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Notas del fanfic:

Los personajes no me pertenecen a mi sino a Kishimoto-sensei (=^w^=)

Notas del capitulo:

¡Holaaaa! Aquí traigo un nuevo oneshot SasuNaru nwn Hacía un tiempo que no subía nada y desde hace meses que quería escribir esto :P

¿Por qué tenía tantas cosas? Ni siquiera recordaba la existencia de, como mínimo, la mitad de ellas. Siempre se había considerado una persona ordenada, la cual no compraba ni guardaba de forma innecesaria, pero al parecer debía de reevaluar aquello.


Miró a su alrededor con evidente cansancio. Llevaba horas sentado en el suelo de la sala de estar, colocando sus posesiones dentro de cajas, las cuales iban aumentando en cantidad mucho más de lo que había previsto, llegando a temer no tener suficientes para empacarlo todo.


Suspiró por Dios sabrá qué vez. ¿Por qué estaba haciendo aquello? Se preguntó de nuevo. Ah. Cierto. Porque el dueño del edificio no había querido pagar las revisiones y reparaciones correspondientes y después de una inspección sorpresa, habían sentenciado la demolición del complejo de apartamentos alegando problemas estructurales que acarrearían un riesgo de seguridad para todos los inquilinos. Es por ello que ahora se encontraba guardando sus cosas a toda prisa.


La verdad es que, aunque comprendía la decisión tomada, no le gustaba para nada la situación. Es solo que llevaba viviendo en ese piso desde que era niño y le dolía saber que iba a desaparecer por completo. Básicamente, no quería marcharse por un apego emocional, no porque no tuviera los recursos necesarios. Su trabajo iba de maravilla. A sus 26 años, era uno de los mejores organizadores de eventos de toda la ciudad, y en su cuenta bancaria había más que suficiente como para comprarse varias mansiones si así lo deseara. El caso es que al haber crecido con limitados recursos aprendió a gestionar el dinero y no despilfarrarlo. Además, que al ser soltero tampoco veía la necesidad de vivir en un lugar enorme. Su pequeño piso de una habitación, un baño, cocina, comedor y sala de estar era más que suficiente para él solo. Por todo ello, le entristecía que no tuviera más elección que marcharse.


Les habían dado un mes de margen para desalojar el edifico, no obstante, había necesitado casi tres semanas para encontrar un apartamento que no le disgustara. Daba igual dónde se encontrara y cuánto costara el alquiler o el comprarlo directamente, que siempre veía pegas al sitio: muy grande, muy pequeño, distribución extraña, electrodomésticos y muebles feos, decoración extravagante, etc. Nunca se sentía contento con lo que veía.


Otro factor importante para la demora, es que aquel era el mes más atareado del año en su lugar de trabajo y por ello tampoco había logrado tener mucho tiempo libre para dedicarlo a buscar piso nuevo. Al final, una compañera y amiga del trabajo, la cual oyó su dilema un día que se encontraba agobiado mirando apartamentos en la cafetería del edifico, le comentó sobre el piso que ella quería vender. Su marido y ella llevaban viviendo en el lugar casi seis años, sin embargo, habían tomado la decisión de comprarse una casa en un buen barrio de la ciudad, queriendo empezar a formar una familia pues ambos ya habían cumplido los 30.


Decidió echarle un vistazo y no se arrepintió. El edificio, el cual databa de tan solo 12 años y no 60 como el suyo, se encontraba a tan solo 10 minutos andando de su trabajo, contrario a la hora en autobús, dado que no contaba con ningún vehículo propio para desplazarse, que le tomaba desde su actual hogar. Ambos datos era un punto a favor del nuevo complejo de apartamentos.


Le hubiera gustado que fuese algo más pequeño, o al menos que ella no viviera en el décimo segundo piso, dado que le gustaba utilizar las escaleras más que los ascensores, pero supuso que si quería hacer ejercicio siempre podía subir y bajar un par de veces y eso bastaría.


