Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Un Camino Construido Sobre Ruinas Perdidas En El Tiempo por HikaSu

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Mientras que César comienza a llamar a Massiel "hermano" y mamá Sandra le confiesa que lo ve como un hijo más, Griselda pone fin al cariño que sentía Massiel hacia ella y él deja de ver a las personas de esa casa como su familia.

Éramos un par de niños tontos, supongo. Recuerdo que César y yo estábamos tan felices de tener un montón de cosas qué vender, que no pensamos en la posibilidad de que nadie nos compraría algo. Ahora, viendo hacia atrás, no me extraña, éramos unos niños mugrientos a quienes las personas les fue fácil ignorar, cuando sus ojos se topaban con los nuestros, de inmediato apartaban la vista y continuaban caminando, olvidándose por completo de nosotros. Habíamos sentido tan cerca el momento de poder comprarle algo a mamá Sandra, que el hecho de que no pudiéramos vender nada ese día, dolió tanto que incluso César, siendo tan fuerte como lo era, no pudo suprimir sus lágrimas de decepción.

—Deberían regresar pronto a su casa —nos aconsejó un hombre luego de acercarse a nuestro pequeño y deplorable puesto, justo cuando nosotros ya estábamos considerarnos retirarnos—, pronto va a oscurecer. —Tomó un libro de cocina, el cual había encontrado yo una semana atrás—. Mi hijo se ha estado quejando últimamente de que solo hago sopa, arroz y huevo, creo que esto podría serme de ayuda. A ver, chicos, piensen en un número muy grande y díganmelo.

César volteó a verme en busca de ayuda.

Tanto César como yo, no habíamos aprendido cantidades muy grandes, de hecho, el número más grande que yo había aprendido en la escuela era el cien, me sentía tan presionado por pensar en un número más grande que el cien, un número desconocido para mí, que comencé a sudar por todos lados.

Miré hacia el hombre a la cara, aunque no a sus ojos porque estaba muy nervioso, y le di mi respuesta—. Cien… cien veces cien…

—Ah… eso es muy grande.

—Diez veces cien —dijo César de inmediato.

El hombre sonrió—. Está bien. —Metió su mano en su bolsillo y sacó diez billetes de cien—.  Ah… pero si les doy tanto dinero, puede que los asalten.

César abrió los ojos con sorpresa—. ¿¡Nos iba a dar todo ese dinero!?

—Eso fue lo que pidieron por el libro, ¿no?

Negó con la cabeza—. Nosotros… no…

—¿Qué pasa?

—… Es un libro barato que encontramos en un basurero —musitó con el ceño fruncido—, quiere darnos diez veces cien cuando no vale más de una moneda de diez… estaría mal que aceptáramos todo ese dinero por un libro mugriento. ¿Acaso nos tiene lástima? Nosotros no la necesitamos…

—Entonces… ¿te parece si te doy cien y los otros nueve cien te los doy a cambio de que tú y tu hermano trabajen para mí?

Esta vez, me armé de valor y miré al hombre directo a los ojos—. ¿Trabajo? ¿Qué trabajo?

—Creo que con eso sí están de acuerdo —dijo el hombre entre risas—. Mi nombre es Guilmer Montecaso, soy el supervisor de los camiones de carga de este mercado, son demasiado pequeños para conducir un camión, pero quizás puedan ayudar a bajar las cajas, las pequeñas y livianas para ustedes, son un montón y hay que ir de aquí para allá, francamente necesito mucha gente y estoy buscando más cargadores. Así que, ¿aceptan trabajar conmigo?

—¡Seguro! —contestamos César y yo.

—Bien, entonces los veo la siguiente semana cuando el Sol comience a salir, aquí mismo. —Nos sonrió una vez más y luego se retiró.

—¿Escuchaste lo que dijo? —me preguntó César mientras ponía una mano sobre mi hombro.

Sonreí—. Sí, tendremos trabajo.

—No hablo de eso… dijo que quería vernos en la mañana.

Mi sonrisa se desvaneció—. Ah… rayos, yo no puedo.

—Además de eso… te llamó mi hermano —recordó un poco tímido.

—¿Crees que nos parecemos?

Se encogió de hombros y sonrió—. Quién sabe, pero de verdad eres como mi hermano menor.

Le devolví la sonrisa—. Y tú eres como mi  hermano mayor.

Fue luego de eso, que comenzamos a llamarnos hermanos. El problema con el horario de trabajo lo solucionamos con el supervisor, César trabajaba en las mañanas descargando, mientras que yo trabajaba en las tardes regresando las cajas a los camiones.

