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Imperio por FiorelaN

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Capítulo II: “Este era nuestro destino”

Itachi

Bajo el techo del palacio imperial, como miembros de nuestra dinastía, era nuestro deber cumplir con las obligaciones de un príncipe, sobre todo las mías, que correspondían a un príncipe heredero. Nadie podía saltarse sus obligaciones, ver hacia otro lado o hacer oídos sordos a las órdenes del sultán y las leyes del imperio. ¿Quién era yo, entonces, para oponerme a las antiguas leyes y a lo que mi padre había aconsejado? Bueno…, eso era algo muy simple de contestar: yo no era mi padre y tampoco era un miembro más de la dinastía Uchiha. Yo… era Itachi, le príncipe heredero, destinado a gobernar el imperio más grande de todo el mundo y quien rompería las leyes de dicho imperio para poder conservar la vida de aquellos a los que amaba. Jamás escucharía los consejos de aquel que había ordenado la ejecución de su propio hermano, quien apenas tenía doce años cuando mi padre había asumido el trono del imperio. Irónicamente, mi querido hermano Sasuke, estaba a pocos días de cumplir sus doce años cuando mi padre fue llamado por Allah a rendir cuentas por sus pecados. Yo había asumido el trono al día siguiente.

Habían pasado ya los cuarenta días de luto por la muerte del difunto sultán Fugaku. Todo debía continuar su curso en el palacio principal. Todos habían estado esperando mis órdenes desde hacía cuarenta días, ya que se suponía que debía ordenar la ejecución del príncipe Sasuke, pero, al ver los ojos de mi entristecida madre, mi corazón se había estrujado. Ella, seguramente, había creído que yo era capaz de firmar y sellar tal orden, pero no lo había hecho.

“Es mejor para aquel que se siente en el trono, tomar la vida de sus hermanos y así conservar la paz del imperio”.

Aquella ley había sido sancionada por difunto sultán Madara, luego de que su amado hermano había sido asesinado por manos enemigas. Él escribió esa ley durante el dolor de la pérdida. Tal vez había pensado, que, sin hermanos, sufriría menos o no tendría que estar pendiente de que los traidores intentasen poner en el trono a los hermanos de los sultanes o que se convirtiesen en príncipes rebeldes que desearen el poder, volviéndose contra su hermano mayor. Era mejor que muriesen mientras eran amados, que sufrir el dolor de la traición. Yo podía obtener esa paz sin derramar la sangre de mi hermano, porque confiaba en él y él en mí. Sasuke jamás me traicionaría como yo jamás lo traicionaría a él. No había necesidad de prevenir algo que jamás iba a ocurrir. Aunque intentasen asesinarme para ponerlo en el trono, él jamás anhelaría algo que no le correspondiese y mucho menos rezaría por mi muerte.

Mi querida madre había estado planeando un baile para celebrar mi asunción. Aunque yo no había estado de acuerdo, ella me había logrado convencer. Me había dicho que era bueno subir los ánimos luego del luto y que yo debía divertirme. La alegría debía llenar nuevamente el palacio y no debía sumirse en la tristeza de las pérdidas. Ciertamente, ella había amado mucho a mi padre. Sin embargo, no iba a permitir que su dolor oscureciese todo el palacio impidiendo la felicidad de los demás. Yo no estaba de buen humor, pero quería complacerla.

Me encontraba en mis aposentos, sentado en mi escritorio, revisando algunos documentos importantes del Estado. Quería ponerme al día con todas las leyes que mi padre había sancionado y ver si podía hacer algunas reformas. Además, quería hacer leyes nuevas que beneficiasen al pueblo. Planeaba construir un gran hospital gratuito para que pudiesen atenderse todas las personas necesitadas y poner mi atención sobre las viudas, los huérfanos y los enfermos, quienes habían sido dejados de lado durante muchos años.

Mientras estaba en todo ello, mi puerta fue golpeada.

—Adelante—dije sin dejar de ver aquellos documentos.

—Su majestad, el gran visir Danzo desea verlo—me dijo el guardia de mi puerta.

—Que pase.

Suspiré pesadamente. Sabía lo que ese hombre quería. Danzo entró a mis aposentos y me reverenció.

—¿Qué desea, pachá? —pregunté sin ganas.

—Su majestad, hay un asunto importante del que debemos hablar y que ha sido pospuesto para respetar el luto de nuestro difunto sultán—me dijo seriamente.

Dejé los documentos sobre el escritorio y lo miré sin ninguna gana de atender aquel asunto.

—Habla.

—Se trata de la situación del príncipe Sasuke. Como bien sabe, la ley sancionada por el sultán Madara aún sigue vigente y esta es apoyada por los shayjs, dando razón al uso de ella. Aun así, no veo a su majestad interesado en cumplir con nuestra ley—me dijo y lo miré a los ojos con intensidad, haciendo que él bajase la mirada.