Ella rio ante su comentario, dicho justamente cuando subían en ascensor. Al llegar a la planta indicada, le señaló la puerta adyacente a la suya, comentándole que, al no tener vehículo propio, les habían permitido a sus vecinos utilizar su plaza en el garaje, cosa que a él no le molestó dado que tampoco poseía ninguno. Después, se adentraron al piso.


De entrada, a su derecha se encontraba una pequeña habitación la cual era utilizada como armario por su estrechez, algo muy cómodo para guardar abrigos, zapatos, etc. Luego seguía la razón por la cual les estaba costando vender el apartamento. Originalmente, el piso contaba con dos baños completos, pero ellos decidieron transformar el de la sala en un aseo y una lavandería, siendo separados por una pared, pues ambos trabajaban hasta tarde y la idea de tener que bajar hasta la planta baja del edificio para lavar la ropa no les parecía para nada práctico, era eso o hacer la colada los fines de semana cosa que tampoco les gustaba por que los demás vecinos se esperaban hasta entonces y siempre se encontraba el lugar a reventar.


Al parecer, la gente que buscaba piso no opinaba lo mismo, y los pocos que decidieron echar un vistazo lo rechazaban por aquella razón. Por otro lado, a él le gustaba la idea, mucho más al ver que las puertas eran correderas, lo cual dejaba más espacio útil dentro de las estrechas habitaciones.


Llegaron a la sala de estar, la cual era amplia y luminosa, pues un gran ventanal ocupaba parte de la pared izquierda, ventajas de vivir en el apartamento que hacía esquina. La habitación a la izquierda era la cocina, otra vez con puerta corredera cosa que le encantaba dado que era algo desastre en cuanto a cocinar se trataba y si contaba con visitas, siempre podía cerrar la puerta y así nadie vería el desorden dentro. Esta hacía forma de L, dejando el rincón a la izquierda de la puerta libre donde el matrimonio había colocado una mesa redonda para cuatro ocupantes máximo.


Al volver a la sala, su mirada se posó en las tres puertas restantes. La dos a su derecha, al lado del aseo, eran originalmente dormitorios, solo que ellos utilizaban uno de ellos como despacho, algo que seguramente él mantendría. Ambos eran de un tamaño considerable y asintió satisfecho con lo que veía. A continuación, se adentraron a la última habitación la cual se encontraba al fondo de la sala de estar. El dormitorio principal era casi tan grande como su anterior apartamento, y no estaba exagerando. Ventanales daban paso a la luz solar y pudo notar el balcón, de un tamaño considerable, cosa que hizo que se le iluminaran los ojos. Siempre había querido tener plantas, pero nunca tuvo sitio para cuidarlas, y por ello le hacía mucha ilusión convertir la terraza en un pequeño jardín.


Por último, su vista se posó en la puerta a la derecha, junto al gran armario, suponiendo que ahí se encontraría el baño faltante y no se equivocó. Al entrar vio la enorme ducha y bañera, ambas colocadas en la esquina izquierda, no pudiendo evitar sonreír ampliamente al ver que se encontraban separadas.


Sinceramente, le había encantado todo el piso, cosa que le comunicó a su amiga, quien pareció extasiada por su decisión de comprarlo. Esa misma tarde firmaron la compra-venta y de aquello tan solo hacía dos días.


El timbre sonando le sacó de sus recuerdos.


-¡Está abierto! –exclamó desde su lugar.


-¿Terminaste, Naru? –preguntó un hombre castaño de ojos madera, quien le sonreía dulcemente.


Él le devolvió el gesto sin que pudiera evitarlo. –Casi. –respondió señalando los objetos que todavía le rodeaban.


El mayor amplió su sonrisa al verle sentado en el suelo. Miró alrededor, notando las paredes desprovistas de todo tipo de decoración, las cajas amontonadas por todas partes y se sintió orgulloso de su hijo adoptivo. Sabía lo difícil que era para él el tener que abandonar el apartamento, el lugar que había considerado su hogar durante toda su vida. Sus ojos se posaron sobre un grupo de cajas, algo apartadas de las demás, y con curiosidad se acercó a ellas lo suficiente como para poder ver su nombre escrito en ellas.


