Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Desesperanzado por GirlOfSummer

[Reviews - 128]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Bien, esta historia surgió a raíz de una simple canción: "Hopelessness" (Desesperanza) de un grupo que sólo yo conozco (es un decir) llamado Dreamend. Visualicé la imagen de un pobre hombre tocando entre las ruinas de una ciudad arrasada por la guerra y así surgió esta historia.

Comienza con un flashaso del futuro... casi del final, pero luego regresa al comienzo de la historia.

La relación meramente slash va tardar un poco en darse y va a ser... algo difícil para los involucrados.

Espero que la lean y dejen reviews! :3

Notas del capitulo: Primer capítulo, doy aclaraciones al final... espero lean y dejen review!

Desesperanzado

1. Encuentro

Ahí, frente a la audiencia, con figura de elegante dandi, frente a su piano impecablemente negro el gran pianista se sentó con suma cautela y suavidad. Lo rodeaba un conjunto de cuerdas, igualmente vestidos con elegancia pero ninguno tan apuesto como él. Era alto y esbelto, rayaba en la delgadez insana, joven, piel muy blanca como marfil y cabello muy negro como noche, ojos azules, un azul cobalto y eléctrico, mirada triste, muy triste, de quien ha visto demasiada muerte. La única imperfección era su tabique nasal desviado. Inmaculadamente vestido, ningún accesorio fuera de lugar, camisa blanca, traje negro, ni una corbata o moño, así nada más.

Acarició la tapa del piano antes de abrirla, suspiró y al exhalar aire tembló como quien sabe que va a morir. Cerró los ojos y tocó la primera nota, en ese instante el conjunto de cuerdas tomó su posición y luego se dedicó a acompañarlo.

Aquellas desgarradas notas sólo podían ser producto de un corazón igualmente desgarrado. Presentaba sus suites para piano y cuerdas y la tristeza en ellas quitaba el aliento, sin embargo, el público quedaba aplastado por la innegable belleza.

Entre el público, con una sonrisa involuntaria, un par de ojos café se clavaban en el pianista y el corazón perteneciente a ellos se convertía en un líquido hirviendo que le invadía el pecho. Vestía como lo que era, un militar condecorado, su traje oficial, pese a su tinte bélico, era elegante y definía las formas de su ejercitado cuerpo, en su pecho brillaban las medallas que a pulso había conseguido. Como sus ojos, su cabello era café, corto y bien peinado y su rostro cuadrado combinaba con su porte rudo pero elegante.

***

La tarde iluminaba dorado el interior del inmenso salón. Era un poco travesura del sol, otro poco la estela nuclear. La ciudad estaba en ruinas, devastada, no había nada, no quedaba un solo ser vivo. Ni risas, ni niños corriendo, ni música, ni vida. Nada.

Sin embargo, un aventurado suicida se atrevía a hacer ruido y ser descubierto, luego matado. Ya no le importaba.

Tocaba, tocaba el piano porque era la única forma que conocía de expresar emociones, de externar el terrible dolor que ese día lo embargaba.

Todo se había ido; su amada novia, su madre y su padre, sus hermanos. Su país, su ciudad, y él, como castigo divino, se había quedado ahí, vivo.

En medio de lo que fuera casa de nobles encontró un piano servible y ahí se sentó a tocar la melodía que alguna vez lo llenó de alegría. “Ariadna”, como su querida Ariadna, ahora muerta, el amor de su vida ya no estaba con él.

Tocaba, se desangraba en cada nota, en cada movimiento suave de su mano y sin embargo por su rostro ninguna lágrima corría. Se desangraba pero no podía terminar de morir. No escuchó, o no quiso escuchar, los pasos del intruso, de su verdugo.

El soldado de alto rango apuntó pero la melodía tuvo el poder divino de congelarlo. Congelarle la sangre y el corazón para luego estallar. La melodía y la tristeza del joven le rompieron el corazón. Alto y tan pálido, desalineado, vistiendo un traje rasgado y maltrecho, un traje que alguna vez fue elegante.

Bajó el arma, hipnotizado por la canción y por el chico. Luego de unos minutos eternos, el pianista lo miró e interrumpió abruptamente su interpretación, se puso de pie, orondo e insensato y caminó hacía el militar que por su uniforme, aparentaba ser un general.