—Ten cuidado con lo que dices, pachá. Las leyes pueden ser muchas y apoyadas por quién sea, pero al final…, lo único que importa aquí es mi decisión. Recuerda que ahora soy el sultán y nadie debe decirme lo que tengo que hacer—soné firme y severo, pero él no iba a rendirse.

—Es verdad que nuestro señor tiene la última palabra, pero también es verdad que yo, como su gran visir, tengo el deber de informarle a su majestad cuáles son aquellas cosas que le son convenientes al Estado. Usted, como nuestro sultán debe dar el ejemplo y ser el primero en cumplir nuestras leyes—volvió a reverenciarme y me puse de pie.

—Pachá…—realmente me estaba empezando a enojar—, no te atrevas a volver a decirme lo que debo hacer y mucho menos quiero vuelvas a mencionar o insinuar que debo decretar una orden de ejecución para mi hermano, porque de lo contrario, la orden de ejecución que tendrá mi firma y mi sello será la tuya, ¿entendiste?

Él hizo silencio unos segundos antes de abrir su boca.

—Por supuesto, su majestad.

—Ahora lárgate. Ve a preparar todo para una reunión en el consejo para dentro de dos días. Sabrán sobre mis decisiones allí—le dije y me reverenció para luego salir de mis aposentos.

Realmente deseaba relajarme un poco. Cada vez que alguien mencionaba el hecho de que debía ordenar la ejecución de mi hermano, mis nervios se ponían de punta. Luego de que Danzo se marchara, el guardia se quedó dentro.

—Su majestad, el príncipe Sasuke está aquí y desea verlo—me informó.

No entendía qué hacía Sasuke deseando verme cuando se suponía que él debía estar con su maestro estudiando. No podía dejar de pensar en la posibilidad de que él se enterase de todo aquel asunto, pero todos estaban hablando mucho sobre el tema, porque hacía cuarenta días que debía haber cumplido esa ley.

—Que entre…—suspiré con pesadez y me senté a los pies de mi cama.

Sasuke entró y me reverenció. No dejaba de sorprenderme, porque le había costado al principio aceptar que debía reverenciarme y llamarme “su majestad”, pero mi madre se había estado encargando de ello. Sasuke podía ser un poco orgulloso. Al único que había reverenciado siempre, había sido a mi padre, pero lo hacía por respeto y, tal vez, hasta temor. Sabía que, si lo también me lo hacía a mí, era porque me había ganado su respeto. Mi hermano no era de esos que reverenciaban a nadie por compromiso. Él era muy rebelde.

—Hermano—me dijo.

En un ambiente privado él no usaba rangos, pero me llamaba “su majestad” delante de otras personas para que los demás no se creyesen con el mismo derecho y me debieran respeto.

—Ven, Sasuke. Siéntate a mi lado—le dije palmeando a mi lado en la cama.

Él se sentó a mi lado y miraba al frente con seriedad como pensando en qué decirme o en cómo decirme lo que fuese que lo había llevado hasta mí.

—Dime. ¿Cómo vas con tus clases? ¿No deberías estar con tu maestro ahora? —le pregunté intentando tomar iniciativa para que hablase.

—Decidí terminar temprano con mis lecciones. De todas formas, estoy muy avanzado—me respondió sin mirarme—. He venido aquí a hablar de otro asunto y no de mis clases—pasó a mirarme.

—Te escucho.

—¿Cuánto tiempo más va a seguir ignorando las leyes del imperio? —me preguntó mirándome a los ojos.

No podía descifrar lo que realmente intentaba preguntarme. No podía ver miedo en su mirada, pero tampoco veía algo más que me diera a entender que él no quería morir. Parecía una mirada de regaño.

—¿Qué leyes crees que estoy ignorando? —pregunté sosteniendo su mirada.

—Es mejor para aquel que se sienta en el trono, tomar la vida de sus hermanos para poder conservar la paz del imperio—recitó aquella ley que me había estado atormentando durante mucho tiempo—. Nadie en el palacio deja de hablar de ello, aunque nuestra madre intentó que todos cerrasen sus bocas para que yo no me enterase.

—No debes preocuparte por eso. Jamás sucederá. Tú y yo siempre estaremos juntos sin importar nada más. Aunque el mundo estuviese en mi contra, jamás te lastimaría, Sasuke—le dije sonriendo levemente y él apartó la mirada algo avergonzado.

—¿Lo prometes? —me preguntó y supe que él sí tenía miedo, pero no de morir, sino de ser traicionado por mí.

—Te lo prometo—respondí y volvió a mirarme a los ojos.

—Yo jamás voy a traicionarte, Itachi.

—Lo sé.

—Nuestro padre asesinó a nuestro tío Obito cuando asumió el trono. Él traicionó a su hermano y no le importó para nada. Siempre actuaron como buenos hermanos. Eso me lo contó nuestra madre, pero, aun así, nuestro padre tomó esa vida inocente. No quería que a ti también dejase de importarte. Tú siempre estuviste a mi lado y me cuidaste. Temía que lo olvidases…—me confesó con seriedad.

