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Venecia contigo por PinkuBurakku

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Notas del capitulo:

 

Advertencias: Mención de infidelidad, palabras altisonantes.  Depresión, manipulación emocional. 

 

Gracias a Muriel Suriel, por el primer comentario del fic <3. 

 

2/17

 

Coraline - Måneskin 

 

 

     Violeta, amarillento, verde; tal cómo un prisma los dedos magullados se tornan viciosos sobre la piel pálida, mismas que ha perdido tanto brillo y calidez; qué sólo es comparable a la nieve cayendo afuera, misma que observó obsesivamente, perdiéndome en su burda suciedad después de días de polución. Dentro, al fuego decadente de la chimenea casi consumida, la misma contaminación ha manchado mi alma perpetua, sin embargo, no son los derivados del petróleo, la descomposición o la simple humanidad siendo sucia y descuidada, no, todo mi ser oscurecido; es gracias a un sólo hombre, mismo que creí el sol de mi vida, la cálida luz en medio del invierno, no obstante, olvide estúpidamente que el sol, también puede quemar hasta las cenizas. Así siento el corazón, después de las llamas abrasadoras que consumieron el mismo en cuestión de días; la profunda y nauseabunda ceniza es el restante de lo que antes fue la vida. Encogido sobre la gruesa alfombra, siento el mundo pasar sólo qué sin mí, me he quedado prendido de la nada, simplemente observando el hematoma de mi mano, mutar de color, tal cómo mi piel consumirse en el perpetuo blanco. 

Todo sigue en el mismo estado de aquella fatídica noche, los centros de mesa siguen en el diván; intactos aunque un par de veces he sucumbido a levantarme y romperlos, sólo me recuerdan lo estúpido que he sido. Las copas de vino, descansan a mi lado, aún llenas pero ya sin las ansias de ser consumidas, su líquido se ha agriado por completo. La alfombra sigue tibia, con el reguero de mis lágrimas y el poco calor qué me regala la chimenea a medio consumir, no creo que mi cuerpo pueda conformar un nivel adecuado de temperatura; por último, el invierno afuera, sigue pálido y helado, pero ahora, está en sintonía con mi vida, la triste vida de un huérfano. Me encojo otro poco en la más absoluta oscuridad, preguntando si una semana más podrá pasar antes de caer desmayado; el dolor no ha podido derrumbarme, ni siquiera con el corazón roto, pero apuesto que el inclemente frío y estar medio desnudo, podrán hacer un buen trabajo, si le doy un poco más de tiempo; sólo quiero perderme en la mortuoria y blanca nada. Ser uno con la vida que siempre me obliga a pagar por un estúpido equilibrio, espero que el bastardo qué goce de la contraparte de mi suerte, la sepa aprovechar, por lo pronto, yo me he dado por vencido. 

Al menos lo intento, el pitido a lo lejos, me impide otra cosa que no sea la poca alerta de mis funciones básicas; el sonido es estruendoso contra el silencio casi absoluto de toda la casa, es más, ni siquiera creo que mi respiración lenta y casi extinta, pueda componer un obstáculo para el silencio absoluto, el teléfono vibrando en algún lugar del segundo piso, es otra historia. Aunque es solo un intermitente resoplido, mismo empuja el corazón cercenado, alterándolo hasta ser doloroso, cómo un recuerdo vago que sigue allí aunque sea en pedazos. Cierro nuevamente los ojos, mismos que he abierto abruptamente ante el teléfono sonando, sin embargo, debo volverlos a abrir casi un segundo después; el pitido cobra vida cómo una llama en medio de la nebulosa, iluminando un camino que no deseo seguir, pero que después de días de sonar consecutivamente, me esta volviendo loco; un completo demente. El simple tono, perfora mis nervios, acelerando sin razón el corazón gracias a los instintos básicos, mismos que a pesar de todo, no se consumen cómo el resto de mi; moriré de una arritmia de seguir, mucho antes que el invierno pueda cobrar mi vida. A pesar de estar desganado, sin energía para mayor cosa, me arrastro hasta buscar el origen de mi tormento. 

En medio del pasillo del segundo piso, encuentro las prendas desperdigadas; me tomo un momento al verlas, la desazón y humillación recorriendo libre cómo lava entre las venas, entibiando un poco mi carne helada. Me apresuro a buscar entre los ropajes, lo que necesito; no quiero rendirme al llanto en medio del pasillo, debo volver a la complicidad de la alfombra. Después de un par de minutos que me roban el aliento al carecer de energía, resoplo al encontrar el aparato; sobre todo al tomarlo con la mano mala, rechisto ante el dolor, a pesar de ello no puedo llevar a cabo mi plan inicial y arrastrarme lejos; el aparato vibra nuevamente contra los dedos tornasol, un nombre refulge en medio del negro de la pantalla titilante; me quedo sin aire, consumiendo en segundos el poco que aún conservo; me ahogo en las posibilidades. Un miedo estúpido, pero incontenible me azota. Le dijo, sé que le dijo. Vislumbro su rostro contraído en lastima, me siento enfermo. Hasta ahora, tengo conciencia que sin el pelirrojo, ella también desaparece. Siento los ojos hormiguear ante tal oscura realidad. Otra persona que me deja, un jodido huérfano. La perspectiva, duele cada vez más. 

