Veia a los suyos alejarse en la noche iluminada por el incendio, el destello de sus armaduras parecerse cada vez mas al destello de las estrellas azules en lo alto.
Se bajo de su querida yegua, acariciando sus ijares manchados por la edad, húmedos por la saliva. Su alma gentil lo instaba a sentir mayor desconsuelo por su destino que por el propio. Pego su frente a la suya, dándose valor, consuelo, con las palabras que dedicaba a su querido animal. Luego tomo su arco, lo tenso, se dispuso a enfrentar su destino como un hombre.
***
Con sus ojos oscuros, Wulf no podía ver quien de ellos se había quedado atrás. Decian que la gente de ojos claros podía ver mejor en la noche, nunca se había atrevido a preguntárselo a ellos mientras crecían. A los hijos de Helm, todavía no “mano de hierro”
Odiaba el mote como odiaba el hecho que lo había causado. Como odiaba a la princesa que lo había rechazado. No podía dar crédito a sus ojos cuando distingio ondear los rubios mechones enmarcando el rostro, a la luz de las estrellas. El resplandor del fuego que dejaba atrás le permitio distinguir sus rasgos, tan bellos como los que habían poblado sus pueriles ilusiones.
Pero mas gentiles. Mas amables. El complice, ligeramente mayor, pero tan maternal, de sus correrías infantiles. El que con ayuda de su lira les cantaba historias de antaño bien pasada la hora de dormir, el que había curado sus raspones.
Pero incluso aquellos ojos se dirigían ahora frios a el. Apuntandole al reconocerlo. El dolor, el primer impulso de exponer el pecho, como lo hizo descuidadamente Haleth, le hicieron ladear el rostro con rencor, deseando que todo terminara, acabar ya con tanto rechazo, con tanto desamor. Pero en el mismo momento se gesto la chispa, como la que había provocado el incendio que ahora consumia la capital Edoras. Un fuego igual de violento, que dictaba su vida, impulsaba su corazón.
El brazo se alzo mientras la flecha volaba en el aire. Metal contra metal, el destello de la friccion entre la punta y la hoja. Casi seguidos del rechazo del segundo disparo. Pudo percibir con el rabillo del ojo la admiración de Targg ante su habilidad. Pero mantenía los ojos fijos en el rival, en el príncipe Hàma hijo de Helm, que los mantenía fijos en el, disparándole flecha tras flecha.
-¡No lo maten! – grito a sus hombres, sin saber porque, puesto que odiaba a esa familia - ¡Ni lo hieran! Lo quiero salvo.
Nuevamente, le parecio ver que su teniente aprobaba sus acciones.
Hàma no disparo a los otros, ni siquiera a su caballo. Tomo la espada en defensa de su libertad hasta que fue inevitable. Creyo ver pena, cuando acabo con uno de sus soldados. Entre varios lo sujetaron, atándolo. Arrojandolo de rodillas a sus pies. La yegua trato de defenderlo y fue atravesada por una espada.
-¡No, Mare!
Los ojos, que un momento antes habían estado orgullosos, se llenaron de lagrimas. El rostro, que nunca había visto altivo, se inclino intentando contener el llanto.
No le dio satisfacción ver llorar a su enemigo. Pero tenia una reputación que mantener.
Acerco el filo de la hoja a su cuello. Alzo con la punta la barbilla.
-Vaya, vaya, que tenemos aquí. Nada mas y nada menos que el actual príncipe heredero de Rohan.
Aquellos ojos, aun en medio de las lagrimas, lo miraron como nunca lo habían mirado. Tampoco le gusto esa mirada.
-¿Esta seguro, mi señor? – se acerco hablando muy fuerte Targg – Yo mas bien creo que se trata de la princesa. De una princesa.
-¿¡Pero que dices, te has vuelto loco?! – lo encaro, su cabalgadura también resoplando.
-Pienselo, mi señor – montaban hombro a hombro, encontrados – lo que usted necesita es una princesa para legitimar su trono – terminado su susurro, continuo a voz en cuello, espoleando su caballo - ¡Yo siempre crei que Helm Mano de hierro había tenido dos hijas, pero había hecho criar a la primera como un varon, para ocultar la vergüenza de que su simiente no era “de hierro”
Las risas de los soldados los envolvían. Tambien la estupefacción de Hàma.
-¿Y Hèra? – pregunto Wulf, con rostro pensativo.
-El viejo estaba tan abatido por la muerte de su esposa, que nada le importo que la asesina fuera una niña.
Hàma sintió furia.
-¿¡Como te atreves a decir eso de mi hermana!?
