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You + Me = Love por Tsumuru

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Notas del fanfic:

Esta historia tambien la puedes encontrar en Wattpad.

Espero sea de su agrado

You + Me = Love

 

CAPITULO 1 – Chico de bolsillo

 

Ciudad de Madisson Hill´s, 10:47 P.M

Elliot Villanueva se daba el lujo de ir a más de 60 km por hora en su nuevo deportivo negro mientras la música de la última banda de moda sonaba por debajo de su propia voz que seguía la letra de la canción que apenas si se sabía.

El auto había sido un regalo de su padre por su más reciente cumpleaños.

¡21 años!

Por fin era mayor de edad en todas las partes del mundo, y ya no tendría que malhumorarse por no poder beber a gusto en cualquier sitio nocturno. Claro que su falta de edad no impidió que Elliot disfrutara de fiestas con alcohol incluido. Era un Villanueva, por el amor de Dios, y los Villanueva podían hacer lo que quisieran, o algo así, siempre y cuando fueran discretos si es que sus actividades estaban por encima de la ley o la moral.

La familia Villanueva era conocida dentro del mundo empresarial gracias a su cadena de Hospitales Madisson´s Heart.

El bisabuelo de Elliot había comenzado con un pequeño hospital casero a principios de 1900. Tres camas y sabanas y medicinas limitadas, así era como siempre comenzaba la historia de los Villanueva cuando alguien preguntaba los inicios de los hospitales Madisson´s Heart. Y ahora, con más de 40 hospitales por el país, los Villanueva era una de las familias más ostentosas del país, afiliada a numerosas farmacéuticas que ayudan a que el renombre del apellido, y patrimonio, de la familia fuera en aumento.

Gustav Villanueva, el padre de Elliot, era el actual presidente de los hospitales Madisson´s Heart, y Elliot, al ser hijo único, era el futuro presidente de tremendo poderío empresarial.

Sin embargo a Elliot, por el momento, eso no le interesaba demasiado. ¿Alguien lo podía culpar? Por favor, solo tenía 21 años. Su mente únicamente pensaba en divertirse con sus amigos, salir a beber y bailar; ligar con algún chico guapo mucho más alto que él y tener una noche maravillosa de sexo.

Porque si, Elliot era abiertamente gay y media 1.55. Chiquito y compacto, como el solía decir. ¡Era un Elliot de bolsillo!

¿Ser gay era un problema dentro del mundo en el que se desenvolvía su familia?

No, no lo era.

¡Estaban en pleno siglo XXI! La homosexualidad ya no era un problema, y aunque ciertamente aun existían crímenes espantosos de odio y racismo hacia la comunidad gay, Elliot era afortunado porque su padre lo aceptaba tal y como era; sus amigos lo aceptaban y les gustaba que fuera de bolsillo; y los demás… Los demás se podía ir al diablo.

Su preferencia sexual no era motivo para que imbéciles con complejos estúpidos y sin sentido lo limitaran a una vida aburrida y con miedo. No, Elliot no se escondería bajo la farsa de la heterosexualidad y viviría una vida que no le correspondía. Él ligaría con hombres y se acostaría con hombres, y siendo sinceros, muchos hombres lo buscaban y coqueteaban con él.

Elliot no se consideraba feo. Si, podía ser bajito pero su estatura en muchas ocasiones era un atractivo para el tipo de chicos que él buscaba para tener una relación, y él era el primero en admitir que le atraían chicos mucho más altos que él. Un chico que fuera capaz de abrazarlo, envolverlo con sus grandes brazos mientras estaban en la cama… Era un orgasmo vivo para el joven.

Independientemente de su estatura, Elliot era de tez ligeramente bronceada. Nunca fue de tez blanca, después de todo, tenía ascendencia puertorriqueña según el abuelo, quien también atribuía su color de cabello, de un castaño oscuro, a aquella línea de sangre latinoamericana. Sin embargo sus ojos, los ojos si eran de la familia de su madre, quien al igual que Elliot, tenía unos ojos de color miel que relucían mucho más bajo la luz del sol.

Ese era Elliot Villanueva, un chico de bolsillo, de piel bronceada, cabello castaño, ojos color miel, gay y amante de las frituras con picante, hijo de Gustav Villanueva, director y dueño de los hospitales Madisson´s Heart, y medico pediátrico en el hospital madre de la ciudad.

Era gracias a eso, a la buena posición socioeconómica que su familia tenía, que su padre había podido darle un auto deportivo como regalo de cumpleaños.