Pero antes de eso. Al día siguiente de que nos encontramos con el supervisor por primera vez, César y yo volvimos a ir al mercado, pero esa vez no fue como vendedores, sino como compradores. Teníamos los cien que el supervisor nos había dado a cambio del libro de cocina, nos sentíamos tan ricos que teníamos la sensación de poder comprar el mercado entero, pero no… obviamente no…

Recorrimos todo el mercado para buscar algo bonito para mamá Sandra, tardamos muchísimo más de lo pensamos, y no porque el mercado fuera grande, sino porque no sabíamos qué comprarle con lo que teníamos. Luego de tres horas, finalmente nos decidimos por comprarle un collar de plata que costó justo lo que llevábamos. Llegamos a casa de mamá Sandra totalmente felices, ella nos estaba esperando dentro, mientras limpiaba algunas chácharas que ella y César habían encontrado en la basura esa mañana.

—Saben niños, hoy es mi cumpleaños —dijo ella con una expresión totalmente seria—, normalmente, estaría muy enojada, se largaron a quien sabe dónde y me dejaron sola —, su cara se iluminó y comenzó a sonreír—, pero volví al basurero a pepenar mientras ustedes no estaban y miren con qué me he encontrado. —Nos mostró… un… collar…—. ¡Es tal lindo! ¡No puedo creer que esto haya estado entre la basura! ¡No me lo quitaré nunca!

César y yo intercambiamos miradas, el maldito collar era sumamente parecido al que le habíamos comprado, solo que el que ella se había encontrado, lucía mucho más brillante, de mejor calidad y el color era más bonito.

—Es un poco diferente al nuestro, ¿no? —me susurró César.

Asentí haciendo una mueca—. Sí, el nuestro es más feo.

—¿Qué están cuchicheando? —nos preguntó mamá Sandra arqueando una ceja.

—… En realidad te compramos un regalo. —César sacó una cajita de la bolsa de su pantalón.

—Espera. —Agarré su brazo para detenerlo—. Quizás podamos cambiarlo por algo más.

Negó con la cabeza—. No, vamos a dárselo. Lo compramos juntos, seguro que mamá estará encantada.

Mamá Sandra tomó la cajita un poco confusa, y luego la abrió—... Oh, cielos…

—Lo siento —dije y agaché la cabeza—, yo fui quien propuso comprar ese collar.

—César dijo que lo eligieron juntos, ¿no? Desaparecieron por tanto tiempo para comprarme esto, así que, para mí, el collar que mis niños compraron luego de pensar mucho en mí, es mucho más hermoso. —Se inclinó hacia nosotros y nos abrazó—. Gracias, lo atesoraré y lo utilizaré. —Se separó de nosotros  y nos sonrió, hasta que vio mi cara—. ¿¡Eh!? ¿¡Massiel, estás llorando!?

Me di la vuelta y traté de parar mis lágrimas—. Estoy bien… me ha ganado la emoción.

Mamá Sandra volvió a sonreír—. Esto me recuerda, una vez Massiel preguntó por el papá de César. El papá de César solía llorar un montón siempre que se emocionaba, él era una persona muy agradable, alguien muy trabajador, le gustaba ganarse todo él mismo y se enfadaba cuando le daban algo por lastima.

—Como César —dije.

—… Sí. Massiel, César tiene cara de gruñón, pero es un buen chico, sin el papá de él, tuvimos momentos duros, él trabajó aún más duro para apoyarme, él es mi orgulloso hijo. Desde que Massiel llegó, él luce más relajado, más feliz, sonríe mucho más a menudo e incluso lo he escuchado tararear algunas veces, cosa que nunca hacía, me alegro de que un chico como tú haya aparecido para hacerle compañía.

—¿Q-qué dices mamá? —balbuceó César, avergonzado.

Mamá Sandra volvió a abrazarnos—. No solo a él, también a mí. Ahora siento como si tuviera dos hijos.

La felicidad que sentí en ese momento era tanta, que de nuevo volví a llorar, pero es que, en serio, estaba tan conmovido por ser visto como alguien especial para alguien, nunca, ni en mis más salvajes sueños, creí que llegaría el día en que sentiría lo que de verdad es un familia y la calidez que te brinda el solo pensar en ella.

Por cierto, casi olvido mencionarte esto, pero, ¿sabes?, el hecho de poder trabajar, sudar y ensuciarme, se lo debo a Clara, la sirvienta que me ayudó a leer la hora en mi reloj. La primera vez que salí a buscar trabajo, regresé por el hoyo que había hecho en el arbusto cuando salí, y me trepé al árbol para saltar de vuelta a mi habitación, pero había un problema… saltar de la ventana de mi habitación al árbol era una cosa, pero saltar del árbol a mi ventana era otra muy diferente.

Sabía perfectamente de lo que mi pequeño cuerpo era capaz de hacer, y cuando me paré en la rama más alta del árbol que más cerca estaba de mi habitación, supe que tendría que aprender a volar para llegar a mi ventana, por ello mejor decidí saltar a la ventana de la biblioteca en el segundo piso, y con toda la cautela del mundo, salí y me dirigí a mi habitación.