-¡Calla, mujer! – Targg alzo la espada, haciendo caracolear su caballo. Luego acerco la punta al pecho de Hàma, todo ante la pensativa mirada de Wulf - ¡Ahora mismo vamos a revelar la verdad de tu sexo!
Hàma seguía sin poderse creer lo que escuchaba. Wulf observaba todo, torvo. La hoja rasgo la tela justo debajo del broche de su capa. Siguio unos quince centímetros abajo. Wulf sintió preocupación de que fuera a cortar esa piel, pero cuando se acerco y la vio, sus ojos y sus labios demostraron su asombro.
-¡Tal como lo sospechaba! – grito Targg para su publico, que habría de repetir la historia - ¡El príncipe Hàma es una mujer!
-Pero, ¿¡que dices!? – se recogio púdicamente Hàma, cubriendo la rotura del pecho con su mano.
-¡Rohan me debe una novia! – grito Wulf – Era la voluntad de mi padre...
Los soldados prorrumpieron en exclamaciones de alborozo, poniendo al tanto a los que llegaban. Wulf hizo avanzar mas de prisa a su caballo, recogiendo al vuelo a Hàma. Era tan ligero en verdad. Tan indefenso. Lo sento en su regazo, con las piernas juntas a un lado. Lo abrazo con firmeza contra su pecho, galopo en dirección a Cuernavilla.
El corazón le resonaba en los oídos como los cascos de caballo contra las rocas. El confort del cuerpo de Hàma le hacia bien en el corazón. Sus hombres le seguían, había ganado la batalla. Necesitaba una cosa mas, solo una cosa mas.
-¡Helm, Helm! – llamo a voz en cuello, fuera del alcanze de las flechas de los defensores del abismo - ¡Sal ya, viejo chocho, cobarde, ruin!
Ante los insultos a su padre, Hàma se rebatio. Alguien, Targg, le parecía recordar, le había puesto una mordaza para callar sus protestas. Seguia en su regazo, pero mas dócil.
-¡Mi padre esta herido, di lo que quieras, Wulf!
Ahí estaba ella, tan arrogante como siempre, altiva y decidida.
-¡Si tu padre es tan débil para dejar sus funciones en manos de una mujer, hablare contigo, Hèra! – caracoleo su caballo, pensando sus palabras – ¡Por el bien de nuestros pueblos, estoy dispuesto a unir mi sangre con la de los eorlingas! ¡Superare mi repulsión para hacer de nuestro pueblo uno solo, fuerte, a quien Gondor respetara!
-¡Wulf, cuantas veces tengo que decirte que no me casare contigo!
El joven rio con estridentes carcajadas.
-¡No te necesito, Hèra! He encontrado una princesa mucho mas digna que tu, culta y bella! – apretaba a Hàma en su regazo - ¡He descubierto el secreto de tu mentirosa familia, el secreto de tu hermana mayor!
Se sentía bien tener la atención de todos los defensores del abismo, de todos los seguidores que había reclutado.
-¡Pero que estas diciendo Wulf! ¡Mi hermano es varon, lo sabes!
Wulf volvió a reir. El viejo rey, atento a sus palabras desde la primer risa, se tenso en su asiento.
-¡¿Lo se!? Yo solo se que Hàma, a diferencia de Haleth, tiene una estatura y complexión similares a las tuyas – el príncipe Hàma se achico, avergonzado, escondiéndose en el regazo de Wulf - ¡Todo el que tiene ojos lo ve! – grito para su publico - ¡Su delicado cabello, cuidadosamente peinado, su bello rostro, su manera gentil. ¡Helm se equivoco de hija que vestir de muchacho para disimular su pobre potencia! Pero cuando tu mataste a tu madre, Hèra, ya nada le importaba, ¡tu nunca le importaste!
Las palabras se quedaron resonando en el abismo, en el corazón de Hèra. No se dio cuenta en que momento su padre llego a su lado, apoyándose en la muralla para alzar el puño en dirección a Wulf.
-¡Libera a mi hijo, Wulf! ¡Me ofrezco en su lugar!
-¡No, gracias! – se apresuro a contestar, ganándose una risa de parte de su tropa - ¡Ya tengo lo que necesito, viejo chocho, lo que mi generoso padre te pidió para unir a nuestros pueblos. ¡Por honrar su memoria, por la fuerza del reino de los rohirrim, desposare a la princesa Hàma, enviare embajadores al reino de Gondor!
El bramido de Helm hizo resonar las piedras del abismo.
-¿¡Pero que tonterías estas diciendo, Wulf!?