-¿Naru? –le llamó confundido. El joven rubio giró a verle de nuevo y rio divertido al notar lo que había llamado la atención del mayor.


-Mientras limpiaba encontré ropa y juguetes de cuando era pequeño y al ver que la mayoría estaban en muy buen estado, pensé en dártelos y que los llevaras al orfanato. –explicó sonriendo.


El castaño sintió sus ojos aguarse y sin poder evitarlo se lanzó a abrazar al ojiazul quien no dudó en corresponder al gesto.


Iruka trabajaba como profesor de primaria, lugar donde ellos se conocieron, pero los fines de semana hacía de voluntario en un orfanato casi a las afueras de la ciudad. El rubio recordaba la sorpresa en el rostro del ojimiel cuando le vio allí. Después de todo, las vacaciones hacían tan solo un par de días que habían comenzado y por ello no hacía tanto que ellos se habían visto en clases por última vez. Allí se enteró que el menor y su familia habían tenido un accidente de coche donde, desafortunadamente el matrimonio murió, dejando al pequeño niño de 8 años solo quien, al no tener familia, fue enviado al orfanato nada más sus heridas se curaron.


Iruka no tardó en pedir su custodia e hizo lo mejor que pudo para mantener el hogar del doncel, pues este no merecía todo lo que le había sucedido en tan poco tiempo y a tan temprana edad.


-También hay accesorios de cocina como sartenes, platos, vasos… sino recuerdo mal, dijiste que era hora de cambiarlos y yo los compre no hará ni dos meses. –añadió en voz floja el rubio.


El mayor rio quedo y le besó la frente con cariño. –Eres increíble. –susurró lo que hizo reír suavemente al menor.


Una parte de su persona quería recordarle que podría donar mucho dinero al orfanato, dado que podía permitírselo, no obstante, el ojimiel se había negado siempre que sacaba el tema, alegando que con todos los muebles que había donado, todos los juguetes, toda la ropa y, aún más importante, todo el tiempo que pasaba con todos y cada uno de los niños, era más que suficiente.


-¿Interrumpo algo? –inquirieron a sus espaldas. Reconocieron la voz de inmediato y al girar sus ojos se posaron sobre un hombre de cabello plateado y ojos grises quien les miraba con diversión desde el umbral de la puerta de entrada.


-No es nada. –aseguró Iruka con dulzura. –Empecemos a cargar cajas en la furgoneta si queremos llevarlo todo hoy. –indicó y sin decir nada más, salió del lugar cargando con dos cajas en sus brazos.


Los dos hombres restantes se sonrieron, entretenidos por la situación, para a continuación volver su atención a sus respectivas tareas: el ojiazul comenzó a guardar lo que le quedaba mientras que sus progenitores cargaban la furgoneta, que habían alquilado para la ocasión, con cajas.


Los muebles más grandes como los sofás, mesa, estanterías, etc. ya se encontraban en el piso. Su amiga sabía de su fecha límite, así que aprovechando que ellos ya hacía tiempo que se habían mudado a su nueva casa, le ayudaron a recibir y colocar los muebles nuevos para el ojiazul. También le dejaron algunos que este decidió donar al orfanato pues no tenía espacio para todos ellos o no combinaban del todo con la estética que él quería para su hogar. Naruto les agradeció profundamente por su ayuda, dado que con todo el trabajo que tenía en la oficina no tenía tiempo para encargarse de todo, no con el poco tiempo que le quedaba.


Con el ajetreo, ni siquiera había tenido tiempo de hablar con los que serían sus nuevos vecinos sobre el tema del aparcamiento. Hinata le comentó que la familia de cuatro no se encontraba presente en ese momento, por vacaciones o por tema familiar, no recordaba del todo, el caso es que no pudo avisarles sobre la venta final del piso ni sobre el tema del garaje. Es por ello que esperaba poder saludarles cuando las cosas se calmaran un poco más.