-Mátame –rogó cuando estuvo a escasos pasos del que podía ser su asesino, era más alto que el enemigo, su voz fue suave, tranquila, melodiosa a pesar de lo que acababa de decir.

El militar afianzó el arma pero no pudo levantarla. No podía matar a un hombre con aquel talento, no podía dejar que un ave que cantaba tan hermoso se le escapara de las manos. Tenía toda la apariencia del enemigo, de ese pueblo arrasado, de esos pobres que ya había matado, sin embargo él, ese joven músico, era diferente.

-No –le contestó con voz grave, era una negación rotunda y tácita dada como orden.

-Mátame –el otro repitió –por favor –y se prendó del ropaje del soldado.

Antes de que éste pudiera hacer algo, el pianista cayó desmayado. El general lo sostuvo antes que tocara el suelo. Posiblemente las heridas y el hambre por fin habían vencido a aquel demacrado joven. Sus ojos azules poseían la melancolía de la soledad y la guerra, siempre recordaría esa mirada que le imploraba que lo matara. Tal vez debió hacerlo, parecía estar navegando en un inmenso océano de sufrimiento inmerecido, tal y tan grande que al propio militar le provocaba un sentimiento aprehensivo y desagradable.

-¿Señor? –un soldado de menor rango llegó al lugar y al observar a su superior sosteniendo al joven como la piedad dolorosa-. Es un sobreviviente, debemos matarlo.

-No –el general clavó su mirada en el otro y respondió como si aquello fuese una ofensa-, no lo mataremos, le daremos asilo...

-Pero...

-Es un artista, deleitará a nuestros gobernantes-, fue el pretexto-. Ayúdame.

Y el joven soldado no tuvo más opción que obedecer. Miró el rostro del moribundo, tras las ojeras y las sobras, aún se dilucidaba un rostro apuesto y joven, sobre todo joven.

La sensación tibia de una cama amplia y limpia por un momento lo sobrecogió, pensó que había muerto. Y se alegraba. Esa calidez sólo la podía brindar el regazo de Ariadna, no había un lugar en el universo que se le comparara. Abrió los ojos deseando con todo su corazón encontrarse con los dulces ojos café de su amada.

Sin embargo, toda felicidad se esfumó al encontrar un techo con cornisas de madera obscura. Lucía como un lugar elegante, miró alrededor y estaba postrado en una enorme cama son sábanas de lino, olía bien, los aromas de fina tela, la madera, manzanilla y un perfume agradable se mezclaban, había música a lo lejos, identificó la voz de una soprano y un tenor salidas de un viejo disco.

-Pensé que nunca despertarías –un voz lo llamó, juguetona y cándida, traviesa, joven, casi una niña, giró la cabeza para saber quien le hablaba con tanta familiaridad.

Junto a él había una chica, de su edad, tal vez más joven. Le sonreía, era bella, rasgos delicados, rostro redondo, sonrisa amable. Ojos café, cabello castaño claro, recordaba esos ojos de algún lado. La joven sostenía entre sus manos una taza de fina porcelana con un líquido humeante, de ahí provenía el aroma de la manzanilla.

-¿Dónde estoy? –la voz le salió más suave y queda de lo que pretendía, pero no tenía más fuerza.

-Mi padre te trajo, dice que eres un gran pianista –la chica contestó estirando las manos y ofreciendo el té.

El enfermo no hizo intento alguno de recibir la taza.

-¿Quién es tú padre?

-El general Ferdinand Bizet –respondió la chica dejando la taza en un buró.

…l abrió los ojos con sorpresa, se incorporó en la cama con la poca energía que le quedaba. Conocía ese nombre, cómo no conocerlo, era el principal artífice de la destrucción de su pueblo, de su país, de su familia, de su Ariadna. Debía ser ese mismo general que lo encontró tocando y se negó a matarlo. ¿Por qué se negaría si Bizet tenía fama de cruel?

-¿Qué hago yo en casa de ese hombre? –se indignó, ese militar representaba todo el daño a su gente.

-…l te trajo –la chica no estaba segura de qué pasaba, de por qué el joven se alteraba tanto.

Sin más palabras de por medio, se puso de pie, se dio cuenta que vestía un pijama de franela, no le importó, quería largarse de ese lugar de inmediato.

-¿A dónde vas? –ella preguntó pero sin intentar detenerlo.

…l detuvo su marcha y giró ligeramente en dirección de su acompañante.