-¡Pùdrete Hèra! – su grito rabioso surgio tan alto como el de Helm – Esta noche me casare y yacere con mi novia... – acaricio tiernamente el cabello de Hàma, mirándolo también con dulzura.
-¡¡Libera a mi hijo, Wulf!! – la herida de Helm manchaba copiosamente sus vendajes - ¡Has ganado, me rindo, te entrego a Hèra!
-Demasiado tarde, Helm “Mano de hierro” – prununcio con mucha sorna – Pudrete junto con esa salvaje que si llamaste hija sin que quizá lo fuera, púdrete junto con todo aquel que no me jure lealtad – su voz, fuerte y grave, resonaba con una nueva seguridad que enorgullecia a Targg – Este abismo será la tumba de los traidores y de los necios. ¡No sitiamos una fortaleza, guardamos una cárcel! ¡Una cárcel voluntaria donde se refugian aquellos que quieren ver débil a Rohan! ¡Eorlingas!!! ¡Que no los detenga un voto hacia aquel cuyo mayor logro fue matar a un inocente! ¡Tomo por esposa a una de ustedes, a su princesa, juntos construiremos un reino en el que los corceles nunca dejaran de galopar!
Vivas de su tropa. Rostros dubitativos, rostros furiosos, en las alturas de piedra labrada.
-¡Liberalo, liberalo, devuelveme a mi hijo!!
Targg hizo gesto a sus capitanes para que avivaran los hurras de la tropa, para que acallaran, en medida de lo posible, el vozarron de Helm.
Sin mirar atrás, con su corcel agitando la cola grácilmente, Wulf desando el estrecho camino que conducia a la fortaleza.
-Has estado soberbio. – le dijo su general, lleno de orgullo al alcanzarlo tras dictar sus ordenes.
Wulf se mordio el labio.
-Tendras que dormir con el deveras, pasar la noche, quiero decir. Afortunadamente, con este no corres riesgo de procrear un bastardo de sangre sucia. A su debido tiempo, lo haremos desaparecer, y podras casarte con una doncella de nuestra clase, ese era el plan de Freca...
-Targg
-¿Qué?
-Calla.
Su rostro no compartia la esperanza del del general.
***
El campamento se alzaba a la sombra de los rescoldos del fuego que aun consumia la capital del reino. La oscuridad parecía mas profunda en los alrededores, alejándose del fuego. A Wulf le dolia la cabeza.
-La boda deberá celebrarse en nuestro castillo. Llevaremos a la marca a todos los refugiados que lleguen aquí, y en primavera reconstruiremos Edoras...
Targg no dejaba de hablar. Wulf estaba cansado de fogatas y campamentos. Su lugar era el palacio, el trono, la reina...
Se había asegurado que Hàma se quedara en su tienda atándolo, había puesto a seis de sus hombres de confianza a guardarlo. Caminaba por las calles en ruinas, pero sin charcos de sangre. La ciudad tomada sin gloria, la gloria que ella le había quitado, pero al jovencito idealista que creyo en los discursos de su padre, aquello le agrado.
Pavesas y ráfagas de aire caliente lo recibieron en el castillo del rey. Cenizas calientes, a través de la suela de sus botas. Le urgia encontrar algo. Rompio la caja, milagrosamente intacta, que contenia la corona. Se sento en el trono chamuscado.
Habia logrado el sueño de su padre, pero no el suyo. Tardes de risas, de alegría infantil, de despreocupación. ¿Qué había hecho con Hàma? Utilizarlo para sus propósitos, justo como a el no le había gustado. Con el ceño fruncido, se levanto a buscar la corona de la reina. Ni el ni Hèra habían tenido madre, eso los había unido, en cierta medida. Le había dado una sensación de vinculo.
Helm guardaba reverenciosamente los recuerdos de su esposa. Rompio la cerradura de la segunda caja con la misma facilidad que la otra. La corona, delicada, con pequeñas flores y perlas, pequeños brillantes, era perfecta para lucir en una cabellera rubia. Rompio otra caja, mas grande, la que contenia el vestido de novia de las mujeres de la casa real. Delicadas mangas, transparentes. Un escote que debía dejar ver los hombros. Una capa, para llevar abrochada sobre un hombro, doblada al frente. Una falda que nacia en un doblez sobre las caderas, se pregunto si Hàma podría llenarlo.
-Targg, que adornen la sala del trono. – le lanzo el vestido – Que preparen a Hàma.
El viejo general se quedo mirando. Pensando. Urgia asegurar el trono, su pupilo, aunque jamas se atrevería a llamarse su tutor, lo había entendido, finalmente.
-Si, mi señor.
