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Todo a su tiempo por Elena

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Notas del capitulo: Death fic fumado que Elenita escribió long time ago, con spoilers para...El que no entienda mucho de Cross Marian u.u

Porque la sombra los sigue, no puede dormir y pasa las noches en vela, bebiendo y mirando el horizonte hasta que comienza a trazarse el amanecer. Cross Marian sabe que no es saludable aferrarse con tanta fuerza al pasado. Todos los colores se funden en un solo único tono. Todos los amantes que ha tenido, se reencarnan en el siguiente. La estación preferida es siempre la que viene luego. Pero desde que murió Maná, Cross Marian vive en un eterno otoño, que se niega, inefable, a dejar de  perpetuarse sobre las otras estaciones.

Cada vez que el niño le mira con preocupación, lo manda a hacer una tarea horrible, con un ademán violento y mostrándole sus dientes amarillentos. Al final del día, está más cansado que él, sus ropas siempre sucias y una expresión cada vez más envejecida en el semblante. Antes de que Cross le llevara consigo, su piel era suave como la de un bebé. Ahora, a simple vista puede verse que su cutis se resquebraja y pierde en gran medida el aire infantil. Sumándole el cabello blanco, es más un anciano bajito que un niño albino.

Cuando su vista se nubla, los recuerdos se agolpan en sus globos oculares y la silueta de Allen se desdibuja. Ahora, frente a él, está Maná, tal y como lo conociera en un recto colegio inglés, más de dos o tres décadas atrás. Marian: Extrovertido norteamericano, enviado al viejo continente para recibir una educación más recta, gustaba de tener cuando menos una acompañante distinta cada noche libre y como máximo, quinientas  deudas mayores en cabarets, hoteles de barrios bajos y casas negras donde vendían drogas. Oh, sí, también apuestas, pero nunca grandes sumas. ¿Maná Walker? Hijo de un relojero que se había inmolado para enviarlo a estudiar. Católico, nervioso, enfermizo y soñador. Tenía modestia, era humilde, y a diferencia de Cross, aseguraba que él no tenía quién pagara sus cuentas, por lo tanto,  debía mantenerlas a raya y esforzarse para poder algún día ser dueño de una vida plena.

-No hay que detenerse, siempre hay que seguir adelante.-Declaraba con la pluma en alto. Y Cross, que era su compañero de habitación, le resoplaba que cerrara el culo, antes de arrojarle algún volumen de la enciclopedia.-¡Eres un salvaje!-Exclamaba con los ojos húmedos. Entonces, Marian saltaba de su cama.

-Pero tú eres ñoño. –Calzaba su abrigo.-¡Me voy!-Eso mismo hacía.

Abandonaba las paredes, la seguridad del hospicio y salía, bebía, jugaba, moría, retornaba a la vida, se arrastraba despacio, regresaba con sigilo a altas horas tras  haber satisfecho a un/a o dos amantes en alguna pequeña cama de hotel, para luego arrojarse sobre la cama de Maná, a sabiendas de que no se quejaría demasiado por sus labios bruscos y sus maneras de imponerse sodomita. Y escuchar al final sus sollozos, cuando separaban los cuerpos.

El niño no deja de llorar en la oscuridad. Pasa enero a diciembre una o dos veces, y aumenta unos pocos centímetros, más melancólico y taciturno. Cross muere por volverlo huraño.  A penas cuando llega a una insegura adolescencia, se puede apreciar alguna irritación en el carácter. Entonces, sólo entonces, lo golpea con un martillo y lo abandona. Tal vez para siempre.


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