Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Del Mar por Dark_Yuki_Chan

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Del Mar


Las gaviotas, al amparo de las nubes grises, pasaban volando sobre su cabeza, llenando la playa de burlonas carcajadas. "No vendrá", parecían decir. "No vino ayer, ni el día anterior. ¿Por qué iba a venir hoy? Olvídalo. Ya no volverá más".
- Va a volver -. Les respondía Darien en un furioso susurro, apretando los puños llenos de arena que se le escurría entre los dedos. - Lo prometió... Prometió que volvería... -. Inevitablemente terminaba con la garganta apretada, como si un pulpo monstruoso intentara asfixiarlo, y lloraba. Lloraba porque lo extrañaba, porque tenía miedo de que las gaviotas estuvieran en lo cierto. ¿Qué si en algún puerto, en una playa igual que la suya, había encontrado un hombre más hombre que él, o una mujer? ¿Qué si se había cansado de sus lágrimas, de su torpeza, su miedo o su inexperiencia? ¿Qué haría si nunca volvía?
Así pasaban las gaviotas y la brisa marina, que secaba las lágrimas de Darien aunque él quisiera seguir llorando, dejando un rastro salado sobre su piel. Los besos de Lucio siempre buscaban su sal. Los besos de Lucio... y volvía a llorar...

Darien se levantó, secándose los ojos con la manga de su ajada camisa. Cruzó la arena con pasos de cangrejo, rápidos, que se detenían de pronto y de igual modo volvían a emprender la marcha hacia el puerto. Los perros vagos intentaban lamer las manos del chico, en las que aún descubrían rastros del olor de los pescados que debía limpiar y abrir y acarrear todo el día, todos los días, toda la vida. El muchacho espantó a los canes de un ademán, llegando hasta el muelle y sentándose en él. Sus pies, descalzos y cubiertos de arena reseca, rozaban el agua fría cada vez que balanceaba las piernas. Se miró de pronto, desde los dedos de los pies hasta el pecho y luego, agarrándose de las podridas tablas del muelle, se asomó para ver su rostro reflejado por las olas espumosas. ¿De verdad esperaba que Lucio volviera por tal esperpento? Los pantalones gastadosestaban arremangados como siempre hasta las rodillas, dejando ver la mitad de los hilillos que eran sus piernas. La camisa le iba demasiado grande, pues pertenecía a su patrón, un hombre suficientemente robusto como para que en su ropa hubiera espacio para dos chicos como Darien. Y su rostro... ¡estaba tan flaco! Los ojos azules parecían excesivamente grandes para una cara tan delgada, y siempre tenía desgreñados los terrosos cabellos. Levantó la vista para esconderse de la imagen, escapar para siempre, y una mota de luz avanzando sobre el mar lo atrapó. Sintió su corazón apretarse al distinguir los contornos de un barco, aunque bien sabía que mil veces sucedía lo mismo: Se le agitaba el pecho con cada barco, y jamás era el de Lucio. Sin embargo, no podía dejar de seguir obsesivamente a la embarcación con la mirada. En algún momento, algo fue diferente de las demás tardes. Era el barco. Era Lucio. No le había mentido, ¿verdad?
La agitación se volvió calor y sonrojo... Ah, calor de pensar en su cuerpo, en su voz, hasta en su nombre. Su manó buscó la posición que correspondía en tal situación, bajo los pantalones, y comenzó a acariciar su hombría lentamente, mirando alrededor para evitar exponerse a ojos curiosos. Se tocaba imaginando a Lucio sobre él, Lucio besándolo y mordiéndolo, Lucio haciéndole daño al penetrarlo... Tras el clímax, que llegó junto al orgasmo de su amante imaginario, se agachó sobre el mar para lavarse las manos y arreglarse un poco el cabello. Corrió luego, corrió como una tempestad, y llegó al lugar donde el barco estaba dejando caer las anclas. Expectante, tan movedizo y nervioso como un cervatillo, se quedó esperando en tierra, junto a la plataforma que habían instalado a modo de puente entre la cubierta del barco y el muelle.

