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Un Camino Construido Sobre Ruinas Perdidas En El Tiempo por HikaSu

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Notas del capitulo:

Luego de no haber visto a mamá Sandra y a César por varios meses, en una tarde fría de invierno, Massiel conoce a Lucy en su camino a ir a buscarlos, y recibe un regalo mucho más grande que los guantes que atesoraría, aunque él no sea consciente de ello.

Miré mi reloj cuando llegué al basurero, eran las 3:37 de la tarde… o sea, ¿ves? Hasta recuerdo la hora exacta porque ese fue el día en que te conocí, así me traes desde entonces. A esa hora, normalmente mamá Sandra y César ya estarían por ahí pepenando, pero no había rastro de ellos. Me subí a la montaña más grande de basura que había, y los busqué con la vista sin hallarlos, pensé que quizás estarían en una zona más alejada de la que acostumbraban pepenar, por ello decidí buscarlos por todo el basurero, en parte, porque si no me movía, el maldito frío me iba a congelar.

Fue entonces que me llamaste—. Massiel…

Volteé a ver de dónde provenía tan melodiosa voz, y vi cómo corrías hacia mí en medio de un campo de flores, me sonreías alegremente y tu cabello se movía con tanta gracia que parecía danzar, llegaste hasta mí y te lanzaste sobre mis brazos, era una imagen perfecta que tenía como fondo el atardecer de un verano…

Ah, no, que estábamos en invierno.

—Massiel…

Volteé a ver de dónde provenía la ronca voz con la que me llamaste con dificultad, se te había cerrado la garganta por esperarme más de una hora en un basurero, expuesta a la ventisca de uno de los días más fríos de aquel invierno, y el Sol ni siquiera te pudo calentar un poco porque las nubes decidieron nublar el cielo.

—¿Quién es usted? —te pregunté y me acerqué a ti lo suficiente como para notar lo roja que el frío te había puesto la cara.

Soltaste una nube de vapor de tu boca y extendiste tu mano hacia mí con una bolsa—. Una amiga. Tómalo, es un regalo.

Miré el interior de ella y saqué un par de guantes azules, luego te miré, confundido.

—Esos guantes son para tu hermano… y no me refiero a tu hermano gemelo, sino de César, hay otros guantes en la bolsa, unos rosas para tu mamá Sandra, y unos amarillos para ti, sé que el amarillo es tu color favorito.

Ladeé la cabeza, nunca me había puesto a pensar en mi color favorito, pero tenía claro algo—… A mí… no me gusta tanto el amarillo.

— ¿¡No te gusta…!? —Se aclaró la garganta—. Pensé que te gustaba… es el color de las luces de las luciérnagas...

Te miré confundido, porque, aunque conocía a las luciérnagas de imágenes en libros y creía que eran bonitas, tampoco era como que me fascinaran... al menos no en ese entonces.

—… En fin, además de los guantes, hay un desinfectante, unas vendas, y otras cosas que podrán servirle a la señora Sandra, se lastimó mientras estaba trabajando, es una herida bastante seria, date prisa y ve a curarla.

—¿Por qué me está dando esto?

Te inclinaste un poco para quedar a mi pequeña altura y me diste varias palmaditas en la cabeza—. Porque quiero —dijiste con una sonrisa—. ¿Qué estás esperando? Ve y anda con tu verdadera familia.

—¡Si! Muchísimas gracias. —Me di la vuelta y corrí fuera del basurero.

Volteé a verte un par de veces mientras me marchaba, tú te quedaste plantada en el mismo lugar, me mirabas yéndome sin dejar de sonreír, sin embargo, me dejaste preocupado, tus ojos no lucían alegres, de hecho, parecía como si estuvieras a punto de llorar.