-He jurado casarme esta noche. – miro al cielo estrellado – cumpliré mi promesa.
***
Hàma no podía creer lo que había vivido. Perder a su amado hermano, a su amada yegua, ver herido a su padre, prisionero, junto con su hermana. Prisionero el mismo, llamado de todos los modos que siempre temio. Afeminado, débil, poco masculino, como si el no se sintiera bastante asi cada que Haleth le ganaba. Su hermano era el mejor en todo, menos en el arpa. Por eso era algo en lo que había querido sobresalir, aunque no impresionara a su padre. Amaba la música, las canciones, el calor del hogar, que el si conocio, aunque por muy poco.
Entendia la importancia política de la mano de su hermana, entendia porque Wulf estaba tan desesperado por ella, al punto de hacer caso al consejo del general Targg.
Que pudiera pasar por mujer era humillante, una afrenta a su padre que no podía evitar. Debio cortarse el cabello al rape, como Haleth en los laterales que le estorbaban para la batalla. Debio cortarse la cara, aunque esto, en realidad, no afeara a Wulf. Debio ser mas astuto, para proteger a su hermano, ya que mas fuerte no podía ser.
Lloraba por la perdida cuando dos viejas entraron. Se miraron entendidas al verlo llorar y pidieron a los soldados que cerraran la tienda. Cortaron sus ataduras.
-Su alteza – hizo una reverencia una, ofreciendo lo que traía en las manos, el vestido de su madre – por favor, vistase para la boda.
-¿Qué boda?
-La suya con el rey Wulf
Hàma resoplo. No tanto por lo de su boda como por el descaro de Wulf al hacerse llamar rey cuando el rey aun respiraba. ¡¿O no?!
-¿¡Mi padre vive!? – sacudió a la otra vieja - ¿El rey vive?
-No sabemos si Helm vive o muere en el abismo – respondio la otra, pues la que sacudió gruño, atenta a recuperar la corona de la caída – Le dejaron vivo, usted lo vio. Ahora, por favor, ayudenos a vestirlo, Alteza, si forcejeamos podríamos dañar el vestido y esto traerá mala suerte a la casa real.
-¿Qué?! – dijo hechandose para atrás por primera vez, desafiante ante el vestido – Wulf no puede casarse conmigo. Somos hombres.
-Nosotras somos unas pobres viejas, enceguecidas por la lejía con que lavamos la ropa – Hàma noto los ojos velados de la que sostenia la corona. Parecia haber perdido la vista, aunque no la fuerza de las manos. Cataratas había también en los ojos de la otra vieja – Se nos ha ordenado que ayudemos a la princesa Hàma hija de Helm, a vestirse para su boda. Nuestros cuellos pagaran la ira del señor Wulf si no esta lista a tiempo.
Hàma no quería ver roto el vestido de su madre. No quería ver muertas ni a esas arpías, victimas a pesar de todo, de las malas costumbres de la corte de Freca, por las que su padre se había disgustado por el. Se acerco y acaricio la tela, recordando los brazos que una vez la llenaron.
-Wulf puede llamarme mujer todo lo que quiera, pero eso no me convertirá en una.
Solto el broche de su capa, se despojo de su túnica. La que veía, pudo ver como su pecho, perfectamente plano, negaba que fuera mujer. El bulto bajo los calzones también lo desmentia. Pero al ponerle la enagua la magia sucedió, ayudada por el rubor que teñia sus mejillas. Sus ojos parecían mas brillantes, sus labios se tornaron rosados de tanto morderselos. El vestido se acomodaba con gracia bajo su cuerpo. Le faltaban los musculos de los brazos desarrollados de una arquera amazona, tuvieron que ajustar las cintas en la espalda para adecuarse a sus formas. Con un doblez y una arruga la que aun gozaba del don de la vista ayudo al pecho a no verse tan plano. Ajustando bien en la cintura y soltando en las caderas se afianzaba la ilusión de una figura mas femenina. Con la capa y la corona dejo admirados a los soldados cuando las viejas abrieron la tienda, conduciéndolo con sus manos como garras, una en cada lado, reforzadas por la cerrada formación de hombres fieles a Wulf.
La ciudad aun brillaba en puntos rojos de rescoldos, humeaba, pero Wulf había mandado colocar todos los trapos que traía como pendones en palos recién colocados para completar la sala del trono, para hacer un corredor; mantas, tiendas, capas, manteles; toda tela suficientemente larga se prestaba a esa absurda ceremonia. Detrás del trono, los pendones de la casa real y de la marca del oeste ondeaban por la circulación de los aires frio y caliente.