Darien vio bajar a un marinero viejo y un poco panzón, que era el encargado de alimentar a la tripulación. La ansiedad pudo más que el miedo, y lo alcanzó cuando se estaba marchando.
- Discúlpeme, por favor... -. Dijo, mirándolo con ojos brillantes. - ¿viene Lucio?
- Sí, muchacho... ¿eres su hermano, verdad? -. "No", iba a gritar, pero no pudo. Lucio le había advertido que, si desbarataba la mentira, lo perdería.
- Sí. Gracias -. Echó a correr hacia el improvisado puente, chocando con algunos marinos. Uno de ellos, alto y moreno, lo aferró por el cuello de su vieja camisa.
- ¡Eh, enano! ¡Mira por donde vas! Te voy a...
- Déjalo, es un crío -. Intervino la voz amada. Darien alzó la vista y se encontró, por fin, con la adorada figura. En sus sueños juveniles le había endiosado, pero lo cierto es que Lucio era un marino corriente. Era joven, sí, y más guapo que la mayoría, pero no era en modo alguno la divinidad que para Darien representaba. El otro marinero lanzó al muchacho al piso y se marchó con sus amigos, dejando solos en el muelle al hombre y al chico.
- Lu... Lucio... -. Sollozó el muchacho, levantándose con rapidez y corriendo hacia su amado. - ¡Lucio! ¡Lucio!
- No grites, enano -. Respondió el aludido, entregándole la bolsa de lona en que llevaba sus escasas pertenencias. Darien se la echó al hombro, tomando también el sombrero marinero que Lucio le extendía. - Y no seas torpe, o te meterás en problemas y no estare para salvarte el pellejo.
- Lo siento... -. Bajó la vista, pero ni siquiera un regaño de su querido podía opacar la felicidad que sentía. - Te estaba esperando.
- Ya sé.
- Te compré tabaco con mi último sueldo, y una botella de vino, y cordones para tus botas -. Anunció el muchacho.
- Por ahora me basta con que haya algo de comer en tu casucha -. Dijo Lucio. El pequeño asintió. Siempre compraba algo bueno en espera de su amado, aunque ello significara subsistir a base de sobras durante todo un mes.

Llegaron pronto al hogar de Darien, una pequeña y destartalada bodega en deshuso, y el marinero entró sin pedir permiso. En un rincón había una mesita con dos sillas hechas de cajas y un mantel de lona, con una botella azul sin flores por único adorno. Sobre el humilde brasero se veía una olla con restos de sopa fríos, y en la esquina frente a tan pobre cocina había un armario de tres repisas.
En la más alta estaban las sandalias de Darien, su sencilla corbata de paño viejo, la única sábana que tenía para cambiar con la de su cama y un paquete envuelto en papel marrón. La repisa intermedia era el lugar de una copa, dos tazas, tres platos, y algunas cucharas, tenedores y cuchillos. Además había una cesta con verduras algo viejas, tres huevos y unos pescados frescos pero pequeñísimos. En la repisa inferior sólo había un frasco lleno de agua, una toalla, una tetera mellada y algunas cosas para preparar té. Al fondo, escondida de ojos indiscretos, se hallaba también una flamante botella de vino tinto.
En otra de las esquinas de la bodega se veía el camastro de paja, una sábana y una frazada que usaba Darien para dormir y, en la esquina más cercana a la puerta, había una alfombra hecha de saco sobre la cual dormía un gato flaco, tres sacos rellenos con paja que hacían de sillones, y una percha vacía.

Lucio miró a su alrededor, ocultando la alegría que le producía volver al único lugar que podía llamar hogar. Se quitó los zapatos, se dejó caer en uno de los sacos y se dedicó a observar a Darien. Éste dejó cuidadosamente las cosas de Lucio junto a su dueño y comenzó inmediatamente a preparar la comida, disculpándose por no tener encendido el fuego. Sirvió la mesa, abriendo cuidadosamente la preciada botella y llenando la copa del marino. Se sentó frente a él y comió lentamente, en silencio, sin despegar los ojos del rostro serio frente a él. En cuanto Lucio terminó su plato, el chico se levantó.
- ¿Quieres más, Lucio?
- Sí, estoy muerto de hambre -. Respondió, recibiendo con agrado un segundo plato tan generoso como el primero. Cuando ambos hubieron acabado la cena, Darien corrió al armario a sacar su bulto marrón. Al abrir el papel extrajo un paquete de tabaco sin abrir, y unos cordones nuevos. Lucio sonrió por primera vez desde que llegara, despeinando al pequeño.
- Gracias. Yo también te traje algo -. El muchacho no se esperaba aquello. Curioso, como un niño pequeño, pidió ver lo que era. Lucio abrió su bolsa de lona y sacó una chaqueta de paño azul, un poco grande para Darien, porque la vieja suya había llegado a ser tan estrecha que ya era incapaz de meter los brazos en ella.
- No, no puedes Lucio. Esto debe costar un montón de dinero. No necesitas...
- Cállate, enano -. El chico obedeció, bajando la vista. Repentinamente, tal vez por la emoción contenida, por la espera, o sólo por los cambios de humor típicos a su edad, se dejó caer hasta el suelo y, abrazado a las piernas del marino, lloró.
- Te... te extrañé tanto, Lucio... Te quiero... te quiero, mi amor... Gracias... Te quiero... -. Lloró largo rato, durante el cual Lucio ni siquiera se movió. Sólo cuando el chico hubo dejado de sollozar y se hubieron esfumado sus lágrimas se agachó, tomando los delicados hombros con sus manos de hombre y obligando al muchacho a mirarlo a la cara.
- No llores más, Darien. Ahora estoy aquí... Vamos a la playa -. El chico sabía lo que significaba aquello. Sin preocuparse de lo enrojecidos que estaban sus ojos se levantó, siguiendo a Lucio fuera de la casucha, a través de las dunas de arena.