Anteriormente Elliot tenía un auto más compacto, aunque no por eso menos costoso y llamativo, pero tener un deportivo evitaba la molestia de traer un chofer, porque Elliot odiaba llevar chofer, era como si se llevara un fisgón a todas partes, independientemente de si el pobre hombre era discreto y mantenía la boca cerrada sobre los lugares a los que llevaba al joven universitario.

No, Elliot prefería ser su propio chofer, y más con un auto deportivo como el suyo.

Apenas llevaba un par de semanas usando su regalo de cumpleaños y hasta ahora era una maravilla, especialmente cuando podía ir a altas velocidades por las calles desiertas de la ciudad.

Elliot amaba su ciudad, cuidad Maddisson.

Amaba principalmente el hecho de que tuviera nombre de mujer, porque consideraba que no había algo más hermoso que los nombres de mujeres, y que la ciudad en la que vivía tuviera un nombre femenino, le daba ese toque turístico y chick que toda ciudad debería de tener.

Si bien, ciudad Madisson no era una gran metrópolis, si era una ciudad relativamente grande que conservaba la tranquilidad de los pueblos pequeños. Era descrita como una de las mejores ciudades para vivir, ya que era tranquila y el índice criminal era casi nulo. Por tal motivo, la vida en la ciudad era costosa pero los trabajos eran muy bien pagados, y debido a esto, muchos de los trabajadores que ahí laboraban, se movilizaban de forma diaria de la Ciudad de Madisson a la ciudad vecina, Maddelen, la cual era mucho más económica pero no por eso un lugar menos digno para vivir.

La distancia entre ambas ciudades era de aproximadamente una hora en auto. La autopista era muy transitada a primeras horas de las mañana y por las ultimas horas de la tarde, hora en la cual las personas iban y regresaban de sus respectivos empleos, pero en esos momentos, al ser las 10:47 de la noche, Elliot se podía dar el lujo de ir a una velocidad que rebasaba la permitida.

Llevaba dos semanas haciendo ese recorrido, de la ciudad de Madisson a la ciudad de Maddelen, no únicamente para aprovechar la autopista vacía que le permitía ir a velocidades no permitidas y poco propias para un joven como él.

No, Elliot iba específicamente por el pastel de frambuesas…

Un delicioso pastel de frambuesas.

Y es que Dios, ciudad Maddelen tenía entre sus calles una cafetería que hacia el mejor pastel de frambuesas del mundo. El café era un asco, sabia a trapo mojado, pero el pastel…

El pastel merecía la pena el trayecto de ida y vuelta, aun a casi las once de la noche, porque gracias a los dioses habidos y por haber, la cafetería cerraba pasadas las doce y siempre tenían pastel de sobra para sus clientes nocturnos.

Elliot ya podía saborear ese pastel.

Su boca se hacía agua con el solo recuerdo de la rebana en un plato.

Su cuerpo pedía a gritos azucares con urgencia.

Con solo la idea de pastel de frambuesa rondándole la cabeza, Elliot aceleró un poco más y dejó atrás los señalamientos de velocidad máxima permitida mientras seguía cantando la canción que aún se escuchaba dentro de su auto.

—¡I’m a mess, I’m a loser..!— Elliot cantaba con uno de sus dedos golpeando el volante al ritmo de la música.

*

¡Dioses del olimpo!

Elliot podía morir en paz ahora que su boca estaba llena de pastel de frambuesas. Había pedido una rebanada para comer en una de las pequeñas mesas junto a la ventana. Le habría gustado más comerlo en casa pero el pastel solía aguadarse después de una hora sin refrigeración.

Mientras comía, Elliot tarareaba la misma canción que venía escuchando en el auto. Su voz sonaba bajito, al ritmo de la tonada que él mismo imponía, hasta que esa misma voz soltó un grito que hizo que la dependienta de la cafetería lo volteara a ver asustada.

— ¡¿Eso es humo?!— Desde la ventana de la cafetería, se podía ver una especie de humito saliendo del cofre de su auto, y Elliot no sabía si realmente era humo o solo un efecto óptico provocado por las luces de los alrededores. — ¡Es humo!— Elliot gritó al confirmar que evidentemente era humo lo que sus ojos veían.

Como alma que lleva el diablo, Elliot salió de la cafetería, aun con la cuchara del postre en la mano. Si esa mierda de carro se prendía, no sería con su llavero felpudo de oso que le regaló una de sus mejores amigas. ¡Ese llavero era sagrado! ¡Era llavero y gel antibacterial al mismo tiempo!

