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Mi odio tiene tu nombre

Notas del capitulo:

Lo sé. Publicando un fic con otro en progreso, pero realmente necesitaba escribir sobre esto.

Espero que os guste :)

Entre guerras y otras cosas

Shibue siempre ha sido un pueblo tranquilo. Aquí los mayores se sientan a jugar go frente a sus casas y el sol cae justo a las seis, tiñendo los arrozales de naranja. Somos pocos, y eso siempre le preocupó a los adultos: la falta de juventud, decían, como si el pueblo estuviera envejeciendo en silencio.

Mi padre decía que era un lugar mágico. Un sitio donde uno puede crecer, volverse alguien decente. Hacerse hombre, como él repetía con ese tono que siempre sonaba más grande que yo. Y durante un tiempo, le creí. Pensé que Shibue era eso: mi rincón seguro para abrir las alas.

Hasta que llegó él.  

Yuuta Minami, hijo de Koji y Sayaka Minami.

Recuerdo que medio pueblo se preparó para su llegada. Había ilusión. Gente nueva mudándose a Shibue… eso era noticia. Yo tenía siete años. Mi hermana, Hanae, apenas tres.

Mis padres estaban animados. Me dijeron que ahora tendría con quién jugar, alguien de mi edad. Y, honestamente, al verlo bajarse de ese coche con su sonrisa fácil y su pelo negro rizado, yo también pensé que podía ser divertido.

Duró exactamente una hora.  

Después de eso, Yuuta me jaló del pelo.  

Sin aviso. Sin razón. Y lloré. Mucho. No por el tirón, sino porque lo entendí, esa no era su forma de decir “quiero ser tu amigo”.  

No. Me estaba declarando la guerra.  

Y yo no iba a dejarme amedrentar por el chico nuevo.

Lo peor es que desde entonces tuve que aguantarlo en todos lados.  

Cuando íbamos al mercado: ahí estaban los Minami.  

En el parque: Yuuta.  

Festival de verano: Yuuta.  

¡Incluso en mi cumpleaños!

Yo podía odiarlo con toda mi alma, que mis padres igual lo seguían invitando.

“El pueblo es pequeño, Nautaro. Hay que hacer comunidad”, decían.

Yuuta, claro, encantado de meterse conmigo. Lo disfrutaba. Se le notaba.  

Cuando cumplí ocho, me metió un saltamontes en el regalo.  

A los nueve, llenó mis deportivas nuevas con pasta de dientes.  

A los diez, cambió mi presentación escolar por un video de un mono bailando. Con audio incluido.

Y no. No podía más.

Quería ganarle. Necesitaba hacerlo.  

Por eso empecé a sabotear cada competencia en la que participaba.  

Si él quería ser capitán del comité de deportes, yo también me postulaba.  

Si apuntaba a ganar la maratón, yo entrenaba cada tarde solo para quitárselo.  

Era una lucha constante. Incansable.  

Y lo peor es que no sé en qué momento dejó de ser solo por venganza.

Los años pasaban y nuestra rivalidad solo iba a peor.  

Los ancianos del pueblo nos apodaron la “dupla X”, porque jamás sabían por dónde íbamos a salir.  

Y mi hermana, Hanae, se burlaba cada vez que podía.  

Decía: “Cuando se casen, me invitan al banquete.”  

Como si eso fuera remotamente posible.  

Ridícula.

La verdad, pensé que todo terminaría al acabar primaria. Que al entrar al bachillerato, él se iría con su padre a ayudar en el negocio familiar —creo que era una tienda de herramientas o algo así— y yo, finalmente, tendría paz.

Y el día de la graduación llegó.  

No exagero: no paré de sonreír en todo el evento.  

Yuuta Minami estaba oficialmente fuera de mi vida.  

Nautaro Shirakawa, capítulo nuevo. No más gritos. No más bromas estúpidas. No más miradas arrogantes desde la otra fila del aula.

Llegó el primer día de bachillerato.  

Me desperté antes que el sol, directo a la ducha antes de que Hanae se me adelantara.  

Me puse el uniforme con calma —quería que el cuello quedara perfecto— y hasta me peiné con cera. Cera, por el amor de los dioses.

Mamá ya estaba en la cocina preparando el desayuno cuando bajé, vestido, peinado y oliendo a colonia como si fuese una entrevista de trabajo.

—¿Qué te has puesto en el pelo, Nautaro? —dijo, girándose desde la encimera con cara de susto.