—Nunca te daré la espada y jamás olvidaré nuestra relación. No importa lo que suceda. Aún si llegases a odiarme, tú siempre serás mi hermano—le dije y sentí una enorme presión en mi pecho que casi logra hacerme llorar, pero me contuve y sonreí para él.

Él no dejaba de verme a los ojos conmovido, aunque trataba de mantenerse inexpresivo o simplemente serio.

—Entonces te apoyaré en tu mandato y lucharemos juntos. Siempre cuidaré tu espalda y no permitiré que nada malo te suceda. Tus enemigos serán mis enemigos y ellos jamás podrán llegar a ti mientras yo esté con vida, hermano—me dijo con determinación.

Apenas tenía doce años y ya hablaba como si fuese un adulto que debía proteger a sus seres queridos. Me conmovía el alma.

—Sasuke…—sonreí y le piqué la frente con dos dedos—Te veo la próxima vez.

Él frunció el ceño y se talló la frente. Nunca le había gustado mucho que yo hiciese eso, pero aun así lo apreciaba en el fondo. Hizo una pequeña reverencia y se marchó.

Todo era tan agobiante en el fondo. El peso del sultanato presionaba mi pecho y hacía que me doliese el corazón. Me costaba respirar algunas noches, incluso desde antes de asumir el trono, pero ese era el destino de los príncipes del imperio de la Tierra de las Camelias. Ese… era nuestro destino.

Aquella noche tendría un baile que me serviría de entretenimiento. Sólo serviría igual que lo que sirve un dedo para tapar el sol; una cortina transparente para ocultar mi agotadora realidad. Hubiese dado todo mi ser por un bálsamo que aliviase aquel dolor; algo que aligerase tan solo un poco la carga que tenía sobre mi espalda. Quería que mi hermano dejase tener una soga de seda alrededor de su cuello todo el tiempo.

—Oh, Allah…, jamás permitas que me convierta en mi padre y tome la vida de mis seres queridos. Aparta la arrogancia, la sed de poder y la soberbia de mí y trae la bondad, la paciencia, la misericordia y la justicia para que mi corazón no pese ni haga llorar a mis amados. Permíteme dirigir este imperio con sabiduría y justicia para que mi espada nunca caiga sobre los inocentes—recé en silencio antes de comenzar a prepararme para asistir a aquel baile.

Deidara

Ya habían pasado los cuarenta días de luto y había llegado el día del baile para el sultán Itachi. Mi cuerpo se encontraba en mejores condiciones y ya no parecía un muerto hambre. La vida en el harem hasta ese momento no había sido nada difícil. No tenía amigas ni nada, pero estaba Ino y ese joven doncel que era nuestro instructor, Sai. Él a veces me ayudaba y aconsejaba, aunque no parecía caerle ni bien ni mal.

Nos habían llevado a los hermosos a los baños de mármol y luego nos habían dado unas ropas realmente maravillosas. Las telas parecían ser de buena calidad y teníamos joyas muy brillantes. Ino se había encargado de prepararme especialmente a mí. Me había dado unos pantalones de seda muy hermosos con brillo y una prenda que dejaba al descubierto mi vientre. Tenía mangas largas y estaba adornada con brillos que parecían diminutos trozos de diamantes. También había puesto sobre mi cabeza una corona llena de piedras preciosas y a ella estaba enganchado un velo que cubría desde mi nariz hacia abajo, dejando al descubierto mis ojos. Mi cabello rubio estaba suelto, pero ella había colocado unos pequeños anillos de oro en algunos mechones y me había puesto un hermoso collar que tenía muchos rubíes. Lo que más me resultaba curioso del vestuario, era el caderín de oro que sonaba al moverme. Seguramente haría un sonido muy atrayente en cuando comenzara a bailar.

Ino había estado preparándome para ese día con dedicación. Me había enseñado mucho acerca de las reglas del harem, las costumbres de aquel lugar y la religión. También me había enseñado a bailar para que yo pudiese destacar junto a las demás. Sus enseñanzas especiales me habían puesto por sobre el resto de las muchachas y donceles, pero todos ellos no sabían, además de Sai, pero él nunca nos había dicho nada al respeto. Se mantenía alejado de cualquier situación que pudiese derivar en conflicto.

Todo estaba listo. Nos encontrábamos en el harem y en un momento, todos los agas y las instructoras se pusieron a un lado del camino e hicieron una reverencia. Entonces todos hicimos lo mismo que ellos.

—¡Atención! ¡Su majestad está aquí! —exclamó un guardia anunciando la llegada de aquel sultán al que no le conocía el rostro.