Aún temblando, se lo que tengo que hacer; me parece cobarde el simplemente apagarlo, además que dudo que eso la detenga, estará en casa en menos de una hora, demasiado poco para escapar por completo de la condena de su lastima. Recordando vagamente que soy un luchador, oprimo el botón de contestar. Espero unos segundos, mismos dónde él poco aire retomado sale a cuenta gotas, tanto qué estoy apunto de desmayarme, ahogándome furiosamente con la lengua; el órgano parece de cemento mientras me da vueltas el mundo, aún así, me obligo a no desfallecer, esperado en silencio tras la línea; soy recompensado por su respiración entrecortada, Molly parece no consciente de que ha descolgado el teléfono, mismo qué tiembla entre mis dedos con el cúmulo de sensaciones azotando la valentía de luchador innato. Diez segundos más de profundo silencio y decido que no soy tan valiente ante la única mujer viva, que puedo considerar una madre. Con el dedo sobre el icono de colgar, le regaló un jadeo oscurecido cómo despedida; la mujer debe sospechar las intenciones de fuga, se apresura a hablar; sin embargo, no es el tono lastimero que espere, al contrario su voz es un trueno, una algarabía de llanto y palabras entrecortadas sin sentido alguno. 

Sin entender sus tropezones incoherentes, busco en algún recoveco mi voz; esta sale patosa y quebradiza después de tan poco uso en los últimos días, Molly no se inmuta por esta, siguiendo con su monólogo inentendible, cómo si mi voz, sólo fuera un mero susurro del viento en su oreja; suspiro cansado buscando la paciencia innata que conservo hacia la mujer, carraspeando, logró un agujero por el cual colarme, pidiéndole a la pelirroja un poco de calma, misma que ninguno parece componer, pero que ambos necesitamos. Molly me cumple el capricho, sorbiendo la humedad que le cubre las palabras, vocalizando mucho mejor; a pesar de tener la voz aún entrecortada y temblorosa, empieza a relatar su angustia, lentamente me deslizó contra la pared, frunciendo el ceño después de días después de la misma expresión estoica. En silencio escucho su temor, maldiciendo el bastardo que posee por hijo; maldito idiota hace una semana no le contesta el teléfono, ni siquiera se ha dignado en avisarle su paradero, es un completo estúpido, con su trabajo es obvia la desolación de Molly. Intentó calmar a la mujer mientras la realidad lentamente se hace dueña de mi alma, después de una semana de completo desuso, la cabeza palpita oscuramente al son del berreo de Molly. 

Al acabar la llamada, Molly parece mucho más calmada, todo lo contrario a mi cuerpo convulsionando en emociones discordantes, sólo hay una idea plantada en el subconsciente, nuevamente tengo que hacerme cargo del desastre creado por Ronald; la historia se repite una vez más, no obstante, ahora veo el oscuro patrón. A pesar de tener el corazón roto, este refulge en un calor abrasador, expulsando con demencia lo que antes ignoraba pero qué bajo la combustión de la cólera completa, puedo sacar a la luz, Ronald es un jodido niño, uno del cual me enamore y lentamente se resquebraja frente a mi; con un suspiro agotador decido ponerme en pie. Hago esto por Molly, no por el pelirrojo. A pesar del convencimiento, vaciló un poco al ingresar en la que fue mi habitación compartida, la que ahora después de lo sucedido es un auténtico campo de batalla; nuestro nido de amor, se ve diferente en la posguerra que en la pre guerra. Después del combate todo se torna mucho más vicioso. Empujando las traicioneras lágrimas, ingreso en el caótico recinto, casi puedo sentir todo una vez más; el cinismo de Draco, la furia de Ronald, sus cuerpos chocando en la cama deshecha... mi cólera e incluso puedo sentir en la mano magullada, el dolor del choque de huesos contra la nariz de Ronald. 

Me apresuro a salir de allí, tomando el destartalado aparato a los pies de una pared, no se hizo tan añicos cómo creí; la pantalla es por supuesto un completo desastre, la batería se ha salido de su lugar, al igual que la pasta que la cubría, el chip de la tarjeta por otro lado pende de un hilo de su lugar original; es sin duda, una macabra escena de tortura, sin embargo, quiero tener la remota esperanza que aún hay una solución, es lo única que puedo plantear en estos momentos, al menos la única coherente. Otra sería por supuesto, humillarme y escribirle a Draco, el sujeto sin duda le dirá a Ronald mi recado de llamar a su madre, sólo por el morbo de denigrarme en el proceso, despotricando de mi nombre con burla. Niego, no caeré en semejante insulto; tomando lo que queda del aparato, ni siquiera me atrevo a armarlo, tirándolo todo dentro de abrigo qué me he traído conmigo; dejando atrás la habitación, pasó rápido por el baño de invitados, después de una semana de completa autocompasión, el agua caliente me quema la piel herida, mientras el estomago gruñe totalmente despierto. 

El cuerpo con una nueva misión se niega a rendirse, aunque sea patético el motivo qué me tiene en pie, me aferro a este; alguien me necesita, aunque sólo sea un huérfano solitario. El baño dura tan poco que ni siquiera su existencia es por completo comprendida. Después de un nuevo  gruñido del estómago vacío, me embuto en la ropa desperdigada del corredor después de una auténtica batalla contra la humillación; no pienso volver a la habitación completamente cuerdo, mucho menos para ver en mi armario la ropa conjunta con la de Ronald, no pretendo envolverme en la locura tan pronto; la fase de aceptación apenas deja mi cuerpo en crisis. Al terminar el silencioso cambio, por fin puedo salir de casa, el invierno helado y tosco, cómo supuse me recibe; sin embargo, ahora mucho menos soñador, luchador y sin una pizca de sensatez, el único consuelo que no lo percibo cómo tal, al menos no por completo, es que aún sigo vivo; el invierno deberá esperar por mi alma. Después de un pequeño tramo de calles abarrotadas, un conjunto en fila de tiendas completamente llenas me recibe. El variopinto conjunto me recibe, sin embargo, sé a dónde debo ir, Colin me recibe con su misma sonrisa de siempre. 

