Fines Literarios
La tarde caía con lentitud sobre Nueva York. El cielo, apenas cubierto por nubes delgadas, teñía de oro las fachadas de los edificios antiguos. Las calles estaban tranquilas, con el rumor de autos lejanos y pasos sueltos sobre las aceras. En un rincón poco transitado del barrio, escondida entre una panadería y un local de discos, se encontraba Librería Morales. Pequeña, de madera oscura, con un cartel discreto y vitrinas llenas de libros apilados sin demasiado orden.
Sam empujó la puerta con el hombro. Llevaba una lista doblada en el bolsillo trasero y una bufanda que AJ le había tejido con más entusiasmo que técnica. Cass y AJ cumplían años con solo días de diferencia, y él quería regalarles algo especial. Nada de videojuegos ni camisetas. Un libro compartido, algo con ilustraciones, que pudieran leer juntos o que su hermana pudiera leerles antes de dormir. Algo que quedara. Pero encontrarlo resultaba más difícil de lo que pensó.
El sonido de una campanilla marcó su entrada. Adentro, el aire olía a papel antiguo y café. Estanterías altas cubrían las paredes, y la luz era suave, cálida, casi doméstica. A un lado del mostrador, un joven con gafas y una remera de Star Wars hojeaba un cuaderno de pedidos.
- ¿Miles Morales? —preguntó Sam.
- El mismo. ¿Buscás algo en particular?
- Algo para dos chicos —explicó Sam—. Siete y nueve años. Les gusta todo, pero quiero algo que no encuentren en el celular. ¿Tienes algo con mapas, historias, ilustraciones?
- Ven. Se me ocurre algo.
Lo guió entre pasillos estrechos. Miles hablaba poco, pero sabía exactamente en qué rincón estaba cada libro. Se detuvieron frente a una sección algo olvidada: “Historia para lectores curiosos”. Sam comenzó a revisar.
Apenas unos segundos después, escuchó la puerta abrirse de nuevo.
T’Challa entró con paso tranquilo, elegante sin esfuerzo. Vestía ropa sencilla, pero con un corte pulcro que lo distinguía. Tenía el ceño levemente fruncido, como si estuviera pensando en muchas cosas a la vez. En sus manos llevaba una hoja impresa con un título subrayado en tinta roja: Cartas desde Soweto.
- Buenas tardes —saludó en voz baja.
Miles lo reconoció de inmediato, pero no lo interrumpió. Señaló discretamente el estante que buscaba y volvió al mostrador. T’Challa se acercó a la misma estantería que Sam, y ambos, sin decir palabra, comenzaron a hojear.
Un minuto después, otro hombre entró.
Bucky no tenía una lista. Ni una intención clara. Había salido a caminar después de una reunión frustrante y se detuvo al ver la librería. Le gustaba el silencio de los lugares donde nadie esperaba nada de él. Caminó entre los pasillos, guiado por el olor a madera envejecida, hasta detenerse... justo donde estaban Sam y T’Challa.
- Oh —dijo Sam, cuando Bucky se inclinó a tomar un libro que él también estaba mirando.
- Perdón —dijeron ambos al mismo tiempo.
T’Challa levantó la vista y los observó. La situación era tan absurda como natural: los tres revisaban el mismo estante estrecho, buscando cosas diferentes, y por alguna razón nadie retrocedía.
- ¿Ustedes también están atrapados en la zona de “curiosamente interesante”? —preguntó Sam, rompiendo el hielo. T’Challa sonrió con suavidad. Bucky se encogió de hombros.
- Supongo que sí. - Sam miró a los dos.
- ¿Saben que este libro... —levantó uno ilustrado, con cubierta de tela y título en dorado—... tiene mapas desplegables, leyendas africanas y dibujos que parecen hechos a mano? - T’Challa extendió la mano para verlo.
- ¿Te lo vas a llevar? —preguntó Bucky. Sam lo miró. Luego, bajó el libro.
- ¿Tú lo querías?
- No. Solo... se ve interesante.
T’Challa, en cambio, sí lo observaba con atención.
- Esto... es raro —dijo Bucky al fin—. Tres tipos que no se conocen, el mismo rincón, el mismo libro...
- Quizá el libro es el que nos estaba buscando —bromeó Sam, y T’Challa soltó una risa breve, inesperada.
Después de unos segundos de conversación ligera, decidieron que Sam se quedaría con ese ejemplar. Pero cuando se acercó al mostrador, Miles negó con la cabeza.
- Ya está pagado.
- ¿Qué?
- El caballero —dijo señalando a T’Challa—. Lo hizo mientras ustedes discutían sobre si los mapas eran plegables o no. - Sam lo miró, sorprendido.
- No tenías que hacer eso.
- Lo sé —dijo T’Challa simplemente—. Pero dijiste que era para tus sobrinos. Y eso... merece un gesto.
- Quizá deberían invitarlo a la fiesta también— murmuró Bucky— que se mantenía un poco más atrás
Los tres se rieron. No se preguntaron los nombres. No intercambiaron teléfonos. Pero al salir, cada uno sintió que había vivido algo pequeño... e importante.
Y al día siguiente, Bucky volvió. Fingió buscar otro libro, pero lo que realmente preguntó fue:
- ¿Vinieron los otros dos?
- A veces la buena lectura vuelve. Igual que la buena gente – dijo Miles, detrás del mostrador, sonriendo, y señalo hacia el pasillo designado para los libros de temática romántica
Una hora después, mientras salían de la librería, el aire fresco de la tarde los envolvía con una calma diferente a la que tenían al entrar. Sus pasos coincidían sin que ninguno lo planeara, y las miradas que se cruzaban eran más largas, más conscientes. T’Challa se detuvo un momento y miró a Sam y a Bucky, notando en ellos la misma mezcla de sorpresa y curiosidad que sentía en su pecho.
- Quizá… esto no fue solo cuestión de libros —dijo en voz baja, casi para sí mismo.
Sam sonrió, apoyando una mano en el hombro de Bucky, que a su vez devolvió la mirada con una expresión que mezclaba nerviosismo y algo parecido a esperanza.
En ese instante, sintieron que algo había comenzado entre ellos. Algo pequeño, frágil, pero real. Una conexión que los invitaba a descubrir qué podía ser.
T´Challa los invito a tomar un café en la acera de enfrente. Sam canceló una cita. Bucky sonrió. Cuando se separaron horas más tarde, ya habian intercambiado números telefónicos, se habían agregado a redes sociales y creado un grupo de WhatsApp. Todo con fines literarios, por supuestos