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Codicia por 1827kratSN

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No había deseado preguntar el porqué de la decisión tan drástica, porque en el fondo creyó que no era más que otro berrinche ocasionado por la odiosa tarea de ceder su alma a cambio de nada bueno para él.

Pero no era eso.

Las manos de su señor se sentían frías cada mañana, la piel blanquecina que no era lacerada por el sol se volvió opaca de un día para el otro, los ciclos de sueño se alargaron una hora adicional y aun así Reborn parecía estar más cansado.

—Yo creí que el siguiente rey de flamas sería su hijo.

—Por si no te has dado cuenta, yo no tengo hijos.

—Escuché que de vez en cuando llegan ofertas para que usted escoja una esposa.

—Las he rechazado a todas.

—Y aun así, tiene concubinas.

—Así que sabes de eso.

—Sí. Alguien lo mencionó una vez.

—¿Y crees que las uso? —Reborn soltó una risita divertida.

—No lo sé… Supongo que antes sí, porque usted solía desaparecer unas horas al día —acomodó el calzado de su señor—. Pero en los últimos dos años no ha dejado que yo me separe mucho de usted, así que supongo que no ha usado a sus concubinas.

—¿Y cuál crees que es la razón?

—No tengo idea.

—Piensa un poco.

—¿Porque se cansó de ellas?

—Sí.

Era una respuesta adecuada, suficiente para callar cualquier pregunta innecesaria, pero Tsuna se daba todas las libertades que los esclavos de su clase no deberían darse.

—¿O ya no tiene energías?

La mirada de su señor lo atravesó como una daga, pero Tsuna no pudo evitar reírse. Es que no lo dijo con mala intención, es más, ni siquiera pensó en sus palabras antes de vocalizarlas.

Reborn le lanzó una de las almohadas con tanta fuerza que Tsuna cayó de sentón.

—En parte tienes razón.

—No quise molestarlo —rio bajito—. Solo que... desde hace algún tiempo, he notado que su energía ha cambiado.

—No eres tan despistado después de todo.

—Cuando llegué, usted reía con vigorosidad, comía con gula cada mañana y dormía plácidamente a pesar de las pesadillas. Caminaba por el pueblo durante horas, practicaba combate con los soldados, hasta montaba a caballo… Y yo tenía que perseguirlo a todos lados, pero eso no es lo importante.

—Ve al punto, Tsuna.

—¿Qué sucedió con usted?

—La misma voz que me susurró mi destino, me advirtió de mi final.

—¿Voz?

—Es un anónimo, un ser que no tiene rostro ni forma, pero que existe desde hace milenios.

—¿Me está contando una leyenda?

—Mi antecesor escuchó la voz del anónimo, el antecesor de este también, el anterior y anterior… Es nuestra guía.

—¿Cómo es eso posible?

—No lo sé —el azabache se levantó soltando un quejido—, pero tampoco sé de dónde nació la oscuridad y aun así existe… El guía anónimo de todos los portadores de llamas de la última voluntad también existe, aunque nadie sepa cómo es o por qué solo nos habla en sueños.

—¿Cómo podría ese ser, saber el futuro de cada rey?

—Porque su aviso llega a la par de los síntomas.

—¿Síntomas?

—Sólo mírame, Tsuna —caminó despacio hacia la ventana.

—Yo lo veo igual.

—El alma que ofrezco a la oscuridad, mi alma, se está terminando… Soy humano, tengo una cantidad restringida, y he llegado a mi límite.

—No diga eso, seguramente aún tiene…

—Si mi piel opaca no es suficiente prueba, deberías fijarte en el brillo de las últimas gotas de alma que he cedido.

Tsuna se había dado cuenta, lo había visto.

Pero no quería aceptarlo. Le aterraba la idea de perder al rey de aquellas tierras.

Codiciosamente y desde hace unos meses, empezó a desear permanecer en aquella rutina para siempre. Cuidando del caprichoso rey, bromeando con las curanderas, viendo a los soldados llegar e irse mientras imaginaba que algún día uno de sus hermanos vendría, paseando por esas tierras de donde no tenía que correr para salvar su vida, teniendo comida en periodos constantes, sintiéndose lo más preciado del rey, disfrutando de  aquella cama que parecía flotar mientras sus dedos acariciaban los cabellos azabaches de Reborn.

Quería que todo eso fuera para siempre.

Por eso quiso obviar todas las señales que había visto.

—No quiero perderlo.

Confesó mientras sostenía la cuchara cerca de labios del rey, quien sin ganas recibía las porciones de frescas frutas.

—Lo harás.

—Me parece muy cruel que después de que me acostumbrara a usted, me diga que lo perderé todo.

—Deberías alegrarte —recibió una uva y la masticó despacio—. Sin mí, quedarás libre.

—¿Usted… morirá?

—Es lo que dijo el anónimo.