 - Dime que se puede hacer algo - Ruego al técnico frente a mí, el castaño detrás de la vitrina me mira un poco desolado, torciendo la boca en un mal augurio. Tuerzo un poco los labios ante la premonición.

- Señor Weasley... - Comunica el niño; retengo el aire ante el apellido nombrado, es una maldita manía que todos los amigos de Ronald me llamen por su apellido desde el anuncio de nuestro compromiso, ahora, la costumbre me tambalea ligeramente -... Lo único que puedo hacer es salvar la información... Al menos lo puedo intentar con pocas garantías - Asiento sin escuchar por completo, aún consumido por el apellido nombrado; el chico asiente también en compresión, tomando lo que ha quedado del teléfono.

- Puedo entregar lo recolectado en un par de días - Susurra sacando pluma y papel, adjuntando todos mis datos con rapidez, sin tener que pronunciar palabra alguna.

- ¿Quieres una copia directamente en tu teléfono? - Pregunta aún sin levantar el rostro de sus notas, el tono de su inocencia me despierta, mientras apenas parpadeo al verlo; sin saberlo, sus palabras son cómo una bomba a mi cabeza. ¿Quiero saber los secretos de Ronald? ¿ Puedo con ello?.

- Haz una copia, por favor - Susurro aún serpenteando la premisa, sin pensarlo por completo, cediendo a la curiosidad por simple masoquismo; la cabeza sólo puede deambular junto a Ronald y todo lo sucedido. No, no pensaré en él, merezco la verdad.

- Con gusto - Es la corta pero concisa respuesta, misma que acompañada con una sonrisa, me devuelve por completo a la realidad. Justo a tiempo para despedirme de Colin, agradeciendo con la cabeza antes de irme. 

Vago por el centro de Londres, mismo que cubierto de nieve me entrega un paisaje melancólico o quizás sólo sea mí corazón consumido quién se refleja en la blanca precipitación; en cualquiera de los casos, la tristeza me inunda por completo, es terrorífico cómo en un suspiro la vida puede cambiar tan radicalmente. Creí haber aprendido después de tantos golpes de la vida, pero al parecer nunca será así, la maldita cosa siempre encuentra una manera de sorprenderme, envolviéndome en la absoluta realidad, dolorosa y perpetua, misma que parece dejarme un poco más roto con cada encuentro; cruzando la esquina de una calle sin reconocer, no puedo seguir con el lamentable monólogo, el estómago después de la leve caminata, gruñe de nueva cuenta exigiendo la comida indispensable para no desmayarme en medio de la acera. Después de vagar por minutos, un bocadillo adecuado y un té que poco o nada mejora mi situación, decido que ha sido mucho tiempo lejos de la complicidad de la chimenea a medio consumir y la alfombra tibia. Casi sobre la calle que me llevara a casa, el supermercado local, parece llamarme con su vitrina atestada de licor y tabaco, me toma un parpadeo; los viejos vicios se hacen dueños de mi alma.

Al ingresar a casa, atestado de bolsas con más vino del qué podré consumir, un crujido retumba en medio del silencioso umbral, el sonido llama mi escasa atención. Un impoluto papel, cercenado de alguna libreta y mal doblado se retuerce bajo mi pie. El corazón da un vuelco oscuramente. Consciente de lo idiota que parezco después de minutos de obsesiva observación, en medio de la puerta abierta de par en par, decido ingresar. Tomó el papel casi con aprensión, creyendo saber el destinatario de la rudimentaria nota; el estómago me da un vuelco, amenazando con regurgitar el poco alimento tomado. No debo, aún así, despliego la nota aunque no sin temblar ligeramente. Las manos sudan copiosamente y el corazón martillea el pecho ansioso. Me traicionó, humilló y utilizó, al parecer esto no es suficiente para mi torpe corazón, que ante la mera mención de Ronald, me convierte por completo en un adolescente enamorado sin sentido, a pesar de sólo haber amado una fantasía del hombre; tal parece que se necesitará más de una semana para superar su maldito amor. Con la cabeza dando vueltas y la boca seca, leo rápidamente la nota, que cómo supuse, es suya; su seco tosco se presenta en todo el papel maltratado, el desorden caligráfico de Ronald, confirma la sospecha en su máximo esplendor.