—Mi cuerpo bajito no está para estos sustos…— Se dijo a si mismo soltando un suspiro de alivio al percatarse que el humo que salía era mínimo y no había fuego involucrado. Ah, una de las llantas de enfrente también estaba medio desinflada. ¿Cómo había sucedido eso? No tenía ni idea.

¿Y ahora que hacia? En su vida había cambiado una llanta, lo cual hizo que se cuestionara si el auto tenía una llanta de repuesto, pero aunque la tuviera no tenía ni idea de cómo cambiarla, y tampoco tenía las herramientas para hacerlo. Es más, qué diablos se necesitaba para cambiar una llanta. Y eso no era lo peor, la llanta era el menor de sus problemas. No había que olvidar que también salía humo del cofre por alguna razón inexplicable que podía terminar con él en llamas si encendía el auto.

—De acuerdo Elliot, piensa. — Primero debía tranquilizarse y pensar debidamente. No había forma de que él cambiara una llanta, eso estaba descartado al igual que husmear en el cofre del auto para ver que estaba mal. Hacer eso sería una sentencia para el pobre auto.

Podida llamar a la aseguradora, su auto estaba cubierto y acudían al rescate las 24 horas del día, pero eso significaba que le avisarían a su padre, lo cual provocaría que el mismo Gustav Villanueva viniera a este lugar, aun si en esos momentos estuviera en una cena importante por la inauguración de no sé qué sala nueva en el hospital, lo cual a su vez causaría que su padre, al llegar a casa, le daría una larga charla sobre la seguridad e imprudencia juvenil aun si la descompostura no se debiera a un accidente vial, sin mencionar que probablemente le quitaría el auto por tiempo indefinido…

No, sin duda esa tampoco era una opción.

— ¡Maldición!— Elliot bufó molesto con la llanta ponchada y el cobre humeante. — ¡Estúpida llanta del demonio!— Aun molesto, pateó la llanta con fuerza. Ahora pensaba que contar con un chofer no era tan malo después de todo. En una situación así, el chofer es quien se haría cargo de todo mientras él podría esperar cómodamente en el asiento trasero mientras terminaba de comer su pastel de frambuesa.

El enojo fue sustituido por el dolor cuando su pie recibiera las consecuencias de una rabia que claramente no debía ser descargada en un objeto mucho más duro que el pie humano.

—Porquería resentida…— Elliot se sobaba su pie aun viendo con enojo la llanta ponchada. Por más rabietas que hiciera, eso no solucionaría el problema. Si no hablaba a la aseguradora, la única opción era buscar un mecánico, o como fuera que se llamara la persona que se dedicaba a arreglar autos.

Si, eran más de las once de la noche y a su alrededor no se veían muchos lugares abiertos, mucho menos un mecánico a la vista.

Bueno, había luz de casas y locales pero la mayoría estaban ya cerrados. ¿Qué probabilidad había de que si tocaba la puerta de una de las casas a su alrededor, alguien le abriera dispuesto a ayudarle? Era más probable que, uno, nadie le abriera, o dos, lo alejaran con un bate por hacer escándalo.

¡Pero qué idiota! ¡Le podía preguntar a la dependienta de la cafetería! Quien mejor para orientarlo que una persona que vivía por la zona.

 

*

“Las noches”

¿Quién diablos le ponía así a un taller mecánico?

Si Elliot tuviera un taller mecánico le pondría un nombre que hiciera referencia a autos. No sé, como por ejemplo: “La llanta feliz” o alguna mierda así.

Después de que Elliot entrara nuevamente a la cafetería y le explicara su triste situación a la dependienta, que por cierto parecía muy entretenida viendo su desgracia desde el mostrador, esta le dijo que el taller más cercano estaba como a unos 20 minutos de ahí, pero que el local solía cerrar como a eso de las 6 de la tarde.

<<Pero el dueño vino hace como una media hora a comprar comida y café, me parece que sigue trabajando en algo. Si te apuras, con suerte, aun lo encuentras y se apiade a ayudarte>>

La dependienta le dijo a Elliot mientras dibujaba en un recibo viejo el mapa aproximado del taller mecánico.

Esa era el último chance que Elliot tenía antes de tener que recurrir a hablarle a la aseguradora.

Con el mapa dibujado con tinta rosa en la mano, y no sin antes encargarle su auto a la amable señorita que hasta ahora sabia se llamaba Sarah, Elliot le dio las gracias a la dependienta y caminó hacia el dichoso taller de nombre raro.