Estaba prohibido, pero no pude evitar mirar hacia el costado mientras hacia la reverencia y ver al hombre que había entrado al harem. Sus pasos eran calmados. Lo supe, porque lo primero que vi fue sus pies y sus vestidos, que eran increíblemente hermosos y elegantes. Al comenzar a acercarse a donde yo estaba, alcé un poco la cabeza y pude verlo… Si me lo hubiesen descrito como el hombre más hermoso del mundo, aun así… se hubiesen quedado cortos. Nunca en la vida había visto a un hombre tan apuesto, tan serio y con unos ojos como el fuego. Miraba hacia delante de una forma tan intensa que estremeció todo mi ser. Sus cabellos negros y ojos color ónice eran tan hermosos como el paraíso.

¿Cómo podría el sultán del mundo fijarse en alguien como yo? Ese hombre tenía miles de mujeres y donceles a su disposición. Yo era una persona más de su enorme harem… No había posibilidades. Me temblaron las piernas y palidecí. No tenía oportunidad con alguien como él. Se me estrujó el corazón… Pude ver lo pequeño era ante el mundo entero. Ni todas las joyas, ni la tela ni el esquicito perfume que traía puesto eran suficientes para atraer ni una sola de sus miradas.

Se sentó en el trono que habían traído para él en el área donde habían estado nuestras camas, que habían sido retiradas para que el baile fuese posible. Habían dicho que la madre de este hombre había tenido la idea. Nunca la había visto, pero estaba seguro de que ella era la más hermosa de todas las mujeres… Al ver a su hijo, me di cuenta de que había que tener belleza sobre humana para estar con un miembro de la dinastía. Qué ingenuo fui al pensar que tenía alguna posibilidad.

Nadie levantó su cabeza ni dijo una sola palabra hasta que él alzó su mano en señal de que podíamos abandonar la reverencia y, aun así, manteníamos los ojos en el suelo.

—Comiencen con la música y el baile—dijo Tsunade y sentí que el estómago se me revolvió.

Tenía miedo. Seguramente tropezaría, sería torpe y arruinaría todo. Toda mi confianza se había ido al verlo. Las ganas de hacer todo perfecto y que me mirase sólo a mí me invadieron. Sentí celos de que otra muchacha fuese mejor que yo. Debía… obtener ese pañuelo morado, pero… ¿cómo?

La música comenzó a sonar y las muchachas y donceles se posicionaron para comenzar a bailar. Lo hacían con gracia, elegancia y sensualidad. Yo trataba de recordar todo lo que Ino me había enseñado y comencé a mover mi cuerpo como si mi vida dependiese de ello. No quería ser un esclavo por siempre y me convenía mover bien todo mi cuerpo. Al empezar a mover mi cuerpo de forma que consideré apropiada, recuperé algo de aquella confianza perdida. De repente, sentí sus ojos sobre mí al mover mis caderas con gracia. Lo miré de reojo y allí estaba. Había capturado su atención y sonreí, supuse que eso llamó más su atención. Movía mis caderas de una forma que no sabía que podía hacerlo mientras escuchaba cómo el caderín de oro sonaba de forma melódica.

Todos se hicieron a un lado mientras bailaban. Yo me quedé bailando en el centro, moviendo todo mi cuerpo, recuperando mi confianza mientras él más me miraba. Decidí hacer lo mismo y clavé mis ojos en los suyos mientras me movía de aquella forma tan descarada frente él y sus ojos no se apartaban de los míos. Supe que lo estaba desafiando y sonreí arrogantemente mientras él caía en mis redes. Al parecer, no era tan difícil conquistar al gran sultán o, tal vez, el movimiento de mis caderas era realmente irresistible y estas prendas tan provocativas ayudaban. Me gustaba sentirme irresistible. Lo había descubierto aquella noche.

Cuando la música se detuvo, caí al suelo, frente a sus pies con una gran sonrisa, dando por terminado mi baile. ¿Qué seguía después? No lo descubrí hasta que vi cómo aquel pañuelo morado caía lentamente a mi lado. Mi corazón latió con fuerza y mi mano se deslizó hasta ese pañuelo para tomarlo. Entonces me puse de pie y me aparté en reverencia hacia el lado de todas las demás. Mi rostro y mi cuerpo quemaban por aquella danza y por haber obtenido lo que deseaba.

Pronto, el sultán se levantó de su trono y se fue del harem. Tsunade les ordenó a todas cambiar sus ropas y preparar todo para que fueran a dormir. Luego ella se acercó a mí.

—Hiciste un buen trabajo. No me equivoqué contigo, pero debes cuidar ese pañuelo con tu vida. Es muy importante—me dijo con seriedad cruzándose de brazos—. La madre sultana querrá verte ahora que has recibido ese pañuelo. Ella nos ordenó llevar a aquella persona que lo recibiese. Tú caminarás por el sendero dorado esta noche.