Cuando ya estaban sufieicientemente lejos, Lucio se detuvo y tomó a Darien por el brazo. Se arrodillaron ambos en la arena y se besaron, hombre y niño, frialdad y calidez. La camisa vieja del muchacho fue arrancada por las manos expertas de Lucio, así como el gastado pantalón, dejando el cuerpo de Darien desnudo y expuesto ante el marino. Éste se desvistió también mientras el pequeño lo besaba, acariciaba su rostro mal afeitado con manos temblorosas.
- Lucio, te amo... -. Volvía a besar las angulosas mejillas, los profundos ojos cerrados, los labios secos. - Te amo... te amo... -. El marino pasó sus dedos fuertes, endurecidos por el trabajo, por la espina dorsal de Darien, causándole un delicioso escalofrío. Besó a su muñeco de sal y arena mientras acariciaba su entrada, le mordió los labios, bebió sus gemidos ahogados. Cargó su cuerpo de hombre fuerte, acostumbrado a luchar contra el mar, sobre la fragilidad infantil de Darien, obligándolo a recostarse sobre la arena fría. Se echó un poco hacia atrás para observar la palidez del chico bañado por la luz de la luna, el carmín de sus suaves mejillas, el brillo de los ojos que parecían dos pequeños mares llenos de amor y deseo, y también de temor. El muchacho separó las piernas, sonrojado como la primera vez, y Lucio lo penetró con pasión, con fuerza.
- Ah... ¡Ah, Lucio! Más... más fuerte... ¡¡Ah!!
- Darien... -. El moreno no solía hablar mientras le hacía el amor, pues siempre estaba demasiado concentrado en su tarea. Lucio agarró con fuerza la cintura del muchacho y lo atrajo hacia sí, arrancando un grito de la blanca garganta. Entró y salió bruscamente del cuerpo del chico varias veces, haciéndolo llorar de dolor y de placer, hasta que ambos estallaron en pleno éxtasis y cayeron juntos en la nocturna arena.
Darien sollozaba silenciosamente contra el pecho del moreno, disfrutando de las tiesas caricias de la mano en sus cabellos. Se frotó los ojos con las manos, secándolos antes de atreverse a mirar a Lucio. En sus ojos morenos pudo ver calma y alegría, aunque también vió una sombra de preocupación. Ya sabía lo que venía. Ambos conocían lo inevitable.
- Lucio... -. Murmuró Darien, conteniendo el llanto que nuevamente quería aflorar por sus ojos y su voz. - ... quédate conmigo, Lucio.
- No -. Respondió el marienro, tajante.
- Te amo tanto, mi amor, y sufro tanto cuando no estás.
- Soy marinero, y lo sabes. No puedo quedarme.
- Pero puedes conseguir otro trabajo. ¿No lo harías por mí, Lucio? ¿No me amas ni un poco?
- Sabes que te quiero, pero no puedo alejarme del mar. Lo amo, y mientras pueda navegar, navegaré.
- Pero... pero... puedes seguir trabajando en el mar, sin tener que irte. ¿Por qué no ser pescador y quedarte conmigo? -. Sugirió el jovenzuelo, fijando sus pupilas líquidas en las del moreno. ¿No sabía, pobre miserable, que sus ojos de mar despertaban la añoranza de éste en el corazón de Lucio?
- Eso es ridículo, Darien. ¿Cuándo has oído de un marinero que se vuelva pescador, y por un chiquillo? -. El muchacho se encogió un poco de dolor, y aún más al escuchar lo que seguía. - Si algun marinero ha dejado la vida en el mar, es por una mujer y unos críos, no por un niño... -. No pudo continuar, pues el interrumpió el llanto de Darien. Éste se apartó bruscamente y empezó a buscar sus miserables ropas a tientas. - ¿Qué te pasa ahora?
- Tú... te divierte hacerme daño, ¿verdad? -. Sollozó, mientras se ponía torpemente los pantalones. - Sólo vienes a... a follarme... a que te atienda... para seguir follando... y luego te... te vas... no te importa que yo... nada de lo que hago... sólo te vas... y un día te irás pa... para siempre... con una mujer...
- Entonces, si piensas así, ¿por qué me recibes? ¿Por qué me esperas? -. Preguntó Lucio, sentándose.
- ¡Porque te amo! -. Ladró Darien, olvidando la camisa. El marino lo rodeó con los brazos, impidiéndole alejarse, y besó su melena desgreñada.
- Si me amas, no me pidas más de lo que puedo darte, Darien -. Dijo, y el muchacho no respondió. Ambos se levantaron pesadamente, vistiéndose con descuido, y regresaron a la miserable bodega del chico.