De acuerdo con el mapita, el taller debería estar a la vuelta de la aquella farmacia de aspecto dudoso.

¡Eureka, ahí estaba!

Las luces de color verde brillante que decían: “Taller mecánico: Las noches” le confirmaron a Elliot que al menos estaba en el lugar correcto, y para su suerte el lugar aún estaba abierto. ¡Gracias a los dioses que cuidaban de las personas bajitas varadas en una ciudad desconocida!

Con las esperanza nuevamente recargada en su alma, Elliot aceleró su paso, casi corrió hacia el local. No quería que los dioses que cuidaban de las personas bajitas varadas en una ciudad desconocida se arrepintiera de su generosidad y le diera una bofetada de desgracia mucho antes de saborear la esperanza que creía tener ya en las manos.

—Buenas noches. — Elliot dijo en un volumen ligeramente elevado al entrar al local. No es que hubiera una puerta para tocar antes de entrar, en realidad, el lugar era como una cochera gigante si le preguntaban. Desde lo que aparentemente era la entrada, se veían unos seis autos alineados, al menos tres de ellos con el cofre abierto y al parecer sin alguna llanta. Al fondo a la izquierda, pudo ver que había una especie de mesa donde había herramientas que desconocía su nombre, y alrededor de la mesa, lo que parecían partes de autos.

— Disculpe, ¿hay alguien?— Elliot volvió a decir al no recibir respuesta alguna.

Si el lugar estaba abierto, significaba que debía haber alguien por algún lugar, y él no se iría de ahí hasta que alguien lo ayudara.

—Lo siento, ya cerramos. — Dijo una voz de gruesa de hombre.

Un hombre de cabello negro salió de una puerta al fondo, del lado contrario a la que estaba la mesa que Elliot viera momentos antes.

En las manos llevaba una caja de herramientas.

— Vuelve mañana. — Al decir esto, el hombre pasó de largo hacia uno de los autos de la entrada con el cofre abierto sin molestarse en ver a Elliot. Tenía demasiado trabajo como para atender fuera de horario a un turista perdido.

—A mi auto se le ponchó una llanta, y esperaba que… — Elliot trató de explicar antes de que aquel hombre los despachara de ahí.

Aun cuando aquel sujeto no se dignó a verlo, Elliot si lo vio a él, y lo primero de lo que se percató es que era alto.

¡Jodidamente alto! Quizás 1.80 de estatura.

Los dioses que cuidaban de las personas bajitas varadas en una ciudad desconocida lo estaban premiando con algo digno de ver, porque aunque aquel hombre estuviera usando un overol grisáceo, viejo, sucio y lleno de aceite, era claro que el condenado era apuesto, o al menos de buen ver.

—Niño, cierro a las seis, y ya pasan de las diez. Ya estoy fuera de servicio. — La voz gruesa de aquel hombre volvió a resonar en el lugar y en los oídos de Elliot, quien arrugó la nariz al escuchar que lo llamaban niño. — Vuelve mañana.

— ¿Mañana? ¡A mi auto se le ponchó una llanta y está echando humo por algún lado, no puedo volver mañana!— Elliot dijo algo molesto. — Tú estás aquí, este lugar está abierto, y para colmo, tiene el nombre ridículo de “Las noches”. Si tiene un nombre así no puedes negarte a atenderme a las 11:00 de la noche. — Elliot sintió que había hablado demasiado rápido, casi sin respirar. — 11:15 de la noche. — Rectificó tras ver la hora en su teléfono.

Vaya que el niño tenía huevos. Eso fue lo primero que Gareth pensó al escuchar el discurso del gnomito frente a él.

Si, el chico era bastante bajito pero probablemente fuera capaz de irse a su yugular si lo provocaba.

La idea lo tentaba un poco.

—Regresa mañana. — Gareth se aventuró a decir con el único propósito de ver que actitud tomaba aquel muchacho.

— ¡¿Qué?! ¿Pretendes que deje mi deportivo afuera de una cafetería hasta mañana que te dignes a ayudarme?— Si, sin duda esa era la actitud, explosiva de perrito chihuahua, que Gareth esperaba.

— ¿Deportivo? Vaya, vaya, así que niño rico, ¿eh?— La actitud de aquel sujeto estaba colmando los nervios de Elliot. ¿Acaso se estaba burlando de él?— ¿Qué acaso tu auto no está asegurado? Ese tipo de autos siempre están asegurados, llama a tu aseguradora y asunto arreglado.