"Maldito loco, me has roto la nariz. Merezco al menos por ello, decirle a mi madre de nuestro rompimiento; sólo calla por una vez, Potter " 

Al principio poco entiendo sus palabras, aunque comprendo por completo el conjunto de letras; es después de un par de releídas que el alma se torna mucho más pesada, cayendo a mis pies, todo gracias a la decepción; no espere una extensa nota de disculpas o una carta pidiendo oportunidades y perdón, ni siquiera creí por un segundo que Ronald pudiera explicar su aventura con Draco; es demasiado orgulloso para eso, pero al menos creí que quisiera otra cosa que el secreto, de lo que pudiera contarle a Molly sobre nuestra abrupta separación, lo que comprendería únicamente verdad en todo caso; una veracidad que no le conviene que salga a la luz; exprimo el papel entre los dedos, arrojándolo lejos completamente enfurecido, nuevamente soy cómplice de los desastres de Ronald, sin saber si se esta tirando a Draco o cualquier otro, en algún jodido lugar. El desprecio, la cólera y la tristeza, son la mecha adecuada para la combustión instantánea. El bastardo, no se arrepiente de lo dicho o hecho, sólo tiene miedo de su madre; es un maldito cobarde. A pasó atronador dejó el descansillo de la entrada, andando hacia la habitación principal.

El miedo por dicha habitación ha perdido su significado, el bastardo pelirrojo me ha golpeado de frente; me lanzó sobre la cama deshecha dónde a pesar del frío invernal, aún conserva el olor del maldito policía; en un acto de completa locura, tiro de almohadas, cojines y edredones; todo termina en el suelo, mientras el colchón impoluto y helado me recibe, aún con las botellas en la mano, las estampo contra la cama, buscando cómo un demente un sacacorchos en la mesita de noche; hábitos del bastardo de Ronald, me toma un par de intentos con la mano herida, pero después de una cortada mínima y un moretón, me zampo el primer sorbo de vino, todo maldiciendo al hijo de puta pelirrojo. Brindó a su salud cómo un jodido resentido, sintiendo la primera lágrima traicionera deslizarse sobre la mejilla. Nuevamente, me hundo en la inconsciencia, la necesito para solventar esta nueva crisis, la sórdida locura.

Tres días de auténtico caos, ebrio cómo una tuba; absorbiendo la vida de una botella y dejando la dignidad entre chirridos maldiciendo a Ronald, puedo tomar un leve descanso de la cólera y el llanto desmedido; aún sobre la cama, con la ropa a medio deshacer y titilando levemente en medio del crudo invierno, una nueva fase en el luto por Ronald y nuestra boda fallida me sobrecoge; la completa indiferencia. Es curioso, cómo el ser humano puede dejar de sentir, después de muchas botellas de vino y revolcarse en su propia mierda dolorosa y patética. Al alba del tercer día, el nombre de Ronald empieza a significar tan poco, que estoy por creer que me enamore de un espejismo, mismo que se ha consumido en el oasis dónde ha aparecido; en este caso, en una acera repleta de blanca nieve. Enero se ha llevado lo mejor de mí, ahora a puertas de su final, sólo puedo contemplar la absoluta indiferencia por el hombre que creí amar, joder, lo creí conocer de toda una vida, sin matices y ni fases por descubrir, pase una vida engañado en dicha premisa, sin embargo la realidad me muestra otra cosa, sólo tal consigna puede causarme un poco de dolor, lo haría, sí me permitiera tal cosa cómo el sentir.

Sin embargo, dopado por el alcohol y la melancolía de decisiones pasadas; lo único que puedo sentir son las náuseas asquerosas treparse por la garganta seca, después de tanta ingesta de vino sin sentido. Lo único funcional que he podido lograr durante tres largos días, es escribir una nota tambaleante y - espero - entendible, uniendo su contenido a un teléfono nuevo, mismo que espero, llegue a su destino, lo creí mucho más eficaz que deambular ebrio hasta la estación por Ronald y vociferar por su presencia, gritando incoherencias de llamar a su madre. Rechisto un poco divertido con tal imagen, pasando un nuevo sorbo de vino; sería una auténtica delicia poder gritar sin conciencia alguna contra el pelirrojo, incluso ser arrestado por desorden público, poco parece importar al estar concienzudamente intoxicado. La parte buena de la historia y mi frutal compañía seca y madurada, es que al menos, no he llorado después del primer día, siento que el ser humano tiene una cuota de sentimientos, lágrimas y emociones por una persona, Ronald por supuesto ha rebasado su límite; no puedo sentir nada más allá de eso. Por supuesto, nada hasta el sonido martilleante del teléfono en algún lugar remoto de la habitación; me toma varios segundos descubrir que el sonido procede, del abrigo aún en su lugar. Evitando que muera de hipotermia y estupidez. 

Bebo otro sorbo de vino al ver la pantalla sin verla realmente, la sensación de un deja vu, se arremolina contra las entrañas, en la sutil incoherencia. El cerebro a pesar de la ebriedad, consigna el sonido cómo molesto, por ello maniobró contra el botón de rechazar la llamada, resbalando en los intentos; desde allí el caos se desata en mi cabeza, mientras los pensamientos se vuelcan vomitivamente, intentando encontrar un hilo por el cual tirar de la conciencia; teléfono, Ronald, Molly... Molly. Mierda. Debí llamarla, Ronald debió hacerlo, se qué recibió el teléfono. Maldito bastardo. Es su maldita madre. Maldiciendo de nueva cuenta al bastardo, más por costumbre que por otra cosa, respiro todo lo profundo que puedo conseguir sin ahogarme en una risa ridícula por el alcohol. Al son del teléfono que no ha parado de sonar, me arrastró fuera de la cama sin edredones, sintiendo el frío escalarme la espalda al envolverme entre botellas y el suelo de madera. Sostengo el puente de la nariz en un intento por despejarme y reunir de paso, toda la paciencia que tengo hacia la mujer, la necesitaré cuando su llanto me inunde cómo un huracán. Incluso puedo escucharla a punto de responder, su bebito no aparece nuevamente. Decido contestar antes que el sonido del teléfono, me rebane los sesos, cierro los ojos sólo por mera concentración. 