El moreno fumaba distraídamente su pipa, apoyado en el marco de la ventana abierta. Darien, silencioso, llenó de vino la única copa que poseía y se la ofreció. Explusó lentamente el humo de sus pulmones mientras recibía el alcohol, que bebió casi completo de un solo sorbo. Con los labios tintos, llamó:
- Bésame, Darien -. El pequeño se aproximó, e iba a tocar los labios del moreno con los suyos cuando éste pareció cambiar de idea. Dejando la copa y la pipa en el marco de la ventana, Lucio tomó al chico de los brazos y lo llevó hasta su humilde jergón. - ¿Quieres más? -. Inquirió, recibiendo el conocido asentimiento del pequeño. No necesitaba nada más para tumbarlo sobre la vieja frazada y comenzar a besar su pálida garganta, desabrochar los botones que tan bien conocían sus dedos. Darien gimió despacio cuando el moreno se apoderó de una de sus pequeñas tetillas. Jugó con esa piel de miel y de sal, penetró los ojos marinos, mordió los labios como rojas, sangrantes granadas.
uego se tendió de espaldas y dejó que el muchachito lo desnudara, que besara y lamiera su hombría, que se llenara la garganta con su placer. Entonces lo poseyó, lo hizo suyo como tantas veces, de forma tan bestial y ardiente que acabó desgarrando a Darien. El muchacho, obviando la sangre que manaba entre sus nalgas y bajaba por sus piernas, besó los labios de Lucio y se restregó contra su cuerpo nervudo.
- Te quiero, te quiero... -. Susurró una y otra vez con su voz infantil, como una eterna canción de cuna que los acompañó a ambos hasta que cayeron dormidos.

Lucio abrió los ojos en plena madrugada, teblando, cubierto de frío sudor. ¿Qué sucedía? ¿Por qué en su sueño se repetían constantemente las palabras de Darien, sus lágrimas, el rugido del mar? Quiso exigir a gritos una explicación, pero toda su valentía murió al ver durmiendo sobre su pecho al tan amado tesoro de piratas muertos. Darien, abrazado a él, debería haber lucido tranquilo, seguro, pero su semblante expresaba miedo, y el moreno lo entendió. Tenía miedo a perderlo. Miedo a que alguna vez las semanas, los meses de espera, se transformaran en años, en décadas, en una vida entera, y haberlo perdido. Acarició sus cabellos sucios de arena y quiso besarlo, pero no tuvo valor.
Darien, ajeno a la tormenta interior que su amado estaba sufriendo, dormía, embriagado con su olor a hombre y a mar, a fuerza, a sangre y sal. El aroma de Lucio era como el de las gaviotas y el fuego, como el de un macho cabrío o un lobo saliendo a cazar. Era todo, era el amor y era el odio, era el miedo, la vegüenza, era la ternura y la pasión convertidas en la fragancia de un hombre cualquiera, tendido en un jergón sucio en un puerto sin nombre.
Repentinamente despertó, asustado, aferrándose a la piel bronceada como para no dejar escapar a su dueño. Lucio no era suyo, y lo sabía. Era del mar, y el una simple distracción. Tendría que aceptarlo. Alzó la vista y vio al marino, siempre esos ojos oscuros imposibles de escudriñar.
- Lucio...
- Me pediras que no me vaya otra vez -. Le interrumpió éste. Era una afirmación, plena certeza de concerlo hasta la saciedad.
- No... Iba a decirte que tenía miedo... estoy feliz de que estés aquí...
- Yo también estoy feliz de estarlo, Darien.
- ¿Po... por qué?
- Enano tonto -. Rió el hombre.
- Respóndeme, Lucio.
- Porque te amo, pequeño estúpido.

FIN

By: Dark Yuki-Chan
27 de Septiembre del 2004, 9:21 PM

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).