Wulf estaba ahí, limpio del hollín y la sangre, con la corona de su padre en la cabeza. Un senescal sostenia la corona de su madre en un cojin de terciopelo y el general Targg, el verdadero intrigante, estaba también ahí vestido con todas sus galas.
Su rostro enrojecia furiosamente al desfilar asi escoltado no solo delante de la tropa de Wulf, sino de todos los aldeanos, posiblemente prisioneros, que pudieron encontrar.
Wulf se había quedado sin aliento desde que lo distingio al final del pasillo. Cuando llego a su lado, acomodo uno de sus mechones, siempre rebelde, pues necesitaba tocarlo, verificar que era real. Era hermoso mas alla de cualquier sueño, de cualquier fantasia, de cualquier mujer que hubiera tenido.
Hàma alzo el rostro, con las mejillas sonrojadas, con los los ojos brillantes, con los labios rosados.
-Deten esta farsa Wulf. Nadie en Gondor ni en los reinos vecinos creerá que un príncipe se transforme en una princesa.
La respues de Wulf lo sorprendio tanto como a los presentes.
Un beso. Fiero y dominante, enfadado. Luego cogio su mano y la alzo.
-¡Traigo aquí a Hàma, hija de Helm, princesa de Rohan, para convertirla en mi esposa!
Aprovechando su boca abierta por el estupor, que lo veía, un explorador que era bueno imitando las voces hablo por Hàma, como había sido previamente indicado.
-¡Y yo, Hàma, lo acepto! ¡Declaro a Wulf hijo de Freca como mi legitimo esposo... – comenzaron a girar entre hurras. Al ver que iba a hablar, Targg le dio un golpe en el estomago que le saco el aire, Wulf lo mantuvo en alto, cargándolo desde el brazo - ... y rey de Rohan!
La mayoría de los aldeanos se veian dudosos, murmuraban. Los hombres de Wulf no podían estar mas contentos, acababan de saquear la ciudad mas rica del reino, amaban a su señor.
Al terminar de girar el circulo completo, recibiendo los parabienes, el general Targg quebró una lanza y una vasija al uso de los dunlendinos, las tiro juntas frente a los novios, que las brincaron de un salto.
Mas hurras de hombres morenos, de ojos oscuros, como el propio príncipe de la Marca.
Luego Wulf cargo a su novia como fardo, lo que era opcional, pero gusto mucho a los suyos. Con la mano apoyada en las pompas vestidas de blanco, junto a la cara, se pregunto si no seria cierto lo que clamaban.
Háma, todavía sin aliento, se vio llevado entre vivas al dormitorio real, casi intacto. Lonas parchaban el techo y los muros, los exquisitamente labrados muros ahí donde habían sido consumidos. Pendones y ramas de bayas venenosas, rojas, lo adornaban.
Wulf lo ayudo a ponerse en pie frente a el, asegurándose de que sus piernas lo sostuvieran antes de quitarle las manos de las caderas. Jadeo un par de veces, antes de encararlo con determinación.
-Puedes llamarme mujer todo lo que quieras, Wulf, pero eso no me hara una.
La respuesta de Wulf en privado lo sorprendio mas que en publico. Volvio a besarlo, esta vez con pasión mas que violencia. Hàma lo empujo atrás.
-Deja de fingir, no estamos en publico.
-Hemos roto y saltado una lanza y una vasija, porque dejamos de ser hombre y mujer, nos convertimos en algo mas, en un matrimonio.
Háma lo miro preguntándose si habría enloquecido. Aquella mirada le supo a conmiseración a Wulf, le recordó las que había recibido cuando su padre había sido asesinado, avivando la furia en su interior contra esa familia. Agarro a Hàma por la prenda que tenia mas cerca del cuello, por la capa, y lo sacudió por ella.
-Ahora vas a ver si te hago o no mi mujer, Hàma hijo de Helm.
Le arranco la capa con violencia, botando el broche. Hàma se apeno al ver rota la prenda de su madre, los ojos que lo veian ardían.
El cuello asi expuesto, las clavículas, los hombros. Esa piel que lo había hecho asombrarse ante su blancura y perfeccion estaba ahí en toda su gloria. Demasiada para que sus ojos acostumbrados a la pena la soportaran.
Y aun asi, quería poner las manos sobre aquellos hombros, acercar a Hàma para un beso que le fuera correspondido, para un abrazo amoroso, como los que le había dado de niño. Fragil, con el corazón expuesto, avanzo un paso, puso sus manos sobre aquellos hombros, las deslizo por los brazos, hasta coger sus manos entre las suyas. Sus manos, delicadas, cariñosas. Saco el pecho y busco el beso, que se le negó.