El día pasó, la mudanza avanzó a paso lento, pero seguro. La mayoría de sus pertenencias ya se encontraban en su nuevo apartamento, dejando solo unas pocas cajas dentro de la furgoneta, las cuales eran las más pesadas y por ello habían decidido dejarlas para el final. Se dedicaron a colocar cada una de sus cosas en sus respectivos lugares, parando levemente solo para comer algo al mediodía y a media tarde para merendar algo, cosa que en eso último estaban cuando oyeron el timbre sonar. El hombre de cabellos plateados fue quien se levantó y abrió la puerta.


-¡¿Qué demonios haces tú aquí?! –oyó una voz masculina exclamar.


-Que cruel eres, Sasu-chan. Y yo que creí que me echaría de menos. –comentó con clara burla en la voz el ojigris.


-¡Kakashi! –amonestó su castaño padre quien no tardó en caminar en dirección hacia la puerta.


Soltando una risita divertida, el rubio se levantó del sofá que ocupaba y se encaminó hacia la entrada. Allí vio a su padre, el cual sonreía burlonamente hacia un joven de estatura alta, cabello azabache, ojos brunos y piel pálida, quien miraba al más alto con el ceño fruncido en clara molestia.


-Sasuke, cariño. –llamó una dulce voz y detrás del moreno pudo ver a una bella mujer de estatura algo baja, cabellera larga negra, ojos igual de oscuros y piel como el mármol, la cual les sonreía con amabilidad. –Disculpen, ustedes deben de ser los nuevos vecinos. Yo soy Uchiha Mikoto y él es mi hijo menor, Sasuke. –se presentó ella.


Antes de que el peliplateado dijera algo, recibió un codazo, para nada sutil, por parte del ojimiel quien le sonrió a la pareja.


-Lo sabemos, Sra. Uchiha. Mi marido era su profesor de física en bachillerato. –explicó suavemente.


Ella pareció sorprenderse por el comentario, ocasionando que mirara al menor, el cual asintió después de suspirar profundamente.


-Maldita sea… creí que ya no tendría que ver tu pervertida cara. –gruñó entre dientes. Ella le golpeó la nuca como regaño por su comentario.


-Eres tan malo conmigo, Sasu-chan. Y yo que pensaba que te alegrarías de verme de nuevo. –lloriqueó el mayor.


-¡Ni en un millón de años! –declaró seriamente el de ojos como la noche.


-Tan cruel… y eso que eras mi alumno favorito. –siguió con su acto el peliplateado. Tanto Iruka como Naruto negaron con la cabeza, exasperados por el actuar del mayor.


-Deja de molestar a mis vecinos. –regañó el rubio, al ver al moreno apretar los puños con clara irritación, dando a conocer su presencia a la familia, quienes le miraron con sorpresa evidente en el rostro.


-Lo siento, Naru. Es que es tan divertido molestar a Sasuke. –se disculpó, aunque por el brillo en sus ojos, estaba más que claro que no lo sentía para nada. Tanto castaño como rubio se miraron y suspiraron, para a continuación ver al peliplata ser arrastrado hacia dentro del piso por el ojimiel, el cual tenía agarrada una de sus orejas con fuerza al tiempo en que le sermoneaba por su actitud.


El ojiazul negó con la cabeza de nuevo ante la actitud del matrimonio, algo más que habitual para él, y entonces giró a sonreír a la familia.


-Siento la escena. –se disculpó con nerviosismo.


-¡Oh, no! No se preocupe. –se apresuró a decir ella. –Entonces… ¿el nuevo vecino es usted? –preguntó la mujer.


-Así es. –afirmó lo que ocasionó que el moreno menor se relajara considerablemente. Aquello hizo que el rubio soltara una risita, pues era evidente el desagrado de Sasuke hacia uno de sus padres. Naruto iba a decir algo más, pero una voz masculina se lo impidió.