Solté una risa nerviosa, intentando no parecer tan rojo como me sentía.

—No lo toques, mamá, en serio. Me costó dejarlo así. Hoy es la presentación, quiero dar buena impresión.

Ella suspiró fuerte, con los brazos en jarras.

—Está bien, está bien. Pero no te olvides del desayuno. Y recuerda pasar por Hanae a la salida, ¿eh?

Asentí con la boca llena y agarré la bolsa de tela que usaba como mochila. Estaba a punto de salir cuando mamá me detuvo con una mano en el hombro y me dio un beso rápido en la mejilla.

Poco después ya estaba en la calle. El sol todavía tenía ese calorcito de verano tardío, y los arrozales que rodeaban el camino hacia la estación brillaban bajo el cielo claro: verdes, cargados de espigas listas para cosecha. Todo parecía empezar bien.

Apuré el paso hacia la prefectura. Me alivió ver que aún no se agolpaban estudiantes en la entrada. Me tomé un segundo para respirar y disfrutar el silencio.

Y entonces lo vi.

De espaldas. Cabello más corto, cayendo en hondas suaves sobre el cuello del uniforme. Los hombros, la postura… había algo familiar en esa silueta. Aunque parte de mí esperaba que fuera un desconocido.

Me acerqué sin pensarlo mucho. Primer día, nueva vida, nuevas amistades. Toqué su hombro suavemente.

Y entonces se dio la vuelta.  

Y el universo, por pura diversión, decidió que yo no iba a tener paz.

Yuuta Minami.

El mismo cabello —aunque más corto—, la misma sonrisa medio burlona, y sus malditos ojos negros.  

No sé por qué esperaba que fuera otra persona. No sé por qué me sorprendí tanto. Pero ahí estaba, como si nunca se hubiera ido. Como si el tiempo no valiera nada.

—Oh —soltó, sin dejar de mirarme—. Qué gusto verte, Shirakawa.  

Y sí. Usó mi apellido. Como si no me conociera desde que me tiró del pelo con siete años.

Tragué saliva. Respiré hondo. Pensé en las estaciones del año y en cómo ese día había amanecido bonito. Y luego dije lo único que se me ocurrió:

—¿Qué... qué haces aquí?

La risa de Yuuta no se hizo esperar. Se dejó caer con total descaro sobre uno de los pilares de la entrada, como si fuera el dueño del lugar.

—¿Qué más haría en la inauguración del bachillerato? —levantó una ceja, con esa gracia suya que siempre me da ganas de empujarle escaleras abajo.

—Pero... yo pensaba… lo del negocio de tus padres…

—¿Por qué tartamudeas, Shirakawa? ¿Tanta ha sido la sorpresa?

Tragué saliva, intentando que no se notara el calor subiéndome por el cuello. Me ardían las orejas. Me sentía como un idiota. No se suponía que fuera así. No estaba preparado para él.

Y por supuesto, no podía dejarlo ahí.

—Por cierto, ¿y esto en tu pelo?

Sin pedir permiso, alargó la mano y me despeinó un poco con una sonrisa descarada. Sentí la cera endurecida deshacerse bajo sus dedos y mi dignidad desintegrándose con ella.

—¿Qué haces? No me toques, Minami.

Mi voz suena más fuerte de lo que pretendía. Me aparto como si me hubiera tocado con fuego. Genial, muy natural, Shirakawa.  

El rubor ya me arde hasta la nuca. Yuuta aguanta la risa, viéndome como si estuviera viendo su película favorita.

Pero antes de que pueda decir algo, suena la campana del templo.  

Los golpes secos del bonshō resuenan a lo lejos, señalando el inicio del curso. Estudiantes empiezan a correr de aquí para allá, riendo, saludándose, celebrando que la pesadilla escolar continúa un año más.

Y aún así, tú y yo… seguimos ahí.  

Mirándonos. Sin decir nada.  

Como si todo lo demás se hubiera borrado por un segundo.  

Una guerra de miradas en silencio: a ver quién parpadea primero.

No me doy cuenta de que alguien se acerca corriendo hasta que choco ligeramente con un hombro. Me sacan del trance.

—¡Ah, perdón! —dice una chica, inclinándose rápido. Tiene el cabello corto, teñido de un castaño claro, con un par de horquillas sujetándolo a los lados. Su uniforme está impoluto, y su voz suena animada, como si ya hubiese corrido medio campus saludando a todo el mundo.

—No te vi ahí parado. Soy Himari Arakawa —añade sonriendo.