—¿Qué hace aquí, señorito? —escuché a Clara preguntarme a mis espaldas mientras subía las escaleras.

—Ah. —Pegué la vista al suelo y aferré mis manos a mis pantalones con miedo.

—… Voy a preparar el baño.

Ella nunca preguntó nada. Cada vez que llegaba de la calle, ella preparaba el baño para quitarme el olor a basura y sudor, y ropa limpia con qué vestirme para que cuando mi familia de sangre y apariencia terminara de cenar, yo pasara al lado de ellos sin preocuparme de que fueran a descubrir que había salido de casa.

(Universo 2, E10, 56 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)

Pasaron 7 meses desde entonces, mayo llegó junto con el cumpleaños de Román y mío. El día anterior a mi cumpleaños, tomé todo el dinero que logré juntar en aquellos meses, y compré el cochecito más bonito que había en la juguetería. Mi primer juguete… ni siquiera soy capaz de expresarte la alegría y gozo que sentí en el momento en que lo sostuve en mis manos. Cuando llegué a casa, envolví mi cochecito en una camisa mía, y lo oculté en el fondo de mi armario, como si ese pequeño trozo de plástico fuera el tesoro más grande del mundo.

Al día siguiente, mis padres de sangre y apariencia organizaron una fiesta en honor al cumpleaños de su precioso hijo, era increíble como en frente de las visitas, Griselda me sonreía y me hablaba cariñosamente, creo que si algo así hubiese pasado antes, le hubiera devuelto la sonrisa contento, porque ya sabes, era un poco iluso, pero… uhm, no, ya para ese momento de mi vida, solo pude devolverle sonrisas forzadas, porque, o sea, era mi cumpleaños, prefería pasar ese día junto con César y mamá Sandra, no quería ropa bonita, comida deliciosa y un montón de gente hipócrita con regalos, solo necesitaba ver a esas dos personas.

—Hey, Griselda, ¿no crees que tu pequeño de ojos grises se ve un poco decaído? —Le susurró una señora a Griselda.

Encogí mis hombros con miedo, «Mierda», pensé y volteé a ver de reojo a Griselda.

Con solo su mirada, Griselda me hizo saber que cuando todas las personas que llenaban la casa se retiraran, yo iba a recibir una paliza. Y lo cumplió. Eran las 11:00 de la noche cuando saqué mi reloj de bolsillo de debajo de mi almohada, fui por él arrastrándome sobre el vómito que había salido de mí tras ser pateado numerosas veces en el estómago. Devolví el reloj a su lugar, y luego me arrastré con dolor al armario para ir por mi cochecito, lo saqué de su escondite y lo abracé mientras me sentaba recargando mi espalda en la puerta del armario…

… Pero entonces regresó Griselda…

—¿De dónde lo robaste? —gruñó ella, fue hasta mí y me lo arrebató.

—¡No! ¡Es mío! ¡Devuélvemelo! —grité y salté hacia sus piernas para aferrarme a ellas.

Pero ella me pateó como perro—. ¿¡Cómo te atreves a hablarme así!? —Se detuvo a observarme lleno de lágrimas, mocos y vómito, e hizo una expresión de completo asco, era como si tuviera enfrente de ella una pila de la basura más asquerosa que jamás hubiera visto.

Yo extendí mi mano hacia ella, pero como respuesta me dio la espalda mientras gritaba «¡No te acerques!», y luego se marchó con mi cochecito.

Puedo decirte con certeza que fue a partir de ese momento, que dejé de ver a las personas de esa casa como mi familia, Griselda acabó con todo el duro trabajo que me costó mantener neciamente mi cariño hacia ella, dejé de verla como mi madre, me dejó de importar que no me viera como un hijo, comencé a despreciarla, a Santiago, y a Román también. Acepté que era un niño no deseado en esa casa, no era amado, y la única situación que me involucrara que podría traerles felicidad, sería mi muerte. Y entonces, de la misma forma, y con la misma fuerza, comencé a odiarlos.

Pero bueno, después de que se me fuera arrebatado mi cochecito, me deprimí tanto que dejé de ir trabajar, no tenía fuerzas para ello, solo me dediqué a la escuela, puse todos mis pensamientos en el estudio para que no hubiera lugar para nada más. Pero los meses pasaron, y las vacaciones de invierno llegaron, con días sin nada qué hacer, volví a añorar los divertidos días trabajando para conseguir mi cochecito, y el recuerdo de mi hermano César y de mi mamá Sandra hicieron que sacara de mi armario una chamarra verde súper fea que había roba… encontrado, un día en el mercado, me la puse y salté de mi ventana.

Y ese día, fue la primera vez que mis ojos te vieron.

Notas finales:

Gracias por leer.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).