-¿Mikoto? –llamaron a la mujer. Los tres se giraron y vieron a otros dos hombres, también de cabello azabache y ojos oscuros, acercarse hacia ellos por el pasillo. –¿Preguntaste lo del garaje? –inquirió la misma persona y en esa ocasión Naruto puedo identificar al emisor como el mayor de los dos.


-¡Oh, cierto! Lo olvidé por completo. –confesó ella algo avergonzada.


-Vimos una furgoneta de mudanzas y recordamos que Hyuga-san mencionó sus planes de vender el piso, por eso mamá quiso venir a hablar del tema. –explicó el segundo hombre al ver la confusión en el rostro del ojiazul. Este era más joven que el primero, pero no tanto como Sasuke, por lo que concluyó que sería el hijo mayor de Mikoto.


-Hinata me lo comentó. Quiso avisaros, pero dijo que no pudo al ver que estaríais ausentes por un tiempo. –comentó el rubio, a lo cual la familia asintió con comprensión. – Sobre el tema… no hay ningún problema en que uséis mi plaza. No tengo coche y tampoco tengo planes de comprarme uno. –aseguró sonriendo ampliamente.


-¡Muchas gracias! ¡De verdad que eres un cielo! Em… –agradeció Mikoto, quien le sonreía contenta, para luego mirarle con el ceño levemente fruncido.


-¡Oh! ¡Lo siento! ¡Olvidé presentarme! –se disculpó Naruto al comprender la reacción de la mujer. –Me llamo Naruto. Namikaze Naruto. –se presentó rápidamente. –Y no es nada. De verdad que no es ningún problema. –dijo el ojiazul con amabilidad. Con velocidad giró para mirar hacia dentro del apartamento. –¡Papá! –llamó y el castaño no tardó en asomar la cabeza por el pasillo en respuesta. –Dile a Kakashi que mueva el culo y vaya a mover la furgoneta. –pidió con una sonrisa ladeada y voz burlona.


-¡Eres malo conmigo, Narutín! –se quejaron con dramatismo. Pronto el de cabello plateado se acercó a ellos con las llaves en la mano.


-No sé de qué me hablas. –habló con aparente inocencia el ojiazul, recibiendo como respuesta un ligero golpe en la frente.


-No me digas que olvidaste que todavía quedan cajas por subir ¿no? –mencionó con diversión, cosa que hizo gruñir al rubio.


-Cierto… –susurró con obvio cansancio. Después de todo el día empacando y desempacando sus cosas, no quería volver a ver una caja en meses, sino años.


-Sigue colocando y guardando lo que quede en su sitio en lo que Iru-chan y yo subimos el resto. –le instó y Naruto sonrió por el detalle.


-Si es así, podemos ayudar. –sugirió Mikoto amablemente.


-No me gustaría molestar. –dijo tímidamente el ojiazul.


-No es molestia, cielo. Más bien, déjanos ayudarte como agradecimiento. –insistió ella.


-No es mala idea, Naru… lo que queda es bastante pesado. –comentó Kakashi al ver el rostro inquieto de su hijo. Él le miró unos segundos para luego suspirar y asentir levemente.


-Decidido entonces. –anunció ella, contenta de poder ayudar.


La mujer no tardó en enviar a su marido, al cual presentó como Fugaku, e hijo mayor, de nombre Itachi, a ayudar al matrimonio, mientras que ella y Sasuke acompañaban a Naruto a colocar cosas en los cajones y estantes. Por suerte no quedaban muchas cosas, por lo que un par de minutos más tarde, los tres se sentaron sobre el sofá de la sala.


-¿Qué es lo que queda, cielo? –cuestionó la morena.


-Solo lo que va en el despacho… libros y tal. –respondió pensativo.


-Entonces haré algo de té en lo que suben lo que falta. –decidió ella y después de levantarse se encaminó hacia la cocina.


-No intentes pararla. –avisó Sasuke al verle abrir la boca. Él rio y se acomodó mejor en el sofá, girando levemente a su derecha para mirar al moreno a su lado.