Espero en la línea cómo la última vez, teniendo la poca empatía que me queda con la mujer, dejando que se tome su tiempo de empezar a humedecer sus palabras; incluso preparó en las sombras, el perfecto tono para pedirle calma; me encargare, lo encontraré, debo repetir el monólogo para evitar desviarme del camino una vez se necesite. Sin embargo, Molly no parece consciente del correr de los minutos, o tal vez, soy yo quién no tiene noción de la realidad, cómo sea, el teléfono queda en mortuorio silencio por más de un minuto. Entrecierro los ojos aún con las gafas en su lugar, espero encontrar el número de la mujer en la pantalla titilante, pero sólo aparece un número sin registrar; frunzo el ceño sin entender en la sutil borrachera. Número desconocido. No tengo tiempo para esto. No se que clase de palabras sin sentido arrastro, pero es suficiente para que la línea del otro lado cobre movimiento, una voz que creí imposible volver a escuchar, penetra toda mi capacidad motora, insertándose en el subconsciente con sólo una frase. No cuelgues, por favor. Ronald. Es Weasley.

Obtuso, sin poder contestar o arrastrar palabra alguna; quedó helado, tanto o más que la habitación en penumbras que me envuelve; esto es tan improbable que ni siquiera tiene sentido. Vuelvo la vista al número desconocido, no es su contacto; es una obviedad que es tomada por mi cerebro alcoholizado como verdad universal. Me irgo, levantando las gafas, frotando con rapidez los ojos hasta que duele, pero, esto es lo único que me convencerá que esto, no es una absurda fantasía, he descubierto que todo lo relacionado con Ronald, lo es. Al volver la vista una vez más, el número sigue en su lugar, al igual que el pelirrojo que no deja de suplicar mi nombre en un tono lastimero. Ronald me suplica detrás de la línea. Es simplemente irrisorio. Recuerdo vagamente su nota, seguramente el mismo motivo lo aqueja, se que es más una realidad que un pensamiento cuando Ronald responde al otro lado de la línea; niega cualquier complicidad para con su madre, sólo quiere hablarnecesitamos hablar. ¿En verdad lo necesitamos?, nuevamente las palabras no sólo se quedan en el subconsciente, Ronald acota que sí, debemos hablar. Dicta un lugar con rapidez, la añoranza siendo dueña de su voz, me ruega que vaya... Me necesita. Luego, simplemente cuelga.

Me quedo absorto un par de minutos más, con el teléfono aún entre los dedos, sin poder comprender aún lo que ha sucedido, sin embargo, nada tiene que ver con el alcohol, este parece absorbido por completo por mi cuerpo, pues, nunca he estado tan despierto después de dos semanas; es cómo sí, sólo escuchar la voz del pelirrojo, la realidad volviera a mi cabeza; nuestra realidad. Agradezco los pequeños vestigios de mi última fase de luto, gracias a esta, no estoy escupiendo el corazón sobre los edredones. Aún así, la cabeza está a punto de estallar, Ronald se ha disculpado, rogando que vaya a su bar favorito; urgentemente. La premura me ataca, me quiere cerca, no sé cómo sentirme respecto a ello. Por supuesto, el corazón no sucumbe ante las migajas que me ha lanzado Ronald, pero la curiosidad por el episodio, oh, la jodida curiosidad; puede más que cualquier estado letárgico sin sentido. Me apresuro a ponerme de pie de un salto, descubro en seguida que el alcohol no está tan diluido en el organismo, pero ha cedido lo suficiente para ser consciente de mi cuerpo, no es plena la facultad de razonar, pero en mí, nunca lo ha sido de todos modos. Me arrastró fuera de la habitación desecha casi corriendo, calzando un par de zapatillas en el camino, tomando todo lo necesario para un taxi, quiero, necesito, descubrir la burda realidad; enloqueceré totalmente sí no puedo resolver este enigma.

Poco tiempo me lleva llegar a mi destino, mucho menos vislumbrar al pelirrojo, bebiendo una pinta en la barra; entrelaza sus dedos nerviosamente, mientras da grandes sorbos a su cerveza; la boca se vuelve acuosa en necesidad, aunque descubro que mi objeto de deseo, es la cerveza, no el hombre; a pasó lento avanzó en el sendero correcto, metafóricamente por supuesto, no muevo ni siquiera una pestaña mientras observo a Ronald. De pie en medio del bar, poco tiempo le toma percatarse de mi mirada agujereando su nuca. Se apresura a levantarse, dando grandes zancadas hasta mí, al verlo aproximarse, con su porte masculino de siempre, algo desaliñado y con sus profundos ojos azules; los recuerdos que suprimí durante tantos días, vuelan mi cabeza cómo un viejo cassette reproduciendo una película que poco o nada, deseo contemplar. Quiero permanecer estático, escuchar lo que tiene por decirme y luego, simplemente largarme, cerrando así cómo un adulto el asunto. Antes de poder dar el primer respiro, salgo corriendo cómo un niño.