—No me sé el número. — Elliot mintió. — Y antes de que digas algo más, no, tampoco se cambiar una llanta, de lo contrario no estaría aquí. — Si ese mecánico se atrevía a decirle algún comentario tonto, lo patearía como había hecho con la llanta ponchada.

—Una llanta ponchada es fácil de arreglar.

— ¿Cuánto tiempo te tomaría hacerlo?

—Yo no dije que lo haría.

— ¿Cuánto tiempo te tomaría hacerlo?

Gareth rio.

Muy pocas personas de estatura baja eran capaces de adquirir esa actitud desafiante contra alguien que era unos 30 centímetros mucho más alto, y claramente más corpulento.

Dejó en el suelo la caja de herramientas que tenía en la mano antes de contestar.

—Diez, quince minutos, no es nada del otro mundo.

—Perfecto, entonces sígueme.

—Yo no dije que te ayudaría.

— ¿Acaso no es tu trabajo?— Elliot alzó una de sus cejas. Ese hombre lo estaba sacando de sus casillas. — Estás aquí, tienes tiempo, no te cuesta nada ir hasta mi auto, hacer el cambio y listo. Cada quien haría su vida normal después de eso.

— ¿Asumes que no tengo nada que hacer? Vaya, niño, sí que eres egocéntrico al pensar que haré lo que me pides simplemente porque me truenas los dedos.— Por el color rojo intenso en el rostro del muchacho, y esa mirada desafiante, Gareth asumió que no le gustaron nada las palabras que le había dicho.

—Te pagaré el doble, ¿aceptas tarjeta?— Elliot esperaba que si, porque no llevaba nada de efectivo, no después de comprar el pastel de frambuesas.

—El triple. — Gareth contestó. — Tómalo o déjalo. Estaré trabajando fuera de mi horario laboral, es justo que te cobre un importe extra.

— ¿¡El triple por algo que dices se hace en 10 minutos!?— Ese sujeto lo estaba extorsionando, estaba abusando de él.

—Tómalo o déjalo, niño. Tú eres el que necesita el favor, no yo. — Gareth sonrió. — Y no acepto tarjeta.

—Bien, el triple. — Elliot no tuvo más remedio que aceptar. Ya vería más tarde cómo le pagaba al mecánico extorsionador. En algún lugar por ahí debía haber un cajero. — ¿Podemos ir hasta donde está mi auto? No me da mucha confianza dejarlo afuera de esa cafetería.

—Relájate, la ciudad es tranquila a esta hora de la noche y sin una llanta, dudo que puedan llevárselo. — Gareth dijo volviendo a tomar la caja de herramientas, solo necesitaría un par de herramientas para hacerle el trabajo al mocoso. — Me arriesgare a preguntar esto y parecer estúpido… Si tienes la refacción, ¿verdad?

Elliot lo miró fijamente y alzó ligeramente los hombros a modo de respuesta.

Gareth soltó un suspiro.

—Nunca he visto una llanta dentro del auto, quizás la mande sacar, no tengo ni idea. ¿Acaso aquí no tienes una llanta extra? A eso te dedicas, ¿no?

—Claro, tengo un almacén lleno. Detrás de esos dos autos están los deportivos que tengo que arreglar para mañana. — Gareth dijo con claro sarcasmo.

—Bien, ya entendí, no tienes que ser sarcástico. — Elliot cruzó sus brazos.

Gareth inhaló y exhaló, debía tener paciencia con ese niño.

—Esto haremos, iremos en mi auto a ver el tuyo, lo evaluare y si el daño en la llanta no es severo y se puede reparar con un simple parche que te ayude a largarte de aquí, lo haremos ahí mismo. Pero si la llanta no se puede reparar tienes dos opciones, llamas a una grúa para que te lleve a donde sea que quieras que arreglen tu auto, o dos, lo dejas conmigo y si tienes suerte mañana por la tarde estaría listo. Claro, te cobrare 20% más por la refacción que tengo que conseguir.

— ¿Seguro que no tienes una refacción por algún lado?— El lugar estaba algo abarrotado, y Elliot podría jurar que nadie había limpiado las esquinas en años. Alguna llanta útil debería de haber por ahí.

–Son más de las once de la noche, ¿en dónde pretendes que consiga una llanta para tu carrito del año?— En verdad que ese niño pensaba que medio mundo estaba a su disposición.