-¿Cómo puedes hacer esto, solo por una corona? – le reprocho avergonzado – Tu estas enamorado de mi hermana.
-No, hace tiempo que se que no. – respondio con una voz mas baja de lo habitual, que no le gusto. Volvio a buscar sus labios, que Hàma llevo para el otro lado. Quiso soltar sus manos, el las retuvo.
-Detente, esto es muy inapropiado. No creo que ni siquiera Targg te aconsejara algo semejante.
Wulf fruncio el ceño mientras lo escuchaba.
-Targg no dicta mis acciones. – sacudió su diestra - ¡Eres tu el que me ha retado a convertirlo en mujer!
-¡Para! ¡Yo no he querido ponerme este vestido, estar contigo!
Las ultimas palabras dolieron, irritaron. Arrojo a Hàma al lecho con la facilidad que a una mujer, se le monto encima antes de que pudiera escapar. Su hombría, anhelante de hermosura, encontró nido entre las pompas que antes había tenido tan cerca del rostro. Hàma era tan acogedor como recordaba. Su calor, tan reconfortante. Le puso la mano en la boca para que no hechara a perder el momento, para que no dijera nada. Su corazón estaba lleno de confusión, y de dolor, desde el dia que mataron a su padre. Era a Hàma a quien había visto aquella noche en el banquete, luego de tantos años. Era el, el de los recuerdos mas profundos de su niñez. Era el, ahora, con esa nuca deliciosamente suave. Desato con los dientes el nudo de su peinado. Su cabello suavicimo se esparcio. Rodeo su rostro al hundirlo en el. Ya habían convertido a Hàma en mujer, a los ojos del pueblo. Ya no era incorrecto.
Lo volteo para verlo y el lo golpeo.
-¡Para esto, es deshonroso!
Luchaba por escapar, el también, por dejarlo.
-¡Deja de humillar a tu enemigo, cometes los mismos excesos que tu padre!
Lo golpeo a su vez. No midio su fuerza, como Helm puño de hierro, y le sangro la boca. Se arrepintió tan pronto como la vio, pero de su boca salieron mas palabras viperinas.
-¡Es repugnante que te rebajes a estos innobles deseos!
Lo deseaba, si. Bastaba con sentir su calor, su olor, con estar en su presencia para desearlo. Ahora que sentía todo, era un ataque fulminante. Aprisiono sus manos y lo forzó a un beso. Su labio también sangraba cuando sus bocas se separaron.
-¡Es asqueroso, para!
Su boca se perdia en su cuello, tan exquisito.
-¡No, para! – lloraba Hàma mientras el, deteniéndolo por los antebrazos, besaba su pecho, la línea de su escote - ¡Tu mataste a Haleth, aléjate!
Se incorporo. Hàma intento escapar. No iba a quedarse quieto. Calculo su fuerza para golpearlo como Targg había hecho, dejándolo sin aliento con dos golpes en el abdomen. Al diablo la suerte de la familia real; rasgo el vestido por la mitad. La enagua fina tocaba su pecho desnudo, había un bultito mas abajo que no debía estar, lo ignoro, rasgando la segunda tela que separaba su pecho de sus intenciones. No había pecho como tal, pero al amasar, bajo sus palmas, algo se sentía, algo que le hacia doler de deseo por la unión. No le gustaba golpearlo, pero asi tampoco hablaba.
A pesar de estar casi inerme Hàma quiso ponerse boca abajo para reptar. Le azoto los brazos contra la cama, dejándolo boca arriba. Le bajo los calzones, sin saber que hacer ante esos genitales masculinos en medio del vello rubio. Le alzo las piernas, se las hecho contra el pecho. Ahí, detrás de las bolitas que pendían como duraznos, estaba el hoyo. Lo tranquilizo ver algo conocido. Al soltarle las piernas para sacársela, Hàma se volteo de lado e intento huir, el lo abrazo por la espalda, acercándolo con un buen apretón por la cintura que le saco el aire que recuperaba. Excitado, llevo su miembro a buen puerto. Pero a pesar de su mejor estocada no pudo entrar. Hàma temblo todo, presa de un intenso dolor, el quejido casi mudo lo alerto.
Conocia de dolor, busco su herida. Al echar atrás la cadera libero unas gotas de sangre. La punta de su virilidad estaba perlada en rojo. ¡Claro! Recordo que los vírgenes sangraban, también, suponía.
-No quiero lastimarte – le dijo con una voz dulce que no le gusto – Tambien es mi primera vez con un hombre.
