te has dado cuenta?

—¿De qué?

—Ya ha pasado el ciclo de lucha —la mujer miró por la ventana—. Nuestro rey debió emprender camino para combatir a la oscuridad hace una semana.

—No pasará nada si se demora un poco más.

—La oscuridad no perdona nada —hizo una mueca de preocupación—. Solo espero que nuestro rey se levante pronto.

El ciclo de lucha representaba el tiempo entre cada vez que Reborn alimentaba la oscuridad y calculaba que duraba tres meses casi exactos. Jamás había visto un desajuste en el itinerario, y con las palabras de aquella mujer, su preocupación nació.

Una semana más duró es estado de inconciencia de su señor, en ese mismo tiempo, cosas raras pasaban.

Tsuna las sentía.

Porque había frío rondando cada espacio del palacio, ya nada estaba a la temperatura correcta que brindaba el astro luminoso que brindaba luz eterna.

Y después empezó a escuchar otras cosas.

Había más muertos que aparecían en los bordes de aquellas tierras, donde la luz se volvía un poco menos potente. Escuchó relatos de la servidumbre que juraba haber visto una extraña silueta rondar por las sombras de los árboles. Las plantas empezaban a secarse en ciertas zonas de los cultivos, los animales desaparecían sin explicación, un par de niños había enfermado y muerto en poco tiempo.

Los soldados a servicio de la corona intentaban que la gente no entrara en pánico, vigilaban los alrededores en turnos, cuidaban de los cultivos y ayudaban a repartir los productos. Pero era en vano. La preocupación de la gente iba en aumento con cada día y con cada desgracia que se sumaba a los rumores, así que día con día, la gente que vivía en los bordes del territorio se trasladaba a sectores cercanos al castillo donde la luz aun era potente.

Buscaban refugio cerca del rey.

—Beba un poco más.

Reborn ya podía al menos mantenerse despierto por unas horas, con limitada movilidad y casi sin ganas de abrir los ojos, pero al menos era una esperanza para quienes vivieron esas semanas angustiantes.

—No quiero masticar —repudiaba los alimentos y estaba de mal humor.

—Lo cortaré en pequeños trozos o lo haré papilla, pero por favor coma un poco.

—No lo quiero.

—No me ponga las cosas difíciles.

—Quiero agua.

Era un niño caprichoso de nuevo.

Tsuna trataba de tolerarlo lo mejor que podía.

Pero algo era diferente.

—Debería intentar levantarse y caminar un rato, sus músculos perderán fuerza si no lo hace.

—No.

—Por favor, lo ayudaré si desea.

—No.

Horas y horas pasaban, Tsuna podía escuchar ajetreo entre consejeros en los pasillos, y un día escuchó que la oscuridad estaba tomando terreno en sus tierras y que empezaron a movilizar a todas las personas hacia el centro.

Dependían de que Reborn se levantara y fuera a ofrecer su alma para alimentar a la oscuridad.

Pero el rey no quería hacer nada.

—La gente confía en usted —susurró Tsuna al estar recostado, peinando los cabellos de su rey, soportando ser usado como una almohada más

—Estoy harto.

—¿De qué?

—De combatir una oscuridad eterna —soltó un gruñido bajito en protesta.

—¿Tiene miedo?

—Los odio a todos.

—¿Por qué?

—Porque para mantenerlos vivos, yo debo morir lentamente —se acurrucó aun más contra el pecho del castaño—. Soy el alimento de esa alimaña que jamás está satisfecha.

—Debe existir una manera de terminar con esta lucha. No creo que esa oscuridad sea eterna.

—¿Tú crees que no la he buscado? ¿Qué otros reyes no lo han intentado? —soltó una risita forzada—. Es una pérdida de tiempo.

No sabía replicar a eso.

Porque no sabía casi nada de la lucha de los reyes de flamas contra un enemigo sin cuerpo.

Pero a diferencia de Reborn, Tsuna aun tenía esperanzas y sueños, los cuales alimentaban su alma cada mañana y le daban fuerza para seguir adelante, incluso si era como un simple esclavo.

Creyó entonces que debía haber algo que Reborn también deseara, que soñara con cumplir, que le diera una razón para vivir.

—Usted puede…

—Ya no quiero —interrumpió al castaño para evitar escuchar algo estúpido.

—Haré lo que sea para que usted lo intente, cumpliré sus sueños, todo para que se levante de nuevo.

—No me serviría de nada.

—Prometo ayudarlo a buscar una solución para terminar con esta batalla.

—No hay forma.

—Debe haber algo que usted quiera y que le devuelva el deseo de luchar.

—Nada.

—Pídame lo que sea.

Reborn se quedó en silencio por un largo rato.

—Duerme conmigo desde ahora y para siempre.

—¿Por qué? —preguntó sorprendido, admirando esos cabellos negros que se deslizaban por sus dedos.

—Porque así… las pesadillas ya no son tan horribles.

Apático, insensible, caprichoso, y aun así… muy simple.

Aquel rey al decir aquello, admitió que estaba asustado y tal vez un poco desesperado.

Sin decir nada concreto, destapó sus inseguridades.

Demostró que no era más que un niño que parecía tenerlo todo, pero no tenía nada.

—Lo haré.

—Para siempre —repitió.

—Está bien.

—¿Renunciarás a tus deseos de volver a ver a tus hermanos?

—Sí —Tsuna miró al techo—. Si con eso tal vez le doy a usted una esperanza de encontrar una solución para terminar con esta guerra eterna.

Reborn soltó una risita.

—Ingenuo.

El rey se levantó después de dos ciclos de sueño adicional, e hizo un gran berrinche exigiendo comidas monumentales, baños de sales, y ropaje nuevo. Se cumplió cada exigencia sin réplica. Para finalmente informarle a Tsuna que irían a ofrecer un pedazo de su alma para salvar a la bola de inútiles e ignorantes que vivían en sus tierras.

Solo con eso, las cosas volvieron a la normalidad.

Ya no habría muertes.

Habría la luz encantadora de siempre.

Y el precio solo puede observarlo Tsuna, quien a paso tranquilo regresaba junto a su rey al castillo.

—Siento que ya no me queda mucho que ofrecer a esa cosa —Reborn respiraba agitado.

—No diga eso, usted está más sano y vivaz que yo.

—No me entiendes —sonrió.

—Pues no.

—Cuando lleguemos al castillo, llama a los consejeros. Quiero una reunión inmediata.

Al esclavo se le permitió estar en aquella reunión cumpliendo su labor al asear la piel de su rey, por esa razón escuchó con sorpresa la noticia que los consejeros parecieron tomar de lo más normal.

—Empiecen la búsqueda del sucesor.

—Sí, mi señor.

—Y que sea lo antes posible.

—Sí, mi señor.

—Porque cada vez que respiro, un poco de mi vida se va... Pronto no me quedará ganas de respirar.

Porque el rey de flamas nunca es eterno y al contrario, los reinados son cortos… Unos más que otros.

 


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