-Gracias por la ayuda. –mencionó con una amplia sonrisa.


-Hn. –'dijo' este ocasionando que el rubio soltara una risita, pues a parte de su exaltación al encontrarse con el de cabello platino, a duras penas y había pronunciado palabra.


-Aquí tienes, cielo. –habló Mikoto al tiempo en que dejaba varias tazas de té sobre la mesita de café para luego sentarse de nuevo a su izquierda, dejando a Naruto entre medias de ambos morenos.


Los tres tomaron el té con calma y en eso estaban cuando los cuatro adultos restantes, entraron de nuevo con varias cajas, las cuales dejaron directamente en la habitación correspondiente. Luego, cuando el ojiazul declaró que ya colocaría lo que quedaba otro día, se acomodaron en los sillones para descansar y hablar entre ellos de varios temas. Naruto les contó sobre su trabajo y al mencionar su edad, la familia se sorprendió enormemente puesto que no los aparentaba para nada. Quién parecía más estupefacto era el Uchiha menor, el cual no había dejado de mirar al doncel disimuladamente todo el rato, cosa que todos los demás parecieron notar, sobre todo su hermano mayor el cual no pudo evitar sonreír con diversión ante el claro interés del menor hacia el ojiazul, aunque este intentara ser lo más discreto posible.


Por otro lado, Naruto se enteró que Mikoto y Fugaku tenían 48 años, ella trabajaba de doctora y él era fiscal general. Itachi, a sus 23 años, había acabado su doctorado y ahora trabajaba junto a su progenitora. Sasuke, por su parte, acababa de cumplir los 19 años y se encontraba estudiando ingeniería en la universidad.


Un par de horas pasaron volando con la compañía tan amena y Sasuke miró confundido hacia el suelo, llamando la atención de todos los presentes.


-¿Pasa algo? –cuestionó Iruka al menor.


-¿Qué es esto? –preguntó el moreno al tiempo en que alzaba una pequeña caja de debajo de la mesa.


-¿Mmn? Pues no sabría qué decirte. –confesó con sinceridad el rubio.


La caja fue depositada con cuidado sobre su regazo y él la abrió. Los tres más cercanos miraron dentro con curiosidad. Una sonrisa se instaló en su rostro y de su boca salió una carcajada, lo cual logró que todos le miraran entre sorprendidos y curiosos.


-Oh Dios… ya recuerdo qué es. –logró decir entre risas.


-Tus notas sí que eran pésimas. –mencionó desvergonzadamente Sasuke, después de que sus ojos se posaran sobre un cúmulo de papeles. Mikoto, por su parte, tan solo pudo soltar una risita ante la poca delicadeza de su hijo menor.


-No puedo negarlo… primaria no fue mi mejor época. –dijo con tranquilidad el ojiazul.


Los ojos de Iruka se iluminaron con reconocimiento y excitación. Sin perder el tiempo se levantó de su lugar sobre el regazo de su marido y caminó hasta pararse detrás del sofá que el doncel ocupaba, mirando con diversión dentro de la caja que este sostenía.


-No creí que guardarías todo esto. –comentó con dulzura al tiempo en que reposaba su mentón sobre la cabeza del menor.


-Es un recordatorio… de lo lejos que he llegado. –susurró lo último y el castaño le besó la cabeza en respuesta. Sus ojos se aguaron y su respiración se cortó brevemente cuando su mirada se enfocó en una hoja la cual se encontraba debajo del montón de exámenes.


-¿Naru? –cuestionó preocupado Kakashi al ver la reacción de su hijo ante algo. Este negó levemente con la cabeza a la vez en que sollozaba ligeramente.


-No recordaba esto. –murmuró con una suave y pequeña sonrisa adornando sus facciones.


-Mmm… te castigaron por gritarle a tu profesor cuando os mandó esta tarea. –rememoró el ojimiel quien ahora le abrazaba desde atrás.