No parecía que el príncipe fuera a contestarle nada, solo boqueaba y tenia los ojos fijos en un punto lejos de ahí. Se incorporo un poco para ver que era diferente, porque no podía meterla... ¡Claro! Solo su sangre brillaba. Si las vainas tenían que estar bien lubricadas para que el arma saliera y entrara con facilidad, mas las del amor. No tenia su capa de viaje, donde iba bien aprovisionado de todo, pero unas de las lamparas que iluminaban la estancia eran de aceite. Temiendo que Hàma quisiera escapar se levanto rápido por la mas cercana, pero el príncipe ni siquiera se movio.
Puso el aceite en su virilidad y lo puso también entre sus pompas. Se sintió sumamente encendido al tocar el hoyo por fuera, cuando entro el dedo, Hàma gimio y se rebatio, el lo apreso con fuerza, disgustado de ver el miedo en esos ojos gentiles, permaneció unos momentos acariciando con su dedo, pues todo su ser ardia, susurrándole ruiditos tranquilizadores al oído, como si de un caballo se tratase. Luego, sin poder contener mas el ardor lo apreso por el cuello y por la cintura con sus poderosos brazos, arrimo su miembro a tientas, a lo que el se rebatia, pero cuando se hundio en el, esta vez a placer, Hàma se quedo quieto y empezó a sollozar.
Viendo que la fuerza ya no era necesaria, cambio el abrazo de lucha por uno de amor, intento consolarlo con besos, con caricias, moderando el ardor que sentía por satisfacer su deseo, irritándose ante su incapacidad de consolarlo, ante su llanto. Se movio como a sus amantes les gustaba, sin obtener mejores resultados.
-Tambien para ti se debe de sentir bien, o los hombres no se prestarían a ello!
Sabia que era una cosa que se hacia, en especial en una tropa como la suya que no era un ejercito propiamente dicho, donde las mujeres, salvo las absolutamente indispensables, estaban prohibidas para evitar pleitos.
-¡Deja de llorar! – se frustaba - ¡Pude haberte matado, y a tu padre, y a tu hermana, incendiado el abismo!
Aquello solo redoblo su llanto, por lo que, furioso, le pego una bofetada. Se enfurecio consigo mismo tan pronto vio la mejilla roja.
-¡Si no lo quieres disfrutar no lo disfrutes! – le grito, dándole la vuelta y cogiéndole los brazos juntos atrás, antebrazo contra antebrazo, bien sujetos por su mano contra lo mas sumido de su cintura. Al forzarle la pose, su pecho contra la cama y las rodillas también, la cadera debajo de la suya, parecía tener un trasero mas generoso, deseable. Su cabello corto, con el peinado casi desecho, lo hacia ver mas hermoso. Sin verlo llorar su excitación aumento.
Dejo de poseerlo como a una compañera, bandolera o noble infiel, y se lo hizo como a una prostituta, buscando su placer, ya que no había otra cosa que buscar ahí.
Completamente humillado, Hàma dio rienda suelta a su llanto con el rostro contra el colchón. En la propia cama de su padre lo deshonraban, de una manera tan inicua, tan indigna, al ser hombre. El destino que una princesa podía esperar en manos de un villano lo estaba sufriendo el, un príncipe, incapaz de defenderse a si mismo o a nada. Lloraba su desconsuelo por su debilidad, por su incompetencia, por sus perdidas, tan grandes, una tras otra; su hermano, su yegua, su padre, su hermana, su virilidad... todo se lo llevaba la Furia del oeste, y todavía pretendía que lo disfrutara, que indignidad, como si fuera un vicioso.
Escocia menos ahora que llevaba un rato haciéndoselo, mucho menos que la primer estocada que si le quebró el espíritu, y el cuerpo. Se sintió tan ultrajado... Agradecia no verle la cara, no se la quería ver nunca mas, le costaba creer que ese niño hosco, necesitado de cariño, que el quiso fuera ahora su agresor. Que fuera el mismo joven atormentado por las acciones de su padre, por su perdida, que tan prometedor se había visto en aquel lejano banquete.
El creyo que seria un buen marido para su hermana, era una buena solución, aunque las maneras de lord Freca no pudieran ser peores. Todo se fue de las manos aquella noche, el pidio a su padre que moderara su enojo con el joven, que había sido descarriado.
Pero ahora, al pensar en su hermano muerto, se pregunto si las maneras violentas de antaño no tenían razón de ser. Si Wulf estuviera muerto su hermano no lo estaría. De todas las perdidas, esta era la que mas le dolia. La de su orgullo herido, era como la guindilla del pastel: siempre había sabido que no era un hombre viril, que Wulf se lo demostrara tan salvajemente era solo eso... salvajismo, las maneras de un bruto.