-A donde sea lejos de aquí.

Pero no hubo tiempo de más, un segundo después la hermosa puerta de caoba labrada se abrió de par en par dejando entrar a propio Ferdinand Bizet. Sí, era ese mismo que lo descubrió tocando, ese mismo que se negó a matarlo.

-¿Va a algún lado? –preguntó levantando la barbilla, aquel joven era ligeramente más alto que él, pero era de esos que consideraban que nadie podía tener la mirada más arriba que la suya.

Ferdinand Bizet era un condecorado general, principal responsable de la victoria de su país en esa guerra que ya se convertía más bien en dura post-guerra. Ya mayor, posiblemente arañando los 40 años, sin embargo el ejercicio y una vida cómoda estando en casa lo conservaban bien.

-No tiene derecho a tenerme aquí –contestó el joven furioso-, máteme –pidió nuevamente.

-No te voy a matar, y más vale que te hagas a la idea de que aquí te quedarás –con frialdad y contundencia, Bizet respondió sin titubeos-. Compondrás e interpretarás para mí y para este país, deberías estar agradecido.

-Ustedes mataron a mi gente –el músico caminó hacía el militar y apuntó con el dedo, no sabía ni qué sentía, furia y frustración, se le enfrentó y sus agallas por un momento conmovieron al rudo Ferdinand Bizet.

Con un movimiento brusco el general tomó la mano del delgaducho joven y apretó, el chico gritó de dolor.

-Hazte a la idea –repitió-, ¿cómo te llamas? –aprovechó ese momento de sometimiento para sacarle esa información.

Por unos segundos el más joven se negó a responder, pero el mayor aumentaba la fuerza aplicada e insistía.

-No te voy a matar, pero puedo romperte la mano si no me lo dices –dijo con las mandíbulas tensas-, sería para ti peor calvario estar vivo y no poder tocar... ¡dime tu maldito nombre!

-¡Papá!, ¡ya! –entre las órdenes enérgicas de Bizet y los desesperados gritos de dolor del chico, la voz de la hija de primero se escuchó.

-¡Dímelo! –insistió.

-Stephen –soltó el joven –Stephen “ache”

Desconcertado, Ferdinand soltó al joven y lo empujó con fuerza hasta que éste fue a dar al suelo, ahí se quedó conteniendo el llanto por el dolor.

-¿”Ache”? –preguntó el general.

-Stephen H. –repitió y el general Bizet sabía que no le podría sacar más información, se conformó con eso, era suficiente información.

Sin decir más, salió de la habitación molesto, aquel breve y desventajoso enfrentamiento lo había puesto de mal humor.

En cuanto su padre salió, la chica fue a ayudar a Stephen que seguía en el piso, lo ayudó a incorporarse y miró su mano magullada, parecía no tener ningún hueso roto, Bizet había controlado su fuerza. Lo ayudó a sentarse en la cama y lo miró a los ojos.

-¿Cuál es tu nombre?

-Stephen –él repitió –Stephen Henry.

-¿Por qué no se lo dijiste a mi padre?

-De todos modos me va a encontrar –contestó él con pesar en su voz –sólo quise hacérselo un poco más difícil –y ella se sorprendió que a pesar de todo, ese chiquillo se le enfrentara al gran Ferdinand Bizet, ella mejor que nadie sabía que era imposible retar de ese modo a su padre.

-Tienes que hacerte a la idea –ella dijo con resignación –si se ha encaprichado contigo, si quiere que compongas mil melodías al día para él, vas a tener que hacerlo –y se atrevió a colocar su mano en el hombro del joven Stephen.

-¿Y si no? –él parecía demasiado empecinado en negarse-, ¿qué hará?, ¿me matará? –y rió con sorna.

-No –ella sonó triste –no si sabe que eso es lo que quieres, te va torturar hasta que el dolor sea insoportable siempre cuidando de no matarte.

…l giró la cabeza para verla, horrorizado de escucharla hablar así de su propio padre. Hubo un silencio breve, ella miró el suelo, sentía un pesar verdadero por el pobre muchacho. Tal vez sí, era un ave que cantaba demasiado hermoso, pero posiblemente un ave que muere en cautiverio.

-Sé que es duro –ella continuó-, y a pesar de todo lo quiero, es mi padre... y él me quiere.