Mi corazón volvió a latir con fuerza y sentía cada parte de mi cuerpo temblar. Estaba muy asustado. Todo aquello era muy nuevo, aunque sabía que había obtenido una victoria. ¿Cómo resultarían las cosas? Deseaba ser feliz… Quería paz y felicidad. Ese era el camino para serlo. Quería un futuro de oro.

—Acompáñame. Iremos a ver a la sultana madre ahora—me dijo y entonces la seguí.

Miré hacia atrás e Ino me estaba sonriendo y sonreí de alegría. Más tarde le daría las gracias apropiadamente por todo su esfuerzo.

Fuimos a una parte del harem que desconocía, pero había que subir unas escaleras de mármol y caminar por un pasillo muy amplio. Nos detuvimos frente a una puerta y Tsunade golpeó suavemente aquella madera. Recibió la orden de entrar y así lo hicimos, siempre con la cabeza baja. Al entrar nos pusimos delante de aquella que aún no había visto. Estaba sentada en su trono y pude ver la fina tela de sus vestidos negros que aún llevaba por el luto. Elevé la vista un momento luego de reverenciarla y los ónices decoraban su corona, su collar y sus vestidos.

—Dime, jovencito. ¿Cómo te llamas? —me preguntó con una voz muy dulce aquella mujer.

Elevé un poco más mi rostro para verla por un instante. Su rostro no era de este mundo. Nunca había visto una mujer tan bella en toda mi vida. Con razón su hijo era así de perfecto. No me podía imaginar cómo había sido el difunto sultán y, seguramente, cómo era el pequeño príncipe del que todos habían estado hablando.

Había estado escuchando en el harem durante todos esos días que el sultán debía ejecutar a su hermano por una antigua ley. Eso me parecía muy cruel, pero todos decían que el sultán no estaba respetando esa ley por el luto de su padre. Me estremecía el sólo pensar en que alguien pudiese matar a su hermano por el trono.

—Mi nombre es Deidara, sultana—respondí con mis ojos clavados en el suelo.

—¿De dónde vienes, Deidara?

—Del país de la Tierra.

—Bien. El pañuelo que has recibido es importante. Mi hijo te ha elegido para que vayas a sus aposentos. Espero que sepas cómo debes comportarte y que no significa nada el hecho de que él te haya elegido, porque depende de ti que eso vuelva a suceder. Si hoy lo arruinas, no tendrás futuro aquí—me explicó.

—Lo sé, sultana. Me comportaré y seguiré las instrucciones de mis maestros—le respondí.

—El harem puede ser el paraíso si sigues las reglas, pero será el infierno si tú no obedeces. Debes educarte y aprender todo lo que puedas sobre nuestras costumbres. Llegarás muy lejos si haces todo eso, pero no te vuelvas arrogante, porque yo voy a aplastarte si comienzas a actuar como no debes. ¿Lo entiendes?

—Sí, sultana.

—Ahora le perteneces al sultán. No importa cómo te llames, quién fuiste en tu tierra ni de dónde vienes. Ahora sólo eres un doncel del harem de su majestad y harás todo lo que él te ordene. Si Allah te bendice con un príncipe, entonces tú también lo serás y tu futuro será de oro. Ten en cuenta eso—me dijo por último e hizo una señal con su mano para que me fuese de ese lugar.

La reverencié una vez más y salimos de sus aposentos.

—El sultán te espera—me dijo Tsunade.

Sin esperar más, nos dirigimos hacia lo que ellos llamaban el sendero dorado. Era el camino que iba hacia los aposentos del sultán. Allí había dos guardias. Ellos abrieron las puertas de inmediato y Tsunade se quedó parada allí. Miré hacia atrás.

—Debes entrar solo. No hagas esperar a su majestad—me dijo y me sonrió por primera vez, como si me estuviese animando y consolándome al mismo tiempo.

Yo sonreí y me sentí más aliviado, porque mis piernas estaban temblando. No debía olvidar mis lecciones. Estaba prohibido mirar a los ojos al sultán. ¿Cómo iba a evitar ver esos ojos hipnóticos?

Caminé por aquel pasillo que llevaba a otra puerta y la golpeé suavemente. Escuché su voz por primera vez indicándome que podía entrar. Abrí la puerta y la cerré detrás de mí. Caminé lentamente hacia donde pude ver sus pies. Supe que él estaba vestido con una camisa de color negro al igual que su pantalón y tenía una bata que llegaba hasta el suelo. Me arrodillé ante él y besé el borde de su bata como me habían indicado. Él bajó su mano hasta mi barbilla y esa era una señal para que me pusiese de pie. Él no apartó su mano de mi barbilla y sentí cómo me inspeccionaba. Yo no podía verlo al rostro. Mis ojos estaban clavados en el suelo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó con su voz profunda y amable.

Se me erizó la piel.

—Deidara, mi señor—respondí casi en susurro.

Todo mi cuerpo estaba temblando y temía que se me aflojasen las piernas.

—No tengas miedo, Deidara. Estás con el sultán. ¿Por qué estás temblando? —me preguntó acariciando mi mejilla con la yema de sus dedos.