Kakashi comprendió lo que sucedía y sonrió con cariño al tiempo en que se levantaba de la butaca que ocupaba para a continuación acuclillarse en frente del rubio.


-Tus padres estarían muy orgullosos de ti, Naru. –aseguró el mayor quien se encontraba secando las lágrimas que recorrían las mejillas del menor sin descanso.


El ojiazul asintió. –Eso espero… –susurró y le sonrió a la única mujer presente cuando esta le acercó un pañuelo. Un par de minutos más tarde, Naruto logró calmarse y mirar a la familia de morenos algo avergonzado por su estallido emocional. –Siento eso… –murmuró apenado.


-No pasa nada, cielo. –prometió la mujer con sinceridad bañando su tono de voz. El doncel asintió y con cuidado sacó una hoja de papel donde había dos dibujos: en el lado izquierdo una pareja de hombre rubio con ojos azules junto a una mujer pelirroja de ojos jade mientras que en el lado derecho se encontraba una pareja de hombres que la familia reconoció como a Iruka y Kakashi.


-Un par de semanas después de perder a mis padres en un accidente… uno de mis profesores nos mandó dibujar el último momento que pasamos en familia y… no pude hacerlo. Creo que no fue hasta ese momento que comprendí que no les volvería a ver, así que… perdí los estribos. –confesó lo sucedido hacía ya 18 años.


-Iru-chan ya había empezado el proceso de adopción, no obstante, fueron unos meses algo difíciles para los tres. –añadió Kakashi quien no se había movido ni un ápice de su lugar frente al rubio. Iruka, por su parte, seguía abrazando al menor desde atrás y solo asintió para apoyar las palabras de su marido. Después de darle un par de besos más sobre las hebras doradas, el ojimiel por fin le soltó. Kakashi besó su frente y se volvió a sentar en la butaca para a continuación aceptar con gusto el peso de su esposo sobre su regazo, dándole un casto beso en los labios.


-Un tiempo después, decidí hacerlo como recordatorio de quienes fueron mi familia y quienes lo serían. –finalizó Naruto mirando con cariño el dibujo en sus manos.


Mikoto no pudo evitar lanzarse a abrazarle lo que le hizo soltar una risita. La siguiente hora transcurrió con ellos rememorando sobre los padres biológicos del doncel e incluso viendo fotografías de cuando este era pequeño.


Quien parecía prestar más atención a cada palabra que salía de la boca del rubio y cada una de sus expresiones era el Uchiha menor, el cual no apartaba la mirada del rostro del ojiazul, puesto que no quería perderse ni una de las emociones que esos preciosos zafiros transmitían con absoluta libertad. Los demás adultos lo notaron y no pudieron evitar intercambiar miradas repletas de diversión ante lo obvio que era el menor, excepto el doncel quien no parecía darse cuenta de la situación. Los cuatro decidieron que el futuro se veía muy interesante y que sería entretenido observar cómo se desarrollaría la relación entre ambos.


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-¿Sasuke, terminaste? –inquirió un hombre rubio desde el umbral de la puerta.


El moreno giró a verle y sonrió de lado. –¿No estabas durmiendo? –cuestionó a la vez en que se acercaba al contrario.


-Tengo hambre. –respondió el doncel lo que hizo reír al de ojos como la noche. –¡No te rías, bastardo! ¡Esto es culpa tuya! –se quejó a la vez en que hacía un puchero.


Sasuke rodeó su cintura con sus brazos y acercó ambos cuerpos lo más que pudo, su sonrisa ampliándose ante lo abultado del vientre contrario. Habían pasado dos años desde que vio a Naruto por primera vez y poco más de un año desde que empezaron a salir. Sin embargo, no fue hasta que este le confesó, hará ya casi 6 meses, sobre su embarazo que por fin se mudó a vivir con él. Sin poder, ni querer, evitarlo se inclinó hasta capturar los labios ajenos en un tierno y casto beso.


-Te amo, Naruto. –murmuró contra sus labios. El rubio suspiró y rodeó el cuello ajeno con sus brazos.


