Un joven de cabellos negros y alborotados se paseaba silencioso por la cubierta del barco, llamaba bastante la atención entre los demás pasajeros por su elegancia, pero sobretodo por su seriedad, un cierto aire de melancolía le rondaba en la mirada y hacía que sus ojos esmeraldas resultaran aún más atrayentes. Durante las largas horas de travesía, se le veía generalmente contemplando el mar azul, inmenso, ilimitado, brillante, ocultando en su tranquilidad aparente el fragor de tempestades futuras.
Y mientras los rayos del sol se quebraban reflejados en aguas tersas y el cielo se confundía con ellas por los horizontes lejanos, invadía a ese joven llamado Harry Potter una atmósfera de nostalgia hecha de ensueños y recuerdos. Cinco años de ausencia, recordaba aquel día en que había dicidido dejar todo atrás, renunciando a su mundo, amigos, pero sobretodo había renunciado a sí mismo.
Su vida nunca había sidos sencilla, ni siquiera cuando ignoraba que era un mago, había sido siempre así. Cuando finalmente había cumplido con lo que era su destino y había destruido al mago más tenebroso y malvado que existió jamás, descansó confiado, en la esperanza de una nueva existencia junto al ser que más había amado, sin embargo, él sin explicaciones le había abandonado, olvidando los juramentos de amor que le hiciera de estar siempre a su lado cuando la guerra acabara y el mundo mágico al que ambos pertenecían pudiese por fin vivir en paz.
Recordaba las experiencias vividas en esos cinco años, todas ellas le habían dejado una lección que le decía que aunque el mundo pasara así como sus placeres, los que llevaban sólo a pasatiempos, una vez terminados al final dejaban nada sólo derramamiento del corazón y amargura.
Mientras más se acercaba a su lugar de destino, por una complicada asociación de recuerdos y sensaciones, veía detalles de su amor de otro tiempo, resurgiendo con violento deseo de experimentarlo otra vez, y se veía rodar a un abismo sin fondo, esa pasión que nunca había conseguido apagar en su corazón venía otra vez a confundirle con recuerdos sensuales de aquel amor de antaño.
Ahora meditaba hondamente preocupado por el problema de la nueva existencia que enfrentaría, que sólo ahora se presentaba ante sus ojos en sus positiva realidad. Cinco años atrás había sido preciso dar adiós a esos locos ensueños de su vida, olvidar al joven rubio de ojos grises que había realizado sus ideales, sus deseos, sus más íntimas aspiraciones. Barreras insalvables habían sido las que ese joven había interpuesto entre ellos, estableciendo un gran abismo separándolos por siempre y para siempre.
Él, que había despertado su entusiasmo y lo había alimentado, sin explicación, súbitamente le había apartado de su lado, de su ser, como un error que se borra en un deber mal hecho, dejándolo en la total desesperación, cuanto había sufrido a causa de ese chico tan variable como la temperatura que había pasado sin más del calor al frío, que inconcientemente lo había inflamado para luego entumecerlo con su desprecio y abandono.
Pero a través de esos cinco años hubieron muchos momentos como este, en que el joven sentía que su alma se desbordaba como un vaso de mirra que ya no puede contener más su perfume, existieron muchos instantes en los que los objestos flotaban ante él hiriéndole los ojos y con ellos flotaba la imaginación. En momentos como esos su espíritu se desataba de la materia y huía, huía a través del vacío e iba a sumergirse en las ondas de las luces entre las que vacilaban los lejanos horizontes.
Su mente abandonaba la tierra, recorría un espacio sin límites ni fondo, océanos de voluptuosidad indefinible en el que empapaba sus alas para remontarse a las regiones en donde habitaba su amor verdadero. Sus ideas vagaban confusas, como concepciones sin forma ni color, que ciernen sólo el cerebro del que ama, esas sombras hijas del delirio que brindan amor y se desvanecen.
Era el alma de ese joven cuyo nombre e historia ignoraban quienes le observaban un mundo de rasgos nobles y tiernos, de generosas aspiraciones; un sentimiento de melancolía invencible se había adueñado de su alma al ver la imposibilidad de la realización de sus ideales de ternura, a veces surgía en su imaginación ese sueño hecho realidad, se veía otra vez amado por Draco, su Draco, pero pronto despertaba de su ensueño, aunque sentía dentro de sí la necesidad dolorosa y punsante de consolarse con sus sueños de la realidad del presente.
El sabía, había comprendido que la mayor trampa de la juventud es el hecho de saber que no hace falta comprender algo para sentirlo realmente, para cuando la razón es capáz de entender lo sucedido las heridas del corazón son ya demasiado profundas.
Aquella plácida tarde de junio, la ya escasa luz crepuscular prestaba la majestad de su calma al océano, el sol al alejarse había dejado en la atmósfera la serena quietdud de un fin de viaje en el cuerpo y en el alma de ese joven que observaba el mar, la fatiga olvidada de la jornada, a medida que que acababa su viaje, Harry sentía la influencia de esa languiedez de la tarde moribunda.