—Estar ante su presencia causa ese efecto en mí—le respondí y, aunque sonó de una forma que podía indicar que él me atraía, en realidad era su gran cargo el que me aterraba, porque cualquier error significaba mi muerte.

—Tranquilo. Puedes mirarme si quieres—me dio permiso de ver su rostro y, quizá, sus ojos.

No demoré en elevar mi vista y encontrarme con su mirada. Mi ser se estremeció y sentí cómo mis mejillas quemaban ante su toque. ¿Qué pasaría luego? ¿Él tocaría mi cuerpo y me haría aún más de su propiedad? Jamás había estado con nadie y jamás había pensado en estar con alguien de esa forma.

—Ordené que nos trajeran la cena. Vamos a sentarnos para charlar—me dijo y se apartó de mí.

Caminó hacia una pequeña mesa muy baja. Había dos almohadones en el suelo para sentarnos a comer. Lo seguí con cautela y me senté luego de que él lo hiciera.

—¿Qué alimentos te gustan en especial? Pedí que trajesen algo variado para que pudiésemos elegir. Come lo que más te guste—me dijo y me sonrió levemente.

—Cualquier alimento está bien para mí, su majestad—respondí casi en susurro.

Tenía bastante miedo de decir cualquier cosa, pero, al mismo tiempo, él no tenía la apariencia de ser una persona que decidiese matarme si me equivocaba al decir algo.

Luego de que él tomase una cuchara y sirviese algo de arroz en su plato, decidí tomar una varita que tenía tres bolas de algo con caramelo encima.

—Espera—me dijo y solté aquello con temor—. No pedí que te detengas para que lo soltases, sino por esto—llevó sus manos a mi rostro y desprendió el velo que cubría parte de mi rostro para quitarlo—. Ahora sí puedes comerte esos dangos—me sonrió levemente—. Es extraño que elijas primero el postre.

—Yo no sé lo que son, pero se ven bien—le respondí algo sonrojado y luego me metí una bola entera en mi boca.

—Es agradable poder conocer todo tu rostro. Se veía un poco a través del velo, pero ahora puedo apreciarlo con detalle—tragué duro aquella bola al ver que me estaba mirando fijamente.

Dejé aquella varita sobre un plato y me quedé quieto sin saber qué hacer o decir.

—Siéntete con la libertad de comer lo que quieras y de decirme lo que gustes. A mí me gustaría saber de ti. ¿De dónde vienes? —me preguntó dejando de lado su arroz para tomar otros dangos y empezar a comerlos.

—Del país de la Tierra—respondí simplemente.

—Ya veo. Ha sido una gran adquisición ese lugar. ¿Tu familia resultó perjudicada? —me preguntó con algo de interés.

—No tengo familia, señor—respondí cabizbajo.

—¿Vivías solo, entonces?

—Sí. No tenía nada ni a nadie—le dije sin mirarlo y llevándome otra bolita a la boca.

—¿Dónde vivías? ¿A qué te dedicabas?

—Vivía en la calle o en el bosque y robaba o cazaba mi alimento—le respondí sin pensar y tragué duro de nuevo al darme cuenta de que le había dicho lo de robar. Palidecí.

—Bueno. Ya no debes preocuparte. Ahora no necesitarás robar o cazar. Aquí tienes todo lo que necesitas—llevó su mano a mi cabello y lo apartó de mi rostro, poniéndolo detrás de mi oreja.

Me sonrojé ante el toque de su mano y su mirada perturbaba mi alma de una forma en la que no había conocido jamás. ¿Qué tenían tus ojos, sultán? Tu alma parecía querer devorar la mía cuando me mirabas a los ojos. Por momentos sentía que me estaba derritiendo.

—Sí…—respondí hipnotizado en su mirada—¿Por qué me miras de esa forma? —pregunté olvidando que era el sultán.

—Porque mis ojos jamás habían sido testigos de semejante belleza—me respondió y abrí mucho mis ojos ante ello.

Mis mejillas enrojecieron y aparté la mirada.

—No creo que sea así, sultán, hump—por alguna razón el miedo a responder lo que sea se iba esfumando y su presencia se hacía cada vez más cómoda.

—Sólo digo la verdad. Ante mis ojos, eres muy hermoso.

—Pero tienes muchas mujeres y donceles que seguramente tienen más belleza que yo. Sólo soy un doncel más del tu harem. Mañana dirás eso a otra persona, hump—me sentí con la libertad de decirle aquello y él sonrió levemente apartando su mano de mi rostro.

—Hoy te he elegido a ti—parecía que lo que le había dicho casi con insolencia no le hubiese molestado.

—¿Y si no hubiese sido así? Habrías elegido a otra persona si yo no hubiese bailado mejor que los demás. Me diste el pañuelo solo por eso, hump—metí otra bola acaramelada en mi boca.