—¿No hay manera de evitarlo?

—No te gustará la idea —se negó a comer más.

—¿Dejar de alimentar la oscuridad?

—Sí.

—Pero pronto vendrá un sucesor, ¿verdad? Usted…

—El anónimo siempre elige los tiempos correctos para guiar a los sucesores —Reborn sintió asco por la comida, pero lo soportó—. Cuando yo llegué aquí, mi predecesor estaba en muy malas condiciones y apenas logró darme guía… Mi educación la impartió su esclavo personal, el elegido para guiarme.

—¿Alguien como yo? —le dio agua fresca, que tampoco fue terminada.

—Sí… Porque así se debe hacer.

Reborn ya no tenía energías, ya no salía del palacio, no gastaba bromas de mal gusto o daba órdenes a los soldados. Su expresión era cansada y su salud pareció deteriorarse un poco.

Y todo empeoraba con cada ocasión en donde alimentaba la oscuridad con lo que le restaba de alma.

Y le contó muchas cosas más, seguramente para que enseñara todas esas cosas al siguiente sucesor.

Reborn le contó del anónimo, de aquella voz que un día resonó en su cabeza y le dio la buena noticia. Era un niño de seis años apenas, enérgico, y que ayudaba a sus padres en los cultivos de otro reino. A la primera persona que se lo contó fue a su madre, pero no le creyó y lo regañaron por inventar cosas. Al segundo al que le dijo fue a su padre y el resultado fue el mismo, le contó a sus dos hermanos y ellos apenas y le creyeron. Tal vez solo le siguieron la corriente a un infante que tenía sueños de ser rey y tener muchas cosas bonitas.

La voz del anónimo un día me dijo que saliera de casa y caminara al sur, al lado contrario de las sombras de todas las plantas… Y le creí.

Fue un niño embelesado por las promesas de comida que nunca faltara, de ropa suave y sirvientes que siempre cumplieran sus órdenes. Era un vil engaño. La voz sonaba gentil y dulce. La voz le guio a alejarse mucho de su hogar, de caminar con muchas ganas por las calles arenosas de ese reino. Esa voz le dijo que tomara frutas de cualquier lado y que buscara a un soldado de cabellos azulados y que brillaran a la par que la espada que cargaba en el cinto.

Caminó por todo un día completo, y cuando estuvo cansado, encontró refugio en el hogar de un comerciante. Apenas recuperó fuerzas retomó su ruta, caminó hasta que llegó al borde de la iluminada tierra y vio las nubes grisáceas que precedían a la oscuridad.

Aquella voz me prometió que nada me pasaría y así fue.

Aquel ser sin forma, solo reflejado en una voz, guiaba a todos los sucesores en la dirección correcta para encontrarse a un soldado o consejero enviado en la búsqueda. Contaba su historia y para comprobar su valía, extendía sus manitas y de la nada nacía una pequeña flama que no quemaba.

Era el inicio de todos los sucesores.

Fue el inicio de Reborn.

Y no era todo.

—¿No es muy pronto para su ciclo de descanso?

—Me da igual —Reborn ya se hallaba tumbado en su lecho, sin ánimos de pelear.

—Está bien, está bien —Tsuna se acomodó con cuidado de no mover mucho al rey, pero últimamente este ni protestaba.

—Abrázame.

—Sí, mi señor.

—Y no me despiertes.

—Como siempre.

Se durmió casi al instante y Tsuna lo siguió poco después. Porque su rey ya no se alteraba tanto entre sus pesadillas y podía darse largos descansos sin preocupaciones.

Pero sus sueños se vieron perturbados por imágenes distorsionadas.

Era un recuerdo de su infancia, donde jugaba con piedritas mientras caminaban junto a un río helado. Un sueño muy bonito que se vio opacado por raros saltos y borrosas palabras que su madre decía o que alguien le gritaba de lejos.

Un hombre se le presentó, no lo reconocía, no sabía quién era, y ni siquiera el rostro pudo diferenciar. Porque era una silueta de colores suaves que le daba la espalda.

Y cando quiso preguntarle qué hacía en sus memorias.

Le dijo una cosa que estremeció todo su ser.

—Ya es tarde. Ya no hay sucesor.

Esa vez despertó asustado, agitado, casi en pánico.

Y cuando temió el haberse sacudido y despertado a su rey, solo se dio cuenta que entre sus brazos reposaba el cuerpo afiebrado de su señor quien suavemente jadeaba en medio de pesadillas recurrentes.

No quería pasar por aquello otra vez.

Pero no había otra opción.

De nuevo la pesadilla de su rey enfermo, alteró a todos.

Y por varias noches cuando Tsuna podía dormir un poco, aquella voz le volvió a repetir aquellas frases que estrujaban su corazón.

Aquella entidad anónima había predicho el desastre que se llevaría a cabo.

 


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