Y entonces gira la cabeza.  

Ve a Yuuta.  

Y puedo ver con total claridad el momento exacto en que sus ojos se abren apenas más de la cuenta. Como si algo se le encendiera por dentro.

Oh no.

Esta chica está loca. ¿Cómo puede haberse fijado en él? Precisamente en él.

—Creo que si te quedas ahí pasmada llegarás tarde —comenta Yuuta con una sonrisa ladeada.

Himari sigue mirándolo. Tiene el cuerpo tan rígido que parece un muñeco de nieve. ¿Respira siquiera?

—Bueno… sí. Interesante. Iré a clase —digo yo, aprovechando ese descanso en el duelo de miradas para escabullirme dentro.

Siento la mirada de Yuuta en mi espalda. Y, para mi desgracia, también su sonrisa.

Curiosamente, el aula que me asignan termina siendo la misma que la de Himari Arakawa, que entra agitada unos minutos después. Aún tiene las mejillas encendidas y los ojos medio perdidos.

A primera vista, Himari me pareció una chica muy guapa.  

Pero verla así… por Yuuta… me hervía la sangre.  

¿Por qué? ¿Por qué, nada más llegar, ya provoca que la gente se fije en él?  

Ni siquiera es el chico más guapo de Shibue. En serio.

Solo es un idiota. Arrogante. Maleducado. Insoportable. Estúpido...

Mi mente seguía repasando insultos cuando la voz del profesor me interrumpió de golpe.

—Shirakawa, ¿está de acuerdo con sus compañeros?

—¿Eh?

—Que si acepta ser delegado —mencionó de nuevo, mientras el resto de la clase comenzaba a reír.

—¿Delegado...? —repetí como un eco.

—Sí. —Asintió el profesor—. Alguien lo propuso, y varios compañeros estuvieron de acuerdo. Así que... ¿acepta?

Sentí varias miradas clavadas en mi nuca. Entre ellas, seguramente, la de Himari.

Tragué saliva. Iba a decir que no. Iba a negarme, fingir que no me interesaba y dejar que el cargo pasara a alguien más.

Pero entonces pensé en Yuuta.  

En su risa al verme tartamudear.  

En Himari, derretida como si acabara de ver un ídolo de J-pop.  

En cada maldita broma suya desde los siete años.

Así que sonreí. Con calma.  

Levanté la cabeza.

—Sí, estoy de acuerdo.

Y por un momento, me sentí victorioso.  

Nautaro 1 — Yuuta 0.  

Apenas acababa de empezar el bachillerato y yo ya tenía un cargo. Un rol con nombre, con placa. Algo que seguramente él ni siquiera se había planteado todavía.

Craso error.

Durante el receso, mientras comía mi pan dulce en una de las bancas junto a los pilares de la entrada, lo vi llegar.  

Yuuta.  

Con esa sonrisa suya.  

Y un papel arrugado en la mano.

Tuve que entrecerrar los ojos para leer lo que decía.  

Capitán del equipo de voleibol.  

Por supuesto.

Respiré hondo.  

Sonreí con la misma arrogancia. Me quité el abrigo lentamente, dejando que la luz cayera justo sobre la insignia brillante que colgaba en mi pecho:

Delegado de clase.  

Recién entregada. Recién conquistada.

Yuuta miró mi placa. Sonrió aún más.

Yo ya no pude.

En cuanto llegó a mi altura, me tensé. Alerta.

—Bonita placa —dijo.

—¿Capitán, eh? —respondí, sin emoción.

—Claro. Siempre se me han dado mejor los deportes.

Siento el pecho arder. Tengo ganas de soltarle un puñetazo, solo uno, bien dado.

—Sí, cierto. Lo tuyo no es lo de estudiar.

Yuuta tensó la mandíbula, apenas.

—Tiene gracia que lo digas —murmuró—. En mi aula también me propusieron... pero me negué.

Levanté la cara en seco, sorprendido. Él sólo sonrió, mostrando todos esos dientes blancos que ya he aprendido a odiar.

Y entonces me lanzó un pan dulce.

Literalmente.  

Lo sacó del bolsillo como si fuera un premio de consuelo y lo dejó caer en mi regazo, sin perder la compostura.

—Ya nos veremos por aquí, señor delegado.

Y se alejó. Tranquilo. El marcador volviendo a cambiar.

Yuuta 2 - Nautaro 1.

Notas finales:

Se acepta cualquier comentario o sugerencia :)


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