No comprendo tampoco el movimiento, hasta que en medio de la calle, soy tirado por Ronald hacia la acera, junto a su pecho. Ambos estamos agitados, respirando sobre el rostro del otro, los turbados ojos de Ronald suplicando alguna jodida cosa que no logro comprender, sus labios sin moverse más allá de la ingesta de aire. Su cabello despeinado, sus facciones perfiladas, las hermosas pecas; todo por poco me hace vomitar, justo, este es el bastardo del cual me enamore, mismo que al parecer, no compartía el sentimiento. Después de días sin sentir, el corazón martilla acongojado en el pecho, mientras me remuevo de los brazos que me aprisionan, necesito escapar. Las lágrimas traicioneras me surcan la mirada, es nuestro primer encuentro después de la guerra. Es por completo, una pesadilla. Weasley, por supuesto, no me permite la huida, pasando uno de sus brazos por la cintura, el otro me acuna el rostro; las rebeldes hebras azabaches se enredan entre sus dedos, mientras el pelirrojo intenta desesperado retenerme a punta de susurros ahogados y fuerza bruta. Un auténtico espectáculo en medio de la calle dónde hemos ido a parar, ni siquiera soy consciente de cuánto hemos recorrido, sólo sé que el bar, ya no está en nuestra periferia. A mi alrededor, sólo se encuentra Ronald. 

- Te amo Harry, por favor... - Suplica Ron, impidiendo que nos arrastre hacia la calle; sus palabras son la gasolina perfecta para el fuego en mi interior, sollozo levemente al escucharlo; por favor no -... Todo lo que dije, sólo fue por rabia, lo sabes cariño. Te adoro - Murmura en medio del patético intento por movernos, ya ni siquiera le imprimo verdadera fuerza a los movimientos. Ronald, lo comprende por completo.

- Sólo soy un huérfano carente de cariño, Ronald - Replicó con rabia, al menos la mitad de lo que pretendo; las palabras suaves de Ron se incrustan en mi subconsciente, junto a las anteriores dichas, peleando una batalla campal en mi mente que me trastorna los sesos.

- No, mamá te ama incluso más que a mí... - Susurra con suavidad, su sonrisa característica aunque un poco chueca por la premura, sale a flote; el pelirrojo se acerca, inclinándose oscuramente sobre mí -... No te falta amor, porque yo estoy contigo - Reconoce con medio tono de voz, casi sobre mis labios, me suelta la cintura para encajar ambas manos a los lados de mi rostro; tiemblo ante sus palabras, otro sollozo lastimero escapando sin permiso.

- Ronald te vi... Tu... - Intento sin removerme un apéndice, no puedo; estoy clavado al suelo, a merced de Ronald y las suaves palabras de siempre. El corazón ni siquiera late desbocado, esto es simplemente natural entre ambos. Nuestra complicidad.

- Lo se cariño, lo jodí todo... - La pesadez en su boca, me perturba un poco; Ron nunca se disculpa, menos tan abatido; intento sopesar la premisa y no sólo atragantarme con llanto, pero Ronald no me permite tal premisa, uniendo nuestros labios, el beso es mucho menos impositivo que siempre, incluso suave en términos del ordinario pelirrojo -... Pero eso no tiene porque ser un punto definitivo, aún podemos seguir siendo nosotros... - Susurra, recorriendo con sus suaves labios los propios, mismos que se derriten sin permiso junto a la boca ajena; no puedo -... Aún podemos casarnos - Recuerda mi anhelo, uno que creí nuestro.

- Pero tu no quieres casarte - Le recuerdo sorbiendo ahogadamente por la nariz húmeda; Ron siendo simplemente Ron, limpia las lágrimas y rastro de humedad de mi nariz con calma.

- Sólo eran mis inseguridades, cariño... - Reconoce despacio, casi en un tono extinto, cómo si tuviese miedo de escucharse a sí mismo, cierra los ojos un momento descansando la frente con la propia -... Sólo tengo miedo de perderte y perdernos - Murmura con la misma pesadez que nos ha acompañado en todo el encuentro.

- Yo no se si pueda... - Reconozco con voz temblorosa, aún en la fase de niño desahuciado, suplico por un momento para respirar; alejándome lentamente del hombre. Quiero sostenerlo y a la vez correr lejos, la dualidad me está matando lentamente.

- No digas nada, no ahora... - Pide desesperado, pero aún así, soltándome despacio; permitiendo un poco de aire que no esté contaminado por el sabor de su boca -... Sólo piénsalo, ha sido un año largo planeando nuestra grandiosa boda - Menciona con rapidez, recordando nuestra boda aún no consumada, sin embargo, en medio de la desesperación que me tortura el alma, reconozco un vestigio; una palabra que no debería ir allí. Grandiosa, Ron nunca ha definido nuestra unión cómo grandiosa. Suena extraño en sus labios. No son sus palabras.

- Te puedo probar qué si quiero esto... - Intenta al percatarse de mi mutismo, mientras el cerebro en medio de un crudo deja vu, busca el receptor de las palabras que he reconocido en los labios ajenos, incluso el llanto ha cedido para darle paso a la mente repentinamente despierta -... Déjalo todo en mis manos, organizare la fiesta, el banquete, la decoración... los centros de mesa... - Súplica, enumerando todas aquellas cosas que siempre odio en secreto y lo supe hasta hace poco; la desesperación en su voz me abruma -... Incluso pagare por la luna de miel, créeme cariño, esto es sólo un contratiempo para nuestra felicidad - Incita, alcanzándome de nuevo al borde de la calle, he retrocedido sin notarlo siquiera, de nuevo en su calor; esto me descongestiona un poco los sentidos. Ronald no suplica, todo lo da por sentado.