Por tu expresión, tuve la impresión de que aunque me estabas viendo, no era a mí a quién veías, tus ojos visualizaban a un Massiel que yo no conocía, y al darme cuenta de eso, mi pecho se oprimió. Algo me decía que debía darme prisa e ir con mamá Sandra, pero a la vez, quería regresar y estirar mi mano hacia a ti, porque sentí que no debía de abandonarte allí. Por un momento, a pesar del fuerte ruido del viento helado golpeando mi cara, durante la última vez que me giré para verte antes de marcharme, mis oídos dejaron de escuchar todo sonido. ¿Por qué? ¿Desde cuándo? No lo sé. Pero tus ojos ya no veían nada. Mientras corría con el aire faltándome, me pregunté por qué sentí que nuestro encuentro había sido más bien una despedida, y por qué eso me dolía tanto.

Bueno, la verdad no fue tan así, tenía 8 años, en ese entonces no tenía pensamientos tan profundos, pero sí noté que no estabas bien y me fui preocupado por ti.

¿Cómo debería explicarte esto…? Era la primera vez que yo te veía, pero no lo era para ti, tú me conocías desde hacía mucho tiempo, pasaste toda clase de momentos conmigo, aunque no exactamente conmigo, ok, esto es muy difícil de explicar, pero dejémoslo como que viviste momentos conmigo que yo todavía no vivía, y que de hecho, nunca viví. Tú apariencia en ese momento parecía ser el de una señorita de 24 años, más o menos, pero en realidad habías vivido muchos más años que eso… sufriste por muchísimo tiempo…

Bueno… regresando a la historia, cuando llegué a casa de mamá Sandra, vi que tenías razón, mamá Sandra estaba lastimada, tenía una liga mal amarrada en el brazo y un trozo de tela sucia con el que trataba de parar el sangrado, presionándolo sobre su herida, era increíble la cantidad de sangre que estaba regada por todas partes. Por fortuna yo tenía conocimientos básicos sobre cómo curar una herida, después de todo, había visto cientos de veces al doctor familiar curar las heridas que me provocaba Griselda.

Cuando terminé de limpiar la herida, tratar de coserla y luego vendarla, mamá Sandra me abrazó con la misma fuerza y calidez con la que yo recordaba sus brazos, me susurró lo mucho que me había extrañado y lo preocupada que estaba al pensar que algo me hubiera pasado. César no dijo nada, aunque da igual porque sé que él se sentía de la misma manera, pero en ese momento él tenía la cabeza en otra parte; yo no tenía ni idea, pero de hecho, César había anticipado mi llegada, y mientras me veía curando la herida de mamá Sandra, él se concentró en terminar de memorizar una fecha y una hora.

Un rato después regresé a la casa de mis padres de sangre y apariencia, guardé los guantes que me obsequiaste en el escondite que antes ocupaba mi cochecito, y fue… extraño, toda la ira y tristeza que sentía la mañana de ese día, se habían esfumado por completo, mi familia de corazón me ayudaban a sobrellevar a mi familia de sangre y apariencia, y tus guantes me reconfortaban el corazón en lugar de mi cochecito. Me sentí con la fuerza necesaria para soportar cualquier adversidad, y recordando tu cara veinteañera, muy probablemente la cara de mi primer amor, sostuve tus guantes y juré pagarte algún día el haberme regalado ese día tan especial.

Quitándome un poco a mí como el tema central de estas cartas, creo que sería buena idea contarte un poco de lo que ocurría con personas que conocí unos años después. Voy a empezar con ella: Camila Sagnier. Camila tenía la misma edad que yo, era solo una pequeña de 8 años, y cuando pienso que mi infancia no fue del todo mala, es porque conozco la clase de infancia que tuvo ella, así que prepárate, porque lo que has leído hasta ahora no es nada.

Ella nació de un descuido, ya sabes, la típica historia de los estúpidos adolescentes en calentura. Los padres de Camila eran muy jóvenes, se querían, se deseaban, pero dudo mucho que se amaran. A la edad de 16 años no se tomaban nada en serio, creyeron que eran adultos por tener sexo, y les gustaba la sensación, lo hicieron tantas veces, les encantaba, no pensaron que por una vez que no usaran condón algo como un embarazo ocurriría.

—Pero ocurrió —debes estar diciendo.

Pues, sí.