Stephen sonrió, la chica tenía razón, ese hombre podía ser un monstruo pero eran familia y así debía ser.

-¿Cómo te llamas? –finalmente él preguntó.

-Fiorella.

-Gracias... Fio –y sonrió.

El gran Ferdinand Bizet caminaba por los pasillos de su gran mansión como el magnífico tirano que era, molesto por la insolencia de aquel chiquillo, pero sabía que conseguiría cumplir su capricho, tenerlo tocando para él día y noche.

-Busca todo lo que puedas sobre el pianista Stephen H., estoy seguro que el muchacho era famoso en su país –ordenó a uno de sus asistentes que asintiendo se retiró para cumplir de inmediato a la petición.

Fue a uno de los balcones que daban a la calle. Su país tan victorioso lucía en todo su esplendor, la guerra había hecho poca mella en sus ciudades y gente, gracias, todo gracias a él que había sabido defenderlos. Ahí, mirando al mundo hacía abajo, se sentía capaz de todo, de dominar y someter a todos y a todo, de ser rey del mundo si se lo proponía.

-Señor –fue interrumpido –la información que me pidió –dijo el subyugado sirviente ofreciendo un montón de documentos.

Ferdinand los tomó sin decir palabras y comenzó a leer.

Stephen Henry era famoso en su país desde los 12 años, considerado niño genio conoció todo el mundo a corta edad. Era compositor e intérprete y no sólo componía para su instrumento, el piano, también lo hacía para cuartetos de cuerdas y de vez en cuando presentaba sinfonías enteras, así como óperas. Cuando la guerra estalló él se encontraba fuera de su país en una gira, quiso regresar de inmediato pero no pudo pues todas las fronteras estaban cerradas. Pudo estar en su país nuevamente sólo en el que podía ser considerado “el ojo del huracán” de la guerra, a su regresó encontró que toda su familia había muerto, así como su prometida, Ariadna Levi. Después de eso se le perdió la pista y los bombardeos a su país se reanudaron. Lo dieron por muerto.

-No está muerto –Ferdinand dijo para sí. Se sentía victorioso de su hallazgo, de tener a Stephen Henry vivo y pronto tocando para él y al servicio de su imperio.

Stephen, desde el cuarto donde se encontraba cautivo, miraba por la única ventana hacia el exterior. Envidió el desentendimiento de todos esos paseantes, el esplendor de esa ciudad, tan distinto a los escombros a los que ahora se reducía su patria y todo lo que conoció.

De la mano iban unos jóvenes con aspecto próspero. …l elegante y caballero, ella una dama fina y delicada. Tan felices y enamorados.

-Ariadna –susurró junto antes que las puertas de su prisión se abrieran.

Fiorella entraba y con ella llevaba ropa.

-Mi padre quiere que bajes a cenar y que vistas este traje, mejor no te opongas –dijo ella.

…l asintió pero nunca despegó la mirada de aquella pareja que se alejaba y desaparecía en el atardecer.

Esa noche, como Ferdinand Bizet había ordenado, el joven Stephen bajó a cenar con las ropas que se le habían asignado.

Y la dura coraza de rudeza y frialdad de general se vio fragmentada al observar al joven descender por las escaleras. Aún demacrado, pero el traje negro que le había enviado se ceñía a él como una segunda piel, la camisa celeste completaba el cuadro que caprichosamente hacía resaltar los ojos cobalto del chico.

Ferdinand no pudo explicar el terrible nudo en la garganta que sintió al observarlo caminar con tanta delicadeza y timidez. Era hermoso y no encontró otra palabra para describirlo.

Notas finales:

-:-

Espero, realmente espero poder subir la canción que inspiró esta historia pronto, la música es muy importante y por desgracia dicha agrupación (Dreamend) es algo rara y su material no se encuentra con facilidad.

El protagonista, Stephen Henry, o Stephen H. toma su nombre de otra canción del mismo tinte neo-clásico, esa la pueden escuchar en el MySpace del grupo francés All Angels Gone:

All Angels Gone @ MySpace

Por cierto, el "Henry" es francés, se pronuncia "anrrí" o algo así, como el futbolista del Barcelona (Thierry Henry)

Otra música recomendada que podría ser lo que toca Stephen es esta:

Ólafur Arnalds @ MySpace

Creo que es todo por ahora.

Espero dejen reviews :]


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).