No me sentía molesto, pero me sentía con la necesidad de decirle todo aquello por alguna razón. Tal vez sí me sentía algo celoso, pero no entendía por qué. Yo no estaba enamorado de aquel sultán. Él sólo me serviría para estar a salvo en el harem.

—Bailaste bien, pero no es la razón por la que te di ese pañuelo—me dijo y me sentí confundido.

—¿Bailar bien no hace que le des el pañuelo a alguien? —pregunté con curiosidad.

—No.

—¿Entonces? Allí había muchas muchachas y donceles con belleza. ¿Acaso, si alguno de ellos hubiese bailado bien y fuese hermoso, no le habrías dado el pañuelo a esa persona? Debiste haber visto la belleza de alguno de ellos, hump.

—No vi nada de eso, Deidara—me confundió aún más.

—No creo eso. Estoy seguro de que había alguien mejor que yo allí, hump—le dije frunciendo el ceño.

—Allah es mi testigo. Desde que comenzó ese baile, mis ojos no vieron a nadie más que a Deidara. Te vi primero que a cualquiera y mis ojos no se apartaron de ti ni por un instante—enrojecí hasta las orejas por sus palabras.

—¿Qué dice, sultán tonto? —dije y me sobresalté cuando se me escapó aquello.

Cubrí mi boca de inmediato. Él rio levemente.

—Sobresaliste del resto desde el principio. Noté sólo tu presencia. Aunque hubieses tropezado, te habría elegido de todas formas, porque sólo estabas tú todo el harem. Mis ojos sólo te vieron a ti—tomó mis manos y las apartó de mi boca— ¿Soy un tonto por haberte notado sólo a ti? —me preguntó y sentí que el alma quería escapárseme.

—Tal vez no—respondí torpemente.

—Come cuanto desees y luego regresa al harem—me sonrió levemente y luego siguió comiendo.

Continuamos comiendo tranquilamente, la mayor parte del tiempo en silencio. Yo no hablaba a menos que él me hiciese alguna pregunta. Su presencia me era cómoda y no sentía que iba a matarme en cualquier momento. Él era un joven agradable y amable. Sus consideraciones me hacían sonrojar. Nadie me había tratado tan dulcemente y en ningún momento pretendió besarme o tocarme. No entendía por qué, pero me limité a pensar en tal vez no le había agradado para ello o él no estaba de humor. Quizá solamente me quería conocer, porque le había causado curiosidad, lo que tampoco podía creer. ¿Realmente le había gustado o eso les decía a todos? Él había nombrado a su dios y había dicho que él era el testigo de que decía la verdad. Mi cabeza daba vueltas y estaba hecho un lío. Quería dejar de pensar.

Hasta aquel momento, estando junto a él disfrutando en silencio de su presencia, no parecía del tipo de persona que asesinaría a su pequeño hermano para asegurar el trono para sí mismo y su descendencia. Tenía curiosidad de saber sobre el tema, pero… ¿era correcto preguntarle eso a él directamente? Quizá era algo que debía averiguar por mi cuenta. Me había quedado muy pensativo en ello.

—¿Disfrutaste de la comida? —me preguntó de repente al ver que ya no estaba comiendo nada.

—Eh, sí—respondí simplemente.

—¿Todo está bien? —buscó mis ojos, que estaban perdidos en cualquier parte.

—No creo que sea apropiado preguntarte una cosa que me causa curiosidad—mencioné para darle una respuesta a mi obvia inquietud.

—Puedes preguntarme lo que quieras. Trataré de responderte—me dijo con seriedad y un tono suave de voz.

—Apenas lo he conocido y usted a mí. No es apropiado meterme en sus asuntos y en sus leyes—le dije sin mirarlo, tomando un baso de agua y luego bebí.

—Eso es cierto, pero dime. ¿Qué es lo que te causa curiosidad? —parecía interesado y también parecía haberse dado cuenta sobre qué asunto yo estaba haciendo referencia.

—Tú… tienes un hermano, ¿verdad? —pregunté con cautela y sin usar mucha formalidad, pues no estaba muy acostumbrado y a veces me olvidaba.

—Sí. El príncipe Sasuke es mi hermano menor. ¿Qué pasa con él? —preguntó con seriedad, pero amablemente.

—¿Qué sucederá con él? —me miró a los ojos algo pensativo y bajé la mirada—Lo siento. No debí meterme en esos asuntos. Es sólo que en el harem no se habla de otra cosa y a mí me parece algo muy extraño el que haya una ley que indique que un gobernante debe matar a sus hermanos. No estoy acostumbrado…—dije casi en susurro y algo asustado.

—Entiendo lo que dices. Las leyes de nuestro imperio pueden resultar extrañas para los extranjeros, pero no tienes de qué preocuparte—me dijo y llevó su mano a mi rostro para que lo mirase de nuevo—¿Qué es lo que te perturba tanto de ese asunto? No conoces a mi hermano, pero, pareces preocupado por él.