Los padres de ambos los corrieron de sus casas y los dejaron a su suerte, sus amigos les dieron la espalda, tuvieron que sostenerse solamente de ellos, porque solamente se tenían a ellos. Camila nació en el asiento trasero de un autobús, su padre había desaparecido por una semana entera y su madre sólo tenía en la cabeza que había sido abandonada y que la mejor opción que tenía era botar a Camila en algún lugar. Pero no lo hizo. ¿Por qué? Dependía tanto del padre de Camila, que confundió su dependencia con amor, creyó amarlo, pero sabía que él no lo hacía, era consciente de que la única razón por la que su esposo seguía con ella, era por el bebé, era lo que los unía, así que se aferró a su hija con la esperanza de que su esposo regresaría, solo por eso no la botó.

Es una lástima que la madre de Camila se hubiese aferrado a ese hombre, porque él se convirtió en un tipo violento, verás, el padre de Camila sufrió burlas en su trabajo y continuamente era abusado física y psicológicamente por sus compañeros de trabajo, desaparecía por días para gastarse el dinero de su sueldo en bares, pero el alcohol no era suficiente. Toda esa ansiedad e ira que le traía su trabajo, la vomitaba en casa hacia su esposa. Ese fue el ambiente en el que creció Camila.

Todos los días, Camila veía la misma rutina. Su padre cruzaba la puerta con gritos atorados en la garganta, gritos que se iban acumulando durante el día cuando su jefe le escupía en la cara, cuando lo hacía hincarse y le pisaba las manos, cuando usaba sus manos como cenicero, cuando sus compañeros le ponían el pie para hacerlo caer, cuando le tiraban café caliente encima, cuando se burlaban de él sin disimularlo. Tras cerrar la puerta de su casa, el padre de Camila sacaba esos gritos en forma de órdenes a su madre, exigiendo tratos de rey, luego mandaba a Camila por botellas de alcohol y cuando ella regresaba y se las entregaba, él le pedía que se encerrara en su habitación. Camila lo obedecía siempre.

El hombre comenzaba a devorar la cena, mientras se empinaba una a una las botellas e insultaba a su mujer. En el momento en que su padre se embriagaba, comenzaba su violencia, siempre dirigida hacia su madre, Camila escuchaba desde la habitación los gritos suplicantes por piedad de su madre, el ruido sonoro de cosas rompiéndose, y luego de un rato, un silencioso llanto cubierto por los ronquidos de su padre.

Luego de un rato, la madre de Camila sacaba la llave de la habitación de Camila y abría la puerta, tomaba una almohada, y mientras continuaba llorando lo más silenciosamente posible para no despertar a su esposo, la colocaba sobre el rostro de la pequeña mientras susurraba:

—Ugh~… si solo tú… nunca… hubieras existido.

Cuando el padre de Camila caía dormido a causa del alcohol, la violencia de su madre comenzaría.

—Por ti, mi vida… ¡Si solo tú nunca existieras… no viviría así!

Pero era fácil detenerla. Era más fácil que Camila detuviera a su madre, a que ella detuviera a su esposo. Camila usaba sus pequeñas manitas para darle golpecitos a los brazos de su madre con la intención de hacerle saber que quería que se detuviera, pero para que ella lo hiciera de verdad, Camila tenía que dejar de pelear y fingir que había muerto, siempre esperaba hasta casi hacerlo para que fuera creíble, y entonces, su madre apartaba la almohada con sus temblorosas manos, y la sostenía con fuerza entre sus brazos.

—Ah… N-no… ¡No! ¡No mueras! ¡Lo siento mucho! ¡Lo siento! Por favor no me dejes sola, abre los ojos.

Y entonces Camila los abría.

Todos estos pasos eran parte de la rutina. Todos los días era exactamente lo mismo, un ciclo que se repetía una, y otra, y otra, y otra vez.