—Si no hay más opción, lo haremos como tú dices, pero si tratas de chantajearme o robarme, créeme que me conocerás. — Elliot no perdió la oportunidad de advertir al sujeto al mismo tiempo en que alzaba su puño, no estaba de más que le quedara claro que no se dejaría amedrentar.

—Si, si, lo que digas. — Gareth no le veía sentido seguir discutiendo con ese muchacho bajito, así después de meter las herramientas que creía necesitaría a la cajuela de su camioneta, sacó las llaves del bolsillo trasero de su pantalón y subió al vehículo. — Súbete, ¿o quieres ir caminando?— Gareth estuvo tentando en dejar que el muchachito se fuera caminando, o incluso en la parte trasera de la camioneta, únicamente para hacerlo rabiar un poco.

Eso habría sido muy gracioso. Sin embargo abrió la puerta del copiloto y esperó que el otro subiera.

Elliot subió con un brinquito a la camioneta.

Después, indicó el camino, aunque con solo mencionar que su auto se encontraba en la cafetería de fachada verde y letras amarillas, Gareth supo inmediatamente a donde tenía que dirigirse.

*

El auto seguía en donde Elliot lo había dejado.

Gareth no tuvo que sacar las herramientas de la camioneta. Después de una revisión rápida, pudo concluir que el auto del mocoso no se movería de ahí esa noche.

En efecto, tenía una llanta reventada, pero con un parche provisional, fácilmente le aguantaría hasta llegar a la ciudad de Maddison, que era de donde el chico bajito le había dicho que era.

La llanta no era el problema.

El problema era que el motor echaba humo. A simple vista Gareth no podía decir qué era lo que estaba fallando, y era imposible revisarlo ahí, al menos no con la mirada insistente de Elliot perforándole la nuca.

A Gareth le tomó 10 minutos más discutir con Elliot para que entendiera que ni de coña se quedaría despierto hasta de madrugada arreglando su auto, mucho menos con el trabajo que ya debía entregar para mañana.

Elliot tampoco estaba en una mejor situación, al menos no sin involucrar a la aseguradora y el discurso eterno de su padre sobre seguridad e imprudencia juvenil.

El mecánico alto y buenote era su única opción por el momento.

Así que Elliot sacó su llavero felpudo de oso de la guantera y dejó que aquel mecánico enganchara su auto a la camioneta para así poder remolcarlo al taller.

—Oye, si estás ligando conmigo, al menos antes invítame una cerveza o un pastel de frambuesas. — Elliot dijo con una sonrisa traviesa cuando Gareth le pidiera su teléfono.

—Muchacho idiota. — Gareth gruñó.

Y Elliot rio.

—Tranquilo, estoy bromeando, la gente pequeña también bromea.

¿Gente pequeña? Gareth parpadeó para evitar también reír. Cuántas personas de baja estatura se llamaba así misma como: gente pequeña.

—Bien, te mandaré un mensaje mañana para decirte el estado de tu auto, o si decides que la aseguradora se haga cargo, me mandas un mensaje tú, pero eso si, te seguiré cobrando lo acordado. — Dijo viendo el nombre en su más reciente contacto.

<<Elliot>>

Así que así se llamaba ese niño de baja estatura pero de gran carácter.

*

<<Gareth>>

Ese era el nombre del mecánico buenote.

No era un nombre malo, pensó Elliot una vez estuviera dentro del taxi que lo llevaría a su casa.

Viajar en taxi no le gustaba mucho pero era un servicio que se podía pedir mediante aplicación sin importar la hora, y gracias a los dioses que cuidaban de las personas bajitas, aceptaban tarjeta de crédito.

Si Elliot tenía una habilidad, además de comer grandes cantidades de picante sin inmutarse, esa era encontrar todo por medio de aplicaciones. Era fanático de la paquetería exprés. Es más, si pudiera, se enviaría así mismo a través de paquetería únicamente para tener la experiencia del servicio exprés.

¡No por nada lo habían hecho de tamaño compacto y de bolsillo!

Probablemente no era mala idea desde ahora encontrar alguna aplicación que te diera servicio mecánico las 24 horas del día. Si ya se había quedado varado de la nada, nadie le aseguraba que no podría volver a suceder.

Aunque…

Aunque ahora contaba con el numero de un mecánico…

Aun viendo el nombre en la pantalla de su teléfono, Elliot presionó el icono de: <<editar>>, y junto al nombre colocó: <<mecánico buenote>>.

Si, ahora el contacto era: <<Gareth, mecánico buenote. >>

 

Ese nombre le gustaba más.


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