—No es eso… Tal vez me resulta algo… ¿injusto? Matar a alguien que no ha pedido nacer en un imperio que tiene esas leyes y que tampoco ha hecho nada malo para merecer semejante castigo. Sólo tuvo la mala suerte de nacer después que tú—confesé mis sentimientos ante el asunto.

Su rostro y sus ojos parecían decirme que me entendían, que también le parecía injusto, pero que él no podía hacer nada ante las leyes de aquel lugar. En sus ojos vi un abismo muy oscuro, la profundidad de su alma agobiada y herida. ¿Qué tanto podía llegar a conocer con sólo mirar aquellos ónices que perforaban todo mi ser? Él era como un libro abierto ante mí y lo podía leer con tanta claridad. ¿Por cuánto estabas pasando al ser el sultán del mundo? Podía ver que realmente no merecías lo que te estaba sucediendo.

—Tú… ¿Podrías hacerle eso a tu pequeño hermano? —pregunté sintiendo una presión en el pecho y la confianza para preguntar aquellas cosas.

—No—apartó la mano de mi rostro y tomó una de mis manos—. Aunque el cielo se cayese sobre mí o la tierra se derrumbase bajo mis pies, jamás podría tomar la vida de mi hermano. Él es muy preciado para mí. Aunque todo el mundo se pusiese en mi contra y perdiese el sultanato, defendería a Sasuke hasta con la última gota de mi sangre—llevó mi mano a sus labios y la besó dulcemente.

Me sentí tan angustiado por aquel joven que acaba de conocer y sentí su dolor, su carga y sus emociones perforando su corazón. El peso de sus deberes había estado marchitando su alma desde hacía mucho tiempo. ¿Acaso todos eran ciegos en el palacio? ¿Cómo era que no podían ver su sufrimiento? Pero nada podía hacer yo. ¿Qué podría hacer? Sólo era un esclavo con el que él se estaba empezando a sentir cómodo y yo me derretía con una sola de sus miradas. ¿Por qué?

Terminamos de comer e hice una reverencia antes de irme. Regresé al harem para cambiarme de ropa y devolver las joyas para poder irme a dormir.

—¿Deidara? —escuché la voz de una de las señoritas.

Las demás se levantaron de sus camas para curiosear.

—¿Ya regresaste? ¿Acaso no pasarías la noche con el sultán? —me preguntó otra.

—Tal vez él no le gustó al sultán o hizo algo malo. Dinos, Deidara. ¿Qué fue lo que le hiciste a su majestad? —preguntó otra y todas comenzaron a reírse.

—Tal vez le resultó un doncel muy feo o demasiado delgado. Lo devolvió en cuanto vio que no había nada en sus huesos—se burló otra y todas se rieron de nuevo.

Mi sangre hervía. Malditas harpías. No tenían idea.

—Tal vez ni siquiera quiso recibirlo—dijo la primera y volvieron a reírse.

—¡Las mataré! —grité y me comencé a acercar a la que empezó todo el problema.

—¿Qué está pasando aquí? —escuché la voz de Ino y me detuve.

—No sucede nada, señorita Ino—dijo aquella bruja y la miré con odio.

—Deidara. ¿Qué haces aquí? Se suponía que debías estar con el sultán—me dijo agarrándome del brazo y apartándome de todas para poder hablar.

—Él me ordenó que regresara—le dije.

—¿Acaso sucedió algo? ¿Algo le desagradó a su majestad? —me preguntó preocupada.

—No. Todo estuvo muy bien. Él había ordenado que llevasen la cena y comimos. Me preguntó de dónde venía y sobre mi vida anterior. Me elogió mucho y parece que le gusté, pero no quiso nada más—le expliqué.

—Entiendo. No te preocupes. Su majestad aun es joven y tal vez es algo tímido. Si realmente le gustaste, él volverá a pedir por ti. Debes estar atento y no te metas en problemas. Ignora a las demás y céntrate en agradar a su majestad—me dijo con seriedad.

—Claro. Lo haré—respondí.

—Cambia tu ropa y vete a la cama. Mañana será otro día—me dijo antes de retirarse.

Aquella noche no pude dejar de pensar en las palabras de Itachi. Recordaba su voz diciendo mi nombre y el agradable toque de sus manos quemando mi piel. Mis mejillas enrojecían en cuanto recordaba todo aquello. Su rostro no dejaba de venir a mi mente y el color de sus ojos. No podía quedarme dormido y temía empezar a sonreír como un tonto. ¿Por qué me sentía de esa forma y me sucedían esas cosas? ¿Qué tenía de especial ese joven? Sólo quería quedarme dormido de una vez, pero el peso de aquella angustia que descubrí en sus ojos también me pesaba en el corazón.

Notas finales:

Hola. ¿Cómo se encuentran? Espero que les haya gustado. Nos vemos en el siguiente capítulo.


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