Cuando Camila tenía mi edad, estaba tan acostumbrada a esa rutina que había dejado de sentir miedo o dolor ante la situación diaria en su casa, pero no era como que le gustara, meses atrás había comenzado a frecuentar las tan peligrosas calles de su ciudad Bromia, estar fuera de casa era mil veces mejor, así fue como conoció a un chico con una vida igual o más desafortunada que la suya. El nombre de ese chico era Frank Dwelly, era un año más grande que nosotros, ambos se conocieron cuando ella lo vio salir corriendo desnudo de su casa y ella quiso darle su suéter para que él se cubriera.

—No quiero tu suéter —le dijo él—. Eres demasiado flacucha y pequeña, no me va a cubrir nada. Mejor ayúdame a robar uno.

—¿Robarlo? —Miró la mano de él, la cual agarraba con fuerza un bajo de billetes.

—Lo sé, sé que tengo billetes en mi mano, pero quiero este dinero para tragar, ¿entiendes? —Chasqueó la lengua—. Joder, ese asqueroso anciano, el bastardo desgraciado rompió hasta mi ropa interior.

—¿Rompieron tu ropa?

—Sí…

Había un aura impura alrededor de ese niño que parecía lamentable y miserable. Él, al contrario de Camila, había sido producto de una violación, por lo que desconocía quién era su padre. Su madre no podía pedirles a los demás que creyeran que ella había sido la víctima, recibiendo comentarios como: «Una chica haciendo tales cosas», «Ella dijo que fue violada, y esa clases de cosas», «¿No fue tentada?», «Tiene lo que se merece», por lo que la terminaron expulsando de su casa.

La madre de Frank hizo todo lo posible para ser una madre normal, pero… a veces se preguntaba por qué tenía que dar a luz y criar al hijo de un criminal. Como una persona normal, ella solo quería enamorarse, tener una familia y ser feliz, pero todas sus parejas terminaban involucrándose con Frank, y una vez que creció como una mujer odiosa, le fue imposible fingir más. Ella odiaba a su hijo.

Seguía siendo joven, era esbelta, y si se esforzaba en su maquillaje, se volvía muy bonita, el único trabajo estable que podía mantener en un barrio como en el que vivía era como prostituta, al principio fue en un burdel, pero luego comenzó a hacerse famosa y comenzó a hacer horas extras en su casa. Cuando comenzó a prostituirse en su pequeño departamento, a sus clientes les era difícil ignorar la presencia del pequeño, pero no era como que a todos les incomodara Frank, muchos terminaban por poner sus manos sobre él, pero ella volteaba a un lado y fingía no ver.

Frank creció con pensamientos del tipo: «Si engatuso a este tipo, me da cualquier cosa que le pido, pero sus juegos son desagradables», «Esta señora no solo es bonita, sino también un invitado de honor», «Este tipo le gusta herirme cuando lo hace, ya es hora de cortar». Frank aprendió cómo tratar a los clientes, aprendió a sonreírles y atesorarlos, pensaba que el mundo era más fácil de lo que creía, «¡Soy feliz como todos los demás!», eso es lo que creía cuando era niño. Por ello no odiaba a su madre, porque ella era la que le había enseñado esa clase de felicidad.

Pero hubo un día que Frank salió con un fajo de billetes en sus bolsillos luego de pasar la noche en casa de uno de los clientes que más dinero dejaba, él estaba de buen humor por haber bebido alcohol que consiguió de ese cliente e… hizo algo que normalmente no haría. Se paró a observar algunas joyas exhibidas en una tienda, arrugó los billetes que estaban en su bolsillo y entró a comprar un anillo.

Era un anillo barato con algo de valor, pero en ese momento él no sabía que era así, por ello se lo entregó a su madre con orgullo.

—¿Qué es esto? —le preguntó ella mientras abría la cajita que lo contenía.

—Regalo. Te pones feliz cuando recibes cosas así de un hombre, ¿no?

