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Codicia por 1827kratSN

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Temblaba.

Jadeaba en ocasiones.

Podía describirlo como las reacciones básicas de un cuerpo que tiene miedo.

Muchos de sus castigos por tener la osadía de insultar o contradecir a su rey, consistían en velar el ciclo de descanso de su señor.

No le gustaba.

Se quedaba junto al lecho estúpidamente enorme donde el cuerpo de su señor reposaba rodeado de almohadas de seda, cobijas que se deslizaban por la piel como una caricia, y él era el encargado de agitar la espléndida pluma de un animal enorme para simular un abanico que previera de un aire fresco para el rey.

En esas tierras en donde la luz era eterna porque esa era la gran labor del rey de flamas, cuando alguien quería descanso, se cerraban las ventanas y se cubrían con al menos cinco sedas de colores oscuros para que el ambiente tomara un poco de gris y no molestase la siesta. Nunca se simulaba oscuridad total, porque representaba una muerte segura a manos de aquellas criaturas intangibles que devoraban la existencia.

Tsuna movía la pluma constantemente, tomando cortos descansos cuando sus brazos se acalambraban, dormitando unos instantes cuando todo parecía calmado y un suspiro se escuchaba brotar de labios del rey azabache. Un esclavo no tenía derecho a descansar, pero siendo que ahora era el único esclavo a servicio del rey, nadie podía reclamarle que ocasionalmente se quedase dormido a la par de su señor, sentado a pocos pasos del lecho, entumecido por el piso bajo su trasero.

No hablaba.

Trataba de imaginarse sus tierras cambiantes.

Recordaba su vida nómada y a su familia para que el ciclo de espera no fuera eterno.

Casi le ganó el sueño profundo y suspiró, estaba cabeceando y dejando caer el abanico.

Pero despertaba de súbito cuando escuchaba una sutil queja.

Se levantaba de un salto, pestañeando rápidamente para despertar, y detectaba qué tan mal estaba la situación.

Porque debía velar las pesadillas del protector de esas tierras.

Observó la mueca formada por los labios apretados, el entrecejo fruncido, y lo vio temblar levemente. Agitó la pluma para generar una brisa fresca, muchas veces eso era suficiente, pero había otras en las que no bastaba. Su trabajo era evitar que el rey despertara hasta no completar las ocho horas de descanso, pero no era tan sencillo.

—Si despierta enfadado de nuevo, todo será un desastre —pensó.

Encendió los inciensos de suave aroma para intentar tranquilizar el alma del rey, esperanzado en la lavanda que solía relajar cualquier cuerpo.

No quería verlo despierto a la cuarta hora de descanso, la última vez al dichoso rey se le dio la maldita gana de gritarle a medio mundo por cuatro horas y buscar cada mínima falla en el palacio para después ir al pueblo y probar las cosechas, dejando frutas a medio consumir para después tirarlas por donde se le antojara. No iba a perseguir a ese idiota en medio de sus berrinches infantiles otra vez. Lo juraba.

La mueca seguía, el temblor aumentó.

Los azabaches cabellos se desordenaron porque el rey empezó a removerse inquieto.

—Malditas pesadillas—.

Probó entonces con las esencias de flores que le cedieron para untar detrás de los oídos del rey para relajarlo antes de dormir. Colocó un poco en sus dedos, y ondeó sus manos para que el aroma llegara pronto a las fosas nasales de su señor.

No servía.

En ese rostro que permanecía tranquilo hasta hace unos momentos, apareció una mueca de total horror, reflejando que la pesadilla de esa vez era potente y desagradable hasta para ese infeliz, quien ya había sido responsable de muchas muertes por estrategia o capricho.

—Maldito niño afortunado—.

La última opción que tenía era rodear el lecho para acercarse lo más posible a la cabeza del rey, estirar sus manos, y con suma delicadeza, peinar los cabellos azabaches con sutiles caricias que intentaran calmar los temores en aquella mente. Esa opción no le gustaba para nada, porque era arriesgado tocar al bastardo que tenía el sueño ligero, además, requería de una precisión casi inhumana para cumplir la tarea con la delicadeza de una madre.

Respiró profundo, se dio unos segundos para intentar que sus manos no temblaran, y deslizó sus dedos por aquellos cabellos que empezaban a humedecerse por el sudor de un cuerpo sufriendo los estragos del miedo.

—Por favor, que las pesadillas desaparezcan—.

Deslizó sus dedos con suavidad,  respirando despacio, intentando no tocar la piel y solo centrándose en los cabellos.

Pero el terror jamás se desvaneció de ese rostro.

Lo intentó un poco más.

Y no lo logró.

—Si has cuidado de niños, ¿por qué no puedes velar mi descanso?

Genial, la bestia se había despertado antes del tiempo adecuado.