- Necesito... Yo necesito pensarlo - Suplico estoico, apenas moviendo los labios; una luz diminuta en mi cerebro, aquel inteligente pedazo de mi qué siempre me jacté tener, trabaja a mil por hora. Este no es nuestro Ronald.

- Todo el tiempo qué necesites, cariño - Susurra despacio sobre mis labios, tomándolos en un beso lento; me transporto a nuestros primeros días, dónde me conquistó con tan poco.

- Harry... Te amo - Reconoce aún con los labios unidos; no he cerrado los ojos cómo se esperaría de mí, por lo que he podido ver su sonrisa. La sonrisa del policía Weasley.

Me separo del pelirrojo, entrando en el taxi que me apresuro a tomar; una vez lejos de Ron me permito respirar adecuadamente, acariciando los labios levemente abultados después de tanto desuso y el leve choque con Weasley. Algo se siente diferente; mucho más extraño que de costumbre, he probado dicha boca muchas veces antes, pero es la primera vez que siento a cabalidad, la sensación amarga aferrada al fondo de la garganta; una mórbida idea escapa de cualquiera de mis sentidos, afianzándose en mí cabeza, Ron trama algo, conozco cada uno de sus patrones. La suavidad y los besos en medio del invierno, no compone una de sus fases, ni siquiera al estar arrepentido de sus acciones. La cabeza trabaja a mil por hora para alcanzar mis conspiraciones, Ronald es orgulloso, terco e incluso vengativo; simplemente es ilógico que se rinda cómo un cachorrito, hemos tenido peleas antes, en todas ellas, la cama brilla por la ausencia del pelirrojo por semanas; ahora con todas las variantes, se que dormía en una cama diferente, seguramente, Draco disfrutaba mucho de acunarlo en las noches. Draco. Al detenernos en medio de la avenida, con el semáforo brillando en rojo, también lo hace mi sentido común. Draco.

Bajo los dedos para sostener el teléfono, el aparato parece pesar un kilo en el bolsillo del abrigo. Miro la pantalla en completo negro, la vertiginosa sensación de curiosidad me consume, no quiero estar en lo correcto, pero el agujero al final del estomago, me recuerda que sólo hay una manera de descubrirlo. Aún no voy tan despejado para pensar adecuadamente los siguientes movimientos, no debo hacerlo; no quiero hacerlo. Aún así, lo llevó a cabo. Desbloqueo el teléfono, mirando hacia el taxista, cómo si fueran los ojos del pelirrojo dejado atrás los que me escudriñan. Me siento nervioso, sumamente inquieto ante las posibilidades que la cabeza baraja cada vez con mayor prisa; es su privacidad, pero es mi verdad. Busco la carpeta con su nombre en mi teléfono. Una inocente copia de seguridad, un duplicado de su vida; es mi verdugo personal. Me deslizo por todas las carpetas que poco o nada me importan; trabajo, amigos, familia, Molly, Artur... Draco. Malfoy, bajo una falsa sombra de profesionalismo. Apenas me perturba encontrar tantos mensajes de ellos, incluso esta misma tarde. No dudo que la repentina llamada de Ronald tenga que ver incluso con la maldita serpiente albina que tiene por... Amor.

El mote cariñoso salta en medio del reguero de mensajes, me quedo un momento estático al leerlo; nunca lo utilizo conmigo, no es un cursi empedernido. Deletreó la palabra con obsesión, tragándome el nudo atorado en la garganta, con un suspiro torturado; sigo buscando lo que ahora se, tiene que estar en algún lugar, aunque no se a cabalidad qué es lo qué busco; algo extraño y grandioso, sin duda. En poco tiempo, lo encuentro, el mundo se tambalea otro poco; leo con demencia el burdo plan gestionado por esos dos, propuesto por supuesto por el vengativo Ronald, ese si es nuestro capitán Weasley; pretende pagar todo, casarnos y luego cobrar lo invertido, echarme de casa y quedarse con todo lo que tengo, sólo por el injurio de romperle la nariz. No es la tristeza lo que me invade, aunque veo su pantomima cruel, tampoco es dolor, sabía que era simplemente irrisorio un Ronald arrepentido; sin embargo, la rabia, la completa locura, a esa le entrego mi completa alma. Una nueva fase de mi duelo por Ronald, comienza al salir del taxi.

El mismo escaparate de vicios me persigue al andar a casa, esta vez, ni siquiera me lo planteo; compro tanto licor que podría bañarme en este. Mejor, bañare el recuerdo de Ronald en este. Sólo al llegar a casa, puedo soltar el grito atorado en la garganta, descargando toda la cólera contra el diván, mismo que cruje ante la brutal patada que lo tambalea.  Me despojo de los zapatos y casi toda cosa que llevo encima, tomo una botella de vino y empiezo la locura por completo. Casi corriendo subo a la habitación principal, sin maldito miedo a nada, pierdo la cabeza al abrir la puerta de par en par; Ronald brilla por todas partes, ese jodido bastardo. Cómo una bestia sin domar, arrasó con todo su recuerdo en nuestra habitación; todas sus cosas vuelan hasta estamparse sin sentido unas contra las otras; desocupo cada recoveco del maldito pelirrojo, hasta que incluso la sombra que estuvo cerca se pierde en la nada. Todo explota al llegar al armario; toda su ropa está allí, sonrió contra la boquilla de la botella de vino que me acompaña. Le enseñaré a jugar. Abro la ventana que da al patio y cómo un verdadero lunático, todas las prendas de Ronald bajan en cascada. Sólo estoy satisfecho cuando incluso su ropa interior está en nuestro, no, en mi jardín. Todo es mío, toda maldita cosa en su vida es mía.