Él no sabía por qué había comprado el anillo, ¿quizás para hacerla feliz? Pero no había forma de que algo así pasara. Tal vez quería triunfar sobre los hombres en los que ella dependía, después de todo, él podía ganar dinero, ¿no? Pero ella no usó el anillo para él, ni siquiera una vez, así que… el orgullo barato de Frank fue herido y… llegó a odiar a esa mujer excesivamente…

Cuando conoció a Camila, él ya era esa clase de persona con una muy podrida personalidad. Ambos niños con vidas desagradables, fueron lo que necesitaban para sobrellevar sus desastrosas vidas. Cuando Frank conseguía mucho dinero de sus clientes, o cuando Camila le robaba dinero a su padre luego de que éste se emborrachara, uno iba a buscar al otro y e iban a un centro comercial a gastárselo todo en helado y golosinas, e incluso si no tenían dinero, cuando se encontraban aburridos, iban a robarle a cualquier tonto descuidado que vieran en la calle para conseguir dinero y continuar gastándolo juntos.

Esa clase de vida, suena horrible, ¿no? Tal vez te haya disgustado leer esto, si es así, lo siento, pero estos horribles relatos que acabo de escribir son situaciones que pasan cada día en alguna parte del mundo, y esa fue la vida de mi mejor amiga, por ello quise escribirte primero sobre ella.

Bueno, cambiando un poquito de aires, a la vez que yo me hallaba abrazando tus guantes, Camila siendo asfixiada por su madre y Frank abriendo sus piernas, en una gigantesca mansión en la que se había masacrado a una familia entera años atrás, una señora de 24 años llamada Miriam, una señora de 48 años llamada Nayla y el bastardo de Tahiel de 21 años, se encontraban sentados frente a una mesa con un pastel encima de ella, éste tenía una vela con el número 1, y mientras la señora Miriam y la señora Nayla cantaban «Feliz cumpleaños», Tahiel sonreía felizmente con una bebé en sus piernas.

Bueno… me enoja un poco escribir sobre la época feliz de Tahiel, así que te escribiré un poco sobre qué estaban haciendo los demás en ese tiempo.

Mi primo Ignacio tenía 3 años de edad, vivía completamente bien en aquel momento, era el hijo de mi tío Paul, que a diferencia de Santiago, mi padre de sangre, y mi tía Alim, te recuerdo que Santiago y Alim se estuvieron peleando por la herencia de mi abuelo Simón, bueno, mi tío Paul era completamente diferente a esas dos basuras, él amable, cariñoso y desinteresado. Ignacio había sido a quien Griselda le dio mi cochecito, se lo dio luego de ofrecérselo a Román y que éste lo rechazara, pero Ignacio era casi un bebé, jugaba con mi cochecito un rato y luego lo ignoraba, en realidad, quién más jugó con él, fue su hermana, mi prima Matilde, quien tenía 5 años.

Por otro lado, Alan Montecaso, el hijo del supervisor, era un pequeño de 6 años que había perdido a su madre 3 años atrás, aún era muy pequeño, pero muy listo, trataba de ser un buen niño para no causarle problemas a su padre mientras él trabajaba todo el día. Alan había acabado de aprender a leer y todo su mundo estaba en los libros que su padre le regalaba. Cuando vio el libro de cocina que el supervisor me había comprado a mí, leyó las distintas recetas que el libro instruía y decidió usarlo para aprender a cocinar, después de todo, sabía que, aunque la intención de su padre había sido usar ese libro para cocinarle a él, el supervisor no podría hacer la gran cosa con el libro, si eso, solo ampliar el menú de la casa añadiendo máximo dos platillos más. Esa era una gran preocupación para ese niño de 6 años.

Notas finales:

La infancia de Frank está basada en un yaoi hard turbio que leí hace un ratote, en la época en la que caí hasta el fondo del abismo del yaoi. No les voy a pasar el nombre, porque no es un manga que recomiende por el tremendo trigger warning que implica la prostitución de un niño, y porque, si son como yo en mi época de gustos turbios, estoy segura que ya lo leyeron, porque éste y todos los mangas de H*****-sensei, sí, tocan temas turbios, pero sensei les da un toque psicólogico que los vuelve muy buenos, te intrigan las historias y los personajes, sensei es genial y veo muy difícil que personas que cayeron en el fondo del yaoi no se hayan topado con sensei.

Gracias por leer.


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