-Y yo a ti, Sasuke. –contestó para volver a juntar ambas bocas en un contacto más apasionado y duradero, contrario a la dulzura anterior. Así permanecieron varios minutos hasta que el mayor se separó. –Sigo teniendo hambre. –anunció, lo que ocasionó que el moreno volviera a reír.


-Entonces, vamos a por algo para ambos. –dijo, señalando al ojiazul y su vientre, y sin borrar la sonrisa ladeada de su rostro.


El doncel sacó su lengua en un mohín infantil por el comentario de su pareja, quien simplemente le besó de nuevo para a continuación, salir del cuarto, dejando atrás las paredes azul cielo llenas de nubes y una cuna recién montada.


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-¿Y cómo vais a llamar al bebé? –preguntó Uchiha Mikoto una tarde en que toda la familia se había reunido en el piso de la pareja. Sasuke suspiró con exasperación a la vez en que Naruto hacía un puchero.


-El teme no deja de rechazar los nombres que propongo. –se quejó el doncel.


-Por última vez, no pienso ponerle de nombre algo que escogiste cuando tenías 7 años. –declaró el moreno con decisión.


-¿Qué tienen de malo? –exigió saber el ojiazul. Sasuke, por su parte, alzó una ceja ante la actitud de su novio y, sin decir nada, le entregó a su madre una hoja de papel con los nombres escritos, por supuesto que con la letra de un Naruto niño, como respuesta.


La mujer la leyó y soltó una fuerte carcajada ante lo que sus ojos observaron. Al igual que su hijo, pasó el folio a los demás adultos sin pronunciar palabra alguna. Estos no tardaron en comprender la negativa del de ojos brunos, riendo sin poder evitarlo al igual que la única mujer presente.


-Naruto, cariño. –llamó Iruka al rubio el cual le miró con curiosidad. –No creo que "Chibi", "Tamago", "Pochi", "Sushi" ni "Wasabi", por mencionar solo unos pocos, sean nombres apropiados para un ser humano. –explicó lo más amablemente que pudo, aunque su todo de voz era algo exasperado.


-Para una mascota todavía serían aceptables. –mencionó Itachi riendo.


Ante sus palabras, el doncel giró a ver rápidamente a su pareja quien negó con la cabeza sin dudarlo. –No. Ni lo pienses. No vamos a adoptar a un animal solo para que puedas usar uno de esos ridículos nombres. Confórmate con Kurama. –señaló al gato europeo naranja el cual reposaba junto a la ventana sin importarle lo más mínimo lo que sus dueños estuvieran haciendo.


Naruto hizo un puchero ante la negativa de su novio, los demás mirando con una sonrisa como este hacía un berrinche por no salirse con la suya. Rieron ante la testarudez de este cuando, en vez de aceptar la derrota, siguió discutiendo con el Uchiha menor sobre el tema, como si nadie más que ellos dos se encontraran en la sala.


A ellos solo les quedaba esperar unos pocos meses más para ver cual de los dos ganaría aquella discusión, no obstante, Iruka declaró que ya se encargaría él de evitar que su nieto acabara con un nombre de perro, incluso si eso implicaba rellenar el formulario de registro de los recién nacidos él mismo y sin el permiso del doncel, sabiendo que Sasuke le ayudaría de ser necesario. Los demás rieron, pero estuvieron de acuerdo con el castaño, después de todo, ninguno de ellos iba a permitir al doncel ganar aquella batalla en particular.


.FIN….

Notas finales:

Pues esto es todo nwn


La verdad es que la idea estaba basada en Naruto mudándose y encontrando un papel con nombres de bebé escritos, para luego conocer a Sasuke y darle la lista al enterarse que estaba embarazado. Sin embargo, no lo escribí en ese orden y al final no sabía cómo introducir esa escena en particular por lo que añadí ese extra al final X'D


Espero que os haya gustado y me encantará saber vuestra opinión (=^w^=)


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