Sentia una incomodidad en la cola. Una vergonzoza, que estaba peor que el dolor. No sabia definirlo, pero le daban ganas de gritar. De temblar, en vez de aguantar firmemente lo que Wulf le hacia. El calor lo invadia, la vergüenza. Volvia a jadear.
-Para, para por favor...
Hàma volvia a hablarle. Se había corrido en el y seguido duro, de tanto como lo deseaba. Comprendia que fuera molesto aguantar tanto rato, pero no podía evitarlo. No podía detenerse. Le solto las manos, le acaricio la espalda.
-Para por favor, es vergonzozo...
Hàma sintió como se inclinaba sobre el. Su calor. Su cabello rozando sus hombros.
-Es mejor que me apresure...
Su voz, tan cerca del oído, tan ronca y un poco entrecortada, lo hicieron sentir mas calor, incomodidad. Jalo una almohada para hundir el rostro: no quería ni verlo, que le besara el cuello, que le respirara asi.
Wulf lo sacudia todo, desde dentro. Mordio la almohada, ahogando una exclamación de placer. Era eso, pese a lo irrazonable que era. Era placer. Era excitación, esa incomodidad. Eso lo hizo sentir mas avergonzado. “¡Tambien para ti se debe de sentir bien, o los hombres no se prestarían a ello!”, recordó sus palabras febril, avergonzado. Como era posible que deseara al asesino de su hermano, sentía vergüenza de si mismo, de su debilidad. Sentia que sus rodillas ya no lo detendrían, Wulf lo hizo por el. Sus manos calientes, asesinas. Su miembro, en su cuerpo, que debería disgustarle. Dolerle.
Wulf se dio cuenta de que gemia de placer. De los cambios, en su cuerpo, y esmero su actuación. Compartir el placer con Hàma, esa había sido su intención. Necesitaba verlo, besarlo. Era el, quien había llenado de alegría sus días y volveria a hacerlo. Lo alzo; era tan delgado, tan ligero. La mano abarcaba mas de la mitad de su cuello, pero esta vez tocaba con delicadeza, sostenia la barbilla, la hacia girar con cuidado. Los ojos llorosos de Hàma lo excitaron esta vez, el beso con que le devoro la boca estaba hambriento de el. La mano que acariciaba su pecho se topo con un pezón erecto. Hàma gimio en sus labios cuando se lo froto. Se los iba a comer, se los iba a comer tanto.
Hàma se sentía un pecador. Jamas se había sentido en falta, había intentado que la rectitud guiara su vida, pero sentado sobre las rodillas de Wulf, con su cuerpo adentro de el, meneándose para sentir mas, se sentía. Rozaba lo vil como rozaba aquellos cabellos, aun con la corona puesta. La corona de su padre, al que deshonraba. Pero sus dedos tocaban el rostro de Wulf, aun sin querer verlo. El brazo de el lo afianzaba por la cintura, sus dedos atormentaban su pezón, tal como se merecia. Dolia, ese contacto rudo ahí, y el lo merecia, lo disfrutaba.
-Hàma... – aceptándolo, su cuerpo se volvia aun mas delicioso.
-Esto es asqueroso, Wulf, te desprecio – azoto su rostro con sus cabellos al girarlo violentamente, al cubrírselo con las manos.
Desolado, Wulf lo mordio. Mordio su hombro suave hasta hacerlo sangrar, ofrendando al cielo su boca tinta, abierta en una muda expresión de dolor.
Afianzo a Hàma por la cintura y por el cuello, demostrándole su poder son sus brazos, sacudiéndolo todo con el vigor de sus caderas, atento a su rostro, sin darle oportunidad de mentir sobre como lo disfrutaba, como disfrutaba que lo poseyera, embistiendo recio esos últimos momentos, embelesado por la belleza de sus cabellos saltando dorados, de su boquita hermosa abriéndose en enmudecidos gemidos de placer, en su pulso acelerado, delicioso, cuando lo beso en el cuello, casi comiéndoselo.
Luego acaricio sus brazos, desde los hombros hasta la punta de sus dedos. Su pecho subia y bajaba cansado, con esos erectos pezones bien rosados por el contacto. Su miembro también estaba erguido, esta vez no aparto la vista de el. Podia llenarlo de semen con facilidad, otras dos o tres veces. Pero no tenia sentido si el lo despreciaba. Si no podía hacerle un hijo que le hiciera cambiar de opinión.
Continuara...