—He hecho lo que está a mi alcance.

El rey manoteó con fuerza las manos que estaban cerca de sus cabellos. Enfurecido se levantó hasta quedar sentado en medio de todas las comodidades de su lecho.

—¡No ha sido suficiente!

Reborn tomó las almohadas y con fuerzas las arrojó lejos, desquitando su frustración con todo lo demás, logrando impactar contra las ventanas, desacomodando las protecciones que limitaban la entrada de luz brillante, deshaciendo la gris estancia y volviéndola brillante y abrumadora para su confundida mente.

Tsuna esquivó algunas cosas antes de maldecir e intentar cubrir la ventana nuevamente.

—¡No ha sido suficiente!

—Hice lo que me ordenaron para calmar sus pesadillas.

—¡Pues has algo más!

—No se me ha ocurrido algo más —replicó enfadado, pero intentando no gritar a la par de Reborn.

—¡El descanso es lo único que me mantiene estable! ¡Y tú osas quitármelo!

—No es mi culpa que ese sea su castigo.

—Cumple con las tareas que te han encomendado.

—Cómo puedo hallar una solución para sus constantes pesadillas si soy de los pocos que saben su secreto.

—Secreto, secreto… —bufó enfadado, con el ceño fruncido—. Esto no es secreto.

—Entonces ¿por qué solo las curanderas y los esclavos personales de su majestad lo conocen? —retó levantándose y mirándolo de frente—. ¿Por qué nadie más?

—No te sientas especial por saber algo así.

—Cómo podría… si saber su secreto solo es un castigo para mí… ¡Porque soy yo el que soporta sus malditos berrinches!

—Cállate —advirtió.

—Pues no me callo. Hago lo que se ha ordenado, lo que me permiten, y si eso no funciona, ¡no es mi maldita culpa!

—Cállate.

—¡Búsquese una concubina entonces! Para que a ella se le permita lidiar con su sueño y acunarlo en brazos como a un niño.

—¡Hazlo tú!

Tsuna elevó una ceja, un poco desconcertado por aquel grito y orden.

Porque Reborn, el rey, debió estar muy desesperado como para sugerir y permitir, casi ordenar, que alguien nacido en cuna de nómadas durmiera en su lecho para intentar consolarlo en medio de sus desvaríos mentales.

Vaya que debía estar desesperado.

—Si eres de los pocos que conoce el secreto de mis tormentosas noches, hazte responsable e inventa alguna cosa para lograr mi descanso correcto.

—A usted no le gusta el contacto físico con nadie por más de una hora.

—Lo detesto… y aun así te autorizo a intentar.

—Debe estar sufriendo mucho.

—Cierra la boca antes de que decida enviarte a los cultivos y cortarte la legua como a los otros dos.

—Usted se merece este castigo —el castaño se quitó la piel que cubría sus pies para que no ensuciara nada—. Maldito caprichoso.

—Estás terminando con mi paciencia.

—Paciencia que no tiene —vociferó antes de treparse al lecho intacto.

—¿Qué haces?

—Me acaba de dar una maldita autorización y la estoy tomando.

Y antes de que el rey empezara a reclamar, romper cosas, gritar o algo más, Tsuna se deslizó entre gateos para forcejear con el rey y arrojarlo de espaldas en medio del lecho. Entre insultos, peleas por tremendo descaro, Tsuna logró sentarse sobre ese imbécil a la vez que se untaba un poco de esencia en las manos.

Se recostó en el lecho y forcejeó poderosamente hasta que por fin logró aferrarse al rey y acunarlo en sus brazos. Para que no se moviera, incluso tuvo que rodearlo con las piernas y sostenerlo fuertemente del cabello para que esa odiosa cara quedase cerca de su pecho. Porque de esa forma recuerda haber calmado decenas de pesadillas de sus hermanos.

Cuando el azabache se calmó, Tsuna pudo aflojar un poquito el agarre de sus piernas, y con una mano libre, empezó a acariciar la cabellera desordenada de a quien por primera vez miraba desde arriba. Le acomodó cada hebra con sumo cuidado, embarrándolo cuidadosamente con la poca esencia que juntó en sus dedos, siendo cuidadoso en que sus latidos fueran escuchados por el rey que de pronto dejó de quejarse.

—Hueles a tierra.

—Es el olor que tienen los nómadas… porque desde nuestro nacimiento dormimos sobre pasto y tierra.

—Suena coherente.

—A diferencia de su caprichosa existencia, nunca tuvimos la dicha de dormir en un lecho tan suave que parece que flotas en el aire.

—Si no caigo dormido en los siguientes cinco minutos, te arrepentirás, Tsuna.

—Sí, sí.