De dos en dos, bajó las escaleras y a pesar de estar descalzo aún, ingreso en el blanco jardín; echando mano de la supervivencia qué la vida me ha enseñado, empujo sus cosas en un montón, todo un bulto de mierda; una que se enciende cándidamente después de bañarlas en vino, con fulgor veo incinerarse sus cosas con una botella en la mano; brindó a su salud. La demencia disminuye considerablemente, mientras veo sus cosas hacerse añicos, así cómo nuestra vida. De a sorbos pequeños, sólo la melancolía resguarda mi corazón, mismo que está demasiado cansado de los vuelcos de emociones que me provoca el pelirrojo. Estoy en un constante pico, tambaleándome para no caer. Estoy cansado. Bajo las llamas casi consumidas y una botella de vino a la mitad; recuerdo vagamente que no estoy sólo, no al menos cómo Ronald parece pensar. Sólo un pitido después, una voz me recibe, lanzó un llamado de auxilio en un par de palabras; Hermione, vuela en mi ayuda, en poco tiempo, esta a mi lado, sosteniéndome calurosamente mientras bebe de su propia botella de vino, me explayo en contarle la situación, reconociendo todo el caos por primera vez en voz alta; duele, pero no hay lágrimas para derramar. Es mejor así. Herm, escucha en silencio, dando uno que otro apretón cuando el relato se vuelve escabroso; al terminar, sólo toma un largo sorbo de su vino. 

- Acepta su trato - Murmura con los labios aún pegados al vidrio, su mirada cristalizada pero limpia; los ojos siempre al frente.

- ¿Te has vuelto loca?... - Inquiero sacudiéndome bajo su ala, Hermione me amonesta volviéndome al lugar que quiere -... ¿No has escuchado nada de lo que te he dicho?. No me casaré con él - Reconozco por primera vez, agradezco que la garganta no se cierre al soltar la cruda verdad. Herm, no parece ni siquiera perturbada.

- Tan denso cómo siempre, Harry... - Reconoce con una media sonrisa que me trastoca; también conozco sus patrones a la perfección -... Piensa, él va a pagar todo... pero eso no quiere decir, que tengas que casarte - Acota con simplicidad; me toma un par de sorbos de vino comprenderle. Oh, qué hermosamente cruel.

- Pero... - Intento, llamando a su conciencia; la misma que se, está adormeciendo en vino.

- Se lo merece, por ser un bastardo... - Exclama con la voz profunda; todo el desprecio que le guarda a Ronald, me acaricia; por fin alguien está de mi lado -... Dile que aceptas su trato, él va a pagar todo según su plan, incluso la luna de miel... - Murmura a medio trago, entregándome mi teléfono; no dudo al tomarlo, buscando el contacto requerido, no siento un apéndice al teclear lo que Hermione dicta con malicia -... Busca un buen lugar, romántico y de ensueño. Es tu luna de miel - Rechista al estar completo el asunto con Ronald, me río ante su crueldad, la primera risa en muchos días.

Hermione, choca su botella de vino con la propia en un brindis que me devuelve la vida. Esto sólo ha sido una nueva prueba de esta, no debo rendirme ante ella como no lo he hecho antes; incluso con la muerte de mis padres y Sirius, esto es sólo otro golpe de la vida, esta vez sólo entregue el corazón; pudo ser peor. En medio de risas crueles, buscamos todos los detalles de mi grandiosa boda; Herm inducida por la venganza, toma en consecuencia todas las cosas que odia Ronald para componer los detalles aún inconclusos de mi boda. Al terminar, estamos tan ebrios que apenas podemos andar, pero cómo una tubas, tenemos al menos una cosa clara; Venecia es una hermosa ciudad para pasar una luna de miel, incluso en invierno. Felicidades a mí, por mi boda. Alzó la botella casi vacía al cielo. ¡Por mi! El corazón debe volver a latir. 

 

Día I

 

     Abro los ojos gracias al llamado de una voz dulce que me envuelve por las bocinas de la cabina; parpadeo un poco confundido sin entender el dialecto empleado, aún medio dormido, apenas logró comprender algo más allá de la ventanilla abierta a mi lado; las gafas chuecas, me dejan por segundos en penumbras borrosas. Sólo cuando reconozco la cabina cómoda y costosa dónde me encuentro, puedo bostezar con energía, encogiéndome cómo un gato al borrar la pereza y el rastro de sueño de los sentidos; que encantador es viajar en primera clase; justo la luna de miel que soñé. Con un último bostezo animado, intento reacomodarme el cabello, echando un vistazo fuera de la ventanilla; la veo cerca, majestuosa e imponente. Me llama con el viento. Le sonrió, cómo un niño encantado con tanta hermosura. Al observarla, retomo el sueño anterior, uno de los más locos del último tiempo; uno en el cual, Hermione corre junto a mi por el canal, sosteniéndome el velo del vestido de bodas; sólo puedo pensar una cosa, las caderas se me ven anchas llenas de encaje blanco. Me río escandalosamente de mi propia estupidez; comienzo a desvariar ante la ciudad de la fantasía, espero no perder la cabeza en ocho días.

¡Benvenuto a Venezia!.

Notas finales:

Gracias por leer. Nos vemos pronto. PK. 


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