Una de sus manos peinó aquellos cabellos negros sujetos a una cabeza hueca e infantil, y la otra la usó para palmear suavemente la espalda ajena. Recordó que Lambo dormía de esa forma casi siempre, pidiendo cariño y una tonada de cuna susurrada desde el fondo de la garganta. En esa ocasión no se iba a arriesgar a cantar entre silbidos, tal vez en alguna otra ocasión extrema. Esa vez solo se relajó, acompasó las caricias con el ritmo de su corazón, y esperó.

Sin pensarlo, el propio rey buscó confort cerca del pecho del esclavo, soltando un suspiro cansado, relajando los músculos del cuerpo.

Ya que no escapaba, Tsuna se acomodó también, soltando el agarre de sus piernas y concentrándose en el ritmo de las palmaditas y las caricias. Se le entumeció un brazo a los cinco minutos, pero no se movió porque aquel rey de flamas, protector de tierras, se había quedado profundamente dormido.

Su habilidad para dormir a pequeños revoltosos no fallaba nunca.

Estaba orgulloso de eso.

Ese ciclo de descanso no solo completó ocho horas, se extendió hasta que fueron diez. Porque cuando las pesadillas volvían a esa mente, los dedos de Tsuna funcionaban como el mejor consuelo y protección.

Hasta el castaño pudo dormir un par de horas para reponer energías.

Salió mejor de lo pensado.

—Ni una palabra de esto.

—Soy su esclavo —quiso burlarse, pero solo inclinó la cabeza—. Su nuevo secreto está a salvo conmigo.

—Tomarás una ducha antes de mis descansos… a ver si así se te quita el aroma a tierra y hierba.

—No se quitará… Es mi olor natural.

En verdad, era el aroma de aquel esclavo, pero no solo era tierra y hierba lo que Reborn detectó al acomodarse en el pecho ajeno… sino que también apreció una calidez extraña, una más dulce que la que brindaba su sol protector.

—El que te coles a mi lecho sea la última estrategia para velar mi descanso… y que nadie te toque mientras seas mi esclavo.

—Como desee su codiciosa existencia.

Eran esclavo y señor, la única interacción estable que existía en el castillo, un vínculo forzado que guardaba secretos, un par de enemigos forjados por deseos egoístas.

Entonces pasó un año, y luego dos, y tres también.

Formaron una rutina que variaba solo cuando alguna cosa sucedía con las tierras y Reborn debía actuar.

E igual que todos los que vivían bajo la protección del sol, el abandonar esas tierras estaba prohibido, mejor dicho, sería un suicidio.

Fue tanta su vida compartida, que Tsunayoshi, sin saberlo, poco a poco se ganaba la confianza entera de quien se estaba preparando para una transición.

La decisión se tomó en silencio y un día Reborn solo pidió una cosa.

—Entrarás conmigo.

—Me es prohibido presenciar el cómo mi rey combate a la oscuridad.

—Soy el rey, te quito la prohibición.

—Eh… Sinceramente esto me da mala espina… Creo que hasta quiere ofrecerme como sacrificio.

—Has escuchado rumores, ¿verdad?

—Desde que soy pequeño.

—Eres mi esclavo, te he permitido conocer secretos que nadie más sabe.

—Como que ronca a veces.

Reborn lo miró feo.

—O que me llamó “mamá” la otra noche.

Tsuna soltó una carcajada al recordarlo, esa vez casi termina por reírse mientras acunaba al rey entre sus brazos mientras este dormía, pero en vez de eso solo se mordió muy fuerte el labio para no despertar al malhumorado. Esa noche también lo escuchó decir “no te vayas, mamá” y suponía que era un fragmento de otra pesadilla horrible.

Sintió compasión… Pero también usaba eso para reírse del rey.

—O te callas o te corto la lengua.

Se controló lo mejor que pudo mientras perseguía a su señor en un camino desolado hacia las afueras de ese reino. Nunca habían transitado por ahí, suponía que su rey previamente había cursado esas tierras él solo pues era un secreto, según dijo. Se internaron en medio del bosque, cruzaron un árbol cuyo tronco era más grueso que la longitud de un caballo, cruzaron un río estrecho, y bajaron por unas escaleras en medio de la nada.

Tsuna trató de memorizar el camino que su señor le mostró, pero era complicado.

Y sintió terror al salir a un claro donde el día parecía ser una brisa que la oscuridad absorbía con gula a tan solo unos metros de donde estaban parados.

—Te mostraré este secreto.

—Puedo preguntar ¿por qué estamos aquí?

—Me acompañarás a combatir la oscuridad… Aprenderás mirando… Y cuando sea el momento, le enseñarás al siguiente sucesor a la corona.

—¿A su hijo?

—No… —miró la oscuridad lejana—. Al niño que los consejeros encuentren, quien sea portador de una llama de la última voluntad… Al siguiente rey escogido por su habilidad y por ningún otro mérito.

 


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